La Montaña by Élisée Reclus - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

Con sus nieves y con sus hielos derretidos, que sirven para aumentar elcaudal de torrentes y ríos en verano, conserva la montaña la vegetaciónhasta enormes distancias de su base, pero se queda con humedad bastantepara alimentar á su propia flora de bosques, céspedes y musgos, muysuperior, por el número de las especies, á la flora de igual extensiónen la llanura. Desde abajo, no divisa la mirada los pormenores delcuadro que presenta la verdura de la montaña, pero abarca todo elmagnífico conjunto y disfruta de los mil contrastes que la altura, lasfragosidades del suelo, la inclinación de las pendientes, la abundanciadel agua, la vecindad de las nieves y las demás condiciones físicasproducen en la vegetación.

En la primavera, cuando renace todo, da gusto ver el verdor de hierbas yfollaje dominar la blancura de las nieves. Los tallos del prado quepueden respirar otra vez y ver la luz de nuevo, pierden su tono rojizoy su apariencia calcinada y adquieren primero un color amarillento ydespués verde hermoso. Multitud de flores esmaltan la pradera: véaseaquí únicamente ranúnculos, anémonas ó prímulas que brotan formandoramilletes: más allá desaparece el verde bajo la blancura nívea delgracioso y poético narciso, ó al vivo color del azafrán, que es flordesde la raíz hasta la corola.

Cerca de las corrientes de agua abra su delicada flor la parnasia y enotras partes florecillas blancas y azules, rojas ó amarillas, semultiplican y forman tales muchedumbres, que dan su color á toda lapendiente vegetal, y desde las vertientes opuestas se puede conocer quéespecie de planta domina en la pradera, á medida que la nieve retrocedehacia las alturas ante la alfombra de florida verdura. Pronto tomanparte los árboles en la fiesta. Abajo, en las primeras pendientes, losárboles frutales, después de haberse librado de la nieve del invierno,se cubren con la nieve de las flores. Más arriba, castaños, hayas ydiversos arbustos, se cubren de hojas de verde claro; de un día á otro,parece que la montaña se ha revestido con un tejido maravilloso deterciopelo y seda. Poco á poco sube hacia las cimas el nuevo verdor debosques y de malezas; escala cañadas y barrancos para conquistar lasquebraduras superiores junto al ventisquero. En lo alto, todo inesperadoy alegre aspecto. Hasta las rocas sombrías, que parecían negras por sucontraste, con las nieves, adornan sus fragosidades con matas verdes.También ellas participan de la primaveral alegría.

Menos suntuosos por la exuberancia del verdor y la prodigiosa multitudde flores, son, sin embargo, los pastos altos más agradables que laspraderas bajas; más íntima y benigna es la alegría de sus masas deverdor. Es más grato pasearse por la corta hierba y entrar enconocimiento con las flores que brotan á millares de la alfombra verde.Incomparable es el brillo de sus corolas. El sol les envía rayos máscálidos, de más poderosa y rápida acción química, y elabora en la saviasubstancias colorantes de más perfecta belleza.

El químico y elbotánico, armados de sus lentes, comprueban el fenómeno como es debido;pero sin necesidad de instrumentos bien ve el paseante, á la simplevista, que ninguna flor de la llanura tiene un azul tan profundo como elde la diminuta genciana. Las plantas, en su prisa por vivir y gozar,adquieren mayor hermosura; adórnanse con más vivos colores, porque laestación de la ventura será corta; cuando haya desaparecido el verano,la muerte las sorprenderá.

Deslumbra la vista el brillo que despiden las anchas extensiones dehierba salpicada con las estrellas de color sonrosado subido del sueño,con los azules manojos de miosotis, con las anchas flores del aster delos Alpes, cuyo corazón es de oro. En las pendientes más secas, en mediode las rocas áridas, crecen el negro orquiso con fragancia de vainilla,y el pie de león, cuya flor nunca se marchita, y es símbolo de eternaconstancia.

De esas plantas de brillantes flores, algunas no temen la vecindad de lanieve y el agua helada. No siente el frío; al lado de los cristales denieve circula libremente la savia en los tejidos de la delicadasoldanela, que inclina sobre la nieve su corola de tan puro y suavematiz: cuando brilla el sol, de ella puede decirse mejor que de lapalmera de los oasis que tiene el pie en el hielo y en el fuego lacabeza. En la salida misma de las nieves, el torrente, cuya agua lechosaparece hielo apenas derretido, rodea con sus brazos un florido islote,encantador ramillete de tallos que se estremecen sin cesar. Más lejos,el cauce nevado que la sombra de una roca defendió de los rayos solares,está esmaltado completamente de flores: la benigna temperatura quedespiden ha derretido la nieve á su alrededor. Parece que brotan de unacopa de cristal de fondo azulado por la sombra. Otras flores de mayorsensibilidad no se atreven á entrar en inmediato contacto con la nieve,y cuidan de rodearse de muelle funda musgosa. Así hace la clavellinaroja de los vértices nevados, y semeja un rubí colocado en almohadón deterciopelo en medio de un lecho de blanco plumón.

En las pendientes de la montaña, los bosques alternan con las manchas decésped, pero nunca al azar. La presencia de árboles grandes indicasiempre, en la vertiente que los produce, tierra vegetal de bastanteespesor y abundante agua de riego: de modo que, gracias á ladistribución de bosques y praderas, pueden leerse de lejos algunossecretos de la montaña, siempre que el hombre no haya intervenidobrutalmente derribando los árboles y modificando el aspecto del monte.Regiones enteras hay en que el hombre, ávido de riquezas, ha taladotodos los árboles: no ha quedado ni un tronco, porque las nieves, á lascuales no detiene ya la barrera viva, resbalan libremente en latemporada de los aludes.

Descarnan el suelo, lo raspan hasta la roca,llevándose consigo todos los residuos de las raíces.

La antigua veneración casi ha desaparecido. En otro tiempo, el leñadorapenas se atrevía á la selva montañesa: el viento que en ella gemía sele figuraba voz de los dioses. Había seres sobrenaturales ocultos bajola corteza, y la savia del árbol era también sangre divina. Cuandotenían que tocar con el hacha uno de aquellos troncos, lo hacíantemblando, y el montañés de los Apeninos decía: «Si eres dios ó diosa,perdóname»; y recitaba devotamente las plegarias propias del caso, perono se quedaba muy tranquilo después de sus genuflexiones.

Al blandir el hacha, veía agitarse las ramas encima de su cabeza.Parecíale que las rugosidades de la corteza adquirían expresión de ira yse animaban con terrible mirada. Al primer golpe, parecía la húmedamadera como sonrosada carne de ninfa. «El sacerdote lo ha permitido,pero ¿qué dirá la propia divinidad? ¿No retrocederá el hacha de pronto,para hendir el cuerpo de quien la esta manejando?»

Aún quedan hoy mismo árboles adorados: el montañés ignora por qué, y nogusta de que le pregunten sobre ello; pero en muchos sitios existenencinas respetadas, rodeadas de vallas por los indígenas, paraprotegerlas contra los animales y los viajeros errantes. En Bretaña,cuando un hombre estaba en peligro de muerte y no se hallaba cercaningún sacerdote, podía confesarse al pie de un árbol: las ramas leoían, y su rumor llevaba al cielo la última oración del moribundo.

De todos modos, aunque quede algún tronco respetado en memoria deltiempo viejo, no inspira ya el bosque aquel terror sagrado. Ahora losleñadores no se andan con tantos miramientos como sus antepasados,especialmente cuando no derriban bosques que sirven de valladar á losaludes. Basta con que puedan explotarlos útilmente, es decir, ganandocon la venta de la madera más de lo que les cuesta la corta y eltransporte. Numerosas selvas conservan su prístina virginidad por lodifícil que es al explotador llegar hasta ellas y sacar los árbolescortados. Pero cuando el camino es cómodo, cuando la montaña ofrecebuenos resbaladeros, por los cuales se puede hacer bajar con un soloimpulso los troncos pelados, cuando al pie de la pendiente el torrentedel valle tiene bastante fuerza para arrastrar los árboles en balsashasta la llanura ó para dar movimiento á poderosas sierras mecánicas, engran peligro están los bosques de caer á manos de los leñadores. Si sonexplotados con inteligencia, si se regulan cuidadosamente las talas, demodo que siempre quede en pie bastante árbol para los años sucesivos, yse desarrolle en el suelo forestal la mayor fuerza posible deproducción, puede congratularse la humanidad de las nuevas riquezas quese le procuran.

Pero cuando se corta y destruye de una vez todo elbosque, como en un acceso de frenesí, dan intenciones de maldecir áquien tal dispuso.

La belleza de los bosques que aún quedan en las pendientes de la montañahace que echemos de menos, con mayor pena, los que nos han robadoviolentos especuladores. Abajo, junto á la llanura, han sido respetadoslos bosques de castaños, gracias á las hojas, recogidas por los aldeanospara la cuadra, y á los frutos que éstos mismos comen en las noches deinvierno. Pocas selvas, ni aun en las regiones tropicales, dondealternan los grupos de árboles de más diferentes especies, presentan máspintoresca variedad que los bosques de castaños. Las pendientes decésped extendidas al pie de los árboles están bastante libres de malezaspara que la mirada pueda alcanzar numerosas perspectivas por debajo delas ramas. En muchos sitios deja pasar la verde bóveda la luz del cielo:la sombra gris y el rayo suavemente dorado oscilan según el movimientodel follaje: musgos y líquenes que cubren con sus tapices la rugosacorteza, acrecen la suavidad de luces y sombras fugitivas. Los mismosárboles, bien irguiéndose aislados, bien formando grupos, difieren deaspecto y de forma. Casi todos, por los surcos de la corteza y ladirección de sus ramas, parecen haber sufrido un movimiento de torsiónde izquierda á derecha; pero mientras unos tienen el tronco bastanteliso y bifurcan regularmente sus ramas, otros tienen extrañas jorobas,nudos y verrugas caprichosamente adornadas con hojas. Hay árboles viejosde enorme tronco que han perdido sus ramas mayores á consecuencia de lastempestades y las han sustituído con tallitos puntiagudos como lanzas:otros conservan completo el ramaje, pero están podridos por dentro;royóles el tronco el tiempo, abriéndoles profundas cavernas y nodejándoles á veces más que una ligera capa de madera cubierta de cortezapara sostener todo el peso de la vegetación superior. Vése de cuando encuando en el suelo huella de una cepa de poderosa dimensión: desaparecióel árbol, pero alrededor de aquella ruina vegetal crecen otros castaños,unidos antes al gigantesco pilar y aislados ahora, encogidos, limitadosá su ruin individualidad. De modo que el bosque presenta diversidadgrandísima. Al lado de árboles bien crecidos, de aspecto soberbio yporte majestuoso, hay grupos cuyas extrañas formas evocan en laimaginación los monstruos del sueño ó de la fábula. Mucho mássemejantes unas á otras son las hayas, que también gustan de asociarse yformar bosques, como los castaños. Casi todas son rectas como columnas,y la extensión abierta entre los fustes permiten á la vista alcanzarlargas distancias. Las hayas son lisas, de brillante corteza cubiertapor el liquen, y de verde musgo en la base; mazorquillas de hojasadornan la parte baja del tronco, pero los ramajes se extienden á quincemetros de altura y se unen de árbol en árbol en continua bóveda,perforada por rayos paralelos que forman dibujos en la hierba. Elaspecto de la selva es severo y hospitalario al mismo tiempo.

Suave claridad, compuesta de hacecillos brillantes y á la cual comunicanentonación verde las hojas, llena los paseos y se mezcla con la sombrapara producir una impresión de luz cenicienta, sin crudeza de matices,pero también sin obscuridad. Tal claridad hace ver bien cuanto vive alpie de los árboles grandes; los insectos que se arrastran, lasflorecillas que se balancean, los hongos y musgos que alfombran tierra yraíces, y sobre los mismos árboles, líquenes blancos y dorados que semezclan y confunden con los rayos de luz. Según las estaciones, cambiaincesantemente de apariencia el bosque de hayas. En otoño, el follajeadquiere diversos tonos, dominando los matices obscuros y rojizos;marchitase después y cae á tierra y la cubre con espesa capa dehojarasca que zumba al menor soplo de aire. Penetra libremente la luzsolar en el bosque por entre las desnudas ramas, pero penetran tambiénnieves y brumas. Permanece triste y sombrío el bosque hasta laprimavera, cuando las primeras flores se abren junto á los charcos denieve derretida, cuando las sonrosadas yemas irradian sobre todo elramaje como una vaga luz auroral.

Más sombría y de más terrible apariencia es la selva de abetos que creceá la misma altura que las hayas en la vertiente de la montaña, pero condiferente expansión. Parece guardar un terrible secreto: brotan de susramas rumores sordos y después se extinguen para renacer de nuevo, comoel murmullo lejano de las olas. Arriba es, en las copas, donde el ruidose propaga; abajo todo está inmóvil, impasible y siniestro. Las ramas,cargadas de negro follaje, se inclinan hasta el suelo, y estremece elpasar bajo aquellas bóvedas sombrías. Cuando el invierno cargue de nievelas robustas ramas, no se doblarán, y sólo dejarán caer en el céspedplateado polvo. Parece que poseen estos árboles tenaz voluntad, tantomás poderosa, cuanto que les une á todos el mismo pensamiento. Trepandopor la selva hacia la cumbre de la montaña, se ve que los árboles tienenque luchar cada vez más para conservar su existencia en la atmósfera,que se va enfriando. Su corteza es más rugosa, su tronco menos recto,sus ramas más nudosas, su follaje menos abundante y más duro. Sólopueden resistir á las nieves, á las tempestades y al frío por el abrigoque se dan unos á otros.

Aislados, perecerían; unidos en el bosque,continúan viviendo, Pero si por la parte de la cima los árboles queforman el primer valladón de defensa llegan á ceder en cualquier punto,pronto conmoverá y derribará la tormenta á sus compañeros. Preséntase elbosque como un ejército, formando á sus árboles en batalla, como sifueran soldados. Únicamente dos ó tres abetos, más robustos que losrestantes, se han adelantado, semejantes á campeones. Sólidamentearraigados en la roca, bien plantados, acorazados con rugosidades ynudos como con una armadura, desafían á las borrascas y sacuden decuando en cuando sus penachos de bohojasHe visto á uno de sus héroes quese había apoderado de una punta aislada y dominaba desde allí inmensaextensión de cañadas y barrancos. Sus raíces, que no había podido cubrirla poco profunda tierra vegetal, envolvían á la roca hasta largadistancia: rastreras y tortuosas como serpientes, se reunían en untronco bajo y nudoso que parecía tomar posesión de la montaña; las ramasdel árbol luchador se habían torcido ante los ataques del viento, perosólidas y recogidas sobre si mismas, podían arrostrar aún el esfuerzo decien tempestades.

Por encima de los bosques de abetos y de su vanguardia expuesta á todaslas tempestades, todavía crecen árboles, pero son de especie que, en vezde elevarse hacia el cielo, se arrastran por la tierra y se escurrenmiedosamente por las fragosidades para huir del frío y del viento. Sedesarrolla en ellos la anchura: las ramas, que serpentean como raíces,se repliegan sobre éstas y aprovechan su escaso calor. Así se juntanunos á otros los carneros para calentarse durante las noches deinvierno, Achicándose, ofreciendo poco cuerpo á la tormenta, pocasuperficie al frío, los enebros de la montaña consiguen conservar suexistencia, se le ve aún arrastrarse hacia las nevadas cimas ácentenares de metros por encima del abeto más atrevido en el asalto.También los arbustos como el rosal de los Alpes y el brezo logran subirá grandes alturas, gracias á la forma esférica ó de cúpula que tienentodas sus ramas apretadas una contra otra. El viento resbala en estasbolas vegetales. Pero ya más arriba tienen que renunciar á luchar contrael frío y dejar sitio á los musgos que se extienden por el suelo y á loslíquenes que se incorporan á la roca. La vegetación salió de la piedra,y á la piedra vuelve.

CAPÍTULO XV

#Los animales de la montaña#

Rica por su vegetación en selvas, arbustos, praderas y musgos, lamontaña parece pobre de animales: estaría casi completamente desierta siel pastor no le llevara sus rebaños de vacas y ovejas que se ven delejos, sobre el verdor de los pastos, como puntitos rojos ó blancos, ysi los celosos perros de ganado no corrieran continuamente á derecha éizquierda, haciendo repetir sus ladridos á los ecos. Esos soninmigrantes temporales que en primavera subieron de las llanuras bajas,á las cuales volverán en invierno, como no se les oculte en el fondo delos establos en las aldeas del valle. Los únicos hijos de la montaña quese encuentran al trepar por las pendientes son insectos que atraviesanlos senderos, escurriéndose entre la hierba, ó zumbando por el aire;mariposas entre las cuales se nota al erebo negro de metálicos reflejosy al magnífico Apolo, viviente flor que revolotea entre otras floresacá y acullá, algún reptil que desaparece entre unas piedras. Pocas avescantan en los bosques silenciosos.

No obstante, la montaña, fortaleza natural que se yergue entre lasllanuras, tiene también sus huéspedes: unos, temerosos fugitivos, quebuscan inaccesible refugio; otros, ladrones atrevidos, animales rapacesque desde sus atalayas examinan el horizonte á lo lejos antes deemprender sus excursiones de pillaje.

Cosa extraña y que da á comprender la cobardía de los hombres: lasbestias montaraces que destrozan y matan á las demás son precisamentelas más admiradas. Se les daría con gusto la realeza, y en mitos,fábulas, leyendas y hasta en algún libro viejo de historia natural, seles da el nombre de reyes.

Empecemos por el águila y otras aves de rapiña y carniceras que todoslos señores de la tierra han elegido como emblema, poniéndoles á vecesdos cabezas, como si quisieran ellos tener dos bocas para devorar.

Eshermosa ciertamente el águila cuando se planta altanera sobre peñascoinaccesible á los hombres, y más magnífica todavía cuando se ciernetranquilamente en los aires, soberana del espacio. Pero poco importa subelleza. Si el rey la admira, el pastor la odia, y le ha declaradoguerra mortal, por enemiga del rebaño.

Pronto no habrá águilas, buitresni gipactos más que en los museos: ya no se ve en muchas montañas ni unnido, ó el único que queda no guarda más que un pajarraco solitario ydesconfiado, viejo, medio tullido y comido por los parásitos.

También el oso es un devorador de carneros, y tarde ó temprano el pastorlo exterminará en las montañas. A pesar de su prodigioso vigor, del artecon que tritura los huesos, no es el favorito de los reyes, que no debende encontrarlo bastante elegante para figurar en sus blasones: encambio, muchos pueblos le quieren por sus cualidades y hasta el cazadorque le persigue siente por él, aun sin querer, cierta simpatía. Elostiak, después de haberle dado el último golpe y haberlo tendido,cubierto de sangre en la nieve, se arrodilla ante el cadáver paraimplorar su perdón y le dice: «Te he matado, pero teníamos hambre mifamilia y yo, y eres tan bueno, Dios mío, que habrás de perdonar micrimen.» Sin embargo, no nos hace á nosotros el efecto de un dios, peroparece honrado, cándido y benévolo. ¡Qué bien practica las virtudesfamiliares! ¡Qué bueno es para sus cachorros, y qué alegres, saltarinesy caprichosos son éstos! Las costumbres patriarcales de que con tantoencomio se nos habla, hay que ir á buscarlas á la caverna del oso ó á suenorme nido, cómodamente tapizado de musgo. Verdad es que el animal dade cuando en cuando algún mordisco á los carneros del pastor, perogeneralmente es la misma sobriedad. Se contenta con mascar hojas, pacerarándanos, saborear panales de miel: á veces se arriesga á bajar á laplaya para ir á comer tranquilamente uvas y peras en la planta que lasproduce.

Tsendi, naturalista suizo, afirma bajo palabra de honor que si el buenanimal se encuentra en el camino á alguna chica con su cesto de fresas,se conforma con colocar delicadamente la pata en el cesto para pedir suparte. Y cuando entra al servicio del hombre es servicial y magnánimo:tiene buen humor y desdeña las injurias. Siento mucho, sin poderloremediar, que desaparezca de nuestras montañas el oso, cuyas patas sueleclavar orgullosamente el cazador en la puerta del hórreo. Quedarásuprimida la raza, pero creo que, con más inteligencia, se hubierapodido domesticar asociándole á nuestras labores.

En cambio nadie echará de menos al lobo cuando haya desaparecidocompletamente de la montaña. Ese sí que es un bicho sanguinario,pérfido, maléfico, cobarde y vil por todos cuatro costados. No piensamás que en desgarrar á la víctima y en beberse la sangre que brotacaliente de la herida. Todos los animales le odian, y á todos los odiaél, pero no se atreve á atacar más que á los débiles ó á los heridos.Sólo el frenesí del hambre puede impulsarle á meterse con otro másfuerte. En cambio se apresura á lanzarse sobre la presa ya caída, sobreun enemigo que no puede defenderse. Hasta cuando un lobo acaba de caer,vivo todavía, herido por la bala del cazador, arrójanse todos suscompañeros sobre él para rematarlo y disputarse sus restos.

Roma lasangrienta ha dejado recuerdo cargado con todas las maldadesimaginables: arrasó ciudades á millares, destrozó hombres á millones, sehartó de todas las riquezas terrestres, fué la reina del antiguo mundopor infamias innumerables; por perfidias y por violencias, y á pesar detodos sus crímenes todavía se ha calumniado á sí misma, tomando á unaloba por abogada y madre. El pueblo cuyas leyes, bajo aparienciadistinta, nos rigen hoy, era realmente feroz y duro, pero no tan malocomo pudiera hacerlo creer el símbolo, que eligió.

Para el que gusta de la montaña, es muy grato saber que el lobo, sérodioso, es animal de las grandes llanuras. La destrucción de lasarboledas natales y el creciente número de los cazadores le han obligadoá refugiarse en los alfoces de las alturas, pero no ha dejado de ser unintruso. Sus condiciones naturales son á propósito para dar carreras decincuenta leguas por las estepas ó para trepar por las rocas. El animalá quien la forma de su cuerpo y la elasticidad de sus músculos dieronmayores facilidades para brincar de peña en peña y saltar las grietas esla graciosa gamuza, el antílope de nuestras comarcas. Ese es elverdadero habitante de la montaña. Ningún precipicio le espanta, ningunapendiente nevada le asusta; trepa en dos brincos por fragosidadesvertiginosas que el cazador más valiente no se atrevería á escalar:colócase de un salto en rebordes menos anchos que sus cuatro patas,reunidas en un solo soporte, y aunque es animal terrestre, parece alado.Además, es benigno y sociable: con gusto se confundiría con nuestrosrebaños de cabras y ovejas: pocos esfuerzos serían necesarios para queaumentara el número de nuestros animales domésticos; pero es más fácilmatarlo que domarlo, y las pocas gamuzas que quedan están reservadaspara dar gusto al cazador. Probable es que desaparezca pronto la raza, yal fin y al cabo más vale morir libremente que vivir en la esclavitud.

Más arriba aún que la gamuza, en vericuetos y peñas rodeadas de nievepor todas partes, han escogido albergue otros animales. Uno de estos esuna especie de liebre que sabe cambiar de librea todas las estaciones,de manera que su piel se confunde con el suelo que la rodea, y así seescapa á la perspicaz vista del águila. En invierno, cuando todo estácubierto de nieve, su piel es tan blanca como los copos: en primavera,cuando matas y guijarros aparecen á trechos entre la capa de nieve, elpelaje del animal se matiza con manchas grises: en verano, es del colorde las piedras y del césped abrasado, y después, en otro brusco cambiode estación, cambia también bruscamente de pelo.

Aún mejor protegida, la marmota pasa el invierno en la profundamadriguera, en donde la temperatura es igual siempre, á pesar de lasespesas capas de nieve que cubren el suelo, y durante meses enterossuspende el curso de su vida hasta que el perfume de las flores y losrayos primaverales la despiertan de su sueño letárgico.

Finalmente, uno de esos roedorcillos activos y despiertos siempre que seencuentran en todas partes, se ha decidido llegar á la cumbre de lamontaña, abriendo túneles y galerías por debajo de la nieve: es elcampañol. Cubierto con tan helada capa, busca por el suelo su escasoalimento, y lo encuentra, lo cual es maravilloso.

Tal es la fecundidad de la tierra, que produce para la incesante batallade la vida poblaciones de devoradores y de víctimas que combaten en laobscuridad á más de mil metros sobre el límite de las nieves perpetuas.Esa terrible lucha por la existencia, cuyo odioso espectáculo me habíaechado de las llanuras, se encuentra también arriba, en las capas detierra helada.

Muchas veces se cierne el ave de rapiña en regiones aun más altas, peroes para viajar de una á otra pendiente de la montaña ó para vigilar laextensión en lontananza y descubrir una presa. Mariposas y libélulas,arrebatadas por la alegría de revolotear al sol, se elevan á veces hastala zona más alta de la montaña, y sin prever el frío de la noche siguensubiendo hacia la luz; con mucha frecuencia vénse arrastrados los pobresanimalillos, así como moscas y otros insectos, hacia las cumbressuperiores por vientos de tormenta, y sus despojos alfombran, mezcladoscon el polvo, la superficie de la nieve. Pero además de esos forasterosque voluntariamente ó por fuerza visitan las regiones del silencio y dela muerte, existen indígenas que se encuentran allí realmente en sucasa, sin que les parezca demasiado frío el aire ó demasiado helado elsuelo. Extiéndese á su alrededor la callada inmensidad de las nieves,paro hay puntas de rocas que, de trecho en trecho, son para ellos losoasis en medio del desierto, y sin duda allí, en medio de los líquenes,encuentran el alimento necesario á su subsistencia. De todos modos,milagroso es que lo hallen, y los naturalistas se asombran alcomprobarlo.

Arañas, insectos ó aradores de las nieves, todos estos animalejos debende conocer el hambre, y quizás los diversos fenómenos de su vida severifiquen con extraordinaria lentitud. En ese imperio de la escarcha,las crisálidas deben permanecer mucho tiempo entumecidas en su sueño deaparente muerte.

No sólo se revela la vida junto á la nieve, sino que hasta la propianieve vive en ciertos sitios, tal es en ella el pulular de animalillos.Se divisan desde lejos, en la extensión blanca, grandes manchas rojas óamarillas.

Los montañeses dicen que es nieve podrida. Los sabios,armados con el microscopio, dicen que son billones y billones de seresque se agitan, viven, se quieren, se reproducen y acaban por comerseunos á otros.

CAPÍTULO XVI

#El escalonamiento de los climas#

Los naturalistas que recorren la montaña estudiando los seres vivientesque la habitan, plantas ó animales, no se limitan á estudiar lasespecies en su forma y en sus costumbres actuales: quieren conocertambién la extensión de su dominio, la distribución general de susrepresentantes en las pendientes y la historia de su raza. Consideran álos innumerables seres de una misma especie, hierbas, insectos ómamíferos, como á un individuo inmenso, cuyas moradas todas en lasuperficie de la tierra y cuya duración en la serie de las edades debenser conocidas.

Escalando una vertiente de la montaña, el viajero observa al principiocuán poco numerosas son las plantas que le acompañan hasta la cumbre.Las que ha visto en la falda y en las primeras quebraduras, no lasvuelve á ver en las más elevadas pendientes; y si algunas quedan,desaparecen junto á las nieves para que las sustituyan otras especies.Es un cambio continuo en el aspecto de la flora, conforme su aproximauno á las altas cumbres. Hasta cuando la planta de las colinasinferiores continúa apareciendo al lado del sendero contiguo á la nieve,parece que cambia poco á poco. Abajo ya se marchitaron sus flores,cuando en las alturas apenas están en capullo: allí ha pasado ya por elverano: aquí todavía está en la primavera.

Claro es que no puede medirse exactamente la altura en que tal plantadeja de crecer y tal otra empieza á mostrarse. Mil condiciones deterreno y de clima contribuyen continuamente á mover, ensanchar yestrechar los límites que separan el dominio natural de las diferentesespecies. Cuando cambia el terreno, cuando sucede la roca á la tierravegetal ó la arcilla á la arena, numerosas plantas suceden también áotras. Igual contraste se presenta cuando el agua empapa la tierra ócuando falta en el suelo sediento, cuando el viento sopla libremente entodo su furor ó cuando encuentra algo que sirva de obstáculo á suviolencia. A la salida de los callejones en que se abisman lastempestades, hay pendientes tan barridas por su áspero aliento, queárboles y arbustos se detienen ante él, como se pararían ante unamuralla de hielo. En otras partes varía la vegetación según lo escarpadode las fragosidades. En los acantilados verticales no hay más quemusgos: únicamente las malezas pueden agarrarse á las inclinadas paredesde los precipicios. Si la pendiente es menos rápida, pero auninaccesible para el hombre, se arrastran los árboles entre las rocas yse agarran á las hendiduras con sus raíces; en las planicies seenderezan, en cambio, los tallos y se extiende el follaje. Varía laesencia de los árboles generalmente tanto como su altura. Donde ladiferencia de las pendientes fué originada por la de las hiladasroquizas que los agentes atmosféricos han atacado con desigualdad,ofrece la montaña una sucesión de escalones paralelos de vegetación delefecto más extraño. Piedras y plantas cambian á la vez en regularesalternativas.

De todos los contrastes de vegetación, el más importante en su conjuntoes el que produce la diferencia de exposición á los rayos solares. Alpenetrar en un valle regular, dominado por uniformes vertientes, una alNorte y otra al Mediodía, puede verse cuánto modifica la vegetación enambas pendientes la diferencia de luz y de calor; á veces es absoluto elcontraste y presenta dos regiones terrestres que parecen hallarse ácentenares de leguas una de otra. A un lado están los árboles frutales,los cultivos, las praderas opulentas: enfrente no hay campos nijardines: no se ven más que bosques y pastos. Hasta las selvas quecrecen una frente á otra en las dos vertientes, encierran especiesdiversas. Allá arriba, bajo la pálida claridad que refleja el cielo delNorte, hay abetos de ramas obscuras: á la claridad vivificadora delmediodía, viven tan á gusto como en una espaldera los alerces dedelicado verdor. Como las plantas que buscan para florecer los rayos delsol, el hombre ha elegido para morada suya las pendientes que miran alMediodía. Por aquel lado las casas están contiguas al camino en líneacasi continua, y las queseras se esparcen como rocas grises en los altospastos. Sobre la vertiente fría que está enfrente sólo se ve alg