La Montálvez by José María de Pereda - HTML preview

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II

Bien poco trabajo le costó hacerse a la vida y costumbres de colegiala.Parte de esta fortuna se la debía a las condiciones de su carácteracomodadizo y placentero; algo al no muy estimulante recuerdo de superdida libertad, y el reto a la feliz circunstancia de no haberse vistoun solo día verdaderamente aislada en aquel hervidero de chicuelas detodas castas, edades, temperamentos y naciones. La fuerza de laatracción, por imperio de la necesidad, arrastra, en tales casos, lo queflota indeciso y como al azar, hacia su centro apetecido. Por eso, nobien hubo llegado al colegio, cuando ya conocía de vista a todas lasespañolas que había en él; en seguida formó entre las de su edad; luegodio la preferencia a las madrileñas, y acabó por intimar con las que, deéstas, pertenecían a su jerarquía social.

Así conoció a Leticia Espinosa y a Sagrario Miralta, vástagos ambas dela más encumbrada aristocracia española, las cuales habían entrado en elcolegio un año antes que ella. Leticia, contra lo que su nombredeclaraba, era una morena triste, o, mejor dicho, serena y algo fría,como esos días de otoño, de poco sol, de que tanto gustan los espírituscontemplativos y melancólicos. Tenía hermosos ojos y muy correctasfacciones; y sin dejar de ser animosa para todo, faltaba casi siempre ensus actos y en sus dichos el color de la sinceridad, lo cual seatribula, más que a un vicio de su carácter, a que rara vez la animabael calor del entusiasmo.

Sagrario era una rubia inquieta y bulliciosa, ávida de impresiones, deaire, de luz... y de golosinas. Fisgona impenitente, no había castigoque la curase de la pasión de arrimar, ora el ojo, ora el oído, a todaslas rendijas y cerraduras de los aposentos; y, a creerla por su palabra,¡qué cosas veía y escuchaba en aquellos vedados interiores! Su manía,casi criminal, eran las zangolotinas, como llamaba a las mayores,algunas de ellas vestidas ya de largo y con un pie en el estribo paratomar la vuelta a sus hogares. A éstas las perseguía con una tenacidad yun instinto de perro de caza. Espiaba sus actos, escuchaba sus dichos,asaltaba sus dormitorios, revolvía sus equipajes, les abría los cajones,se enteraba de sus cartas y les robaba las novelas que despuésdevoraban las otras..., porque tenían novelas y algunas profanidadesmás, que eran contrabando allí; y, no conformándose

con

esto

sólo,relataba

historias

desvergonzadas ¡y hacía unos comentarios! A mi ver,todo era una mala pasión de despecho, porque se recataban de ella y delas de su grupo en sus entretenimientos y conversaciones.

Lo que sigue es, palabra por palabra, de la mano que escribió los Apuntes:

«Si entrara en los reducidos términos de mi paciencia el propósito dedescribir mi vida de colegiala con todos sus pelos y señales, largasería aquí la lista de los lances curiosos en que intervine yo, por lasintemperancias incorregibles de Sagrario y por la entereza glacial deLeticia; pero no van por ahí las corrientes que me empujan en esteinstante; y si menciono los nombres y principales rasgos de carácter deestas dos compañeras, omitiendo los de tantas otras, es porque conservéesas dos amistades durante toda mi vida mundana, y no influyeron poco enla calidad de ella, lo mismo bajo el cascarón de crisálida en elcolegio, que cuando volé a mis anchas por el mundo con las alas demariposa.

»También habría mucho que hablar sobre el tema de la educación de lasjóvenes de mi pelaje, si por educarlas bien se entiende, como deberíaentenderse, la manera de hacer de ellas buenas hijas y mejores madres.Desde luego afirmo que estos hermosos fines no han de lograrse enciertos colegios ni en parte alguna donde la distinguida y malacostumbrada educanda viva «a uso de tropa». De este modo se aprendetodo, si se aprende algo, como el soldado la táctica y las leyespenales: maquinalmente y a la fuerza; y no se toma amor, sino miedo yrepugnancia, a las tareas y al cuartel mismo, con sus largos ydesnudos pasadizos, sus enfilados dormitorios, sus lechos de contrata,sus vigilantes antipáticos y su refectorio mal oliente. Llega a serinsoportable el patio de altos muros, con los juegos de siempre y loscánticos de todos los días, y el pasear en hileras, y el comer encomunidad, y el recogerse y el levantarse a unas mismas horas y con elmismo forzado silencio. Fatiga el ánimo la contemplación incesante deunos mismos colores, de unas mismas caras, de unos mismos cuerpos, deunos mismos uniformes, y, sobre todo, de aquel blasón de la casa, deaquella cifra sempiterna reproducida en los muros, en los libros, en lasropas y en los platos. Abruma el peso de la monotonía según van pasandolos meses y los años en esta vida reglamentada, y el demonio de laindisciplina y de la rebelión llega a poseer a las colegialas de pies acabeza. Entonces se piensa con fruición hasta en las peripecias, en loshorrores de un incendio repentino de la casa; en la enfermedad delprofesor de Geografía, o en la prisión de la directora por mandato delGobierno...; en fin, en todo lo que pueda ser causa de que se altere ydescomponga, de cualquier modo, la máquina de aquel reló de piezashumanas.

»Por eso la colegiala más querida de sus compañeras es la más indócil yrevoltosa y holgazana, la que más depresivos motes pone a las madres,y más perturbaciones acarrea en el gobierno interior de la casa.

»A mí me enseñaron muchas cosas en libros, con la aguja, de palabra,por escrito y hasta por señas y a toque de violín; pero sobre todas lasenseñanzas obligatorias en aquel colegio, prevalecieron las del malejemplo de mis compañeras, más avispadas que yo, o más cargadas demalicias y de años. Nunca me faltaron libros profanos, ni noticiasestimulantes de los placeres del mundo; y con este acopio y el que hicepor mí misma durante la relativa libertad que se me concedía cuando fui de las mayores, viendo las cosas mundanas de tarde en tarde y adeshora y con el rabillo del ojo, y contando diez y siete años muycumplidos, se dio por terminada mi educación en aquel afamado colegiofrancés.

»Del cual salí diez meses después que mis inseparables amigas Leticia ySagrario, muy ducha en bailar, en hacer reverencias, en modular la voz,en manejar el abanico y la cola del vestido de baile, en esgrimir losojos y la sonrisa, según los casos, los sexos y las edades, y en elceremonial decorativo y escénico de las prácticas religiosas; tal cualen lengua francesa, materialmente al rape en obras de costura yprincipios de economía doméstica, y casi, casi, en el idioma nativo; ysobre todo esto, y por razón de los contrabandos del colegio y de lasincompletas ideas adquiridas

en

conciliábulos

clandestinos,

y

la

propiaobservación hecha a medias con trabas y sobresaltos, y quizás tambiénpor obra de mi temperamento o de mi carácter, franco y expansivo, unansia, que rayaba en voracidad, de ver el mundo por dentro, de conocerlea fondo, de saborearle a mis anchas, sin los velos y cortapisas que alas puertas de él me habían, hasta entonces, despertado los apetitos.

»Esto es todo lo que llevaba aprendido al volver a mi casa, cinco añosdespués de haber salido de ella, sin contar la persuasión íntima de que,mientras no se invente cosa mejor que lo conocido, la educación menospeligrosa y más esmerada de una niña será aquella en que más se dejesentir la intervención amorosa de su madre, si, por su dicha, tienemadre, y madre buena