La Montálvez by José María de Pereda - HTML preview

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XIII

Y mientras besaba el retrato y le mojaba con lágrimas, el pobre chicopensaba..., ¿en qué había de pensar sino en la desdichada semejanza desu conflicto con el conflicto de la novela que había intentado escribirél? ¿Quién le hubiera dicho cuando se perdía en la maraña de aquellaficción; cuando exponía las dificultades a la marquesa (que debieron desaberla a rejalgar), y a la inocente Luz, que le oía embelesada; cuando,¡mil veces necio, y estúpido y mentecato!, apuraba la materia delante deellas, por la pueril vanidad de encarecer el valor de la obra de suingenio, que había de ser él, el propio Ángel Núñez, vivo y efectivo,quien tuviera que resolver el problema, no como novelista, sino comopersona comprometida en un lance verdadero, exactamente igual al lancede su novela?

¡Resolver el conflicto! Pero, después de bien mirado el caso, ¿dóndeestaba el conflicto? El conflicto existe cuando el ánimo no ve salidaclara para la angustia que le acongoja; pero en el caso de él no cabíandudas ni vacilaciones, porque había una puerta franca y expedita, nadamás que una, una sola: la única que podía haber. ¿Cómo no vio el torpenovelista lo que tan palpable debió estar delante de sus ojos? Ella ynada más que ella, con ella y para ella por todos los días de lavida. Eso era el deber, eso el honor y eso la felicidad.

Y Ángel, discurriendo de esta suerte, beso va y lágrima viene sobre elretrato de Luz. Así pasó muy largo rato y desahogó lo más negro y lo másamargo, de sus penas. Eran las primeras que tenía en su vida, y ademásmuy dolorosas y profundas. Hay que hacer justicia al pobre chico.

Cuando se halló más desahogado y tranquilo, guardó el retrato dondesolía y comenzó a pasear a lo largo de su gabinete y a reflexionar comosu padre deseaba, «con la cabeza fría y el corazón sosegado». PorqueÁngel se consideraba ya en aquellos instantes con el juicio y la sangreen su ordinario nivel.

Después de orear un poquito más todavía el meollo por este procedimientode exploraciones generales alrededor del abismo, que ya no le asustabatanto como antes:

—Veamos ahora—se dijo—las cosas a su verdadera luz, y ajustemos lacuenta partida por partida y como deben ajustarse todas las cuentas encasos de mucho apuro, como este. En primer lugar, los informes que lehan dado a mi padre sobre la marquesa, pueden muy bien no ser exactos:no lo son; desde luego lo afirmo; y lo afirmo porque la verdad sedesfigura, y siempre en mal sentido, a medida que va pasando de boca enboca. Eran, pues, ya exagerados los informes cuando mi padre losadquirió. Mi padre me los transmitió a mí bajo una mala impresión yteniendo gran interés en que me causaran el peor efecto posible; luegoes indudable que mi padre exageró mucho y por su propia cuenta lo quehabía recibido muy exagerado ya. Esto es la evidencia misma.

Pero resulta de estos mismos informes que hay un milagro entre losmuchos que le cuelgan a la marquesa, en el cual no caben ni el más ni elmenos, porque, por su propia índole, tiene que verse y que sonar lomismo a todas luces y en todas las bocas: el lío de la semejanza de Luzy del amigo de su madre; es decir, la causa de este parecido con todassus concausas y accidentes. ¿Es verdad lo que sobre todo ello seasegura? ¿Cómo se prueba que lo sea, ni con qué derecho se intentaprobarlo? ¿Adónde iríamos a parar si bastara un indicio como ese, quepuede ser obra de la casualidad, para que sea meritorio poner en pleitoel honor de un matrimonio y de toda una familia? Puede, porconsiguiente, en justicia y en conciencia, negarse el hecho nefando, yyo le niego.

Otra mácula que ya está más a la vista y no puede negarse: que el padrelegal de Luz fue un banquero tramposo que huyó de Madrid por temor deque le despellejaran en la calle. ¡Válgame Dios con los pudibundos yasombradizos! ¡No parece sino que el señor don Mauricio Ibáñez ha sidoel único ricacho tramposo y estafador! ¿Pues no hemos convenido, tiempohace, y cansado estoy de oírlo y de leerlo, con ser tan mozo como soy,en que andan por esas calles de Dios docenas de acaudalados personajescon títulos y condecoraciones, influyentes poderosos, que debieran estaren presidio arrastrando una cadena? ¿No se citan sus nombres y se lesapunta con el dedo, y, sin embargo, viven y triunfan y hasta regatean elsaludo a los hombres de bien, porque se consideran a mayor altura queellos, en virtud de que así se lo hace creer, con sus acatamientos, eincensadas, el mismo público que desde lejos y en voz baja los condena apresidio con grillete? Y estos ladrones consentidos y acatados,

¿notienen mujer con historia negra, e hijas con parecidos extraños? Y estashijas, sin ser santas ni servir ninguna de ellas para descalzar a miinocente Luz, ¿no se ven bien codiciadas de los guapos mozos, y asabiendas, y no se casan sin que las gentes se escandalicen ni se junteel cielo con la tierra? Pues mi caso y el de Luz no llegaría, ni concien leguas, al menos cenagoso de estos casos.

Las restantes máculas de la marquesa, ¿por qué no han de ser, no yaexageraciones, sino imposturas de las gentes?

¿No acaba mi padre deafirmar, con el piadoso fin de intimidarme, que hay un Madrid que hace ydeshace famas y reputaciones? Y ¿qué sabe el inexperto señor si en elpresente caso se ha deshecho con calumnias lo que estaba bien hecho convirtudes? Si tan notorios han sido los pecados de la marquesa, ¿cómo nohe dado yo con algún rastro de ellos en su casa? ¿Cómo la frecuentanpersonas tan distinguidas y juiciosas, y se juzgan muy honradas con eltrato y la amistad de la abominable pecadora? No tienen, pues, estoshechos todo el fundamento que necesitan para ser creídos; puedennegarse..., los niego en absoluto.

Y ahora veamos el supuesto conflicto mío por otra cara.

Cierto que,decidido yo a casarme por cálculo y a sangre fría, al echarme a la calleen busca de mujer, no hubiera trepado a las alturas del «gran mundo», nielegido entre las que tienen madres de las que pueda decirse lo que sedice de la madre de Luz; pero aquí han pasado las cosas muy de otromodo: yo no he salido de mi casa para olfatear una novia por esas callesde Dios. Luz y yo nos encontramos por obra de una casualidad, o porqueestaba decretado así...; creo que fue porque estaba decretado. El hechoes que nos encontramos, que nos comprendimos y que nos amamos, y queLuz, que me había deslumbrado por hermosa, acabó de enloquecerme porbuena, por inocente..., por santa. Resulta ahora que esta Luz sin tachaes hija de una madre llena de pecados, y que aunque la hija los ignora yes incapaz de cometer otros semejantes, yo debo renunciar a ella por losque su madre ha cometido. Ésta es la teoría de mi padre, fundada en unaley que, según parece, rige en el mundo entre las gentes que se creenhonradas.

Pues supongamos que yo llego a considerarme obligado también a acatarla,y que, en virtud de ello, me decido a apartarme de Luz y a romper todotrato con ella, precisamente cuando está aguardando a que yo le señalela hora de estrechar todavía más el que tenemos. Para poner en prácticaesta resolución, se necesita, o que comience yo por no volverla a verdesde ahora, o que invente un pretexto rebuscado, o que la descubratoda la verdad. Con lo primero, la daría una puñalada a obscuras y atraición; con lo último, se moriría de espanto y de vergüenza. De todassuertes la mataba. Pero, aunque no la matase, ¿no sería cualquiera deestos procederes míos cien veces más vil y más odioso que todos lospecados juntos de la marquesa, suponiéndolos ciertos y comprobados? ¡Ymi padre, tan honrado y tan bueno, no lo ve así! ¿En quién estará laceguera?... En él, en él solo, que no ha meditado el caso

«en frío y concalma», como quiere que yo lo medite y como, ya lo estoy meditando...También él le meditará así, y entonces estaremos de acuerdo los dos.¿Pues no hemos de estarlo! Mi madre seguirá en sus trece y tocará elcielo con las manos; pero es mi madre, y todo su corazón le parece pocopara quererme; es buena y compasiva en el fondo; jamás ha puesto aprueba el arraigo de esas repugnancias que son su manía; le pondráahora, porque se trata, de mí, y verá claro y se convencerá..., ¿pues noha de convencerse!...

Y no habrá conflicto, porque no puede haberle; ylas cosas irán como y por donde iban ayer, que es como y por donde debenir.

En esto oyó que se hablaba recio en el despacho de su padre. Entreabrióla puerta de su gabinete y escuchó. Su madre quería llevar las cosas asangre y fuego; tenía a pecado imperdonable las blanduras ycontemplaciones de su marido. «Cortar, cortar por lo sano, antes que lagangrena lo inficione todo.» Don Santiago la recordaba su obligación deser clemente con su hijo, sin dejar por eso de ser madre celosa y justa:llevando las resistencias tan a punta de lanza, hasta podía enfermar elpobre chico con la batalla que traía en la cabeza.

Se sonrió un poco Ángel oyendo esto, porque consideró lo ridículo queestaría él si las circunstancias le obligaran a hacer el papel de niñomimoso contrariado. Al mismo tiempo cerró la puerta, porque aquellasdurezas de su madre, mal de su grado, ahondaban demasiado en el abismoque él tenía ya a medio llenar.

Volvió a pasear por su cuarto y a meditar, pero sobre otro temadiferente.—¿Qué le tocaba hacer a él por de pronto?

Porque, aunsuponiendo que la gran dificultad se resolviera a su gusto, esa labor noera de pocos días, y Ángel había dejado su negocio con Luz pendiente deuna decisión que debía comunicarla al otro día, que ya era hoy paraél. Fue demasiado optimista en medio de su fiebre amorosa, no previendoalgo siquiera de lo que estaba ocurriéndole; pero, ocurrido ya, ¿quépodría decirle a Luz sin que ella le leyera sus disgustos en la cara, nipresumiera tropiezos que la indujeran a descubrir otros mayores? Nohabía que pensar en acercarse a ella mientras los horizontes de susideas no se despejaran algo más. Necesitaba irse acostumbrando a verlo posible para darlo por hecho, y con esto solo ya tenía lo sobradopara estar sereno. Cuestión de aquel día, quizás del siguiente...,porque era mucho lo que confiaba en su padre. Entre tanto, disculparíasu ausencia de casa de Luz advirtiéndola

que

estaba

ligeramente

enfermo,muy

constipado: esa era la disculpa usual y corriente para todos los quedeben y no quieren o no pueden ir a alguna parte.

Mas no le bastaba con esto: sus cálculos estaban bien formados; peroeran cálculos al fin, que podían fallar, contra tantas probabilidadesde que no fallaran: su situación, por consiguiente, era grave,gravísima; y lo probaba, además, aquella tirantez de espíritu en que élvivía, aquella opresión de su pecho, aquel nudo de su garganta que leparecía el manantial de donde fluían las lágrimas que le brotaban de losojos en cuanto los ponía en la imagen de Luz, o el pensamiento en quepudiera perderla para siempre; y por ser tan grave la situación, no erapara arrostrada por él, a solas con su inexperiencia y cargado depesadumbres. Necesitaba auxilios y consejos. Pero ¿dónde hallarlos? Suspocos amigos eran tan inexpertos como él, además de que él no había deprofanar tan santas penas confiándolas a chicuelos presuntuosos. Seacordó de Guzmán, que ya estaba en autos; pero después de lo que habíasabido, ¿con qué cara iba él a aquel señor con tales coplas! PorqueÁngel, al hablar de su pleito, tenía que exponerle con todos sus pelos yseñales, y hasta se prometía, jugando bien este recodo, ganar informesexactos sobre la conducta pasada de la marquesa. De modo que suconfidente, tras de conocerla mucho, no debía estar ligado a ella porvínculos que quitaran

prestigio

a

sus

dictámenes

ni

los

hicieransospechosos.

Y he aquí el camino por donde Ángel fue a parar con el pensamiento aLeticia. Leticia, en opinión de Ángel, era

«una gran señora», de muchoentendimiento, y amiga y contemporánea de la marquesa; se interesabavivamente por la suerte de Luz, y parecía quererle mucho; a él, a Ángel,no se diga..., hasta vergüenza le daba no haber correspondido, con unatriste visita siquiera, al cariñoso empeño con que ella se las pedíacada vez y donde quiera que le encontraba... Cabalmente la víspera,yendo él por la Carrera de San jerónimo hacia el Prado, subía ella encarruaje. Pues se detuvo cuando Ángel la saludó, y hablaron allí largorato... y sobre Luz la mayor parte del tiempo, por saber ella lo queeste tema le gustaba a él. De modo que tenía muchísima razón la buenaseñora cuando, al despedirse y después de haberle ofrecido de nuevo sucasa, le llamó, con una sonrisita y un ademán muy maliciosos,«¡ingrato!» ¿Quién, pues, como Leticia, para oírle con cariño,informarle sin pasión y aconsejarle con acierto?

En estas y otras tales, ya llegó la hora de comer, y Ángel tuvo quesentarse a la mesa. Comió poco y no habló nada, porque tampoco lehablaron a él. Por la tardé se vistió con gran esmero, y salió decididoa visitar a la amable señora para confiarla sus cuitas.

Y andando, andando, cuanto más andaba más remolón se iba haciendo;porque según oreaba los propósitos con el aire de la calle, menoscuerdos le parecían. No era tan urgente el caso que no le diera unrespiro de veinticuatro horas; y en veinticuatro horas podía cambiar deaspecto un conflicto como el suyo, y hacer inútil la consulta que él ibaa hacer: y había una noche entera y larga de por medio; y una noche asídaba para todo: para que le hablaran en su casa o para hablar él a losdemás; y si nada de esto sucedía, para engolfarse en un mar depensamientos un hombre que no duerme.

No hizo la visita, y la aplazó para el día siguiente, si la conceptuabanecesaria. Al anochecer mandó a Luz dos carillas de renglones llenos dedulzuras, para enterarla de que estaba constipado.

Después se fue a casa. En la cual nada ocurrió para bien ni para mal desu pleito: nada le dijeron; nada dijo tampoco.

¿A quién le tocaba sacarla conversación, y quién huía más de ella?

A la hora acostumbrada se acostó; pensó un poco en lo que Luz pensaríade su constipado, y, ¡cosa rara!, se durmió como un bendito... hasta elamanecer.

El despertar fue terrible, ¡eso sí!... Todo lo ganado antes del sueño enuna batalla de muchas horas contra las negras ideas, se pierde en uninstante al despertar. Esto lo saben todos los hombres que han tenidotempestades en la cabeza.

Ángel, que era uno de éstos, se halló entresus manos las ruinas

del

edificio

que

había

construido

con

amargossudores antes de dormirse. En reconstruirle se le pasó la mañana. Ygracias que lo consiguió; porque no todos lo consiguen.

A la hora de comer, tampoco adelantó un paso su negocio; y en ciertassituaciones de la vida, no adelantar equivale a retroceder. Había quehacer la visita.

A media tarde se vistió, aún con mayores atildaduras que el día antes.

¡A casa de su buena amiga sin parar!