Cosas Nuevas y Viejas (Apuntes Sevillanos) by Manuel Chaves - HTML preview

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Estas ordenanzas de 1606 fueron posteriormente confirmadas en Febrero de1649, en Abril de 1675 y en Septiembre de 1680, y en 1723 se imprimieronpor Francisco Sánchez Reciente, con este título:

Ordenanzas de el oficio de los maestros confiteros de Sevilla y sureinado, en virtud de cédula de su majestad y señores de su realconsejo, que se mandaron imprimir siendo veedores Bartolomé de Marchenay Luís de Bonilla, maestros de dicho oficio, etc.

Las confiterías sevillanas de antaño tenían un aspecto general que nodejaba de ser característico; en el mostrador no se exhibían los dulcespara excitar el apetito: antes por el contrario, se ocultaban los toscostableros, que sólo se sacaban á petición del comprador; los botes conlos almíbares y las conservas se colocaban en largas hileras en laestantería, en cuyo testero principal no faltaban nunca una hornacina,con una escultura religiosa ó con un cuadro devoto, ante el que ardíacierta lamparilla de aceite, y completaban el menaje del establecimientodos grandes velones, una bandeja con jarro, vasos, un peso de cobre yuno ó dos bancos toscos, en los cuales tomaban asiento y descansaban porlas tardes los amigos del dueño, que nunca dejaban de formar allí sutertulia, más ó menos numerosa.

En el siglo XVII hubo en Sevilla algunos confiteros que fueron célebrespor su habilidad en la confección de los dulces, y de entre ellos hanpasado á la posteridad, digámoslo así, Pedro de Libosna, BartoloméGómez y Jerónimo de Barco, que no tenían competidores en las conservas,la carne de membrillo, los mazapanes y los canelones de sidra, canela,avellana ó anís.

Una vez cada año, el día de San Juan Bautista, se hacía la visita deinspección, como si dijéramos, por todos los establecimientos deconfitería, y era de ver con qué gravedad y ceremonia el teniente deAsistente, acompañado por el escribano de cabildo, examinaba cacerolas,calderos, medidas y moldes, se enteraba del estado de los productos y seinformaba prolijamente del personal y de su pericia para elaborar lasdelicadas confituras.

Dábase el caso alguna vez que no se encontraba tal ó cualestablecimiento con todos los requisitos que las estrechas Ordenanzas disponían y entonces ya estaba la fiesta en la casa, pues el dueño quese veía amenazado, protestaba, tratando de atenuar la falta, y lajusticia, que era inflexible, se revestía de toda su autoridad, dandoesto lugar á escenas por demás animadas.

Esto de ser maestro confitero no era cosa á que todo el mundo podíallegar, como por ejemplo, los esclavos, acerca de lo cual decían las ordenanzas: «...Que no puede ser examinado ningún esclavo, so penade dos mil maravedís, y que le quiten la tienda, aplicada la pena, comodicho es, y el que lo examinara sea privado del oficio perpetuo deexaminador.»

Tenía el gremio de confiteros su hermandad de cofradía, la cual llegó encierta época á ser de las más ricas y que más continuo y lucido cultosostenían, como así en papeles antiguos consta.

No haré memoria de los muchos pleitos y litigios que durante el sigloXVII se siguieron por el gremio, con motivo de la tasa puesta á losdulces con otras causas, enredos que no dejaron de perjudicar á todoslos del oficio con crecidos desembolsos y competencias nada beneficiosasy que trajeron una situación nada próspera, de la que tardó mucho enreponerse el gremio.

LOS MORISCOS

La situación de los moriscos que residían en Sevilla al terminar elsiglo XVI era en verdad comprometida y en muchas ocasiones fuerontratados con la mayor crueldad por las autoridades y por el mismopueblo.

Mas como si fuesen pocos los castigos que se les imponían por laInquisición y por otras autoridades, en el año de 1600 se vieronamenazados de un peligro que á todos ellos podía pesarle.

El 16 de Mayo hiciéronse por algunos correr las voces de que losmoriscos preparaban un motín para levantarse en armas de acuerdo con losde Córdoba, y en dicho día aparecieron en la iglesia de Santa Ana, deTriana, y en otros puntos, pasquines dando la voz de alerta á lasautoridades, con lo cual se consiguió alarmar la ciudad, comenzandoenseguida diligencias y pesquisas en contra de los moriscos, loscuales, en realidad, nada habían hecho, ni ningún proyecto tenían deturbar la paz de la ciudad.

Se efectuaron algunas prisiones, pero entonces un vecino de Trianallamado García Montano, hombre que gozaba de crédito, alzó su voz cuandoempezaban los injustos castigos, y unido á otros cristianos acudieron alAsistente, marqués de Montesclaros, haciéndole presente cuán sinfundamentos eran las voces que contra los moriscos se habían levantado.

Convencido de la verdad, el marqués publicó un bando para que losmoriscos no fueran molestados, pero apesar de su orden hubo revueltas yalborotos, y en el mismo mes de estos sucesos fueron quemados tres deellos que estaban hacía algún tiempo presos en las cárceles del tribunalde la Inquisición.

Empeorando por días el estado de los moriscos sevillanos llegó á serverdaderamente aflictiva su situación más adelante: la vigilancia sehizo más estrecha y más frecuentes los castigos, en tanto que seacrecentaba la campaña decisiva que contra ellos elevaron los elementosreligiosos, entre los que se encontraba la del padre Juan de Ribera,arzobispo de Valencia, patriarca de Antioquía y enemigo acérrimo deaquella infeliz raza.

Cedió al fin Felipe III á la opinión de la junta nombrada al efecto y enla que se encontraba el inquisidor general, y dió aquella célebre ordende expulsión de los moriscos del reino, impolítica y cruel medida, conla cual se disminuyó grandemente la población de España, pues perdió unmillón de habitantes, se quitaron brazos á la agricultura y sedeshicieron multitud de familias.

A principios de 1610 súpose en Sevilla, después de algún tiempo deincertidumbres, que amenazaba la orden del monarca decretando laexpulsión, y con objeto de prevenir cualquier incidente que pudierasobrevenir, las autoridades tomaron medidas en extremo rigurosas.

El 17 de Enero del año citado se señaló para publicar el bando con todaslas formalidades, presentando aquel día la ciudad extraordinariomovimiento por haber la medida revuelto los ánimos un poco.

Salió el pregón del bando por la mañana á recorrer la ciudad, figurandoen la comitiva un juez especial que había venido para entender en elasunto y, como era de costumbre, los alguaciles y el pregonero.

Seguíanla por las calles infinidad de moriscos, que al escuchar elpregón prorrumpieron en llantos y lamentos, siendo imposible relatar lasescenas lastimosas que se desarrollaban en los lugares donde había máscasas habitadas por familia de los infelices que eran expulsados, y asílo da á entender estas palabras de un autor coetáneo, el cual escribeque «fué día de gran tribulación y amargo desconsuelo para esta gente,que, aunque malos cristianos é indicados de traición, no podían salirsin pena de esta tierra, donde habían nacido.»

Como la orden del rey era terminante y exigía la más inmediata ejecuciónde los moriscos sevillanos, viéronse en la precisión, mal de su grado,de malbaratar los bienes que poseían, con gran provecho para los que enla ciudad quedaban, que adquirieron á ínfimos precios cosas de granvalor, y propiedades de importancia.

A los pocos días de la publicación del bando comenzaron á salir deSevilla los moriscos en gran número, siendo aquella expulsión una delas primeras causas, que, uniéndose luego á otras de varios órdenes,contribuyó poderosamente á la decadencia en que cayó la capital deAndalucía al mediar el siglo XVII.

CABALLEROS DE ANTAÑO

El conde de Teba era mozo galán y de carácter un tanto ligero, poco dadoá meditar sus actos, y esto vino á traerle más de un lance como el quele ocurrió en 1614 con don Rodrigo Ortiz de Zárate, caballero de los mássignificados de la nobleza sevillana.

Entró el conde en la tarde del 1.º de Febrero de dicho año en casa deunas damas á quienes visitaba y encontró allí á don Rodrigo, que tambiénfrecuentaba el trato de las señoras con más ó menos intimidad.

Después de cruzar algunas palabras ambos caballeros, el conde, que aqueldía no andaba muy bien humorado, pidió al de Zárate un pistolete quetenía y después de cogerlo súbitamente, le amenazó en serio con él,recordándole no se sabe qué antiguos resentimientos, y luego, con ademánun tanto brusco, le quitó la espada que llevaba de cinto, y sin andarsecon miramientos, fué hacia una ventana que en la estancia había y arrojópor ella á la calle el acero con gran sorpresa de las damas.

Montó en cólera don Rodrigo por aquella que reputaba gravísima ofensa yaunque allí le detuvieran por el pronto las damas, salió de la casajurando y perjurando que había de matar al conde en venganza de lo de laespada.

No era para dudar de que estos propósitos del ofendido caballeroquedasen en tales, y así fué, que sabiéndolos algunos amigos, pusieronel caso en conocimiento del Asistente, que lo era entonces el conde dePalma, y éste, deseando evitar el lance, y con la esperanza de unarreglo, mandó llamar el mismo día á su casa al conde de Teba y á donRodrigo de Zárate.

Pero aquella entrevista, que con la mejor intención preparó elAsistente, fué harto desgraciada, pues, al verse frente á frente los dosenemigos, después de algunas frases altas, Ortiz de Zárate acometió depronto furiosamente al conde, y con una espada lo hirió traidora ymortalmente, sin que pudiera impedirlo el de Palma, que por sujetar alagresor sufrió también de éste algunos golpes.

Los criados del Asistente acudieron al ruído de la lucha, y viendo á unoen tierra y á su amo ensangrentado, dieron tan tremenda paliza á donRodrigo, que poco faltó para que allí mismo hubiera espirado.

Este suceso, por las personas que intervinieron en él, y por lascircunstancias en que se desarrolló, fué objeto de la atención de todaSevilla y causó gran sorpresa á todos el saber que la madre de donRodrigo se querelló al Consejo diciendo nada menos que su hijo habíasido llamado á casa del Asistente para que el conde lo asesinase, y queéste, en propia defensa, se vió obligado á herir.

En el proceso que se formó que fué muy ruidoso y dilatado, corrieronbien los escudos, por lo cual Ortiz de Zárate pasó, por toda pena,desterrado á Madrid, donde murió algún tiempo después.

Y ocurrió entonces que, al divulgarse el fallecimiento, se hizo públicoun documento que había escrito y firmado de su puño don Rodrigo el díadespués de haber dado muerte al de Teba, en el cual confesaba ser falsala suposición de haber sido llamado á engaño á casa del Asistente,documento que él mismo ordenó que no se diese á conocer hasta ocurrir sumuerte, y en el cual se decía:

«Yo D. Rodrigo de Zárate, por descargo de mi conciencia, digo: Queaunque en la confesión que se me tomó dije, que el conde de Palma yotras personas me llevaron engañosamente á matarme, con título deamistad entre mí y el conde de Teba, y yo vine á ello. Y así fuí encompañía del dicho conde de Palma en su coche. Y estando en su casa, yqueriendo darme satisfacciones el conde de Teba, dije yo que no eramenester. Y aguardando ocasión que estuviese descuidado, herí al condede Teba, porque llevaba esa intención, y por eso no había queridosatisfacciones, etc............

Y son testigos de esta declaración el P. Fr. Alonso Bohorques, Rectordel Colegio de San Alberto; Fr. Agustín Velázquez; el P. Fr. MiguelGuerra, y el P. Fr. Gaspar de Cebes, del Orden de San Francisco.—Fechaen Sevilla á 2 de Febrero de 1614.—D.

Rodrigo Ortiz de Zárate.»

Tal fué el curioso suceso que las crónicas sevillanas registran, y porel que se ve que todos los caballeros de antaño no eran un modelo enesto de la caballerosidad.

EL TUTOR Y LA PUPILA

Estaba avecindado en la villa de Utrera, á los comienzos del siglo XVII,un caballero, de nombre don Pedro de Córdoba y Guzmán, el cual era tío ytutor de una linda joven que en su misma casa se había educado, y lacual tenía una fortuna á que no era cosa de hacerle ascos.

La tal sobrina, aunque el don Pedro la tenía guardada con gran recato,que tocaba en tiranía irritante (se ignora con qué intenciones) no loestuvo tanto que pudiera sustraerse á las miradas de un mancebo de buenporte, el cual se enamoró perdidamente de la utrerana doncella, siendo,para satisfacción suya, correspondido, y de tal correspondencia vinoluego el peor daño.

Opúsose furiosamente el tutor al casamiento de su pupila, sin quehubiera quien le convenciera, porque ya se sabe á qué estado de odiosa yrepugnante oposición llegan á veces padres, madres y tutores en esto delas bodas, lo cual, visto por el fogoso galán, deseando librar á suadorada de aquel Argel donde gemía cautiva, hizo en Sevilla lasdiligencias necesarias para poderla sacar por el Juez de la Iglesia, ycorrientes los papeles volvió á Utrera en compañía del Alguacil Mayordel Cardenal para lograr la realización de sus ansias.

A los pocos días presentóse el galán en casa de don Pedro, con suAlguacil, á pedir la mano de la niña, siendo recibido con toda gravedadpor el tutor, el cual díjoles, después de oirlos y con mucha flema, queaguardase un momento, pues iba á avisar á su sobrina.

Salió en efecto de la habitación y dirigiéndose al cuarto de la joven,sin más palabras, sacó un puñal, y sorprendiéndola desprevenida, laasesinó vil y cobardemente de dos puñaladas en el pecho, volviendo muytranquilamente á donde el galán aguardaba, á quien manifestó que susobrina estaba vistiéndose y no tardaría en salir y que él corría á lacalle á avisar á una señora vecina y amiga de la casa, para que fuesetestigo de la concesión de la mano que iba á hacer.

Descubierto á los pocos momentos el crimen, don Pedro de Córdoba yGuzmán no tardó en ser preso y traído á la cárcel real de Sevilla,siendo condenado á muerte al poco tiempo.

El día 2 de Marzo de 1604, el asesino fué degollado por el verdugoFrancisco Vélez en la Plaza de San Francisco, y apunta el documentocontemporáneo de donde saco esta noticia, que el interés que despertó elcaso fué extraordinario, publicándose del suceso muchos romancespopulares.

EL INCENDIO DE "EL COLISEO"

Entre los años de triste memoria para los aficionados sevillanos al artede Talía lo fué él de 1620, pues en él se incendió y destruyóse porcompleto el famoso corral de el Coliseo, donde tan célebresrepresentantes trabajaron y que tan favorecido era por el público denuestra población.

Habíase acordado la construcción del Coliseo hacia 1601 por la ciudad,estando á cargo de la dirección de las obras el maestro mayor Juan deOviedo, terminándose el edificio, que era el mejor que de su clase hastaentonces había tenido Sevilla, en 1607, llevándose en él á caboimportantes reformas por los años de 1614.

La compañía de Cristóbal Ortiz y los hermanos Valencianos trabajaban ámediados de 1620 en el Coliseo, con gran satisfacción de todos, cuandovino á poner súbitamente término al regocijo, la catástrofe ocurrida eljueves 25 de julio.

Aquella tarde representábase una comedia de Andrés de Claramontetitulada San Onofre ó el rey de los desiertos, la cual había obtenidogran éxito y era muy celebrada por todos.

Tocaba la obra á su término, á las ocho de la noche, cuando súbitamentecorrió la voz de que en el coliseo se había declarado un incendio, elcual empezó porque una bujía prendió fuego en una de las simuladas nubesde papel y tela.

No se acudió á tiempo por los dependientes de la escena y conextraordinaria rapidez levantóse la llama, que llegó hasta el techo, elcual pronto comenzó á arder, causando el asombro, la confusión y laangustia en el público y en los comediantes.

Una

Relación

contemporánea

del

suceso

que

se

conserva

en

la

BibliotecaColombina, y que debió ser escrita por un testigo ocular, dice al llegará este punto:

«El humo, la confusión, voces y llantos, particularmente de las mujeres,fué tan grande, que unas se arrojaban de las ventanas, otras de loscorredores y otras caían desmayadas, medio muertas; fué mucho mayor eldaño que la turbación les causó, que el que el mismo fuego les pudierahacer, si advertidamente y con orden fueran saliendo; pero como el miedode la muerte no da lugar á estos discursos, cayendo unas y tropezandootras en las caídas, empezaron juntamente con el humo á subir al cielolas voces y quejas de los que se ahogaban sin remedio, como las de losque faltándoles ya las mujeres, ya los maridos, ya los hijos, ya losparientes y amigos, juzgaban el peligro en que quedaban aunque estabanya fuera. No perdieron la ocasión los ladrones antes más animados decodicia que de lástima, hubo algunos tan atrevidos que se entrarondentro del Corral, antes que el fuego estuviese apoderado de todo; yviendo las mujeres en el estado que se ha dicho, en lugar de sacarlasdel peligro, les quitaban las joyas y lo que podían; llegando lainhumanidad á tanto, que me afirman que (la verdad tenga su lugar)algunos las acababan de ahogar para robarlas más á su sabor, sin que áesto pudieran dar remedio los que lo veían, cuyo peligro propio no dabalugar á cuidar del ajeno.»

Cuantos esfuerzos se hacían por todos para atajar el incendio resultabanentonces inútiles: en vano trabajaban los que estaban á salvo por acudiral remedio y en vano se echaba mano de cuantos medios se disponíanentonces en aquellos desgraciados casos.

Desde gran distancia se veían las llamas, denotando las grandesproporciones del incendio, y la noticia corrió rápidamente por laciudad, acudiendo á la calle de los Alcázares y á la Encarnación lasautoridades y multitud de personas, ya movidas por curiosidad ó por elinterés que les inspirara la suerte de los espectadores.

El Asistente, que lo era á la sazón el conde de Peñaranda, puede decirseque en aquellos difíciles momentos no estuvo ni tardo, ni desacertado ensus medidas, así como los tenientes y el alguacil mayor que lesecundaron.

«Dividieron—escribe D. José Sánchez Arjona—en dos cuadrillas, losalbañiles, peones y demás gente que acudió á prestar auxilio; la primeradedicada á salvar las personas que había aún dentro del corral y lasegunda á derribar las casas que confinaban con el coliseo, lograndoaislar y dominar el incendio que duró hasta las tres de la mañana deldía 26, no quedando en pié más que las cuatro paredes y el cuarto de lapuerta de la calle.»

Grandes fueron las pérdidas que aquella catástrofe produjo, y en la que,según los datos, perecieron unas veinte personas, en su mayoría mujeresy niños pequeños, que ni tuvieron medios de ponerse en salvo, ni huboocasión de acudir á tiempo en su auxilio.

Un detalle para terminar: de los actores, según la relación, pudierontodos librarse de las llamas, y de uno de ellos dice: «El que hacía lafigura de San Onofre salió casi desnudo, con una mata de yedra porpaños menores, y los muchachos le siguieron dándole ¡Vaya! hasta sucasa, que estaba lejos.»

LA MADRE CATALINA

Y MAESTRO VILLALPANDO

Escribir la historia detallada de lo que fué la secta de los alumbrados en Sevilla durante los siglos XVI y XVII, sería trazar elmás interesante cuadro que retratase con toda verdad uno de los aspectosmás gráficos de la sociedad de aquellos tiempos, que no era en verdadmodelo de virtudes, de religiosidad, y de pureza de costumbres.

Pero como de nada sirve querer desfigurar la historia, el estudio de losdocumentos, papeles y antigüedades viene á destruir la dorada leyenda,dando á conocer con toda la realidad lo que fueron nuestros antepasados,que vivieron en todo el esplendor de la monarquía absoluta.

Casi á mediados del siglo XVI, la secta de los alumbrados, de la quefueron fundadores dos sacerdotes, Chamizo y Alvarez, en unión de otrosvarios presbíteros más, apareció en Sevilla, siendo su propagaciónrapidísima; y como quiera que la Inquisición anduvo algo tardía enintervenir en el asunto, cundió de tal modo, que beatas, frailes,clérigos y personas relacionadas con el elemento eclesiástico, seinfestaron á cientos de la doctrina.

Era esta una absurda mezcla de misticismo y sexualidad de supersticiónfanática y despreocupación; valiéndose de lo sobrenatural para cometerlos actos de la más desenfrenada lujuria y del más refinado placermaterial.

Un autor, tan poco sospechoso como Menéndez Pelayo, ha escrito estaslíneas, explicando la herejía de los alumbrados.

«La doctrina que afectaban profesar se reducía á recomendar á sussecuaces larga oración y meditación sobre las llagas de CristoCrucificado, de la cual oración, hecha del modo que ellos aconsejaban,venían á resultar movimiento del sentido, gruesos y sensibles, ardoren la cara, sudor y desmayos, dolor de corazón y movimientoslibidinosos, que aquellos infames llamaban derretirse en amor de Dios.Una vez alcanzado el éxtasis, el alumbrado se tornaba impecable y leera lícita toda acción cometida en tal estado... Las afiliadas de lasecta vestían de beatas con toca y sayal pardo. Andaban siempre absortasen la supuesta contemplación, mortecinas y descoloridas, y sentían unardor terrible que las quemaba, unos saltos y ahíncos en el corazón quelas atormentaba, y una rabia y molimiento en todos sus huesos y miembrosque las tenía desatinadas y descoyuntadas..... El padre Alvarez lescertificaba que aquello era efecto y gracia del Espíritu Santo; yllevando al último extremo la profanación y el sacrilegio, comulgabadiariamente á sus beatas con varias hostias y partículas, diciéndolesque mientras más Formas, más gracia, y que no duraba la gracia en elalma más de cuanto duraban las especies sacramentales

La lista de los alumbrados sevillanos sería interminable, y en grannúmero salían en los autos de fe, y aunque de todos en completo seignoran los nombres y las circunstancias de sus procesos, de muchísimosexisten noticias anteriores bien detalladas.

Estas noticias, por las cuales se viene en conocimiento de lo que erauna parte de la población de Sevilla entonces, son en extremo curiosas ydignas de ser recordadas, máxime cuando el mayor número de los alumbrados pertenecían al sexo bello y eran, además, jóvenes y bienparecidas.

No he de relatar en detalles casos de alumbrados y alumbradas jóvenes, pero solo recordaré uno que produjo gran escándalo é hizo lacomidilla en la población, siendo los protagonistas del suceso la beatacarmelita Catalina de Jesús y el clérigo Juan de Villalpando.

La tal beata era natural de Linares, y de joven tenía su residencia enSevilla, donde se tocó de la herejía, y el maestro Villalpando, quehabía nacido en Garachino (Tenerife) llegó también de mozo á la capitalde Andalucía, trabando ambos estrecha amistad, que llegó á ser, por suslocuras, de las más peligrosas.

La beata y el clérigo fueron los fundadores de una congregación de alumbrados, compuesta de hombres y mujeres que, hacia 1620, comenzaroná reunirse en lugares apropósito, y en los cuales se entregaban á lasprácticas á que acostumbraban los de la secta.

Aquellas reuniones llegaron á ser en extremo numerosas y animadas, y áellas asistían infinidad de personas, la mayoría embaucadas por la madreCatalina y por el maestro, que para ello tenían, sin duda, especialesdotes.

Las heréticas prácticas de ellos y sus proposiciones, eran las de todoslos alumbrados, tales como las predicaciones contra el matrimonio; susdiversas opiniones sobre los mandamientos, la oración y otros actosreligiosos, según consta en la relación del proceso, de la beata y elclérigo:

Catalina de Jesús se averiguó que «se trataba regaladamente y seentretenía en comidas y cenas de conversación y de huelgas en el campocon clérigos, sus devotos; y que con uno, en particular, tenía tantacomunicación y amistad, que se estaba con ella todas las noches hastalas diez y las once, y muchas veces solos y á oscuras, y que él teníallave maestra de una puerta falsa de casa de las susodichas, por dondeentraba de noche y de madrugada, y que viniendo él de fuera de Sevilla ysaliendo de predicar iba á ver á la susodicha antes de entrar en sucasa, haciéndose sospechar que no era bueno su trato: y que ella apoyabay encarecía mucho la santidad del dicho clérigo y de otros sus devotospara acreditarlos; y de uno dijo que tenía oración en el sér de Dios, yotras cosas semejantes, de que fué testificada por 149 testigos, que sele dieron en publicación».

El maestro Villalpando, por su parte, «había tenido de muchos años muyparticular comunicación con una beata, á quien tenía por maestra yrendida la obediencia, á cuya casa acudía muy de ordinario de día y denoche, hasta muy tarde, á las diez y las once, donde lo hallaban cuandolo buscaban para salir á dar los Sacramentos á los enfermos de laparroquia donde era cura, y muchos ratos de la noche estaba con ella sinel menor escrúpulo á oscuras, y entraba en la dicha casa de noche y demadrugada por una puerta falsa con llave que él tenía de ella, y quetenía retratos de la dicha beata, unos pintados, otros de talla, enbarro, y los abonaba y encarecía, diciendo que los había hecho portenerla por mujer muy santa».

Las reuniones de alumbrados que la madre Catalina y el clérigopresidían, fueron ya tan frecuentes, y las deshonestidades tantas, queal fin y á la postre, cuando las cosas habían llegado al escándalo yeran muchas las mujeres seducidas por ambos, la inquisición tomó cartasen el asunto y los dos fueron presos, terminando allí y viniendo átierra todas sus reuniones y conventículos.

En el proceso formado á la beata y su amigo, se pusieron en claro todoslos particulares que eran menester, y ambos, en unión de diez reos más,salieron en el auto de fe que se celebró en San Pablo en el último díade Febrero de 1627, y del cual se lee en la Relación que existe en laBiblioteca Colombina, reproducida por don Joaquín Guichot.

«El deseo que el pueblo tenía de saber la resolución que se tomaba enlas causas del Maestro Juan de Villalpando y de Catalina de Jesús,que habían sido presos por este Santo Oficio muchos días había, lo movióde manera que con ser este Auto particular, vino á ser el más solemne yde mayor concurso de gente, así de la ciudad como forastera, que jamásse ha visto en otro; pues con ser muy grande la distancia que hay desdelas casas del Santo Oficio hasta el dicho convento y la Iglesia de él,que es de las mayores de esta ciudad, hubo gran dificultad en pasar lospresos y el acompañamiento del Santo Oficio por las calles y en entraren dicha Iglesia, según todo estaba ocupado de gente que se habíaprevenido y tomado lugar desde la media noche.»

La madre Catalina fué condenada á estar reclusa seis años en un conventoú hospital, á rezar todos los días de su vida el rosario, á confesar conquien la Inquisición le señalase y á ayunar todos los viernes,ordenándose también «que se cogiera por edictos públicos cualesquieracosa de su persona ó vestidos que se hallan dado por reliquias ócualquier retrato suyo y todos sus escritos de molde ó de mano.»

En cuanto al maestro Villalpando, se retractó en público de las veinte ydos proposiciones que le fueron