Aguas Fuertes by Armando Palacio Valdés - HTML preview

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LOS MOSQUITOS LÍRICOS
I

Emilio Zola sostiene que los poetas líricos de ahora son pajaritos quecantan en el árbol de Víctor Hugo. Es la pura verdad. Carduci, Núñez deArce, Copee, Sully Prudhome, Campoamor y otros pocos no hacen más queglosar con dulzura el canto sublime del titán del siglo XIX, reflejar laluz gloriosa del astro que se está acostando entre vivas y esplendorosasllamaradas.

Los grandes poetas gozan el privilegio de fundar ciclos donde van areunirse los que cierta misteriosa simpatía y una evidente semejanza enla manera de sentir y pensar arrastra hacia ellos. Sin remontarnos atiempos antiguos, y fijándonos solamente en la época moderna, saltan ala vista ejemplos. Ahí está Goethe con su brillante falange de poetasalegres, serenos, razonadores y sensibles. Ahí está Byron con sunumeroso cortejo de desgraciados, a quienes el mundo no comprende, almasdoloridas, corazones que destilan sangre y versos lacrimosos. Y porúltimo, vivo está todavía, por dicha nuestra, el egregio autor de lasOrientales y la Hojas de Otoño, y viva también una gran parte de susdiscípulos, cuyos trinos y gorjeos escucha el mundo con placer.

Ni quiere decir esto que la circunstancia de estar comprendidos en unciclo, prive a los poetas de originalidad. No hablamos aquí, ni valierala pena de que hablásemos, de aquellos que rastrean servilmente la pistadel maestro para posar sus pies en las huellas que va dejando, porque nomerecen los tales nombre de poetas. Hacemos referencia tan sólo a losque, recibiendo impulso y dirección de algún ingenio extraordinario,caminan solos y sin andadores, representando cada cual dentro del cicloun brillante color de los muchos en que la luz de la poesía puededescomponerse. Los que hemos citado más arriba pertenecen a ese número.Son poetas, por privilegio, de nacimiento, pero han nacido bajo lainfluencia de un astro que aún resplandece sobre el horizonte, y nopueden sustraerse a ella. Esto no les quita ningún mérito. Todos losobjetos hermosos que existen en el mundo necesitan absolutamente la luzdel sol, y, sin embargo, ¿quién se acuerda de éste al contemplar subelleza? Además, en el firmamento las estrellas con luz refleja aparecentan bellas como las que la tienen propia. Algunas veces, cuando losastros de primera magnitud brillan muy lejos, no ostentan tantahermosura como otros más pequeños y cercanos; bien así como tal o cualpoeta de la antigüedad, con ser mucho más grande, no nos produce laimpresión viva y profunda que otros modernos de importancia secundaria,pero que participan de nuestra manera de sentir y pensar, y lareflejan.

Adviértase también que los ingenios extraordinarios que comunicanmovimiento y señalan derrotero a un período literario, los que JuanPablo Richter denomina genios activos, son o han sido muy pocos en elmundo. La mayor parte de los poetas que admiramos y nos deleitanpertenecen a la categoría de los que el mismo crítico llama geniospasivos, si bien, a nuestro entender, incluye en este número a algunosque merecen ser colocados entre los primeros, como Rousseau y Schiller.

Dejemos, pues, sentado que nos gustan todos los pájaros, ruiseñores,canarios, malvises y jilgueros que cantan en el árbol de que nos hablaZola. ¡Ojalá nos fuera permitido pasar la vida reclinados dulcementebajo su frondosa copa escuchándolos! Pero todo el mundo se empeña enaconsejarle a uno que trabaje. Apenas nos distraemos un poquito con susgorjeos, cuando nos dice la voz de cualquier fiscal municipal o jefe desección: «¡Hola! ¿Versitos, eh? ¡Vaya una gana que tiene V. de perder eltiempo!»

Y no es eso lo peor. Debajo del árbol no se disfruta tampoco la paz ysosiego necesarios. Los mosquitos y moscones, las arañas, los cínifes ybichos de todo linaje no dejan un instante de atormentarle a uno con suzumbido cuando no con sus pinchazos. Excuso decir que me refiero a lanube de poetastros de todos sexos, edades y condiciones que, paraescarmiento de pícaros, existe en la capital.