Algo de Todo by Juan Valera - HTML preview

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Si la empresa no fuera imposible, nadie mejor que él, de un siglo a estaparte, hubiera podido realizarla en Europa. Veamos qué prendas tenía,con qué elementos contaba, y examinemos luego la obra misma, el FAUSTO,donde pretendió realizar su descomunal y titánico propósito.

Goethe no es poeta sólo: es el escritor por excelencia. Se comprende,sin que por eso se apruebe, que Emerson, suponiendo un alma suprema, aquien representa en el mundo, en diversas y elevadas funciones, ciertonúmero de varones egregios, haga de Platón el filósofo, de Montaigne elescéptico, de Napoleón el hombre de acción, y el escritor de Goethe.

La mente de Goethe era terso y mágico espejo, donde se reflejaban elmundo visible y el invisible, la naturaleza y la historia, lo real y loideal, con brillantez y claridad no comunes. Y no era espejo meramentepasivo, sino que ordenaba las imágenes y representaciones, las iluminabadel modo más artístico, y hacía que unas resaltasen más y otras seperdiesen o desvaneciesen en los últimos términos del cuadro, segúnconvenía a la evidente demostración de la verdad o a la aparicióncelestial y limpia de la belleza.

Sabio a par que poeta, toda inspiración suya va precedida, moderada ytemplada por la reflexión. Su anhelo constante de la verdad, hace que aveces se le pueda tildar de indiferente y frío; pero la serenidad no leabandona nunca.

Sin fe viva en nada sobrenatural, fijo y concreto, no es fácil que seeleve Goethe a superiores esferas, a no ser por el ordenado empuje delentendimiento discursivo. Tal vez no percibe la unidad soberana; tal vezno es hondo en él el sentimiento moral, tal vez las más nobles cuerdasfaltan a su lira. Escritores mucho más pobres de ingenio, tienen acentosmás penetrantes y tocan y hieren mejor el alma humana. Pero Goethe seadelanta a los demás poetas de su época y aun a no pocos de las pasadas,porque todo lo comprende y de todo se vale hábilmente para su poesía.Sus últimas creaciones parecen el resultado de ochenta años deobservación y de estudio. Hechos inconexos, doctrinas, experimentos yespeculaciones; todo se baraja y se agrupa con cierto orden en torno deuna idea capital: la equivalencia de los tiempos; la afirmación de quelas desventajas de una época existen sólo para los espíritus débiles yenfermizos; la negación de que nuestra edad sea la edad de la razón porcontraposición a la edad de la fe; y el convencimiento de que la fe y larazón viven en perpetuo sincronismo; de que la poesía y la prosa de lavida se compenetran y funden; de que el mundo es joven y la humanidadcasi niña; y de que los patriarcas, videntes y profetas, se entiendencon nosotros, a través de las edades, y nos saludan y nos alargan lamano, y nos animan a tener confianza y a escribir nuevas Biblias y aunir la tierra con el cielo.

Como se ve, Goethe no era un creyente, si por creyente entendemos el quecree en religión determinada; pero distaba mucho de ser un escéptico.Nos inclinamos a afirmar que era optimista, como casi todos los grandespensadores alemanes, desde Leibnitz hasta que aparecen Schopenhauer yHartmann. Y en lo tocante a la bondad del espíritu del siglo, no ya decreyente, sino de apóstol conviene calificarle.

Añádase a lo dicho otra condición esencial de su mente, que Emersonseñala muy bien, y que el mismo Goethe patentiza con complacencia en Poesía y Verdad, que es su autobiografía. Para Goethe la vida vale máscomo teoría que como práctica. La especulación es más noble y altofin que la acción. Hasta la acción, por lo que más significa y vale esporque la especulación vuelve sobre ella y la toma por objeto. ¿De quéserviría, de qué valdría todo este Universo; a qué la pompa de losastros, la armonía de las esferas, la armonía de las plantas y de losanimales, los sucesos de la Historia, la vocación de las razas, lafundación y destrucción de los Imperios, las pasiones, los bienes y losmales, los amores y los odios, si no hubiese una inteligencia que locomprendiese todo, que lo pintase en su centro, y hasta que loreprodujese con más primor, orden, sentido y hermosura, que ello tienede por sí?

Esto pensaba Goethe, escritor por todos los poros, y en este pensar,hasta nuestros propios actos, faltas, extravíos, dolores y miserias, sonobjetos de la teoría.

Proceden del mencionado concepto, que la gente, por lo común, forma deGoethe, raras acusaciones y defensas no menos raras.

Se supone que hay ciencias y artes, cuyas perfecciones y cultivorequieren terribles experimentos. Se cuenta de algún pintor que se hizobandido y asesino para estudiar bien como mueren violentamente loshombres; de cirujanos y naturalistas que, a fin de profundizar losmisterios del vivir y del morir, cometieron crueles anatomías ydisecciones en personas vivas; y aún del médico Vesalius que,aprovechándose de su valimiento y privanza con el Sultán Amurates,lograba que a menudo cortasen cabezas humanas delante de él paraenterarse a fondo de la contracción de los músculos, de los rápidosestertores de la agonía y en cierto modo de cómo se desprende elprincipio vital del cuerpo que está animando.

Se nos antoja que gracias a Dios, tales estudios experimentales no hande ser muy necesarios para que nadie adelante en su oficio; pero si lofuesen, si a tanta costa hubiera de ganarse la maestría, valdría másquedarse de simple oficial o de aprendiz que llegar a maestro.

Como quiera que ello sea, no nos atrevemos a creer que Goethe, aunque nopor medios tan sanguinarios, se complaciese en causar dolores, enexcitar sentimientos tiernos y fervorosos y en pagarlos mal luego, enatormentar a algunas mujeres sencillas y enamoradas, y en otras lindezasdel mismo orden, a fin de estudiar bien en la naturaleza losinfortunios, las angustias, la desesperación y hasta la muerte porcorazón destrozado, que luego había de describir en sus más simpáticasheroínas.

No nos incumbe escribir aquí la vida de Goethe; pero de seguro que, bienestudiada y escrita, no había de dar motivo ni pretexto para tan duraacusación.

Por otra parte, aunque la bondad o maldad moral sea independiente de losescritos, esto es sólo en cierto grado y de cierta manera. Ladiferencia, por ejemplo, entre el héroe o el mártir y el poeta que lecanta, está en que el uno tiene constante y perpetua voluntad, y elotro quizás no la tiene.

Figurémonos que tal poeta se echa a temblar si ve una espada desnuda yhasta se asusta de un ratón; y todavía, si describe y representa conhondo sentir y con verdadera expresión al mártir o al héroe, hemos decreerle capaz de heroicidad y de martirio. Es mártir o héroe, si noperpetuo, fugitivo y momentáneo, pues si no lo fuera, sería mentirosa yvana su poesía, y toda persona de buen gusto la rechazaría como serechaza la moneda falsa.

Inferimos de lo expuesto, que aun creyendo lo peor de un buen poeta,sólo podremos creer que peque por debilidad y no por maldad. Quiensiente y expresa lo bueno, lo noble, lo heroico y lo santo, puede serdébil, pero nunca será impío, ni cruel, ni vil, ni perverso.

Para quien esto escribe, la prueba crítica del valer estético de unaobra de poesía, implica un certificado de valer moral para el autor. Ola poesía es mala o no es malo el autor de la poesía. Lo que dijo delorador el preceptista hispano-latino, un autor griego lo dijo del poeta:que había de ser ante todo bacón bueno.

Pero no todos ponen por condición indispensable en el buen poeta labondad moral; y así, cuando no acusan a Goethe de duro y sin entrañas,le acusan de egoísta en grado superlativo: sostienen que todo losacrificaba al cultivo de la propia inteligencia, a su serenidad yolímpico reposo, mirándose a sí mismo como objeto preciosísimo queexigía el más cuidadoso esmero.

La defensa que hacen algunos de Goethe en este punto, es peor que laacusación.

Presupone una doctrina más absurda que la de aquellos quecreen que para adelantar en ciertos oficios se necesitan terriblesexperimentos. Es doctrina semejante a otra que está en moda, y queconsiste en afirmar que esto que llamamos genio es una enfermedad queproviene del mal de alguna entraña, o de la atrofia de todo un aparato,a espensas del cual se desarrolla el cerebro, o de alguna perturbaciónde todo o parte de nuestro organismo. Afirman, pues, que el genio escomo una divinidad que reside en el alma de quien le posee, y a cuyoculto y manifestación debe el poseedor consagrar su vida y sacrificarlotodo: amistad y amor de las mujeres, patriotismo y ley moral. Así lossingulares defensores de Goethe a quien aludimos, suponen que el poetasacrificó nobles afecciones y hasta sagrados deberes; pero, lejos decondenarle, le encomian por ello. Su genio lo exigía, de suerte, quetodos los egoísmos, frialdad de corazón e ingratitudes, que atribuyen alpoeta, se convierten en un remedo del sacrificio de Abraham, si bienhecho al genio, Dios implacable y que no ceja como Jehová, salvando aIsaac y contentándose con un cordero.

Lo cómico de esta apología no la salva de lo peligroso. ¡Pues no faltabamás sino que bastase ser genio, o creérselo, para no cumplir con lasobligaciones, ponerse por cima de todo precepto y de toda Ley, desechardel corazón todo santo y puro entusiasmo, y hacerse un egoísta frío yrepugnante, añadiendo a todo ello la insolencia de asegurar que se esasí por devoción y sacrificio costoso al genio mismo, y que más bienque censura, se merece admiración, alabanza y pasmo!

Lo juicioso es creer lo contrario: que lo que el genio pide para suculto, educación y manifestación, es la virtud y las bellas pasiones yel verdadero sacrificio. Y esto no es afirmar que hayan sido santostodos los hombres calificados de genios, sino que fueron genios, noa causa de sus egoísmos, mezquindades y miserias, y sí, a pesar de todosestos vicios, porque si no los hubieran tenido, no sólo hubieran validomás como personas morales, sino como genios.

Por último, la defensa, a más de ser sofística, es inútil para Goethe,en quien no vemos esas malas cualidades que le suponen, convirtiéndolasen buenas o cohonestándolas por la inmoral doctrina del culto del genio.

Goethe nada hizo para lograr su elevación y su privanza con el duqueCarlos Augusto de Gemirá, quien le amó tanto como Goethe pudo amarle, yle admiró y le lisonjeó más de lo que el gran poeta le lisonjeaba. En lacorte de aquel amable príncipe, Goethe, más que cortesano, parecía elpríncipe, el genio a quien todos servían y adoraban. Tan alta posiciónno le ensoberbeció nunca, y se valió de ella para hacer bien a no pocaspersonas, y singularmente a otros sabios, literatos y poetas, con nobleemulación a veces, con envidia nunca. La misma amistad profunda ydurable, que Goethe supo inspirar a multitud de personas,compartiéndola, prueba que había calor y ternura en su alma. Por muchoque se sepa, por elevadas que sean las prendas del entendimiento, no seganan así las voluntades cuando no se tiene corazón. El cariño que supoinspirar a Gleim, a Herder, a Wieland, a Merch, a Kestner y a tantosotros, prueba que Goethe era digno moralmente de aquel cariño y capaz desentirle. De su devoción y celo en el servicio del príncipe dantestimonio los escritos privados y los documentos oficiales en que dichopríncipe habla de él. El amor fraternal con que Goethe se unió aSchiller; el influjo benéfico que ejerció en él; el mayor y más altoinflujo que Schiller, por repetidas confesiones de Goethe mismo, ejercióen su alma; las Xenias, que escribieron juntos; las más bellas obrasdel uno y del otro, que mutuamente se consultaban, se corregían y hastase inspiraban, prueban que Goethe no era egoísta, o al menos, que si loera, era el más amable y excelente de los egoístas.

En sus amores, hay que atender a la nada severa moralidad de la época enque vivía.

Y aun así, lo único censurable es el abandono de FedericaBrion, cuya apoteosis hizo luego el poeta en la Clara de Egmont, enambas Marías de Clavijo y de Goetz, en la Mignon de WilchemMeister, y en la Margarita de Fausto. Pero la verdadera apoteosis deFederica y la defensa de Goethe las hizo ella misma, cuando rehusó lamano de Reinhold Lenz, diciendo que «La que había sido amada por Goetheno podía pertenecer a otro hombre»; y cuando, más tarde, estando yaGoethe en la cumbre de su gloria, decía ella a los que la compadecían:«Era muy grande para mí, estaba llamado a muy altos destinos: yo notenía derecho a apoderarme de su existencia.» Palabras de santaresignación y de amor a toda prueba, que ennoblecen a Federica, pero quedan a la vez claro testimonio de que Goethe no fue tan malo; no destrozóduramente aquel corazón, donde dejó tan sublime concepto de sí propio ytan dulce recuerdo.

Contra la soñada impasibilidad de Goethe protestan otros amores, ysingularmente los que le inspiró Carlota Buff.

No se mató por ella; pero Werther fue el precio de su rescate y de suvida. La poesía le libró. Aquella tremenda y apasionada novela, por másque en Goethe esté siempre el poeta objetivo, que se pone fuera de suobra, que juzga y sentencia a sus personajes sin compartir susextravíos, que los mueve quedando él inmóvil, como el primer Cielo muevelas otras esferas, contiene también en su protagonista al otro Goethe,apasionado y vehemente, que el Goethe crítico y severo logró parar alborde del abismo.

En otras relaciones amistosas o amorosas con mujeres, muestra siempreGoethe pasión y no cálculo; fuego y no frialdad; ternura y no egoísmo.La mujer del profesor Boehme le censuraba sus juveniles composiciones,las enmendaba y podaba sin piedad, y le convencía al cabo de que eranmalas y hacía que él las quemase. ¿Qué poder y que autoridad no debeejercer una mujer sobre un poeta para obligarle a tamaño sacrificio?Catalina Schönkopf rompió con Goethe, no por la frialdad sino porque laatormentaba con celos. Ana Isabel Sohönmann inspira a Goethe las lindascomposiciones A Lilí y tal vez es ella quien le deja. A la Baronesa deStein rindió Goethe un culto espiritual de amistad y de estimación, y,ya en todo el goce de su celebridad la hizo juez del mérito de sus obrase inspiradora de algunas. Por último, si Goethe se apasionó de CristianaVolpius, y vivió con ella en unión inmoral y escandalosa, enmendó alcabo la falta, casándose. Su idea del amor, unido al deber, de la vidasanta y respetable del hogar, y de todo lo bello que pueda encerrarse endos existencias humildes y honradas, queda para siempre en el más purode los idilios, en su poema Hermann y Dorotea, donde nos dejóasimismo la expresión sincera de su amor a la patria alemana, duramentehumillada entonces por las conquistas napoleónicas.

Ya hemos dicho que no nos incumbe escribir aquí la vida de Goethe. Bastelo apuntado rápidamente para desvanecer infundadas censuras.

Que él diese culto a su clara inteligencia y a sus otras facultades, nose debe censurar sino aplaudir. Es un deber cuidar de los talentos queDios nos confía. Lo contrario, el no ganar nada por ellos o eldisiparlos malamente, es una ingratitud y un abuso de confianza.

Goethe supo cumplir con este deber que sus prendas intelectualesrequerían. Su insaciable y siempre despierta curiosidad le llevó aestudiarlo y a aprenderlo todo: bellas artes, literatura de cuantospueblos la han tenido o la tienen, ciencias naturales, teología,filosofía y hasta magia y otras ciencias ocultas. Su mente se enriqueciócon todo linaje de conocimientos.

Y no estudió y aprendió solamente en los libros, sino en el seno de lanaturaleza y en la revuelta corriente de la vida humana.

Su larga vida, su actividad infatigable, su inexhausta fecundidad hacenque el conjunto de sus obras sea grandísimo y variado. Fue poeta lírico,épico, dramático y didáctico, novelista, filósofo, botánico, zoólogo,filólogo, autor de cartas y de memorias, de obras de estética y dearqueología, y apenas parece que haya materia sobre la cual no dejasealgo escrito. Los naturalistas le colocarán siempre en muy elevado lugaral escribir los anales de su ciencia; y los filósofos, al redactar lahistoria de la suya, no pueden ni deben olvidarle.

Goethe siguió con honda penetración y con vivo interés el granmovimiento filosófico, que se verificó en Alemania durante su vida.Conservando su independencia, se apropió ideas de unos y de otros, segúnse adaptaban más a la índole de su pensamiento, pero coordinándolas enél, y poniéndoles el sello singular de su persona.

Sobre el deslumbrante hechizo de todo nuevo sistema, desde Kant hastaHegel, puso Goethe su alto espíritu crítico, su juicioso escepticismo unmal llamado sentido común, porque más bien era raro y exquisito,ciertas teorías leibnizianas, y un arraigado sentimiento religioso quejamás lo abandonó en época de tanta incredulidad, y de tantafermentación y florecimiento de metafísicas nuevas.

Goethe creía en Dios; pero su inclinación natural le llevaba a buscarle,no en el centro del alma, sino derramando el alma en la naturaleza,donde Dios se le revelaba.

Era, pues, más teósofo que místico. Asípropendía más hacia las doctrinas de Bruno, de Espinosa, y de Schelling,que hacia las de Fichte; pero, del mismo modo que no se dejó llevarjamás del sensualismo, hasta pensar que la realidad de las cosas y laimpresión que causan en nosotros pueden dar ser a la ciencia, tampoco susentido común consintió nunca en dar crédito a la creación de lo realpor lo ideal. Admite ambos elementos, y vagamente los concierta en unmétodo que llama empirismo intelectual, donde la intuición ejerce eloficio de la observación del sensualista y de la especulación delidealista.

Hegel atrae y repugna a la vez a nuestro poeta. Le enamora el eternodesenvolvimiento de la idea, y su conciencia rechaza el cambio perpetuo,y el pensamiento de que provenga ya nazca lo más de lo menos, loconsciente de lo inconsciente, el ser del no ser. Para afirmar en sumente la existencia de un Dios personal y de la inmortalidad del alma,vuelve con amor a las monadas de Leibnitz.

Dios le parece la monadaeterna e infinita. El alma humana, una monada superior e indestructible,aunque limitada.

La moral de Goethe es poco severa, mas no por relajación, sino porbondad propia, y por firme creencia en la bondad divina y en la flaquezahumana. El Dios de Goethe es blando, indulgente y benigno, y a veceshace casi un mérito del error en el hombre que yerra, porque yerra elque aspira.

Pacífico, amante del orden, enemigo de la grosería, toda revoluciónparece a Goethe un acontecimiento pavoroso. Los horrores de Francia leindignan y aterran.

Y sin embargo, este conservador, este amigo de los poderes legítimos yjustos, tiene fe en la libertad y en el progreso, y comprende larebelión contra la tiranía y no cree en la duración de ningún gobiernotiránico y violento.

Su sed de religión es grande y perpetua. Se crea una religión natural yno le basta.

Sin fe en el Cristianismo, sueña con nueva religiónpositiva. Tal vez se finge monadas intermedias entre las que son almashumanas y la que es Dios; y en estas monadas ve genios, espírituselementales, demiurgos, inteligencias misteriosas ya ocultas, quemueven los astros, que dan vida a las plantas, que son la naturalezamisma con personalidad y conciencia. A veces se inclina Goethe por estasenda a un neo-platonismo flamante y a un paganismo espiritualizado; aveces vuelve con ansia de fe a la doctrina de Cristo y leefervorosamente los Evangelios y los libros devotos.

Sus doctrinas sobre estética, de acuerdo con su filosofía fundamental vcon la natural condición de su espíritu, tienen no escaso valer en lahistoria de esta ciencia nueva, y preparan la gran reforma y eldesenvolvimiento que Schiller llevó a cabo, bajo los auspicios ysiguiendo las huellas de Kant.

Diderot y Winkelmann son los dos autores que más influjo ejercen en lasteorías de Goethe sobre el arte, y que más relación tienen con ellas.Goethe debe más, no obstante, a su propio sentir y pensar, iluminados,desde su viaje a Italia, por la inteligente y fervorosa contemplación delos tesoros artísticos que en aquel hermoso y privilegiado país seconservan.

Goethe, que en un principio había sido romántico, como el romanticismose entendía entonces en su nación, y como lo muestran sus dos obrascapitales escritas antes de ir a Italia, el Werther y el Goetz deBerlichingen, volvió de allí completamente clásico, aunque clásico asu manera, y no con el clasicismo sensualista de los franceses. Suclasicismo es un término medio entre el de moda en Francia, y el nuevoromanticismo alemán, si bien informado por más altas ideas, que no lehacen transacción, sino síntesis.

No quiere Goethe la mera imitación, ni tampoco la fantasía pura y libre,sino ambas facultades enlazadas, de cada uno de cuyos ejercicios naceuna manera, mientras que de la unión de ambos procede el estilo. Alque imita solo, le llama imitador, al que inventa sin imitar, fantasmista. El artista y el poeta verdaderos, son los que inventanimitando. Lo característico, que debe entrar en toda obra de arte, loda la imitación: es como el esqueleto, la trama o el cañamazo de laobra; y la vida, los músculos, la sangre, el color, el bordado, vienenluego por la fantasía. De la combinación de estas cosas nace la belleza.Artista minucioso, dibujante seco y mezquino es el que imita sólo: autorde informes bosquejos el que sólo fantasea: la perfección estriba enfantasear y copiar a la vez.

En la naturaleza está la beldad difusa, mezclada y en germen; estátambién como prurito, como anhelo de realizarse cada vez más limpia ycompletamente.

De ella debe extraerla el artista, escogiendo lo mejor y apartando lofeo; pero, aun dada esta operación de extraer, la belleza no se crea,sino se encarna e individualiza en una forma sensible. La aspiración delartista y del poeta es lo ideal, pero ideal que debe ser individual almismo tiempo. El fin del arte es representar el todo en uno, y expresarlo infinito en forma finita.

Goethe rechaza, en virtud de esta doctrina, la doctrina, la división,entonces tan en moda del arte en cristiano y pagano. Para él no hay másque un arte, cuyo fondo, cuya sustancia, por infinita y sublime quequiera suponerse, debe entrar y ajustarse, con número y medida, yexactitud y precisión, dentro de una forma limitada e individua.

La imitación busca a través de las cosas la idea primordial, la ideamadre, que en ellas se realiza impuramente, y que debe en el arterealizarse con mayor pureza. En este sentido es lo artístico superior alo natural. Lo es también, porque de lo artístico se aparta todo loimpertinente y lo insignificante que en la naturaleza está mezclado.

Porlo demás, para Goethe el arte tiene su fin propio: la creación de labelleza. Bien es verdad que en esta creación va implicado un fin, moraly social, utilísimo y benéfico: lo que llamó Aristóteles la purificaciónde las pasiones: lo que Goethe llama el rescate, la redención o lalibertad.

Es evidente que lo característico, lo que se toma por imitación de lanaturaleza, puede y suele ser pasión dolorosa, acción llena de tumulto yde pena, algo que en la realidad lastima, hiere, mata o aflige, en vezde causar deleite. El arte, al reproducirlo y trasformarlo, cambia encontentamiento la amargura, y encalma la desesperación.

Así el terror yla piedad se vuelven gustosos sentimientos, llenos de inefable dulzura.Este cambio se debe al principio suavizante de la belleza; a lagracia, a la simetría, orden y medida de la forma. De aquí que, paraGoethe, el tipo ideal del arte en estatuaría, no fuese el Apolo, sino elLaoconte, donde el dolor, la compasión, y el espanto, están suavizadospor la gracia divina de la belleza, hasta el punto de trocarse ensoberano y tranquilo deleite.

Con arreglo a este principio, Goethe se libertaba de sus pasionesdesgraciadas, de los recuerdos que más pesar le traían, de los deseosque más le atormentaban y hasta de sus remordimientos, tomándolos porobjeto de su observación, haciéndolos asunto de su imitación, buscandoen ellos lo característico, y acudiendo luego con la poderosa fantasíaa bordar sobre aquella traza primera un poema, una leyenda o un drama;una obra de poesía, que le dejaba consolado y libre, y que debía ejercersobre los demás hombres el mismo benéfico influjo que sobre él ejercía.

En este sentido bien pudo asegurar y aseguró Goethe que todas sus obrasde imaginación eran como fragmentos de sus confesiones. Fue, pues, poeta subjetivo, si se atiende a que, por declaración propia, no hay unasola de sus fábulas que no forme parte de su autobiografía; y objetivo,por que él mismo se ponía como objeto de su observación, y, con otro independiente, creaba la obra, juzgaba y condenaba a sus héroes, yabsolvía al cabo o consolaba al menos con el bálsamo celestial, con elcalmante maravilloso de la beldad poética. Esta virtud consoladora ypurificadora del arte se logra hermoseando o sublimando, cuando elobjeto, la pasión o la acción, se prestan a ser sublimados ohermoseados. Cuando no se prestan, el arte tiene otro recurso: lo cómicoo lo ridículo. Así, por ejemplo, un dolor de vientre o de muelas, lasimplicidad que se deja engañar, el miedo, el no tener dinerosuficiente, las enfermedades, el ser feo o canijo y otras cosas por elmismo orden, no tienen más poesía, ni más consuelo que la risa, mientrasno pasan de cierto grado inferior. Cuando pasan de dicho grado, y tocanen lo trágico, son malas representaciones artísticas, porque sonpasiones, defectos y dolores impurificables que no se hermosean.

Noproducen ya lo cómico, ni menos lo patético, sino lo deforme y lorepugnante y asqueroso; realismo deplorable de que hoy padecen el dramay la novela. Nada más contrario a la verdadera poesía que el hambriento,el mendigo, el tísico o el jorobado.

Estas son impurezas de lo real, queni en la poesía trágica ni en la cómica pueden hallar consuelo. Búsqueseel consuelo en la caridad, y el remedio en la ciencia, hasta donde fuereposible.

Tal, en resumen, fue el hombre, y tales las prendas principales delhombre que concibió y produjo el poema de FAUSTO.

La idea de FAUSTO le acompañó siempre: fue la mayor preocupación de suvida. Su realización completa comprende también su vida toda. En suprimera mocedad Goethe empieza a escribir el FAUSTO; en su extremavejez, ya de ochenta años, es cuando le termina, o mejor dicho, no letermina: aun después de su muerte deja pedazos, paralipomenos, que alFAUSTO pertenecen, que son la parte póstuma del gran poema.

La misma energía de Goethe para desprenderse de sus personajes, aunquelos saque de su propio ser y para apasionarlos y moverlos, permaneciendoél impasible y sereno, le hizo preferir al poema narrativo, una formamás objetiva, perfecta e impersonal aún: el drama. En el drama elpoeta desvanece por completo su personalidad. Los personajes sólosienten, padecen, se mueven y llevan a término la acción.

Dramas comprensivos, como las epopeyas de que hablamos al empezar, sehabían dado ya en la historia de la poesía. ¿Qué otra cosa era elPrometeo de Esquilo, que el mismo Goethe trató de escribir de nuevo ydel que escribió en efecto trozos notables?

Además, prescindiendo de lasdificultades materiales; contando para tramoyista y pintor escenógrafocon una exuberante y voladora imaginación; construyendo en el seno delespacio sin límites un teatro ideal, donde quepan cielo, infierno ycreación entera, y proporcionándose una compañía de comediantes, dondehaya ángeles, diablos, ondinas, sílfides, Oberon, Titania, Ariel, diosesdel Olimpo, dioses subterráneos, todos los bienaventurados de la cortecelestial, el Padre Eterno, la Virgen María, brujas, monos y gatos, yhasta estrellas, ríos, montes, y terremotos que hablen y accionen, elestrecho cuadro dramático se ensan