Aguas Fuertes by Armando Palacio Valdés - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

III
LA CASA DE FIERAS

No sé de cuándo data la institución de que quiero dar cuenta: es posibleque haya nacido bajo el gobierno paternal del señor Moyano, aunque no loafirmo. Antes de ponerme a escribir acerca de ella, quizá debieraexaminar algunos documentos referentes a su erección y desenvolvimiento,a fin de que las futuras generaciones, cuando lean el presente estudio,sepan a quién deben las fieras el piadoso hospital que hoy disfrutan.Prefiero, no obstante, improvisar algunas cuartillas, que caerán fuerade los dominios de la ciencia histórica, hacia la cual me siento antesde almorzar poco inclinado.

A unas cien varas del estanque grande se alza el famoso hospicio dondeun gobierno atento a las necesidades morales de sus contribuyentes hacolocado media docena de bestias feroces y veinte o treinta micos, conel objeto de recrear y al propio tiempo vigorizar a la guarnición deMadrid. Así como los cisnes del estanque reciben sus emolumentos paradespertar en los indígenas ideas bucólicas y sentimientos pastoriles,las alimañas de la Casa de fieras han venido adrede de los desiertos deÁfrica para infundir en la clase de tropa la ferocidad que suele perderen el trato íntimo de criadas y costureras. Y es de admirar realmente elacierto que ha presidido a la elección de estos terribles animales y conqué esmero se han procurado utilizar sus diversas aptitudes. Porejemplo, a nadie puede caber duda de que el león ha sido traído paradespertar en el corazón de los espectadores la nobleza y la bravura,como el leopardo la fiereza, el lobo la rapidez, la hiena la crueldad,el mono la astucia y el oso la calma. La española infantería, alrecorrer por las tardes en la grata compañía de sus patronas las jaulasdel establecimiento, se siente regenerada y dispuesta a habérselas contodo linaje de republicanos feroces y dañinos, mansos o amansados.

Las fieras, como es lógico, conocen de vista a todos los reclutas de laguarnición, y no sólo a los reclutas, sino a sus parientes y amigos. Elmejor obsequio que se puede hacer a un forastero después de beber unascopas de ron y marrasquino, es llevarle a la Casa de fieras y pasearleun buen rato en torno de la jaula de los micos. «Anda, anda, queGrabiel bien se divierte por allá por Madrid… no se esté concudiao por él, tía Rosa… toa la tarde se la pasa mira que te miraa los micos en un sitio que llaman la Casa de fieras, que le digo, asíDios me salve, que no hay otra cosa que ver en Madrid.»

El soldado español es, además de bizarro, sufrido, frugal, pundonoroso,etc., etc., chispeante en el pensamiento y ático en la frase. Nadie loha puesto en duda. Pues bien; esta sal y este aticismo con que lanaturaleza dotó a nuestro ejército, y muy singularmente al arma deinfantería, se aumenta en un cincuenta por ciento lo menos cuando paseapor los jardines de la Casa de fieras. En aquellos amenos parajes,delante de la jaula del león africano, o del tigre de Bengala, o deltití de las Indias, es donde el regocijado ingenio de nuestros quintosderrama los tesoros de su gracia; allí donde se escuchan las frasesespirituales, los dichos agudos; allí donde revientan los epigramasacerados, los discretos razonamientos. Parado frente a la jaula delleopardo, que duerme tranquilo en un rincón, el quinto suele decirle entono de zumba:—«¡Anda tú, dormidor! ¿No te cansas de dormir, tuno?¿Estás a gusto, eh gran ladrón?»—Pasa inmediatamente a la del león yvierte sobre él otra granizada de chistes.—«¡Miale, miale, qué bocaabre el cochino! ¿Nos almorzarías de buena gana, verdad? Pues amigo,pacencia y llamar a Cachano, que toos semos hijos de Dios. Manolo,arrepara qué melenas; ¡paecen los pelos del tío Farruco!»

El recluta se hincha en tales ocasiones porque tiene público: en pos deél hay siempre media docena de robustas criadas de la Alcarria que leescuchan embelesadas y le siguen con afán. ¡Cómo se desternillan derisa! ¡Cómo paladean los chistes del donoso soldado! Nadie penetra comoellas el sentido íntimo de sus frases, ni puede apreciar tan bien ladelicadeza nerviosa de su humorismo. Entre el recluta y las criadas seengendra inmediatamente una misteriosa corriente de simpatía, mediantela que el fondo poético de sus corazones y todos los dulces pensamientosy vagas aspiraciones de su espíritu se confunden. El recluta siente enel occipucio los ojos de las alcarreñas que le excitan a mostrarse cadavez más agudo y espiritual, y éstas advierten con inocente alegría queaquel derroche de gracia y de ingenio no es otra cosa que un fervorosohomenaje de adoración que el gentil recluta les dedica. Allá, a la horadel crepúsculo, cuando las nieblas descienden al fondo de los valles yel céfiro pliega sus alas sobre las flores, Manolo suele pegar untremendo empujón a su amigo Grabiel que le hace caer sobre el grupo decriadas, las cuales reciben el golpe como una manifestación de respeto ygalantería. A partir del empujón, entre reclutas y criadas se estableceuna amistad inalterable. Y la ferocidad que el ejército ha ganado por unlado la pierde inmediatamente por otro, viniendo abajo de esta suerte laobra paternal de la Administración.

Antes de dar por terminado este artículo, necesito delatar a laCorporación municipal un abuso que redunda en menoscabo del país ydescrédito de la importante institución en que me estoy ocupando. Pormuy sensible que me sea el decirlo, es lo cierto que las fieras delMunicipio no cumplen debidamente con su cometido. ¿Para qué han sidotraídos estos animales de los desiertos de África y Asia a costa de milsacrificios pecuniarios? Ya hemos dicho que para infundir energía yvigorizar al pueblo y al ejército. Pues bien; yo no sé cómo han llenadosu deber en los primeros tiempos: mas actualmente puedo decir que estánmuy lejos de desempeñarlo con la exactitud y el celo apetecidos. En vezde mostrar una actitud imponente que sobrecoja y atemorice el ánimo, envez de rugir y echar centellas por los ojos, y sacudir las rejas de lajaula con el aparato del que quiere saltar fuera y devorar en un credoa todos los espectadores, se pasan la mayor parte del día en letargovergonzoso, tirados en un rincón como objetos inanimados, sin que lasexcitaciones del respetable público logren hacerles menear siquiera lacola. Cuando por casualidad se les encuentra de pie, no hacen otra cosaque pasear tranquilamente por la celda sin desplegar ninguna especie deferocidad, como un poeta lírico que estuviese meditando algún sonetoenrevesado para la Ilustración Española y Americana: cuando abren laboca y estiran las garras, nunca es en son de amenaza, sino paradesperezarse groseramente; y si tal vez que otra les da la humorada derugir, lo hacen con tanta delicadeza, que más que de devorarlos, pareceque tratan de enterarse de la salud de los espectadores.

Es necesario cortar este abuso. ¿Cómo? Buscando el origen y destruyendola causa. El origen de tal apatía y negligencia por parte de estosanimales no puede ser otro que el no dárseles el sustento necesario. Lasbestias de la Casa de fieras pertenecen a la clase docente, y como elprofesorado en general, están muy mal retribuidas: tienen los huesossalientes, el pellejo arrugado, el aspecto miserable y triste. Unprofesor amigo mío (que también tiene los huesos salientes y el pellejoarrugado), me decía no ha mucho tiempo que él no enseñaba más cienciaque la equivalente a los catorce mil reales que le daban. Las fierasdeben de seguir el mismo sistema. Auménteseles, pues, el sueldo, déseleslas piltrafas suficientes, y el Ayuntamiento verá sus cátedras deenergía y ferocidad perfectamente desempeñadas.