Diario Histórico de la Rebelión y Guerra de los Pueblos Guaranis Situados en la Costa Oriental del Rio Uruguay, del Añ by Tadeo Xavier Henis - HTML preview

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1836.

DISCURSO PRELIMINAR AL DIARIO DEL P. HENIS.

Los esfuerzos combinados de dos grandes potencias europeas no bastaron para dar cumplimiento al tratado de 1750, que debia deslindar sus vastos dominios en América. A las representaciones respetuosas de los PP. de la Compañia de Jesus, que llevaban á mal la cesion de sus misiones orientales, sucedieron los alborotos, que pronto acabaron en una general insurreccion.

Los preliminares de este tratado habian sido ajustados secretamente con el rey Juan V contra el voto de sus ministros, que tenian por mucho mas importante la conservacion de la Colonia del Sacramento, que la adquisicion proyectada en las màrgenes del Uruguay. Pero Josè I, que se adheria à las miras de su padre y predecesor, autorizó á Gomez Freyre de Andrade, Gobernador y Capitan General de Rio Janeiro, para la entrega de la Colonia; mientras que el Marques de Valdelirios llenaba los compromisos contraidos por S.M. Católica, segundado por el P. Altamirano, que venia tambien en clase de comisario.

Luego que se traslucieron en Còrdoba las clàusulas de este tratado, el P. Barreda, provincial entonces, reuniò una consulta para exponer al Virey y à la Audiencia los perjuicios que se inferian à los derechos de la Corona, de la Compañia, y de los pueblos. El P. Lozano, que fuè encargado de redactar este oficio, nada omitiò para producir el convencimiento, y el P. Quiroga, que disfrutaba del concepto de gran

cosmógrafo

, formó un mapa, en que (segun se dijo) desfigurò el terreno, para hacer mas irresistibles los argumentos de los consultores.

Estos manejos, y el poder de los PP. Misioneros sobre sus neòfitos, los expusieron al cargo de haber fomentado, ó favorecido la insurreccion de los indios. Concurrian á acreditar esta especie los sucesos del Parà y del Marañon, donde un comisario del Rey de Portugal, en circunstancias idénticas, hallò los mismos obstáculos en el norte, que Valdelirios y Freyre en el sud. No se llegó à empuñar las armas, porque no habia pueblos que ceder, ni territorio que evacuar; pero se negaron los auxilios, se trabaron las operaciones, dejando yermos los parages por donde debian transitar los demarcadores.

Funes, que registró los archivos del vireinato, refiere, que en la entrevista que tuvo el capitan Zavala con el cacique

Sepé Tyaragú

en el pueblo de San Miguel, dijo este "que circulaba en aquellos pueblos una carta del Gobernador de Buenos Aires, dirigida al Superior de las Misiones, ordenando à los indios el empleo de la fuerza

en defensa de su territorio, y à no permitir la entrada à ningun portugues: enfin, que aquellas eran las instrucciones que tenian de sus doctrineros

."[1]

Esta declaracion se halla confirmada en varios lugares del diario de Henis, que descubren el error en que vivian los PP., que "los indios harian un gran servicio al Rey, si se defendian, oponian y resistian con todas sus fuerzas, mientras llegaba de Europa la providencia que se esperaba."[2]

En el mismo sentido se expresaba el P. Rávago, confesor del imbecil Fernando VI, asegurando al Superior de los Misiones, que el Rey, víctima de las intrigas de su consejero Carvajal, autor del tratado, no se le habia opuesto hasta entonces por pusilanimidad é ignorancia.

Entretanto la insurreccion, que cundia en los pueblos de Misiones, no dejaba mas arbitrio que el de la fuerza para sofocarla. En una junta que se celebró en la isla de Martin Garcia entre Valdelirios, Gomez Freyre, y Andonaegui, Gobernador de Buenos Aires, se acordò que, á mas de los cuerpos veteranos de la guarnicion, se convocarian las milicias de Montevideo, Santa Fé y Corrientes, á las que se reunirian 1,000

Portugueses y un competente nùmero de vecinos, para llevar la guerra á los pueblos insurreccionados.

En estos preparativos se invertieron algunos meses, hasta que á principios de Mayo del año de 1754 se abriò la campaña, al mando de Andonaegui, que debia ocupar el punto central de San Nicolas, mientras Freyre, con otro trozo de tropas que se organizaban en el Rio Grande, atacaria el pueblo de Santo Angel, situado en el borde exterior del Yguy-guazù.

Para agotar todos los medios de conciliacion de que podia hacerse uso sin menoscabo de la autoridad real, se hizo preceder al ataque un parlamentario, que debia hacer las ùltimas amonestaciones à los rebeldes, por medio del cura de Yapeyù à quien fuè dirigido.

Pero el conductor de este oficio tuvo la desgracia de caer en manos de una partida de sublevados, que lo inmolaron en compañia de otros cinco hombres que lo escoltaban. Este crímen hizo imposible todo avenimiento, y el ejèrcito, que habia hecho alto en las costas del Ygarapey, avanzò hasta el Ibicuy, por caminos intransitables, y en el rigor del invierno. La falta de pastos, y la extenuacion que causó en los caballos, obligaron el ejèrcito español à retroceder hasta el Salto-chico, y este movimiento retrogrado, al romper las hostilidades, envalentonó à los indios, que le salieron al frente para hostilizarle.

Por otra parte Gomez Freyre se habia enredado en los bosques del Yacuì, donde supo la retirada de Andonaegui; mientras los sublevados, cuyo mayor odio era contra los Portugueses, fueron à desafiarlos hasta el rio Pardo. Estos ataques parciales, cuya victoria se atribuian los gefes aliados, acabaron en un armisticio que no tuvo á menos Gomez Freyre celebrar con los caciques en su campamento del rio Yacuí.[3]

Irritado por tanta cobardia è impericia, el Brigadier D. Josè Joaquin de Viana, Gobernador de Montevideo, volò al campamento de Freyre á instarle para que rompiese cuanto antes estas treguas vergonzosas. Las palabras de este bizarro oficial despertaron el valor de sus compañeros, que, bajo su direccion y auspicios, derrotaron en un primer choque à los indios cerca de Batovì, en donde el mismo General derribó de un pistoletazo al famoso caudillo Sepé

.

Sucedió en el mando de los sublevados el corregidor, ó cacique del pueblo de Concepcion, Nicolas Nanguirù, mas conocido en la historia de estos tumultos bajo el nombre de NICOLAS I, que se dijo haber tomado con el carácter de rey.

Viana, que despues de la accion de Batovì, marchaba al frente de los españoles y lusitanos en nùmero de 2,500, volviò á arrollar à los indios al pié del cerro de Caybaté, donde le aguardaban con cerca de 2,000

combatientes. Al dia siguiente ocupò el pueblo de San Miguel, ó mas bien sus escombros, por haber sido desamparado y reducido à cenizas; y desde este punto intimò la rendicion á los demas pueblos, que todos se sometieron, excepto el de San Lorenzo, que solo cediò á la fuerza: confirmando con este último rasgo de obstinacion las sospechas que se tenian formadas sobre la cooperacion de los misioneros, siendo cura de este pueblo el mismo P. Tadeo Xavier Henis, autor del diario, cuyo autógrafo se halló en su escritorio.

De este modo terminó una guerra que inspirò vivas alarmas à las cortes de Madrid y de Lisboa, acostumbradas á ver obedecidas ciegamente sus òrdenes, y á mirar à los indìgenas como á la clase mas abyecta de sus subditos. Despues del gran levantamiento de los Araucanos al fin de la XVI.'ta centuria, ningun acto de insubordinacion habia turbado las colonias, cuyo sosiego se tenia por inalterable. Y realmente la resistencia de los indios

Guaranís

no arrancaba de un espíritu de sedicion, sino de

un sentimiento de fidelidad

que la hacia mas obstinada. Así es que el autor del diario, hablando de los rumores que circulaban en las Misiones durante la lucha, esclama:

¿Quien creyera que las cosas de los indios estén en tal estado, que para servir al Rey sea necesario tomar las armas contra él mismo.

[4]

Si los PP. Misioneros fueron autores, ò víctimas de este engaño, no es facil decidirlo; pero las càbalas que ya empezaban à urdirse contra la

Compañia

, deben inspirar desconfianzas hácia todos los cargos que se le hicieron en aquella época. Cierto de que ellos conservaron hasta el último desenlace la esperanza de ver anulado el tratado, y continuaron arreglando los pueblos como si nunca debieran abandonarlos. Cuando las tropas del Rey entraron en San Luis se trabajaba en rematar los dos hermosos gnomones que construyeron los PP. en el corredor de su huerta, y en el pueblo de San Lorenzo quedó á medio dorar el altar de San Antonio.[5]

Estos pormenores pueden servir para disculpar à los Jesuitas de la complicidad que se les atribuye, y de un modo mas convincente que la fastidiosa repeticion que hace Funes de las alteraciones que notó Muriel en la version castellana de este diario por Ibañez.

Si el concepto de la secreta oposicion del Rey al tratado no es bastante justificacion para los que lo atacaron, tampoco podrán librarles de la nota de rebeldes las correcciones tan laboriosamente hacinadas por el continuador de Charlevoix para restablecer el texto de Henis. Por mas que se comenten estas

Efemerides

nunca se llegará á desmentir por este lado lo que tan candidamente expresa el autor en cada uno de sus párrafos.

Sin embargo, no es posible negar el mal uso que hizo Ibañez de este documento, en la formacion de su obra, titulada:

El reino jesuítico del Paraguay

.[6] Expulso del Colegio de Buenos Aires poco despues de la celebracion del tratado de 1750, este individuo se ofreció al Marques de Valdelirios para suministrarle los conocimientos adquiridos sobre el estado de las Misiones, y las miras de los que las administraban. En estas revelaciones era natural que le guiase un espíritu de rencor, y que acreditase, en cuanto le era posible, el plan de usurpacion que se atribuia á los Jesuitas. Valdelirios, que estaba prevenido contra ellos, sobre todo despues de la insurreccion de sus pueblos, acogia con deferencia estas especies; y alentado Ibañez por esta proteccion, atacò con mas descaro á sus antiguos hermanos. No contento con la zizaña que habia sembrado en Buenos Aires, pasó á Madrid, donde las recomendaciones que llevaba, y los servicios que habia prestado, le pusieron en contacto con D. Ricardo Wall, sucesor de Carvajal, y comprometido en todos sus planes.

Las circunstancias no podian ser mas à propòsito para favorecer las miras de este ex-claustrado. Sus cargos, que en cualquier otra época se hubiesen mirado con el desprecio que inspira un sentimiento de venganza, trillaron el camino á otros ataques, que acabaron con la ruina de la Sociedad que le habia repudiado. Pero no se consiguiò por esto dar cumplimiento al tratado; y se tuvo por fin que echar mano de la fuerza para desalojar á los Portugueses de la Colonia del Sacramento:[7] y del mismo arbitrio se valieron los Lusitanos para apoderarse muchos años despues de las Misiones Orientales.[8]

Entre tanto estas dos campañas, á las que los escritores españoles dieron enfaticamente el nombre de primera

y

segunda guerra guaranítica

, como si en algo se parecieran á las

púnicas

, hicieron derramar mucha sangre, y costaron à la Corte de Lisboa, (segun lo asegurò el Ministro Souza Coutiño en la memoria que dirigió al gabinete de Madrid en Enero de 1776) veintiseis millones de cruzados, y no creemos que fueron inferiores los sacrificios de España.

Una parte de la historia de estas desavenencias se halla en la correspondencia oficial de los Comisarios de las dos Coronas, y otra en el diario que publicamos, valièndonos de una version distinta de la que emprendió y publicò Ibañez. La debemos á la amistad del Señor Dr. D. Leon Vanegas, que la conservaba inèdita entre sus papeles.

Buenos-Aires, 2 de Setiembre de 1837.

PEDRO DE ANGELIS.

DIARIO DE HENIS.

1. A mediado del mes de Enero del año de 1754, confederados á los Guaranis los Guanoas gentiles, que diligentemente egercian el oficio de exploradores, hicieron saber á todos los habitantes de los pueblos, que à las cabeceras del Rio Negro se veia un numeroso escuadron de Portugueses. Con esta noticia se tocò al arma por todas partes, se despacharon por los pueblos presurosos correos, se hicieron cabildos, se tomaron pareceres, y unánimemente proclamaron que debian defenderse.

2. El dia 27 de dicho mes salieron armados del pueblo de San Miguel 200 soldados á caballo à recoger la demas gente de sus establos, ò estancias, hasta llegar al nùmero de 900. Despues siguieron 200 del pueblo de San Juan, y otros tantos de los pueblos de San Angel, San Luis y San Nicolas, con 80 de San Lorenzo: de suerte que todos eran 1,500, y fueron repartidos para defender los confines de sus tierras.

3. Mientras se disponian estas cosas cuidadosamente, el dia 8 de Febrero se avisò de las estancias vecinas de San Juan, que estan á las orillas del Rio Grande, por los indios de Santo Tomè que à la sazón en sus montes fabricaban la yerba segun acostumbran, que no lejos de ellos habia gran número de gente portuguesa, y que amenazaba de muy cerca á los pueblos, porque apenas distaban 20 leguas de ellos.

4. Casi al mismo tiempo avisaron de las estancias mas remotas de San Luis, las cuales estan à las orillas del mismo Rio Grande, lìmite antiguo de division entre las tierras guaranis y portuguesas, que se veia un trozo de enemigos portugueses, que ya habian pasado el rio en algunas barcas y canoas, y que en un bosque vecino habian construido dos grandes galpones, y que tenian tambien muchos caballos y armas.

Habiendo yo sido llamado, marché al socorro de los estancieros de los circunvecinos campos y de otros pueblos, y tambien para que se transfiriese á tiempo à aquel parage el egército que habia salido de los pueblos contra los invasores, y estar así apercibidos para resistir unánimemente á todos los enemigos.

5. Tambien se esparció por entonces cierta voz, que así como alegró los ànimos de los soldados, los encendió y levantó à esperanzas de mayores cosas. Decia esta, que doce carros con alguna gente, pertrechos y caballos, habian pasado el Rio Uruguay, en el paso que llaman de las Gallinas

, pero que por los confederados bàrbaros, Charruas y Minuanes, parte habian sido heridos, parte dispersos y muertos: que los animales habian sido retirados lejos y los carros quemados. Parece que dicho rumorcillo no era del todo vano: porque, volviendo un alcalde de Santo Angel de las tierras de sus estancias, lo contaba así como lo habia oido á algunos de los confederados vencedores, que acabàban de llegar.

6. Alegres y alentados con uno y otro aviso, se alistaron nuevos reclutas; y despues de haberse fortalecido con el sacramento de la penitencia y de la eucaristia, por espacio de tres ó cuatro dias, 200 del pueblo de Santo Angel, (porque á estos amenazaba el peligro de mas cerca) revolvian las antiguas memorias, de que pocos años antes por este mismo camino, cierto portugues habia penetrado hasta su pueblo, à quien, aunque los estancieros compatriotas conocian, ahora sospechaban que fuese espia. Tambien salieron armados casi 200 de cada uno de los otros pueblos, y hallaban 100 del pueblo de Santo Tomè en el mismo sitio haciendo yerba, y 60 del de San Lorenzo juntos en la misma faena, que con los estancieros vecinos componian un ejèrcito de casi 1,200 hombres.

7. Mientras se preparaban á esta expedicion el domingo de Septuagésima, (era muy de mañana) uno me habló en nombre del capitan del ejército, y pidiò fuese con ellos por procurador y médico espiritual. Me escusé de esta carga por las conocidas calumnias, que los Portugueses y Españoles acostumbran forjar, como poco há me lo habia enseñado la experiencia: empero, considerando que si acaso alguno del ejército adolesciese en el camino de alguna grave enfermedad, ò se postrase con alguna herida, habia de ir luego al punto á confesarlo, si me llamasen, condescendí, por tener la cierta y suprema vicaria potestad de Christo.

Juzgaron los capitanes que tenian en sí dicha autoridad, para que ninguna alma sea privada de los sacramentos, y salvacion sin culpa proporcionada, y así disponian la expedicion, limpiàndose de las manchas internas de los pecados.

8. Finalmente, habiendo salido de sus pueblos hácia los montes de los yerbales, à tres dias de camino los mas cercanos, otros llegaron de partes mas remotas: mas luego que oyeron que el rumor del enemigo habia sido falso, habiendo enviado exploradores, corrieron estos toda la tierra, y no habiendo hallado vestìgios algunos de enemigos, sino solamente algunos fogoncillos, dejados de los bàrbaros, y habiendo averiguado que el rumor sobredicho habia sido esparcido mañosamente por los indios fugitivos de Santo Tomè que estaban haciendo yerba, se restituyeron à sus propios pueblos: aunque es de advertir que despues los mismos Portugueses confesaron que 200 Paulistas de los pueblos circunvecinos se habian acercado: pero que vista de las copas de los àrboles la multitud de los indios, se habian retirado.

9. La noticia de haber tomado aquellos doce carros y cañones no se confirmaba, la mentira con el tiempo se iba olvidando, y ninguna confirmacion venia de las estancias de San Luis.

10. El dia tres de Mayo por la noche llegó un correo que avisò, que los soldados de San Luis y San Juan, habian acometido á los fuertes que los Portugueses tenian ya hechos de estacas en el Rio Grande: pero que les saliò mal su intento, porque habiendo los nuestros acometido al amanecer del veinte y tres de Febrero el pago de los Portugueses que ya estaba fortificado, estos huyeron al principio, pero habiendo despues vuelto sobre los indios que estaban entretenidos en los despojos, mataron á escopetazos à 14 Juanistas y á 12 Luisistas, y los obligaron à huir, habiendo muerto tambien algunos de los Portugueses. Cuando se retiraron los indios, volvieron à oir por otra parte los fusilazos, y sospecharon que los lorenzistas estaban en accion. Se esperaba mas estensa noticia de todo, pero despues se esparciò por los pueblos un rumor lamentable.

11. Tambien por este tiempo se avisò que en los campos de Yapey se veian 800 españoles, y que habiendo huido los estancieros, se habian apoderado de los rebaños de ovejas. Se dudó de la verdad de este caso, y los capitanes de los demas pueblos se juntaron en consejo con el de la Concepcion (que era entonces el supremo): mas, lo que se acordó, quedò ignorado.

12. Ya se hablaba con mas fundamento de la accion de los Luisistas, de cinco años à esta parte, en un extremo de las tierras de San Luis: entre los rios Grandes, Verde, Yacuí y Guacacay, los Portugueses se habian establecido en un bosque, y habian edificado un pueblo de bastante nùmero de casas, sin noticia de los dueños de la tierra, que á corta distancia apacentaban sus ganados: y aunque muchas veces habian sido enviados á explorar tierras, nunca llegaron à aquellos tèrminos, ya por lo vasto de aquel territorio, ya por su innata pereza. Ahora finalmente en esta variedad de cosas, habiendo descubierto los mas vigilantes dicha colonia enemiga, y habièndola explorado, fueron à atacarla 110 Luisistas, y casi 200 Juanistas.

Emprendieron la expugnacion el dia 22 de Febrero; la noche del 23 se arrimaron à ella, y hecha irrupcion al amanecer facilmente pusieron en huida à los moradores, que estaban desprevenidos. Habièndose apoderado del pueblecito, entraron en las casas, y se ocuparon del botin, dejando las armas. Entretanto el enemigo que habia huido, volviò sobre los que estaban entretenidos en el saqueo y sin armas, y les obligò á ceder otra vez el pago, porque con el rocìo de la noche, y con haber pasado los rios á nado, se habian inutilizado las escopetas, no pudiendo tampoco manejar las lanzas por la espesura del bosque. Sacadas pues de las casas sus armas, atacaron á los indios, y les obligaron á cederles el paso, para retirarse à sus reales. Murieron de una y otra parte algunos: de los indios 22, entre los cuales fué uno el Alferez Real de San Luis (capitan valeroso de los indios) que, desamparado de los suyos y peleando valerosamente hasta el ùltimo, fuè aprisionado por la muchedumbre, y habièndole atado las manos, murió lanzeado por los enemigos que cargaron sobre él. De los Portugueses parece que murieron 12, quedando los demas heridos levemente, y de los nuestros salieron heridos 26. Volvieron 16 Luisistas para observar el movimiento del enemigo y tambien para enterrar los muertos, aunque fuese por fuerza. Los demas se retiraron à sus tierras y poblaciones, esperando nuevos socorros. Tambien el resto de los Luisistas volvió à su pueblo, no sé si de verguenza, si de temor, ó por alguna mùtua disencion.

13. Despues en el mismo pueblo se alistaron nuevas reclutas, y porque acaso, como los prisioneros que perecieron en la guerra, no fuesen desamparados de médico espiritual, llamaron para el socorro de sus almas à aquel que por el mismo tiempo habia hecho la mision de Cuaresma en aquel mismo lugar.

Consintió este á tan piadosas súplicas, recargado sin duda de los remordimientos de su propia conciencia, y tomando á su cuidado la vida y almas de aquellos indios que estaban en peligro. Luego que volviò à su pueblo, se previno para el camino, y partió á las estancias que estan á la falda de la montaña. El dia 3 de Marzo le siguió despues un escuadron armado, aunque con paso lento, atendiendo à la debilidad y fatiga de los jumentos, y formó el campo à 12 de Abril en los rios Guacacay, Grande y Chico. Pasaron el rio los capitanes de San Luis con los de San Juan cerca de su boca, para avisar à los de San Miguel, que viniesen en su auxilio, porque era necesario cargar al enemigo con mucha gente, ya que por la situacion era superior y mas fuerte. Pero, discordando los confederados, redujeron su negocio é interes comun á contienda, porque estos desde su colonia de San Juan, todavia resentidos de los Luisistas, por un reciente escàndalo ó tropiezo, y por no haberles pedido y rogado la alianza para el asalto que se acababa de hacer; y ofendidos ahora por el modo en que los habian convocado, se arrojaban mútuamente chispas de discordias. Aquellos reprochaban à los mismos dueños de las tierras el haberse realizado casi toda la sobredicha invasion poco favorablemente, por haber sido los primeros que habian huido, y dejado en el peligro á sus compañeros; y por lo mismo reusaban volver otra vez à probar fortuna.

14. Se negoció con unos y otros: con estos de palabra, con aquellos por escrito, para que se concordasen y uniesen sus ànimos y las armas, casi con este cúmulo de razones: "Que no era tiempo de civiles disenciones, estando un enemigo extrangero à la puerta: que los hermanos las mas veces discordan para deshonra suya, cuando mas urge el mal que los amaga: que se debian unir las fuerzas para que cada una de por sí no fuese otra vez desecha, y por una funesta disencion creciese al enemigo vencedor la audacia y soberbia: que las saetas una por una son fáciles de romper, pero no siendo unidas: cuando se quema la casa vecina, todo ciudadano acude al socorro, y así como abrasándose una casa, toda la ciudad se volveria á cenizas si los ciudadanos ó vecinos no las defendiesen, asì les sucedia á ellos." Estas y otras cosas semejantes les fueron propuestas, y pareciò que se apaciguasen los ànimos. Añadió no poco peso una carta que llegò del cabildo de San Juan, la que persuadia á la union, y à la obediencia á entrambos capitanes.

15. Se esperaba de los Miguelistas, ó un escuadron auxiliar, ó sus respuestas. Tambien se decia, que los Nicolasistas y Concepcionistas ya venian: los Lorenzistas se escusaban de no haber venido antes de ayer, atribuyéndolo á la larga distancia: los demas preparaban sus armas, y habiendo sido enviados algunos á explorar, observaron la marcha y movimientos del enemigo, y con ansia pedian se juntasen prontamente todas las legiones. Mientras esto se decia, se avanzaban hácia el Rio Grande, á quien los indios llaman

Igay

, esto es, amargo.

16. Estaba tranquilo el Rio Uruguay, todas las cosas estaban en silencio de parte de los Españoles, y aquel grande aparato bélico se quedò en proyecto; ni el invierno que ya habia empezado, permitia otra cosa. De la junta reciente que se habia celebrado, salieron por embajadores á los de Yapeyú, de cada uno de los pueblos de la otra banda del Uruguay, y tambien á algunos mas remotos, los principales caciques: porque como corrió la fama que los ánimos de aquellos moradores estaban discordes, y que unos con los pròceres, se inclinaban con unánime sentir à la confederacion para reprimir al enemigo, y otros con el capitan del pueblo, no querian tomar las armas, fueron allí para renovar y promover la alianza, y atraer à su partido al capitan con todo el pueblo. A la verdad que estuvo oculto el egèrcito, pero esta embajada llenó de gozo á una y otra curia ó consejo: uniò los pròceres con el capitan, y al pueblo con los próceres, y portàndose á su modo magníficamente, se volvieron à sus propios lugares, formada y pactada la confederacion: y juntamente contaron por cierto, que no se veia enemigo alguno, y sí solamente algunos ladrones y espias, que habian sido muertos y despojados de todas sus caballerias.

17. Por este tiempo el cura de San Borja, habiendo sido llamado poco há por los superiores, y habiendo sido enviado al de la Trinidad, se decia que tambien habia bajado por el Paranà á las ciudades de los españoles, y que otro habia sido puesto en su lugar; despues que primero el cura de San Josè por algun tiempo cumplió allì una comision y pesquiza secreta. Estas cosas sucedian en la frontera de los Españoles.

18. Y volviendo á los nuestros, y á los Portugueses, se acercaban ya los Miguelistas con su capitan, que poco há se habia retirado de los otros pueblos, (este era Alejandro, vice-gobernador de San Miguel) y la cierta venida de aquellos la publicaba la fama, y la confirmaba ò testificaba Sepé, uno de los mas famosos centuriones.

19. Entretanto se celebraba en el campo la semana santa con la devocion posible; y cumplidas las ceremonias y ritos de la iglesia, que el lugar y tiempo permitian, de la Conmemoracion de la Pasion Santìsima del Señor, al tiempo que en las iglesias cantan solemnemente el Alleluya

, aparecieron dos piezas de artilleria con sus guardas y custodias. Bajando despues de los collados, y formados los escuadrones debajo de seis banderas, presentaron mas de 200 hombres. Saliéronles al encuentro los escuadrones Luisistas con sus dos banderas, y saludándose mútuamente, llevando su Santo Patron y otras imàgenes de santos, (los que esta gente acostumbra traer siempre consigo) à una capilla hecha de ramos de palma, y habiendo corrido los caballos, y hecho á su usanza ejercicio de las armas, se fueron à un parage cercano, y se acamparon en lugar señalado para los reales.

20. El dia siguiente, que era el de la Resurreccion del Señor, y 12 de Abril, celebrada antes la solemnidad, (es à saber, con procesion y misa solemne) uno de los capitanes se fué à los Juanistas, los que, aunque estaban vecinos, no acabàban de llegar, y dijo, que vendrian al dia siguiente, esto es, el tercero de Pascua.

Impacientes los Miguelistas de la tardanza, y estimulados con las antiguas disenciones, reusaban esperar, y estuvieron firmes en tomar solos con los Luisistas el camino hácia los enemigos.

21. Se les exhortò con razones ya sagradas, ya politicas: es à saber, ser dèbiles las fuerzas que no corrobora la concordia: que esta nunca la habria si se buscaban nuevos motivos de desavenencia; que no se debia solamente confiar en las propias fuerzas contra un enemigo que, aunque inferior en nùmero, les aventajaba en el sitio, la destreza de las armas de fuego y la experiencia: que eran vanas tambien todas las fuerzas de los hombres, y vana la multitud, si el Señor de los ejèrcitos que nos fortalece no las protege: que entonces no hay esperanza ninguna de victoria: que Dios aborrece las enemistades: que se ahuyenta con las discordias, y se enajena ó pone uraño con las disenciones. El mismo predicador puso por egemplo su sufrimiento, que habia esperado por espacio de dos meses; y así esperasen un dia, los que habian sido esperados por meses. Callaron los capitanes, y consintieron esperar hasta el dia postrero de Pascua.

22. Los Lorenzistas volvieron otra vez con sus escusas, esponiendo la debilidad y cansancio de sus caballos, y por tanto decian, que enviarian 30 soldados al socorro, que ellos se defenderian por sus tierras, y por otra parte pelearian con el enemigo. Pareció frívola la escusa, porque los otros habian andado mas largos caminos en caballos asimismo cansados; ni parecia que se debia contemporizar con los animales, estando en peligro la tierra. Y por tanto no se admitió la escusa, y se les avisò que si tardaban, custodiasen ellos sus casas, y mirasen á lo porvenir. Tampoco pareció oportuno esperarlos, porque como estuviesen los demas distantes ò retirados, habian de causar una tardanza perjudicial, ni tan poquita gente (eran cerca de 60) podia dar tanto socorro para indemnizar el daño que se juzgaba causaria su tardanza.

23. Era ya el dia que debian llegar los Juanistas, y aun se habia pasado, y con todo no parecian, no obstante su campo apenas distaba tres ò cuatro leguas. Poco despues de mediodia, llegò del paso de San Juan el Alcalde de primer voto, que era enviado por el cabildo y los pueblos, para que tomase el gobierno en lugar del alferez real, quien mandaba su destacamento, y era el cabeza y caudillo de las disenciones; lo que ya se habia hecho sab