Historia de la Célebre Reina de España Doña Juana, Llamada Vulgarmente, La Loca by Anonymous Author - HTML preview

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HISTORIA

DE LA CELEBRE REINA DE ESPAÑA

DOÑA JUANA,

LLAMADA VULGARMENTE

LA LOCA.

Madrid.

IMPRENTA DE D. JOSÉ MARIA MARÉS, Corredera Baja de San Pablo, núm. 27.

1848.

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CAPITULO PRIMERO.

CAPITULO II.

CAPITULO III.

CAPITULO IV.

CAPITULO PRIMERO.

De cuáles fueron los padres de Doña Juana la Loca, y las cosas quepasaban en su palacio.

on Fernando y doña Isabel, célebres y nunca bien ponderados reyescatólicos, ocupaban los tronos de Aragon y Castilla, dando un ejemplo demoralidad y sabiduría á toda su córte, y siendo estimados altamente, nosolo por la aristocrácia de su época, sino tambien por todos sussúbditos. Muy agradecidos los régios esposos á las muestras de cariñoque estos continuamente

les

prodigaban,

no

podian

menos

de

espresarlessu reconocimiento de una manera mas loable, porque estos monarcas no sedesdoraban de que cualquier vasallo hiciese parar su carruaje, aun enlos sitios mas públicos y concurridos, para prestar atencion á lo queles quisiesen manifestar. No obstante de esto, siempre se ha conocido,segun los historiadores, el no faltar nunca entre los palaciegosaquellas comunes discordias y hablillas, hijas de la envidia. Ningunaprueba que caracterice mas esta verdad, que la de que hallándose ya encinta la reina Isabel la Católica, comenzasen á propalar variospersonajes, entre los cuales se hallaba D. Enrique de Villena, que lasucesion que esperaban no podia menos de ser bastarda; y esto lodeducian de las varias escenas que habian presenciado en palacio. Massin embargo de ser D. Fernando tan previsor, y de inspeccionar tanto lascosas que le eran anejas, parece que estas voces las tomó por vagas, yno se cuidó de ellas; asi es, que dichos personajes atribuian laindolencia de D.

Fernando en este punto, al miedo ó al escesivo amor queprofesaba á Doña Isabel, la cual unia á los vínculos de esposa, el sernieta de su hermano.

Miras particulares se llevaban el de Villena y otros en difundir por elvulgo tales voces, pero miras que mas tarde fueron descubiertas por losque mas le vendian amistad, declarando al soberano verbalmente losproyectos concebidos por ellos, y mostrándole por escrito lacorrespondencia que habian interceptado dirigida á D. Juan de Portugal,á la cual contestó inmediatamente D. Fernando por medio de su enviado denegocios, Lope de Alburquerque. No habiendo querido Don Juan de Portugaldar audiencia al enviado de Castilla, y habiéndolo llegado á saber muypronto D. Fernando, montó en cólera de tal suerte, que nadie se atreviaá dirigirle una palabra.

Procuraban aplacarle en algunos momentos defuria, pero todo era en vano; amenazaba que haria entender á suscontrarios lo que merece el que agravia al monarca de Castilla, y quemostraria cuán grandes eran sus fuerzas contra los que le enojaban.Tampoco fueron bastantes á aplacar su ira los ruegos de su hermano D.Pedro de Acuña, conde de Buendia, quien le protestaba no se irritase tanterriblemente, que tal vez una fraguada noticia, como podia ser, fuerael motivo del ludibrio y las imprecaciones que dirigia sin distincion deparientes y amigos. Solo á las amonestaciones de un personage que porrespeto se calla, era á las que daba cabida el rey D. Fernando.

Estepersonaje se supo grangear su cariño por su bella cualidad, que era lade todo adulador, logrando con sus palabras henchir el pecho del monarcacada dia de mayor pasion. Aun la misma reina Isabel tuvo en muchasocasiones que valerse de este favorito para hablar con su real esposo.

Estos sucesos ocurrian en el palacio de la imperial Toledo, cuando dió áluz la reina Isabel, el 6 de noviembre de 1479, á la princesa Doña Juanade Castilla, muy parecida á su abuela Doña Juana, esposa de D. Juan IIIde Aragon, segun afirma el autor de las Reinas Católicas.

El nombre de Doña Juana es el de uno de los monarcas que por mas largotiempo han figurado en España al frente de los documentos y órdenesreales, y no obstante se puede afirmar que en pocas ocasiones, ó mejordicho en ninguna, tuvo parte la aficion á los trabajos que leproporcionaba su elevada gerarquia.

Esta especie de hastío al destinoárduo que debia ejercer á la edad que requieren las leyes, se le ibaaumentando con los años; por el contrario, cualquier faena á que ladedicasen de las propias de su sexo, la abrazaba con el mas indeciblejúbilo; asi es que, todavia de corta edad, era la admiracion de cuantosla oian y observaban sus entretenimientos. A esto se puede añadir que sunombre no era mas que una mera forma para dar á conocer que la herederadel trono de Castilla existia.

Cuando pocos años despues su hijo el célebre Cárlos V tomó las riendasdel gobierno de España, por la habitual imposibilidad de su madre,observó el mismo método, ora porque asi lo dispusieron en variosEstamentos del reino, ora porque ella era la soberana en realidad y orapor respeto y atencion, como lo hizo conocer al renunciar los estados ensu hijo Felipe, al cual pedia encarecidamente hiciese conservar ileso elnombre de su desventurada abuela al frente de los negocios públicos,para no causarla descontento.

Cincuenta años conservó esta soberana el título de reina de España, ápesar de no haber gobernado ni un solo dia; tal era la enagenacionmental de que se hallaba poseida causada por los poderosos y bienfundados motivos que mas adelante se irán conociendo.

El memorable D. Francisco Jimenez de Cisneros y el rey Don Fernando,ordenaron, como gobernadores durante la menor edad de Cárlos V, no sehiciese pública la insuficiencia de Doña Juana, á pesar de estaríntimamente convencidos de su incapacidad; de manera que por muchos yreiterados esfuerzos que hicieron algunos para declarar su nulidad, nolo lograron; y eso que para nada les estorbaba, pues que jamás seresintió de que no contasen con su voluntad para ninguno de los actos degobierno.

Su razon se encontraba sumamente turbada por los impulsos de una lícitay vehemente pasion: por esta causa fue su vida cruel la de un reoaprisionado; y si alguna vez pareció resentirse de su precaria suerte,era para en seguida fomentarla ella misma con los padecimientos de suimaginacion ardiente, creyéndose que tal vez cometeria un desacatocontra el objeto de sus mas tiernas adoraciones.

Hé aqui el motivo por qué un nombre de suyo tan esclarecido, apenas hafigurado bajo, el concepto político, en el catálogo inmenso de lossoberanos españoles; y por consecuencia es enteramente nulo. Mas noobstante de todo, fue reina de esta magnánima y poderosa nacion, hija delos grandes reyes católicos D. Fernando y Doña Isabel, y madre del nobley valiente emperador Cárlos V; de suerte que los pormenores de su vidaprivada, los motivos por qué le sobrevino su demencia, y el fundamentocon que se la llama la Loca, no pueden menos de escitar la curiosidad, ycon doble causa, porque puede uno mirarse en esta soberana, como en eltriste espejo de los funestos resultados que las violentas pasionesllevadas al estremo tienen, siempre que no se modifican y reprimen conla razon.

Dotada Doña Juana de un talento nada comun, de una viva y ardienteimaginacion, fue educada de una manera no vulgar para aquella época: yespecialmente en la lengua greco-latina, hizo tan admirables adelantos,que la hablaba con una soltura encantadora. El sábio Luis Vives afirmaque de cualquier materia que se le tratase en este idioma, contestabarepentinamente como si fuera en castellano. A estas cualidades unia lade una figura esbelta y de mucho interés; era el tipo de la hermosura,colmada de gracia y dignidad: sus grandes ojos, espresivos y rasgados,denotaban el raro talento y energia de su alma, á lo que acompañaban losdignos y elegantes modales de la córte de Isabel, dechado de virtudes ymoralidad.

Todas estas grandes circunstancias, reunidas con el poderío de suspadres, hacian de Doña Juana uno de esos partidos mas aventajados paracualquier jóven príncipe de Europa. Estas mismas circunstancias laconstituian en una infanta acreedora á ser idolatrada, aun por los queno tuviera el placer y el honor de admirarla. Prueba evidente, que notardaron mucho tiempo algunos príncipes en ver cuál era el que podia serdueño de joya de tan inestimable valor. D. Fernando y Doña Isabel noquisieron tampoco prolongar su casamiento, asi es que contando apenasquince años, esto es, en 1494, ajustaron las deseadas bodas con D.Felipe, archiduque de Austria, duque de Flandes, de Artois y del Tirol,é hijo del emperador de Alemania, Maximiliano I. Ajustadas que fueron,al instante se dió principio á los preparativos de marcha con el boato ysolemnidad dignos de la hija de tan poderosos señores. Una armada deciento veinte navíos de alto bordo se aprestó en el puerto de Laredo,embarcándose en ella quince mil hombres de guerra no incluyendo latripulacion. A Don Alonso Enriquez, gran almirante de Castilla, estabaencomendado el mando de esta flota: iba de capellan mayor D. Diego deVillaescusa, dean de Jaen; y la encargada por el rey de servir yhallarse á las inmediatas órdenes de la infanta, era Doña Teresa deVelasco, esposa del admirante que dirigia aquella espedicion. La cámaray todos los destinos pertencientes á su persona, se servian por damas ycaballeros de la primera nobleza de España; asi lo dice en las listasque de ellos forma D. Lorenzo de Padilla. Inútil es hacer mencion de lasropas y alhajas que habian de adornar á tan augusta princesa: se puededecir para abreviar que se habian dispuesto con elegancia y profusion.

Terminados los preparativos, se dirigió toda la real familia por Almazanal puerto de Laredo, para despedir á tan escelsa infanta, escepto el reyD. Fernando que por hallarse celebrando de Córtes en Aragon, no pudoverificarlo, muy á pesar suyo. El malogrado príncipe D. Juan, hermano deDoña Juana, y su augusta madre la acompañaron hasta la entrada delnavío, donde anegados en un mar de lágrimas, se dieron mútuamente el mastierno y afectuoso á Dios. A Dios, que resonó por todos los ángulos dela embarcacion, en señal de reconocimiento á las reales personas quequedaban en tierra. El dia 19 de agosto de 1496 se hicieron á

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la velacon direccion á los Estados flamencos. Ningun contratiempo se habianotado, ninguna cosa que hubiera venido á turbar la tranquilidad de lailustre viajera habia acurrido, hasta tocar en las costas de Flandes, endonde se levantó un temporal tan borrascoso, que se vieron precisados águarecerse en el primer punto de salvacion que encontraron. Grande erala afliccion de Doña Juana al ver en tan inminente peligro su vida, peroDios quiso pudiesen arribar en el puerto de Toorlan, en Inglaterra,despues de haber caminado por término de mas de dos horas, luchando conlos embravecidos oleajes que un momento mas los hubiera sumergido en loprofundo de los mares.

Permanecieron en esta poblacion siete dias,durante los cuales fue la infanta muy obsequiada por las damas ycaballeros principales de aquel pais, que acudieron presurosos á besarsu mano y juntamente á ofrecerla sus servicios.

CAPITULO II.

De cómo se casó Doña Juana, los hijos que tuvo y otros asuntos delmayor interés.

uando el temporal se hubo apaciguado, dispusieron el viaje háciaFlandes; y el 8 de setiembre desembarcaron en la bahia de Ramna, puertosituado en las inmediaciones de Holanda, sin otró contraste que haberdesaparecido varias alhajas de gran valor de la princesa, porque elnavío donde se encontraba su recámara encalló en un banco llamado elMonge, sitio bastante peligroso. El príncipe que el Cielo habiadestinado para esposo de Doña Juana, habitaba entonces un suntuosopalacio en Lande, pueblo del Tirol; mas cerciorado de la venida de sucara prometida, abandonó este, dirigiéndose con la mayor velocidad áLieja, donde tuvo el placer de admirar la belleza de la infanta, despuesde haberla esperado impaciente en esta ciudad trece dias. Inmediatamentese puso en ejecucion el casamiento habiéndoles dado las bendiciones D.Diego de Villaescusa, dean de Jaen.

Practicadas con la mayor solemnidad y magnificencia las ceremonias decostumbre, pasaron á Amberes, y de aqui á Bruselas, donde fueroncolmados de enhorabuenas, y donde tenian dispuestas para su llegada loshabitantes de esta provincia muchas fiestas, de las cuales estuvieronlos jóvenes esposos disfrutando largo tiempo. Tales fueron lasdiversiones dispuestas por el pueblo de Bruselas, que afirman algunosautores, se le oyó mas de una vez decir á Felipe, que de buena ganaseria su punto de residencia esta capital.

Es opinion comun que D. Felipe era de una arrogante figura, apuestocaballero y muy amigo de vestir con esplendidez.

Añádese á esto uncarácter amable, por lo cual todos lo apreciaban. Estas cualidadesfueron las que le grangearon el renombre de Hermoso. La infanta DoñaJuana, era por el contrario estremada y enérgica; pero no obstante, seapoderó de ella una pasion tan vehementísima, que desde el instante quele vió le amó con ciega idolatría. El cariño de Doña Juana hácia Felipeel Hermoso se aumentaba mas cada dia, por el modo de vivir queobservaron, y por el buen comportamiento del archiduque, que como jóven,no pensaba en otra cosa que en los placeres; asi es que continuamente sehallaban en torneos, saraos y otras diversiones, con las cuales creciamas la pasion de su jóven esposa, contemplando la gallardía y ladestreza en las armas de su Felipe. Su marido era el objeto de susadoraciones, en él tenia depositado su corazon, y para él únicamentevivia; el jóven archiduque pagaba este cariño á Doña Juana con todo elcalor de su corta edad, y las galantes maneras de un príncipe, de suerteque la infanta se contaba por uno de esos seres mas felices, y mucho mascuando llegó á notar que pronto iba á ser madre.

Llegó la ocasion en que partieron para Flandes despues de algun tiempo,donde dió á luz Doña Juana el 15 de noviembre de 1498 á Doña Leonor,continuando hasta entonces ileso su amor en ambos y no cesando de ser elejemplo de los esposos bien queridos. A pesar de que aunque no hubierasido asi, bastaba solamente la posesion del fruto de su casamiento paraque hubiese tomado mas incremento su acendrado cariño.

No tuvo para sus estados el mejor éxito haber nacido hembra; pero sinembargo, como eran queridos los padres, fue apreciada la hija. Dos añosdespues, el año de 1500, marcharon á Gante, donde el dia 21 de febrerotuvieron un hijo, al cual nominaron Cárlos, despues conocido en todo eluniverso por su fama y poderío. Grande era el alborozo que se veiapintado en los semblantes de los habitantes de aquellos estados,esforzándose cada cual á espresar la alegria que experimentaba por elheredero príncipe. Innumerables tambien fueron las fiestas que con tansolemne motivo se ejecutaron, y seria por lo tanto causa de elevar elestracto de esta historia á una inmensa altura.

Empezaba por esta época ya Doña Juana á sumirse en la desesperacion;porque desde que la fortuna parecia inclinar todo el favor al reciennacido, empezaba á desvanecerse como por ensalmo la felicidad de lamadre del emperador Cárlos V.

La desgracia vino á arrebatar la vida en el mismo año de 1500

á fines dejulio al infante D. Miguel, hijo del rey D. Juan de Portugal, últimovástago en la línea masculina de los reyes Católicos D. Fernando y DoñaIsabel, recayendo por consecuencia la corona de España, en la madre deDoña Leonor y D. Cárlos.

D. Fernando y Doña Isabel llamaron inmediatamente á Don Juan de Fonseca,obispo de Córdoba, y le intimaron la órden de pasar cuanto antes áFlandes para hacer sabedores á los archiduques de este suceso, para queles felicitase en sus reales nombres, y los hiciese conocer la imperiosanecesidad que tenian de preparar su viaje á España, pues ya losaguardaban con impaciencia para ser jurados como príncipes de esta grannacion, de que el Cielo se habia dignado dejar por únicos herederos.Pocos dias transcurrieron sin que D. Juan de Fonseca cumpliera sucometido; pero el hallarse en cinta Doña Juana y las muchas y delicadasocupaciones que en este tiempo llegó á tener Felipe el Hermoso enaquellos estados, fueron causa de que no se pudiera verificar elproyectado viaje hasta finalizado ya el año de 1501, en el cual nació sutercer hijo, (Doña Isabel.) Eran tan continuas las instancias quedirigia D. Fernando desde su córte, que se vieron obligados losarchiduques á ponerse en camino, aun sin hallarse completamenterestlablecida Doña Juana de la indisposicion de su parto, de modo queresolvieron hacerlo por tierra, atravesando los estados franceses.

Los soberanos de esta nacion los recibieron con la mayor afabilidad,prodigàndoles incesantes muestras de cariño, y tratándolos con eldecoro y respeto debidos á tan poderosos señores.

Un pequeño disgusto ocurrido fue la causa de que los archiduques sepusieran mas pronto en marcha de Francia para España. Un dia de fiestasalió á misa solemne la real familia francesa, acompañada de susaugustos huéspedes. Al ofertorio se acercó una dama á Doña Juana,aproximando á su mano una cantidad de monedas, para que segun costumbrela ofreciese al público en nombre de la reina. Esta la rechazó conviolencia, diciendo: « Haced saber á vuestra soberana que yo no ofrezcopor nadie, ¿lo entendeis? ». Con el dinero y la respuesta volvió lamensajera á la reina, quien en alto grado sintió un desaire tan marcado;mas tratando de refrenar su enojo, se contentó con pagar aquel con otromayor, que era el no ofrecerla la salida de la iglesia antes que á lareal comitiva. La perspicacia de Doña Juana la hizo presentir algo sobreeste particular, y efectivamente no se engañaba, porque concluida ya lamisa, empezó á reunirse la familia, y sin embargo, ella quedaba en laiglesia. La reina aguardó un poco en la calle, pero Doña Juana haciendocomo que ignoraba todo esto, permaneció en aquella posicion largo rato,dirigiéndose luego sola á palacio.

Todo se volvian hablillas en la Córte sobre el desaire que quedaesplicado, y hubieran pasado mas adelante si el archiduque no tratase dedisculpar á su esposa de los tiros que se la dirigian; por lo cual tuvoque abreviar precipitadamente su viaje para el suelo español.

Ya habian comenzado los dias de 1502, cuando hicieron su entrada enEspaña por Fuenterrabia. En esta capital los aguardaba segunrecomendacion de D. Fernando y Doña Isabel, Don Bernardo de Sandoval yRojas, que los acompañó por Burgos, Valladolid y Madrid á Toledo, puntodonde estaban convocadas las Córtes generales del reino, y donde despuesfueron jurados herederos de la corona de España, que segun cálculo, fueel 22 de mayo del mismo año 1502. Despues pasaron á ser juradosigualmente á los reinos de Aragon y Valencia, en cuyo viaje lesacompañaron sus padres.

De regreso ya de esta espedicion hubo que detenerse en Alcalá de Henaresá consecuencia de encontrarse próxima á parir Doña Juana. Todas lasfiestas que se preparaban en la córte á los herederos archiduques,tuvieron que suspenderse para ejecutarlas luego con el doble objeto delnuevo alumbramiento de un príncipe, el cual tuvo efecto, el dia 10 demarzo de 1503 con el nacimiento del infante Don Fernando quien sucediódespues al emperador Cárlos V en el imperio de Alemania.

Las ocurrencias que habia por entonces en los estados de Felipe elHermoso, no le permitian continuar por mas tiempo en España: asi es quedeterminó ponerse en marcha al instante, aun en contra de su voluntad,no bastando ni los ruegos de su madre, ni los de Doña Juana para hacerledesistir de su empeño. Desde esta época fatal data la locura de la madrede tantos reyes. Desde este tiempo fue tan desgraciada una muger dignade mejor suerte.

Cualquier persona que sepa lo que son los celos, podrájuzgar de los que tenia Doña Juana, pues se presumia que hasta su sombraiba á arrebatarle un esposo tan querido. Felipe por su parte la habiapagado con justo valor el amor que depositara en él; mas se le ibaestinguiendo, no le entusiasmaban ya los repetidos halagos de su esposa,y por esto no le causaba sentimiento su partida, verificándola aun antesde que esta se hallase repuesta de la indisposicion de su parto.

En la comitiva que acompañó á Doña Juana, formando su servidumbre,cuando pasó á Flandes para efectuar sus bodas, iba una jóven, que era laadmiracion de todos. Rubia poseia una hermosura agradable y seductora,graciosa en demasia, y de un talento estraordinario. El hallarse en elpalacio de los archiduques, motivó que Felipe el Hermoso de vuelta deEspaña, una vez desembarazado de los halagos sin límites de Doña Juana,la mirase con tal adhesion, que al fin concluyó por apasionarseciegamente de los atractivos de la rubia española, cuya magníficacabellera dorada llegó á seducir su corazon.

No tardó mucho en sucumbir á las reiteradas instancias de Felipe, la quepocos dias hacia no era mas que una sirviente y que ahora ocupaba ellugar de una reina. La murmuracion y la envidia empezó á sentirse enpalacio, y por consiguiente no duró mucho sin que se divulgase esteacontecimiento, de tal manera, que con la mayor rapidez vino la noticiaá España, y al momento se enteraron las personas reales.

¿Será posible esplicar lo que padeció Doña Juana al ser sabedora de estanoticia? Esta y no otra fue lo que privó á la archiduquesa de su razonhasta que dejó de existir. Este y no otro fue el mas agudo puñal queintrodujera Felipe en su amante pecho. Deténgase cualquiera que hayaamado en este punto, y considere la fiebre devoradora que se apoderariade un carácter tan

firme

y

enérgico

como

el

de

Doña

Juana.

Tormentosindecibles sufria; tormentos que turbaban su razon hasta el dilirio:hasta no querer abrazar á lo que mas queria en el mundo despues de suesposo, que eran sus hijos. Su rostro siempre triste y demudado,revelaba los atroces tormentos que esperimentaba: su errante miradaparecia como querer distinguir un objeto, el cual encontrado, apartabasu vista, colmándolo de improperios é imprecaciones; huia de todas laspersonas y no preferia

mas

que

la

soledad:

en

esta

hallaba

distraccion,dedicando su pensamiento á Felipe, á pesar de serle infiel. Con estemotivo determinó abandonar la Córte, y retirarse á la Mota de Medina delCampo, por estar íntimamente persuadida de que en este lugar se verialibre de los observadores cortesanos, y poder desde alli escribir á lareina Isabel, su madre, noticiándola de su última resolucion, que era lade partir á la mayor brevedad á Flandes, para de esta suerte volver áser dueña del corazon de su esposo, y destruir cuanto antes el amor quehubiera depositado en la rubia española. La reina Isabel, antes que suhija, estaba enterada de todo; conocia perfectamente el ardiente amorque esta profesaba á su marido, y presumiéndose que tal vez su partidaseria el móvil principal de un gran escándalo, trató de evitar sumarcha, aunque á costa de mucho trabajo. Conocia que las relaciones deamor de Felipe eran demasiado nuevas para que tan pronto pudiese haberun rompimiento. Asi es que trataba de disuadirla de la idea demarcharse, poniéndola por pretesto el hallarse sumamente delicada susalud, y tambiem el encontrarse su padre celebrando Córtes en Aragon, elcual adorándola tan entrañablemente, sentiria muchísimo el que sehubiera tomado esta determinacion sin su consentimiento. Tanto la reinaCatólica como su hija Doña Juana, llevaban su intencion; la primera, porver si podia sin dar escándalo, desvanecer el amor que habia puestoFelipe en la camarista; y la segunda, porque queria dar una leccion á suesposo, confundiendo á su querida.

No dejaba Doña Juana de escribir á su madre con el objeto indicado; peroinútiles habian sido hasta entonces sus súplicas para alcanzar elpermiso de esta: habia llegado hasta el punto de mandar á los personajesmas influyentes de su córte para si por este medio lograba lo quehubiera deseado aun á costa de su vida. Mas viendo que todo era en vano,tomó la determinacion de marcharse sin el consentimiento de su madre,sin que llegase á oidos de su padre, y si era posible, sin que seenterasen mas que los conductores de su carruaje. A aquellas personas enquien tenia depositada su confianza dió las órdenes oportunas para que ála mayor brevedad preparasen los útiles mas necesarios de marcha. Todose encontraba ya dispuesto; pero quiso la casualidad fuese avisada DoñaIsabel de esta resolucion inesperada, por lo cual mandó inmediatamente áDon Juan de Fonseca, obispo de Córdoba, para que la suplicase en sunombre no marchara. A punto de subir al carruage estaba ya Doña Juanacuando llegó el enviado de la reina. Un momento despues no la hubieraencontrado. Mandó al instante D. Juan de Fonseca se retirase elcarruage, y en seguida se fue á ver á la archiduquesa, á la cualencontró ya á la puerta del palacio de la Mota, preparada á marchar entrage de camino. Con el acatamiento que requeria su posicion, la hizosabedora de la órden de la reina Católica, intimándola á que volviese ásu aposento, mas la archiduquesa no se hallaba ya en el caso de guardarconsideraciones de ningun género, asi es que no contestó una palabra; enel calor de su vehemente pasion no encontraba mas que misterios, agentessecretos de su rival y de su infiel esposo, que no tenian otroentretenimiento que retardar su partida. El obispo de Córdoba apuraba envano sus instancias aun presentándole á cada palabra el nombre de sumadre, pero ya cansada de escuchar desobedeció la órden y los ruegos deeste, y preparándose á salir: « Dejadme, dijo, es un deber sagrado elque no me detenga á nada en este viage.» Entonces el obispo mandó ácerrar la puerta, dejando de la parte de dentro á la desgraciada DoñaJuana.

Viéndose encerrada esta señora llegó al colmo de su desesperacion, yempezó á proferir tanto denuesto y tan insolentes frases, que D. Juan deFonseca se fue sumamente irritado, á pesar de haberlo mandado llamar ála archiduquesa por medio de su gentil-hombre de cámara, D. Miguel deFerrera. No quiso volver, sino que tomó el camino de Segovia, donde á lasazon se hallaba la reina Doña Isabel.

Llegado que hubo D. Juan de Fonseca á donde estaba la reina le dió partede todo lo ocurrido con la princesa; Doña Isabel, á pesar de lo débilque se hallaba y de la multitud de negocios que le proporcionaba su altaposicion, se puso en camino para la Mota de Medina del Campo,presumiéndose que tal vez su presencia haria desistir á su hija de unproyecto para ella tan sensible. Despues de los cumplimeintos decostumbre y á los cuales no prestaba atencion esta, la prometió que muypronto iria á reunirse con su marido. « Nunca quiera Dios, decia lareina, que mi voluntad ni la del rey vuestro padre sea la de apartarosdel lado de vuestro esposo, y si otra cosa sobre este particular se hanatrevido á deciros, despreciadla

Estas y otras razones le esponia Isabel, y ella en su frenesí, norespondió mas que: « Son inútiles los ru