El Filibusterismo by Dr. José Rizal - HTML preview

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Aumentaba su buenhumor la circunstancia de dar muchos codillos, pues el P. Irene y el P.Sibyla que con él jugaban, desplegaban cada uno toda suinteligencia para hacerse perder disimuladamente, con gran irritaciondel P. Camorra que por haber llegado, tan solo aquella mañana noestaba al tanto de lo que se intrigaba. El fraile-artillero como jugabade buena fé y ponía atencion, se ponía colorado yse mordía los labios cada vez que el P. Sibyla sedistraía ó calculaba mal, pero no se atrevíaá decir palabra por el respeto que el dominico le inspiraba; encambio se desquitaba contra el P. Irene á quien tenía porbajo y zalamero y despreciaba en medio de su rudeza. El P. Sibyla ni lemiraba siquiera; le dejaba bufar; el P. Irene, más humilde,procuraba escusarse acariciando la punta de su larga nariz. S. E. sedivertía y se aprovechaba, á fuer de buen tácticocomo se lo insinuaba el canónigo, de las equivocaciones de suscontrarios. Ignoraba el P. Camorra que sobre la mesita se jugaba eldesenvolvimiento intelectual de los filipinos, la enseñanza delcastellano, y á haberlo sabido, acaso con alegría hubieratomado parte en el juego.

Al traves del balcon abierto en todo su largo, entraba la brisa,fresca y pura, y se descubría el lago cuyas aguas murmurabandulcemente al pié del edificio como rindiendo homenaje. A laderecha, á lo lejos, se veía la isla de Talim, de de unpuro azul; en medio del lago y en frente casi, una islita verde, laisla de Kalamba, desierta, en forma de medialuna, [71]ála izquierda, la hermosa costa bordada de cañaverales, unmontecillo que domina el lago, despues vastas sementeras despues techosrojos por entre el verde oscuro de los árboles, el pueblo deKalamba, despues la costa se pierde á lo lejos, y en el fondo,el cielo cierra el horizonte descendiendo sobre las aguas dando al lagoapariencias de mar y justificando la denominacion que los indios le dande dagat na tabang.

Hácia un estremo de la sala, sentado y delante de una mesitadonde se veían algunos papeles estaba el secretario. SuExcelencia era muy trabajador y no le gustaba perder tiempo asíes que despachaba con él mientras servía de alcalde en eltresillo y en los momentos en que se daban las cartas.

En el entretanto el pobre secretario bostezaba y se desesperaba.Aquella mañana trabajaba como todos los días en cambiosde destino, suspension de empleos, deportaciones, concesion degracias, etc. y no se tocaba todavía la grancuestion que tanta curiosidad despertaba, la peticion de losestudiantes solicitando permiso para la creacion de una Academia decastellano.

Paseándose de un estremo á otro y conversandoanimadamente aunque en voz baja se veía á don Custodio,á un alto empleado, y á un fraile que llevaba la cabezabaja con aire de pensativo ó disgustado; llamábase el P.Fernandez. De una habitacion contigua salían ruidos de bolaschocando unas con otras, risas, carcajadas, entre ellas la voz deSimoun seca é incisiva: el joyero jugaba al billar con BenZayb.

De repente el P. Camorra se levantó.

—¡Que juegue Cristo, puñales! exclamóarrojando las dos cartas que le quedaban, á la cabeza del P.Irene; ¡puñales! ¡la puesta estaba segura cuando noel codillo, y lo perdemos por endose!

¡Puñales, que juegueCristo!

Y furioso, explicaba á todos los que estaban en la sala elcaso dirigiéndose especialmente á los tres paseantes comotomándoles por jueces. Jugaba el General, él hacíala contra, el P. Irene ya tenía su baza; arrastra él conel espadas y ¡puñales! el camote del P. Irene no rinde, norinde la mala. ¡Que juegue Cristo! El hijo de su madre no sehabía ido allí á romperse la cabezainútilmente y á perder su dinero.

—Si creerá el nene, añadía muy colorado,que los gano de bóbilis bóbilis. ¡Tras de que misindios ya empiezan á regatear!... [72]

Y gruñendo y sin hacer caso de las disculpas del P. Irene quetrataba de esplicarse frotándose la trompa para ocultar su finasonrisa, se fué al cuarto de billar.

—P. Fernandez, ¿quiere usted sentarse? preguntóel P. Sibyla.

—¡Soy muy mal tresillista! contesta el fraile haciendouna mueca.

—Entonces que venga Simoun, dijo el General; ¡eh,Simoun, eh, mister! ¿Quiere usted echar una partida?

—¿Qué se dispone acerca de las armas de salon?preguntó el secretario aprovechando la pausa.

Simoun asomó la cabeza.

—¿Quiere usted ocupar el puesto del P. Camorra,señor Simbad? preguntó el P. Irene; usted pondrábrillantes en lugar de fichas.

—No tengo ningun inconveniente, contestó Simounacercándose y sacudiendo la tiza que manchaba sus manos; yustedes, ¿qué ponen?

—¿Qué vamos á poner? contestó elP. Sibyla. El General pondrá lo que guste, pero nosotros,religiosos, sacerdotes...

—¡Bah! interrumpió Simoun con ironía;usted y el P. Irene pagarán con actos de caridad, oraciones,virtudes, ¿eh?

—Sabe usted que las virtudes que uno pueda tener,arguyó gravemente el P. Sibyla, no son como los brillantes quepueden pasar de mano en mano, venderse y revenderse... residenen el ser, son accidentes inherentes en el sujeto...

—Me contento entonces con que ustedes me paguen de boquilla,replicó alegremente Simoun; usted, P. Sibyla, en vez de darme cinco tantos medirá, por ejemplo: renuncio por cinco días á lapobreza, á la humildad, á la obediencia... usted; P.Irene: renuncio á la castidad, á la largueza, etc.¡Ya ven que es poca cosa y yo doy mis brillantes!

—¡Qué hombre más singular es este Simoun,qué ocurrencias tiene! dijo el P. Irene riendo.

—Y éste continuo Simoun tocando familiarmente enel hombro á Su Excelencia, éste me pagarácinco tantos, un vale por cinco días de carcel; un solo, cincomeses; un codillo, orden de deportacion en blanco; una bola... digamos unaejecucion espedita por la Guardia Civil mientras se le conduce ámi hombre de un pueblo á otro, etc.

El envite era raro. Los tres paseantes se acercaron. [73]

—Pero, señor Simoun, preguntó el alto empleado,¿qué saca usted con ganar virtudes de boquilla, y vidas ydestierros y ejecuciones espeditas?

—¡Pues mucho! Estoy cansado de oir hablar de virtudes yquisiera tenerlas todas, todas las que hay en el mundo encerradas en unsaco para arrojarlas al mar, aun cuando tuviera que servirme de todosmis brillantes como de lastre...

—¡Vaya un capricho! exclamó el P. Irene riendo;¿y de los destierros y ejecuciones espeditas?

—Pues, para limpiar el pais y destruir toda semillamala...

—¡Vamos! todavía está usted furioso conlos tulisanes y cuidado que bien podían haberle exigido unrescate mayor ó quedarse con todas sus alhajas. ¡Hombre,no sea usted ingrato!

Simoun contaba que había sido atajado por una banda detulisanes quienes, despues de agasajarle por un día le dejaronseguir el viaje sin exigirle más rescate que sus dosmagníficos revólvers Smith y las dos cajas de cartuchosque consigo llevaba. Añadía que los tulisanes lehabían encargado muchas memorias para su Excelencia, el CapitanGeneral.

Y por esto y como contase Simoun que los tulisanes estaban muy bienprovistos de escopetas, fusiles y revólvers, y que contrasemejantes individuos un hombre solo por bien armado que estuviese nose podía defender, S. E. para evitar en lo futuro que lostulisanes adquieran armas, iba á dictar un nuevo decretoconcerniente á las pistolas de salon.

—¡Al contrario, al contrario! protestaba Simoun; si paramí los tulisanes son los hombres más honrados delpaís; son los únicos que ganan su arroz debidamente...Creen ustedes que si hubiera caido en manos... ¡vamos! de ustedpor ejemplo, ¿me habría dejado escapar sin quitarme lamitad de mis alhajas, cuando menos?

Don Custodio iba á protestar: aquel Simoun era verdaderamenteun grosero mulato americano que abusaba de su amistad con el CapitanGeneral para insultar al P. Irene. Verdad es tambien que el P. Irenetampoco le habría soltado por tan poca cosa.

—Si el mal no está, prosiguió Simoun, en quehaya tulisanes en los montes y en el despoblado; el mal está enlos tulisanes de los pueblos y de las ciudades...

—Como usted, añadió riendo el canónigo. [74]

—Sí, como yo, como nosotros, seamos francos,aquí no nos oye ningun indio, continuó el joyero; el malestá en que todos no seamos tulisanes declarados; cuando talsuceda y vayamos á habitar en los bosques, ese día se hasalvado el país, ese día nace una nueva sociedad que searreglará ella sola... y S. E. podrá entonces jugartranquilamente al tresillo sin necesidad de que le distraiga elsecretario...

El secretario bostezaba en aquel momento estendiendo ambos brazospor encima de la cabeza y estirando en lo posible las piernas cruzadaspor debajo de la mesita.

Al verle todos se rieron. Su Excelencia quiso cortar el giro de laconversacion y soltando las cartas que había estado peinando dijoentre serio y risueño:

—¡Vaya, vaya! basta de bromas y juegos; trabajemos,trabajemos de firme que aun tenemos media hora antes del almuerzo.¿Hay muchos asuntos que despachar?

Todos prestaron atencion. Aquel día se iba á dar labatalla sobre la cuestion de la enseñanza del castellano por laque estaban allí desde hace días el P. Sibyla y el P.Irene. Se sabía que el primero, como Vice Rector, estaba opuestoal proyecto y que el segundo lo apoyaba y sus gestiones lo estabaná su vez por la señora condesa.

—¿Qué hay, qué hay? preguntaba S. E.impaciente.

—La juehion je lah jamah je jalon, repitió elsecretario ahogando un bostezo.

—¡Quedan prohibidas!

—Perdone, mi General, dijo el alto empleado gravemente: V. E.me permitirá que le haga observar que el uso de las armas desalon está permitido en todos los paises del mundo...

El General se encogió de hombros.

—Nosotros no imitamos á ninguna nacion del mundo,observó secamente.

Entre S. E. y el alto empleado había siempre divergencia deopinion y basta que el último haga una observacion cualquierapara que el primero se mantenga en sus trece.

El alto empleado tanteó otro camino.

—Las armas de salon solo pueden dañar á losratones y gallinas, dijo; van á decir que...

—¿Que somos gallinas? continuó el Generalencogiéndose de hombros; y á mí,¿qué? Pruebas he dado yo de no serlo. [75]

—Pero hay una cosa, observó el secretario; hace cuatromeses, cuando se prohibió el uso de las armas, se les haasegurado á los importadores estrangeros que las de salonserían permitidas.

Su Excelencia frunció las cejas.

—Pero la cosa tiene arreglo, dijo Simoun.

—¿Cómo?

—Sencillamente. Las armas de salon tienen casi todas seismilimetros de calibre, al menos las que existen en el mercado.¡Se autoriza la venta solo para todos los que no tengan esos seismilimetros!

Todos celebraron la ocurrencia de Simoun, menos el alto empleado que murmuró al oidodel P.

Fernandez que aquello no era serio ni se llama gobernar.

—El maestro de Tianì, continuó el secretariohojeando unos papeles, solicita se le dé mejor localpara...

—¿Qué más local si tiene un camarin paraél solo? interrumpió el P. Camorra que habíaacudido olvidándose ya del tresillo.

—Dice que está destechado, repuso el secretario, y quehabiendo comprado de su bolsillo mapas y cuadros, no puede esponerlosá la intemperie...

—Pero yo nada tengo que ver con eso, murmuró S. E.; quese dirija al Director de Administracion, al Gobernador de la provinciaó al Nuncio...

—Lo que le diré á usted, dijo el P. Camorra, esque ese maestrillo es un filibusterillo descontento:¡figúrense ustedes que el hereje propala que lo mismo sepudren los que se entierran con pompa que los que sin ella!¡Algun día le voy á dar de cachetes!

Y el P. Camorra cerraba sus puños.

—Y á decir verdad, observó el P. Sibyla comodirigiéndose nada más que al P. Irene; el que quiereenseñar, enseña en todas partes, al aire libre:Sócrates enseñaba en las plazas públicas, Platonen los jardines de Academo, y Cristo en las montañas ylagos.

—Tengo varias quejas contra ese maestrillo, dijo S. E.cambiando una mirada con Simoun; creo que lo mejor serásuspenderle.

—¡Suspendido! repitió el secretario.

Diole pena al alto empleado la suerte de aquel infeliz que[76]pedía ausilio y se encontró con lacesantía y quiso hacer algo por él.

—Lo cierto es, insinuó con cierta timidez, que laenseñanza no está del todo bien atendida...

—He decretado ya numerosas sumas para la compra de materiales,dijo con altivez su Excelencia como si quisiese significar: ¡Hehecho más de lo que debía!

—Pero como faltan locales á propósito, losmateriales que que se compren se echarán áperder...

—No todo se puede hacer de una vez, interrumpiósecamente S. E.; los maestros de aquí hacen mal en pediredificios cuando los de la Península se mueren de hambre.¡Mucha presuncion es querer estar mejor que en la misma MadrePatria!

—Filibusterismo...

—¡Ante todo la Patria! ¡ante todo somosespañoles! añadió Ben Zayb con los ojos brillantesde patriotismo y poniéndose algo colorado cuando vió que sequedó solo.

—En adelante, terminó el General, todos los que sequejen serán suspendidos.

—Si mi proyecto fuese aceptado, se aventuró ádecir don Custodio como hablando consigo mismo.

—¿Relativo á los edificios de las escuelas?

—Es sencillo, práctico y económico como todosmis proyectos, nacidos de una larga esperiencia y del conocimiento delpais. Los pueblos tendrían escuelas sin que le costasen uncuarto al gobierno.

—Enterado, repuso con sorna el secretario; obligando álos pueblos á que los construyan á su costa.

Todos se echaron á reir.

—No señor, no señor, gritó don Custodiopicado y poniéndose colorado: los edificios estánlevantados y solo esperan que se los utilice. Higiénicos,inmejorables, espaciosos...

Los frailes se miraron con cierta inquietud.¿Propondría don Custodio que se convirtiesen en escuelaslas iglesias y los conventos ó casas parroquiales?

—¡Veámoslo! dijo el General frunciendo elceño.

—Pues, mi General, es muy sencillo, repuso don Custodioestirándose y sacando la voz hueca de ceremonia; las escuelassolo estan abiertas en los días de trabajo, y las galleras enlos [77]de fiesta... Pues conviértanse en escuelaslas galleras, al menos durante la semana.

—¡Hombre, hombre, hombre!

—¡Ya pareció aquello!

—Pero ¡qué cosas tiene usted, don Custodio!

—¡Vaya un proyecto que tiene gracia!

—¡Este les pone á todos la pata!

—Pero, señores, gritaba don Custodio al oir tantasexclamaciones; seamos prácticos, ¿qué local haymás á propósito que lasgalleras? Son grandes, estan bien construidas, y maldito para lo quesirven durante la semana. Hasta desde un punto de vista moral, miproyecto es muy aceptable: serviría como una especie depurificacion y expiacion semanal del templo del juego, digámosloasí.

—Pero es que á veces hay juego de gallos durante lasemana, observó el P. Camorra, y no es justo que pagando loscontratistas de las galleras al gobierno...

—¡Vaya! ¡por esos días se cierra laescuela!

—¡Hombre, hombre! dijo el Cpn. General escandalizado;¡tal horror no sucederá mientras yo gobierne! ¡Quese cierren las escuelas porque se juega! ¡Hombre, hombre, hombre!¡primero presento la dimision!

Y S. E. estaba verdaderamente escandalizado.

—Pero, mi General, vale más que se cierren por algunosdías que no por meses.

—¡Eso sería inmoral! añadió el P.Irene más indignado todavía que su Excelencia.

—Más inmoral es que los vicios tengan buenos edificiosy las letras ninguno... Seamos prácticos, señores, y nonos dejemos llevar de sentimentalismos. En política no hay cosapeor como el sentimentalismo. Mientras por respetos humanos prohibimosel cultivo del opio en nuestras colonias, toleramos que en ellas sefume, resulta que no combatimos el vicio pero nos empobrecemos...

—Pero observe usted que eso le produce al gobierno sin trabajoninguno, más de cuatrocientos cincuenta mil pesos, repuso el P.Irene que se hacía más y más gubernamental...

—¡Basta, basta, señores! dijo S. E. cortando ladiscusion: yo tengo mis proyectos sobre el particular y dedico miparticular atencion al ramo de instruccion pública. ¿Hayalgo más? [78]

El secretario miró con cierta inquietud al P. Sibyla y al P.Irene. Lo gordo iba á salir. Ambos se prepararon.

—La solicitud de los estudiantes pidiendo autorizacion paraabrir una Academia de Castellano, contestó el secretario.

Un movimiento general se notó entre los que estaban en lasala y despues de mirarse unos á otros fijaron sus ojos en elGeneral para leer lo que dispondría. Hacía seis meses quela solicitud estaba allí aguardando un dictamen, y sehabía convertido en una especie de casus belli en ciertas esferas. Su Excelencia tenía los ojos bajos como paraimpedir que se leyesen sus pensamientos.

El silencio se hacía embarazoso y comprendiólo elGeneral.

—¿Qué opina usted? preguntó al altoempleado.

—¡Qué he de opinar, mi General! contestóel preguntado encogiéndose de hombros y sonriendo amargamente;qué he de opinar sino que la peticion es justa,¡justísima y que me parece estraño se hayanempleado seis meses en pensar en ella!

—Es que se atraviesan de por medio consideraciones, repuso elP. Sibyla friamente y medio cerrando los ojos.

Volvió á encogerse de hombros el alto empleado comoquien no comprende qué consideraciones podían seraquellas.

—Aparte de lo intempestivo del propósito,prosiguió el dominico, aparte de lo que tiene de atentatorioá nuestras prerrogativas...

El P. Sibyla no se atrevió á continuar y miróá Simoun.

—La solicitud tiene un caracter algo sospechoso,concluyó éste cambiando una mirada con el dominico.

Este pestañeó dos veces. El P. Irene que losvió comprendió que su causa estaba ya casi perdida:Simoun iba contra ella.

—Es una rebelion pacífica, una revolucion en papelsellado, añadió el P. Sibyla.

—¿Revolucion, rebelion? preguntó el altoempleado mirando á unos y á otros como si nadacomprendiese.

—La encabezan unos jóvenes tachados de demasiadoreformistas y avanzados por no decir otra cosa, añadió elsecretario mirando al dominico. Hay entre ellos un tal Isagani, cabezapoco sentada... sobrino de un cura clérigo...

—Es un discípulo mío, repuso el P. Fernandez, y estoymuy contento de él...

—Puñales, ¡tambien es contentarse! exclamóel P. Camorra; [79]en el vapor por poco nos pegamos de cachetes:porque es bastante insolente, ¡le dí un empujon y mecontestó con otro!

—Hay ademas un tal Macaragui ó Macarai...

—Macarai, repuso el P. Irene terciando á su vez; unchico muy amable y simpático.

Y murmuró al oido del General:

—De ése le he hablado á usted, es muy rico... laseñora condesa se lo recomienda eficazmiente.

—¡Ah!

—Un estudiante de Medicina, un tal Basilio...

—De ese Basilio no digo nada, repuso el P. Irene levantandolas manos y abriéndolas como para decir dóminusvobiscum; ese para mí es agua mansa. Nunca he llegadoá saber lo que quiere ni lo que piensa. ¡Quélástima que el P. Salví no esté delante paradarnos algunos de sus antecedentes!

Creo haber oido decir que cuandoniño tuvo peras que partir con la Guardia Civil... su padre fué muerto en no recuerdoqué motin...

Simoun se sonrió lentamente, sin ruido, enseñando susdientes blancos y bien alineados...

—¡Ajá! ¡ajá! decía S. E.moviendo la cabeza: ¿con que esas tenemos? ¡Apunte ustedese nombre!

—Pero, mi General, dijo el alto empleado viendo que la cosatomaba mal giro; hasta ahora nada de positivo se sabe contra esosjóvenes; su peticion es muy justa, y no tenemos ningun derechopara negársela fundándonos solo en meras conjeturas. Miopinion es que el gobierno, dando una prueba de su confianza en elpueblo y en la estabilidad de su base, acuerde lo que se le pide; ylibre á él despues de retirar el permiso cuando vea quese abusa de su bondad. Motivos ni escusas no han de faltar, podemosvigilarles... Para qué disgustar á unos jóvenesque despues pueden resentirse, ¿cuando lo que piden estámandado por reales decretos?

El P. Irene, don Custodio y el P. Fernandez asentían con lacabeza.

—¿Pero los indios no deben saber castellano, sabeusted? gritó el P. Camorra; no deben saber porque luego se metená discutir con nosotros, y los indios no deben discutir sinoobedecer y pagar... no deben meterse á interpretar lo que dicenlas leyes ni los libros, ¡son tan sutiles y picapleitos! Tanpronto [80]como saben el castellano se hacen enemigos de Diosy de España... lea usted si no el tandang Basio Macunat;¡ese sí que es un libro! ¡Tiene verdades comoesto!

Y enseñaba sus redondos puños.

El P. Sibyla se pasó la mano por la corona en señal deimpaciencia.

—¡Una palabra! dijo adoptando el tono másconciliador en medio de su irritacion; aquí no se tratasolamente de la enseñanza del castellano, aquí hay unalucha sorda entre los estudiantes y la Universidad de Sto Tomás;si los estudiantes se salen con la suya, nuestro prestigio queda porlos suelos, dirán que nos han vencido y exultarán y¡adios fuerza moral, adios todo! Roto el primer dique¿quién contiene á esa juventud? ¡Con nuestracaida no haremos más que anunciar la de ustedes! Despues denosotros el gobierno.

—¡Puñales, eso no! gritó el P. Camorra;veremos antes ¡quien tiene más puños!

Entonces habló el P. Fernandez que durante la discusion solose había contentado con sonreir.

Todos se pusieron atentosporque sabían que era una buena cabeza.

—No me quiera usted mal, P. Sibyla, si difiero de su manera dever el asunto, pero es raro destino el mío de estar casi siempreen contradiccion con mis hermanos. Digo pues que no debemos ser tanpesimistas. La enseñanza del castellano se puede conceder, sinpeligro ninguno y para que no aparezca como una derrota de laUniversidad, debíamos los dominicos hacer un esfuerzo y ser losprimeros en celebrarla: allí está la política.¿Para qué vamos á estar en contínuatirantez con el pueblo, si despues de todo somos los pocos y ellos losmás, si nosotros necesitamos de ellos y no ellos denosotros?—Espere usted, P. Camorra, ¡espereusted!—Pase que por ahora el pueblo sea debil y no tenga tantosconocimientos, yo tambien lo creo así, pero no serámañana, ni pasado. Mañana ó pasado seránlos más fuertes, sabrán lo que les convendrá y nolo podemos impedir, como no se puede impedir que los niños,llegados á cierta edad, se enteren de muchas cosas... Digo pues,por qué no aprovechamos este estado de ignorancia para cambiarpor completo de política, para fundarla sobre una basesólida, imperecedera, ¿la justicia por ejemplo en vez dela base ignorancia? Porque no hay como ser justos, [81]esto selo he dicho siempre á mis hermanos y no me quieren creer. Elindio, como todo pueblo joven, es idólatra de la justicia; pideel castigo cuando ha faltado, así como le exaspera cuando no loha merecido. ¿Es justo lo que desean? pues á concederlo,démosles todas las escuelas que quieran, ya se cansarán:la juventud es holgazana y lo que la pone en actividad es nuestraoposicion. Nuestro lazo prestigio, P. Sibyla, está ya muygastado, preparemos otro, el lazo gratitud por ejemplo. No seamostontos, hagamos lo que los cucos jesuitas...

—¡Oh, oh, P. Fernandez!

No, no; todo lo podía tolerar el P. Sibyla menos proponerleá los jesuitas por modelo.

Tembloroso y pálido se deshizoen amargas recriminaciones.

—Primero franciscano... ¡cualquier cosa antes quejesuita! dijo fuera de sí.

—¡Oh, oh!

—¡Eh, eh! ¡¡Padre P—!!

Vino una discusion en que todos, olvidándose del CapitanGeneral, intervinieron; hablaban á la vez, gritaban, no seentendían, se contradecían; Ben Zayb las tenía con elP. Camorra y se enseñaban los puños, el uno hablaba degansos y el otro de chupa-tintas, el P. Sibyla hablaba delCapítulo y el P. Fernandez, de la Summa de Sto. Tomás,etc. hasta que entró el cura de Los Baños áanunciar que el almuerzo estaba servido.

Su Excelencia se levantó y así se cortó ladiscusion.

—¡Ea, señores! dijo; ¡hoy hemos trabajadocomo negros y eso que estamos de vacaciones!

Alguien dijo que losasuntos graves deben tratarse en los postres. Yo soy en absoluto de esaopinion.

—Podemos indigestarnos, observó el secretario aludiendoal calor de la discusion.

—Entonces lo dejaremos para mañana.

Todos se levantaron.

—Mi General, murmuró el alto empleado; la hija de eseCabesang Tales ha vuelto solicitando la libertad de su abuelo enfermo,preso en lugar del padre...

Su Excelencia le miró disgustado y se pasó la mano porla ancha frente.

—¡Carambas! ¡que no le han de dejar á unoalmorzar en paz! [82]

—Es el tercer día que viene; es una pobremuchacha...

—¡Ah, demonios! exclamó el P. Camorra; yo medecía: algo tengo que decir al General, para eso he venido...¡para apoyar la peticion de esa muchacha!

El General se rascó detrás de la oreja.

—¡Vaya! dijo; que el secretario ponga un volante alteniente de la Guardia Civil, ¡para que le suelten! ¡Nodirán que no somos clementes ni misericordiosos!

Y miró á Ben Zayb. El periodistapestañeó.

[Índice]

XII

Placido Penitente

De mala gana y con los ojos casi llorosos iba PlácidoPenitente por la Escolta para dirigirse á la Universidad deSanto Tomás.

Hacía una semana apenas que había llegado de su puebloy ya había escrito dos veces á su madre reiterando susdeseos de dejar los estudios para retirarse y trabajar. Su madre lehabía contestado que tuviese paciencia, que cuando menosdebía graduarse de bachiller en artes, pues era tristeabandonar los libros despues de cuatro años de gastos ysacrificios por parte de uno y otro.

¿De dónde le venía á Penitente eldesamor al estudio, cuando era uno de los más aplicados en elfamoso colegio que el P. Valerio dirigía en Tanawan? Penitentepasaba allí por ser uno de los mejores latinistas y sutilesargumentadores, que sabían enredar ó desenredar lascuestiones más sencillas ó abstrusas; los de su pueblo letenían por el más listo, y su cura, influido por aquellafama, ya le daba el grado de filibustero, prueba segura de que no eratonto ni incapaz. Sus amigos no se explicaban aquellas ganas deretirarse y dejar los estudios; no tenía novias, no era jugador,apenas conocía el hunkían y seaventuraba en un revesino, no creía en los consejos delos frailes, se burlaba del tandang Basio, tenía dinerode sobra, trajes elegantes, y sin embargo iba de mala gana áclase y miraba con asco los libros. [83]

En el Puente de España, puente que solo de Españatiene el nombre pues hasta sus hierros vinieron del Extrangero,encontróse con la larga procesion de jóvenes que sedirigían á Intramuros para sus respectivos colegios. Unosiban vestidos á la europea, andaban de prisa, cargando libros ycuadernos, preocupados, pensando en su leccion y en sus composiciones;estos eran los alumnos del Ateneo. Los letranistas sedistinguían por ir casi todos vestidos á la filipina,más numerosos y menos cargados de libros. Los de la Universidadvisten con más esmero y pulcritud, andan despacio y, en vez delibros, suelen llevar un baston. La juventud estudiosa de Filipinas noes muy bulliciosa ni bullanguera; va como preocupada; al verlacualquiera diría que delante de sus ojos no luce ningunaesperanza, ningun risueño porvenir. Aunque de espacio en espacioalegran la procesion las notas simpáticas y ricas