Fígaro (Artículos Selectos) by Mariano José de Larra - HTML preview

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A veces se dispara la cerbatana en guerrilla; entonces se escoge porblanco el farolillo de un escarolero, el fanal de un confitero, lasbotellas de una tienda; objetos todos en que produce el barro cocido unsonido sonoro y argentino. ¡Pim! las ansias mortales, las agonías, y losvotos del gallego y del fabricante de merengues, son el alimento del calavera.

Otras veces, el calavera se coloca en el confín de la acera, yfingiendo buscar el número de una casa, ve venir a uno, y andando con lacabeza alta, arriba, abajo, a un lado, a otro, sortea todos losmovimientos del transeúnte, cerrándole por todas partes el paso a sucamino. Cuando quiere poner un término a la escena, finge tropezar conél, y le da un pisotón; el otro entonces le dice: perdone usted; y el calavera se incorpora con su gente.

A los pocos pasos se va con los brazos abiertos a un hombre muy formal,y ahogándole entre ellos:

—Pepe—exclama,—¿cuándo has vuelto? ¡Sí, tú eres!

Y lo mira: el hombre, todo aturdido, duda si es un conocimientoantiguo... y tartamudea..... Fingiendo entonces la mayor sorpresa.

—¡Ah! usted perdone—dice retirándose el calavera:—creí que erausted un amigo mío...

—No hay de qué.

—Usted perdone. ¡Qué diantre! No he visto cosa más parecida.

Si se retira a la una o a las dos de su tertulia, y pasa por una botica,llama: el mancebo, medio dormido, se asoma a la ventanilla.

—¿Quién es?

—Dígame usted—pregunta el calavera,—¿tendría usted espolines?

Cualquiera puede figurarse la respuesta: feliz el mancebo, si en vez dehacerle esa sencilla pregunta no le ocurre al calavera asirle de lasnarices a través de la rejilla, diciéndole:

—Retírese usted; la noche está muy fresca, y puede usted atrapar unconstipado.

Otra noche llama a deshoras a una puerta.

—¿Quién?—pregunta de allí a un rato un hombre que sale al balcón mediodesnudo.

—Nada—contesta:—soy yo, a quien no conoce; no quería irme a mi casasin darle a usted las buenas noches.

—¡Bribón! ¡insolente! Si bajo...

—A ver cómo baja usted, baje usted: usted perdería más: figúrese usteddónde estaré yo cuando usted llegue a la calle. Conque buenas noches:sosiéguese usted, y que usted descanse.

Claro está que el calavera necesita espectadores para todas estasescenas: sólo lo son en cuanto pueden comunicarse; por tanto el calavera cría a su alrededor constantemente una pequeña corte deaprendices, o de meros curiosos, que no teniendo valor o gracia bastantepara serlo ellos mismos, se contentan con el papel de cómplices ypartícipes: éstos le miran con envidia, y son las trompetas de su fama.

El calavera-langosta se forma del anterior, y tiene el aire másdecidido, el sombrero más ladeado, la corbata más négligé: sus hazañasson más serias; éste es aquel que se reúne en pandillas: semejante a lalangosta, de que toma nombre, tala el campo donde cae; pero como ella noes de todos los años, tiene temporadas, y como en el día no es de lo másen boga, pasaremos muy rápidamente sobre él. Concurre a los bailesllamados de candil, donde entra sin que nadie le presente, y donde susola presencia difunde el terror: arma camorra, apaga las luces, seescurre antes de la llegada de la policía, y después de haber dado unoscuantos palos a derecha e izquierda: en las máscaras suele mover tambiénsu zipizape: en viendo una figura antipática, dice: aquel hombre mecarga; se va para él, y le aplica un bofetón; de diez hombres quereciban bofetón, los nueve se quedan tranquilamente con él, pero sialguno quiere devolverle, hay desafío; la suerte decide entonces, porqueel calavera es valiente: éste es el difícil de mirar: tiene un duelohoy con uno que le miró de frente, mañana con uno que le miró desoslayo, y al día siguiente lo tendrá con otro que no le mire: éste esel que suele ir a las casas públicas con ánimo de no pagar: éste es elque talla y apunta con furor; es jugador, griego nato, y gran billaristaademás. En una palabra, éste es el venenoso, el calavera plaga: losdemás divierten; éste mata.

Dos líneas más allá de éste está otra casta, que nosotros rehusaremosdesde luego: el calavera-tramposo, o trapalón, el que hace deudas, elparásito, el que comete a veces picardías, el que empresta para nodevolver, el que vive a costa de todo el mundo, etc.; pero éstos no sonverdaderamente calaveras; son indignos de este nombre: esos son los quedesacreditan el oficio, y por ellos pierden los demás. No losreconocemos.

Sólo tres clases hemos conocido más detestables que ésta: la primera escomún en el día, y como al describirla habríamos de rozarnos conmaterias muy delicadas, y para nosotros respetables, no haremos más queindicarla. Queremos hablar del calavera-cura. Vuelvo a pedir perdón;pero ¿quién no conoce en el día algún sacerdote de esos que queriendopasar por hombres despreocupados, y limpiarse de la fama de carlistas,dan en el extremo opuesto; de esos que para exagerar su liberalismo y suilustración, empiezan por llorar su ministerio; a quienes se ve siemprealrededor del tapete y de las bellas en bailes y en teatros, y en todoparaje profano, vestidos siempre y hablando mundanamente; que hacenalarde de...? pero nuestros lectores nos comprenden. Este calavera esdetestable, porque el cura liberal y despreocupado debe ser el mástimorato de Dios, y el mejor morigerado. No creer en Dios y decirse suministro, o creer en él y faltarle descaradamente, son la hipocresía oel crimen más hediondos. Vale más ser cura carlista de buena fe.

La segunda de estas aborrecibles castas es el viejo-calavera, plantacomo la caña, hueca y árida con hojas verdes. No necesitamos describirlani dar las razones de nuestro fallo. Recuerde el lector esos viejos queconocerá, un decrépito que persigue a las bellas, y se roza entre ellascomo se arrastra un caracol entre las flores, llenándolas de baba; unviejo sin orden, sin casa, sin método... el joven, al fin, tiene delantede sí tiempo para la enmienda y disculpa en la sangre ardiente quecorre por sus venas; el viejo-calavera es la torre antigua y cuarteadaque amenaza sepultar en su ruina la planta inocente que nace a sus pies;sin embargo, éste es el único a quien cuadraría el nombre de calavera.

La tercera, en fin, es la mujer-calavera. La mujer con poca aprensión,y que prescinde del primer mérito de su sexo, de ese miedo a todo, quetanto la hermosea, cesa de ser mujer para ser hombre; es la confusión delos sexos, el único hermafrodita de la naturaleza; ¿qué deja paranosotros? La mujer, reprimiendo sus pasiones, puede ser desgraciada,pero no le es lícito ser calavera. Cuanto es interesante la primera,tanto es despreciable la segunda.

Después del calavera-temerón hablaremos del seudo-calavera. Este esaquél que sin gracia, sin ingenio, sin viveza y sin valor verdadero, seesfuerza para pasar por calavera: es género bastardo, y pudiéraselellamar, por lo pesado y lo enfadoso, el calavera-mosca. Rien n'estbeau que le vrai, ha dicho Boileau, y en esta sentencia se encierratoda la crítica de esa apócrifa casta.

Dejando, por fin, a un lado otras varias, cuyas diferencias estribanprincipalmente en matices y en medias tintas, pero que, en realidad, serefieren a las castas madres de que hemos hablado, concluiremos nuestrocuadro en un ligero bosquejo de la más delicada y exquisita, es decir,del calavera de buen tono.

El calavera de buen tono, es el tipo de la civilización, el emblemadel siglo XIX.

Perteneciendo a la primera clase de la sociedad, odebiendo a su mérito y a su carácter la introducción en ella, harecibido una educación esmerada; dibuja con primor y toca uninstrumento: filarmónico nato, dirige el aplauso en la Opera, y ledirige siempre a la más graciosa, a la más sentimental: más de una malacantatriz le es deudora de su boga: se ríe de los actores españoles, yacaudilla las silbas contra el verso: sus carcajadas se oyen en elteatro a larga distancia; por el sonido se le encuentra; reside en laluneta al principio del espectáculo, donde entra tarde en el paso máscrítico, y del cual se va temprano; recorre los palcos, donde habla muyalto, y rara noche se olvida de aparecer un momento por la tertulia aasestar su doble anteojo a la banda opuesta.

Maneja bien las armas y sebate a menudo, semejante en eso al temerón, pero siempre con fortuna ya primera sangre; sus duelos rematan en almuerzo, y son siempre por pocacosa. Monta a caballo y atropella con gracia a la gente de a pie; hablael francés, el inglés y el italiano; saluda en una lengua, contesta enotra, cita en las tres; sabe casi de memoria a Paúl de Kock, ha leído aWalter Scott, a D'Arlincourt, a Cooper, no ignora a Voltaire, cita aPigault-Lebrun, mienta a Ariosto, habla con desenfado de los poetas ydel teatro. Baila bien y baila siempre. Cuenta anécdotas picantes, lesuceden cosas raras, habla de prisa y tiene salidas. Todo el mundo sabelo que es tener salidas.

Las suyas se cuentan por todas partes; siempreson originales: en los casos en que él se ha visto, sólo él hubierahecho, hubiera respondido aquello. Cuando ha dicho una gracia, tiene elsingular tino de marcharse inmediatamente: esto prueba granconocimiento; la última impresión es la mejor de esta suerte, y todospueden quedar riendo y diciendo además de él: ¡Qué cabeza! ¡Es muchofulano!

No tiene formalidad, ni devuelve visitas, ni cumple palabras; pero de éles de quien se dice: ¡Cosas de fulano! y el hombre que llega a tenercosas es libre, es independiente. Niéguesenos, pues, ahora que senecesita talento y buen juicio para ser calavera. Cuando otro falta auna mujer, cuando otro es insolente, él es sólo atrevido, amable; lasbellas que se enfadarían con otros, se contentan con decirle a él: «¡Nosea usted loco; ¡Qué calavera! ¿Cuándo ha de sentar usted la cabeza?»

Cuando se concede que un hombre está loco, ¿cómo es posible enfadarsecon él?

Sería preciso ser más loca todavía.

Dichoso aquel a quien llaman las mujeres calavera, porque el bellosexo gusta sobremanera de toda especie de fama; es preciso conocerle,fijarle, probar a sentarle, es una obra de caridad. El calavera de buentono es, pues, el adorno primero del siglo, el que anima un círculo, elcupido de las damas, l'enfant gâté de la sociedad y de las hermosas.

Es el único que ve el mundo y sus cosas en su verdadero punto de vista:desprecia el dinero, le juega, le pierde, le debe; pero siemprenoblemente y en gran cantidad; trata, frecuenta, quiere a algunabailarina o alguna operista; pero amores voladeros; mariposa ligera,vuela de flor en flor. Tiene algún amor sentimental, y no está nunca sinintrigas, pero intrigas de peligro y consecuencia: es el terror de lospadres y de los maridos. Sabe que, semejante a la moneda, sólo toma suvalor de su curso y circulación y, por consiguiente, no se adhiere a unamujer sino el tiempo necesario para que se sepa. Una vez satisfecha lavanidad, ¿qué podría hacer de ella? El estancarse sería perecer; secreería falta de recursos o de mérito su constancia. Cuando su bogadecae, la reanima con algún escándalo ligero; un escándalo es para lafama y la fortuna del calavera un leño seco en la lumbre; una hermosaligeramente comprometida, un marido batido en duelo, son sus despachos ysu pasaporte: todas le obsequian, le pretenden, se le disputan. Unamujer arruinada por él, es un mérito contraído para con las demás. Elhombre no calavera, el hombre de talento y juicio se enamora y, porconsiguiente es víctima de las mujeres: por el contrario: las mujeresson las víctimas del calavera. Dígasenos ahora si el hombre de talentoy juicio no es un necio a su lado.

El fin de éste es la edad misma; una posición social nueva, un empleodistinguido, una boda ventajosa, ponen término honroso a sus inocentestravesuras. Semejante entonces al sol en su ocaso, se retiramajestuosamente, dejando, si se casa, su puesto a otros, que vengan enél a la sociedad ofendida y cobran en el nuevo marido, a veces concrecidos intereses, las letras que él contra sus antecesores girara.

Sólo una observación general haremos antes de concluir nuestro artículoacerca de lo que se llama en el mundo vulgarmente calaveradas. Nosparece que éstas se juzgan siempre por los resultados; por consiguiente,a veces una línea imperceptible divide únicamente al calavera delgenio y la suerte caprichosa los separa o los confunde en uno parasiempre. Supóngase que Cristóbal Colón perece víctima del furor de sugente antes de encontrar el Nuevo Mundo, y que Napoleón es fusilado devuelta de Egipto, como acaso merecía: la intentona de aquél y lainsubordinación de éste hubieran pasado por dos calaveradas y ellos nohubieran sido más que dos calaveras. Por el contrario, en el día estánsentados como dos grandes hombres, dos genios.

Tal es el modo de juzgar de los hombres; sin embargo, eso se aprecia,eso sirve muchas veces de regla. ¿Y por qué?... Porque tal es la opiniónpública.

MODOS DE VIVIR QUE NO DAN DE VIVIR

OFICIOS MENUDOS

Considerando detenidamente la construcción moral de un gran pueblo, sepuede observar que lo que se llama profesiones conocidas o carreras noes lo que sostiene la gran muchedumbre: descártense los abogados y losmédicos, cuyo oficio es vivir de los disparates y excesos de los demás;los curas, que fundan su vida temporal sobre la espiritual de losfieles; los militares, que venden la suya con la expresa condición dematar a los otros; los comerciantes, que reducen hasta los sentimientosy pasiones a valores de bolsa; los nacidos propietarios, que viven deheredar; los artistas, únicos que dan trabajo por dinero, etc., ytodavía quedará una multitud inmensa que no existirá de ninguna de esascosas y que sin embargo existirá: su número en los pueblos grandes escrecido, y esta clase de gentes no pudieran sentar sus reales en ningunaotra parte; necesitan el ruido y el movimiento, y viven, como el pobredel Evangelio, de las migajas que caen de la mesa del rico. Para elloshay una rara superabundancia de pequeños oficios, los cuales, nopudiendo sufragar por sus cortas ganancias a la manutención de unafamilia, son más bien pretextos de existencia que verdaderos oficios; enuna palabra, modos de vivir que no dan de vivir, los que los profesanson no obstante como las últimas ruedas de una máquina que sin tener aprimera vista gran importancia, rotas o separadas del conjuntoparalizan el movimiento.

Estos seres marchan siempre a la cola de las pequeñas necesidades de unagran población y suelen desempeñar diferentes cargos, según el año, laestación, la hora del día. Esos mismos que en noviembre venden ruedos ozapatillas de orillo, en julio venden horchata, en verano son bañerosdel Manzanares, en invierno cafeteros ambulantes; los que venden agua enagosto, vendían en carnaval cartas y garbanzos de pega y en navidadesmotes nuevos para damas y galanes.

Uno de estos menudos oficios ha recibido últimamente un golpe mortal conla sabia y filantrópica institución de San Bernardino, y es gran dolor,por cierto, pues que era la introducción a los demás, es decir, eloficio de examen y el más fácil; quiero hablar de la candela; unanumerosa turba de muchachos, que podría en todo tiempo tranquilizar acualquiera sobre el fin del mundo (cuyos padres es de suponerexistiesen, en atención a lo difícil que es obtener hijos sin previospadres, pero no porque hubiese datos más positivos), se esparcían porlas calles y paseos. Todas las primeras materias, todo el capitalnecesario para empezar su oficio se reducían a una mecha de trapos, deque llevaban siempre sobre sí mismos abundante provisión; a la luz de lafilosofía debían tener cierto valor; cuando el mundo es todo vanidad,cuando todos los hombres dan dinero por humo, ellos solos dan humo pordinero. Desgraciadamente, un nuevo Prometeo les ha robado el fuego paracomunicárselo a sus hechuras, y este menudo oficio ha salido del gremiopara entrar en el número de las profesiones conocidas, de lasinstituciones sentadas y reglamentadas.

Pero con respecto a los demás, dígasenos francamente si puedensubsistir con sus ganancias; aquel hombre negro y mal carado, que con labalanza rota y la alforja vieja parece, según lo maltratado, la imagende la justicia, y cuya profesión es dar higos y pasas por hierro viejo;el otro que, siempre detrás de su acémila y tan inseparable de ella comoalma y cuerpo, no vende nada, antes compra... palomina; capitalistaverdadero, coloca sus fondos y tiene que revender después y ganar en supreciosa mercancía; ha de mantenerse él y su caballería, que al fin sondos aunque parecen uno, y eso suponiendo que no tenga más familia; elque vende alpiste para canarios, el que pregona pajuelas, etc.

Pero entre todos los modos de vivir, ¿qué me dice el lector de latrapera que con un cesto en el brazo y un instrumento en la mano recorrea la madrugada, y aún más comúnmente de noche, las calles de la capital?Es preciso observarla atentamente. La trapera marcha sola y silenciosa;su paso es incierto como el vuelo de la mariposa: semejante también a laabeja, vuela de flor en flor (permítaseme llamar así a los portales deMadrid, siquiera por figura retórica y en atención a que otros hacenpeores figuras que las debieran hacer mejores). Vuela de flor en flor,como decía, sacando de cada parte sólo el jugo que necesita: repáreselade noche; indudablemente ve como las aves nocturnas: registra los másrecónditos rincones, y donde pone el ojo pone el gancho, parecida enesto a muchas personas de más decente categoría que ella, su gancho esparte integrante de su persona; es en realidad su sexto dedo, y le sirvecomo la trompa al elefante; dotado de una sensibilidad y de un tactoexquisitos, palpa, desenvuelve, encuentra; y entonces, por unsentimiento simultáneo, por una relación simpática que existe entre latrapera y su gancho, el objeto útil, no bien es encontrado ya está enel cesto. La trapera, por tanto, con otra educación sería un excelenteperiodista y un buen traductor de Scribe; su clase de talento es lamisma: buscar, husmear, hacer propio lo hallado; solamente mal aplicado:he ahí la diferencia.

En una noche de luna el aspecto de la trapera es imponente: alargar elgancho, hacerlo guadaña, y al verla entrar y salir en los portalesalternativamente, parece que viene a llamar a todas las puertas,precursora de la parca. Bajo este aspecto hace en las calles de Madridlos oficios mismos que la calavera en la celda del religioso: invita ala meditación, a la contemplación de la muerte, de que es viva imagen.

Bajo otros puntos de vista se puede comparar a la trapera con la muerte:en ella vienen a nivelarse todas las jerarquías: en su cesto vienen aser iguales como en el sepulcro Cervantes y Avellaneda; allí, como en uncementerio, vienen a colocarse al lado los unos de los otros: losdecretos de los reyes, los quejidos del desgraciado, los engaños delamor, los caprichos de la moda; allí se reúnen por única vez laspoesías, releídas, de Quintana, y las ilegibles de A***; allí se codeanCalderón y C***; allí van juntos Moratín y B***. La trapera, como lamuerte, equo pulsat pede páuperum tabernas regumque turres. Ambasechan tierra sobre el hombre obscuro y nada pueden sobre el ilustre: ¡decuántos bandos ha hecho justicia la primera! de cuántos banderos lasegunda!

El cesto de la trapera, en fin, es la realización única posible, de lafusión, que tales nos ha puesto. El Boletín de Comercio, y LaEstrella, La Revista y La Abeja las metáforas de Martínez de laRosa y las interpelaciones del conde de las Navas, todo se funde en unodentro del cesto de la trapera.

Así como el portador de la candela era siempre muchacho y nuncaenvejecía, así la trapera no es nunca joven: nace vieja: estos son losdos oficios extremos de la vida, y como la Providencia, justa, destinó ala mortificación de todo bicho otro bicho en la naturaleza, como crió elsacre para daño de la paloma, la araña para tormento de la mosca, lamosca para el caballo, la mujer para el hombre, y el escribano para todoel mundo, así crió en sus altos juicios a la trapera para el perro.Estas dos especies se aborrecen, se persiguen, se ladran, se enganchan yse venden.

Ese ser, con todo, ha de vivir, y tiene grandes necesidades, si seconsidera la carrera ordinaria de su existencia anterior; la trapera porlo regular (antes por supuesto de serlo) ha sido joven, y aun bonita;muchacha, freía buñuelos, y su hermosura la perdió.

Fea, hubierarecorrido una carrera obscura, pero acaso holgada; hubiera recurrido altrabajo; y éste la hubiera sostenido. Por desdicha, era bien parecida, yun chulo de la calle de Toledo se encargó en sus verdores de hacérselocreer; perdido el tino con la lisonja, abandonó la casa paterna (tabernamuy bien acomodada), y pasó a naranjera.

El chulo no era eterno, perouna naranjera siempre es vista; un caballerete fue de parecer de que noeran naranjas lo que debía vender, y le compró una vez por todas todo elcesto; de allí a algún tiempo, queriendo desasirse de ella, la aconsejóque se ayudase, y reformada ya de trajes y costumbres, la recomendóeficazmente a una modista; nuestra heroína tuvo diez años felices demodistilla; el pañuelo de labor en la mano, el fichú en la cabeza, y elgalán detrás, recorrió las calles y un tercio de su vida; pero cansadadel trabajo, pasó a ser prima de un procurador (de la curia), que comopariente le alhajó un cuarto: poco después el procurador se cansó delparentesco, y le procuró una plaza de corista en el teatro: ésta fue laépoca de su apogeo y de su gloria; de señorito en señorito, de marquésen marqués, no se hablaba sino de la hermosa corista. Pero la voz pasa,y la hermosura con ella, y con la hermosura los galanes ricos; entoncesempezó a bajar de nuevo la escalera hasta el último piso, hasta el pisobajo; luego mudó de barrios hasta el hospital; la vejez, por fin vino asorprenderla entre las privaciones y las enfermedades; el hambre le pusoel gancho en la mano, y el cesto fue la barquilla de su naufragio. Biendice Quintana:

¡Ay! ¡infeliz de la que nace hermosa!

Llena por consiguiente de recuerdos de grandeza, la trapera necesitaahogarlos en algo, y por lo regular los ahoga en aguardiente. Estocomplica extraordinariamente sus gastos. Desgraciadamente, aunque elmundo da tanto valor a los trapos, no es a los de la trapera. Sinembargo, ¡qué de veces lleva tesoros su cesto! ¡Pero tesoros impagables!

Ved aquel amante, que cuenta diez veces al día y otras tantas a la nochelas piedras de la calle de su querida. Amelia es cruel con él: ni unfavor, ni una distinción, alguna mirada de cuando en cuando... algún...nada. Pero ni una contestación de su letra a sus repetidas cartas, ni unrizo de su cabello que besar, ni un blanco cendal de batista quehumedecer con sus lágrimas. El desdichado daría la vida por un harapo desu señora.

¡Ah, mundo de dolor y de trastrueques! La trapera es más feliz. ¡Míralaentrar en el portal, mírala mover el polvo! El amante la maldice:durante su estancia no puede subir la escalera; por fin, sale y elimbécil entra, despreciándola al pasar. ¡Insensato!

esa que desprecialleva en su canasta, cogidos a su misma vista, el pelo que le sobró aAmelia del peinado aquella mañana, una apuntación antigua de la ropadada a la lavandera, toda de su letra (la cosa más tierna del mundo), yuna gola de linón hecha pedazos... ¡Una gola! Y acaso el borrador dealgún billete escrito a otro amante.

Alcánzala, busca; el corazón te dirá cuáles son los afectos de tu amada.Nada. El amante sigue pidiendo a suspiros y gemidos las tiernas prendas,y la trapera sigue pobre su camino. Todo por no entenderse. ¡Cuántasveces pasa así nuestra felicidad a nuestro lado, sin que nosotros laveamos!

Me he detenido distinguiendo en mi descripción a la trapera entre todoslos demás menudos oficios, porque realmente tiene una importancia quenadie le negará.

Enlazada con el lujo y las apariencias mundanas por laparte del trapo, e íntimamente unida con las letras y la imprenta por ladel papel, era difícil no destinarle algunos párrafos más.

El oficio que rivaliza en importancia con el de la trapera, esindudablemente el del zapatero de viejo.

El zapatero de viejo hace su nido en los rincones de los portales; allítiene una especie de gruta, una socavación subterránea, las más de lasveces sin luz ni pavimento. Al rayar del alba fabrica en un abrir ycerrar de ojos su taller en un ángulo (si no es lunes): dos tablasunidas componen su recinto: una mala banqueta, una vasija de barro parala lumbre, indispensablemente rota, y otra más pequeña para el agua enque ablanda la suela, son todo su menaje; cajón de las leznas a un lado,su delantal de cuero, un calzón de pana y medias azules, son sus signosdistintivos. Antes de extender la tienda de campaña, bebe un trago deaguardiente, y cuelga con cuidado a la parte de afuera una tabla, y deella pendiente una bota inutilizada; cualquiera al verla creería quequiere decir: aquí se estropean botas.

No puede establecerse en un portal sin previo permiso de los inquilinos;pero como regularmente es un infeliz, cuya existencia depende de lasgentes que conoce ya en el barrio, ¿quién ha de tener el corazón tanduro para negarse a sus importunidades? La señora del cuarto principal,compadecida, lo consiente: la del segundo, en vista de esa primeraprotección, no quiere chocar con la señora condesa: los demás inquilinosno son siquiera consultados. Así es que empiezan por aborrecer alzapatero, y desahogan su amor propio resentido en quejas contra lasaristocráticas vecinas. Pero al cabo el encono pasa, sobre todoconsiderando que desde que se ha establecido allí el zapatero, a lomenos está el portal limpio.

Una vez admitido, se agarra a la casa como una alga a las rocas; es taninherente a ella como un balcón a una puerta; pero se parece a la hiedray a la mujer; abraza para destruir. Es la víbora abrigada en el pecho:es el ratón dentro del queso. Por ejemplo, canta y martillea, y pareceno hacer otra cosa. ¡Error! Observa la hora a que sale el amo, qué genteviene en su ausencia, si la señora sale periódicamente, si va sola oacompañada, si la niña balconea, si se abre casualmente algunaventanilla o alguna puerta con tiento, cuando sube tal o cual caballero;ve quién ronda la calle, y desde su puesto conoce al primer golpe devista, por la inclinación del cuello y la distancia del cuyo, el pisoen que está la intriga. Aunque viejo, dice chicoleos a toda criada quesale y entra, y se granjea por tanto su buena voluntad; la criada es alzapatero lo que el anteojo al corto de vista: por ella ve lo que nopuede ver por sí, y reunido lo interior y lo exterior, suma y lo sabetodo. ¿Se quiere saber la causa de la tardanza de todo criado o criadaque va a un recado? ¿Hay zapatero de viejo? No hay que preguntar.¿Tarda? Es que le está contando sus rarezas de usted, tirano de la casa,y lo que con usted sufre la señora, que es una malva la infeliz.

El zapatero sabe lo que se come en cada cuarto, y a qué hora. Ve saliral empleado en rentas por la mañana, disfrazado con la capa vieja, queva al mercado en persona, no porque no tenga criada, sino porque elsueldo da para estar servido, pero no para estar sisado. En fin, no semueve una mosca en la manzana sin que el buen hombre la vea; es una redla que tiende sobre todo el vecindario, de la cual nadie escapa.

Paradarle más extensión es siempre casado, y la mujer se encarga de otromenudo oficio: como casada, no puede servir, es decir, de criada, perosirve de lo que se llama asistenta; es conocida por tal en el barrio:¿se despidió a una criada demasiado bruscamente y sin dar lugar alreemplazo? Se llama a la mujer del zapatero. ¿Hay un convite quenecesita aumento de brazos en otra parte? ¿Hay que dar de prisa ycorriendo ropa a lavar, a coser, a planchar, mil recados, en fin,extraordinarios? La mujer del zapatero, el zapatero.

Por la noche el marido y la mujer se reúnen y