Crónicas de Marianela by Anonymous Author - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.
index-1_1.jpg

CRÓNICAS

DE

MARIANELA

1917.

INDICE

Pag.

Presentación en Sociedad

5

El matrimonio

7

El amor y su apariencia

15

El nó de las niñas

18

El Gancho

23

Las «Planchadoras»

29

La moda y el diablo

33

Los «Tramitadores»

39

Los afeites

45

Las paces

51

Crotalogia

57

Rosalía en «Los Carpinchos»

63

El arte de estar enferma

70

Las inquietudes de Petrona

75

Pequeña defensa de la murmuración

81

Los secretos

84

La desventura de Luisa

89

Desavenencia trascendental

93

Las reinas en la guerra

98

Frivolidad y tilinguismo

100

Inés y los cipreses

110

La fiesta hípica

115

Las angustias de mi protegida

120

La inutilidad de San Juan Bautista

126

Sin presidenta

132

La abuela del rey de los cipreses, o el orgullo ancestral 140

¡¡Desahuciado!!

148

La viuda de Esquilón va a Mar del Plata

154

ADVERTENCIA.

El

interés

que

han

despertado

las

amenas

crónicas

de

"Marianela"publicadas en la página femenina de "LA PRENSA" me ha inducido asolicitar del Director del gran diario, Don Ezequiel P. Paz, el permisopara editarlas.

La benevolencia gentil del señor Paz ha otorgado el consentimiento, yhoy aparecen los chispeantes artículos de la distinguida escritoracompilados en este elegante volumen. Notorio es el éxito creciente quehan logrado estas crónicas; aparte su mérito literario, puesto derelieve en un estilo fácil, terso y armonioso, contienen otra cualidadmás esencial aun, consistente en su sana orientación ética, en unacrítica, suavemente irónica, de nuestros hábitos y costumbres. Trátase,en fin, de un libro interesante, ameno instructivo, en el cual, a labelleza artística, se unen, en consorcio admirable, útiles normas deconducta, expuestas con delicado humorismo y singular gracejo narrativo.

Pedro L. Balza

(Editor)

PRESENTACIÓN EN SOCIEDAD

Su presentación en sociedad es el primer episodio interesante en la vidade la mujer.

Ha terminado la infancia, que acaso sea lo mejor de laexistencia. La trasformación de la niñez en pubertad trae también uncambio completo en la vida del espíritu.

La niña se ha convertido en señorita. Ya la muñeca ha quedadoabandonada. La mamá de la señorita, con dulce melancolía, la recoge y laguarda en un mueble tradicional. La señorita no hace caso de su muñeca:le parece un objeto antediluviano, pues aunque el tiempo pasado es poco,la trasformación es tanta que todo lo de ayer ha adquirido carácterremoto. Ya vendrá un día en que vuelva sus ojos, acaso tristes, acasollorosos, a la muñeca que alborozó sus horas infantiles. Pero ahora, no;ahora ha quedado relegada a completo olvido. Porque la señorita se hallatrémula de emoción.

Se va a presentar en sociedad; está por asomarse almundo. Y un tumulto de ideas, mejor dicho, de imaginaciones—porque,propiamente ideas sobre el mundo, no tiene aun la señorita—asaltan sumente en ligero torbellino, se agitan, bullen, vuelan y revuelan comomariposas en torno del foco luminoso.

¿Cómo será el mundo? He ahí la preocupación de la señorita. Pero estapreocupación está exenta de tristeza, de gravedad, de pesimismo. Porque,en realidad, no se pregunta: «¿cómo será el mundo?», interrogación hartofilosófica para sus años y su inexperiencia. Lo que ella se pregunta es:«¿cómo le pareceré yo al mundo?». Y a medida que se atavía y se adornay se embellece con los mil recursos que la moda inventa, piensa laseñorita, frente al espejo que refleja su figura de mujer en esbozo: «yocreo que le voy a parecer bonita al mundo». Y esta idea optimista,justificada desde luego, porque la señorita es linda, le produce unaalegría exultante, alborozada, llena de íntimo regocijo. En ese momentodel atavío, los detalles adquieren una importancia fundamental; elgracioso lunar, el rizo juguetón, todo aquello que constituye supersonalidad, su diferenciación de las demás señoritas que también sepresentan en sociedad, adquieren un relieve preponderante y definitivo.El lunarcillo y el ricito son invencibles; nada, nada, ¡invencibles!...

Una ligera inquietud invade el espíritu de mamá. Es necesario que lapresentación cause buen efecto. Está en ello comprometido el buen gustoy el tino educador de mamá. La señora ha leído a Carmen Sylva, la buenay discreta reina rumana, y repite a su hija estas palabras que puedenservir de norma en una presentación en sociedad:

«La tontería se colocasiempre en primera fila para ser vista; la inteligencia se coloca detráspara ver». Y luego agrega por cuenta propia: «discreción, hija mía,compostura, sosiego; mide lo que dices; más vale que peques porcortedad».

Papá también está un poco impresionado. Cree, como Terencio, que lasmujeres, igual que los niños, se corrigen con leves sentencias. Y apuntaalgunas apropiadas al caso. «La señorita silenciosa parece mejor que lalocuaz». El discreto señor hace algunas observaciones filosóficas sobrela coquetería. A su juicio la coquetería no tiene más fin que hacersubir las acciones de la belleza. Pero el prudente papá advierte que esnecesario tener sentido de la medida; no hacerlas subir demasiado,porque pueden caer de golpe una vez descubierto que se abusa del recursopara hacerlas subir.

Papá agrega otros razonamientos graves, discretos,oportunos. «No hay que ser criticona», dice. Y volviéndose a la esposa,agrega: «Según Schiller, la mujer tiene ojos de lince para ver losdefectos de las demás mujeres». Y luego agrega por cuenta propia: «Loshombres nos enteramos de los defectos de una dama por otra dama; peroadquirimos mala idea de quien nos suministra la información».

Ya la señorita está ataviada: un traje primoroso realza su figura:primor sobre primor. «Está elegantísima», observa la señora al esposo.«Sí, sí, dice éste, muy elegante, muy linda». Y recordando las palabrasde un pedagogo argentino agrega:

«Pero hay que ser también «paqueta» pordentro: que a la figura elegante no corresponda un espíritu deforme». Laseñora confía en que la niña será siempre muy buena. «Es nuestra hija»,termina. «Es verdad,—asiente el padre conmovido—; será buena, porquees nuestra hija».

Entre observaciones, besos y mimos, la señorita, llena de alegría y deilusiones, se dispone a presentarse en sociedad.

EL MATRIMONIO

Se ha dicho muchas veces que el matrimonio es la tumba del amor. Por esosin duda los diversos poetas que han cantado la vida de Don Juan nocasan nunca a su héroe. No han querido someter a prueba su capacidadamorosa ni la consistencia de su sentimiento.

Y es que Don Juan no es un verdadero enamorado. Balvo, un filósofomodesto, pero muy discreto, destruye con cuatro palabras todas lasapologías rimadas que se han hecho de Don Juan: «quien ama a muchas, noama mucho; quien ama a menudo, no ama largo tiempo; quien ama convariedad, no ama dignamente».

Entre los poetas y este modesto filósofo, la elección no es dudosa paranosotras. La consistencia del amor se prueba en el matrimonio; sólo unalarga convivencia nos demostrará si el corazón está bien puesto, enquicio permanente.

Por lo demás algo hay de cierto en eso de que el matrimonio es la tumbadel amor.

No en balde la frase goza de tanta difusión en el mundo. Peroes porque el amor, en su forma exaltada, sólo es, como dice Voltaire, uncañamazo dado por la naturaleza y bordado por la imaginación. Ahorabien: el cañamazo, la belleza física, no resiste la tiranía del tiempoque imprime las tristes huellas de la decadencia; y la imaginaciónbordadora también acaba por sosegarse y quedar sustituída por una dulcey reflexiva calma.

Entonces el amor no tiene más que una salvación: el cariño. Los poetas,que son los mayores perturbadores del mundo, siempre han desdeñado, porsubalterno, este sentimiento, que es mucho más fundamental y más sólidoque el amor. El amor es la llama; quizá no pase de una fogata fugaz; elcariño es el rescoldo hecho de la buena y diaria lumbre del hogar, de lamutua adhesión, del perdón mutuo, de la recíproca tolerancia, de loscomunes gozos y sufrimientos, de las alegrías conjuntas y de la fusiónde las lágrimas. El amor tiene un enemigo que le vence siempre: eltedio. El cariño no tiene enemigo que le venza, porque está apoyado enel sentimiento de convivencia. Vale más, mucho más, el calor delrescoldo que el de la fogata. Cuando la fogata no se convierte enrescoldo, sólo quedan de ella frías cenizas. Brasa y no pavesa ha de serlo que quede de la juvenil exaltación espiritual y del ardor de lossentidos. «¡Te amo!». Es una frase de novela, excesiva, afectada. «Tequiero», es una frase más sencilla, más grave, más profunda y máshumana. «¡Te amo!», dice Don Juan, que nunca fué un hombre honrado. «Tequiero», dice el hombre de bien, que seguramente cumple lo que dice.

Saber convivir... He ahí el secreto del buen matrimonio. Dar normasfijas es imposible, puesto que hay tanta variedad de caracteres y decircunstancias cuantas parejas constituyen la organización monogámicadel mundo.

Desde luego la cualidad esencial de la mujer es la dulzura. La palabrasuave quebranta la ira. Una mujer colérica es el mayor tormento de unhogar. A mí, personalmente, me produce la impresión de un canariohidrófobo; algo, en fin, absurdo y horrible. Cuéntase que uno de lossiete sabios de Grecia (Solón, Bías, Tales, Anacarsis, Pitaco, Quilón,Periandro, no se sabe cuál; lo mismo da, cualquiera....) tenía undiscípulo que estaba enamorado. El novio, lleno de entusiasmo, referíaal maestro las cualidades de su futura. «Es hermosa como el lucero de lamañana»—decía el joven. El filósofo escribía: «cero».—«Es rica, comola heredera de Creso»—añadía el doncel. El genio griego volvía aescribir: «cero». (La dote, pensaría probablemente el filósofo, es lagran virtud de los padres). El enamorado agregó: «Es inteligente». Y

elgran hombre puso otra vez: «cero».—«Es noble»—«Cero».—«Tiene muybuena parentela».—«Cero».—«Buena educación».—«Cero». El enamoradomiraba atónito a su querido maestro. Por último le dijo: «tiene uncarácter dulce». Y entonces el sabio heleno, el más sabio de los sietesabios, estampó la unidad a la izquierda de todos los ceros que habíaido poniendo, para demostrar que sólo así adquirían valor las demáscualidades.

Todo es grato al lado de una mujer dulce: todo es amargo al lado de unairascible.

Seductora es la belleza, atrayentes la espiritualidad y eldonaire; pero es la dulzura la que más retiene al hombre. Y la felicidaddel matrimonio está en retenerse mutuamente. Palabras suaves, conceptosdelicados, ademanes tranquilos forman el mayor encanto de la mujer.Madame Neker, cuyo ingenio lució tanto en los salones de Versalles, enlos momentos precursores de la Revolución, cuando todas las pasionesestaban a punto de estallar, solía decir a sus amigas que las palabrasofenden más que las acciones, el tono más que las palabras y el aire másque el tono. La esposa del famoso hacendista hubiera podido dictar unacátedra de psicología conyugal.

Dulzura, suavidad, amigas mías. Loshombres rompen los eslabones de una cadena de hierro; en cambio hallanagradable la atadura si ella está formada por tenues hilos de seda. Seannuestras palabras como nuestros brazos en las horas de deliquio:suaves, blandas, dóciles. Yo, como mujer, gusto mucho de oir hablar alos maridos de sus respectivas esposas. Y he observado que cuandoelogian el ingenio, la gracia, la belleza, la elegancia o cualquier otracualidad física o moral, lo hacen sin mayor calor.

En cambio, cuandodicen: «mi mujer es una pastaflora», dan a su expresión un tono deíntima ternura que revela cuánto impresiona a su espíritu esta cualidadfemenina.

La popular frase transcripta encierra las principales virtudes de lamujer: la bondad, la resignación, el avenimiento a todas lascircunstancias, la tolerancia, la encantadora docilidad.

Defecto grave en la mujer es tener un espíritu contradictor, unavoluntad terne, un carácter terco. A la mujer no debe costarle ceder. Latestarudez es buena y honrosa en los generales que defienden un fortín.Para la mujer, ceder es conseguir—siempre que el marido sea tierno,delicado y comprensivo. Jamás la mujer—y esto es importantísimo—debeherir al marido en aquello en que cifra su amor propio. Téngase encuenta que el amor propio es más fuerte que el amor; como que muchasveces se ama por amor propio, más aun que por amor a la persona amada.Cuidado, pues, mucho cuidado con herir el amor propio del marido. Yo (yperdonen mis amigas que me ponga como ejemplo; lo haré pocas veces)estoy casada con un estanciero, hombre bonísimo, inteligente, gentil,cordial, que me quiere tanto, tanto... como yo a él, lo que equivale abuscar términos de comparación con lo infinito. Pues bien, mi marido esaficionado a la historia natural y presume de conocer como nadie (yconoce, yo lo afirmo, porque le quiero mucho, y esta es una razóndefinitiva) la fauna argentina y muy especialmente—aquí está su amorpropio—las aves noctívagas que vuelan por nuestros campos al morir eldía. Paseando a esa hora por la estancia, ha confundido alguna vez elcarancho con la lechuza; porque mi marido nunca tuvo buena vista,excepto cuando me eligió a mí. Bueno; pues yo nunca le contradigo,porque, además de herir su amor propio de entendido en aves noctívagas,le molestaría mi advertencia, significándole que tiene malos ojos, y lostiene hermosísimos, aunque ven poco. ¿Para qué contradecirle? ¿Para quéherir su amor propio de naturalista? ¿Para qué recordarle que no vebien? ¿Qué más da que aquello que voló sea lechuza o sea carancho o seachimango? La cuestión es que él sea feliz creyéndose un excelentenaturalista, dotado de buenos ojos. Y si es feliz con mi asentimiento,¿por qué negárselo? Alguna vez él mismo sale de su error, y entonces,enternecido, paga con un beso mudo la intención de mi aquiescencia. Yeste beso de mi marido vale más, mucho más que toda la fauna, incluso lahumana, que puebla la tierra.

He contado esta nimiedad tan íntima, tan personal, a guisa de ejemplo,para demostrar que no debe mantenerse contradicción en cosas sinimportancia. (Y no quiere esto decir que las aves noctívagas carezcan deinterés; lo tienen, y muy grande, desde que le interesan a mi marido).Una herida de amor propio tarda mucho en curarse; quizá no cicatrizabien nunca. Queda siempre un sordo resentimiento. Y el resentimiento—lamisma palabra lo dice—es el sentimiento más terne, más perenne, de mástriste duración.

La incompatibilidad de caracteres es lo más deplorables de la vidaconyugal. Y suele nacer de nimiedades, de intolerancias, de tozudecesinsustanciales. Una mujer díscola es inaguantable. Hay que ser como lacera, dócil al moldeo, que al fin el moldeador suele adquirir elcarácter de lo moldeado. La vida es breve, y pasarla en disputaconstante equivale a cambiar la felicidad relativa por un potro detormento. Y

nada resuelve el divorcio; porque, como ha dicho unfilósofo—claro que un filósofo feminista—el divorcio es la disoluciónde una sociedad en que la mujer ha puesto su capital y el hombresolamente el usufructo. ¿Y adónde va una sin capital? No hay que perderel socio, sino avenirse con él, aunque la sociedad luche con algunostropiezos.

Allanémoslos, en vez de aumentarlos; que al quitar losnuestros, también él—si no es una mala persona—quitará los suyos,despejando así el camino de la dicha. Vivir es ya un milagro; no dependede nuestra voluntad, sino de la Providencia. Saber vivir depende denosotros mismos. No malogremos el don de la vida que Dios quisootorgarnos.

De las condiciones del hombre en el matrimonio no me atrevo a hablar.Siento invencible timidez para tocar este punto, asaz complejo ydifícil. Los místicos, los santos, que todos fueron solteros, aceptandotodas las cruces, menos la del matrimonio—con lo cual su santidaddesmerece un poco por falta de sometimiento a prueba completa—decíanque al matrimonio, como a la muerte, es difícil llegar bien preparados.No se enojarán los hombres, si apoyándonos en el testimonio de lossantos, decimos que la mujer llega al matrimonio en condicionesespirituales superiores. Y así debe ser, porque para el hombre elmatrimonio es un accidente, mientras que para la mujer es el hechofundamental de su vida.

A pesar de mi temor para hablar de esta materia, me atrevo a insinuarque entre los hombres dedicados a la vida intelectual, los mejordispuestos para el matrimonio son los políticos. El literato, el mismofilósofo, el pintor, el músico, los artistas, en general, sonpeligrosos, porque su arte y su filosofía están siempre en primertérmino, antes que la mujer. Además, son un poco raros y no pocoarbitrarios. Y entre los políticos se debe preferir, no a los dogmáticosempecinados, no a los caudillos exaltados, ni a los oradores famosos,que son también, como los artistas, un poco peligrosos, sino a los quetienen aptitudes gobernantes. La razón estriba en que, siendo elgobierno del Estado una serie de concesiones, llegan bien dispuestos almatrimonio, que es igualmente otra serie de concesiones.

Termino. Me he extendido demasiado. Pero téngase en cuenta que lacuestión es ardua y llena todas las bibliotecas del universo, sin que sehaya resuelto satisfactoriamente. Sólo insistiré, para concluir, en queel cariño vale más que el amor, porque es más sostenible, más durable,más permanente. Lope de Vega, voto de calidad, pues fué un Don Juanefectivo, lleno de devaneos y tormentosas pasiones, nos dice en unosversos de su comedia «El mayor imposible», estas palabras razonablessobre la exaltación amorosa:

«Que muchos que se han casado

Forzados de un amor loco,

Suelen después hallar poco,

De lo mucho que han pensado.»

¡Cariño, cariño, dulcísimo y solidísimo sentimiento! En tí reside ladicha duradera.

El cariño surge de convivir. El amor nace de no haberconvivido. Reflexionad sobre esto, amigas mías...

EL AMOR Y SU APARIENCIA

¿Cuál es en la mujer la verdadera edad del amor? Puntualicemos con másprecisión, pues la pregunta formulada es un poco vaga: ¿en qué edad sehalla la mujer en mejor disposición espiritual para enamorarse y, enconsecuencia, para unirse a un hombre, segura de que su sentimiento esfirme, permanente, fijo, como la estrella polar?

Un personaje novelesco de Anatole France (creo que es el bondadosofilósofo señor Bergeret) dice que el amor es como la devoció; llega unpoco tarde: «no se es amorosa ni devota a los 20 años».

La observación es exacta. El amor, en realidad, es un fanatismo, una delas tantas formas de la exaltación fanática. Ahora bien: parafanatizarse es necesario que el espíritu esté formado y que nuestrasideas estén muy hechas, muy elaboradas. Ni el tierno doncel, como sidijéramos el cadete, ni la señorita, la niña, que acaba de asomarse almundo, tienen la aptitud del fanatismo. Es un error creer que los años yla experiencia evitan que nos fanaticemos. Ocurre, precisamente todo locontrario. La experiencia y los años nos aferran a determinadas ideas ydan consistencia definitiva a ciertos sentimientos.

Pero dejemos los demás fanatismos para ocuparnos del fanatismo amoroso,de ese sentimiento de exaltada firmeza, de perennidad indestructible,que nos lleva a entregar a otro corazón el reinado sobre el nuestro.¿Cuándo se produce de modo integral, con las potencias todas de nuestroquerer, con la embriaguez absoluta de nuestro espíritu, esta adoración,en que, usando la pompa verbal de Víctor Hugo, «el amor es laconcentración de todo el universo en un solo ser y la dilatación de estesolo ser hasta Dios»?

Porque es menester no confundir el amor con su apariencia. Al saltar dela niñez a la pubertad, le ocurre a la mujer lo que a la mariposa alsalir de su estado de crisálida.

Sus primeros vuelos son inciertos,aturdidos, inseguros. Las alas son tiernas, débiles, y no han adquiridoaún el sentido de orientación. Y lo mismo para volar que para amar esrequisito indispensable cierto grado de robustez en las alas.

El origen de nuestras desventuras en la vida está en que la sensibilidades más prec