La Montaña by Élisée Reclus - HTML preview

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La Montaña

LA MONTAÑA

ELÍSEO RECLUS

Traducción de A. López Rodrigo

LA MONTAÑA

CAPÍTULO PRIMERO

#El asilo#

Encontrábame triste, abatido, cansado de la vida: el destino me habíatratado con dureza, arrebatándome seres queridos, frustrando misproyectos, aniquilando mis esperanzas: hombres á quienes llamaba yoamigos, se habían vuelto contra mi, al verme luchar con la desgracia:toda la humanidad, con el combate de sus intereses y sus pasionesdesencadenadas, me causaba horror. Quería escaparme á toda costa, yapara morir, ya para recobrar mis fuerzas y la tranquilidad de miespíritu en la soledad.

Sin saber fijamente á dónde dirigía mis pasos, salí de la ruidosa ciudady caminé hacia las altas montañas, cuyo dentado perfil vislumbraba enlos límites del horizonte.

Andaba de frente, siguiendo los atajos y deteniéndome al anochecer enapartadas hospederías.

Estremecíame el sonido de una voz humana ó deunos pasos: pero, cuando seguía solitario mi camino, oía con placermelancólico el canto de los pájaros, el murmullo de los ríos y los milrumores que surgen de los grandes bosques.

Al fin, recorriendo siempre al azar caminos y senderos, llegué á laentrada del primer desfiladero de la montaña. El ancho llano rayado porlos surcos se detenía bruscamente al pie de las rocas y de laspendientes sombreadas por castaños. Las elevadas cumbres azulescolumbradas en lontananza habían desaparecido tras las cimas menosaltas, pero más próximas. El río, que más abajo se extendía en vastasábana rizándose sobre las guijas, corría á un lado, rápido é inclinadoentre rocas lisas y revestidas de musgo negruzco. Sobre cada orilla, unribazo, primer contrafuerte del monte, erguía sus escarpaduras ysostenía sobre su cabeza las ruinas de una gran torre, que fué en otrostiempos guarda del valle. Sentíame encerrado entre ambos muros; habíadejado la región de las grandes ciudades, del humo y del ruido; quedabandetrás de mi enemigos y amigos falsos.

Por vez primera después de mucho tiempo, experimenté un movimiento deverdadera alegría. Mi paso se hizo más rápido, mi mirada adquirió mayorseguridad. Me detuve para respirar con mayor voluptuosidad el aire puroque bajaba de la montaña.

En aquel país ya no había carreteras cubiertas de guijarros, de polvo óde lodo; ya había dejado la llanura baja, ya estaba en la montaña, queera libre aún. Una vereda trazada por los pasos de cabras y pastores, sesepara del sendero más ancho que sigue el fondo del valle, y subeoblicuamente por el costado de las alturas. Tal es el camino queemprendo para estar bien seguro de encontrarme solo al fin. Elevándome ácada paso, veo disminuir el tamaño de los hombres que pasan por elsendero del fondo. Aldeas y pueblos están medio ocultos por su propiohumo, niebla de un gris azulado que se arrastra lentamente por lasalturas, y se desgarra por el camino en los linderos del bosque.

Hacia el anochecer, después de haber dado la vuelta á escarpadospeñascos, dejando tras de mí numerosos barrancos, salvando, á saltos depiedra en piedra, bastantes ruidosos arroyuelos, llegué á la base de unpromontorio que dominaba á lo lejos rocas, selvas y pastos. En su cimaaparecía ahumada cabaña, y á su alrededor pacían las ovejas en laspendientes. Semejante á una cinta extendida por el aterciopelado césped,el amarillento sendero subía hacia la cabaña y parecía detenerse allí.Más lejos no se vislumbraban más que grandes barrancos pedregosos,desmoronamientos, cascadas, nieves y ventisqueros. Aquella era la últimahabitación del hombre; la choza que, durante muchos meses, me había deservir de asilo.

Un perro primero, y después un pastor me acogieron amistosamente.

Libre en adelante, dejé que mi vida se renovara á gusto de lanaturaleza. Ya andaba errante entre un caos de piedras derrumbadas deuna cuesta peñascosa, ya recorría al azar un bosque de abetos; otrasveces subía á las crestas superiores para sentarme en una cima quedominaba el espacio; y también me hundía con frecuencia en un profundo yobscuro barranco, donde me podía creer sumergido en los abismos de latierra. Poco á poco, bajo la influencia del tiempo y la naturaleza, losfantasmas lúgubres que se agitaban en mi memoria fueron soltando supresa. Ya no me paseaba con el único fin de huir de mis recuerdos, sinotambién para dejar que penetraran en mi las impresiones del medio y paragozar de ellas, como sin darme cuenta de tal cosa.

Si había sentido un movimiento de alegría á mis primeros pasos en lamontaña, fué por haber entrado en la soledad y porque rocas, bosques,todo un nuevo mundo se elevaba entre lo pasado y yo, pero comprendí undía que una nueva pasión se había deslizado en mi alma. Amaba á lamontaña por si misma, gustaba de su cabeza tranquila y soberbia,iluminada por el sol cuando ya estábamos entre sombras; gustaba de susfuertes hombros cargados de hielos de azulados reflejos; de sus laderas,en que los pastos alternan con las selvas y los derrumbaderos; de suspoderosas raíces, extendidas á lo lejos como la de un inmenso árbol, yseparadas por valles con sus riachuelos, sus cascadas, sus lagos y suspraderas; gustaba de toda la montaña, hasta del musga amarillo ó verdeque crece en la roca, hasta de la piedra que brilla en medio del césped.

Asimismo, mi compañero el pastor, que casi me había desagradado, comorepresentante de aquella humanidad, de la cual huía yo, había llegadogradualmente á serme necesario; inspirábame ya confianza y amistad; nome limitaba á darle las gracias por el alimento que me traía y por suscuidados; estudiaba y procuraba aprender cuanto pudiera enseñarme. Bienleve era la carga de su instrucción, pero cuando se apoderó de mi elamor á la naturaleza, él me hizo conocer la montaña donde pacían susrebaños, y en cuya base había nacido. Me dijo el nombre de las plantas,me enseñó las rocas donde se encontraban cristales y piedras raras, meacompañó á las cornisas vertiginosas de los abismos para indicarme elmejor camino en los pasos difíciles. Desde lo alto de las cimas memostraba los valles, me trazaba el curso de los torrentes, y después, deregreso en nuestra cabaña ahumada, me contaba la historia del país y lasleyendas locales.

En cambio, yo le explicaba también cosas que no comprendía y que nisiquiera había deseado comprender nunca; pero su inteligencia se abríapoco á poco, y se hacía ávida. Me daba gusto repetirle lo poco quesabía yo, viendo brillar sus miradas y sonreir su boca. Despertábase lafisonomía en aquel rostro antes cerrado y tosco; hasta entonces habíasido un ser indiferente, y se convirtió en hombre que reflexionabaacerca de sí mismo y de los objetos que le rodeaban.

Y al propio tiempo que instruía á mi compañero, me instruía yo, porque,procurando explicar al pastor los fenómenos de la naturaleza, loscomprendía yo mejor, y era mi propio alumno.

Solicitado así por el doble interés que me inspiraban el amor á lanaturaleza y la simpatía por mi semejante, intenté conocer la vidapresente y la historia pasada de la montaña en que vivíamos, comoparásitos en la epidermis de un elefante. Estudié la masa enorme en lasrocas con que está construida, en las fragosidades del terreno que,según los puntos de vista, las horas y las estaciones, le dan tan granvariedad de aspecto, ora graciosos, ora terribles; la estudié en susnieves, en sus hielos y en los meteoros que la combaten, en las plantasy en los animales que habitan en su superficie. Procuré comprendertambién lo que había sido la montaña en la poesía y en la historia delas naciones, el papel que había representado en los movimientos de lospueblos y en los progresos de la humanidad entera. Lo que aprendí lodebo á la colaboración del pastor, y también, para decirlo todo, á ladel insecto que se arrastra, á la de la mariposa y á la del pájarocantor.

Si no hubiera pasado largas horas echado en la yerba, mirando óescuchando á tales seres, hermanillos míos, quizá no habría comprendidotan bien cuánta es la vida de esta gran tierra que lleva en su seno átodos los infinitamente pequeños y los transporta con nosotros por elespacio insondable.

CAPÍTULO II

#Las cumbres y los valles#

Vista desde la llanura, la montaña es de forma muy sencilla; es un conodentado que se alza entre otros relieves de altura desigual, sobre unmuro azul, á rayas blancas y sonrosadas y limita una parte delhorizonte.

Parecíame ver desde lejos una sierra monstruosa, con dientescaprichosamente recortados; uno de esos dientes es la montaña á donde heido á parar.

Y el cono que distinguía desde los campos inferiores, simple grano dearena sobre otro grano llamado tierra, me parece ahora un mundo. Ya veodesde la cabaña á algunos centenares de metros sobre mi cabeza unacresta de rocas que parece ser la cima; pero si llego á trepar á ellaveré alzarse otra cumbre por encima de las nieves. Si subo á otraescarpadura, parecerá que la montaña cambia de forma ante mis ojos. Decada punta, de cada barranco, de cada vertiente el paisaje aparece condistinto relieve, con otro perfil. El monte es un grupo de montañas porsi solo, como en medio del mar está compuesta cada ola de innumerablesondillas.

Para apreciar en conjunto la arquitectura de la montaña, hayque estudiarla y recorrerla en todos sentidos, subir á todos lospeñascos, penetrar en todos los alfoces. Es un infinito, como lo sontodas las cosas para quien quiere conocerlas por completo.

La cima en que yo gustaba más de sentarme no era la altura soberanadonde puede uno instalarse como un rey sobre el trono para contemplar ásus pies los reinos extendidos. Me sentía más á gusto en la cimasecundaria, desde la cual mi vista podía á un tiempo extenderse sobrependientes más bajas y subir luego, de arista en arista, hacia lasparedes superiores y hacia la punta bañada en el cielo azul.

Allí, sin tener que reprimir el movimiento de orgullo que á mi pesarhubiera sentido en el punto culminante de la montaña, saboreaba elplacer de satisfacer completamente mis miradas, contemplando cuantasbellezas me ofrecían nieves, rocas, pastos y bosques. Hallábame á mitadde altura entre las dos zonas de la tierra y del cielo, y me sentíalibre sin estar aislado. En ninguna parte penetró en mi corazón másdulce sensación de paz.

Pero también es inmensa alegría la de alcanzar una alta cumbre quedomine un horizonte de picos, de valles y de llanuras. ¡Con quévoluptuosidad, con qué arrebato de los sentidos se contempla en suconjunto el edificio cuyo remate se ocupa! Abajo, en las pendientesinferiores, no se veía más que una parte de la montaña, á lo más unasola vertiente; pero desde la cumbre se ven todas las faldas huyendo, deresalte en resalte y en contrafuerte en contrafuerte, hasta las colinasy promontorios de la base. Se mira de igual á igual á los montesvecinos; como ellos, tiene uno la cabeza al aire puro y á la luz;yérguese uno en pleno cielo, como el águila sostenida en su vuelo sobreel pesado planeta. A los pies, bastante más abajo de la cima, ve uno loque la muchedumbre inferior llama el cielo: las nubes que viajanlentamente por la ladera de los montes, se desgarran en los ángulossalientes de las rocas y en las entradas de las selvas, dejan á un ladoy á otro jirones de niebla en los barrancos, y después, volando porencima de las llanuras, proyectan en ellas sus sombras enormes, deformas variables.

Desde lo alto del soberbio observatorio, no vemos andar los ríos comolas nubes de donde han salido, pero se nos revela su movimiento por elbrillo chispeante del agua que se muestra de distancia en distancia, yaal salir de ventisqueros quebrados, ya en las lagunas y en las cascadasdel valle ó en las revueltas tranquilas de las campiñas inferiores.Viendo los círculos, los precipicios, los valles, los desfiladeros,asistimos, como convertidos de pronto en inmortales, al gran trabajogeológico de las aguas que abrieron sus cauces en todas direcciones entorno de la masa primitiva de la montaña. Se les ve, digámoslo así,esculpir incesantemente esa masa enorme para arrancarle despojos con quenivelan la llanura ó ciegan una bahía del mar. También veo esa bahíadesde la cima á donde he trepado; allí se extiende el gran abismo azuldel Océano, del cual salió la montaña, y al cual volverá tarde ótemprano.

Invisible está el hombre, pero se le adivina. Como nidos ocultos ámedias entre el ramaje, columbra cabañas, aldeas, pueblecillosesparcidos por los valles y en la pendiente de los montes que verdean.Allá abajo, entre humo, en una capa de aire viciada por innumerablesrespiraciones, algo blanquecino indica una gran ciudad. Casas, palacios,altas torres, cúpulas se funden en el mismo color enmohecido y sucio,que contrasta con las tintas más claras de las campiñas vecinas.Pensamos entonces con tristeza en cuantas cosas malas y pérfidas sehallan en esos hormigueros, en todos los vicios que fermentan bajo esapústula casi invisible. Pero, visto desde la cumbre, el inmenso panoramade los campos, lo hermoso, en su conjunto con las ciudades, los pueblosy las casas aisladas que surgen de cuando en cuando en aquella extensióná la luz que las baña, fúndense las manchas con cuanto las rodea en untodo armonioso, el aire extiende sobre toda la llanura su manto azulpálido.

Gran diferencia hay entre la verdadera forma de nuestra montaña, tanpintoresca y rica en variados aspectos, y la que yo le daba en miinfancia, al ver los mapas que me hacían estudiar en la escuela.Parecíame entonces una masa aislada, de perfecta regularidad, de igualespendientes en todo el contorno, de cumbre suavemente redondeada, de baseque se perdía insensiblemente en las campiñas de la llanura. No haytales montañas en la tierra. Hasta los volcanes que surgen aislados,lejos de toda cordillera y que crecen poco á poco, derramandolateralmente sobre sus taludes lavas y cenizas, carecen de esaregularidad geométrica. La impulsión de las materias interiores severifica ya en la chimenea central, ya en alguna de las grietas de lasladeras; volcanes secundarios nacen por uno y otro lado en lasvertientes del principal, haciendo brotar jorobas en su superficie. Elmismo viento trabaja para darle forma irregular, haciendo que caigandonde á él le place las cenizas arrojadas durante las erupciones.

Pero ¿podría compararse nuestra montaña, anciano testigo de otrasedades, á un volcán, monte que apenas nació ayer y que aún no ha sufridolos ataques del tiempo? Desde el día en que el punto de la tierra en quenos encontramos adquirió su primera rugosidad, destinada á transformarsegradualmente en montaña, la naturaleza (que en el movimiento y latransformación incesantes) ha trabajado sin descanso para modificar elaspecto de la protuberancia; aquí ha elevado la masa; allí la hadeprimido; la ha erizado con puntas, la ha sembrado de cúpulas ycimborrios; ha doblado, ha arrugado, ha surcado, ha labrado, haesculpido hasta lo infinito aquella superficie movible, y aun ahora,ante nuestros ojos, continúa el trabajo.

Al espíritu que contempla á la montaña á través de la duración de lasedades, se le aparece tan flotante, tan incierta como la ola del marlevantada por la borrasca: es una onda, un vapor: cuando hayadesaparecido, no será más que un sueño.

De todos modos, en esa decoración variable ó transformada siempre,producida por la acción contínua de las fuerzas naturales, no cesa deofrecer la montaña una especie de ritmo soberbio á quien la recorre paraconocer su estructura. De la parte culminante una ancha meseta, una masaredondeada, una pared vertical, una arista ó pirámide aislada, ó un hazde agujas diversas, el conjunto del monte presenta un aspecto generalque se armoniza con el de la cumbre. Desde el centro de la masa hasta labase de la montaña se suceden, á cada lado, otras cimas ó grupos decimas secundarias. A veces también, al pie de la última estribaciónrodeada por los aluviones de la llanura ó las aguas del mar, aún se veuna miniatura de monte brotar, como colina del medio del campo, ó comoescollo desde el fondo de las aguas. El perfil de todos esos relievesque se suceden bajando poco á poco ó bruscamente, presenta una serie degraciosísimas curvas.

Esa línea sinuosa que reune las cimas, desde lamás alta cumbre á la llanura, es la verdadera pendiente: es el caminoque escogería un gigante calzado con botas mágicas. La montaña que mealbergó tanto tiempo es hermosa y serena entre todas por la tranquilaregularidad de sus rasgos. Desde los pastos más altos se vislumbra lacumbre elevada, erguida como una pirámide de gradas desiguales: placasde nieve que llenan sus anfractuosidades, le dan un matiz sombrío y casinegro por el contraste de su blancura, pero el verdor de los céspedesque cubren á lo lejos todas las cimas secundarias aparece más suave almirar, y los ojos, bajando de la masa enorme de formidable aspecto,reposan voluptuosamente en las muelles ondulaciones que ofrecen lasdehesas. Tan agraciado es su contorno, tan aterciopelado su aspecto, quepensamos involuntariamente en lo agradable que sería acariciarlas á lamano de un gigante. Más abajo, rápidas pendientes, rebordes de rocas yestribaciones cubiertas de bosques ocultan en gran parte las laderas dela montaña; pero el conjunto parece tanto más alto y sublime cuanto quela mirada abarca solamente una parte, como una estatua cuyo pedestalestuviera oculto; resplandece en mitad del cielo, en la región de lasnubes, entre la luz pura.

A la belleza de las cimas y rebordes de todas clases, corresponde la delos huecos, arrugas, valles ó desfiladeros. Entre la cumbre de nuestramontaña y la punta más cercana, la cuesta baja mucho y deja un pasobastante cómodo entre las opuestas vertientes. En esta depresión de laarista empieza el primer surco del valle serpentino abierto entre ambosmontes. A este surco siguen otros, y otros más, que rayan la superficiede las rocas y se unen en quebradas, las cuales convergen á un círculo,desde donde, por una serie escalonada de desfiladeros y de hoyas, correnlas nieves y bajan las aguas del valle.

Allí, en un suelo pendiente apenas, ya aparecen los prados, los gruposde árboles domésticos, los caseríos.

Por todas partes se inclinan lascañadas, ya de gracioso, ya de severo aspecto, hacia el valle principal.Desaparece éste más allá de un codo lejano, pero si se ha dejado de versu fondo se adivina, á lo menos, su forma general, así como suscontornos, por las lineas más ó menos paralelas que dibujan los perfilesde las estribaciones. En su conjunto, puede compararse el valle con susinnumerables ramificaciones que penetran por todas partes en el espesorde la montaña, á los árboles, cuyos millares de ramas se dividen ysubdividen en delicadas fibrillas. La forma del valle y de su red decañadas es la mejor base para darse cuenta del verdadero relieve de lasmontañas que separa.

Desde las cumbres en que la vista se cierne más libremente por elespacio, también se ven numerosas cimas que se comparan unas con otras,y que se hacen comprender mutuamente. Por encima del contorno sinuoso delas alturas que se elevan al otro lado del valle, se vislumbra enlontananza otro perfil de montaña, azulada ya; después, más allá aún,tercera y hasta cuarta serie de montes cerúleos. Esas filas de montes,que van á unirse á la gran cresta de las cumbres principales, sonvagamente paralelas no obstante ser dentadas, y ora se aproximan, ora sealejan aparentemente, según el juego de las nubes y el andar del sol.

Dos veces al día se desarrolla incesantemente el inmenso cuadro de lasmontañas, cuando los rayos oblicuos de las auroras y los ocasos dejan enla sombra los planos sucesivos vueltos hacia la obscuridad y bañan enclaridad los que miran hacia la luz. Desde las más lejanas cimasoccidentales á las que apenas se columbran en occidente, hay una escalaarmoniosa de todos los colores y matices que puedan nacer al brillar delsol en la transparencia del aire. Entre esas montañas hay algunas quepudieran borrarse con un soplo, tan leves son sus torsos, tandelicadamente están dibujados sus trazos en el fondo del cielo.

Elévese ligero vapor, fórmese una bruma imperceptible en el horizonte,déjese venir el sol, inclinándose, por la sombra, y esas hermosasmontañas, esos ventisqueros, esas pirámides, se desvanecerángradualmente, ó en un abrir y cerrar de ojos. Las contemplábamos en todosu esplendor, y cátate que han desaparecido del cielo; no son más queun sueño, una incierta memoria.

CAPÍTULO III

#La roca y el cristal#

La roca dura de las montañas, lo mismo que la que se extiende por debajode las llanuras, está, recubierta casi completamente por una capa cuyaprofundidad varía, de tierra vegetal y de diferentes plantas. Aquí sonbosque; allá malezas, brezos, mirtos ó juncos; acullá, y en mayorextensión, el césped corto de los pastos. Hasta donde la roca parecedesnuda y brota en agujas ó se yergue en paredes, cubren la piedralíquenes amarillos, rojos ó blancos, que dan á veces la misma aparienciaá rocas de muy distinto origen. Únicamente en las regiones frías de lacumbre al pie de los ventisqueros, al borde de las nieves, se muestra lapiedra bajo cubierta vegetal que la disfraza. Granitos, piedra caliza yasperón parecen al viajero distraído de una misma y única formación.

Sin embargo, grande es la diversidad de las rocas; el minerálogo querecorre las montañas martillo en mano, puede recoger centenares ymillares de piedras diferentes por el aspecto y la estructura íntima.Unas son de grano igual en toda su masa; otras están compuestas departes diversas y contrastan por la forma, el color y el brillo; las haycon manchas, con rayas y con pintas; las hay translúcidas, transparentesy opacas. Unas están erizadas de cristalizaciones regulares; otrasadornadas con arborizaciones semejantes á grupos de tamarindos ú hojasde helecho. Todos los metales se encuentran en las piedras, ya en estadopuro, ya mezclados unos con otros. Ora aparecen en cristales ó ennódulos, ora con simples irisaciones fugitivas, semejante á los reflejosbrillantes de la pompa de jabón. Hay además los innumerables fósiles,animales ó vegetales que contiene la roca, y cuya impresión conserva.Hay tantos testigos diferentes de los seres que han vivido durante laincalculable serie de los siglos pasados, como fragmentos esparcidosexisten.

Sin ser minerálogo ni geólogo de profesión, el viajero que sabe mirar,ve perfectamente cuál es la maravillosa diversidad de las rocas queconstituyen la masa montañosa. Tal es el contraste entre las partesdiversas que constituyen el gran edificio, que se puede conocer desdelejos á qué formación pertenecen. Desde una cima aislada que dominaextenso espacio, se distingue fácilmente la arista ó la cúpula degranito, la pirámide de pizarra, ó la pared de roca calcárea.

La roca granítica se revela mejor en las cercanías inmediatas del picoprincipal dé la montaña. Allí, una cresta de rocas negras, separadoscampos de nieve que ostentan á ambos lados su deslumbrante blancura,parecen una diadema de azabache en su velo de muselina. Por aquellacresta es más fácil llegar al punto culminante de la montaña, porque asíse evitan las grietas ocultas bajo la lisa superficie de la nieve; allípuede sentarse con seguridad el pie en el suelo, mientras á pulso seencarama uno de escalón en escalón en las partes escarpadas. Por allíverificaba yo casi siempre mi ascensión, cuando, alejándome del rebaño yde mi compañero el pastor, iba á pasar algunas horas en el elevado pico.

Vista "de lejos", á través de los azulados vapores, de la atmósfera, laarista de granito parece uniforme; los montañeses, que empleancomparaciones prácticas y casi groseras, le llaman el peine; aseméjase,en efecto, á una hilera de agudas púas colocadas con regularidad. Peroen medio de las mismas rocas se encuentra una especie de caos; agujas,piedras movedizas, montañas de peñascos, sillares superpuestos, torresdominadoras, muros apoyados unos en otros y que dejan entre ellosestrechos pasos, tal es la arista que forma el ángulo de la montaña.Hasta en aquellas alturas la roca está cubierta casi por todas partes deuna especie de unto, por la vegetación de los líquenes, pero en variossitios han descubierto la piedra el roce del hielo, la humedad de lanieve, la acción de las heladas, de la lluvia, del viento, de los rayossolares; otras rocas, quebradas por el rayo, conservan la imantacióncausada por el fuego del cielo.

En medio de esas ruinas, es fácil observar lo que fué aún recientementeel mismo interior de la roca. Se ven los cristales en todo su brillo: elcuarzo blanco, el feldespato de color de rosa pálido, la mica que fingelentejuelas de plata. En otras partes de la montaña, el granitodescubierto presenta aspecto distinto: en unas rocas, es blanco como elmármol y está sembrado de puntitos negros; en otras, es azulado ysombrío.

Casi en todas partes es de una gran dureza y las piedras quepudieran labrarse con él servirían para construir duraderos monumentos;pero en otras, es tan frágil y están aglomerados los cristales tandébilmente, que pueden aplastarse con los dedos. Un arroyo, nacido alpie de un promontorio, cuyo grano es de poca cohesión, corre por elbarranco sobre un lecho de arena finísima abrillantado por la mica;parece verse brillar el oro y la plata á través de las rizadas aguas.Más de un patán llegado de la llanura se ha equivocado y se haprecipitado sobre los tesoros que se lleva descuidadamente el burlónarroyuelo.

La incesante acción de la nieve y del agua nos permite observar otraespecie de roca que constituye en gran parte la masa del edificioinmenso. No lejos de las aristas y cimborrios de granito que son laspartes más elevadas de la montaña, y parecen, digámoslo así, un núcleo,aparece una cima secundaria, cuyo aspecto es de asombrosa regularidad,parece una pirámide de cuatro lados colocada sobre el enorme pedestalque le ofrecen mesetas y pendientes. Está compuesta de rocas pizarrosasque el tiempo pule sin cesar con sus meteoros, viento, rayos del sol,nieves, nieblas y lluvias. Las hojas quebradas de la pizarra se abren,se rompen y bajan resbalando á lo largo de los taludes. A veces basta elpaso ligero de una oveja para mover millares de piedras en la ladera.

Muy distinta de la pizarrosa es la roca caliza que forma algunos de lospromontorios avanzados. Cuando se rompe, no se divide, como la pizarra,en innumerables fragmentillos, sino en grandes masas. Hay fractura queha separado, de la base al remate, toda una peña de trescientos metrosde altura; á ambos lados suben hasta el cielo las verticales paredes;apenas penetra la luz en el fondo del abismo, y el agua que lo llena,descendida de las nevadas alturas, sólo refleja la claridad de arriba enel hervor de sus corrientes y en los saltos de sus cascadas. En ningunaparte, ni aun en montañas diez veces más altas, aparece con mayorgrandiosidad la naturaleza. Desde lejos, la parte calcárea de la montañavuelve á tomar sus proporciones reales, y se la ve dominada por masas derocas mucho más elevadas. Pero siempre asombra por la poderosa bellezade sus cimientos y de sus torres; parece un templo babilónico. Tambiénson muy pintorescas, aunque relativamente de menor importancia lospeñascos de asperón ó de conglomerado compuestos de fragmentos unidosunos á otros. Donde quiera que la inclinación del suelo sea favorable ála acción del agua, ésta disuelve el cemento y abre un canalillo, unaestrecha hendidura que, poco á poco, acaba por partir la roca en dospedazos. Otras corrientes de agua han abierto también en las cercaníasrendijas secundarias tanto más profundas cuanto más abundante sea lamasa líquida arrastrada. La roca recortada de ese modo acaba porparecerse á un dédalo de obeliscos, torres y fortalezas. Hay fragmentosde montañas cuyo aspecto recuerda ahora el de ciudades desiertas, concalles húmedas y sinuosas, murallas almenadas, torres, torrecillasdominadoras, caprichosas estatuas. Aún recuerdo la impresión de asombro,próximo al espanto, que sentí al acercarme á la salida de un alfozinvadido ya por las sombras de la noche. Vislumbraba á lo lejos la negrahendidura, pero, al lado de la entrada, en el extremo del monte, advertítambién extrañas formas que se me antojaron gigantes formados. Eranaltas columnas de arcilla, coronadas por grandes piedras redondas quedesde lejos parecían cabezas. Las lluvias habían disuelto y arrastradolentamente el terreno en los alrededores, pero las pesadas piedrashabían sido respeta das, y con su peso daban consistencia á losgigantescos pilares de arcilla que las sostenían.

Cada promontorio, cada roca de la montaña tiene, pues, su aspectopeculiar, según la materia que la forma y la fuerza con que resiste álos elementos de degradación. Nace así infinita variedad de formas queacrecienta aún el contraste ofrecido en el exterior de la roca por lanieve, el césped, el bosque y el cultivo. A lo pintoresco de la línea ylos planos se añaden los continuos cambios de decoración de lasuperficie. Y sin embargo, poco numerosos son los elementos queconstituyen la montaña y por su mezcla le dan tan prodigiosa variedad depresentación.

Los químicos que analizan las rocas en sus laboratorios nos enseñan lacomposición de los diversos cristales. Nos dicen que el cuarzo essílice, es decir, silicio oxidado, metal que, puro, se asemejarla á laplata, y que por su mezcla con el oxígeno del aire, se ha convertido enroca blancuzca. Nos dicen también que el feldespato, mica, angrita,horublenda y otros cristales que se encuentran en gran variedad en lasrocas de la montaña, son compuestos en que se encuentran, con elsilicio, otros metales, como el aluminio y el potasio, unidos endiversas proporciones y según ciertas leyes de afinidad química, con losgases de la atmósfera. El monte entero, las montañas vecinas y lejanas,las llanuras de su base y la tierra en su conjunto, todo ello es metalen estado impuro; si los elementos mezclados y fundidos de la masa delglobo recobrasen súbitamente su pureza, la tierra se presentaría antelos ojos de los habitantes de Marte ó de Venus que nos dirigieran sustelescopios, bajo la apariencia de una bala de plata rodando por lasnegruras del cielo.

El sabio, que busca los elementos de la piedra, averigua que todas lasrocas macizas, compuestas de cristales ó de pasta cristalina, son comoel granito, metales oxidados; tales son el pórfido, la serpentina y lasrocas ígneas que brotan del suelo en las erupciones volcánicas,traquita, basalto, obridiana, piedra pómez; todo es silicio, aluminio,potasio, sodio y cal