Don Quijote by Miguel de Cervantes Saavedra - HTML preview

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— «Yo, señores, soy hija de Pedro Pérez Mazorca, arrendador de las lanasdeste lugar, el cual suele muchas veces ir en casa de mi padre.»

— Eso no lleva camino —dijo el mayordomo—, señora, porque yo conozco muybien a Pedro Pérez y sé que no tiene hijo ninguno, ni varón ni hembra; ymás, que decís que es vuestro padre, y luego añadís que suele ir muchasveces en casa de vuestro padre.

— Ya yo había dado en ello —dijo Sancho.

— Ahora, señores, yo estoy turbada, y no sé lo que me digo —respondió ladoncella—; pero la verdad es que yo soy hija de Diego de la Llana, quetodos vuesas mercedes deben de conocer.

— Aún eso lleva camino —respondió el mayordomo—, que yo conozco a Diego dela Llana, y sé que es un hidalgo principal y rico, y que tiene un hijo yuna hija, y que después que enviudó no ha habido nadie en todo este lugarque pueda decir que ha visto el rostro de su hija; que la tiene tanencerrada que no da lugar al sol que la vea; y, con todo esto, la fama diceque es en estremo hermosa.

— Así es la verdad —respondió la doncella—, y esa hija soy yo; si la famamiente o no en mi hermosura ya os habréis, señores, desengañado, pues mehabéis visto.

Y, en esto, comenzó a llorar tiernamente; viendo lo cual el secretario, sellegó al oído del maestresala y le dijo muy paso:

— Sin duda alguna que a esta pobre doncella le debe de haber sucedido algode importancia, pues en tal traje, y a tales horas, y siendo tan principal,anda fuera de su casa.

— No hay dudar en eso —respondió el maestresala—; y más, que esa sospecha laconfirman sus lágrimas.

Sancho la consoló con las mejores razones que él supo, y le pidió que sintemor alguno les dijese lo que le había sucedido; que todos procuraríanremediarlo con muchas veras y por todas las vías posibles.

— «Es el caso, señores —respondió ella—, que mi padre me ha tenido encerradadiez años ha, que son los mismos que a mi madre come la tierra. En casadicen misa en un rico oratorio, y yo en todo este tiempo no he visto que elsol del cielo de día, y la luna y las estrellas de noche, ni sé qué soncalles, plazas, ni templos, ni aun hombres, fuera de mi padre y de unhermano mío, y de Pedro Pérez el arrendador, que, por entrar de ordinarioen mi casa, se me antojó decir que era mi padre, por no declarar el mío.Este encerramiento y este negarme el salir de casa, siquiera a la iglesia,ha muchos días y meses que me trae muy desconsolada; quisiera yo ver elmundo, o, a lo menos, el pueblo donde nací, pareciéndome que este deseo noiba contra el buen decoro que las doncellas principales deben guardar a símesmas. Cuando oía decir que corrían toros y jugaban cañas, y serepresentaban comedias, preguntaba a mi hermano, que es un año menor queyo, que me dijese qué cosas eran aquéllas y otras muchas que yo no hevisto; él me lo declaraba por los mejores modos que sabía, pero todo eraencenderme más el deseo de verlo. Finalmente, por abreviar el cuento de miperdición, digo que yo rogué y pedí a mi hermano, que nunca tal pidiera nital rogara...»

Y tornó a renovar el llanto. El mayordomo le dijo:

— Prosiga vuestra merced, señora, y acabe de decirnos lo que le ha sucedido,que nos tienen a todos suspensos sus palabras y sus lágrimas.

— Pocas me quedan por decir —respondió la doncella—, aunque muchas lágrimassí que llorar, porque los mal colocados deseos no pueden traer consigootros descuentos que los semejantes.

Habíase sentado en el alma del maestresala la belleza de la doncella, yllegó otra vez su lanterna para verla de nuevo; y parecióle que no eranlágrimas las que lloraba, sino aljófar o rocío de los prados, y aun lassubía de punto y las llegaba a perlas orientales, y estaba deseando que sudesgracia no fuese tanta como daban a entender los indicios de su llanto yde sus suspiros.

Desesperábase el gobernador de la tardanza que tenía lamoza en dilatar su historia, y díjole que acabase de tenerlos mássuspensos, que era tarde y faltaba mucho que andar del pueblo. Ella, entreinterrotos sollozos y mal formados suspiros, dijo:

— «No es otra mi desgracia, ni mi infortunio es otro sino que yo rogué a mihermano que me vistiese en hábitos de hombre con uno de sus vestidos y queme sacase una noche a ver todo el pueblo, cuando nuestro padre durmiese;él, importunado de mis ruegos, condecendió con mi deseo, y, poniéndome estevestido y él vestiéndose de otro mío, que le está como nacido, porque él notiene pelo de barba y no parece sino una doncella hermosísima, esta noche,debe de haber una hora, poco más o menos, nos salimos de casa; y, guiadosde nuestro mozo y desbaratado discurso, hemos rodeado todo el pueblo, ycuando queríamos volver a casa, vimos venir un gran tropel de gente, y mihermano me dijo: ' Hermana, ésta debe de ser la ronda: aligera los pies ypon alas en ellos, y vente tras mí corriendo, porque no nos conozcan, quenos será mal contado''. Y, diciendo esto, volvió las espaldas y comenzó, nodigo a correr, sino a volar; yo, a menos de seis pasos, caí, con elsobresalto, y entonces llegó el ministro de la justicia que me trujo antevuestras mercedes, adonde, por mala y antojadiza, me veo avergonzada antetanta gente.»

— ¿En efecto, señora —dijo Sancho—, no os ha sucedido otro desmán alguno, nicelos, como vos al principio de vuestro cuento dijistes, no os sacaron devuestra casa?

— No me ha sucedido nada, ni me sacaron celos, sino sólo el deseo de vermundo, que no se estendía a más que a ver las calles de este lugar.

Y acabó de confirmar ser verdad lo que la doncella decía llegar loscorchetes con su hermano preso, a quien alcanzó uno dellos cuando se huyóde su hermana. No traía sino un faldellín rico y una mantellina de damascoazul con pasamanos de oro fino, la cabeza sin toca ni con otra cosaadornada que con sus mesmos cabellos, que eran sortijas de oro, según eranrubios y enrizados. Apartáronse con el gobernador, mayordomo y maestresala,y, sin que lo oyese su hermana, le preguntaron cómo venía en aquel traje, yél, con no menos vergüenza y empacho, contó lo mesmo que su hermana habíacontado, de que recibió gran gusto el enamorado maestresala. Pero elgobernador les dijo:

— Por cierto, señores, que ésta ha sido una gran rapacería, y para contaresta necedad y atrevimiento no eran menester tantas largas, ni tantaslágrimas y suspiros; que con decir: ''Somos fulano y fulana, que nossalimos a espaciar de casa de nuestros padres con esta invención, sólo porcuriosidad, sin otro designio alguno'', se acabara el cuento, y nogemidicos, y lloramicos, y darle.

— Así es la verdad —respondió la doncella—, pero sepan vuesas mercedes quela turbación que he tenido ha sido tanta, que no me ha dejado guardar eltérmino que debía.

— No se ha perdido nada —respondió Sancho—. Vamos, y dejaremos a vuesasmercedes en casa de su padre; quizá no los habrá echado menos. Y, de aquíadelante, no se muestren tan niños, ni tan deseosos de ver mundo, que ladoncella honrada, la pierna quebrada, y en casa; y la mujer y la gallina,por andar se pierden aína; y la que es deseosa de ver, también tiene deseode ser vista. No digo más.

El mancebo agradeció al gobernador la merced que quería hacerles devolverlos a su casa, y así, se encaminaron hacia ella, que no estaba muylejos de allí. Llegaron, pues, y, tirando el hermano una china a una reja,al momento bajó una criada, que los estaba esperando, y les abrió lapuerta, y ellos se entraron, dejando a todos admirados, así de su gentilezay hermosura como del deseo que tenían de ver mundo, de noche y sin salirdel lugar; pero todo lo atribuyeron a su poca edad.

Quedó el maestresala traspasado su corazón, y propuso de luego otro díapedírsela por mujer a su padre, teniendo por cierto que no se la negaría,por ser él criado del duque; y aun a Sancho le vinieron deseos y barruntosde casar al mozo con Sanchica, su hija, y determinó de ponerlo en plática asu tiempo, dándose a entender que a una hija de un gobernador ningún maridose le podía negar.

Con esto, se acabó la ronda de aquella noche, y de allí a dos días elgobierno, con que se destroncaron y borraron todos sus designios, como severá adelante.

Capítulo L. Donde se declara quién fueron los encantadores y verdugos queazotaron a la dueña y pellizcaron y arañaron a don Quijote, con el sucesoque tuvo el paje que llevó la carta a Teresa Sancha, mujer de Sancho Panza Dice Cide Hamete, puntualísimo escudriñador de los átomos desta verdaderahistoria, que al tiempo que doña Rodríguez salió de su aposento para ir ala estancia de don Quijote, otra dueña que con ella dormía lo sintió, yque, como todas las dueñas son amigas de saber, entender y oler, se fuetras ella, con tanto silencio, que la buena Rodríguez no lo echó de ver; y,así como la dueña la vio entrar en la estancia de don Quijote, porque nofaltase en ella la general costumbre que todas las dueñas tienen de serchismosas, al momento lo fue a poner en pico a su señora la duquesa, decómo doña Rodríguez quedaba en el aposento de don Quijote.

La duquesa se lo dijo al duque, y le pidió licencia para que ella yAltisidora viniesen a ver lo que aquella dueña quería con don Quijote; elduque se la dio, y las dos, con gran tiento y sosiego, paso ante paso,llegaron a ponerse junto a la puerta del aposento, y tan cerca, que oíantodo lo que dentro hablaban; y, cuando oyó la duquesa que Rodríguez habíaechado en la calle el Aranjuez de sus fuentes, no lo pudo sufrir, ni menosAltisidora; y así, llenas de cólera y deseosas de venganza, entraron degolpe en el aposento, y acrebillaron a don Quijote y vapularon a la dueñadel modo que queda contado; porque las afrentas que van derechas contra lahermosura y presunción de las mujeres, despierta en ellas en gran manera laira y enciende el deseo de vengarse.

Contó la duquesa al duque lo que le había pasado, de lo que se holgó mucho,y la duquesa, prosiguiendo con su intención de burlarse y recibirpasatiempo con don Quijote, despachó al paje que había hecho la figura deDulcinea en el concierto de su desencanto —que tenía bien olvidado SanchoPanza con la ocupación de su gobierno— a Teresa Panza, su mujer, con lacarta de su marido, y con otra suya, y con una gran sarta de corales ricospresentados.

Dice, pues, la historia, que el paje era muy discreto y agudo, y, con deseode servir a sus señores, partió de muy buena gana al lugar de Sancho; y,antes de entrar en él, vio en un arroyo estar lavando cantidad de mujeres,a quien preguntó si le sabrían decir si en aquel lugar vivía una mujerllamada Teresa Panza, mujer de un cierto Sancho Panza, escudero de uncaballero llamado don Quijote de la Mancha, a cuya pregunta se levantó enpie una mozuela que estaba lavando, y dijo:

— Esa Teresa Panza es mi madre, y ese tal Sancho, mi señor padre, y el talcaballero, nuestro amo.

— Pues venid, doncella —dijo el paje—, y mostradme a vuestra madre, porquele traigo una carta y un presente del tal vuestro padre.

— Eso haré yo de muy buena gana, señor mío —respondió la moza, que mostrabaser de edad de catorce años, poco más a menos.

Y, dejando la ropa que lavaba a otra compañera, sin tocarse ni calzarse,que estaba en piernas y desgreñada, saltó delante de la cabalgadura delpaje, y dijo:

— Venga vuesa merced, que a la entrada del pueblo está nuestra casa, y mimadre en ella, con harta pena por no haber sabido muchos días ha de miseñor padre.

— Pues yo se las llevo tan buenas —dijo el paje— que tiene que dar biengracias a Dios por ellas.

Finalmente, saltando, corriendo y brincando, llegó al pueblo la muchacha,y, antes de entrar en su casa, dijo a voces desde la puerta:

— Salga, madre Teresa, salga, salga, que viene aquí un señor que trae cartasy otras cosas de mi buen padre.

A cuyas voces salió Teresa Panza, su madre, hilando un copo de estopa, conuna saya parda.

Parecía, según era de corta, que se la habían cortado porvergonzoso lugar, con un corpezuelo asimismo pardo y una camisa de pechos.No era muy vieja, aunque mostraba pasar de los cuarenta, pero fuerte,tiesa, nervuda y avellanada; la cual, viendo a su hija, y al paje acaballo, le dijo:

— ¿Qué es esto, niña? ¿Qué señor es éste?

— Es un servidor de mi señora doña Teresa Panza —respondió el paje.

Y, diciendo y haciendo, se arrojó del caballo y se fue con mucha humildad aponer de hinojos ante la señora Teresa, diciendo:

— Déme vuestra merced sus manos, mi señora doña Teresa, bien así como mujerlegítima y particular del señor don Sancho Panza, gobernador propio de laínsula Barataria.

— ¡Ay, señor mío, quítese de ahí; no haga eso —respondió Teresa—, que yo nosoy nada palaciega, sino una pobre labradora, hija de un estripaterrones ymujer de un escudero andante, y no de gobernador alguno!

— Vuesa merced —respondió el paje— es mujer dignísima de un gobernadorarchidignísimo; y, para prueba desta verdad, reciba vuesa merced esta cartay este presente.

Y sacó al instante de la faldriquera una sarta de corales con estremos deoro, y se la echó al cuello y dijo:

— Esta carta es del señor gobernador, y otra que traigo y estos corales sonde mi señora la duquesa, que a vuestra merced me envía.

Quedó pasmada Teresa, y su hija ni más ni menos, y la muchacha dijo:

— Que me maten si no anda por aquí nuestro señor amo don Quijote, que debede haber dado a padre el gobierno o condado que tantas veces le habíaprometido.

— Así es la verdad —respondió el paje—: que, por respeto del señor donQuijote, es ahora el señor Sancho gobernador de la ínsula Barataria, comose verá por esta carta.

— Léamela vuesa merced, señor gentilhombre —dijo Teresa—, porque, aunque yosé hilar, no sé leer migaja.

— Ni yo tampoco —añadió Sanchica—; pero espérenme aquí, que yo iré a llamarquien la lea, ora sea el cura mesmo, o el bachiller Sansón Carrasco, quevendrán de muy buena gana, por saber nuevas de mi padre.

— No hay para qué se llame a nadie, que yo no sé hilar, pero sé leer, y laleeré.

Y así, se la leyó toda, que, por quedar ya referida, no se pone aquí; yluego sacó otra de la duquesa, que decía desta manera:

Amiga Teresa:

Las buenas partes de la bondad y del ingenio de vuestro marido Sancho memovieron y obligaron a pedir a mi marido el duque le diese un gobierno deuna ínsula, de muchas que tiene. Tengo noticia que gobierna como ungirifalte, de lo que yo estoy muy contenta, y el duque mi señor, por elconsiguiente; por lo que doy muchas gracias al cielo de no haberme engañadoen haberle escogido para el tal gobierno; porque quiero que sepa la señoraTeresa que con dificultad se halla un buen gobernador en el mundo, y tal mehaga a mí Dios como Sancho gobierna.

Ahí le envío, querida mía, una sarta de corales con estremos de oro; yo meholgara que fuera de perlas orientales, pero quien te da el hueso, no tequerría ver muerta: tiempo vendrá en que nos conozcamos y nos comuniquemos,y Dios sabe lo que será. Encomiéndeme a Sanchica, su hija, y dígale de miparte que se apareje, que la tengo de casar altamente cuando menos lopiense.

Dícenme que en ese lugar hay bellotas gordas: envíeme hasta dos docenas,que las estimaré en mucho, por ser de su mano, y escríbame largo,avisándome de su salud y de su bienestar; y si hubiere menester algunacosa, no tiene que hacer más que boquear: que su boca será medida, y Diosme la guarde. Deste lugar.

Su amiga, que bien la quiere,

La Duquesa.

— ¡Ay —dijo Teresa en oyendo la carta—, y qué buena y qué llana y quéhumilde señora! Con estas tales señoras me entierren a mí, y no lashidalgas que en este pueblo se usan, que piensan que por ser hidalgas nolas ha de tocar el viento, y van a la iglesia con tanta fantasía como sifuesen las mesmas reinas, que no parece sino que tienen a deshonra el mirara una labradora; y veis aquí donde esta buena señora, con ser duquesa, mellama amiga, y me trata como si fuera su igual, que igual la vea yo con elmás alto campanario que hay en la Mancha. Y, en lo que toca a las bellotas,señor mío, yo le enviaré a su señoría un celemín, que por gordas las puedenvenir a ver a la mira y a la maravilla. Y por ahora, Sanchica, atiende aque se regale este señor: pon en orden este caballo, y saca de lacaballeriza güevos, y corta tocino adunia, y démosle de comer como a unpríncipe, que las buenas nuevas que nos ha traído y la buena cara que éltiene lo merece todo; y, en tanto, saldré yo a dar a mis vecinas las nuevasde nuestro contento, y al padre cura y a maese Nicolás el barbero, que tanamigos son y han sido de tu padre.

— Sí haré, madre —respondió Sanchica—; pero mire que me ha de dar la mitaddesa sarta; que no tengo yo por tan boba a mi señora la duquesa, que se lahabía de enviar a ella toda.

— Todo es para ti, hija —respondió Teresa—, pero déjamela traer algunosdías al cuello, que verdaderamente parece que me alegra el corazón.

— También se alegrarán —dijo el paje— cuando vean el lío que viene en esteportamanteo, que es un vestido de paño finísimo que el gobernador sólo undía llevó a caza, el cual todo le envía para la señora Sanchica.

— Que me viva él mil años —respondió Sanchica—, y el que lo trae, ni más nimenos, y aun dos mil, si fuere necesidad.

Salióse en esto Teresa fuera de casa, con las cartas, y con la sarta alcuello, y iba tañendo en las cartas como si fuera en un pandero; y,encontrándose acaso con el cura y Sansón Carrasco, comenzó a bailar y adecir:

— ¡A fee que agora que no hay pariente pobre! ¡Gobiernito tenemos! ¡No, sinotómese conmigo la más pintada hidalga, que yo la pondré como nueva!

— ¿Qué es esto, Teresa Panza? ¿Qué locuras son éstas, y qué papeles sonésos?

— No es otra la locura sino que éstas son cartas de duquesas y degobernadores, y estos que traigo al cuello son corales finos; las avemaríasy los padres nuestros son de oro de martillo, y yo soy gobernadora.

— De Dios en ayuso, no os entendemos, Teresa, ni sabemos lo que os decís.

— Ahí lo podrán ver ellos —respondió Teresa.

Y dioles las cartas. Leyólas el cura de modo que las oyó Sansón Carrasco, ySansón y el cura se miraron el uno al otro, como admirados de lo que habíanleído; y preguntó el bachiller quién había traído aquellas cartas.Respondió Teresa que se viniesen con ella a su casa y verían el mensajero,que era un mancebo como un pino de oro, y que le traía otro presente quevalía más de tanto. Quitóle el cura los corales del cuello, y mirólos yremirólos, y, certificándose que eran finos, tornó a admirarse de nuevo, ydijo:

— Por el hábito que tengo, que no sé qué me diga ni qué me piense de estascartas y destos presentes: por una parte, veo y toco la fineza de estoscorales, y por otra, leo que una duquesa envía a pedir dos docenas debellotas.

— ¡Aderézame esas medidas! —dijo entonces Carrasco—. Agora bien, vamos a veral portador deste pliego, que dél nos informaremos de las dificultades quese nos ofrecen.

Hiciéronlo así, y volvióse Teresa con ellos. Hallaron al paje cribando unpoco de cebada para su cabalgadura, y a Sanchica cortando un torrezno paraempedrarle con güevos y dar de comer al paje, cuya presencia y buen adornocontentó mucho a los dos; y, después de haberle saludado cortésmente, y éla ellos, le preguntó Sansón les dijese nuevas así de don Quijote como deSancho Panza; que, puesto que habían leído las cartas de Sancho y de laseñora duquesa, todavía estaban confusos y no acababan de atinar qué seríaaquello del gobierno de Sancho, y más de una ínsula, siendo todas o las másque hay en el mar Mediterráneo de Su Majestad. A lo que el paje respondió:

— De que el señor Sancho Panza sea gobernador, no hay que dudar en ello; deque sea ínsula o no la que gobierna, en eso no me entremeto, pero basta quesea un lugar de más de mil vecinos; y, en cuanto a lo de las bellotas, digoque mi señora la duquesa es tan llana y tan humilde, que no —

decía él—enviar a pedir bellotas a una labradora, pero que le acontecía enviar apedir un peine prestado a una vecina suya. Porque quiero que sepan vuestrasmercedes que las señoras de Aragón, aunque son tan principales, no son tanpuntuosas y levantadas como las señoras castellanas; con más llaneza tratancon las gentes.

Estando en la mitad destas pláticas, saltó Sanchica con un halda de güevos,y preguntó al paje:

— Dígame, señor: ¿mi señor padre trae por ventura calzas atacadas despuésque es gobernador?

— No he mirado en ello —respondió el paje—, pero sí debe de traer.

— ¡Ay Dios mío —replicó Sanchica—, y que será de ver a mi padre conpedorreras! ¿No es bueno sino que desde que nací tengo deseo de ver a mipadre con calzas atacadas?

— Como con esas cosas le verá vuestra merced si vive —respondió el paje—.Par Dios, términos lleva de caminar con papahígo, con solos dos meses quele dure el gobierno.

Bien echaron de ver el cura y el bachiller que el paje hablabasocarronamente, pero la fineza de los corales y el vestido de caza queSancho enviaba lo deshacía todo; que ya Teresa les había mostrado elvestido. Y no dejaron de reírse del deseo de Sanchica, y más cuando Teresadijo:

— Señor cura, eche cata por ahí si hay alguien que vaya a Madrid, o aToledo, para que me compre un verdugado redondo, hecho y derecho, y sea aluso y de los mejores que hubiere; que en verdad en verdad que tengo dehonrar el gobierno de mi marido en cuanto yo pudiere, y aun que si meenojo, me tengo de ir a esa corte, y echar un coche, como todas; que la quetiene marido gobernador muy bien le puede traer y sustentar.

— Y ¡cómo, madre! —dijo Sanchica—. Pluguiese a Dios que fuese antes hoy quemañana, aunque dijesen los que me viesen ir sentada con mi señora madre enaquel coche: ''¡Mirad la tal por cual, hija del harto de ajos, y cómo vasentada y tendida en el coche, como si fuera una papesa!'' Pero pisen elloslos lodos, y ándeme yo en mi coche, levantados los pies del suelo.

¡Malaño y mal mes para cuantos murmuradores hay en el mundo, y ándeme yocaliente, y ríase la gente! ¿Digo bien, madre mía?

— Y ¡cómo que dices bien, hija! —respondió Teresa—. Y todas estas venturas,y aun mayores, me las tiene profetizadas mi buen Sancho, y verás tú, hija,cómo no para hasta hacerme condesa: que todo es comenzar a ser venturosas;y, como yo he oído decir muchas veces a tu buen padre, que así como lo estuyo lo es de los refranes, cuando te dieren la vaquilla, corre consoguilla: cuando te dieren un gobierno, cógele; cuando te dieren uncondado, agárrale, y cuando te hicieren tus, tus, con alguna buena dádiva,envásala. ¡No, sino dormíos, y no respondáis a las venturas y buenas dichasque están llamando a la puerta de vuestra casa!

— Y ¿qué se me da a mí —añadió Sanchica— que diga el que quisiere cuando mevea entonada y fantasiosa: "Viose el perro en bragas de cerro...", y lodemás?

Oyendo lo cual el cura, dijo:

— Yo no puedo creer sino que todos los deste linaje de los Panzas nacieroncada uno con un costal de refranes en el cuerpo: ninguno dellos he vistoque no los derrame a todas horas y en todas las pláticas que tienen.

— Así es la verdad —dijo el paje—, que el señor gobernador Sancho a cadapaso los dice, y, aunque muchos no vienen a propósito, todavía dan gusto, ymi señora la duquesa y el duque los celebran mucho.

— ¿Que todavía se afirma vuestra merced, señor mío —dijo el bachiller—, serverdad esto del gobierno de Sancho, y de que hay duquesa en el mundo que leenvíe presentes y le escriba?

Porque nosotros, aunque tocamos los presentesy hemos leído las cartas, no lo creemos, y pensamos que ésta es una de lascosas de don Quijote, nuestro compatrioto, que todas piensa que son hechaspor encantamento; y así, estoy por decir que quiero tocar y palpar avuestra merced, por ver si es embajador fantástico o hombre de carne yhueso.

— Señores, yo no sé más de mí —respondió el paje— sino que soy embajadorverdadero, y que el señor Sancho Panza es gobernador efectivo, y que misseñores duque y duquesa pueden dar, y han dado, el tal gobierno; y que heoído decir que en él se porta valentísimamente el tal Sancho Panza; si enesto hay encantamento o no, vuestras mercedes lo disputen allá entre ellos,que yo no sé otra cosa, para el juramento que hago, que es por vida de mispadres, que los tengo vivos y los amo y los quiero mucho.

— Bien podrá ello ser así —replicó el bachiller—, pero dubitat Augustinus.

— Dude quien dudare —respondió el paje—, la verdad es la que he dicho, yesta que ha de andar siempre sobre la mentira,como el aceite sobre el agua;y si no, operibus credite, et non verbis: véngase alguno de vuesas mercedesconmigo, y verán con los ojos lo que no creen por los oídos.

— Esa ida a mí toca —dijo Sanchica—: lléveme vuestra merced, señor, a lasancas de su rocín, que yo iré de muy buena gana a ver a mi señor padre.

— Las hijas de los gobernadores no han de ir solas por los caminos, sinoacompañadas de carrozas y literas y de gran número de sirvientes.

— Par Dios —respondió Sancha—, tan bién me vaya yo sobre una pollina comosobre un coche.

¡Hallado la habéis la melindrosa!

— Calla, mochacha —dijo Teresa—, que no sabes lo que te dices, y este señorestá en lo cierto: que tal el tiempo, tal el tiento; cuando Sancho, Sancha,y cuando gobernador, señora, y no sé si diga algo.

— Más dice la señora Teresa de lo que piensa —dijo el paje—; y denme decomer y despáchenme luego, porque pienso volverme esta tarde.

A lo que dijo el cura:

— Vuestra merced se vendrá a hacer penitencia conmigo, que la señora Teresamás tiene voluntad que alhajas para servir a tan buen huésped.

Rehusólo el paje; pero, en efecto, lo hubo de conceder por su mejora, y elcura le llevó consigo de buena gana, por tener lugar de preguntarle deespacio por don Quijote y sus hazañas.

El bachiller se ofreció de escribir las cartas a Teresa de la respuesta,pero ella no quiso que el bachiller se metiese en sus cosas, que le teníapor algo burlón; y así, dio un bollo y dos huevos a un monacillo que sabíaescribir, el cual le escribió dos cartas, una para su marido y otra para laduquesa, notadas de su mismo caletre, que no son las peores que en estagrande historia se ponen, como se verá adelante.

Capítulo LI. Del progreso del gobierno de Sancho Panza, con otros sucesostales como buenos

Amaneció el día que se siguió a la noche de la ronda del gobernador, lacual el maestresala pasó sin dormir, ocupado el pensamiento en el rostro,brío y belleza de la disfrazada doncella; y el mayordomo ocupó lo que dellafaltaba en escribir a sus señores lo que Sancho Panza hacía y decía, tanadmirado de sus hechos como de sus dichos: porque andaban mezcladas suspalabras y sus acciones, con asomos discretos y tontos.

Levantóse, en fin, el señor gobernador, y, por orden del doctor PedroRecio, le hicieron desayunar con un poco de conserva y cuatro tragos deagua fría, cosa que la trocara Sancho con un pedazo de pan y un racimo deuvas; pero, viendo que aquello era más fuerza que voluntad, pasó por ello,con harto dolor de su alma y fatiga de su estómago, haciéndole creer PedroRecio que los manjares pocos y delicados avivaban el ingenio, que era loque más convenía a las personas constituidas en mandos y en oficios graves,donde se han de aprovechar no tanto de las fuerzas corporales como de lasdel entendimiento.

Con esta sofistería padecía hambre Sancho, y tal, que en su secretomaldecía el gobierno y aun a quien se le había dado; pero, con su hambre ycon su conserva, se puso a juzgar aquel día, y lo primero que se le ofreciófue una pregunta que un forastero le hizo, estando presentes a todo elmayordomo y los demás acólitos, que fue:

— Señor, un caudaloso río dividía dos términos de un mismo señorío (y estévuestra merced atento, porque el caso es de importancia y algodificultoso). Digo, pues, que sobre este río estaba una puente, y al cabodella, una horca y una como casa de audiencia, en la cual de ordin