Don Quijote by Miguel de Cervantes Saavedra - HTML preview

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Pésame, cuanto pesarme puede, que este año no se han cogido bellotas eneste pueblo; con todo eso, envío a vuesa alteza hasta medio celemín, queuna a una las fui yo a coger y a escoger al monte, y no las hallé másmayores; yo quisiera que fueran como huevos de avestruz.

No se le olvide a vuestra pomposidad de escribirme, que yo tendré cuidadode la respuesta, avisando de mi salud y de todo lo que hubiere que avisardeste lugar, donde quedo rogando a Nuestro Señor guarde a vuestra grandeza,y a mí no olvide. Sancha, mi hija, y mi hijo besan a vuestra merced lasmanos.

La que tiene más deseo de ver a vuestra señoría que de escribirla, sucriada, Teresa Panza.

Grande fue el gusto que todos recibieron de oír la carta de Teresa Panza,principalmente los duques, y la duquesa pidió parecer a don Quijote sisería bien abrir la carta que venía para el gobernador, que imaginaba debíade ser bonísima. Don Quijote dijo que él la abriría por darles gusto, y asílo hizo, y vio que decía desta manera:

Carta de Teresa Panza a Sancho Panza su marido

Tu carta recibí, Sancho mío de mi alma, y yo te prometo y juro comocatólica cristiana que no faltaron dos dedos para volverme loca decontento. Mira, hermano: cuando yo llegué a oír que eres gobernador, mepensé allí caer muerta de puro gozo, que ya sabes tú que dicen que así matala alegría súbita como el dolor grande. A Sanchica, tu hija, se le fueronlas aguas sin sentirlo, de puro contento. El vestido que me enviaste teníadelante, y los corales que me envió mi señora la duquesa al cuello, y lascartas en las manos, y el portador dellas allí presente, y, con todo eso,creía y pensaba que era todo sueño lo que veía y lo que tocaba; porque,¿quién podía pensar que un pastor de cabras había de venir a ser gobernadorde ínsulas? Ya sabes tú, amigo, que decía mi madre que era menester vivirmucho para ver mucho: dígolo porque pienso ver más si vivo más; porque nopienso parar hasta verte arrendador o alcabalero, que son oficios que,aunque lleva el diablo a quien mal los usa, en fin en fin, siempre tienen ymanejan dineros. Mi señora la duquesa te dirá el deseo que tengo de ir a lacorte; mírate en ello, y avísame de tu gusto, que yo procuraré honrarte enella andando en coche.

El cura, el barbero, el bachiller y aun el sacristán no pueden creer queeres gobernador, y dicen que todo es embeleco, o cosas de encantamento,como son todas las de don Quijote tu amo; y dice Sansón que ha de ir abuscarte y a sacarte el gobierno de la cabeza, y a don Quijote la locura delos cascos; yo no hago sino reírme, y mirar mi sarta, y dar traza delvestido que tengo de hacer del tuyo a nuestra hija.

Unas bellotas envié a mi señora la duquesa; yo quisiera que fueran de oro.Envíame tú algunas sartas de perlas, si se usan en esa ínsula.

Las nuevas deste lugar son que la Berrueca casó a su hija con un pintor demala mano, que llegó a este pueblo a pintar lo que saliese; mandóle elConcejo pintar las armas de Su Majestad sobre las puertas del Ayuntamiento,pidió dos ducados, diéronselos adelantados, trabajó ocho días, al cabo delos cuales no pintó nada, y dijo que no acertaba a pintar tantas baratijas;volvió el dinero, y, con todo eso, se casó a título de buen oficial; verdades que ya ha dejado el pincel y tomado el azada, y va al campo comogentilhombre. El hijo de Pedro de Lobo se ha ordenado de grados y corona,con intención de hacerse clérigo; súpolo Minguilla, la nieta de MingoSilvato, y hale puesto demanda de que la tiene dada palabra de casamiento;malas lenguas quieren decir que ha estado encinta dél, pero él lo niega apies juntillas.

Hogaño no hay aceitunas, ni se halla una gota de vinagre en todo estepueblo. Por aquí pasó una compañía de soldados; lleváronse de camino tresmozas deste pueblo; no te quiero decir quién son: quizá volverán, y nofaltará quien las tome por mujeres, con sus tachas buenas o malas.

Sanchica hace puntas de randas; gana cada día ocho maravedís horros, quelos va echando en una alcancía para ayuda a su ajuar; pero ahora que eshija de un gobernador, tú le darás la dote sin que ella lo trabaje. Lafuente de la plaza se secó; un rayo cayó en la picota, y allí me las dentodas.

Espero respuesta désta y la resolución de mi ida a la corte; y, con esto,Dios te me guarde más años que a mí o tantos, porque no querría dejarte sinmí en este mundo.

Tu mujer,

Teresa Panza.

Las cartas fueron solenizadas, reídas, estimadas y admiradas; y, paraacabar de echar el sello, llegó el correo, el que traía la que Sanchoenviaba a don Quijote, que asimesmo se leyó públicamente, la cual puso enduda la sandez del gobernador.

Retiróse la duquesa, para saber del paje lo que le había sucedido en ellugar de Sancho, el cual se lo contó muy por estenso, sin dejarcircunstancia que no refiriese; diole las bellotas, y más un queso queTeresa le dio, por ser muy bueno, que se aventajaba a los de TronchónRecibiólo la duquesa con grandísimo gusto, con el cual la dejaremos, porcontar el fin que tuvo el gobierno del gran Sancho Panza, flor y espejo detodos los insulanos gobernadores.

Capítulo LIII. Del fatigado fin y remate que tuvo el gobierno de SanchoPanza

''Pensar que en esta vida las cosas della han de durar siempre en un estadoes pensar en lo escusado; antes parece que ella anda todo en redondo, digo,a la redonda: la primavera sigue al verano, el verano al estío, el estío alotoño, y el otoño al invierno, y el invierno a la primavera, y así torna aandarse el tiempo con esta rueda continua; sola la vida humana corre a sufin ligera más que el tiempo, sin esperar renovarse si no es en la otra,que no tiene términos que la limiten''. Esto dice Cide Hamete, filósofomahomético; porque esto de entender la ligereza e instabilidad de la vidapresente, y de la duración de la eterna que se espera, muchos sin lumbre defe, sino con la luz natural, lo han entendido; pero aquí, nuestro autor lodice por la presteza con que se acabó, se consumió, se deshizo, se fue comoen sombra y humo el gobierno de Sancho.

El cual, estando la séptima noche de los días de su gobierno en su cama, noharto de pan ni de vino, sino de juzgar y dar pareceres y de hacerestatutos y pragmáticas, cuando el sueño, a despecho y pesar de la hambre,le comenzaba a cerrar los párpados, oyó tan gran ruido de campanas y devoces, que no parecía sino que toda la ínsula se hundía. Sentóse en lacama, y estuvo atento y escuchando, por ver si daba en la cuenta de lo quepodía ser la causa de tan grande alboroto; pero no sólo no lo supo, pero,añadiéndose al ruido de voces y campanas el de infinitas trompetas yatambores, quedó más confuso y lleno de temor y espanto; y, levantándose enpie, se puso unas chinelas, por la humedad del suelo, y, sin ponersesobrerropa de levantar, ni cosa que se pareciese, salió a la puerta de suaposento, a tiempo cuando vio venir por unos corredores más de veintepersonas con hachas encendidas en las manos y con las espadasdesenvainadas, gritando todos a grandes voces:

— ¡Arma, arma, señor gobernador, arma!; que han entrado infinitos enemigosen la ínsula, y somos perdidos si vuestra industria y valor no nos socorre.

Con este ruido, furia y alboroto llegaron donde Sancho estaba, atónito yembelesado de lo que oía y veía; y, cuando llegaron a él, uno le dijo:

— ¡Ármese luego vuestra señoría, si no quiere perderse y que toda estaínsula se pierda!

— ¿Qué me tengo de armar —respondió Sancho—, ni qué sé yo de armas ni desocorros? Estas cosas mejor será dejarlas para mi amo don Quijote, que endos paletas las despachará y pondrá en cobro; que yo, pecador fui a Dios,no se me entiende nada destas priesas.

— ¡Ah, señor gobernador! —dijo otro—. ¿Qué relente es ése? Ármese vuesamerced, que aquí le traemos armas ofensivas y defensivas, y salga a esaplaza, y sea nuestra guía y nuestro capitán, pues de derecho le toca elserlo, siendo nuestro gobernador.

— Ármenme norabuena —replicó Sancho.

Y al momento le trujeron dos paveses, que venían proveídos dellos, y lepusieron encima de la camisa, sin dejarle tomar otro vestido, un pavésdelante y otro detrás, y, por unas concavidades que traían hechas, lesacaron los brazos, y le liaron muy bien con unos cordeles, de modo quequedó emparedado y entablado, derecho como un huso, sin poder doblar lasrodillas ni menearse un solo paso. Pusiéronle en las manos una lanza, a lacual se arrimó para poder tenerse en pie. Cuando así le tuvieron, ledijeron que caminase, y los guiase y animase a todos; que, siendo él sunorte, su lanterna y su lucero, tendrían buen fin sus negocios.

— ¿Cómo tengo de caminar, desventurado yo —respondió Sancho—, que no puedojugar las choquezuelas de las rodillas, porque me lo impiden estas tablasque tan cosidas tengo con mis carnes? Lo que han de hacer es llevarme enbrazos y ponerme, atravesado o en pie, en algún postigo, que yo leguardaré, o con esta lanza o con mi cuerpo.

— Ande, señor gobernador —dijo otro—, que más el miedo que las tablas leimpiden el paso; acabe y menéese, que es tarde, y los enemigos crecen, ylas voces se aumentan y el peligro carga.

Por cuyas persuasiones y vituperios probó el pobre gobernador a moverse, yfue dar consigo en el suelo tan gran golpe, que pensó que se había hechopedazos. Quedó como galápago encerrado y cubierto con sus conchas, o comomedio tocino metido entre dos artesas, o bien así como barca que da altravés en la arena; y no por verle caído aquella gente burladora letuvieron compasión alguna; antes, apagando las antorchas, tornaron areforzar las voces, y a reiterar el ¡arma! con tan gran priesa, pasando porencima del pobre Sancho, dándole infinitas cuchilladas sobre los paveses,que si él no se recogiera y encogiera, metiendo la cabeza entre lospaveses, lo pasara muy mal el pobre gobernador, el cual, en aquellaestrecheza recogido, sudaba y trasudaba, y de todo corazón se encomendaba aDios que de aquel peligro le sacase.

Unos tropezaban en él, otros caían, y tal hubo que se puso encima un buenespacio, y desde allí, como desde atalaya, gobernaba los ejércitos, y agrandes voces decía:

— ¡Aquí de los nuestros, que por esta parte cargan más los enemigos! ¡Aquelportillo se guarde, aquella puerta se cierre, aquellas escalas se tranquen!¡Vengan alcancías, pez y resina en calderas de aceite ardiendo!¡Trinchéense las calles con colchones!

En fin, él nombraba con todo ahínco todas las baratijas e instrumentos ypertrechos de guerra con que suele defenderse el asalto de una ciudad, y elmolido Sancho, que lo escuchaba y sufría todo, decía entre sí:

— ¡Oh, si mi Señor fuese servido que se acabase ya de perder esta ínsula, yme viese yo o muerto o fuera desta grande angustia!

Oyó el cielo su petición, y, cuando menos lo esperaba, oyó voces quedecían:

— ¡Vitoria, vitoria! ¡Los enemigos van de vencida! ¡Ea, señor gobernador,levántese vuesa merced y venga a gozar del vencimiento y a repartir losdespojos que se han tomado a los enemigos, por el valor dese invenciblebrazo!

— Levántenme —dijo con voz doliente el dolorido Sancho.

Ayudáronle a levantar, y, puesto en pie, dijo:

— El enemigo que yo hubiere vencido quiero que me le claven en la frente. Yono quiero repartir despojos de enemigos, sino pedir y suplicar a algúnamigo, si es que le tengo, que me dé un trago de vino, que me seco, y meenjugue este sudor, que me hago agua.

Limpiáronle, trujéronle el vino, desliáronle los paveses, sentóse sobre sulecho y desmayóse del temor, del sobresalto y del trabajo. Ya les pesaba alos de la burla de habérsela hecho tan pesada; pero el haber vuelto en síSancho les templó la pena que les había dado su desmayo. Preguntó qué horaera, respondiéronle que ya amanecía. Calló, y, sin decir otra cosa, comenzóa vestirse, todo sepultado en silencio, y todos le miraban y esperaban enqué había de parar la priesa con que se vestía. Vistióse, en fin, y poco apoco, porque estaba molido y no podía ir mucho a mucho, se fue a lacaballeriza, siguiéndole todos los que allí se hallaban, y, llegándose alrucio, le abrazó y le dio un beso de paz en la frente, y, no sin lágrimasen los ojos, le dijo:

— Venid vos acá, compañero mío y amigo mío, y conllevador de mis trabajos ymiserias: cuando yo me avenía con vos y no tenía otros pensamientos que losque me daban los cuidados de remendar vuestros aparejos y de sustentarvuestro corpezuelo, dichosas eran mis horas, mis días y mis años; pero,después que os dejé y me subí sobre las torres de la ambición y de lasoberbia, se me han entrado por el alma adentro mil miserias, mil trabajosy cuatro mil desasosiegos.

Y, en tanto que estas razones iba diciendo, iba asimesmo enalbardando elasno, sin que nadie nada le dijese. Enalbardado, pues, el rucio, con granpena y pesar subió sobre él, y, encaminando sus palabras y razones almayordomo, al secretario, al maestresala y a Pedro Recio el doctor, y aotros muchos que allí presentes estaban, dijo:

— Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad;dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de estamuerte presente. Yo no nací para ser gobernador, ni para defender ínsulasni ciudades de los enemigos que quisieren acometerlas.

Mejor se me entiendea mí de arar y cavar, podar y ensarmentar las viñas, que de dar leyes ni dedefender provincias ni reinos. Bien se está San Pedro en Roma: quierodecir, que bien se está cada uno usando el oficio para que fue nacido.Mejor me está a mí una hoz en la mano que un cetro de gobernador; másquiero hartarme de gazpachos que estar sujeto a la miseria de un médicoimpertinente que me mate de hambre; y más quiero recostarme a la sombra deuna encina en el verano y arroparme con un zamarro de dos pelos en elinvierno, en mi libertad, que acostarme con la sujeción del gobierno entresábanas de holanda y vestirme de martas cebollinas.

Vuestras mercedes sequeden con Dios, y digan al duque mi señor que, desnudo nací, desnudo mehallo: ni pierdo ni gano; quiero decir, que sin blanca entré en estegobierno y sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir losgobernadores de otras ínsulas. Y apártense: déjenme ir, que me voy abizmar; que creo que tengo brumadas todas las costillas, merced a losenemigos que esta noche se han paseado sobre mí.

— No ha de ser así, señor gobernador —dijo el doctor Recio—, que yo le daréa vuesa merced una bebida contra caídas y molimientos, que luego le vuelvaen su prístina entereza y vigor; y, en lo de la comida, yo prometo a vuesamerced de enmendarme, dejándole comer abundantemente de todo aquello quequisiere.

— ¡Tarde piache! —respondió Sancho—. Así dejaré de irme como volverme turco.No son estas burlas para dos veces. Por Dios que así me quede en éste, niadmita otro gobierno, aunque me le diesen entre dos platos, como volar alcielo sin alas. Yo soy del linaje de los Panzas, que todos son testarudos,y si una vez dicen nones, nones han de ser, aunque sean pares, a pesar detodo el mundo. Quédense en esta caballeriza las alas de la hormiga, que melevantaron en el aire para que me comiesen vencejos y otros pájaros, yvolvámonos a andar por el suelo con pie llano, que, si no le adornarenzapatos picados de cordobán, no le faltarán alpargatas toscas de cuerda.Cada oveja con su pareja, y nadie tienda más la pierna de cuanto fuerelarga la sábana; y déjenme pasar, que se me hace tarde.

A lo que el mayordomo dijo:

— Señor gobernador, de muy buena gana dejáramos ir a vuesa merced, puestoque nos pesará mucho de perderle, que su ingenio y su cristiano procederobligan a desearle; pero ya se sabe que todo gobernador está obligado,antes que se ausente de la parte donde ha gobernado, dar primeroresidencia: déla vuesa merced de los diez días que ha que tiene elgobierno, y váyase a la paz de Dios.

— Nadie me la puede pedir —respondió Sancho—, si no es quien ordenare elduque mi señor; yo voy a verme con él, y a él se la daré de molde; cuantomás que, saliendo yo desnudo, como salgo, no es menester otra señal paradar a entender que he gobernado como un ángel.

— Par Dios que tiene razón el gran Sancho —dijo el doctor Recio—, y que soyde parecer que le dejemos ir, porque el duque ha de gustar infinito deverle.

Todos vinieron en ello, y le dejaron ir, ofreciéndole primero compañía ytodo aquello que quisiese para el regalo de su persona y para la comodidadde su viaje. Sancho dijo que no quería más de un poco de cebada para elrucio y medio queso y medio pan para él; que, pues el camino era tan corto,no había menester mayor ni mejor repostería. Abrazáronle todos, y él,llorando, abrazó a todos, y los dejó admirados, así de sus razones como desu determinación tan resoluta y tan discreta.

Capítulo LIV. Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otraalguna Resolviéronse el duque y la duquesa de que el desafío que don Quijote hizoa su vasallo, por la causa ya referida, pasase adelante; y, puesto que elmozo estaba en Flandes, adonde se había ido huyendo, por no tener porsuegra a doña Rodríguez, ordenaron de poner en su lugar a un lacayo gascón,que se llamaba Tosilos, industriándole primero muy bien de todo lo quehabía de hacer.

De allí a dos días dijo el duque a don Quijote como desde allí a cuatrovendría su contrario, y se presentaría en el campo, armado como caballero,y sustentaría como la doncella mentía por mitad de la barba, y aun por todala barba entera, si se afirmaba que él le hubiese dado palabra decasamiento. Don Quijote recibió mucho gusto con las tales nuevas, y seprometió a sí mismo de hacer maravillas en el caso, y tuvo a gran venturahabérsele ofrecido ocasión donde aquellos señores pudiesen ver hasta dóndese estendía el valor de su poderoso brazo; y así, con alborozo y contento,esperaba los cuatro días, que se le iban haciendo, a la cuenta de su deseo,cuatrocientos siglos.

Dejémoslos pasar nosotros, como dejamos pasar otras cosas, y vamos aacompañar a Sancho, que entre alegre y triste venía caminando sobre elrucio a buscar a su amo, cuya compañía le agradaba más que ser gobernadorde todas las ínsulas del mundo.

Sucedió, pues, que, no habiéndose alongado mucho de la ínsula del sugobierno —que él nunca se puso a averiguar si era ínsula, ciudad, villa olugar la que gobernaba—, vio que por el camino por donde él iba venían seisperegrinos con sus bordones, de estos estranjeros que piden la limosnacantando, los cuales, en llegando a él, se pusieron en ala, y, levantandolas voces todos juntos, comenzaron a cantar en su lengua lo que Sancho nopudo entender, si no fue una palabra que claramente pronunciaba limosna,por donde entendió que era limosna la que en su canto pedían; y como él,según dice Cide Hamete, era caritativo además, sacó de sus alforjas mediopan y medio queso, de que venía proveído, y dióselo, diciéndoles por señasque no tenía otra cosa que darles. Ellos lo recibieron de muy buena gana, ydijeron:

— ¡Guelte! ¡Guelte!

— No entiendo —respondió Sancho— qué es lo que me pedís, buena gente.

Entonces uno de ellos sacó una bolsa del seno y mostrósela a Sancho, pordonde entendió que le pedían dineros; y él, poniéndose el dedo pulgar en lagarganta y estendiendo la mano arriba, les dio a entender que no teníaostugo de moneda, y, picando al rucio, rompió por ellos; y, al pasar,habiéndole estado mirando uno dellos con mucha atención, arremetió a él,echándole los brazos por la cintura; en voz alta y muy castellana, dijo:

— ¡Válame Dios! ¿Qué es lo que veo? ¿Es posible que tengo en mis brazos almi caro amigo, al mi buen vecino Sancho Panza? Sí tengo, sin duda, porqueyo ni duermo, ni estoy ahora borracho.

Admiróse Sancho de verse nombrar por su nombre y de verse abrazar delestranjero peregrino, y, después de haberle estado mirando sin hablarpalabra, con mucha atención, nunca pudo conocerle; pero, viendo sususpensión el peregrino, le dijo:

— ¿Cómo, y es posible, Sancho Panza hermano, que no conoces a tu vecinoRicote el morisco, tendero de tu lugar?

Entonces Sancho le miró con más atención y comenzó a rafigurarle, y ,finalmente, le vino a conocer de todo punto, y, sin apearse del jumento, leechó los brazos al cuello, y le dijo:

— ¿Quién diablos te había de conocer, Ricote, en ese traje de moharracho quetraes? Dime:

¿quién te ha hecho franchote, y cómo tienes atrevimiento devolver a España, donde si te cogen y conocen tendrás harta mala ventura?

— Si tú no me descubres, Sancho —respondió el peregrino—, seguro estoy queen este traje no habrá nadie que me conozca; y apartémonos del camino aaquella alameda que allí parece, donde quieren comer y reposar miscompañeros, y allí comerás con ellos, que son muy apacible gente.

Yo tendrélugar de contarte lo que me ha sucedido después que me partí de nuestrolugar, por obedecer el bando de Su Majestad, que con tanto rigor a losdesdichados de mi nación amenazaba, según oíste.

Hízolo así Sancho, y, hablando Ricote a los demás peregrinos, se apartarona la alameda que se parecía, bien desviados del camino real. Arrojaron losbordones, quitáronse las mucetas o esclavinas y quedaron en pelota, y todosellos eran mozos y muy gentileshombres, excepto Ricote, que ya era hombreentrado en años. Todos traían alforjas, y todas, según pareció, venían bienproveídas, a lo menos, de cosas incitativas y que llaman a la sed de dosleguas.

Tendiéronse en el suelo, y, haciendo manteles de las yerbas, pusieron sobreellas pan, sal, cuchillos, nueces, rajas de queso, huesos mondos de jamón,que si no se dejaban mascar, no defendían el ser chupados. Pusieronasimismo un manjar negro que dicen que se llama cavial, y es hecho dehuevos de pescados, gran despertador de la colambre. No faltaron aceitunas,aunque secas y sin adobo alguno, pero sabrosas y entretenidas. Pero lo quemás campeó en el campo de aquel banquete fueron seis botas de vino, quecada uno sacó la suya de su alforja; hasta el buen Ricote, que se habíatransformado de morisco en alemán o en tudesco, sacó la suya, que engrandeza podía competir con las cinco.

Comenzaron a comer con grandísimo gusto y muy de espacio, saboreándose concada bocado, que le tomaban con la punta del cuchillo, y muy poquito decada cosa, y luego, al punto, todos a una, levantaron los brazos y lasbotas en el aire; puestas las bocas en su boca, clavados los ojos en elcielo, no parecía sino que ponían en él la puntería; y desta manera,meneando las cabezas a un lado y a otro, señales que acreditaban el gustoque recebían, se estuvieron un buen espacio, trasegando en sus estómagoslas entrañas de las vasijas.

Todo lo miraba Sancho, y de ninguna cosa se dolía; antes, por cumplir conel refrán, que él muy bien sabía, de "cuando a Roma fueres, haz comovieres", pidió a Ricote la bota, y tomó su puntería como los demás, y nocon menos gusto que ellos.

Cuatro veces dieron lugar las botas para ser empinadas; pero la quinta nofue posible, porque ya estaban más enjutas y secas que un esparto, cosa quepuso mustia la alegría que hasta allí habían mostrado. De cuando en cuando,juntaba alguno su mano derecha con la de Sancho, y decía:

— Español y tudesqui, tuto uno: bon compaño.

Y Sancho respondía: Bon compaño, jura Di!

Y disparaba con una risa que le duraba un hora, sin acordarse entonces denada de lo que le había sucedido en su gobierno; porque sobre el rato ytiempo cuando se come y bebe, poca jurisdición suelen tener los cuidados.Finalmente, el acabársele el vino fue principio de un sueño que dio atodos, quedándose dormidos sobre las mismas mesas y manteles; solos Ricotey Sancho quedaron alerta, porque habían comido más y bebido menos; y,apartando Ricote a Sancho, se sentaron al pie de una haya, dejando a losperegrinos sepultados en dulce sueño; y Ricote, sin tropezar nada en sulengua morisca, en la pura castellana le dijo las siguientes razones:

— «Bien sabes, ¡oh Sancho Panza, vecino y amigo mío!, como el pregón y bandoque Su Majestad mandó publicar contra los de mi nación puso terror yespanto en todos nosotros; a lo menos, en mí le puso de suerte que meparece que antes del tiempo que se nos concedía para que hiciésemosausencia de España, ya tenía el rigor de la pena ejecutado en mi persona yen la de mis hijos. Ordené, pues, a mi parecer como prudente, bien así comoel que sabe que para tal tiempo le han de quitar la casa donde vive y seprovee de otra donde mudarse; ordené, digo, de salir yo solo, sin mifamilia, de mi pueblo, y ir a buscar donde llevarla con comodidad y sin lapriesa con que los demás salieron; porque bien vi, y vieron todos nuestrosancianos, que aquellos pregones no eran sólo amenazas, como algunos decían,sino verdaderas leyes, que se habían de poner en ejecución a su determinadotiempo; y forzábame a creer esta verdad saber yo los ruines y disparatadosintentos que los nuestros tenían, y tales, que me parece que fueinspiración divina la que movió a Su Majestad a poner en efecto tangallarda resolución, no porque todos fuésemos culpados, que algunos habíacristianos firmes y verdaderos; pero eran tan pocos que no se podían oponera los que no lo eran, y no era bien criar la sierpe en el seno, teniendolos enemigos dentro de casa. Finalmente, con justa razón fuimos castigadoscon la pena del destierro, blanda y suave al parecer de algunos, pero alnuestro, la más terrible que se nos podía dar. Doquiera que estamoslloramos por España, que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patrianatural; en ninguna parte hallamos el acogimiento que nuestra desventuradesea, y en Berbería, y en todas las partes de África, donde esperábamosser recebidos, acogidos y regalados, allí es donde más nos ofenden ymaltratan. No hemos conocido el bien hasta que le hemos perdido; y es eldeseo tan grande, que casi todos tenemos de volver a España, que los más deaquellos, y son muchos, que saben la lengua como yo, se vuelven a ella, ydejan allá sus mujeres y sus hijos desamparados: tanto es el amor que latienen; y agora conozco y experimento lo que suele decirse: que es dulce elamor de la patria. Salí, como digo, de nuestro pueblo, entré en Francia, y,aunque allí nos hacían buen acogimiento, quise verlo todo. Pasé a Italia yllegué a Alemania, y allí me pareció que se podía vivir con más libertad,porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive comoquiere, porque en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia.Dejé tomada casa en un pueblo junto a Augusta; juntéme con estosperegrinos, que tienen por costumbre de venir a España muchos dellos, cadaaño, a visitar los santuarios della, que los tienen por sus Indias, y porcertísima granjería y conocida ganancia. Ándanla casi toda, y no hay puebloninguno de donde no salgan comidos y bebidos, como suele decirse, y con unreal, por lo menos, en dineros, y al cabo de su viaje salen con más de cienescudos de sobra que, trocados en oro, o ya en el hueco de los bordones, oentre los remiendos de las esclavinas, o con la industria que ellos pueden,los sacan del reino y los pasan a sus tierras, a pesar de las guardas delos puestos y puertos donde se registran. Ahora es mi intención, Sancho,sacar el tesoro que dejé enterrado, que por estar fuera del pueblo lo podréhacer sin peligro y escribir o pasar desde Valencia a mi hija y a mi mujer,que sé que está en Argel, y dar traza como traerlas a algún puerto deFrancia, y desde allí llevarlas a Alemania, donde esperaremos lo que Diosquisiere hacer de nosotros; que, en resolución, Sancho, yo sé cierto que laRicota mi hija y Francisca Ricota, mi mujer, son católicas cristianas, y,aunque yo no lo soy tanto, todavía tengo más de cristiano que de moro, yruego siempre a Dios me abra los ojos del entendimiento y me dé a conocercómo le tengo de servir. Y

lo que me tiene admirado es no saber por qué sefue mi mujer y mi hija antes a Berbería que a Francia, adonde podía vivircomo cristiana.»

A lo que respondió Sancho:

— Mira, Ricote, eso no debió estar en su mano, porque las llevó JuanTiopieyo, el hermano de tu mujer; y, como debe de ser fino moro, fuese a lomás bien parado, y séte decir otra cosa: que creo que vas en balde a buscarlo que dejaste encerrado; porque tuvimos nuevas que habían quitado a tucuñado y tu mujer muchas perlas y mucho dinero en oro que llevaban porregistrar.

— Bien puede ser eso —replicó Ricote—, pero yo sé, Sancho, que no tocaron ami encierro, porque yo no les descubrí dónde estaba, temeroso de algúndesmán; y así, si tú, Sancho, quieres venir conmigo y ayudarme a sacarlo ya encubrirlo, yo te daré docientos escudos, con que podrás remediar tusnecesidades, que ya sabes que sé yo que las tienes muchas.

— Yo lo hiciera —respondió Sancho—, pero no soy nada codicioso; que, aserlo, un oficio dejé yo esta mañana de las manos,