Aguas Fuertes by Armando Palacio Valdés - HTML preview

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EL ÚLTIMO BOHEMIO

No hace todavía dos años que pasando por la Carrera de San Jerónimo dicon un amigo periodista, que me dijo al tiempo de saludarme:—Vaya ustedpor la calle de Sevilla y verá V. a Pelayo del Castillo acostado en laacera.

Había oído hablar muchísimo de este personaje y tenía la cabeza llena desus extravagancias y proezas tabernarias: había visto en los teatros unapieza suya titulada El que nace para ochavo, no desprovistaenteramente de gracia: no quise, pues, perder la ocasión de conocerle. Alos pocos pasos encontré a Urbano González Serrano, conocido seguramentede todos mis lectores, y le invité a venir conmigo, lo que aceptó congusto. Ambos nos dirigimos al lugar que me habían designado, o sea, laacera de la calle de Sevilla colocada en el sitio de los recientesderribos, donde tumbado boca arriba, con la cabeza apoyada en una piedray expuesto a los rigores del sol, vimos a un mendigo sucio ydesarrapado. ¡Cómo se nos había de ocurrir que aquel hombre fuese Pelayodel Castillo! Tenía la cabeza enteramente descubierta y llena de greñas,el rostro encendido, el cuerpo envuelto en un andrajo que parecía elresiduo de una capa, los pies metidos en dos cosas asquerosas que enotro tiempo habían sido alpargatas.

Todo nos volvíamos mirar a un lado y a otro explorando la calle en buscade nuestro literato, sin lograr hallarle. Al fin nuestros ojos seencontraron y le pregunté recelosamente designando al mendigo:

—¿Será ese?

—¡Imposible!—replicó Serrano.

No obstante, en la frente de aquel hombre había algo que no suele verseen las de los braceros; era una frente degradada, pero era una frentedonde se había pensado. Insistí en que lo averiguásemos, y acercándonosa él, Serrano le sacudió levemente:

—Oiga V….. ¿es V. D. Pelayo del Castillo?

El mendigo se incorporó lentamente y restregándose los ojos yabriéndolos con dificultad a causa de la gran irritación de lospárpados, contestó mal humorado:

—No señor, yo no soy ese Pelayo del Castillo.

Serrano se quedó un instante suspenso. Los dos comprendimos, sinembargo, que era él.

—¿De veras no es V. Pelayo del Castillo?

—No señor.

Después de comunicarnos en voz baja nuestra opinión contraria, sacamoscada cual una moneda del bolsillo.

—Tome V.

—No señor—repuso rechazándolas con la mano y el gesto—yo no puedoaceptar eso….. yo no les conozco a ustedes.

—Somos dos aficionados a las letras; tome V.

Con algún trabajo hicimos que al fin las aceptase. Levantando entoncesla cabeza que tenía doblada sobre el pecho, nos preguntó.

—¿A quién debo dar las gracias?…

—Nuestros nombres no importan nada: somos dos amigos de la literatura:quede V. con Dios.

Y nos alejamos apresuradamente mientras él repetía esforzando la voz.

—Gracias, caballeros… yo quisiera saber…

A los pocos pasos volví la cara. Estaba mirando las monedas. Al verle deaquella suerte, sentado en el suelo, cubierto de andrajos y la cabezadesnuda al sol, me sentí conmovido. ¡Será posible que ese desdichado seaun literato; que haya escuchado los aplausos del público y alternado conlos hombres más distinguidos de España! Y en aquel instante se meocurrió escribir algo acerca del estado en que se hallan los literatos yartistas en nuestra nación. Celebro no haberlo hecho, porque desdeentonces hasta ahora se han modificado bastante mis opiniones en esteasunto.

Impresionado por el espectáculo que acababa de presenciar, no pude menosde dirigir in mente amargas recriminaciones a la patria que dejaperecer de hambre a todo el que se dedica al cultivo de las letras y lasartes y ensalza y pone sobre su cabeza a cualquier necio que se engolfaen la política sin más equipaje que su desvergüenza. Algo, y aun muchode esto, es verdad; pero no es toda la verdad. Para resolver un problemaes necesario examinarlo en todos sus aspectos.

Primeramente, la nuestra, es una nación de diez y seis millones dehabitantes: por lo mismo, es absurdo pretender que el literato que vivedel público, sea aquí remunerado como en Francia o Inglaterra, donde lapoblación es más del doble. A más de ser el número de lectores menor enabsoluto, lo es también relativamente: si en Francia leen diez por cadaciento, en España no lee siquiera uno, entre otras razones, porque nosaben, y es fuerza, por lo tanto, que este uno o este medio por cientoeche sobre sus hombros la carga de alimentar a todos los que con razón osin ella nos dedicamos a escribir para el público. Harto hace, a mientender, con ayudarnos a vivir modestamente: no le pidamos hoteles,coches y alfombras como en Francia o Inglaterra porque no puededárnoslos.

Claro es que el número insignificante de lectores depende del atraso delpaís, del detestable gobierno que nos ha regido, nos rige y nos regirá,de la influencia venenosa de la política y de otras mil causasenumeradas a la continua en libros y en periódicos. Aquí está la partede culpa de la nación, que realmente no es menuda.

Mas también los artistas y literatos ayudan con su conducta al estadomiserable en que se hallan. En España se ha entendido hasta ahora que elpoeta o el artista es un ser mitad humano mitad angélico a quien nosientan bien los deberes y hábitos exigidos a los demás hombres. Todohombre debe trabajar para ganarse el sustento; pues el literato no. Todohombre debe ser previsor y separar de lo que gana una parte para mañana;pues el literato está exento de tal carga. Pasar la vida holgando ytomar la pluma en los momentos de inspiración (que no suelen venirprecisamente cuando se está ayuno); vender los productos del ingenio alprimer editor usurero con quien se tropieza; gastarse el dineroalegremente en un día y pasar el resto del mes viviendo del crédito, sies que lo hay; tal ha sido hasta la fecha el proceder de la mayor partede nuestros literatos. En algo se han de distinguir los seres inspiradosde los que no lo son.

Y si esta era la conducta de los grandes ingenios, de los hombres máseminentes, calcúlese cuál sería la de los adocenados, los que nopudiendo elevarse hasta ellos por la belleza de las obras imitan su vidaexterior y hasta pretenden oscurecerla (y a veces lo consiguen) pormedio de enormes extravagancias y atrocidades. Hubo una época en que labohemia invadió toda la literatura. Para ser literato era preciso nosólo ser un perdulario sino afectarlo; vivir a la ventura, no pagar a lapatrona (este era el artículo primero del código bohemio), dormiralgunas veces al aire libre, rodar noche y día por los cafés, pedirdinero a todo el mundo con resolución de no devolverlo, ponerse lascamisas y las botas de los amigos, dar mico al sastre, jugar,emborracharse, etc., etc. Los que tenían gracia solían emplearla enestas cosas y se hacían célebres. Todavía se cuentan con entusiasmo laspasadas que a sus patronas, sastres y zapateros han jugado algunosescritores de menor cuantía, y hay quien les admira por ellas más quepor sus obras: quizá tengan razón, porque estos literatos tan chistosospara no pagar, no solían serlo tanto para escribir.

De la falange de los bohemios, que repito comprende la mayor parte delos escritores que han parecido de treinta o cuarenta años a esta parte,algunos, muy pocos por supuesto, han conseguido inmortalizarse con susescritos; otros abandonando la literatura se han hecho personas formalesy han entrado en la política o los negocios: éstos son los que mejor hanlibrado; pero uno que otro, o más viciosos o más soberbios o menos aptoshan persistido con extraña tenacidad en su vida aventurera y en suscostumbres abyectas que los han conducido rápidamente a un abismo dedegradación. El representante genuino de estos últimos, el másempedernido, el que gozaba de más notoriedad era Pelayo del Castillo,fallecido recientemente en el hospital. Este desgraciado fue víctima desu indolencia y de sus vicios, pero en parte también de las ideasdominantes en su tiempo acerca del papel que en el mundo debe elliterato representar. Si en vez de celebrarse como chistes los vicios,el desaseo, la desvergüenza y el desarreglo de las costumbres, seconsideraran como graves y repugnantes defectos, ni éste ni otrosdesdichados hubiesen llegado a tal extremo de miseria. Nada hay tanfunesto como presentar al hombre un ideal que no esté de acuerdo con lospreceptos de la virtud y halague al propio tiempo sus malaspropensiones.

Por fortuna el ideal ha desaparecido y sus representantes no tardarán endesaparecer. El literato ya no pide a la sociedad privilegios inmorales:es un hombre que debe trabajar como los demás y sacar el mejor partidoposible de sus productos. Si no puede vivir de la pluma, porque enEspaña no existan todavía medios de remunerarle cumplidamente, debealternar sus ocupaciones literarias con otras de diversa índole. Sipuede vivir, aunque sea modestamente, debe trabajar diariamente comocualquier otro obrero. Claro es que no se le han de exigir las mismashoras de trabajo que a un covachuelista, porque el del escritor es másintenso; pero se marcará las que sin detrimento de la salud puedallenar. La teoría de la inspiración es falsa y ridícula: la inspiraciónacude delante de las cuartillas y de los libros, no en las mesas de loscafés ni en las salas de juego: cuando no gusta lo que se ha escrito, serompe y se escribe de nuevo preparándose convenientemente con el estudioy la meditación; pero no se van a buscar ideas a la ruleta.

Hay ejemplos irrecusables que comprueban la verdad de lo que acabo demanifestar. El hombre más inspirado del siglo XIX, Víctor Hugo, elinmortal autor de las Hojas de Otoño, trabaja diariamente un númerocrecido de horas. Balzac, el coloso que rivaliza con él, trabajó más quenadie en el mundo. Ni uno ni otro han necesitado esperar la inspiraciónjugando a las siete y media. No obstante, es fuerza declarar que parahacer lo que estos hombres, además de su ingenio soberano, se necesitaun gran vigor corporal que pocos poseen: mas a nadie se le pide sino loque puede ejecutar buenamente. En España tenemos dos ejemplosnotabilísimos: uno es el del primero de los oradores contemporáneos, D.Emilio Castelar, el cual se puede decir que trabaja de la salida a lapuesta del sol como el último obrero, haciendo sudar a todas las prensasdel orbe y atendiendo al propio tiempo a sus tareas políticas: es de laraza de los atletas como Víctor Hugo y Balzac. Otro es el ilustrenovelista D. Benito Pérez Galdós, embebido noche y día en un intensotrabajo literario, aprovechando todos los momentos de la existencia parapreparar y escribir sus obras inmortales.

Abandonemos, pues, para siempre el romanticismo bohemio, plaga denuestra literatura, que degrada al escritor y lo pone a merced de losintrigantes políticos y de los especuladores avaros. El literatonecesita independencia, un relativo bienestar y sosiego para entregarsea su trabajo, el cual de esta suerte se hace leve y ameno. Nada meaflige tanto como ver a un hombre ilustre y respetado en la república delas letras, arrastrarse a los pies de cualquier político estólido endemanda de un destino o una pensión: me parece que aún subsiste aqueldoloroso estado del tiempo de Cervantes, en que los literatos eran losdomésticos de los magnates; aún peor hoy, pues que tienen que adular alos que han sido sus compañeros, a quienes han aventajado siempre en eltalento, y que por dedicarse a la política, maltrechos quizá en laliteratura, ocupan altas posiciones y otorgan mercedes.

Pero si todavía es poco lisonjera la situación del escritor en España,en el horizonte se divisan ya señales de un nuevo y mejor estado. Dealgunos años a esta parte ha mejorado notablemente el aspecto económicode las letras: ya los autores o poetas que abastecen el teatro, puedenvivir de sus obras, y dentro de algunos años tal vez los que escribenlibros y artículos puedan hacer lo mismo. Se fundan casas editorialesserias y acaudaladas en sustitución de los editores sórdidos e ineptosque antes se lucraban con la miseria del escritor; muchos literatosadministran sus obras con acierto, otros se hacen pagar dignamente, ycasi han desaparecido los necios que por verse en letras de moldeescriben de balde. En este respecto, preciso es confesar que lapoblación de España que más está haciendo para procurar independencia alliterato, beneficiando sus obras con habilidad en la península,explotando los mercados de América para nosotros cerrados hasta ahora yarriesgando fuertes capitales en este negocio, es Barcelona. Siguiendode tal suerte, y si Madrid no trabaja algo más en pro de las artes y lasletras patrias, barrunto que pronto será Barcelona el centro intelectualde España.