Escenas Montañesas by José María de Pereda - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

fiat

del tabernero más próximo, LA ROBLA[1],para decirlo de una vez.

El origen de esta ceremonia no consta en las crónicas montañesas, porquese pierde en la antigüedad de la afición de los montañeses al acre mostoriojano[2].

Su definición precisa tampoco es fácil sin que se me olvide algún rasgográfico de ella; por lo cual juzgo de rigor que nos traslademosadondequiera que se

eche

una…, y allá nos vamos.

Raro es el colono montañés que al poco tiempo de establecido no posea,como producto de sus aparcerías,

una pareja apta para las labores delcampo, algún novillo

uncidero

, es decir, capaz de ser uncido, ócualquiera otra res vacuna; pero en absoluta propiedad y sin que elarrendador de sus haciendas tenga que intervenir en su venta, cambio óemparejamiento; casos en los cuales el colono, por lo que le va en ello,pone los cinco sentidos y emplea la mayor solemnidad posible. Tras ellava siempre la robla.

Luego vamos á una feria.

El lugar de ella queda á elección del lector, pues, gracias á Dios,abundan aquí como los helechos. Abran ustedes un calendario, y dondetopen con su santo, cátense una feria. En este dichoso país, el día queno es de fiesta tiene mercado; de los restantes del año, los unos marcanferia, y los otros romería.

Elegido el punto más cercano, tuvo que ser, por precisión, un pequeñobosque de cajigas ó de castaños, verde, fresco, frondosísimo, bello comoes la naturaleza aquí hasta en su menor detalle.

Estamos ya bajo el tupido follaje…. Cierra, lector, los ojos por unmomento. ¿No te crees transportado, en una serena noche de verano, á laorilla de una inmensa charca, y jurarías que sus ranas, en númeroinfinito, cantan todas á la vez? Es el sello de nuestras ferias yromerías: el sonido de las tarrañuelas

de cien y cien bailadores

á loalto

, al compás de las panderetas que tañen las mejores mozas dellugar.

Sigamos.—Sin reparar en el corro de bolos en que acababan de gritarcincuenta bocas á la vez

¡eseeé!

al hacer un

emboque

uno dé losjugadores; abriéndonos paso á través de la batería formada por lospellejos de vino, barriles y cacharros que sobre un carro, debajo y álos lados de él, á la sombra de un castaño, son la delicia de losbebedores; echándonos por la derecha para no turbar el sueño pacífico delos jamelgos de un cura y un señor de aldea, que están amarrados al

cabezón

del mismo carro, quizá por casualidad, quizá porque losjinetes tomaron este norte como de mejor atractivo para cuando vayaanocheciendo; guardando el cuerpo del fogoso trotón de ese jándalo, queatraviesa la feria llevando á las ancas la parienta más joven éinmediata que encontró en su pueblo cuando volvió de Andalucía, y cuyochal de amarillo crespón, no menos que su vestido blanco de empinadosvolantes, forman extraño contraste con su reluciente y pasmadafisonomía; sin responder á las voces de las importunas fruteras, de los

agualojeros

, rosquilleros y otros análogos industriales que nosasedian al paso; sin fijarnos, en fin, en ese maremágnum alegre yestimulante que el cuadro presenta á primera vista, salgamos á aquellabraña donde hay un grupo de ocho personas y una pareja de novillosuncidos. Allí va á haber robla.

El que está apoyado sobre sus engalanadas cabezas, hombre que tiene lasuya algo más sucia, calzones de

manga corta

, con un tirante sólo,chaqueta al hombro y sombrero de copa alta, más que medianamenteapabullado, es el dueño de la pareja, y conocido y honrado en su pueblopor el nombre de Antón Perales.

El otro, más joven y de mejor traza que éste, que pasea alrededor de losnovillos examinándolos con gran atención, es el comprador: llámanleOgenio Berezo, y es de las inmediaciones. De los que forman el círculo,los cuatro son meros curiosos que, á título de conocidos de losprimeros, se han aproximado al olor de la robla. La mujer, que come unamanzana y tras de cada bocado que le tira se rasca la cabeza por debajode la

muselina

, es la costilla de Antón Perales. El otro personaje,más viejo que todos los demás, y que observa el cuadro, taciturno yreflexivo, es convecino del comprador: llámase tío Juan de la Llosa, yasiste, á la sazón, en calidad de perito. Sus títulos al efecto están entoda regla. Es público y notorio que en más de cien sangrías que llevahechas en el pueblo á los animales de sus vecinos, á la oreja, alpelo

y al rabo, que es la más difícil, no se le ha desgraciado una solares. Para poner una bizma, ó sea un emplasto de trementina y polvos desuelda, no hay otro que se le iguale. Distingue á la legua un cólico deun

empanderamiento

, y en las cojeras no confunde el

zapatazo

con el

babón

; y si no ha curado un solo caso de

solenguaño,

es porque laenfermedad es mortífera, mas no por haber dejado de echar á tiempo, «porla boca abajo»

del paciente animal, con el auxilio conductor de unateja, el agua de jabón, aceite y vino blanco bien caliente. Por algodice él que, si le hubieran

desaminao, albitre

podía ser; y es laverdad. En cuanto á las condiciones externas del ganado, ahora le veránustedes.

El comprador ha dejado de rondar la pareja, crúzase de brazos y exclamade repente:

—Pues, señor, ¿á qué hemos de decir una cosa por otra? La pareja megusta. ¿Qué le parece á usté, tío Juan?

Éste guarda en un bolsillo del chaleco la punta que mascaba rato hacía,da dos pasos al frente, cárgase á la izquierda sobre el garrote, pone ladiestra en jarras, cruza las piernas y reflexiona un instante.Entretanto el vendedor se sonríe con cierta malicia, su mujer menudealos mordiscos á la manzana, y murmura algunas palabras hacia los otrospersonajes que emiten su dictamen á media voz.

—Apaséalos—dice en tono grave el perito.

Antón Perales hace caminar sus novillos un corto trecho, al son de lasalegres campanillas que les adornan el pescuezo.

—Ahora, hacia abajo …—añade el primero.—¡Oooó, joois!—canturria,luego que el vendedor le ha complacido, para indicarle que pare ya.

—Lo que toca al particular—dice la mujer, á quien no le cabe ya lalengua en la boca,—no tienen tacha.

Tocante á eso, no es porque seanmíos; pero, como dijo el otro…. Vamos, que son dos perlas.

—Como que los he criao yo en casa—repone su marido;—y éste que sellama Galán

, es hijo de la

Leona

, y este otro,

Cachorro

, de la

Gallarda

, dos vacas que, mejorando lo presente, son dos soles.

—Justo, que las vendimos el mes pasao al sobrino del Regioso, conperdón de ustedes, que por aquel pique que tuvo por la cuñá delMostrenco, que ya con este mote le han de enterrar, por el lindero delprao que le tocó á resultas del

cobicillo

que encontraron debajo deljergón de su tío, que en santa gloria esté…, y ahí está el mi hombreque no me dejará mentir, que á la verdá que anduvo como una estorneja deacá para allá, ahora que la botica, después que el señor cura, luego quela unción, porque el enfermo daba el ¡ay! que partía el alma, sin quehubiera en aquella casa un mal nacido á quien volver los ojos…, y nose lo tome Dios en cuenta á la que tanto fachendea hoy gracias á loscinco carros de tierra que apañó…. Pues resulta de que….

Á la buena mujer se le va la burra entre tanta maraña, mientras el tíoJuan no quita los ojos de la pareja. El comprador mira al perito como siquisiera leer en su fisonomía la opinión que va formando; el vendedoratusa el pelo á los novillos, y los intrusos los ponderan cuanto les espermitido, con objeto, evidentemente, de contribuir á que se cierre eltrato y no se pierda la robla.

Después que el perito y el comprador han visto que los animales seplantan

bien al caminar, que no se aprietan, que no

zambean

delcuarto trasero, que son bien encornados y que igualan perfectamente enalzada y color, el primero les mira la boca, les palpa bien los

brazuelos

y las nalgas para ver si están

despicados

de algún remo, yles examina escupulosamente las astas por si son estoposas, las pezuñaspor si blandean

, y los ojos por si tienen

nube

ó

glarimeo

.

Hecho este examen, el tío Juan, sin perder un solo rasgo de su gravedad,dice en tono solemne:

—Caballeros, la pareja…, lo que toca á la pareja, no tiene pero. Sondos rollos de cuatro años, sanos como dos corales.

—Pos á mí—añade el comprador,—lo que toca al particular, también megusta la planta y el aquel de la pareja…. Conque si el señor trae ganade vender, diga, si á mano viene, en lo que estima su hacienda, que yo ácomprar he venío.

—Al respetive de eso mesmo—replica el vendedor,—no me quedo yo atrás;que hoy por ti y mañana por mí…, y, como dijo el otro, mortales noshizo Dios…. Vamos al decir, que si tú traes ganas de comprar, noreñiremos.

—Cabales, que ni al mi hombre ni á mí nos ha perseguido nunca lajusticia por embusteros; y cuando vemos que se trata con gente deformalidá y de requilorios….

—Esa es la verdá; y vamos, Antón, á estimar la pareja, como el otro quedice, con equidá.

—Pos la pareja, Ogenio, por ser para ti…, la pareja; que, como hadicho el señor, no tiene pero; la pareja, y que no vea la cara de Diossi te engaño; la pareja vale treinta doblones[3] como dos cuartos.

—Tú no quieres vender, Antón—contesta con cierto desdén el atildado Ogenio.

—Ogenio—replica Antón,—tú me ofendes.

—Que te digo que no quieres vender.

—¡Que mal rayo me parta si he venío á otra cosa á la feria! Y sábeteque por ese dinero ya no tendría en casa los novillos hace una semana,si los hubiera querido vender…; pero hoy por ser pa ti….

—Pos yo no doy por ellos más que veinticinco doblones.

—Tú no quieres comprar, Ogenio.

—Á eso vine á la feria, Antón…; y si no, que diga tío Juan si mepongo en lo justo.

—Lo que toca á mí—dice el aludido, que durante la escena referida seocupaba en hacer rayitas en el polvo con el palo,—lo que toca á mí, nome gusta meterme en la hacienda del vecino, que cada uno puede estimarlaen aquello que, pongo por caso, le acomoda.

—De manera es—replica el comprador,—que aunque usté diga uno, ó dos,ó medio; ó que la pareja vale tanto ó cuanto, ó que por aquí ó que porallá, no ha de ser medida la palabra de usté.

—Eso es—añade Antón;-que como dijo el otro, ná se pierde con oir áéste y al de más allá.

—Andando—gruñe su mujer, clavando los dientes en la quintamanzana,—que todos somos hijos de Dios, y más ven cuatro ojos que dos.

—Es de razón—exclaman á coro los demás circunstantes.

—Pues, caballeros—concluye el perito con cierto tonillo deautoridad;—creo que se pueden dar veintisiete doblones por la pareja.

—Ya lo oyes, Antón…; y yo no dejo mal á ningún amigo.

—Por dicho de eso, yo tampoco, Ogenio; y si das los veintiocho, tuya esla pareja.

Grandes murmullos en el grupo; anímase el tío Juan, y exclama,imponiendo silencio á los circunstantes:

—Ni los veintisiete ni los veintiocho, que han de ser los veintisiete ymedio, y se pagará la robla además.

—Corriente—dice Ogenio.

—Pues buen provecho te hagan—añade Antón, entregando la ahijada alprimero, como símbolo del dominio que le transmite….

El pequeño circuló se agita con gran ruido; todos se felicitanrecíprocamente, todos hablan á la vez, y entre todas las voces sedestaca la de la exdueña de los novillos que charla más que nadie ydesbarra como nunca.

Autorizado competente uno de los testigos del ajuste, marcha á buscar alpunto más inmediato dos azumbres de vino tinto para

mojar el trato

, esdecir, para

hechar la robla

; y mientras vuelve, el comprador se sientaen el suelo, saca un pesado bulto del bolsillo interior de su chaqueta,y comienza á desliarle capa á capa, como si fuera una cebolla. Así vansaliendo, sucesivamente, un pañuelo de percal aplomado, un viejo pañalde una camisa y una bula, dentro de la cual aparecen, como núcleo detodo el envoltorio, un montón de napoleones y algunas monedas de orocuidadosamente guardadas entre los amarillentos repliegues de una hojade un catecismo.

Con grandísimas dificultades cuenta los veintisiete doblones y medio, ósean 1.650 reales, y se los entrega al vendedor, quien, en el acto, ycon no menores amarguras, los cuenta también; y envueltos en la bula, yla bula en la muselina de la mujer de Antón Perales, desaparecen en losprofundos abismos de la faltriquera que debajo del refajo lleva ésta[4].

El que fué por el vino vuelve con un enorme jarro lleno de él en unamano, y con una taza de barro blanca en la otra. Desátanse, á su vista,más y más las lenguas del corrillo; sonríense todas las fisonomías, y elrústico Ganimedes, apoyándose en la

yugata

de la pareja, comienza áescanciar el vino con gran pulso y mucha solemnidad.

El tío Juan, para quien es la primera taza, levantándola en alto,brinda:

—Por la salud de los presentes, que se disfrute muchos años la pareja,y que en el cielo nos veamos.

—Amén—contesta á coro la reunión.

La taza sigue pasando luego de mano en mano y de boca en boca, hasta quese agotan las dos azumbres de rioja.

Pero Antón Perales no quiere ser menos que su contrinca, y paga otrosocho cuartillos que se beben con la misma solemnidad que los anteriores,con el mismo ceremonial, pero con mayor locuacidad de parte de losbebedores y con peor pulso de la del escanciador.

Entretanto la tarde va acabándose, y el ganado y la gente que llenabanla feria se retiran poco á poco.

Ya no se oyen las tarrañuelas, ni los panderos, ni un solo grito en elcorro de bolos. Los taberneros recogen sus baterías, y embridan susjamelgos los curas, los jándalos y los señores de aldea; y perdiéndose,por grados, desde el lugar de la feria, por la campiña adelante en todasdirecciones, se oye el sonido de las campanillas del ganado que sealeja. Nuestros conocidos, detrás de los novillos, llevan, como quiendice, la llave de la feria, cierran la marcha … y bien lo necesitan.Tal andan todos ellos, que no les basta entero el ancho del camino parano darse de calabazadas unos con otros. Aquello ya no es hablar: es unaalgarabía incomprensible é insoportable. La mujer de Perales, sobretodo, desafina como una cotorra; cuenta lo suyo, lo de los vecinos yhasta lo que no sabe. Su marido se empeña en que relampaguea, y está elcielo sin una sola nube; antójasele que los troncos de los árboles sonladrones y lleva á su costilla agarrada fuertemente por la saya para queno la roben el dinero. Tío Juan, el perito, canturria, con voz atipladay temblorosa, aires de sus mocedades, y, recordando galantes aventuras,enamora á la disimulada á la mujer de Antón. Ogenio palpa con torpe manolas monedas que le quedan en el bolsillo, y contando por los dedos de laotra, sostiene y jura que ha dado dinero de más á Perales.—Los cuatrointrusos dan la razón á todo el mundo, pero trocando los asuntos. ÁPerales le aseguran que Ogenio le engañó, dándole dinero de menos; áéste, que está, en efecto, relampagueando y que al fin tronará; á lapobre mujer, que realmente ha sido muy atravesá

y muy revoltosa, y quesi pellizca al tío Juan, hace muy bien, porque ella se entiende…. Peroal oir esto, su marido, aunque no es celoso, ni mucho menos, dainstintivamente un tirón á la saya que lleva agarrada entre sus dedos;y como su dueña no está para grandes pruebas de equilibrio, viene alsuelo como un fardo. En el mismo instante Ogenio toca en el bolsillo áAntón para advertirle que quiere ventilar la duda que le preocupa, yéste, siempre soñando con los ladrones, sobrecógese de horror, dase pormuerto, quiere huir, tropieza con su mujer y cae sobre ella; apresúraseel otro á levantarle, pierde el equilibrio y da de hocicos sobre los doscaídos; acuden, al estrépito, los demás personajes; creen que aquello esuna lucha, enmaráñanse para separarlos, empújanse los unos á los otros,y al cabo y al fin caen todos amontonados sobre la desdichada mujer quegrita y se lamenta medio sofocada por tan enorme peso. Estrújanse yaráñanse todos buscando un punto de apoyo para salir de aquel enredo; ypoco á poco, y con grandes fatigas, van levantándose uno á uno; yrenqueando y vacilando, se vuelven á poner en marcha, y llegan á unpunto en que se bifurca la carretera. Allí deben separarse el tío Juan,Ogenio y dos de los intrusos. Pero da la casualidad (y estascasualidades abundan en la Montaña más que las ferias, que los mercadosy que las romerías), da la casualidad, repito, que en el punto deempalme de los dos caminos hay una taberna; y como tío Juan de la Llosaes hombre que no queda mal con sus amigos por un par de azumbres más ómenos, invita á sus camaradas á beber, para demostrarles que «si

aquello

ha sido guerra, que nunca haya paz».

Inútil es decir que el convite se acepta y se agradece.

Pero los bebedores se han metido en la taberna y han atado la pareja áun poste del portal, indicios todos de que sólo Dios sabe á que horaconcluirá aquello y bajo qué techo dormirán nuestros conocidos la roblade los novillos.

Además, la noche ha cerrado ya; me comprometí, lector, á acompañarte áuna feria para que supieras con un ejemplo práctico lo que es una robla:he cumplido mi palabra como me ha sido posible, y creería abusar de tuamabilidad obligándote á pasar la noche al raso. Retirémonos, pues…, yhasta la vista.

FOOTNOTES:

[Footnote 1: De

robra:

escritura ó papel autorizado para la seguridadde las compras y ventas ó de cualquier otra cosa.

DIC.ACAD.—Refiriéndose á este cuadro, escribía años ha el eminente literatodon Juan Eugenio Hartzenbusch: «También allí (en la provincia de Cuenca)se usaba, aunque más en pequeño, echar la robra

en términos parecidosá los de la Montaña, pero dicen

robra

, y robra significa una firma,una escritura, cualquier documento.»]

[Footnote 2: Mi erudito amigo y paisano don E. Pedraja Samaniego, dijoen El Averiguador de Cantabria

, respondiendo á una pregunta hecha enel mismo acerca de la antigüedad de esta costumbre por mí descrita:

«Robla.

—La costumbre de convidar el comprador ó el vendedor, despuésde consumado el contrato, á los que han intervenido en él, es tanantigua, que ya se halla mencionada con la palabra Alvoroc

(hoyalboroque) en el título 25 de las

Cortes de León celebradas el año de1020

.»—El M.° Berganza, en el tomo I de sus

Antigüedades de España

,pág. 311, dice: «En el año 1025, Zite Morielez vendió al Monasterio deCárdena una viña por sesenta sueldos de plata y cinco que se gastaron enel

Alvoroc

.» El mismo, en el catálogo de palabras antiguas que trae alfin del tomo II, define así la palabra alvoroc: «robra

que confirma lacompra».

(

Notas del A. en 1876.

)]

[Footnote 3: El doblón, en la Montaña, es una moneda imaginaria,equivalente á 60 reales.]

[Footnote 4: Quizás me objete algún montañés

resabido

que no es usual,ni tal vez tolerado, recibir el vendedor en la misma feria el importe delo vendido. No disputaremos sobre el caso, siempre que él me conceda queen los pormenores del pago no he puesto yo uno solo que no seaverosímil.]

«Á LAS INDIAS»

«Á las Indias van los hombres, á las Indias por ganar: las Indias aquí las tienen si quisieran trabajar.»

(Canc. pop. de la Montaña.)

I

Madre, este carraclán está mal hecho.

—¡Jesús, qué condenao de chiquillo!… ¡Si le está, que ni pintao!

—¡Tisana, que me aprieta por todas partes, y los faldones se me subenal pescuezo cada vez que me voy á quitar el sombrero!

—Di que eres un mocoso presumido, y no me rompas la cabeza.

—Diga usté que no sabe coser por lo fino…, ni esta tarascona de mihermana…. ¿Lo ve?… Lo mismo coge la aguja que las

trentes

.¡Tisana, qué camisa me está cosiendo!… ¡Á ver si das más cortas esaspuntadas!…

—¡El demonio del renacuajo!… ¿Cuándo soñaste tú en gastar levita?

¡Después que me llevo mes y medio sin pegar el ojo por servirle á él!…

Madre, yo no coso más.

Y la censurada costurera, que es una mocetona como un castaño, arroja alsuelo la camisa que estaba cosiendo, y vuelve las espaldas con resueltoademán al escrupuloso elegante, rapaz de trece años, listo como unaardilla y tan flaco como el mango de una paleta.

Su madre, mujer de cuarenta años, aunque las arrugas del rostro y lacurva de sus espaldas la hacen representar sesenta, después de comersemedia cuarta de hilo para hacerle punta y que pase por el ojo de laaguja que apenas se ve entre sus callosos dedos, pone en orden á lasusceptible costurera, se acerca al muchacho, le hace girar tres vecessobre sí mismo, le estira con fuerza la levita que lleva puesta ydespués de contemplar un instante su obra, vuelve á sentarse, exclamandocon acento de profunda convicción:

—Que la pinte mejor un sastre.

Pero antes de ir más lejos, y para mejor inteligencia de los lectores,es justo que, como diría el inédito poeta don Pánfilo, expliquemos lasituación.

Que nuestros personajes son montañeses, debe haberse deducido del estilodel diálogo anterior; y si éste no lo ha demostrado bastante, constedesde ahora que lo son en efecto.—El lugar de la escena puede el lectorcolocarle en el punto de esta provincia que más le conviniere, si biensu parte oriental es preferible por ser en ella más frecuentes que enlas demás, cuadros semejantes al que voy á describir.—El escenario esaquí el ancho soportal, ó tejavana de una casa pobre de aldea.—Ésta,como todas ó la mayor parte de las de su categoría, tiene en la humildefachada del portal tres huecos: la puerta principal en el centro; la dela cuadra á la izquierda, y á la derecha la ventana de la cocina.Sentadas en el alto batiente de la primera, cosen las dos mujeres; lasegunda está entreabierta, porque acaba de entrar por ella á arreglar elganado el bueno de tío Nardo; jefe de la familia, ó esposo y padrerespectivamente de los personajes de nuestro diálogo. Por lo que hace ála ventana, aunque no la necesitamos para nada, diré, á fuer de verídicohistoriador, que está cerrada, pues su destino, más que dar luz á lacocina, es dejar que salga el humo de ella cuando hay fuego en el hogar,el cual está ahora tan frío como la borona que en él se coció por lamañana para todo el día…; y dicho se está con esto que la escena espor la tarde: conste también, sin que este dato sea, como parecerá áprimera vista, una minuciosidad inútil, que corre el mes de septiembre.Ahora sólo nos resta consignar que el pequeñuelo interlocutor, aldirigir tan graves cargos á su madre y á su hermana, llegaba al portal,vestido con levita, pantalón y chaleco de mahón gris; agarrotado sucuello entre los revueltos y atropellados pliegues de una enorme corbatade percal con grandes cuadros rojos; medio oculta su diminuta éinteligente cabeza bajo las anchas alas de un sombrero de paja con cintaverde, y calzado, por último, con gruesos zapatos de Novales. El polvoque los cubre, el arrebatado color de la cara del muchachuelo y elgarrote que éste trae en una mano, prueban bien á las claras que acabade hacer una larga caminata. En cuanto á las razones que tiene paraquejarse de las tijeras de su madre y de la aguja de su hermana, nodejan de parecer fundadas, si se mira su vestido con alguna atención,pero también es cierto que las pobres mujeres nunca las vieron másgordas, y que el intolerante rapaz se mete por primera vez bajo aquellosfaldones que le estorban.

También debe constar que á pesar de lo quedijo al presentarse en escena, hay en su fisonomía algo de risueño yplacentero que denota una satisfacción interior; su viaje debe habertenido un éxito feliz…. Mas para saber lo que hay sobre esto y otrascosas que nos proponemos referir, volvamos á tomar el asunto donde ledejamos para hacer esta digresión.

Mientras la madre pronunciaba las palabras que dejamos escritas, hechoel examen de la levita de su hijo, éste se sentó en el poyo del portal,entre las dos puertas; y limpiándose luego con el pañuelo del bolsilloel polvo de sus zapatos, replicó vivamente:

—Eso lo dice usted aquí porque no hay comparanza; pero si me viera allado de don Damián como yo acabo de verme…. ¡Tisana, qué levita!…;¡aquéllas sí que son costuras!… Ni siquiera se conocen…. ¡Y quécorte!

Da gloria de Dios el verla. Y no estos costurones … ¡más malasentaos!

—Pero, condenao, ¿cómo quieres tú comparar aquel paño tan fino con estemahón de á tres reales?

—¡Qué mahón ni que ocho cuartos! En las manos consiste toa lacencia…. Si me hubiera hecho la ropa un sastre de Santander, como yoquería…. Lo mismo que el chaleco … y los calzones: por un lado mesobra media fanega, y por otro no me puedo revolver adentro…. ¡Y estoszapatos!… Yo no sé en qué consiste que cuanto más tocino les doy, máspeor se ponen. ¡Qué zapatos los de don Damián, tisana! Relumbran como elsol de mediodía.

—Pero, hijo mío, ¿no ves que don Damián es un señor muy rico?…

—También tú te vestirás así el día de mañana, ¿verdá, madre?

—¡Anda, anda!; ya te estás relambiendo con los vestidos que te he deregalar…. ¡Como no pongas otros!…

—Ni falta que me hacen, para que lo sepas; probe nací, y con saya deestameña y tirando de la azada me han de querer….

—Calla, tonta, que lo dije por oirte: ¡miá tú qué me importará á mí eldía de mañana vestirte como una señora prencipal!… ¿eh, madre?

Á la buena mujer, mientras sus dos hijos comenzaban á contender en esteterreno, se le iban enrojeciendo los ojos, fenómeno que, en idénticascircunstancias, había observado de algunos días á aquella parte el tíoNardo con no poca sorpresa; y sabiendo por la experiencia que si nocombatía la emoción á tiempo no podría disimularla, dió al diálogo otrogiro diverso, preguntando al muchacho:

—¿Te dió la carta don Damián?

El interrogado que por otra parte, parecía estar deseando que se lehiciera semejante pregunta, llevó la diestra al bolsillo interior de sulevita; después á uno de los del chaleco; ocultó entre sus dedos unamoneda, y sonriendo con expresión de triunfo, exclamó, alzandoprogresivamente la voz:

—Aquí está la carta … y aquí esto…; ¿lo ven bien? Esto … ¿quédirán que es esto?… ¡Tisana!, que no lo aciertan…. Pues esto es …¡media onza!…

—¡Media onza!…

—¡Media onza!

—¡Media onza!—añadió el tío Nardo asomando la cabeza por la puerta dela cuadra;—¡media onza!—

repitió mientras descubría el tronco;—¡mediaonza!—exclamó, en fin, trasladándose de un brinco junto al grupo queformaba su familia admirando la moneda que Andrés (y ya es hora de decirc