Don Quijote by Miguel de Cervantes Saavedra - HTML preview

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— Esperad —dijo el cocinero—. ¡Pecador de mí, y qué melindroso y para pocodebéis de ser!

Y, diciendo esto, asió de un caldero, y, encajándole en una de las mediastinajas, sacó en él tres gallinas y dos gansos, y dijo a Sancho:

— Comed, amigo, y desayunaos con esta espuma, en tanto que se llega la horadel yantar.

— No tengo en qué echarla —respondió Sancho.

— Pues llevaos —dijo el cocinero— la cuchara y todo, que la riqueza y elcontento de Camacho todo lo suple.

En tanto, pues, que esto pasaba Sancho, estaba don Quijote mirando cómo,por una parte de la enramada, entraban hasta doce labradores sobre docehermosísimas yeguas, con ricos y vistosos jaeces de campo y con muchoscascabeles en los petrales, y todos vestidos de regocijo y fiestas; loscuales, en concertado tropel, corrieron no una, sino muchas carreras por elprado, con regocijada algazara y grita, diciendo:

— ¡Vivan Camacho y Quiteria: él tan rico como ella hermosa, y ella la máshermosa del mundo!

Oyendo lo cual don Quijote, dijo entre sí:

— Bien parece que éstos no han visto a mi Dulcinea del Toboso, que si lahubieran visto, ellos se fueran a la mano en las alabanzas desta suQuiteria.

De allí a poco comenzaron a entrar por diversas partes de la enramadamuchas y diferentes danzas, entre las cuales venía una de espadas, de hastaveinte y cuatro zagales de gallardo parecer y brío, todos vestidos dedelgado y blanquísimo lienzo, con sus paños de tocar, labrados de variascolores de fina seda; y al que los guiaba, que era un ligero mancebo,preguntó uno de los de las yeguas si se había herido alguno de losdanzantes.

— Por ahora, bendito sea Dios, no se ha herido nadie: todos vamos sanos.

Y luego comenzó a enredarse con los demás compañeros, con tantas vueltas ycon tanta destreza que, aunque don Quijote estaba hecho a ver semejantesdanzas, ninguna le había parecido tan bien como aquélla.

También le pareció bien otra que entró de doncellas hermosísimas, tan mozasque, al parecer, ninguna bajaba de catorce ni llegaba a diez y ocho años,vestidas todas de palmilla verde, los cabellos parte tranzados y partesueltos, pero todos tan rubios, que con los del sol podían tenercompetencia, sobre los cuales traían guirnaldas de jazmines, rosas,amaranto y madreselva compuestas. Guiábalas un venerable viejo y unaanciana matrona, pero más ligeros y sueltos que sus años prometían.Hacíales el son una gaita zamorana, y ellas, llevando en los rostros y enlos ojos a la honestidad y en los pies a la ligereza, se mostraban lasmejores bailadoras del mundo.

Tras ésta entró otra danza de artificio y de las que llaman habladas. Erade ocho ninfas, repartidas en dos hileras: de la una hilera era guía eldios Cupido, y de la otra, el Interés; aquél, adornado de alas, arco,aljaba y saetas; éste, vestido de ricas y diversas colores de oro y seda.Las ninfas que al Amor seguían traían a las espaldas, en pargamino blanco yletras grandes, escritos sus nombres: poesía era el título de la primera,el de la segunda discreción, el de la tercera buen linaje, el de la cuartavalentía; del modo mesmo venían señaladas las que al Interés seguían: decíaliberalidad el título de la primera, dádiva el de la segunda, tesoro el dela tercera y el de la cuarta posesión pacífica. Delante de todos venía uncastillo de madera, a quien tiraban cuatro salvajes, todos vestidos deyedra y de cáñamo teñido de verde, tan al natural, que por poco espantarana Sancho.

En la frontera del castillo y en todas cuatro partes de suscuadros traía escrito: castillo del buen recato. Hacíanles el son cuatrodiestros tañedores de tamboril y flauta.

Comenzaba la danza Cupido, y, habiendo hecho dos mudanzas, alzaba los ojosy flechaba el arco contra una doncella que se ponía entre las almenas delcastillo, a la cual desta suerte dijo:

-Yo

soy

el

dios

poderoso

en

el

aire

y

en

la

tierra

y

en

el

ancho

mar

undoso,

y

en

cuanto

el

abismo

encierra

en

su

báratro

espantoso.

Nunca

conocí

qué

es

miedo;

todo

cuanto

quiero

puedo,

aunque

quiera

lo

imposible,

y

en

todo

lo

que

es

posible

mando, quito, pongo y vedo.

Acabó la copla, disparó una flecha por lo alto del castillo y retiróse asu puesto. Salió luego el Interés, y hizo otras dos mudanzas; callaron lostamborinos, y él dijo:

-Soy

quien

puede

más

que

Amor,

y

es

Amor

el

que

me

guía;

soy

de

la

estirpe

mejor

que

el

cielo

en

la

tierra

cría,

más

conocida

y

mayor.

Soy

el

Interés,

en

quien

pocos

suelen

obrar

bien,

y

obrar

sin

es

gran

milagro;

y

cual

soy

te

me

consagro,

por siempre jamás, amén.

Retiróse el Interés, y hízose adelante la Poesía; la cual, después de haberhecho sus mudanzas como los demás, puestos los ojos en la doncella delcastillo, dijo:

-En

dulcísimos

conceptos,

la

dulcísima

Poesía,

altos,

graves

y

discretos,

señora,

el

alma

te

envía

envuelta

entre

mil

sonetos.

Si

acaso

no

te

importuna

mi

porfía,

tu

fortuna,

de

otras

muchas

invidiada,

será

por

levantada

sobre el cerco de la luna.

Desvióse la Poesía, y de la parte del Interés salió la Liberalidad, y,después de hechas sus mudanzas, dijo:

-Llaman

Liberalidad

al

dar

que

el

estremo

huye

de

la

prodigalidad,

y

del

contrario,

que

arguye

tibia

y

floja

voluntad.

Mas

yo,

por

te

engrandecer,

de

hoy

más,

pródiga

he

de

ser;

que,

aunque

es

vicio,

es

vicio

honrado

y

de

pecho

enamorado,

que en el dar se echa de ver.

Deste modo salieron y se retiraron todas las dos figuras de las dosescuadras, y cada uno hizo sus mudanzas y dijo sus versos, algunoselegantes y algunos ridículos, y sólo tomó de memoria don Quijote —que latenía grande— los ya referidos; y luego se mezclaron todos, haciendo ydeshaciendo lazos con gentil donaire y desenvoltura; y cuando pasaba elAmor por delante del castillo, disparaba por alto sus flechas, pero elInterés quebraba en él alcancías doradas.

Finalmente, después de haber bailado un buen espacio, el Interés sacó unbolsón, que le formaba el pellejo de un gran gato romano, que parecía estarlleno de dineros, y, arrojándole al castillo, con el golpe se desencajaronlas tablas y se cayeron, dejando a la doncella descubierta y sin defensaalguna. Llegó el Interés con las figuras de su valía, y, echándola una grancadena de oro al cuello, mostraron prenderla, rendirla y cautivarla; locual visto por el Amor y sus valedores, hicieron ademán de quitársela; ytodas las demostraciones que hacían eran al son de los tamborinos, bailandoy danzando concertadamente. Pusiéronlos en paz los salvajes, los cuales conmucha presteza volvieron a armar y a encajar las tablas del castillo, y ladoncella se encerró en él como de nuevo, y con esto se acabó la danza congran contento de los que la miraban.

Preguntó don Quijote a una de las ninfas que quién la había compuesto yordenado. Respondióle que un beneficiado de aquel pueblo, que tenía gentilcaletre para semejantes invenciones.

— Yo apostaré —dijo don Quijote— que debe de ser más amigo de Camacho que deBasilio el tal bachiller o beneficiado, y que debe de tener más de satíricoque de vísperas: ¡bien ha encajado en la danza las habilidades de Basilio ylas riquezas de Camacho!

Sancho Panza, que lo escuchaba todo, dijo:

— El rey es mi gallo: a Camacho me atengo.

— En fin —dijo don Quijote—, bien se parece, Sancho, que eres villano y deaquéllos que dicen:

"¡Viva quien vence!"

— No sé de los que soy —respondió Sancho—, pero bien sé que nunca de ollasde Basilio sacaré yo tan elegante espuma como es esta que he sacado de lasde Camacho.

Y enseñóle el caldero lleno de gansos y de gallinas, y, asiendo de una,comenzó a comer con mucho donaire y gana, y dijo:

— ¡A la barba de las habilidades de Basilio!, que tanto vales cuanto tienes,y tanto tienes cuanto vales. Dos linajes solos hay en el mundo, como decíauna agüela mía, que son el tener y el no tener, aunque ella al del tener seatenía; y el día de hoy, mi señor don Quijote, antes se toma el pulso alhaber que al saber: un asno cubierto de oro parece mejor que un caballoenalbardado. Así que vuelvo a decir que a Camacho me atengo, de cuyas ollasson abundantes espumas gansos y gallinas, liebres y conejos; y de las deBasilio serán, si viene a mano, y aunque no venga sino al pie, aguachirle.

— ¿Has acabado tu arenga, Sancho? —dijo don Quijote.

— Habréla acabado —respondió Sancho—, porque veo que vuestra merced recibepesadumbre con ella; que si esto no se pusiera de por medio, obra habíacortada para tres días.

— Plega a Dios, Sancho —replicó don Quijote—, que yo te vea mudo antes queme muera.

— Al paso que llevamos —respondió Sancho—, antes que vuestra merced se mueraestaré yo mascando barro, y entonces podrá ser que esté tan mudo que nohable palabra hasta la fin del mundo, o, por lo menos, hasta el día delJuicio.

— Aunque eso así suceda, ¡oh Sancho! —respondió don Quijote—, nunca llegarátu silencio a do ha llegado lo que has hablado, hablas y tienes de hablaren tu vida; y más, que está muy puesto en razón natural que primero llegueel día de mi muerte que el de la tuya; y así, jamás pienso verte mudo, niaun cuando estés bebiendo o durmiendo, que es lo que puedo encarecer.

— A buena fe, señor —respondió Sancho—, que no hay que fiar en ladescarnada, digo, en la muerte, la cual también come cordero como carnero;y a nuestro cura he oído decir que con igual pie pisaba las altas torres delos reyes como las humildes chozas de los pobres. Tiene esta señora más depoder que de melindre: no es nada asquerosa, de todo come y a todo hace, yde toda suerte de gentes, edades y preeminencias hinche sus alforjas. No essegador que duerme las siestas, que a todas horas siega, y corta así laseca como la verde yerba; y no parece que masca, sino que engulle y tragacuanto se le pone delante, porque tiene hambre canina, que nunca se harta;y, aunque no tiene barriga, da a entender que está hidrópica y sedienta debeber solas las vidas de cuantos viven, como quien se bebe un jarro de aguafría.

— No más, Sancho —dijo a este punto don Quijote—. Tente en buenas, y no tedejes caer; que en verdad que lo que has dicho de la muerte por tusrústicos términos es lo que pudiera decir un buen predicador. Dígote,Sancho que si como tienes buen natural y discreción, pudieras tomar unpúlpito en la mano y irte por ese mundo predicando lindezas...

— Bien predica quien bien vive —respondió Sancho—, y yo no sé otrastologías.

— Ni las has menester —dijo don Quijote—; pero yo no acabo de entender nialcanzar cómo, siendo el principio de la sabiduría el temor de Dios, tú,que temes más a un lagarto que a Él, sabes tanto.

— Juzgue vuesa merced, señor, de sus caballerías —respondió Sancho—, y no semeta en juzgar de los temores o valentías ajenas, que tan gentil temerososoy yo de Dios como cada hijo de vecino; y déjeme vuestra merced despabilaresta espuma, que lo demás todas son palabras ociosas, de que nos han depedir cuenta en la otra vida.

Y, diciendo esto, comenzó de nuevo a dar asalto a su caldero, con tanbuenos alientos que despertó los de don Quijote, y sin duda le ayudara, sino lo impidiera lo que es fuerza se diga adelante.

Capítulo XXI. Donde se prosiguen las bodas de Camacho, con otros gustosossucesos

Cuando estaban don Quijote y Sancho en las razones referidas en el capítuloantecedente, se oyeron grandes voces y gran ruido, y dábanlas y causábanlelos de las yeguas, que con larga carrera y grita iban a recebir a losnovios, que, rodeados de mil géneros de instrumentos y de invenciones,venían acompañados del cura, y de la parentela de entrambos, y de toda lagente más lucida de los lugares circunvecinos, todos vestidos de fiesta. Ycomo Sancho vio a la novia, dijo:

— A buena fe que no viene vestida de labradora, sino de garrida palaciega.¡Pardiez, que según diviso, que las patenas que había de traer son ricoscorales, y la palmilla verde de Cuenca es terciopelo de treinta pelos! ¡Ymontas que la guarnición es de tiras de lienzo, blanca!, ¡voto a mí que esde raso!; pues, ¡tomadme las manos, adornadas con sortijas de azabache!: nomedre yo si no son anillos de oro, y muy de oro, y empedrados con pelrasblancas como una cuajada, que cada una debe de valer un ojo de la cara. ¡Ohhideputa, y qué cabellos; que, si no son postizos, no los he visto masluengos ni más rubios en toda mi vida! ¡No, sino ponedla tacha en el brío yen el talle, y no la comparéis a una palma que se mueve cargada de racimosde dátiles, que lo mesmo parecen los dijes que trae pendientes de loscabellos y de la garganta! Juro en mi ánima que ella es una chapada moza, yque puede pasar por los bancos de Flandes.

Rióse don Quijote de las rústicas alabanzas de Sancho Panza; parecióle que,fuera de su señora Dulcinea del Toboso, no había visto mujer más hermosajamás. Venía la hermosa Quiteria algo descolorida, y debía de ser de lamala noche que siempre pasan las novias en componerse para el día veniderode sus bodas. Íbanse acercando a un teatro que a un lado del prado estaba,adornado de alfombras y ramos, adonde se habían de hacer los desposorios, yde donde habían de mirar las danzas y las invenciones; y, a la sazón quellegaban al puesto, oyeron a sus espaldas grandes voces, y una que decía:

— Esperaos un poco, gente tan inconsiderada como presurosa.

A cuyas voces y palabras todos volvieron la cabeza, y vieron que las dabaun hombre vestido, al parecer, de un sayo negro, jironado de carmesí allamas. Venía coronado —como se vio luego—

con una corona de funestociprés; en las manos traía un bastón grande. En llegando más cerca, fueconocido de todos por el gallardo Basilio, y todos estuvieron suspensos,esperando en qué habían de parar sus voces y sus palabras, temiendo algúnmal suceso de su venida en sazón semejante.

Llegó, en fin, cansado y sin aliento, y, puesto delante de los desposados,hincando el bastón en el suelo, que tenía el cuento de una punta de acero,mudada la color, puestos los ojos en Quiteria, con voz tremente y ronca,estas razones dijo:

— Bien sabes, desconocida Quiteria, que conforme a la santa ley queprofesamos, que viviendo yo, tú no puedes tomar esposo; y juntamente noignoras que, por esperar yo que el tiempo y mi diligencia mejorasen losbienes de mi fortuna, no he querido dejar de guardar el decoro que a tuhonra convenía; pero tú, echando a las espaldas todas las obligaciones quedebes a mi buen deseo, quieres hacer señor de lo que es mío a otro, cuyasriquezas le sirven no sólo de buena fortuna, sino de bonísima ventura. Ypara que la tenga colmada, y no como yo pienso que la merece, sino como sela quieren dar los cielos, yo, por mis manos, desharé el imposible o elinconveniente que puede estorbársela, quitándome a mí de por medio. ¡Viva,viva el rico Camacho con la ingrata Quiteria largos y felices siglos, ymuera, muera el pobre Basilio, cuya pobreza cortó las alas de su dicha y lepuso en la sepultura!

Y, diciendo esto, asió del bastón que tenía hincado en el suelo, y,quedándose la mitad dél en la tierra, mostró que servía de vaina a unmediano estoque que en él se ocultaba; y, puesta la que se podía llamarempuñadura en el suelo, con ligero desenfado y determinado propósito searrojó sobre él, y en un punto mostró la punta sangrienta a las espaldas,con la mitad del acerada cuchilla, quedando el triste bañado en su sangre ytendido en el suelo, de sus mismas armas traspasado.

Acudieron luego sus amigos a favorecerle, condolidos de su miseria ylastimosa desgracia; y, dejando don Quijote a Rocinante, acudió afavorecerle y le tomó en sus brazos, y halló que aún no había espirado.Quisiéronle sacar el estoque, pero el cura, que estaba presente, fue deparecer que no se le sacasen antes de confesarle, porque el sacársele y elespirar sería todo a un tiempo.

Pero, volviendo un poco en sí Basilio, convoz doliente y desmayada dijo:

— Si quisieses, cruel Quiteria, darme en este último y forzoso trance lamano de esposa, aún pensaría que mi temeridad tendría desculpa, pues enella alcancé el bien de ser tuyo.

El cura, oyendo lo cual, le dijo que atendiese a la salud del alma antesque a los gustos del cuerpo, y que pidiese muy de veras a Dios perdón desus pecados y de su desesperada determinación. A lo cual replicó Basilioque en ninguna manera se confesaría si primero Quiteria no le daba la manode ser su esposa: que aquel contento le adobaría la voluntad y le daríaaliento para confesarse.

En oyendo don Quijote la petición del herido, en altas voces dijo queBasilio pedía una cosa muy justa y puesta en razón, y además, muy hacedera,y que el señor Camacho quedaría tan honrado recibiendo a la señora Quiteriaviuda del valeroso Basilio como si la recibiera del lado de su padre:

— Aquí no ha de haber más de un sí, que no tenga otro efecto que elpronunciarle, pues el tálamo de estas bodas ha de ser la sepultura.

Todo lo oía Camacho, y todo le tenía suspenso y confuso, sin saber quéhacer ni qué decir; pero las voces de los amigos de Basilio fueron tantas,pidiéndole que consintiese que Quiteria le diese la mano de esposa, porquesu alma no se perdiese, partiendo desesperado desta vida, que le movieron,y aun forzaron, a decir que si Quiteria quería dársela, que él secontentaba, pues todo era dilatar por un momento el cumplimiento de susdeseos.

Luego acudieron todos a Quiteria, y unos con ruegos, y otros con lágrimas,y otros con eficaces razones, la persuadían que diese la mano al pobreBasilio; y ella, más dura que un mármol y más sesga que una estatua,mostraba que ni sabía ni podía, ni quería responder palabra; ni larespondiera si el cura no la dijera que se determinase presto en lo quehabía de hacer, porque tenía Basilio ya el alma en los dientes, y no dabalugar a esperar inresolutas determinaciones.

Entonces la hermosa Quiteria, sin responder palabra alguna, turbada, alparecer triste y pesarosa, llegó donde Basilio estaba, ya los ojos vueltos,el aliento corto y apresurado, murmurando entre los dientes el nombre deQuiteria, dando muestras de morir como gentil, y no como cristiano.

Llegó,en fin, Quiteria, y, puesta de rodillas, le pidió la mano por señas, y nopor palabras.

Desencajó los ojos Basilio, y, mirándola atentamente, ledijo:

— ¡Oh Quiteria, que has venido a ser piadosa a tiempo cuando tu piedad ha deservir de cuchillo que me acabe de quitar la vida, pues ya no tengo fuerzaspara llevar la gloria que me das en escogerme por tuyo, ni para suspenderel dolor que tan apriesa me va cubriendo los ojos con la espantosa sombrade la muerte! Lo que te suplico es, ¡oh fatal estrella mía!, que la manoque me pides y quieres darme no sea por cumplimiento, ni para engañarme denuevo, sino que confieses y digas que, sin hacer fuerza a tu voluntad, mela entregas y me la das como a tu legítimo esposo; pues no es razón que enun trance como éste me engañes, ni uses de fingimientos con quien tantasverdades ha tratado contigo.

Entre estas razones, se desmayaba, de modo que todos los presentes pensabanque cada desmayo se había de llevar el alma consigo. Quiteria, toda honestay toda vergonzosa, asiendo con su derecha mano la de Basilio, le dijo:

— Ninguna fuerza fuera bastante a torcer mi voluntad; y así, con la máslibre que tengo te doy la mano de legítima esposa, y recibo la tuya, si esque me la das de tu libre albedrío, sin que la turbe ni contraste lacalamidad en que tu discurso acelerado te ha puesto.

— Sí doy —respondió Basilio—, no turbado ni confuso, sino con el claroentendimiento que el cielo quiso darme; y así, me doy y me entrego por tuesposo.

— Y yo por tu esposa —respondió Quiteria—, ahora vivas largos años, ahora telleven de mis brazos a la sepultura.

— Para estar tan herido este mancebo —dijo a este punto Sancho Panza—, muchohabla; háganle que se deje de requiebros y que atienda a su alma, que, a miparecer, más la tiene en la lengua que en los dientes.

Estando, pues, asidos de las manos Basilio y Quiteria, el cura, tierno ylloroso, los echó la bendición y pidió al cielo diese buen poso al alma delnuevo desposado; el cual, así como recibió la bendición, con prestaligereza se levantó en pie, y con no vista desenvoltura se sacó el estoque,a quien servía de vaina su cuerpo.

Quedaron todos los circunstantes admirados, y algunos dellos, más simplesque curiosos, en altas voces, comenzaron a decir:

— ¡Milagro, milagro!

Pero Basilio replicó:

— ¡No "milagro, milagro", sino industria, industria!