Impresiones Poesías by José Campo-Arana - HTML preview

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IMPRESIONES

POESÍAS

DE

JOSÉ CAMPO-ARANA

CON UN PRÓLOGO

DE DON CÁRLOS COELLO

MADRID

LIBRERÍA DE M. MURILLO

CALLE DE ALCALÁ, NÚM. 18

1876

AL EXCMO. SEÑOR

D. FRANCISCO ROMERO Y ROBLEDO

Debo á usted lo poco que soy y atenciones que con nadapodré pagarle: por gratitud y por cariño, coloco su nombre alfrente de este tomo de poesías.

JOSÉ CAMPO-ARANA.

Madrid 29 de Diciembre de 1875.

ÍNDICE

PRÓLOGO.

INTRODUCCION.

¿DÓNDE ESTÁ?

¡SOLO!

ÁNSIA.

SÚPLICA.

DIOS.

SOMBRA EN LA LUZ .

Á CÁRLOS COELLO.

LA VUELTA.

¡REBELDÍA!

A...

EL ANOCHECER.

Á UNA LÁGRIMA.

NUBE DE VERANO.

EFECTO DE ÓPTICA.

EL ÁGUILA.

DESEO.

¿POR QUÉ?

EN EL ÁLBUM DE ELISA.

DEBILIDAD.

AYER.

Á UNA ROCA.

EL ÚLTIMO AMOR.

Á LA SEÑOR DOÑA TEODORA LAMADRID DESPUES DE ADMIRARLA EN LA

REPRESENTACION DEL DRAMA "LA LOCURA DE AMOR".

ILUSION.

REALIDAD.

RESIGNACION.

¡SE VAN!

Á LA MUERTE.

RECUERDOS.

¡YA NO!

¡IMPOSIBLE!

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 A MI BUEN AMIGO ANDRÉS RUIGOMEZ.

LA GUITARRA.

JUNTO Á LA CUNA.

EN EL ÁLBUM DE MERCEDES.

 Á MI ANTIGUO AMIGO ADOLFO MALATS.

LA CONCIENCIA. PROBLEMA.

AMOR Y RESPETO.

Á UN AMBICIOSO.

 AL PRÍNCIPE DE NUESTROS CRÍTICOS, Á MI RESPETABLE AMIGO EL SEÑOR

DON MANUEL CAÑETE.

MEDITACION.

 Á MI HIJA MARÍA.

LA PLEGARIA POR TODOS. (Traducción de Víctor Hugo.) FRAGMENTO.

 AL INSIGNE AUNQUE POCO CONOCIDO POETA DON JOSÉ ANTONIO PAZ.

ÚLTIMO ASILO.

 Á MI QUERIDÍSIMO AMIGO EL FÁCIL É INGENIOSO AUTOR CÓMICO DON

MIGUEL RAMOS CARRION.

OTOÑO.

¡MÁS!

EN EL ABANICO DE MI HIJA MARÍA.

Á MI MADRE.

 AL DISTINGUIDO CRÍTICO, MI MUY QUERIDO AMIGO DON EDUARDO DE

CORTÁZAR.

MÚSICA CELESTIAL.

 AL EXCMO. SEÑOR DON FRANCISCO BARCA.

¿ES VERDAD?

 AL ILUSTRE AUTOR DE LAS DOLORAS Y LOS PEQUEÑOS POEMAS, AL

EMINENTE POETA DON RAMÓN DE CAMPOAMOR.

¡COSSÍ FAN TUTTI!

AYER, HOY Y MAÑANA.

A MI ESPOSA.

{IX}

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PRÓLOGO.

I.

a aparicion de las poesías de Don José Campo-Arana,es una de tantas respuestas victoriosas como la realidad ofrecediariamente á los empeñados en la triste tarea de probaral público que atravesamos un período de paralizacion yesterilidad artística; privando al talento del entusiasmo y dela fé, únicos estímulos que para él dejaná nuestra desangrada patria los que más prosaica yventajosamente la explotan.

{x}No hay que negarlo; los mercaderesestán aposentados en el templo del arte, y el público sehace su primer cómplice concediendo decidida proteccioná todo lo malo y escatimándola á todo lo bueno:lo que vive cuando todo conspira á su muerte, tendrádesgracia sin duda, pero no puede decirse con fundamento que carece devitalidad.

El arte vive, y vive tan sólo de sí mismo en nuestrasociedad indiferente, aturdida, ávida siempre de sensaciones yembotada para los sentimientos. Nada puede el arte esperar de ella:ella, por el contrario, debe esperarlo todo de él. El arteregenerará á quien le abandona; el arteenseñará á pensar á quien los hechos noinspiran una reflexion; el arte enseñará á sentirá quien las desventuras que directamente no le tocan, arrancantan pocas lágrimas.

El arte alienta y crece en España como una flor fraganteentre pavorosas ruinas; y esto no

{XI}esmenester probarlo: basta con tomarse el sencillo trabajo de verlo.

Nuestros pintores, áun despues de muertos Rosales yFortuny, hacen el primer papel en los talleres de Roma, en losmercados de París y Lóndres; y si consiguen sobreponerseá las exigencias de una moda estúpida, que tiendeá empequeñecer el tamaño y el asunto de susconcepciones, los nombres de Velazquez y Murillo no serán losúnicos que pronuncie la posteridad con cariñosorespeto.

La música, desde que Gaztambide, Barbieri y Monasterioecharon sobre sí la difícil tarea de descubrir ánuestro filarmónico pueblo tesoros para él ignorados,ensancha su esfera de accion en España. Marqués colocasus inspiradas sinfonías, sin extrañeza de nadie, conaprobacion de todos, al lado de las de Mozart y Beethoven, y Arrieta yCaballero engrandecen poco á poco la zarzuela para que, en diano {xii}lejano, la noble aspiracion de laópera española se convierta en hermosa y firmerealidad.

Aunque la escultura no hubiera producido en nuestra épocaotra cosa que la estátua, tan bien concebida como ejecutada,del torero moribundo, que tanto nos hizo admirar y sentir en laúltima exposicion, y los nombres de Ponzano, Suñol, losVallmitjana y tantos otros no gozaran de reputacion europea, aquelatrevido intento, aquella estética innovacion, seríatriunfo suficiente para la gloria de la más ingrata de lasartes.

En cuanto á la literatura... La grandeza del cuadro impone yespanta, pero su hermosura atrae y hace irresistible el deseo deensanchar el ánimo con el placer de su descripcion.

En el centro, en la cumbre del lienzo, se destaca una figuraamable, sonriente, serena, que goza en vida de la estimacion y de lafama que la muerte concede á tan pocos: es un anciano

{xiii}en cuya mirada brillan juntamente eltalento y la bondad con la misma fuerza, en cuya sien los laureles sontantos como las canas venerables: es el autor de Los Amantes deTeruel y de La Ley de raza y de las Fábulas y de LosCuentos: es D. Juan Eugenio Hartzenbusch. La época literariaque le cuenta dentro de sí, que le mira como su patriarca yáun le ha contemplado recientemente lanzar destellos dulces ypuros como los de un sol de primavera en su ocaso, no puede seracusada de esterilidad; tiene que ser respetada, si no envidiada, decuantas le sigan en la sucesion de los tiempos.

Al lado de D. Juan, y rodeándole con cariño, haytántos, que nombrarlos á todos, áunteniéndolos presentes, es empresa mayor de lo que pareceá primera vista. Ved allí á D.

AntonioGarcía Gutiérrez, al ilustre veterano del teatroespañol, á quien los años parecen rejuvenecer elalma; que todavía dá, que todavía {xiv}ha de dar muchas obras á laescena que honró con el Trovador y con Juan Lorenzo (dramasuperior al público que creyó juzgarlo y secondenó á sí mismo), para gloria suya y aliento yenseñanza de la juventud, que reza sus versos como las ancianaslas oraciones de sus devocionarios. Ved más alláá Manuel Tamayo y Baus, que no contento con la reputacion quebasta á todos los hombres, ha querido conquistar dos, y tomandoel pseudónimo de Joaquín Estébanez, ha acometidoy llevado á cima con Un drama nuevo la temeraria empresa deeclipsar al autor de Virginia y La Locura de amor. Junto áél y cogidos de sus manos, como un hermano afectuoso el uno,como un maestro y un padre el otro, están Manuel Cañetey D. Aureliano Fernandez-Guerra... Manuel Cañete, el poetainspirado y elegante, el restaurador de nuestro primitivo teatro, elcrítico á quien la fuerza, la violencia del amorá lo bello encarnado en su {xv}espíritu, le obliga hasta áser cruel y despiadado con lo malo; Fernandez-Guerra, el sabioinfatigable, el sabio poeta, á quien acusan de soñadoren sus juicios los que no comprenden que, á veces, tiene queinventarse cosas que no sepa para estudiarlas, porque cuantohumanamente se puede saber está ya tan bien colocado en sucerebro como los libros en una biblioteca. Esforzad, esforzad laturbada vista y descubrireis más rostros conocidos ysimpáticos. Rosell, el docto Rosell, cuya prosa sólopuede rivalizar con sus versos; Escosura, siempre elocuente en susescritos, siempre chistoso en su conversacion, siempre benévolocon la juventud de que eternamente formará parte; Arteche, elsevero, inimitable historiador de la Guerra de la Independencia, elnarrador ameno de la vida de Un soldado español de veintesiglos; Valera, el naturalmente correcto autor de Pepita Gimenez; Campoamor, el que hasta nombre ha tenido {XVI}queinventar para su poesía, tan singular y extraña comoavasalladora del ánimo y de la atencion; Oliván, elhablista rival de Cervantes y de Moratin, el que posee en su pluma unavarita mágica que hace brotar poéticas flores sobre losproblemas económicos y sobre las leyes agrícolas;Balart, el ingenioso crítico que vuelve sobre su olvidada plumapara terror de los poetas chirles, para regocijo de los que arrancanun elogio á su censura severa y sana; Canalejas, el amenopreceptista; Selgas, el incansable rebuscador de retruécanos yparadojas, el terrible censor de las modernas costumbres; Nuñezde Arce, el viril cantor de las angustias de la patria; Silvela, elfino y cáustico Velisla; Frontaura, el ingeniosísimoretratista del pueblo; Luis Guerra, el biógrafo, el vengadordel autor insigne de La verdad sospechosa; Castro y Serrano, el quefué á Suez sin moverse de Madrid, el que escribiólas Cartas trascendentales, y {xvii} La Capitana Coock y LasEstanqueras; Alarcon, el Testigo de la guerra de África, elviajero De Madrid á Nápoles... Mil más queconvierten el grupo de los escritores que tienen ya basada ensólido cimiento su reputacion, en un inmenso océano decabezas.

A su lado, y como huyendo avergonzados de la compañíade los demás, nos muestran la espalda los tránsfugas dela literatura; los que van á buscar en la política,más que el nombre que su natural disposicion les brindaba, undescrédito probable por el pronto, y, á la larga, elanatema ó el olvido.

No es insignificante el número de los que en otro extremodel cuadro se impone al cansancio de nuestros ojos con la viveza yanimacion de sus figuras. Echegaray, el hombre de ciencia, elpolítico, aparece en primer término al frente de laalborotada multitud de los Zapata, los Herranz, los Sanchez de Castro,{xviii}Gaspar, Calvo y Revilla, Barrera,Valcárcel, Bustillo, Balaciart, etc., etc., etc., trocando elcompás por la pluma, y trasformándose de un golpe en elautor dramático más atrevido de su época.

Vedlos á todos, entusiastas soldados del arte, escalar lasásperas alturas que guian á la cumbre donde se asientael templo de la Fama, enardecidos por la fé que rebosa en susalmas, por la hermosura de la conquista, y no ménos que portodo eso, por las voces del ilustrado y benévolo Navarrete, delático Sanchez Perez, del tan discreto como bilioso Revilla, deljuicioso y noble García Cadena, del entusiasta Alfonso, delconcienzudo Cortázar.

¡Estéril el período literario que atravesamos!¿Vale la pena tan peregrina acusacion de que nos ocupemos deella un momento más?

{XIX}

II.

Hace algunos años, ofrecía la Plaza de Santa Ana unaspecto muy distinto del que ahora presenta; y, sin duda porque el queestas líneas escribe la contemplaba entónces con losaduladores ojos de la adolescencia, infinitamente más bello.Verdad es que la fachada del teatro Español no ostentaba losprimores del revoque moderno, que confunde en sabrosísimoconsorcio los edificios públicos y los platos de huevos molesadornados de clara batida, donde las Góngoras lucen lahabilidad de sus manos para delicia de los fieles golosos; verdad esque aquella tierra inculta no se habia engalanado todavía conla improvisada exuberancia de la naturaleza municipal; pero no esménos cierto que la Plaza de Santa Ana, sin sus tenduchos demadera en {xx}que los gorriones morian tan rabiosos ydesesperados como Werther, en que los grillos se ensayaban para cantarzarzuela, en que los titís y las cacatúas daban con susasquerosas miradas y con su coquetismo, abundantes pruebas de que losvicios y flaquezas son lo que más une al hombre con losanimales; sin todo eso, repito, la Plaza de Santa Ana será todolo que se quiera... menos la Plaza de Santa Ana. ¿Quién,cuando muchacho, no se ha extasiado ante aquellos destartaladoscajones? ¿Quién, por el módico precio de doscuartos, no ha comprado, al mismo tiempo que la pobre víctima,el cargo de verdugo, ejercido con tanta inocencia como resolucion? Yosé de un niño (cuyo nombre reservo para no ofender lamodestia y resucitar los remordimientos en quien ya es hoy un hombremuy barbudo y que peina canas); yo sé de un niño que, alcumplir los nueve años, repasó la lista de sus avicidios, y, ménos sanguinario

{XXI}queTenorio, sintió profundo arrepentimiento y vivo deseo deenmendar de alguna manera sus crímenes, y ya que no pudo deciraquello de

Si buena vida os quité,

buena sepultura os dí...

porque los cadáveres se habian extraviado porel garguero del gato de su casa, pidió á su padre (no alpadre del gato, al marido de su madre) dinero para comprar todos losbilletes de la próxima extraccion de lotería; medioingenioso que habia imaginado el infante para sacar el premio gordo,comprar con él todos los pájaros de la Plaza de SantaAna, y en un dia y una hora darles libertad.

¡Dulce, encantadora edad de la infancia, en que lo feo esbonito, toda ambicion posible, y hasta los remordimientos se presentancon forma cómica!

En un ángulo de la plazuela, se alzaba por el {xxii}año de 1868, y debe alzarsetodavía (el regente de la imprenta no me dá tiempo paraaveriguarlo), una casa de tres pisos y un solo balcon en cada uno,propiedad de una maestra de niñas, que tenia amiga en lacalle de Belen, y que, para cierto objeto que más adelante sedirá, cayó en gracia (el cuarto, no lamaestra,—esto de escribir de prisa tiene muchos y gravesinconvenientes) á unos cuantos jóvenes, escritores unos,que no escribian; estudiantes otros, que no estudiaban, y empleadoalguno, que empleaba el tiempo en no asistir á la oficina.Aquel cuarto, tan reducido que bien hubiera podido llamarse ochavo,constaba de un pasillo estrecho, que parecia ancho á fuerza deser corto, un gabinete donde bien podrian caber seis personas depié, pero incómodamente, y un balcon á la plazade los pájaros.

Cuando los mancebos en cuestion se dirigieron á supropietaria y le manifestaron el atrevido

{xxiii}pensamiento de alquilarlo, lailustrada y nariguda maestra de niñas estuvo indecisa largotiempo: el que ellos tardaron en reunir, escudriñando yvaciando los bolsillos de todos, la escasa cantidad á quemontaba el mes adelantado y el de fianza. Sin embargo, sus temores,que entónces ni siquiera sospecharon los inquilinos, eraninjustos y probaban que la maestra de niñas sabíamás de lo estrictamente necesario para dar buena educacioná unas cuantas señoritas.

Aquella habitacion se habiaalquilado para trabajar; para,—huyendo de lloros de niñosy cánticos de criadas en las respectivas casas de losmozalvetes, y de la inspeccion más bien intencionada querígida de la familia,—dedicarse á lo que formabatodo su encanto: emborronar cuartillas y hacer artículos que seinsertaban de balde en el Cascabel ó en el Museo Universal(y resultaban caros), componer versos indignos hasta de losperiódicos {XXIV}de modas, dramasdestinados á ser rechazados por todas las empresas, y otrashazañas por el estilo.

¡Cuán dichosa tarde, aquella en que sentados en elsuelo al rededor de una silla de Vitoria, ante una humeante ponchera,se inauguró lo que desde luego fué bautizado con elpoético nombre de El Nido, y se acordó por unanimidadla conveniencia de amueblarlo... si la próxima sesion habia delevantarse con pantalones completos. Uno llevó las sillas aldia siguiente (¡cuántas noches debió soñarel sillero con que se habia ido á Sevilla!); otro unamáquina de café; otro una coleccion de retratos dehombres célebres; otro una pipa para fumar él y llenarel cuarto de peste y de humo, asegurando que así lo calentaba,y otro una estera de verano, aprovechando la circunstancia de serinvierno,—con lo cual lograron hacerse en Diciembre la ilusionde estar en Agosto y llegar á Junio {XXV}conla estera tan rota, que con barrer un poco quedó hecho eldesestero.

La vida de los habitantes del nido era tan dulce como la de todoslos que esperan, como la de todos aquellos para quienes en el despachodel teatro de la ilusion no ha aparecido aún el fatídicoletrero de «No hay billetes.» Casi todos eranrepublicanos, y no eran más, porque no habia más queser; y el único decididamente afiliado en el partidoconservador, pensaba con seriedad en la conveniencia de escribir undrama político-filosófico-social probando que loscasamientos de Estado son una infamia intolerable, que un rey debecasarse por amor y dar su mano á una fregona de palacio, siésta, con la bondad de sus prendas y la belleza de su palmito,ha logrado inclinar el ánimo de S.M. desde las ventanas de larégia cámara hasta los respiraderos de las régiascocinas.

{xxvi}Todos los habitantes del nido erancríticos entónces (apenas habian escrito nada quevaliese algo todavía), y á haberles conocido lasempresas, les hubieran prohibido la entrada en sus teatros las nochesde estreno. Siempre recordaré (eternamente impreso lotendrá alguno de aquellos jóvenes... en la mejillaizquierda) el lance acontecido la noche que por primera vez serepresentó cierta bufonada en el coliseo de Jovellanos. Loscarteles anunciaron el desafuero contra el arte, y aquella alborotadajuventud se posesionó del centro de la galería baja,dispuesta á vengar las injurias que, no sin razon, daban deantemano por inferidas á su ídolo. El públicosensato se mostraba descontento, los alabarderos aplaudianmás furiosamente á medida que perdian la esperanza devencer en aquella jornada, y su jefe, harto ya de oir los dicteriosque contra la pieza proferia el más procaz de los habitantesdel nido, encaróse {XXVII}con él,y díjole:—«¿Cuántos años tieneusted, caballerito?»—«Quince, para servir áusted,» contestó el interrogado con un aire que desmentialo compuesto de las palabras.—«Y ¿no le gustaá usted esta obra?» tornó á preguntar eljefe de alabarderos.—«Nó, señor,»tornó á contestar aquél, y añadióacto contínuo:—«Y á usted ¿leagrada?»—«A mí me parece una obra muyaceptable,»

repuso el imprudente amigo de la empresa. Nuestrojóven le miró de alto abajo, yexclamó:—

«Pues compadre, está ustedadelantado, para la edad que tiene!» Frase que le valióun coro de carcajadas de todos los que le rodeaban, un tremendobofeton del militar-paisano, y la probabilidad de pasar la noche en laprevencion con todos sus compañeros, que salieron bizarramenteá su defensa.

Justo es decir que los que en ciertas ocasiones se mostrabanimplacables, eran cuando se estrenaba una obra de algun autor demerecido {xxviii}crédito, los que conmás placer le palmoteaban y con más entusiasmo pedian sunombre.

Las ideas revolucionarias que los dominaban en política, losavasallaban tambien en literatura; y para ellos lo másexagerado era siempre lo mejor.

De resultas de una discusion comparando el romanticismo y elclasicismo, el busto de Molière salió desterrado del nido, y aún me parece leer sobre sus paredes la quintillaescrita con carbon un dia que se recordaron las burlonas censuras deMoratin al autor de La vida es sueño.

Os indignais sin razon

Contra ese ultraje tan ruin;

¿Puede, en ninguna ocasion,

Amenguar un MORATIN

La gloria de un CALDERON?

Los caractéres de los habitantes del nido, corrianparejas, por lo distintos, con los muebles

{xxix}de la salita. Todos, y esto era loúnico en que se parecian, eran aspirantes á escritor;á excepcion de dos, cuyas obras habian sido aplaudidas por elpúblico, y que sin tener en cuenta esa circunstancia, sedignaban mirar como compañeros á los demás. Erael más viejo, y era y es bien jóven aún, uno cuyonombre es ya garantía para el público que asisteá los estrenos de sus obras, de que va á pasar una nochefeliz: tanta es la habilidad con que sabe disponer la sencilla ynatural trama de sus piezas: tanta y tan fina es la sal con que sabeaderezarlas y servirlas al público, su infatigable convidado.De mediana estatura, delgado, nervioso, su cabeza ocupaba casi unatercera parte de su cuerpo; quebrado el color, rayando en bilioso, unmechon de alborotados cabellos negros adornaba su despejada frente yentonaba la dureza de líneas de aquella nariz aguileña,de aquellas cejas desiguales que daban sombra á unos ojos en{xxx}que la impaciencia, la sutilidad y laastucia eran tres amigas que contínuamente caminaban del brazo.¿No le conoces, lector? ¿No le has visto salir áescena estas noches? Es Miguel Ramos Carrion, el autor de Un sarao yuna soirée, y de La gallina ciega, y de Esperanza, y del Cuarto desalquilado, y de Los doce retratos, y de La mamápolítica, y de una obra que se representará en breve yacabará de consolidar su reputacion.

Miguel ¡quién lo diria conociendo sus obras! eradesgraciado: ya no lo es; ya su trabajo basta para sostener las cortasnecesidades, la existencia preciosa de su madre, y el recuerdo deltiempo malo sólo puede ser para mi amigo el fondo negro, que noes triste, puesto que hace destacar la claridad del primertérmino. Miguel, luchando con innumerables contrariedades detodo género, escribia artículos, hacía versospara mil objetos distintos, traducia en tres dias una pieza {xxxi}ó una zarzuela que soliarepresentarse con ajeno nombre, y en vano pedia á los sucesosun momento de tranquilidad para hacer al fin algo más digno desus envidiables facultades. Sus compañeros del nido se lasreconocian á coro, sostenian su fé vacilante, y hoysienten tanta felicidad por su suerte como orgullo por no haberseequivocado en sus pronósticos.

No puedo dejar de hablar de Ramos sin nombrar al que, unidoconstantemente á él, lo completa como la postdataá la carta en que falta algo. Me refiero á ciertoestudiantillo de taquigrafía, asturiano de profesion, de almade niño, de corazon de hombre, nacido para tener un amigo, yá quien todos desean tener por tal. Toribio Granda idolatraá Miguel Ramos como la madre quiere á su hijo, y leadmira sinceramente y le gruñe sin cesar, y sufre másque él, que es cuanto se puede decir, la noche en que estrenanalguna obra,—obra {XXXII}que la nochedel estreno es tan de Toribio como de Miguel;—que tiene tantainfluencia sobre Ramos, que, á veces, hasta le hacetrabajar.

Al nido pertenecia tambien otro pájaro que despues hatomado vuelo por las regiones de la política, y sabe Dios hastadónde llegará. Hasta donde quiera, porque, hoy comoentónces, todos sus compañeros reconocen en élmás talento que en ninguno y ménos discrecion paraemplearlo y convertirlo en otra cosa que en un perro que muerdeá su amo. Adolfo Malats era, al formarse el nido, cuandoél no habia aún soltado el cascaron, un muchacho rubio,largo, paliducho y ojeroso.

En su mirada lánguida se veiacontínuamente prematuro cansancio: en su frente cubierta depelo no se adivinaba la inteligencia, pero allí estaba, y estoes lo principal; en sus labios desdeñosamente plegados, unasonrisa fria helaba de pena á sus amigos, que le miraban hartodel mundo sin conocerle, incrédulo {xxxiii}sin