La Serie de Lenguaje Moderno del Librero Heath - Historias Cortas by Elijah Clarence Hills, Ph. D and Louise Reinhardt - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

—Chicos, eso no es nada. Sacad la vela nueva. Si sois listos no noscogerán.

No hablaba á sordos, y como listos no había más que pedirnos. El pobrecompañero

se revolvía como una lagartija, tendido en la proa, tentándosela pierna rota, lanzando alaridos y pidiendo por todos los santos untrago de agua: ¡para contemplaciones estaba el tiempo!{56-1} Nosotrosfingíamos no oirle, atentos únicamente á nuestra faena, separando elcordaje y atando á la antena la vela de repuesto, que izamos á los diezminutos.

El patrón cambió el rumbo. Era inútil resistir en el mar á aquel enemigoque andaba

con humo y escupía balas. ¡Á tierra, y que fuese lo que Diosquisiera!{56-2}

Estábamos frente á Torresalinas. Todos éramos de aquí y contábamos conlos

amigos. El cañonero, viéndonos con rumbo á tierra, no disparó más.Nos tenía cogidos, y seguro de su triunfo, ya no extremaba la marcha. Lagente que estaba en esta playa no tardó en vernos, y la noticia circulópor todo el pueblo. ¡ El Socarrao venía perseguido por un cañonero!

Había que ver{56-3} lo que ocurrió. Una verdadera revolución: créameusted, caballero. Medio pueblo era pariente nuestro, y los demás comíanmás ó menos directamente del negocio. Esta playa parecía unhormiguero. Hombres, mujeres y chiquillos nos seguían con miradaansiosa, lanzando gritos de satisfacción al ver como nuestra barca,haciendo un último esfuerzo, se adelantaba cada vez más á

superseguidor, llevándole una media hora de ventaja.

Hasta el alcalde estaba aquí para servir en lo que fuera bueno. Y loscarabineros, excelentes muchachos que viven entre nosotros y son casi dela familia, hacíanse á un lado, comprendiendo la situación y noqueriendo perder á unos pobres.

—¡Á tierra, muchachos!—gritaba nuestro patrón.—Vamos á embarrancar.Lo que

importa es poner en salvo fardos y personas. El Socarrao yasabrá salir de este mal paso.

Y sin plegar casi el trapo, embestimos la playa, clavando la proa en laarena. ¡Señor, qué modo de trabajar! Aun me parece un sueño cuando lorecuerdo. Todo el pueblo se

tiró sobre la barca, la tomó por asalto: loschicuelos se deslizaban como ratas en la cala.

—¡Aprisa! ¡Aprisa! ¡Que vienen los del gobierno!

Los fardos saltaban de la cubierta: caían en el agua, donde los recogíanlos hombres

descalzos y las mujeres con la falda entre las piernas; unosdesaparecían por aquí; otros se iban por allá; fué aquello visto y novisto, y en poco rato desapareció el cargamento, como si lo hubieratragado la arena. Una oleada de tabaco inundaba á Torresalinas,filtrándose en todas las casas.

El alcalde intervino paternalmente.

—Hombre, es demasiado—dijo al patrón.—Todo se lo llevan y loscarabineros se quejarán. Dejad al menos algunos bultos para justificarla aprehensión.

Nuestro amo estaba conforme.

—Bueno; haced unos cuantos bultos con dos fardos de la peor picadura.Que se contenten con eso.

Y se alejó hacia el pueblo, llevándose en el pecho toda la documentaciónde la barca. Pero aun se detuvo un momento, porque aquel diablo dehombre estaba en todo.

—¡Los folios! ¡Borrad los folios!

Parecía que á la barca le habían salido patas.{58-1} Estaba ya fuera delagua y se arrastraba por la arena en medio de aquella multitud quebullía y trabajaba, animándose con alegres gritos:

—¡Qué chasco! ¡Qué chasco se llevarán los del gobierno!

El compañero de la pierna rota era llevado en alto por su mujer y sumadre. El pobrecillo gemía de dolor á cada movimiento brusco, pero setragaba las lágrimas y reía también como los otros, viendo que elcargamento se salvaba y pensando en aquel

chasco que hacía reir á todos.

Cuando los últimos fardos se perdieron en las calles de Torresalinas,comenzó la rapiña en la barca. El gentío se llevó las velas, las anclas,los remos: hasta desmontamos el mástil, que se cargó en hombros unaturba de muchachos, llevándolo

en procesión al otro extremo del pueblo.La barca quedó hecha un pontón, tan pelada

como usted la ve.

Y mientras tanto, los calafates, brocha en mano, pinta que pinta. ElSocarrao se desfiguraba como un burro de gitano.{58-2} Con cuatrobrochazos fué borrado el nombre de popa; y de los folios de loscostados, de esos malditos letreros, que son la cédula de todaembarcación, no quedó ni rastro.

El cañonero echó anclas al mismo tiempo que desaparecían en la entradadel pueblo

los últimos despojos de la barca. Yo me quedé en este sitio,queriendo verlo todo, y para mayor disimulo ayudaba á unos amigos queechaban al mar una lancha de pesca.

El cañonero envió un bote armado y saltaron á tierra no sé cuántoshombres con fusil y bayoneta. El contramaestre, que iba al frente,juraba furioso mirando á El Socarrao y á los carabineros, que sehabían apoderado de él.

Todo el vecindario de Torresalinas se reía á aquellas horas, celebrandoel chasco, y

aun hubiera reído más, viendo, como yo, la cara que poníaaquella gente al encontrar

por todo cargamento unos cuantos bultos detabaco malo.

—¿Y qué pasó después?—pregunté al viejo.—¿No castigaron á nadie?

—¿Á quién? Únicamente podían castigar al pobre Socarrao, que quedóprisionero.

Se ensució mucho papel y medio pueblo fué á declarar; peronadie sabía nada. ¿De qué

matrícula era el barco? Silencio; nadie lehabía visto los folios. ¿Quiénes lo tripulaban? Unos hombres que alvarar habían echado á correr tierra adentro. Y nadie

sabía más.

—¿Y el cargamento?—dije yo.

—Lo vendimos completo. Usted no sabe lo que es la pobreza.

Cuandoembarrancamos, cada uno agarró el fardo que tenía más á mano y echó ácorrer

para esconderlo en su casa. Pero al día siguiente estaban todos ádisposición del patrón: no se perdió ni una libra de tabaco. Los queexponen la vida por el pan y todos los días le ven la cara á la muerte,están más libres de tentaciones que los otros...

—Desde entonces—continuó el viejo—que{59-1} está aquí preso el pobre Socarrao.

Pero no tardará en hacerse á la mar con su antiguo amo.Parece que ha terminado el papeleo; lo sacarán á subasta y se loquedará el patrón{60-1} por lo que quiera dar.

—¿Y si otro da más?

—¿Y quién ha de ser ése? ¿Somos acaso bandidos? Todo el pueblo sabequién es el

verdadero amo de la barca abandonada, y nadie tiene tan malcorazón que intente perjudicarle. Aquí hay mucha honradez. Á cada uno loque sea suyo:{60-2} el mar, que es de Dios, para nosotros los pobres,que hemos de sacar el pan de él, aunque no quiera el gobierno.

LA MULA Y EL BUEY

(Cuento de Navidad)

POR DON BENITO PÉREZ GALDÓS{61-1}

I

Cesó de quejarse la pobrecita; movió la cabeza, fijando los tristes ojosen las personas que rodeaban su lecho; extinguióse poco á poco sualiento, y expiró. El Ángel de la Guarda, dando un suspiro, alzó elvuelo y se fué.

La infeliz madre no creía tanta desventura; pero el lindísimo rostro deCelinina se fué poniendo{61-2} amarillo y diáfano como cera; enfriáronsesus miembros, y quedó rígida y dura como el cuerpo de una muñeca.Entonces llevaron fuera de la alcoba á la madre, al padre y á los másinmediatos parientes, y dos ó tres amigas y las criadas se ocuparon encumplir el último deber con la pobre niña muerta.

La vistieron con riquísimo traje de batista, la falda blanca y ligeracomo una nube,

toda llena de encajes y rizos que la asemejaban á espuma.Pusiéronle los zapatos, blancos también y apenas ligeramente gastada lasuela, señal de haber dado pocos pasos, y después tejieron, con susadmirables cabellos de color castaño obscuro, graciosas trenzasenlazadas con cintas azules. Buscaron flores naturales; mas nohallándolas, por ser tan impropia de ellas la estación, tejieron unalinda corona con flores de tela, escogiendo las más bonitas y las quemás se parecían á verdaderas rosas frescas traídas del jardín.

Un hombre antipático trajo una caja algo mayor que la de un violín,forrada de seda

azul con galones de plata, y por dentro guarnecida deraso blanco. Colocaron dentro á Celinina, sosteniendo su cabeza enpreciosa y blanda almohada, para que no estuviese

en postura violenta, ydespués que la acomodaron bien en su fúnebre lecho, cruzaron

susmanecitas, atándolas con una cinta, y entre ellas pusiéronle un ramo derosas blancas, tan hábilmente hechas por el artista, que parecían hijasdel mismo Abril.

Luego las mujeres aquellas cubrieron de vistosos paños una mesa,arreglándola como un altar, y sobre ella fué colocada la caja. En brevetiempo armaron unos al modo de doseles de iglesia, con ricas cortinasblancas, que se recogían gallardamente á un lado y otro; trajeron deotras piezas cantidad de santos é imágenes, que ordenadamentedistribuyeron sobre el altar, como formando la corte funeraria del ángeldifunto, y, sin pérdida de tiempo, encendieron algunas docenas de lucesen los grandes candelabros de la sala, los cuales, en torno á Celinina,derramaban tristísimas claridades. Después de besar repetidas veces lasheladas mejillas de la pobre niña, dieron por terminada su piadosa obra.

II

Allá, en lo más hondo de la casa, sonaban gemidos de hombres y mujeres.Era el triste lamentar de los padres, que no podían convencerse de laverdad del aforismo, angelitos al cielo,{62-1} que los amigosadministran como calmante moral en tales trances. Los padres creíanentonces que la verdadera y más propia morada de los angelitos es latierra; y tampoco podían admitir la teoría de que es mucho máslamentable y desastrosa la muerte de los grandes que la de los pequeños.Sentían,

mezclada á su dolor, la profundísima lástima que inspira laagonía de un niño, y no comprendían que ninguna pena superase á aquellaque destrozaba sus entrañas.

Mil recuerdos é imágenes dolorosas les{63-1} herían, tomando forma deagudísimos puñales que les traspasaban el corazón. La madre oía sincesar la encantadora media lengua de Celinina, diciendo las cosas alrevés, y haciendo de las palabras de nuestro idioma graciosascaricaturas filológicas que afluían de su linda boca como la música mástierna que puede conmover el corazón de una madre. Nada caracteriza á unniño como su estilo, aquel genuino modo de expresarse y decirlo todo concuatro letras, y

aquella gramática prehistórica, como los primerosvagidos de la palabra en los albores de la humanidad, y su sencillo artede declinar y conjugar, que parece la rectificación inocente de losidiomas regularizados por el uso. El vocabulario de un niño de tresaños, como Celinina, constituye el verdadero tesoro literario de lasfamilias.

¿Cómo había de{63-2} olvidar la madre aquella lengüecita detrapo, que llamaba al sombrero tumeyo y al garbanzo babancho?

Para colmo de aflicción, vió la buena señora por todas partes losobjetos con que Celinina había alborozado sus últimos días; y como éstoseran los que preceden á Navidad, rodaban por el suelo pavos de barro conpatas de alambre; un San José sin manos; un pesebre con el Niño Dios,semejante á una bolita de color de rosa; un Rey

Mago montado enarrogante camello sin cabeza. Lo que habían padecido aquellas pobresfiguras en los últimos días, arrastradas de aquí para allí, puestas enesta ó en la otra forma, sólo Dios, la mamá y el purísimo espíritu quehabía volado al cielo lo sabían.

Estaban las rotas esculturas impregnadas, digámoslo así, del alma deCelinina, ó vestidas, si se quiere,{64-1} de una singular claridad muytriste, que era la claridad de ella. La pobre madre, al mirarlas,temblaba toda, sintiéndose herida en lo más delicado y sensible de suíntimo ser. ¡Extraña alianza de las cosas! ¡Cómo lloraban aquellospedazos de barro! ¡Llenos parecían de una aflicción intensa, y tandoloridos, que su vista sola producía tanta amargura como el espectáculode la misma criatura moribunda, cuando miraba con suplicantes ojos á suspadres y les pedía que le quitasen aquel horrible dolor de su frenteabrasada! La más triste cosa del mundo era para la madre aquel pavo conpatas de alambre clavadas en tablilla de barro, y que en sus frecuentescambios de postura había perdido el pico y el moco.

III

Pero si era aflictiva la situación de espíritu de la madre, éralo{64-2}mucho más la del padre. Aquélla estaba traspasada de dolor; en éste, eldolor se agravaba con un remordimiento agudísimo. Contaremos brevementeel peregrino caso, advirtiendo que

esto quizás parecerá en extremopueril á algunos; pero á los que tal crean, les recordaremos que nada estan ocasionado á puerilidades como un íntimo y puro dolor,

de esos enque no existe mezcla alguna de intereses de la tierra, ni el

desconsuelosecundario del egoísmo no satisfecho.

Desde que Celinina cayó enferma, sintió el afán de las poéticas fiestasque más alegran á los niños: las fiestas de Navidad. Ya se sabe concuánta ansia desean la llegada de estos risueños días, y cómo lestrastorna el febril anhelo de los regalitos, de los nacimientos, y lasesperanzas del mucho comer{65-1} y del atracarse de pavo, mazapán,peladillas y turrón. Algunos se creen capaces, con la mayor ingenuidad,de embuchar en sus estómagos cuanto ostentan la Plaza Mayor y callesadyacentes.

Celinina, en sus ratos de mejoría, no dejaba de la boca el tema de laPascua; y como

sus primitos, que iban á acompañarla, eran de más edad ysabían cuanto hay que saber

en punto á regalos y nacimientos, sealborotaba más la fantasía de la pobre niña oyéndoles, y más seencendían sus afanes de poseer golosinas y juguetes. Delirando, cuandola metía en su horno de martirios la fiebre,{65-2} no cesaba de nombrarlo que de tal modo ocupaba su espíritu, y todo era golpear tambores,tañer zambombas, cantar villancicos. En la esfera tenebrosa que rodeabasu mente, no había sino pavos haciendo clau clau; pollos que gritaban pío pío; montes de turrón que llegaban al cielo formando un Guadarramade almendras;{65-3} nacimientos llenos de luces y que tenían lo menoscincuenta mil millones de figuras; ramos de dulce; árboles cargados decuantos juguetes puede idear la más fecunda imaginación tirolesa; elestanque del Retiro lleno de sopa de almendras; besugos que miraban álas cocineras con sus ojos

cuajados; naranjas que llovían del cielo,cayendo en más abundancia que las gotas de

agua en día de temporal, yotros mil prodigios que no tienen número ni medida.

IV

El padre, por no tener más chicos que Celinina, no cabía en sí deinquieto y desasosegado. Sus negocios le llamaban fuera de la casa; peromuy á menudo entraba

en ella para ver cómo iba la enfermita. El malseguía su marcha con alternativas traidoras: unas veces dando esperanzasde remedio; otras quitándolas.

El buen hombre tenía presentimientos tristes. El lecho de Celinina, conla tierna persona agobiada en él por la fiebre y los dolores, no seapartaba de su imaginación.

Atento á lo que pudiera contribuir áregocijar el espíritu de la niña, todas las noches, cuando regresaba ála casa, le traía algún regalito de Pascua, variando siempre de objeto yespecie, pero prescindiendo siempre de toda golosina. Trájole un día unamanada de pavos, tan al vivo hechos, que no les faltaba más que graznar;otro día

sacó de sus bolsillos la mitad de la Sacra Familia, y alsiguiente á San José con el pesebre y portal de Belén. Después vino conunas preciosas ovejas, á quien{66-1}

conducían gallardos pastores, yluego se hizo acompañar de{66-2} unas lavanderas que lavaban, y de unchoricero que vendía chorizos, y de un Rey Mago negro,{66-3} al cualsucedió otro de barba blanca y corona de oro. Por traer,{66-4} hastatrajo una vieja que daba azotes en cierta parte á un chico por no saberla lección.

Conocedora Celinina,{66-5} por lo que charlaban sus primos, de todo lonecesario á la buena composición de un nacimiento, conoció que aquellaobra estaba incompleta por

la falta de dos figuras muy principales: lamula y el buey. Ella no sabía lo que significaban la tal mula ni el talbuey; pero atenta á que todas las cosas fuesen perfectas, reclamó una yotra vez del solícito padre el par de animales que se había quedado enSanta Cruz{67-1}.

Él prometió traerlos, y en su corazón hizo propósito firmísimo de novolver sin ambas bestias; pero aquel día, que era el 23, los asuntos yquehaceres se le aumentaron de tal modo, que no tuvo un punto de reposo.Además de esto, quiso el Cielo que se

sacase la lotería,{67-2} quetuviera noticia de haber ganado un pleito, que dos amigos cariñosos leembarazaran toda la mañana... en fin, el padre entró en la casa sin lamula, pero también sin el buey.

Gran desconsuelo mostró Celinina al ver que no venían á completar sutesoro las dos únicas joyas que en él faltaban. El padre quiso al puntoremediar su falta; mas la nena se había agravado considerablementedurante el día: vino el médico, y como sus

palabras no erantranquilizadoras, nadie pensó en bueyes, mas tampoco en mulas.

El 24 resolvió el pobre señor no moverse de la casa. Celinina tuvo porbreve rato un

alivio tan patente, que todos concibieron esperanzas, ylleno de alegría, dijo el padre:

«Voy al punto á buscar eso.»

Pero como cae rápidamente un ave herida al remontar el vuelo á lo másalto, así cayó Celinina en las honduras de una fiebre muy intensa. Seagitaba trémula y sofocada en los brazos ardientes de la enfermedad, quela constreñía sacudiéndola para expulsar la vida. En la confusión de sudelirio, y sobre el revuelto oleaje de su pensamiento, flotaba, como elúnico objeto salvado de un cataclismo, la idea fija del deseo que nohabía sido satisfecho; de aquella codiciada mula y de aquel

suspiradobuey, que aun proseguían en estado de esperanza.{68-1}

El papá salió medio loco, corrió por las calles; pero en mitad de una deellas se detuvo y dijo: «¿Quién piensa ahora en figuras de nacimiento?»

Y corriendo de aquí para allí, subió escaleras, y tocó campanillas, yabrió puertas sin reposar un instante, hasta que hubo juntado siete úocho médicos, y les llevó á su casa.

Era preciso salvar á Celinina.

V

Pero Dios no quiso que los siete ú ocho (pues la cifra no se sabe ápunto fijo) alumnos de Esculapio contraviniesen la sentencia que élhabía dado, y Celinina fué cayendo, cayendo más á cada hora, y llegó áestar abatida, abrasada, luchando con indescriptibles congojas, como lamariposa que ha sido golpeada y tiembla sobre el suelo con las alasrotas. Los padres se inclinaban junto á ella con afán insensato, cual siquisieran con la sola fuerza del mirar detener aquella existencia que seiba, suspender la rápida desorganización humana, y con su alientorenovar el aliento de la pobre mártir que se desvanecía en un suspiro.

Sonaron en la calle tambores y zambombas y alegre chasquido de

panderos.Celinina abrió los ojos, que ya parecían cerrados para siempre; miró ásu padre, y con la mirada tan sólo y un grave murmullo que no parecíavenir ya de lenguas de este mundo, pidió á su padre lo que éste nohabía querido traerle.

Traspasados de dolor padre y madre, quisieronengañarla, para que tuviese una alegría en aquel instante de supremaaflicción, y presentándole los pavos, le dijeron:—«Mira, hija de mialma, aquí tienes la mulita y el bueyecito.»

Pero Celinina, aun acabándose, tuvo suficiente claridad en suentendimiento para ver que los pavos no eran otra cosa que pavos, y losrechazó con agraciado gesto.

Después siguió con la vista fija en suspadres, y ambas manos en la cabeza señalando

sus agudos dolores. Poco ápoco fué extinguiéndose en ella aquel acompasado son, que es el últimovibrar de la vida, y al fin todo calló, como calla la máquina del relojque se para; y la linda Celinina fué un gracioso bulto, inerte y fríocomo mármol, blanco y transparente como la purificada cera que arde enlos altares.

¿Se comprende ahora el remordimiento del padre? Porque Celinina tornaraá la vida,

hubiera él recorrido la tierra entera para recoger todos losbueyes y todas, absolutamente todas las mulas que en ella hay. La ideade no haber satisfecho aquel inocente deseo era la espada más aguda yfría que traspasaba su corazón. En vano con

el raciocinio queríaarrancársela; pero ¿de qué servía la razón, si era tan niño entoncescomo la que{69-1} dormía en el ataúd, y daba más importancia á unjuguete que á todas las cosas de la tierra y del cielo?

VI

En la casa se apagaron al fin los rumores de la desesperación, como siel dolor, internándose en el alma, que es su morada propia, cerrara laspuertas de los sentidos para estar más solo y recrearse en sí mismo.

Era Noche-Buena, y si todo callaba en la triste vivienda recién visitadade la muerte, fuera, en las calles de la ciudad, y en todas las demáscasas, resonaban placenteras bullangas de groseros instrumentos músicos,y vocería de chiquillos y adultos cantando la venida del Mesías. Desdela sala donde estaba la niña difunta, las piadosas mujeres que le hacíancompañía oyeron espantosa algazara, que al través del pavimento del pisosuperior llegaba hasta ellas, conturbándolas en su pena y devotorecogimiento. Allá arriba, muchos niños chicos, congregados con

mayornúmero de niños grandes y felices papás y alborozados tíos y tías,celebraban la Pascua, locos de alegría ante el más admirable nacimientoque era dado imaginar,{70-1}

y atentos al fruto de juguetes y dulces queen sus ramas llevaba un frondoso árbol con mil vistosas candilejasalumbrado.

Hubo momentos en que con el grande estrépito de arriba, parecía queretemblaba el

techo de la sala, y que la pobre muerta se estremecía ensu caja azul, y que las luces todas oscilaban, cual si, á su manera,quisieran dar á entender también que estaban algo peneques. De las tresmujeres que velaban, se retiraron dos; quedó una sola, y ésta, sintiendoen su cabeza grandísimo peso, á causa sin duda del cansancio producidopor tantas vigilias, tocó el pecho con la barba{70-2} y se durmió.

Las luces siguieron oscilando y moviéndose mucho, á pesar de que noentraba aire

en la habitación. Creeríase que invisibles alas se agitabanen el espacio ocupado por el altar. Los encajes del vestido de Celininase movieron también, y las hojas de sus flores de trapo anunciaban elpaso de una brisa juguetona ó de manos muy suaves.

Entonces Celininaabrió los ojos.

Sus ojos negros llenaron la sala con una mirada viva y afanosa queecharon en derredor y de arriba abajo. Inmediatamente después separó lasmanos sin que opusiera

resistencia la cinta que las ataba, y cerrandoambos puños se frotó con ellos los ojos, como es costumbre en los niñosal despertarse. Luego se incorporó con rápido movimiento, sin esfuerzoalguno, y mirando al techo, se echó á reir; pero su risa, sensible á lavista, no podía oírse. El único rumor que fácilmente se percibió era unabullanga de alas vivamente agitadas, cual si todas las palomas del

mundoestuvieran entrando y saliendo en la sala mortuoria y rozaran con susplumas el

techo y las paredes.

Celinina se puso en pie, extendió los brazos hacia arriba, y al punto lenacieron unas alitas cortas y blancas. Batiendo con ellas el aire,levantó el vuelo y desapareció.

Todo continuaba lo mismo: las luces ardiendo, derramando en copiososchorros la blanca cera sobre las arandelas; las imágenes en el propiositio, sin mover brazo ni pierna ni desplegar sus austeros labios; lamujer sumida plácidamente en un sueño que debía saberle á gloria;{71-1}todo seguía lo mismo, menos la caja azul, que se había quedado vacía.

VII

¡Hermosa fiesta la de esta noche en casa de los señores de ***!

Los tambores atruenan la sala. No hay quien haga comprender á esosendiablados chicos que se divertirán más renunciando á la infernal bullade aquel instrumento de guerra. Para que ningún humano oído quede enestado de funcionar al día siguiente, añaden al tambor esa invención delAverno, llamada zambomba, cuyo ruido semeja á

gruñidos de Satanás.Completa la sinfonía el pandero, cuyo atroz chirrido de caldereteríavieja alborota los nervios más tranquilos. Y sin embargo, esta

discordealgazara sin melodía y sin ritmo, más primitiva que la música de lossalvajes, es alegre en aquesta singular noche, y tiene cierto sonsonetelejano de coro celestial.

El Nacimiento no es una obra de arte á los ojos de los adultos; pero loschicos encuentran tanta belleza en las figuras, expresión tan mística enel semblante de todas ellas, y propiedad tanta en sus trajes, que nocreen haya{72-1} salido de manos de los hombres obra más perfecta, y laatribuyen á la industria peculiar de ciertos ángeles dedicados á ganarsela vida trabajando en barro. El portal de corcho, imitando un arcoromano en ruinas, es monísimo, y el riachuelo representado por unespejillo con manchas verdes que remedan acuáticas hierbas y el musgo delas márgenes, parece que corre por la mesa adelante{72-2} con plácidomurmurio. El puente por do pasan los pastores es tal que nunca se havisto el cartón tan semejante á la piedra; al con