El Arroyo by Élisée Reclus - HTML preview

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Inclinado sobre el agua que centellea por los rayos del sol, meditomirando la sombra por donde sale, y envidio la pequeña araña acuáticaque corre patinando sobre la superficie líquida y va á refugiarse en unagujero de la roca. En la entrada distingo todavía algunas sinuosidadesdel fondo; piedras blancas, un poco de arena que se mueve lentamente,empujada por el agua que sale, produciendo ruidos de hervor; un pocohacia dentro se distinguen aún los rizos de las pequeñitas ondulaciones,y las diminutas columnas que soportan la bóveda; alumbradas vagamentepor reflejos de luz, parecen temblar en la sombra: diríase que unaredecilla de seda flota sobre ella con ligeras ondulaciones. Más allátodo está negro; la corriente subterránea no se revela ya, más que áveces, por el ahogado susurro. ¿Qué sinuosidades son las del agua másadentro del punto á donde alcanzan los últimos reflejos de luz? Esascurvas del arroyo son las que yo intenté buscar con la imaginación. Enmis ensueños de hombre curioso, me convierto en un ser pequeñísimo, dealgunas pulgadas de alto, como el gnomo de las leyendas, y saltando depiedra en piedra, insinuándome por debajo de las protuberancias de labóveda, observo todos los confluentes de los arroyuelos en miniatura, yremonto los imperceptibles hilos de agua, hasta que convertido en átomo,llego por fin al punto donde la primera gota de agua rezuma en lapiedra.

No obstante, sin convertirnos en genios como hacían nuestros antepasadosen los tiempos fabulosos, podemos, paseando tranquilamente por loscampos cultivados ó las áridas lomas, reconocer en la superficie delsuelo los indicios que revelan el curso del oculto arroyo. Un senderotortuoso que empieza al borde mismo de la fuente, sube por el flanco dela colina, contornando los troncos de los árboles, desaparece luegocubierto por las altas plantas en un repliegue del terreno, y llega, porfin, al llano, sembrado de hermoso trigo. Con frecuencia, cuando yo eraun colegial libre, subía corriendo ese sendero para bajarlo después enpocos saltos; á veces, también me aventuraba alejándome algo por elllano, hasta perder de vista el bosquecillo de la fuente; pero en unángulo del camino me paraba sorprendido y sin aliento para ir más lejos.A mi lado veía abierto un abismo en forma de embudo, lleno de parras yzarzas enlazadas. Piedras de bastante peso, arrojadas por lostranseuntes ó arrastradas por las lluvias violentas, se veían flotandosobre el follaje polvoriento y mortecino; en el fondo se entrelazabanalgunas ramas gruesas, y por entre sus hojas veía la negrura temida deun abismo. Un sordo murmullo salía de allí constantemente como quejidosde algún animal encerrado.

Actualmente me alegro de volver á encontrar el «gran agujero» y hasta meatrevo á descender por él aunque para ello tenga que asustar á losanimales que se refugian en su maleza. Pero en otro tiempo, ¡con quéhorror mirábamos, cuando niños todavía, se cruzaba en nuestro caminoeste siniestro pozo en cuyo borde se detenía el arado! Una nochetranquila, de hermosa luna, tuve que pasar solo cerca del sitioterrible. Aun tiemblo al recordarlo. El abismo me miraba, me atraía;mis rodillas se doblaban desobedeciendo mi esfuerzo y los tallos de losarbustos avanzaban para arrastrarme hacia la negra boca. Pasé, sinembargo, golpeando con mis pies el suelo cavernoso y ocultando el pavorque me invadía; pero detrás de mí un gigante inmenso, formado de vapor,surgió inmediatamente: se inclinó para cogerme y el murmullo del abismoresonó en mi oído durante largo rato como risa de odio ó de triunfo.

Ahora ya lo sé; ese abismo es una sima que sirve de respiradero alarroyo, y el sordo ruido que de ella sale es el que produce el aguachocando con las piedras. En una época no conocida, mucho antes quefueran redactados por el notario del país los primeros documentos depropiedad, uno de los asientos de las rocas que forman el vallesubterráneo se hundía en el lecho del arroyo; luego, las tierras, faltasde base, fueron gradualmente arrastradas hacia el llano; poco á poco el gran agujero

se fué abriendo, y las aguas, corriendo por sus declives,le dieron la forma de un embudo casi regular.

Los campesinos de lacomarca que pasan con frecuencia cerca de él, le llaman el Bebe-todo

,porque bebe en efecto, todas las lluvias que podrían fertilizar loscampos. El agua caída en la llanura que la tierra se niega á embeber,corre hacia el agujero en pequeñas corrientes, coloreadas por laarcilla, para reaparecer luego en la fuente, cuya cristalina purezaenturbia durante algunas horas.

La sima que me asustaba en mi infancia, no es la única que se haabierto sobre las galerías profundas.

Siguiendo la parte más baja,determinada por una especie de repliegue del suelo en la llanura, sepasa por cerca de otras cavidades que indican á los transeuntes el cursointerior de las aguas. Estas cavidades son diferentes en forma ydimensiones. Algunas son enormes pozos donde desaparecerían enormesríos; otras son simples depresiones del suelo, especies de nidos bientapizados por el césped, donde en los hermosos días de otoño se puedegozar de las tibias caricias del sol, sin temor al aire que pasasilbando sobre las hierbas secas del llano. Algunos de esos agujeros seobstruyen y se llenan gradualmente; pero hay otros que se ensanchan y seahondan de año en año visiblemente. Algunas aberturas que nos parecíanrefugio de serpientes, en las que no hubiéramos metido la mano por temorá ser mordidos, eran un principio del abismo; las lluvias y losderrumbamientos interiores las han ensanchado tanto, que muchas de ellasson hoy principios con declives de roja arcilla, surcados por lacorriente de las aguas. De estos pozos naturales, los más pintorescosson los más alejados del nacimiento de la fuente. Donde se encuentranéstos, el llano, cuyo plano es ya más desigual, termina bruscamente alpie de una muralla rocosa, al lado de la cual se abre un valle que llevasus aguas á un río lejano. Las rocas levantan hasta el cielo sus bellosfrontis dorados por la luz; pero sus bases están ocultas por unbosquecillo de encinas y castaños; gracias á la verdura y variedad delfollaje, el contraste demasiado duro que formaría la abrupta pared delas rocas con la superficie horizontal del llano, aparece suave. En elparaje más espeso del bosque, es donde se encuentra el abismo.

Sobre susbordes, algunos arbustos inclinan sus tallos hacia la superficie azul,que se ve por entre las ramas de la encina; sólo un abedul deja caer porencima de la sima sus ramas delicadas. Al llegar á estos parajes espreciso tomar algunas precauciones, porque el suelo está demasiadoaccidentado y los pozos no tienen ningún brocal como los que construyenlos ingenieros. Avanzamos lentamente arrastrándonos bajo las ramas;luego, tendidos sobre el vientre, apoyando la cabeza en nuestras manos,dirigimos nuestra mirada hacia el vacío.

Las paredes del pozo circular, ennegrecidas á trozos por la humedad quedestila la roca, descienden verticalmente; apenas si algún pequeñosaliente se insinúa fuera del plano de los muros de piedra. Matas dehelechos y escolopandras crecen en las anfractuosidades más altas; másabajo la vegetación desaparece, á menos que una mancha roja que se ve enla obscuridad del fondo, sobre un saliente de la roca, sea un grupo dealgas infinitamente pequeño. A primera vista, en el fondo no hay más quetinieblas; pero nuestros ojos, acostumbrándose poco á poco á laobscuridad, distinguen luego una superficie de agua clara sobre unlecho de arena.

Además, puede descenderse al pozo, y yo soy uno de los que han tenidoese placer. La aventura produce una agradable sorpresa, puesto que es unviaje de exploración; pero en sí misma no tiene nada de seductora, yninguno de los que han hecho estos descensos al abismo quedan endisposición de repetirlo. Una cuerda, prestada por un campesino de lasinmediaciones, se ata fuertemente al tronco de una encina, y dejándolacaer al fondo del abismo, oscila dulcemente por la impulsión de lapequeña corriente de agua, en la cual se moja la extremidad libre. Elviajero aéreo se coge fuertemente á la cuerda, al mismo tiempo que conlas manos, con las rodillas y los pies, y desciende con lentitud por laboca tenebrosa. El descenso no es siempre fácil, desgraciadamente; se davueltas con la cuerda alrededor de sí mismo, se enreda en las matas dehelecho, que el peso del cuerpo rompen, se choca varias veces contra laroca llena de asperezas, y con la ropa se enjuga el agua fría que lasparedes rezuman. Por fin se aborda una cornisa, se descansa un poco enella para tomar aliento y equilibrio, y luego se lanza nuevamente en elvacío para descansar más tarde sobre el fondo de tierra firme.

Yo recuerdo sin alegría mi estancia durante algunos instantes en elfondo del abismo. Mis pies, estaban dentro del agua; el aire era frío yhúmedo; la roca estaba cubierta de una especie de pasta resbaladiza dearcilla diluída; una sombra siniestra me rodeaba y un resplandor tibio,vago reflejo de la luz del día, me revelaba solamente algunas formasindecisas y una gruta llena de arrogantes protuberancias. A pesar mío,mis ojos se dirigían hacia la zona iluminada que aparecía redonda sobrela boca de la sima; miraba con amor la guirnalda de verdura que adornabael borde del pozo, las grandes ramas con su follaje superpuesto, que losrayos del sol doraban alegremente, y los pájaros lejanos volando conlibertad por el azul del cielo.

Tenía vehementes deseos de volver á laluz; dí el grito de aviso y mis compañeros me sacaron fuera del pozo,ayudados por mí, que ascendía apoyando mis pies en las sinuosidades delas rocas.

Como cándido joven, me creía un gran héroe por haber realizado elpequeño descenso á los «infiernos», á unos treinta metros deprofundidad, y buscaba en mi cabeza algunas rimas para el poeta que seaventura á bajar al fondo de un abismo para sorprender la sonrisa de unaninfa encantada, mientras olvidaba á los verdaderos héroes, que, sinrecitar jamás versos por sus frecuentes entrevistas con las divinidadessubterráneas, se relacionan con ellas durante días y semanas enteros.Estos son los que conocen bien el misterio de las aguas ocultas. Al ladode sus cabezas, la pequeña gota, suspendida de las estalactitas de labóveda, brilla como un diamante á la luz de sus lámparas, y cae sobre elpequeño charco estancado, produciendo un ruido seco que repercute eleco de las galerías. Pequeñas corrientes de agua, formadas por esedestilamiento de gotas, corren bajo sus pies, y formando regueros y másregueros se dirigen hacia la balsa de recepción, donde la bomba á vapor,parecida á un coloso encadenado, sumerge alternativamente sus dos brazosde hierro, lanzando prolongados gemidos á cada esfuerzo. Al ruido de lasaguas de la mina se mezcla á veces el sordo rumor de las aguasexteriores que un desgraciado golpe de pico puede hacer inundarrepentinamente la galería. Mineros hay que no tienen temor en llevar sustrabajos de zapa hasta debajo del mar, desde donde no cesan de oir alterrible océano arrastrar constantemente los guijarros de granito porencima de la bóveda que los protege; durante los días de tempestad, sóloá algunos metros de donde ellos trabajan van á estrellarse los navíoscontra las rocas.

CAPÍTULO VI

#El barranco#

Descendiendo por el curso del arroyo, en el que vienen á unirse elruidoso torrente de la montaña, el arroyuelo nacido en la caverna y elagua apacible del manantial, vemos á derecha é izquierda sucederse losvalles, diferentes unos de otros por la naturaleza de sus terrenos, supendiente, el aspecto que presentan y la vegetación, distinguiéndoseademás por el caudal de aguas que aportan al cauce general del valle.

Casi enfrente de un torrente pequeño y murmurador, que salta alegrementede piedra en piedra para sumarse á la bastante considerable cantidad deagua del arroyo, se abre un barranco de rápida pendiente y seco confrecuencia. Es probable que este barranco, formado por la depresión enun suelo poroso, esté sobre el cauce subterráneo de un arroyopermanente; este barranco sólo se ve bañado por la corriente de aguadespués de chubascos tempestuosos ó de grandes lluvias. Como todos lospequeños valles laterales, el barranco es tributario del cauce central,pero tributario intermitente. Sin embargo, es curiosísimo el visitarlo,porque paseándose sobre su seco cauce, se puede estudiar detenidamentela acción del curso de las aguas.

Un pequeño sendero que los surcos del labrador destruye cada otoño, yque el tránsito de los caminantes marca de nuevo muy pronto, serpenteasobre la ribera del barranco. Es verdad que las ramas de espino,plantadas por el campesino avariento, prohiben el paso; pero el humildeobstáculo, simulacro del temible dios Término, no tiene nada deterrorífico para los agricultores vecinos, y el camino, practicado talvez por los hombres desde la edad de piedra, no cesa de reformarse deaño en año. Sería, pues, fácil remontar el barranco en su largo cursosin tener necesidad de servirse de las manos para salvar losaccidentados obstáculos de su cauce, pero quien ama la naturaleza y laquiere gozar de cerca, abandona el pequeño sendero y se lanza conentusiasmo por el estrecho espacio abierto entre sus bordes. Desde losprimeros pasos se halla como separado del mundo. Por detrás, una curvade la desembocadura le oculta el arroyo y los verdes prados que riega;por delante, el horizonte se limita bruscamente por una serie de gradasque el agua salta en pequeñas cascadas después de la lluvia; por encima,las branchas de árboles que bordean las riberas se curvan y entrelazanformando bóveda, y los ruidos de fuera no penetran en este salvaje caucecasi subterráneo.

Es una gran alegría hallarse así en la naturaleza virgen, sólo á algunospasos de los campos arados en surcos paralelos y sentirse obligado átrazarse un camino por entre las piedras y la maleza, no lejos delhonesto burgués que se pasea plácidamente contemplando sus cosechas. Acada vuelta del tortuoso barranco, la inclinación y la forma del lechocambian bruscamente: los saltos y los hoyos se suceden contrastando deun modo extraño.

Encima de un grupo de arbustos enlazados por zarzas que el agua invadesólo en las mayores crecidas, se extiende un pequeño prado de algunosmetros de ancho y frecuentemente bañado por las inundaciones de unmomento. Alrededor del prado y el grupo de arbustos, se desarrolla ensemicírculo una playa arenosa, en donde los materiales finos ó gruesos,se han depositado con orden, según la fuerza de la corriente que losarrastró. El modesto lecho fluvial, de donde el agua ha desaparecido, esaún tal cual lo trazó el torrente efímero, y revela tanto mejor lasleyes de su formación, por cuanto ni un pequeño charco de agua se hallaen su curso. Una especie de foso con su borde lleno de cieno seco yhojas en descomposición, nos enseña que en este paraje el curso de lasaguas es tranquilo y casi sin corriente; más lejos, el lecho apareceapenas trazado porque las aguas se resbalan con rapidez por la granpendiente; en otra parte, las aristas paralelas de los asientos rocososatraviesan oblicuamente el fondo desde una á otra orilla, formandoobstáculos sobre los cuales la corriente se descompone formando pequeñasondas. Una gran piedra ha hecho determinar una curva á la corriente,lanzando á ésta contra otra orilla, formando una brusca sinuosidad, yasí gradualmente se ha cavado un cauce según su capacidad: más arriba,ramas encadenadas; hierbas y piedras, han servido de punto de apoyo paraformar uno ó varios islotes rodeados de cauces tortuosos llenos de arenahermosamente blanca. A unos cuantos pasos de allí, el aspecto delbarranco cambia todavía. Aquí el fondo no es más que un pequeño regueropracticado por el agua en arcilla dura, casi rocosa; no sin pena,consigo pasar por el desfiladero asiéndome de algunas ramas que se mecensobre mi cabeza. El hilo de agua ó la columna líquida, según la fuerzadel arroyo periódico, murmura dulcemente ó ruge con estrépito por elestrecho corredor resbalándose rápidamente por una sucesión de grados;luego, al pie de la caída, ha formado una especie de cubo, ancha balsadonde las piedras arrastradas ruedan empujadas por la presión de lasaguas.

Después de haber pasado el desfiladero, encuentro aún algo quefueron islas en otro tiempo, curvas, rápidas corrientes, cascadas: hastaencuentro fuentes extinguidas que reconozco por la humedad de la arena ylas fisuras rocosas. El borde desde donde se lanza una cascada lo formandos raíces enlazadas, sujetas sólo por un lado, encrustadas en laarcilla.

En este barranco, en el cual penetramos con alegría para contemplar enun pequeño espacio el cuadro de la naturaleza libre y para huir delaburrimiento de los campos cultivados con bárbara monotonía, unamultitud de animalejos de varias especies, refractarios como nosotros alexterior, penetran también buscando un refugio contra el hombre,inflexible perseguidor; desgraciadamente, el tenaz cazador los persiguehasta este retiro, á pesar de las zarzas y las raíces. Las tierrasrecientemente removidas, los negros agujeros practicados en las paredesde la orilla, nos revelan el sitio donde se ocultan los conejos y loszorros; al notar nuestra presencia, las serpientes enroscadasdesenrrollan rápidamente sus círculos y desaparecen en la espesura; laslagartijas, más rápidas, corren haciendo crugir las hojas caídas; losinsectos saltan sobre la arena ó se balancean por las hierbas. En lasramas de los arbustos se ven nidos de pájaros: todo un mundo defugitivos puebla este asilo, en donde se encuentra abrigo y comida.

Y es que, en efecto, dentro de este pequeño barranco, de algunos metrosde ancho, la vegetación es muy variada; una multitud de plantas deorigen y altitud diversos se encuentra aquí reunida, mientras que en loscampos vecinos la uniformidad del terreno cultivado deja germinarapenas, además de la simiente arrojada por el campesino, hasta cuatro ócinco «malas hierbas», trivial adorno de los campos arados. En estaestrecha hendidura, invisible de lejos, á no ser por la verdura de susorillas, todas las cualidades del suelo, todos los contrastes de sequíay humedad, todas las diferencias de la sombra y el sol se encuentran enyuxtaposición y, como consecuencia, numerosas plantas, desterradas devulgares terrenos de cultivo, hallan en este rincón, respetado por elhombre, el ambiente propio para su desarrollo. La arena tamizada por lasaguas tiene sus plantas especiales, lo mismo que los amontonamientos depiedras arrastradas, la arcilla color de ocre y los intersticios de ladura roca. Las tierras vegetales, mezcladas en diversas proporciones,tienen también su flora y su fauna; las rápidas pendientes expuestas alsol del mediodía, se encuentran pobladas de hierbas y arbustos quefabrican su savia en terreno seco; el fondo húmedo donde jamás llega unrayo de sol, da también vida á otra vegetación y el cieno que el aguacubre aún, aparece cubierto por un mundo vegetal que le es peculiar.

¡Y, sin embargo, nada aparece desordenado en esta diversidad! Alcontrario, las plantas, libremente agrupadas, según sus secretasafinidades y la naturaleza del terreno que les da vida, constituyen enconjunto un espectáculo que llena el alma de una impresión singular depaz y armonía. Nada hay aquí de artificial ni de impuesto como en unregimiento de soldados con sus movimientos mecánicos y sus uniformes,sino lo pintoresco, el encanto poético, la libertad de actitud y de vidacomo en una multitud de hombres de todos los países, aproximándose porafinidad cada cual á los suyos. Es cierto que en este barranco, al igualque en toda la tierra, la batalla de la vida por el goce del aire, delagua, del espacio y de la luz, no cesa un instante entre las especies ylas familias vegetales; pero esta lucha no ha sido regularizada todavíapor la intervención del hombre, y parece que en medio de estas plantastan diversas y tan graciosamente asociadas, nos encontramos en unarepública federativa en la que cada vida está garantizada por la alianzade todas. Hasta las colonias de plantas extrañas á la naturaleza libre,son respetadas, al menos por algún tiempo: sobre una cornisa de tierrarebajada que ha quedado suspendida al flanco de la ribera, veobalancearse las cañas flexibles de una mata de avena, humilde colonia deesclavos fugitivos aventurados en un mundo de libres héroes bárbaros.

Lo mismo que el arroyo del valle y los grandes ríos del llano, elpequeño barranco tiene sus orillas sombreadas por árboles. El álamoblanco se levanta al lado del haya y el abedul; las hojas finamentecortadas del fresno, aparecen por entre dos altos olmos con su ramajecomo arreglado por la mano del hombre; el tronco blanco del abedulresalta al lado de la rugosa y sombría corteza de la encina. En lo másalto de la ladera, donde el barranco no es más que un repliegue delterreno, los pinos, en actitud grave y de hojas casi negras, se venreunidos como en un concilio. Alrededor de ellos, la tierra sinvegetación ha desaparecido bajo una espesa capa de agujas color dehierro oxidado mientras que no lejos de allí, un alegre alerce colorverde claro, levanta su cima, hermosamente adornada por clemátides,sobre un grupo de arbustos y plantas. A causa de la extrema variedad delas condiciones del suelo, el estrecho barranco es bastante más rico enespecies diversas que los grandes bosques que cubren vastos territorios.En algunos parajes, los troncos están tan juntos que de una á otraribera no se ve penetrar ni un rayo de sol; del fondo de lashondanadas, los árboles suben como columnas amontonadas para unedificio; luego, al nivel de los bordes, las ramas se extiendenampliamente, cubren la madera con su verdura y se prolongan sobre lastierras cultivadas buscando ávidamente su alimento de aire y de luz.

Bajo sus sombrías bóvedas, en las profundidades del barranco, latemperatura es siempre fresca, hasta en lo más fuerte del verano; lasramas enlazadas impiden á la húmeda atmósfera su salida hacia el espacioy, gracias al acuoso vapor, los helechos, con sus grandes hojas caídas ylos hongos, agrupados fraternalmente en pequeñas asambleas, crecen yprosperan en las orillas. El aire está tan cargado de humedad, que bastacerrar los ojos para hacerse la ilusión de que se está á la orilla de unarroyo, cuyas tranquilas aguas corren silenciosas. Después de todo, elagua allí está; si ha desaparecido es sólo en apariencia. El musgo quetapiza el fondo del barranco y recubre las raíces de los árboles, sepresenta hinchado del líquido absorbido durante la última inundación:dilatados como esponjas, guardan, durante mucho tiempo, la fecunda ybienhechora humedad; después, á la más insignificante lluvia, se hinchande nuevo, empapándose con avidez de las gotas caídas. Así, de musgo ámusgo y de planta á planta, en la multitud infinita de célulasorgánicas, se encuentra aún el caudal de aguas corrientes del arroyuelo,desde, el principio al fin del barranco. Es verdad que no se ve estacorriente, que no se oye su murmullo, pero se adivina y se goza la dulcefrescura que esparce por la atmósfera.

Sin embargo, hay algo que me encanta y admira. Este arroyuelo es pobre éintermitente, pero su acción geológica no es menos grande; es tanto máspoderosa relativamente cuanto más insignificante es el agua que por élcorre. Una pequeñita corriente ha cavado el enorme foso, ha abierto esasprofundas hendiduras á través de la arcilla y la dura roca, ha esculpidolas gradas de sus pequeñas cascadas, y por los hundimientos de tierra haformado esos amplios círculos en sus orillas. Él es también quien davida á la rica vegetación de musgo, hierbas, arbustos y grandes árboles.¿Es que el Misisipi, ó el Amazonas proporcionalmente á su caudal deagua, realizan en la superficie de la tierra la milésima parte deltrabajo de éste? Si los caudalosos ríos tuvieran igual fuerza relativaque el pequeño arroyuelo intermitente, arrasarían las cordilleras,serían sus cauces abismos de algunos millares de metros de profundidad,alimentarían bosques con árboles cuyas cimas irían á balancearse en lasmás elevadas capas atmosféricas. Precisamente, en estos pequeños retiroses donde la naturaleza se nos muestra en todo su esplendor. Acostadosobre un tapiz de musgo, entre dos raíces que me sirven de apoyo,contemplo con admiración estas altas riberas, sus desfiladeros, suscircos, sus gradas y la bóveda de follaje, que me cuentan con tantaelocuencia la grandiosa obra de la pequeña gota de agua.

CAPÍTULO VII

#Los manantiales del valle#

A todos los arroyuelos visibles é invisibles que descienden de barrancosy vallecillos hacia el arroyo principal, se unen aún á centenaresinfinidad de pequeñas fuentes y venas de agua, todas diferentes por elaspecto y el paisaje de las piedras, los zarzales, arbustos ó árbolesque las rodean, diferenciándose también por la cantidad de sus aguas ypor la oscilación de su nivel, según los meteoros y las estaciones delaño.

Algunas de ellas sólo tienen una existencia temporal; después de habermanado durante cierto número de horas, se secan repentinamente; lospequeños saltos de agua cesan de susurrar, las paredes de su balsita sesecan y las hierbas que humedecía se doblan lánguidamente. Luego,pasados minutos ú horas, se oye un murmullo subterráneo y he aquí elagua que sale nuevamente de su cárcel de piedra, para devolver la vida álas raíces y las flores; con sus argentinos sonidos anuncia alegrementesu resurrección á los insectos ocultos entre el césped, á todo un mundoinfinitamente pequeño que esperaba su despertar para despertar ellosmismos. Los hombres de ciencia nos explican la causa de estasintermitencias; nos dicen el por qué de ese salir y ocultarse del aguaalternativamente en las cavidades subterráneas, dispuestas en forma desifón.

Todo esto es hermoso, pero á estos juegos de la naturaleza, áesas fuentes que aparecen y se ocultan en un instante, preferimos losmanantiales permanentes de los que oímos constantemente su alegremurmullo, y en los cuales, á cualquiera hora, podemos ver cómo serefleja la luz, rielando en su ondulada superficie. Más encantadora aunme parece la discreta fuente que nace en el fondo del arroyo á la quesólo contemplan los observadores estudiosos de la naturaleza. En mediodel agua transparente, no siempre se sabe distinguir la columna líquidadel manantial que brota, pero se revela por las ondulaciones de lashierbas que acaricia su onda ascendente, por las burbujas que salen dela arena y vienen á deshacerse al contacto del aire, y por el silenciosohervor que se produce en la superficie del agua y se propaga alejándoseen rizos ondulados que disminuyen gradualmente.

Desiguales por su caudal y por el paisaje que las rodea, no lo son menospor la gran diversidad de substancias minerales que llevan ensuspensión. Por muy pura que el agua del manantial parezca á nuestravista, no es esta, como la química dice, una combinación de dos cuerpossimples, el hidrógeno, que forma, según dicen, los inmensos torbellinosde las más lejanas nebulosas, y el oxígeno, que para todos los seres esel gran alimento de la vida; contiene además muchas otras substancias,ya rodando por su cauce en estado de arena, ya disueltas en su masalíquida y transparentes como ella. Entre las fuentes tributarias delarroyo, hay algunas que, surgiendo de la dura peña, arrastran pepitas deoro en sus aluviones. Si arrastraran grandes cantidades como ciertosmanantiales de California, Colombia, el Brasil ó los Urales,inmediatamente una multitud de hombres se precipitaría con avidez hacialas fuentes bienhechoras, y las arenas depositadas en sus orillas,serían muy pronto tamizadas, y hasta la roca sería atacada por los picosy azadones y sus fragmentos serían sometidos á los martillos de lafundición; poco tiempo después, á las cabañas de un villorrio, habitadaspor mineros, reemplazarían los grandes árboles de los prados y losvalles. Tal vez el país al ser más rico, más populoso y próspero, seríatambién, á la larga, más instruído y feliz; no obstante, nos paseamosllenos de noble alegría por las vírgenes orillas de nuestro Pactolo,desconocido de la multitud, en el que hallamos la soledad y el silencio,como en los días que vimos brillar por vez primera las pepitas de oro.En sus alrededores sólo existe, afortunadamente, un solo buscador depepitas, viejo geólogo que enseña con orgullo algunos granos brillantescontenidos dentro de una caja de cartón, donde posee todo el fruto desus largos trabajos.

Otro manantial, vecino al pequeño Eldorado, se presenta también pródigoen pepitas brillantes pero de bien distinta especie. Es un chorro deagua que surge de rocas micáceas y que arrastra sus partículas hacia laluz.

Las pepitas que la corriente hace rodar por el fondo se arremolinanun momento y luego se depositan llanas sobre otras láminas, de modo quese ve siempre lucir sus reflejos bajo la temblorosa superficie. Losniños de la vecindad se divierten en sus juegos, viniendo á sacar consus manos esta arena brillante; apilan en montoncitos las pepitas de oroy las de plata, sabiendo, afortunadamente, los pobres niños, que la masareluciente no es oro y plata más que en apariencia; de otro modo,empezarían, tal vez, en la orilla de la apacible fuente, esa durabatalla por la vida, que más tarde, cuando sean hombres, tendrán queemprender unos contra otros para arrancarse, en forma de moneda, el pande cada día.

En un pequeño valle, al pie de rocas calcáreas, nace otra fuentecitaque, lejos de arrastrar pepitas brillantes, recubre, al contrario, deuna especie de baño gris las piedras, las hojas y las ramitas caídas delos arbustos que la adornan. Este baño se compone de innumerablesmoléculas calcáreas disueltas por el agua en el interior de la colina.Contenida el agua por un obstáculo cualquiera, la corriente sedesprende de las partículas de piedra de que estaba saturada. Al lado dela balsita crece un helecho que balancea sus verdes hojas agitadas porel aire húmedo, mientras que sus raíces, sumergidas en el agua, estánrecubiertas de una capa de piedra.

La naturaleza de los manantiales varía por las substancias sólidas ygaseosas que arrastran ó disuelven en su curso subterráneo y que sacanal exterior. Hay algunas que contienen sal, otras son ricas en hierro,en cobre y en diversos metales, habiendo alguna que exhala ácidocarbónico ó emanaciones de gases sulfurosos. La proporción de mezclasque se operan así en el laboratorio de las fuentes difiere cada una deellas, y el químico que quiere conocer esta proporción de un modopreciso, se ve obligado á hacer un largo análisis especial, que tieneque repetir varias veces. Luego, cuando ha pesado las diversassubstancias, utilizando los medios prodigiosos que actualmente lesuministra la ciencia, tiene que estudiar los rayos coloreados que elagua del manantial despide en un espectro luminoso. Estas rayas quepermiten al astrónomo descubrir los metales en los astros, brillan comoun punto en el fondo del espacio infinito y advierten al químico laexistencia de cuerpos que se hallan en cantidades infinitesimales en lapequeña gota de agua del manantial. El día que dos alemanes señalaron, ómejor dicho, arrancaron á la fuente por la fuerza de la ciencia,metales que no eran todavía conocidos, es uno de los grandes días de lahistoria. Comparados con esta fecha, ¡cuá