Don Quijote by Miguel de Cervantes Saavedra - HTML preview

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— Que me place —dijo don Quijote.

Y, habiéndola escrito,se la leyó; que decía ansí:

Mandará vuestra merced, por esta primera de pollinos, señora sobrina, dar aSancho Panza, mi escudero, tres de los cinco que dejé en casa y están acargo de vuestra merced. Los cuales tres pollinos se los mando librar ypagar por otros tantos aquí recebidos de contado, que consta, y con sucarta de pago serán bien dados. Fecha en las entrañas de Sierra Morena, aveinte y dos de agosto deste presente año.

— Buena está —dijo Sancho—; fírmela vuestra merced.

— No es menester firmarla —dijo don Quijote—, sino solamente poner mirúbrica, que es lo mesmo que firma, y para tres asnos, y aun paratrecientos, fuera bastante.

— Yo me confío de vuestra merced —respondió Sancho—. Déjeme, iré a ensillara Rocinante, y aparéjese vuestra merced a echarme su bendición, que luegopienso partirme, sin ver las sandeces que vuestra merced ha de hacer, queyo diré que le vi hacer tantas que no quiera más.

— Por lo menos quiero, Sancho, y porque es menester ansí, quiero, digo, queme veas en cueros, y hacer una o dos docenas de locuras, que las haré enmenos de media hora, porque, habiéndolas tú visto por tus ojos, puedasjurar a tu salvo en las demás que quisieres añadir; y asegúrote que nodirás tú tantas cuantas yo pienso hacer.

— Por amor de Dios, señor mío, que no vea yo en cueros a vuestra merced, queme dará mucha lástima y no podré dejar de llorar; y tengo tal la cabeza,del llanto que anoche hice por el rucio, que no estoy para meterme ennuevos lloros; y si es que vuestra merced gusta de que yo vea algunaslocuras, hágalas vestido, breves y las que le vinieren más a cuento. Cuantomás, que para mí no era menester nada deso, y, como ya tengo dicho, fueraahorrar el camino de mi vuelta, que ha de ser con las nuevas que vuestramerced desea y merece. Y si no, aparéjese la señora Dulcinea; que si noresponde como es razón, voto hago solene a quien puedo que le tengo desacar la buena respuesta del estómago a coces y a bofetones. Porque, ¿dóndese ha de sufrir que un caballero andante, tan famoso como vuestra merced,se vuelva loco, sin qué ni para qué, por una...? No me lo haga decir laseñora, porque por Dios que despotrique y lo eche todo a doce, aunque nuncase venda. ¡Bonico soy yo para eso! ¡Mal me conoce! ¡Pues, a fe que si meconociese, que me ayunase!

— A fe, Sancho —dijo don Quijote—, que, a lo que parece, que no estás tú máscuerdo que yo.

— No estoy tan loco —respondió Sancho—, mas estoy más colérico. Pero,dejando esto aparte,

¿qué es lo que ha de comer vuestra merced en tanto queyo vuelvo? ¿Ha de salir al camino, como Cardenio, a quitárselo a lospastores?

— No te dé pena ese cuidado —respondió don Quijote—, porque, aunque tuviera,no comiera otra cosa que las yerbas y frutos que este prado y estos árbolesme dieren, que la fineza de mi negocio está en no comer y en hacer otrasasperezas equivalentes.

— A Dios, pues. Pero, ¿sabe vuestra merced qué temo? Que no tengo de acertara volver a este lugar donde agora le dejo, según está de escondido.— Toma bien las señas, que yo procuraré no apartarme destos contornos —dijodon Quijote—, y aun tendré cuidado de subirme por estos más altos riscos,por ver si te descubro cuando vuelvas. Cuanto más, que lo más acertadoserá, para que no me yerres y te pierdas, que cortes algunas retamas de lasmuchas que por aquí hay y las vayas poniendo de trecho a trecho, hastasalir a lo raso, las cuales te servirán de mojones y señales para que mehalles cuando vuelvas, a imitación del hilo del laberinto de Teseo.— Así lo haré —respondió Sancho Panza.

Y, cortando algunos, pidió la bendición a su señor, y, no sin muchaslágrimas de entrambos, se despidió dél. Y, subiendo sobre Rocinante, aquien don Quijote encomendó mucho, y que mirase por él como por su propriapersona, se puso en camino del llano, esparciendo de trecho a trecho losramos de la retama, como su amo se lo había aconsejado. Y así, se fue,aunque todavía le importunaba don Quijote que le viese siquiera hacer doslocuras. Mas no hubo andado cien pasos, cuando volvió y dijo:

— Digo, señor, que vuestra merced ha dicho muy bien: que, para que puedajurar sin cargo de conciencia que le he visto hacer locuras, será bien quevea siquiera una, aunque bien grande la he visto en la quedada de vuestramerced.

— ¿No te lo decía yo? —dijo don Quijote—. Espérate, Sancho, que en un credolas haré.

Y, desnudándose con toda priesa las calzones, quedó en carnes y en pañales,y luego, sin más ni más, dio dos zapatetas en el aire y dos tumbas, lacabeza abajo y los pies en alto, descubriendo cosas que, por no verlas otravez, volvió Sancho la rienda a Rocinante y se dio por contento y satisfechode que podía jurar que su amo quedaba loco. Y así, le dejaremos ir sucamino, hasta la vuelta, que fue breve.

Capítulo XXVI. Donde se prosiguen las finezas que de enamorado hizo donQuijote en Sierra Morena

Y, volviendo a contar lo que hizo el de la Triste Figura después que se viosolo, dice la historia que, así como don Quijote acabó de dar las tumbas ovueltas, de medio abajo desnudo y de medio arriba vestido, y que vio queSancho se había ido sin querer aguardar a ver más sandeces, se subió sobreuna punta de una alta peña y allí tornó a pensar lo que otras muchas veceshabía pensado, sin haberse jamás resuelto en ello. Y era que cuál seríamejor y le estaría más a cuento: imitar a Roldán en las locuras desaforadasque hizo, o Amadís en las malencónicas. Y, hablando entre sí mesmo, decía:— Si Roldán fue tan buen caballero y tan valiente como todos dicen,

¿quémaravilla?, pues, al fin, era encantado y no le podía matar nadie si no erametiéndole un alfiler de a blanca por la planta del pie, y él traía siemprelos zapatos con siete suelas de hierro.

Aunque no le valieron tretas contraBernardo del Carpio, que se las entendió y le ahogó entre los brazos, enRoncesvalles. Pero, dejando en él lo de la valentía a una parte, vengamos alo de perder el juicio, que es cierto que le perdió, por las señales quehalló en la fontana y por las nuevas que le dio el pastor de que Angélicahabía dormido más de dos siestas con Medoro, un morillo de cabellosenrizados y paje de Agramante; y si él entendió que esto era verdad y quesu dama le había cometido desaguisado, no hizo mucho en volverse loco. Peroyo, ¿cómo puedo imitalle en las locuras, si no le imito en la ocasióndellas? Porque mi Dulcinea del Toboso osaré yo jurar que no ha visto entodos los días de su vida moro alguno, ansí como él es, en su mismo traje,y que se está hoy como la madre que la parió; y haríale agravio manifiestosi, imaginando otra cosa della, me volviese loco de aquel género de locurade Roldán el furioso. Por otra parte, veo que Amadís de Gaula, sin perderel juicio y sin hacer locuras, alcanzó tanta fama de enamorado como el quemás; porque lo que hizo, según su historia, no fue más de que, por versedesdeñado de su señora Oriana, que le había mandado que no pareciese antesu presencia hasta que fuese su voluntad, de que se retiró a la Peña Pobreen compañía de un ermitaño, y allí se hartó de llorar y de encomendarse aDios, hasta que el cielo le acorrió, en medio de su mayor cuita ynecesidad. Y

si esto es verdad, como lo es, ¿para qué quiero yo tomartrabajo agora de desnudarme del todo, ni dar pesadumbre a estos árboles,que no me han hecho mal alguno? Ni tengo para qué enturbiar el agua claradestos arroyos, los cuales me han de dar de beber cuando tenga gana. Vivala memoria de Amadís, y sea imitado de don Quijote de la Mancha en todo loque pudiere; del cual se dirá lo que del otro se dijo: que si no acabógrandes cosas, murió por acometellas; y si yo no soy desechado ni desdeñadode Dulcinea del Toboso, bástame, como ya he dicho, estar ausente della.

Ea,pues, manos a la obra: venid a mi memoria, cosas de Amadís, y enseñadme pordónde tengo de comenzar a imitaros. Mas ya sé que lo más que él hizo fuerezar y encomendarse a Dios; pero,

¿qué haré de rosario, que no le tengo?En esto le vino al pensamiento cómo le haría, y fue que rasgó una gran tirade las faldas de la camisa, que andaban colgando, y diole once ñudos, eluno más gordo que los demás, y esto le sirvió de rosario el tiempo que allíestuvo, donde rezó un millón de avemarías. Y lo que le fatigaba mucho erano hallar por allí otro ermitaño que le confesase y con quien consolarse. Yasí, se entretenía paseándose por el pradecillo, escribiendo y grabando porlas cortezas de los árboles y por la menuda arena muchos versos, todosacomodados a su tristeza, y algunos en alabanza de Dulcinea. Mas los que sepudieron hallar enteros y que se pudiesen leer, después que a él allí lehallaron, no fueron más que estos que aquí se siguen: Árboles,

yerbas

y

plantas

que

en

aqueste

sitio

estáis,

tan

altos,

verdes

y

tantas,

si

de

mi

mal

no

os

holgáis,

escuchad

mis

quejas

santas.

Mi

dolor

no

os

alborote,

aunque

más

terrible

sea,

pues,

por

pagaros

escote,

aquí

lloró

don

Quijote

ausencias

de

Dulcinea

del Toboso.

Es

aquí

el

lugar

adonde

el

amador

más

leal

de

su

señora

se

esconde,

y

ha

venido

a

tanto

mal

sin

saber

cómo

o

por

dónde.

Tráele

amor

al

estricote,

que

es

de

muy

mala

ralea;

y

así,

hasta

henchir

un

pipote,

aquí

lloró

don

Quijote

ausencias

de

Dulcinea

del Toboso.

Buscando

las

aventuras

por

entre

las

duras

peñas,

maldiciendo

entrañas

duras,

que

entre

riscos

y

entre

breñas

halla

el

triste

desventuras,

hirióle

amor

con

su

azote,

no

con

su

blanda

correa;

y,

en

tocándole

el

cogote,

aquí

lloró

don

Quijote

ausencias

de

Dulcinea

del Toboso.

No causó poca risa en los que hallaron los versos referidos el añadiduradel Toboso al nombre de Dulcinea, porque imaginaron que debió de imaginardon Quijote que si, en nombrando a Dulcinea, no decía también del Toboso,no se podría entender la copla; y así fue la verdad, como él despuésconfesó. Otros muchos escribió, pero, como se ha dicho, no se pudieronsacar en limpio, ni enteros, más destas tres coplas. En esto, y en suspirary en llamar a los faunos y silvanos de aquellos bosques, a las ninfas delos ríos, a la dolorosa y húmida Eco, que le respondiese, consolasen yescuchasen, se entretenía, y en buscar algunas yerbas con que sustentarseen tanto que Sancho volvía; que, si como tardó tres días, tardara tressemanas, el Caballero de la Triste Figura quedara tan desfigurado que no leconociera la madre que lo parió.

Y será bien dejalle, envuelto entre sus suspiros y versos, por contar loque le avino a Sancho Panza en su mandadería. Y fue que, en saliendo alcamino real, se puso en busca del Toboso, y otro día llegó a la venta dondele había sucedido la desgracia de la manta; y no la hubo bien visto, cuandole pareció que otra vez andaba en los aires, y no quiso entrar dentro,aunque llegó a hora que lo pudiera y debiera hacer, por ser la del comer yllevar en deseo de gustar algo caliente; que había grandes días que todoera fiambre.

Esta necesidad le forzó a que llegase junto a la venta, todavía dudoso sientraría o no. Y, estando en esto, salieron de la venta dos personas queluego le conocieron; y dijo el uno al otro:

— Dígame, señor licenciado, aquel del caballo, ¿no es Sancho Panza, el quedijo el ama de nuestro aventurero que había salido con su señor porescudero?

— Sí es —dijo el licenciado—; y aquél es el caballo de nuestro don Quijote.Y conociéronle tan bien como aquellos que eran el cura y el barbero de sumismo lugar, y los que hicieron el escrutinio y acto general de los libros.Los cuales, así como acabaron de conocer a Sancho Panza y a Rocinante,deseosos de saber de don Quijote, se fueron a él; y el cura le llamó por sunombre, diciéndole:

— Amigo Sancho Panza, ¿adónde queda vuestro amo?

Conociólos luego Sancho Panza, y determinó de encubrir el lugar y la suertedonde y como su amo quedaba; y así, les respondió que su amo quedabaocupado en cierta parte y en cierta cosa que le era de mucha importancia,la cual él no podía descubrir, por los ojos que en la cara tenía.

— No, no —dijo el barbero—, Sancho Panza; si vos no nos decís dónde queda,imaginaremos, como ya imaginamos, que vos le habéis muerto y robado, puesvenís encima de su caballo. En verdad que nos habéis de dar el dueño delrocín, o sobre eso, morena.

— No hay para qué conmigo amenazas, que yo no soy hombre que robo ni mato anadie: a cada uno mate su ventura, o Dios, que le hizo. Mi amo quedahaciendo penitencia en la mitad desta montaña, muy a su sabor.

Y luego, de corrida y sin parar, les contó de la suerte que quedaba, lasaventuras que le habían sucedido y cómo llevaba la carta a la señoraDulcinea del Toboso, que era la hija de Lorenzo Corchuelo, de quien estabaenamorado hasta los hígados.

Quedaron admirados los dos de lo que Sancho Panza les contaba; y, aunque yasabían la locura de don Quijote y el género della, siempre que la oían seadmiraban de nuevo. Pidiéronle a Sancho Panza que les enseñase la carta quellevaba a la señora Dulcinea del Toboso. Él dijo que iba escrita en unlibro de memoria y que era orden de su señor que la hiciese trasladar enpapel en el primer lugar que llegase; a lo cual dijo el cura que se lamostrase, que él la trasladaría de muy buena letra. Metió la mano en elseno Sancho Panza, buscando el librillo, pero no le halló, ni le podíahallar si le buscara hasta agora, porque se había quedado don Quijote conél y no se le había dado, ni a él se le acordó de pedírsele.

Cuando Sancho vio que no hallaba el libro, fuésele parando mortal elrostro; y, tornándose a tentar todo el cuerpo muy apriesa, tornó a echar dever que no le hallaba; y, sin más ni más, se echó entrambos puños a lasbarbas y se arrancó la mitad de ellas, y luego, apriesa y sin cesar, se diomedia docena de puñadas en el rostro y en las narices, que se las bañótodas en sangre. Visto lo cual por el cura y el barbero, le dijeron que quéle había sucedido, que tan mal se paraba.

— ¿Qué me ha de suceder —respondió Sancho—, sino el haber perdido de unamano a otra, en un estante, tres pollinos, que cada uno era como uncastillo?

— ¿Cómo es eso? —replicó el barbero.

— He perdido el libro de memoria —respondió Sancho—, donde venía carta paraDulcinea y una cédula firmada de su señor, por la cual mandaba que susobrina me diese tres pollinos, de cuatro o cinco que estaban en casa.Y, con esto, les contó la pérdida del rucio. Consolóle el cura, y díjoleque, en hallando a su señor, él le haría revalidar la manda y que tornase ahacer la libranza en papel, como era uso y costumbre, porque las que sehacían en libros de memoria jamás se acetaban ni cumplían.

Con esto se consoló Sancho, y dijo que, como aquello fuese ansí, que no ledaba mucha pena la pérdida de la carta de Dulcinea, porque él la sabía caside memoria, de la cual se podría trasladar donde y cuando quisiesen.— Decildo, Sancho, pues —dijo el barbero—, que después la trasladaremos.Paróse Sancho Panza a rascar la cabeza para traer a la memoria la carta, yya se ponía sobre un pie, y ya sobre otro; unas veces miraba al suelo,otras al cielo; y, al cabo de haberse roído la mitad de la yema de un dedo,teniendo suspensos a los que esperaban que ya la dijese, dijo al cabo degrandísimo rato:

— Por Dios, señor licenciado, que los diablos lleven la cosa que de la cartase me acuerda; aunque en el principio decía: «Alta y sobajada señora».— No diría —dijo el barbero— sobajada, sino sobrehumana o soberana señora.— Así es —dijo Sancho—. Luego, si mal no me acuerdo, proseguía..., si mal nome acuerdo: «el llego y falto de sueño, y el ferido besa a vuestra mercedlas manos, ingrata y muy desconocida hermosa», y no sé qué decía de salud yde enfermedad que le enviaba, y por aquí iba escurriendo, hasta que acababaen «Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura».

No poco gustaron los dos de ver la buena memoria de Sancho Panza, yalabáronsela mucho, y le pidieron que dijese la carta otras dos veces, paraque ellos, ansimesmo, la tomasen de memoria para trasladalla a su tiempo.Tornóla a decir Sancho otras tres veces, y otras tantas volvió a decirotros tres mil disparates. Tras esto, contó asimesmo las cosas de su amo,pero no habló palabra acerca del manteamiento que le había sucedido enaquella venta, en la cual rehusaba entrar. Dijo también como su señor, entrayendo que le trujese buen despacho de la señora Dulcinea del Toboso, sehabía de poner en camino a procurar cómo ser emperador, o, por lo menos,monarca; que así lo tenían concertado entre los dos, y era cosa muy fácilvenir a serlo, según era el valor de su persona y la fuerza de su brazo; yque, en siéndolo, le había de casar a él, porque ya sería viudo, que nopodía ser menos, y le había de dar por mujer a una doncella de laemperatriz, heredera de un rico y grande estado de tierra firme, sinínsulos ni ínsulas, que ya no las quería.

Decía esto Sancho con tanto reposo, limpiándose de cuando en cuando lasnarices, y con tan poco juicio, que los dos se admiraron de nuevo,considerando cuán vehemente había sido la locura de don Quijote, pues habíallevado tras sí el juicio de aquel pobre hombre. No quisieron cansarse ensacarle del error en que estaba, pareciéndoles que, pues no le dañaba nadala conciencia, mejor era dejarle en él, y a ellos les sería de más gustooír sus necedades. Y así, le dijeron que rogase a Dios por la salud de suseñor, que cosa contingente y muy agible era venir, con el discurso deltiempo, a ser emperador, como él decía, o, por lo menos, arzobispo, o otradignidad equivalente. A lo cual respondió Sancho:

— Señores, si la fortuna rodease las cosas de manera que a mi amo le vinieseen voluntad de no ser emperador, sino de ser arzobispo, querría yo saberagora qué suelen dar los arzobispos andantes a sus escuderos.— Suélenles dar —respondió el cura— algún beneficio, simple o curado, oalguna sacristanía, que les vale mucho de renta rentada, amén del pie dealtar, que se suele estimar en otro tanto.

— Para eso será menester —replicó Sancho— que el escudero no sea casado yque sepa ayudar a misa, por lo menos; y si esto es así, ¡desdichado de yo,que soy casado y no sé la primera letra del ABC! ¿Qué será de mí si a miamo le da antojo de ser arzobispo, y no emperador, como es uso y costumbrede los caballeros andantes?

— No tengáis pena, Sancho amigo —dijo el barbero—, que aquí rogaremos avuestro amo y se lo aconsejaremos, y aun se lo pondremos en caso deconciencia, que sea emperador y no arzobispo, porque le será más fácil, acausa de que él es más valiente que estudiante.

— Así me ha parecido a mí —respondió Sancho—, aunque sé decir que para todotiene habilidad. Lo que yo pienso hacer de mi parte es rogarle a NuestroSeñor que le eche a aquellas partes donde él más se sirva y adonde a mí másmercedes me haga.