Don Quijote by Miguel de Cervantes Saavedra - HTML preview

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— La verdad que diga —respondió Sancho—, las desaforadas narices de aquelescudero me tienen atónito y lleno de espanto, y no me atrevo a estar juntoa él.

— Ellas son tales —dijo don Quijote—, que, a no ser yo quien soy, también measombraran; y así, ven: ayudarte he a subir donde dices.

En lo que se detuvo don Quijote en que Sancho subiese en el alcornoque,tomó el de los Espejos del campo lo que le pareció necesario; y, creyendoque lo mismo habría hecho don Quijote, sin esperar son de trompeta ni otraseñal que los avisase, volvió las riendas a su caballo —que no era másligero ni de mejor parecer que Rocinante—, y, a todo su correr, que era unmediano trote, iba a encontrar a su enemigo; pero, viéndole ocupado en lasubida de Sancho, detuvo las riendas y paróse en la mitad de la carrera, delo que el caballo quedó agradecidísimo, a causa que ya no podía moverse.Don Quijote, que le pareció que ya su enemigo venía volando, arrimóreciamente las espuelas a las trasijadas ijadas de Rocinante, y le hizoaguijar de manera, que cuenta la historia que esta sola vez se conocióhaber corrido algo, porque todas las demás siempre fueron trotesdeclarados; y con esta no vista furia llegó donde el de los Espejos estabahincando a su caballo las espuelas hasta los botones, sin que le pudiesemover un solo dedo del lugar donde había hecho estanco de su carrera.

En esta buena sazón y coyuntura halló don Quijote a su contrario embarazadocon su caballo y ocupado con su lanza, que nunca, o no acertó, o no tuvolugar de ponerla en ristre. Don Quijote, que no miraba en estosinconvenientes, a salvamano y sin peligro alguno, encontró al de losEspejos con tanta fuerza, que mal de su grado le hizo venir al suelo porlas ancas del caballo, dando tal caída, que, sin mover pie ni mano, dioseñales de que estaba muerto.

Apenas le vio caído Sancho, cuando se deslizó del alcornoque y a todapriesa vino donde su señor estaba, el cual, apeándose de Rocinante, fuesobre el de los Espejos, y, quitándole las lazadas del yelmo para ver siera muerto y para que le diese el aire si acaso estaba vivo; y vio...¿Quién podrá decir lo que vio, sin causar admiración, maravilla y espanto alos que lo oyeren? Vio, dice la historia, el rostro mesmo, la misma figura,el mesmo aspecto, la misma fisonomía, la mesma efigie, la pespetiva mesmadel bachiller Sansón Carrasco; y, así como la vio, en altas voces dijo:

— ¡Acude, Sancho, y mira lo que has de ver y no lo has creer! ¡Aguija, hijo,y advierte lo que puede la magia, lo que pueden los hechiceros y losencantadores!

Llegó Sancho, y, como vio el rostro del bachiller Carrasco, comenzó ahacerse mil cruces y a santiguarse otras tantas. En todo esto, no dabamuestras de estar vivo el derribado caballero, y Sancho dijo a don Quijote:

— Soy de parecer, señor mío, que, por sí o por no, vuesa merced hinque ymeta la espada por la boca a este que parece el bachiller Sansón Carrasco;quizá matará en él a alguno de sus enemigos los encantadores.

— No dices mal —dijo don Quijote—, porque de los enemigos, los menos.

Y, sacando la espada para poner en efecto el aviso y consejo de Sancho,llegó el escudero del de los Espejos, ya sin las narices que tan feo lehabían hecho, y a grandes voces dijo:

— Mire vuesa merced lo que hace, señor don Quijote, que ese que tiene a lospies es el bachiller Sansón Carrasco, su amigo, y yo soy su escudero.

Y, viéndole Sancho sin aquella fealdad primera, le dijo:

— ¿Y las narices?

A lo que él respondió:

— Aquí las tengo, en la faldriquera.

Y, echando mano a la derecha, sacó unas narices de pasta y barniz, demáscara, de la manifatura que quedan delineadas. Y, mirándole más y másSancho, con voz admirativa y grande, dijo:

— ¡Santa María, y valme! ¿Éste no es Tomé Cecial, mi vecino y mi compadre?

— Y ¡cómo si lo soy! —respondió el ya desnarigado escudero—: Tomé Cecialsoy, compadre y amigo Sancho Panza, y luego os diré los arcaduces, embustesy enredos por donde soy aquí venido; y en tanto, pedid y suplicad al señorvuestro amo que no toque, maltrate, hiera ni mate al caballero de losEspejos, que a sus pies tiene, porque sin duda alguna es el atrevido y malaconsejado del bachiller Sansón Carrasco, nuestro compatrioto.

En esto, volvió en sí el de los Espejos, lo cual visto por don Quijote, lepuso la punta desnuda de su espada encima del rostro, y le dijo:

— Muerto sois, caballero, si no confesáis que la sin par Dulcinea del Tobosose aventaja en belleza a vuestra Casildea de Vandalia; y demás de estohabéis de prometer, si de esta contienda y caída quedárades con vida, de ira la ciudad del Toboso y presentaros en su presencia de mi parte, para quehaga de vos lo que más en voluntad le viniere; y si os dejare en lavuestra, asimismo habéis de volver a buscarme, que el rastro de mis hazañasos servirá de guía que os traiga donde yo estuviere, y a decirme lo que conella hubiéredes pasado; condiciones que, conforme a las que pusimos antesde nuestra batalla, no salen de los términos de la andante caballería.

— Confieso —dijo el caído caballero— que vale más el zapato descosido ysucio de la señora Dulcinea del Toboso que las barbas mal peinadas, aunquelimpias, de Casildea, y prometo de ir y volver de su presencia a lavuestra, y daros entera y particular cuenta de lo que me pedís.

— También habéis de confesar y creer —añadió don Quijote— que aquelcaballero que vencistes no fue ni pudo ser don Quijote de la Mancha, sinootro que se le parecía, como yo confieso y creo que vos, aunque parecéis elbachiller Sansón Carrasco, no lo sois, sino otro que le parece, y que en sufigura aquí me le han puesto mis enemigos, para que detenga y temple elímpetu de mi cólera, y para que use blandamente de la gloria delvencimiento.

— Todo lo confieso, juzgo y siento como vos lo creéis, juzgáis y sentís— respondió el derrengado caballero—. Dejadme levantar, os ruego, si es quelo permite el golpe de mi caída, que asaz maltrecho me tiene.

Ayudóle a levantar don Quijote y Tomé Cecial, su escudero, del cual noapartaba los ojos Sancho, preguntándole cosas cuyas respuestas le dabanmanifiestas señales de que verdaderamente era el Tomé Cecial que decía; masla aprehensión que en Sancho había hecho lo que su amo dijo, de que losencantadores habían mudado la figura del Caballero de los Espejos en la delbachiller Carrasco, no le dejaba dar crédito a la verdad que con los ojosestaba mirando.

Finalmente, se quedaron con este engaño amo y mozo, y el delos Espejos y su escudero, mohínos y malandantes, se apartaron de donQuijote y Sancho, con intención de buscar algún lugar donde bizmarle yentablarle las costillas. Don Quijote y Sancho volvieron a proseguir sucamino de Zaragoza, donde los deja la historia, por dar cuenta de quién erael Caballero de los Espejos y su narigante escudero.

Capítulo XV. Donde se cuenta y da noticia de quién era el Caballero de losEspejos y su escudero

En estremo contento, ufano y vanaglorioso iba don Quijote por haberalcanzado vitoria de tan valiente caballero como él se imaginaba que era elde los Espejos, de cuya caballeresca palabra esperaba saber si elencantamento de su señora pasaba adelante, pues era forzoso que el talvencido caballero volviese, so pena de no serlo, a darle razón de lo quecon ella le hubiese sucedido. Pero uno pensaba don Quijote y otro el de losEspejos, puesto que por entonces no era otro su pensamiento sino buscardonde bizmarse, como se ha dicho.

Dice, pues, la historia que cuando el bachiller Sansón Carrasco aconsejó adon Quijote que volviese a proseguir sus dejadas caballerías, fue por haberentrado primero en bureo con el cura y el barbero sobre qué medio se podríatomar para reducir a don Quijote a que se estuviese en su casa quieto ysosegado, sin que le alborotasen sus mal buscadas aventuras; de cuyoconsejo salió, por voto común de todos y parecer particular de Carrasco,que dejasen salir a don Quijote, pues el detenerle parecía imposible, y queSansón le saliese al camino como caballero andante, y trabase batalla conél, pues no faltaría sobre qué, y le venciese, teniéndolo por cosa fácil, yque fuese pacto y concierto que el vencido quedase a merced del vencedor; yasí vencido don Quijote, le había de mandar el bachiller caballero sevolviese a su pueblo y casa, y no saliese della en dos años, o hasta tantoque por él le fuese mandado otra cosa; lo cual era claro que don Quijotevencido cumpliría indubitablemente, por no contravenir y faltar a las leyesde la caballería, y podría ser que en el tiempo de su reclusión se leolvidasen sus vanidades, o se diese lugar de buscar a su locura algúnconveniente remedio.

Aceptólo Carrasco, y ofreciósele por escudero Tomé Cecial, compadre yvecino de Sancho Panza, hombre alegre y de lucios cascos. Armóse Sansóncomo queda referido y Tomé Cecial acomodó sobre sus naturales narices lasfalsas y de máscara ya dichas, porque no fuese conocido de su compadrecuando se viesen; y así, siguieron el mismo viaje que llevaba don Quijote,y llegaron casi a hallarse en la aventura del carro de la Muerte. Y,finalmente, dieron con ellos en el bosque, donde les sucedió todo lo que elprudente ha leído; y si no fuera por los pensamientos extraordinarios dedon Quijote, que se dio a entender que el bachiller no era el bachiller, elseñor bachiller quedara imposibilitado para siempre de graduarse delicenciado, por no haber hallado nidos donde pensó hallar pájaros.

Tomé Cecial, que vio cuán mal había logrado sus deseos y el mal paraderoque había tenido su camino, dijo al bachiller:

— Por cierto, señor Sansón Carrasco, que tenemos nuestro merecido: confacilidad se piensa y se acomete una empresa, pero con dificultad las másveces se sale della. Don Quijote loco, nosotros cuerdos: él se va sano yriendo, vuesa merced queda molido y triste. Sepamos, pues, ahora, cuál esmás loco: ¿el que lo es por no poder menos, o el que lo es por su voluntad?

A lo que respondió Sansón:

— La diferencia que hay entre esos dos locos es que el que lo es por fuerzalo será siempre, y el que lo es de grado lo dejará de ser cuando quisiere.

— Pues así es —dijo Tomé Cecial—, yo fui por mi voluntad loco cuando quisehacerme escudero de vuestra merced, y por la misma quiero dejar de serlo yvolverme a mi casa.

— Eso os cumple —respondió Sansón—, porque pensar que yo he de volver a lamía, hasta haber molido a palos a don Quijote, es pensar en lo escusado; yno me llevará ahora a buscarle el deseo de que cobre su juicio, sino el dela venganza; que el dolor grande de mis costillas no me deja hacer máspiadosos discursos.

En esto fueron razonando los dos, hasta que llegaron a un pueblo donde fueventura hallar un algebrista, con quien se curó el Sansón desgraciado. ToméCecial se volvió y le dejó, y él quedó imaginando su venganza; y lahistoria vuelve a hablar dél a su tiempo, por no dejar de regocijarse ahoracon don Quijote.

Capítulo XVI. De lo que sucedió a don Quijote con un discreto caballero dela Mancha

Con la alegría, contento y ufanidad que se ha dicho, seguía don Quijote sujornada, imaginándose por la pasada vitoria ser el caballero andante másvaliente que tenía en aquella edad el mundo; daba por acabadas y a felicefin conducidas cuantas aventuras pudiesen sucederle de allí adelante; teníaen poco a los encantos y a los encantadores; no se acordaba de losinumerables palos que en el discurso de sus caballerías le habían dado, nide la pedrada que le derribó la mitad de los dientes, ni deldesagradecimiento de los galeotes, ni del atrevimiento y lluvia de estacasde los yangüeses. Finalmente, decía entre sí que si él hallara arte, modo omanera como desencantar a su señora Dulcinea, no invidiara a la mayorventura que alcanzó o pudo alcanzar el más venturoso caballero andante delos pasados siglos. En estas imaginaciones iba todo ocupado, cuando Sanchole dijo:

— ¿No es bueno, señor, que aun todavía traigo entre los ojos las desaforadasnarices, y mayores de marca, de mi compadre Tomé Cecial?

— Y ¿crees tú, Sancho, por ventura, que el Caballero de los Espejos era elbachiller Carrasco; y su escudero, Tomé Cecial, tu compadre?

— No sé qué me diga a eso —respondió Sancho—; sólo sé que las señas que medio de mi casa, mujer y hijos no me las podría dar otro que él mesmo; y lacara, quitadas las narices, era la misma de Tomé Cecial, como yo se la hevisto muchas veces en mi pueblo y pared en medio de mi misma casa; y eltono de la habla era todo uno.

— Estemos a razón, Sancho —replicó don Quijote—. Ven acá: ¿en quéconsideración puede caber que el bachiller Sansón Carrasco viniese comocaballero andante, armado de armas ofensivas y defensivas, a pelearconmigo? ¿He sido yo su enemigo por ventura? ¿Hele dado yo jamás ocasiónpara tenerme ojeriza? ¿Soy yo su rival, o hace él profesión de las armas,para tener invidia a la fama que yo por ellas he ganado?

— Pues, ¿qué diremos, señor —respondió Sancho—, a esto de parecerse tantoaquel caballero, sea el que se fuere, al bachiller Carrasco, y su escuderoa Tomé Cecial, mi compadre? Y si ello es encantamento, como vuestra mercedha dicho, ¿no había en el mundo otros dos a quien se parecieran?

— Todo es artificio y traza —respondió don Quijote— de los malignos magosque me persiguen, los cuales, anteviendo que yo había de quedar vencedor enla contienda, se previnieron de que el caballero vencido mostrase el rostrode mi amigo el bachiller, porque la amistad que le tengo se pusiese entrelos filos de mi espada y el rigor de mi brazo, y templase la justa ira demi corazón, y desta manera quedase con vida el que con embelecos y falsíasprocuraba quitarme la mía. Para prueba de lo cual ya sabes, ¡oh Sancho!,por experiencia que no te dejará mentir ni engañar, cuán fácil sea a losencantadores mudar unos rostros en otros, haciendo de lo hermoso feo y delo feo hermoso, pues no ha dos días que viste por tus mismos ojos lahermosura y gallardía de la sin par Dulcinea en toda su entereza y naturalconformidad, y yo la vi en la fealdad y bajeza de una zafia labradora, concataratas en los ojos y con mal olor en la boca; y más, que el perversoencantador que se atrevió a hacer una transformación tan mala no es muchoque haya hecho la de Sansón Carrasco y la de tu compadre, por quitarme lagloria del vencimiento de las manos. Pero, con todo esto, me consuelo;porque, en fin, en cualquiera figura que haya sido, he quedado vencedor demi enemigo.

— Dios sabe la verdad de todo —respondió Sancho.

Y como él sabía que la transformación de Dulcinea había sido traza yembeleco suyo, no le satisfacían las quimeras de su amo; pero no le quisoreplicar, por no decir alguna palabra que descubriese su embuste.

En estas razones estaban cuando los alcanzó un hombre que detrás dellos porel mismo camino venía sobre una muy hermosa yegua tordilla, vestido ungabán de paño fino verde, jironado de terciopelo leonado, con una monteradel mismo terciopelo; el aderezo de la yegua era de campo y de la jineta,asimismo de morado y verde. Traía un alfanje morisco pendiente de un anchotahalí de verde y oro, y los borceguíes eran de la labor del tahalí; lasespuelas no eran doradas, sino dadas con un barniz verde, tan tersas ybruñidas que, por hacer labor con todo el vestido, parecían mejor que sifuera de oro puro. Cuando llegó a ellos, el caminante los saludócortésmente, y, picando a la yegua, se pasaba de largo; pero don Quijote ledijo:

— Señor galán, si es que vuestra merced lleva el camino que nosotros y noimporta el darse priesa, merced recibiría en que nos fuésemos juntos.

— En verdad —respondió el de la yegua— que no me pasara tan de largo, si nofuera por temor que con la compañía de mi yegua no se alborotara esecaballo.

— Bien puede, señor —respondió a esta sazón Sancho—, bien puede tener lasriendas a su yegua, porque nuestro caballo es el más honesto y bien miradodel mundo: jamás en semejantes ocasiones ha hecho vileza alguna, y una vezque se desmandó a hacerla la lastamos mi señor y yo con las setenas. Digootra vez que puede vuestra merced detenerse, si quisiere; que, aunque se laden entre dos platos, a buen seguro que el caballo no la arrostre.

Detuvo la rienda el caminante, admirándose de la apostura y rostro de donQuijote, el cual iba sin celada, que la llevaba Sancho como maleta en elarzón delantero de la albarda del rucio; y si mucho miraba el de lo verde adon Quijote, mucho más miraba don Quijote al de lo verde, pareciéndolehombre de chapa. La edad mostraba ser de cincuenta años; las canas, pocas,y el rostro, aguileño; la vista, entre alegre y grave; finalmente, en eltraje y apostura daba a entender ser hombre de buenas prendas.

Lo que juzgó de don Quijote de la Mancha el de lo verde fue que semejantemanera ni parecer de hombre no le había visto jamás: admiróle la longura desu caballo, la grandeza de su cuerpo, la flaqueza y amarillez de su rostro,sus armas, su ademán y compostura: figura y retrato no visto por luengostiempos atrás en aquella tierra. Notó bien don Quijote la atención con queel caminante le miraba, y leyóle en la suspensión su deseo; y, como era tancortés y tan amigo de dar gusto a todos, antes que le preguntase nada, lesalió al camino, diciéndole:

— Esta figura que vuesa merced en mí ha visto, por ser tan nueva y tan fuerade las que comúnmente se usan, no me maravillaría yo de que le hubiesemaravillado; pero dejará vuesa merced de estarlo cuando le diga, como ledigo, que soy caballero destos que dicen las gentes

que a sus aventuras van.

Salí de mi patria, empeñé mi hacienda, dejé mi regalo, y entreguéme en losbrazos de la Fortuna, que me llevasen donde más fuese servida. Quiseresucitar la ya muerta andante caballería, y ha muchos días que, tropezandoaquí, cayendo allí, despeñándome acá y levantándome acullá, he cumplidogran parte de mi deseo, socorriendo viudas, amparando doncellas yfavoreciendo casadas, huérfanos y pupilos, propio y natural oficio decaballeros andantes; y así, por mis valerosas, muchas y cristianas hazañashe merecido andar ya en estampa en casi todas o las más naciones del mundo.Treinta mil volúmenes se han impreso de mi historia, y lleva camino deimprimirse treinta mil veces de millares, si el cielo no lo remedia.Finalmente, por encerrarlo todo en breves palabras, o en una sola, digo queyo soy don Quijote de la Mancha, por otro nombre llamado el Caballero de laTriste Figura; y, puesto que las propias alabanzas envilecen, esme forzosodecir yo tal vez las mías, y esto se entiende cuando no se halla presentequien las diga; así que, señor gentilhombre, ni este caballo, esta lanza,ni este escudo, ni escudero, ni todas juntas estas armas, ni la amarillezde mi rostro, ni mi atenuada flaqueza, os podrá admirar de aquí adelante,habiendo ya sabido quién soy y la profesión que hago.

Calló en diciendo esto don Quijote, y el de lo verde, según se tardaba enresponderle, parecía que no acertaba a hacerlo; pero de allí a buen espaciole dijo:

— Acertastes, señor caballero, a conocer por mi suspensión mi deseo; pero nohabéis acertado a quitarme la maravilla que en mí causa el haberos visto;que, puesto que, como vos, señor, decís, que el saber ya quién sois me lopodría quitar, no ha sido así; antes, agora que lo sé, quedo más suspenso ymaravillado. ¿Cómo y es posible que hay hoy caballeros andantes en elmundo, y que hay historias impresas de verdaderas caballerías? No me puedopersuadir que haya hoy en la tierra quien favorezca viudas, amparedoncellas, ni honre casadas, ni socorra huérfanos, y no lo creyera si envuesa merced no lo hubiera visto con mis ojos. ¡Bendito sea el cielo!, quecon esa historia, que vuesa merced dice que está impresa, de sus altas yverdaderas caballerías, se habrán puesto en olvido las innumerables de losfingidos caballeros andantes, de que estaba lleno el mundo, tan en daño delas buenas costumbres y tan en perjuicio y descrédito de las buenashistorias.

— Hay mucho que decir —respondió don Quijote— en razón de si son fingidas, ono, las historias de los andantes caballeros.

— Pues, ¿hay quien dude —respondió el Verde— que no son falsas las taleshistorias?

— Yo lo dudo —respondió don Quijote—, y quédese esto aquí; que si nuestrajornada dura, espero en Dios de dar a entender a vuesa merced que ha hechomal en irse con la corriente de los que tienen por cierto que no sonverdaderas.

Desta última razón de don Quijote tomó barruntos el caminante de que donQuijote debía de ser algún mentecato, y aguardaba que con otras loconfirmase; pero, antes que se divertiesen en otros razonamientos, donQuijote le rogó le dijese quién era, pues él le había dado parte de sucondición y de su vida. A lo que respondió el del Verde Gabán:

— Yo, señor Caballero de la Triste Figura, soy un hidalgo natural de unlugar donde iremos a comer hoy, si Dios fuere servido. Soy más quemedianamente rico y es mi nombre don Diego de Miranda; paso la vida con mimujer, y con mis hijos, y con mis amigos; mis ejercicios son el de la cazay pesca, pero no mantengo ni halcón ni galgos, sino algún perdigón manso, oalgún hurón atrevido. Tengo hasta seis docenas de libros, cuáles de romancey cuáles de latín, de historia algunos y de devoción otros; los decaballerías aún no han entrado por los umbrales de mis puertas. Hojeo máslos que son profanos que los devotos, como sean de honesto entretenimiento,que deleiten con el lenguaje y admiren y suspendan con la invención, puestoque déstos hay muy pocos en España. Alguna vez como con mis vecinos yamigos, y muchas veces los convido; son mis convites limpios y aseados, yno nada escasos; ni gusto de murmurar, ni consiento que delante de mí semurmure; no escudriño las vidas ajenas, ni soy lince de los hechos de losotros; oigo misa cada día; reparto de mis bienes con los pobres, sin haceralarde de las buenas obras, por no dar entrada en mi corazón a lahipocresía y vanagloria, enemigos que blandamente se apoderan del corazónmás recatado; procuro poner en paz los que sé que están desavenidos; soydevoto de nuestra Señora, y confío siempre en la misericordia infinita deDios nuestro Señor.

Atentísimo estuvo Sancho a la relación de la vida y entretenimientos delhidalgo; y, pareciéndole buena y santa y que quien la hacía debía de hacermilagros, se arrojó del rucio, y con gran priesa le fue a asir del estriboderecho, y con devoto corazón y casi lágrimas le besó los pies una y muchasveces. Visto lo cual por el hidalgo, le preguntó:

— ¿Qué hacéis, hermano? ¿Qué besos son éstos?

— Déjenme besar —respondió Sancho—, porque me parece vuesa merced el primersanto a la jineta que he visto en todos los días de mi vida.

— No soy santo —respondió el hidalgo—, sino gran pecador; vos sí, hermano,que debéis de ser bueno, como vuestra simplicidad lo muestra.

Volvió Sancho a cobrar la albarda, habiendo sacado a plaza la risa de laprofunda malencolía de su amo y causado nueva admiración a don Diego.Preguntóle don Quijote que cuántos hijos tenía, y díjole que una de lascosas en que ponían el sumo bien los antiguos filósofos, que carecieron delverdadero conocimiento de Dios, fue en los bienes de la naturaleza, en losde la fortuna, en tener muchos amigos y en tener muchos y buenos hijos.

— Yo, señor don Quijote —respondió el hidalgo—, tengo un hijo, que, a notenerle, quizá me juzgara por más dichoso de lo que soy; y no porque él seamalo, sino porque no es tan bueno como yo quisiera. Será de edad de diez yocho años: los seis ha estado en Salamanca, aprendiendo las lenguas latinay griega; y, cuando quise que pasase a estudiar otras ciencias, halléle tanembebido en la de la poesía, si es que se puede llamar ciencia, que no esposible hacerle arrostrar la de las leyes, que yo quisiera que estudiara,ni de la reina de todas, la teología.

Quisiera yo que fuera corona de sulinaje, pues vivimos en siglo donde nuestros reyes premian altamente lasvirtuosas y buenas letras; porque letras sin virtud son perlas en elmuladar. Todo el día se le pasa en averiguar si dijo bien o mal Homero ental verso de la Ilíada; si Marcial anduvo deshonesto, o no, en talepigrama; si se han de entender de una manera o otra tales y tales versosde Virgilio. En fin, todas sus conversaciones son con los libros de losreferidos poetas, y con los de Horacio, Persio, Juvenal y Tibulo; que delos modernos romancistas no hace mucha cuenta; y, con todo el mal cariñoque muestra tener a la poesía de romance, le tiene agora desvanecidos lospensamientos el hacer una glosa a cuatro versos que le han enviado deSalamanca, y pienso que son de justa literaria.

A todo lo cual respondió don Quijote:

— Los hijos, señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y así, se hande querer, o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos danvida; a los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de lavirtud, de la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, paraque cuando grandes sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de suposteridad; y en lo de forzarles que estudien esta o aquella ciencia no lotengo por acertado, aunque el persuadirles no será dañoso; y cuando no seha de estudiar para pane lucrando, siendo tan venturoso el estudiante quele dio el cielo padres que se lo dejen, sería yo de parecer que le dejenseguir aquella ciencia a que más le vieren inclinado; y, aunque la de lapoesía es menos útil que deleitable, no es de aquellas que suelen deshonrara quien las posee. La poesía, señor hidalgo, a mi parecer, es como unadoncella tierna y de poca edad, y en todo estremo hermosa, a quien tienencuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que sontodas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se hande autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, nitraída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni porlos rincones de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud,que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio;hala de tener, el que la tuviere, a raya, no dejándola correr en torpessátiras ni en desalmados sonetos; no ha de ser vendible en ninguna manera,si ya no fuere en poemas heroicos, en lamentables tragedias, o en comediasalegres y artificiosas; no se ha de dejar tratar de los truhanes, ni delignorante vulgo, incapaz de conocer ni estimar los tesoros que en ella seencierran. Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a lagente plebeya y humilde; que todo aquel que no sabe, aunque sea señor ypríncipe, puede y debe entrar en número de vulgo. Y así, el que con losrequisitos que he dicho tratare y tuviere a la poesía, será famoso yestimado su nombre en todas las naciones políticas del mundo.

Y a lo quedecís, señor, que vuestro hijo no estima mucho la poesía de romance, doymea entender que no anda muy acertado en ello, y la razón es ésta: el grandeHomero no escribió en latín, porque era griego, ni Virgilio no escribió engriego, porque era latino. En resolución, todos los poetas antiguosescribieron en la lengua que mamaron en la leche, y no fueron a buscar lasestranjeras para declarar la alteza de sus conceptos. Y, siendo esto así,razón sería se estendiese esta costumbre por todas las naciones, y que nose desestimase el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni elcastellano, ni aun el vizcaíno, que escribe en la suya. Pero vuestro hijo,a lo que yo, señor, imagino, no debe de estar mal con la poesía de romance,sino con los poetas que son meros romancistas, sin saber otras lenguas niotras ciencias que adornen y despierten y ayuden a su natural impulso; yaun en esto puede haber yerro; porque, según es opinión verdadera, el poetanace: quieren decir que del vientre de su madre el poeta natural salepoeta; y, con aquella inclinación que le dio el cielo, sin más estudio niartificio, compone cosas, que hace verdadero al que dijo: est Deus innobis..., etcétera. También digo que el natural poeta que se ayudare delarte será mucho mejor y se aventajará al poeta que sólo por saber el artequisiere serlo; la razón es porque el arte no se aventaja a la naturaleza,sino perficiónala; así que, mezcladas la naturaleza y el arte, y el artecon la naturaleza, sacarán un perfetísimo poeta. Sea, pues, la conclusiónde mi plática, señor hidalgo, que vuesa merced deje caminar a su hijo pordonde su estrella le llama; que, siendo él tan buen estudiante como debe deser, y habiendo ya subido felicemente el primer escalón de las esencias,que es el de las lenguas, con ellas por sí mesmo subirá a la cumbre de lasletras humanas, las cuales tan bien parecen en un caballero de capa yespada, y a