El Manco de Lepanto - Episodio de la Vida del Príncipe de los Ingenios, Miguel de Cervantes-Saavedra by Manuel Fernández y González - HTML preview

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—¡Ah! no me castiguéis,—dijo él,—por aquel impertinente sueño mío enque me encontrasteis; y empezad, mi dulce señora, que con vida y alma osescucho.

Quedose ella por algún tiempo pensativa y como dudando, y luego empezóde esta manera.

V

En que doña Guiomar comienza a contar su historia a Miguel deCervantes.

—No puede llamarse con verdad desdichada la criatura que no lo fuedesde su nacimiento, y aun en el seno yo de mi madre, para mí empezó ladesdicha. Nací en esta hermosa ciudad de Sevilla, y en su calle quellaman del Hombre de Piedra, y con tan dura fortuna, que el instante delprimer aliento mío, fue el del postrero de mi padre. Matáronle cuandonací yo, y a las puertas de nuestra casa, siendo su muerte la más raratragedia que se vio en los pasados tiempos, ni se verá en los venideros.

Era mi padre viejo, pero alentado y tan entero, que su vejez parecíaprimavera bajo nieve, o invierno que bajo su hielo tenía galas deprimavera. Natural de Méjico era mi padre, y rico, y a Sevilla vino conunas galeras de rey, de las que era general.

Acudió el gentío a la Torre del Oro a ver la flota, y entre las damasque estaban en los estrados que para ellas se habían puesto junto a laorilla, asistía mi madre, que era una hermosa doncella de veinte años, ytan desamorada y esquiva, que no parecía sino que el amor no alentabapara ella, según que era de desabrida con todos los que se rendían a losencantos de su hermosura. Si la hubiera contentado el claustro,hubiérase entendido que el santo amor de Dios no dejaba en su corazónlugar para el amor al hombre; pero tampoco era esto, porque una tíamonja que tenía en las del Espíritu-Santo quiso llevársela consigo, a loque ella no se acomodó, diciendo que Dios no la había hecha para que lasofocasen tocas ni monjiles, ni para enojarse entre cuatro paredes.

Pluguiera a Dios que mi madre hubiera tenido vocación de monja, que asíyo no naciera, ni pasaran por mi familia desdichas que parecen unamaldición que alcanza a la desventurada vida mía.

Limpiose doña Guiomar con un pañizuelo los líquidos diamantes que por laamargura de sus tristes memorias de sus hermosos ojos se desprendían,por lo cual Miguel de Cervantes la dijo:

—Enjugarnos yo, hermosa señora mía, esas lágrimas que por vuestrasalabastrinas mejillas corren, con mis labios, si tan bienaventuradofuera que ya me llamara vuestro esposo; y tal procuraría que fuese paravos mi amor, que no lágrimas de amargura, sino de contento del almaenamorada vertieseis, si es que mi amor podía enamoraros, cosa en la queno espero, porque si la esperara, ya en la sola esperanza encontraría laventura milagrosa de este amor que por vos me abrasa las entrañas, y esmi vida en mi muerte y mi contento en mi tristeza.

—No hay para qué repetirme que me amáis,—dijo doña Guiomar,—sino esque creéis que soy desmemoriada; que ya me lo habéis dicho, y yo,escuchándooslo y continuando en oíros, os he dicho claramente que osamo; que si no os amara, la primera palabra de vuestro amor hubiera sidola última; y eso de enjugarme las lágrimas con vuestros labios callarlodebisteis, que hay tales cosas que cuando no se pueden hacer no debendecirse; y pase esto por alto, que a galantería sin intención quieroachacarlo, y no a otra cosa; y sin más de esto, y esperando que a milado seáis tal y tan hidalgo como me lo parecéis, con la relación de mihistoria continúo, que ya que me amáis, según decís, quiero que sepáisquién es la desventurada mujer que ha alcanzado no sé si la desdicha ola fortuna de enamoraros. Decía yo, que a la llegada de las galeras deque era general mi padre, y entre las damas y caballeros que a sullegada habían acudido y ocupaban los estrados en la orilla,dispuestos, estaba mi madre, sin más compañía que la de dos tías, viudasy ya ancianas, que eran los únicos parientes que la quedaban, y tanhermosa, que unos versos que un enamorado suyo, poeta tan desdeñado comolos otros que no eran favorecidos de las musas, la compuso, decían:

Porque

copien

un

instante

los

encantos

que

atesoras,

sus

puras

linfas

sonoras

impulsa

Bétis

amante;

y

las

ondas,

al

pasar,

murmuran

en

su

tristeza,

recordando

la

belleza

que ya no pueden copiar.

—No me parecen mal esos versos,—dijo Miguel de Cervantes;—madrigalson, o más bien, madrigal doble; poeta era quien los compuso, y no delos peores, y por míos los tomara, antes con satisfacción que empacho deellos; pero decidme, señora: ¿cómo es que vos habéis premiado esosversos guardándolos en vuestra memoria? ¿quién os los recitó, o quién osdio el papel en que estaban escritos?

—Hallose ese papel entre los de mi madre cuando murió, y a mí con suherencia llegaron esos desdichados versos, que yo no puedo recitar sinque se me llenen de lágrimas los ojos; que si el que esos versoscompuso no hubiera nacido o no viviera, ni muriera mi padre, ni mi madrefuera desventurada, ni yo tendría un cruel enemigo de mi reposo.

—Lo que acabáis de decir, señora, aguija el ya grande interés con quevuestra historia escucho,—dijo Miguel de Cervantes;—

pues ¿cómo,señora, si vuestra madre era tan ingrata y desconocida para el amor,versos tenía, para ella compuestos por un amador desdeñado, ni cómoeste, sin ventura, pudo ser una desventura para vuestra madre entonces,y ser hoy para vos un crudo enemigo? Decidme su nombre, que si él hizodesdichada a vuestra madre, no lo seréis vos por él, o faltaráme por laprimera vez la fortuna en un empeño.

—Decíroslo quiero,—respondió doña Guiomar,—porque bastante habéishecho con darme música para que él viva atento hasta averiguar quién elde la música haya sido, y buscarle riña; conque así, ved si una dama quetan a su despecho tiene un enamorado o empeñado que tan celoso laguarda, aunque tan sin razón ni derecho para ello, os conviene por loque pueda costaros.

—No digo yo,—respondió Miguel de Cervantes,—por el temor de un viejo,que tal debe serlo quien, teniendo vos veintidós años, pretendió avuestra madre antes que vos nacierais, sino por el de todos los trasgos,jigantes, enanos y vestiglos de los libros de caballería, y aun por elde los doce de la Tabla Redonda que vinieran a reñiros con toda lacohorte de magos y de encantadores que en los tales libros se nombran,dejara yo de venir a daros música y a hablar con vos, si era que vos meconcedíais esta merced venturosa.

—Hombre de años es ya, pero no viejo,—respondió doña Guiomar,—que aúnno pasa de los cuarenta y cinco, y es uno de los capitanes más temidos ymás respetados de los ejércitos de su majestad; lo que, y sus otrasbuenas cualidades, no es parte para que yo deje de aborrecerle y deseevenganza contra él, y de tal manera, que si al fin ese amor que vosdecís tenerme, y al que yo os digo correspondo cuanto corresponderpuedo, llegase a sus buenos términos, yo no me desposaría con vos, siantes no me habíais vengado y libertado de ese hombre; que para que vospodáis estimarle en lo que vale, sabed se llama don Baltasar de Peralta,que ya por su buen ingenio, como por su valor, su nobleza y su hacienda,es en Sevilla de todos conocido y estimado.

—Conózcole, y más de lo que podáis figuraros, señora,—dijo Miguel deCervantes un tanto sorprendido;—sé quién es, y lo que puede y lo quevale, y cuánta es su nobleza y cuánto su ingenio; y estimádole hubieraen mucho más, si no llevara peluca; que el quedarse, cuando la muchaedad no lo disculpa, con la cabeza rasa y sin un pelo, como bala debombarda, paréceme a mí que es a efecto de malas cabilaciones ypicardías; de lo que resulta, que yo no me fío de un calvo, ni con buenavoluntad le miro; y a mayor abundamiento, llenádome habéis las medidascon decirme que de él ansiáis venganza, que como un cruel enemigo ospersigue, y que no seríais mi esposa si antes de sus persecuciones no oslibertaba.

—Decís bien,—exclamó doña Guiomar,—en lo de vuestra enemiga contralos calvos, que yo tengo para mí, que, como decís vos, la gran parte delas veces lo que la calvicie causa es el fuego de los malos y perversospensamientos que en la cabeza arden, y queman la raíz de los cabellos ylos mata.

—No decía yo eso,—respondió Cervantes;—que San Pedro es calvo, y aunse me antoja haber visto en alguna parte que lo fue desde mozo; pero amí, no sé por qué, los calvos me enojan, como me enojan otras muchascosas que no enojan a nadie, y cuando una cosa me enoja, sobre ella mevoy sin reparar en inconvenientes, y salga por donde saliere. Y, viveDios, señora, que contento estoy, porque, al fin, de lo que habéis dichoaparece que yo puedo contentaros en algo, y ponerme en ocasión de quesepáis que para vos tengo yo toda la sangre que late en este corazón queos adora.

Miró tiernísimamente doña Guiomar a su enamorado, que al decir susúltimas palabras osó besarla las manos, por lo cual no se ofendió ella,aunque las recogió, y dijo:

—Tornando a lo que me dijisteis sobre si mi madre podía tener versos deun amador desdeñado, os diré, que si mi madre no era fácil para el amor,éralo, ¿y qué mujer no lo es? para la vanidad; y que aunque volvió a donBaltasar los versos que os he recitado y otros muchos, no fue singuardarlos trasladados; lo que era causa de que don Baltasar, que veía,que si bien se le devolvían sus versos, eran leídos, como lo demostrabael ir abiertos los papeles en que se contenían, alentase esperanzas, ysiguiese a mi madre a cuantas partes iba, y la diera música, y larondase eternamente la calle, que de ella no se apartaba sino para comerde prisa y dormir breves horas.

Aconteció que cuando las galeras de rey llegaron, y desembarcó de lacapitana mi padre, y subió al estrado en que mi madre con otras damas ycaballeros estaba, no lejos de mi madre estaba don Baltasar, que erapoco menos que su sombra; de modo que pudo ver mejor que lo que hubieraquerido, que cuando mi padre vio a mi madre se inmutó todo, y que mimadre dejó ver el carmín de su sangre en sus mejillas, y sus ojos, antespara todos tan impíos, no pudieron ocultar el fuego del amor que deimproviso, a traición, y sin que ella pudiera prevenirse, la habíaabrasado el alma.

Preguntó mi padre a algunos caballeros conocidos suyos que allíestaban, quién mi madre fuese, y destos principios vinieron a resultarmuy pronto los fines de un casamiento y de una unión dichosa; peroturbada a poco por la orden que recibió mi padre, aun antes de losquince días de sus bodas, para partir con las galeras a Nápoles. Bienquería acompañarle mi madre; pero mi padre no quiso confiar a lasinstables ondas el tesoro de su ventura. Quedose, pues, mi madre casaday enamorada, y si no con el dolor de viuda, con las angustias deausente; que las mujeres que bien aman, aunque yo de amores no entienda,tengo para mí que han de recelar y temer por todas partes una mudanza oun peligro que les roben su esposo, y a verle no vuelvan.

Pasaba el tiempo, y mi padre no volvía.

Teníale el rey empleado en sus galeras, y aunque menudeaban las cartascuanto era posible, del afán de una carta esperada pasaba mi madre aldel recibo de otra, y tanto más, que estaba en cinta de mí, y el tiempopasaba, y temía mi madre que mi vida fuese para ella la muerte, ymuriese sin volver a ver a su esposo.

¡Ay, señor mío,—dijo en llegando a este lugar doña Guiomar, y soltandocon estas palabras un profundísimo suspiro,—que vamos acercándonos altriste suceso de la más nueva desventura que ingenio humano haya podidoinventar para suspender el ánimo de sus lectores, con los no pensados yperegrinos casos de una novela! ¡Oh traiciones no adivinadas, ohdesdichas no temidas, oh no merecidas tragedias!

Habéis de saber, señor mío, que mi madre, como esposa amante y mujerhonrada, desde el punto en que mi padre partió hizo de su casa clausura,y de ella no salió ni para misa, que en un oratorio se la decían, nirecibió a amigos, ni aun en sus miradores dejose ver por acaso.

Ya en esta clausura, muriéronse la una tras la otra sus dos ancianastías, y quedose mi madre sola con sus criados, que pluguiera a Dios nolos hubiera tenido, o por lo menos a una traidora Lisarda, que fue lacausa con sus liviandades, de lo que nunca recuerdo sin que de lacongoja de mi corazón den muestra las lágrimas que salen por mis ojos.

Suspenso estaba nuestro Miguel oyendo a su acongojada amante, que en sushermosos ojos dejaba ver el llanto que a ellos asomaba, como ansioso decorrer por aquellas mejillas émulas de la rosa y vencedoras de laazucena; y en tanto la estrechaba las manos entre las suyas, sin queella pareciese sentirlo, embebecida en la historia de su madre, que erael principio de sus desdichas.

Reposaba la mirada de doña Guiomar en la de Miguel de Cervantes, y lamirada de éste en la de ella, y no parecía sino que en aquellas dosmiradas sus almas se mezclaban y se confundían para no ser más que unasola alma.

Dejó al fin ella salir de su pecho, o más bien de su pecho se escapó,otro profundísimo suspiro, y continuó su relación de esta manera:

—Hasta tal punto se parecía Lisarda en las proporciones de la figura yen los movimientos a mi madre, que viéndola por detrás, sólo por ladiferencia del traje podía distinguirse a la criada de la señora.

Era además Lisarda muy hermosa y muy joven, y a estas prendas de lapersona, realzadas por la lozanía de su edad temprana, juntaba unagrande honestidad y la buena y cristiana crianza que la habían dado suspadres, humildes, pero honrados; amábala por estas sus buenas prendas mimadre, y por ser ella tan de su gusto, complacíala se le pareciese en laestatura y en la corpulencia, y en aquella su gallarda manera de andar yde accionar; cosas todas estas últimas que mi madre hubiera aborrecido,si hubiera adivinado las cosas que sobrevinieron, y que ya vos, señorMiguel de Cervantes, debéis haber vislumbrado con vuestro claro ingenio.

Y fue que don Baltasar de Peralta, no porque mi madre se hubiese casadohabía matado, o por lo menos sujetado a los preceptos de la virtud, dela religión y de la honra, que en sí son unos mismos, aquel su amortirano y voluntarioso que a mi madre había tenido y tenía, sino que muycontrariamente, dejó a la rabia y a los celos, sin intentar siquieracombatir con ellos, que este amor aumentasen; no dejaba la ida por lavenida a la calle del Hombre de Piedra, y pasaba en ella, oculto por unaesquina, o embebido

en

el

hueco

de

una

puerta,

luengas

horas,particularmente de noche, ansiando ver a aquella que era la agonía de suvida, la desesperación de su alma y el sujeto de todos sus pensamientos.

Aumentaba el fuego de su amor y la rabia de su desdicha, con no verasomarse jamás mi madre a sus miradores, con el de no salir nunca decasa ni aun a misa, y con no dar más muestras de estar viva que sihubiera estado encerrada en una tumba.

Respetando estuvo muchos días don Baltasar el decoro de mi madre, noatreviéndose a escribirla, ni aun a darla música; pero al fin pudo másen él la desesperación que el miramiento, y una noche llenó de músicosla calle, y sus concertadas voces y sus bien tañidos instrumentos,estuvieron dulcemente divirtiendo a los vecinos, sin que mi madre deello se apercibiese, porque habitaba un aposento allá en lo interior dela casa, que era muy grande, y al que no podía llegar la música.

Pero la oyeron algunas criadas, que avisaron a Lisarda, que en un cuartopróximo al de mi madre dormía, y todas se fueron a ponerse en losmiradores a gozar de la regalada música.

Habían dado en la imprudencia de llevar luz a la habitación, y en lasvidrieras del mirador se pintaba, junto al de las otras doncellas, elbulto de Lisarda, que por ser tan semejante en el aire y en la forma dela persona a mi madre, como ya os he dicho, don Baltasar creyó, ycreyéronlo los amigos que le acompañaban, que no era doncella que a mimadre en el bulto se parecía, sino que era mi madre misma la que,acompañada de sus doncellas, en el mirador estaba oyendo la música.

Esto fue bastante para que don Baltasar ardiese en esperanzas, alentaseilusiones, diese cuerpo a las soñadas venturas de su deseo, y se creyeseya en posesión de un tesoro que no podía ser suyo, sino a costa de lavergüenza, de la traición, del perjurio y de la infamia de mi madre.

¡Pero a qué locuras no lleva la sombra de una esperanza a un enamorado!Don Baltasar encontró llano lo que había creído insuperable, fácil loimposible, próximo lo que nunca podía llegar, trocado en ventura lo queantes sólo había sido para él angustias y desvelos, y desesperación ylágrimas, que a tanto puede llegar un error creído verdad por el deseo.¿Pues cómo a ese cruel enemigo de mi madre y mío, no se le representóque una señora tan de tal nobleza y tal y tan grande crianza como lo erami madre, no podía dar en la liviandad de asistir a una música que unmal respetador de su honra la daba, en sus miradores, y dejándose ver, yaun no sola, sino acompañada de sus doncellas, como para hacerlastestigos de su desvergüenza?

Fue así, sin embargo, y bastante necio donBaltasar para creer en tales increíbles disparates; y alentado por esteerror suyo, y creyéndose amado, o, cuando no, en camino de serlo,arrojose al otro día a sobornar y corromper a uno de los criados, y afuerza de

dádivas

y

promesas

consiguió

que

aquel

mal

servidorconsintiese en tomar una carta que le dio para su señora; carta que fuea dar por desdicha en las manos de Lisarda, que no se la dio a mi madre,que si se la diera, en aquel punto hubiera terminado la historia.

Tomó para sí Lisarda la carta, y se la acreció la afición que ya teníaen su alma por don Baltasar desde que le había oído cantaramorosísimamente versos que todo eran flores, estrellas, cielos,suspiros, desvelos, congojas y volcanes; y leyendo en la carta, que conmil encendidas palabras de amor don Baltasar agradecía a mi madre el quehubiese salido a los miradores a oír la música, cayó en la cuenta delerror en que don Baltasar había dado trastrocándola con su señora, y eldiablo la puso en la tentación de contestar manteniendo el engaño, queen un punto la afición que por don Baltasar se la había entrado en elalma la hizo perder la timidez de su honestidad, y dio lecciones a suinexperiencia (que el amor es un gran maestro de atrevimientosdesdichados), para responder de tal manera a don Baltasar, que éstecreyó que no otra que mi madre era la que a su carta respondía, y conesto su amor dio ya en los últimos increíbles disparates de la locura;de modo que si llena de ternezas y encarecimientos estaba la primeracarta que Lisarda había leído, la segunda acabó con los últimos restosde su virtud, apenas combatida cuando rendida, y se determinó a la másnegra de las traiciones que pueden, no digo ya cometerse, pero ni aunpensarse.

Contestó Lisarda a aquella segunda carta, siempre con el nombre de mimadre, suplicando a don Baltasar no la diese más músicas, queescandalizarían sin duda alguna a la vecindad, y que era mejor, por loque a su recato convenía, fuese a hablar con ella, ya muy vencida lanoche, por una reja oscura, escondida bajo unos soportales que a unacallejuela excusada daban.

Vio con esto el cielo abierto don Baltasar, y avanzando viento en popapor el dulce mar de su amor y de su deseo la nave de sus esperanzas,acudió a la siguiente noche a la reja, donde acabó de perderse en suerror, y de perder a mi madre, la inocente, que un tal engaño y una taltraición había de pagar tan caros; y no pasando mucho tiempo, porque lainfame Lisarda, oyendo con demasiada facilidad y ansioso deseo losconsejos de su lascivia, no tardó en franquear un postigo, que por unzaguán a una oscura sala baja daba, al enamorado don Baltasar.

Temía Lisarda que si él la conocía, en aquel punto se acabasen susamores, y por esto recibíale siempre a oscuras y a pretexto de vergüenzaimpedíale la reconociese, y el engaño duraba, y la honra de mi madreandaba ya por calles y plazas; porque don Baltasar dijo primero elsecreto de su dicha a un su amigo, encareciéndole lo guardase, y esteotro lo dijo también muy en secreto a otro muy su amigo, y así, de amigoen amigo y encargándose el secreto todos, todo el mundo vino a creer enlo que no era más que un tejido de infames mentiras, en las que, sinembargo, se creía a causa de las apariencias; porque algunos que habíandudado, siguieron a don Baltasar, yo no sé si por un honrado celo de lahonra de mi madre, o si por celos de la dicha de don Baltasar; y vieron,en efecto, que éste entraba en casa de mi madre por un postigo atrasmano, muy después de la media noche, y que no salía sino muy pocoantes de la alborada.

Sucedió, al fin, que, por desdicha, estas cosas que de mi madre sedecían, llegaron a oídos de un pariente de mi padre, que tenía un oficiode alcalde en Sevilla; y digo por desdicha, pues cuando este parientenuestro supo lo que de mi madre se contaba, ya mi madre estaba próximaa su alumbramiento, que cuando hubiera sobrevenido se hubiera sabido porla solemnidad de mi bautizo, que no podía menos de ser solemne, siendoyo hija de un general de las galeras del rey; don Baltasar hubiera caídode su engaño, y no hubiera podido menos de reconocer que la liviana quedesde hacía poco tiempo le concedía sus favores, no era mi madre nipodía serlo, lo cual le hubiera movido tal vez a restaurar a mi madre ensu honra.

No lo quiso así Dios; porque nuestro pariente, cuando supo lo que de mimadre se decía, siguió una y otra noche a don Baltasar, y las dos le vioentrar por un postigo de mi casa ya bien adelante la media noche, y nosalir sino a la proximidad del día.

Dio con esto por cierto lo que se decía de mi madre, y no queriendoquitar a mi padre el propio desagravio de su honra, escribiole, y de talmanera, que mi padre, sin pedir la licencia al rey para dejar laconducta de las galeras con las cuales estaba en las costas de Nápoles,tomó postas para España, y se vino por tierra, temeroso de que lainstable mar le dilatase el triste y horrendo logro de la venganza de suhonra, que debía ser para él la muerte del dolor y de la pesadumbre dela infamia.

Llegó mi padre a los pocos días y reventando caballos a Sevilla, unanoche, antes de que se cerrasen las puertas, y encubriéndose con lassombras, fue a esconderse casa de su pariente, de quien mientras llegabala hora de ir a vengar su honra, oyó la triste relación de su desdicha,y como al acabarse esta tocasen a maitines unas monjas que en lavecindad había, y fuese ya la hora, ambos, mi padre y su pariente, bienembozados y apercibidos, fueron a adelantar a don Baltasar, que nuncaiba sino muy pasada la media noche.

Antes de que él llegase llegaron, y ocultáronse en un soportal,amparados de la oscuridad, y allí esperaron con el oído en el silencio ylas convulsas manos en las espadas.

No hay que pensar por esto que se prevenían a ser dos contra uno, que nipara el castigo de un infame agravio puede el honrado valerse deventajas contra su enemigo, sino que a don Baltasar acompañaba un criadoque se quedaba fuera, y necesario era prevenirse contra este hombre, quepodría muy bien ayudar a su amo.

Pasó así largo tiempo, y de tal manera, que mi padre y su parientecreyeron que por aquella noche se les escapaba la venganza.

La tardanza de don Baltasar era porque él no entraba nunca en lacallejuela donde estaban los soportales y el postigo, sino después dehaber visto el resplandor de una luz, desde la calle del Hombre dePiedra, en los vidrios de una ventana de la parte principal de la casa,cuya seña hacía Lisarda para que él supiese que podía ir sin cuidado; yaquella noche Lisarda no había hecho la seña a la hora de costumbre,porque en aquella hora estaba yo viniendo al mundo, y ella estaba juntoa mi madre.

En este punto se detuvo la hermosa indiana, y dijo a Miguel deCervantes:

—Perdonadme, señor mío, si aquí suspendo la relación de las desdichasde mi familia, que con mis propias desdichas se han continuado, que elcorazón me va doliendo, más de lo que resistir al dolor puedo, alrecordarlas, y harto tiempo tenemos para que yo dé fin y remate alcuento de mis desventuras; y porque estoy más de lo que puedo sufrirlofatigada, y de todo punto me es necesario el reposo, yo os ruego me deislicencia para llamar a mi doncella Florela, a fin de que os lleve adondepodáis acabar de pasar la noche seguro, que mañana sabremos lo que hayade vuestro negocio, y si estáis en peligro o no lo estáis, y lo que entodo caso haya necesidad de hacer.

Conocía Cervantes que a poco que él hiciese, doña Guiomar no llamaría asu doncella; antes bien dejaría con mucha voluntad venir el día,entretenida con él en blanda y amorosa plática; no lo hizo, empero,porque para primera vista ya había alcanzado más favores que los que élse había atrevido a desear; que tal era la grandeza del enamoramientoen que por aquella hermosísima señora suya se encontraba, que a sueño yfingimiento de su deseo tenía el encontrarse a solas con ella y a suspies, y asiéndola las manos, y gozando de la luz de sus ojos, que noencubrían el contento del alma, y encantado con la dulzura de su voz,que de ángel, más que de mujer le parecía.

Así pues, vino en lo que doña Guiomar quería sin quererlo, más pormiramiento a su recato que por voluntad, y habiendo ella llamado aFlorela, él se fue con ella, dejando a doña Guiomar confusa ysobresaltada con aquella aventura, que tan sin esperarlo ella la habíallevado la ventura de sus amores, o tal vez el principio de otras másgrandes y más dolorosas desventuras.

VI

En que se contiene una carta de Cervantes para doña Guiomar, y sesabe a lo que Florela se aventuró por servir a su señora.

No dice la historia si los amantes descansaron lo que quedaba de noche,que no era mucho por ser verano, pero sí que cuando al alba fue Florelaa despertar a su señora como de costumbre para que fuese a misa,encontrola ya vestida, señal de que el lecho se la había hecho enojoso,y tan hermosa con las suaves ojeras y con la melancolía que mostraba susemblante, que deidad más que mujer parecía.

Preguntó con desmayada y dulce voz a su doncella si había visto señales,al pasar por el aposento del escondido, de que éste hubiese despertado;y Florela no supo qué decir, sino que debía de dormir el buen soldado,porque cuando ella pasaba por la puerta del aposento, adonde pocas horasantes le había conducido, escuchado había un cierto ruido, que si no separecía al roncar de una persona que está en siete sueños, no sabía ellaa lo que se parecía.

Suspiró la bella indiana, porque se la representó que aquellatranquilidad de sueño no convenía, como ella hubiese querido, con lascongojas y con la inquietud, de ella no conocidas hasta entonces, que desus ojos habían ahuyentado el sueño; y acordándose de que le habíaencontrado dormido antes, cuando fue a sacarle del cuarto en que lehabía encerrado para ir a hablar con el familiar del Santo Oficio, se laapretó el corazón, y sobresaltose su vanidad, y fue necesario que seacordase de las amorosas razones y de las encendidas miradas de suamado, para que en alguna manera se la endulzase el amargor que en sualma había sentido.

Mandó a Florela hiciese salir a algún criado a inquirir si en la callehabía alguna novedad, o persona apostada o en espera que a corchete oalguacil o cosa de justicia se pareciese, y cuando supo que el barrioestaba tranquilo y que en diez calles a