Aguas Fuertes by Armando Palacio Valdés - HTML preview

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LA CASTELLANA

La acera de Recoletos termina en la plaza de Colón. A la derecha seencuentra la casa donde se fabrican las pocas pesetas buenas que hay enEspaña. A la izquierda está la que proporciona las pocas novelas bellas;la casa de D. Benito Pérez Galdós. Todos los españoles saben lo primero:muy pocos somos los que tenemos noticia de lo segundo. Pero los que losabemos—dicho sea para nuestra honra y prez—solemos mirar con másatención a la izquierda que a la derecha. Al cabo, las monedas que sefabrican en aquel gran edificio de ladrillos irán como esclavas sumisasa procurar deleites a los poderosos, a halagar sus torpes pasiones y susvicios, mientras las novelas que se escriben en aquel alto y silenciosodespacho, vendrán a posarse delante de nuestros ojos dándonos algunosinstantes de placer honrado, elevando nuestro espíritu yesclareciéndolo.

La inmensa mayoría, casi la totalidad de los hombres, guardaconsideración y respeto a los ricos sólo por el hecho de serlo. Losgrandes escritores sólo lo infunden cuando ejercen un cargo oficial. Y,no obstante, el rico es un hombre que trabaja y se afana únicamente paraproporcionarse goces, de los cuales no nos hace, bien seguro,partícipes, mientras el escritor se priva de los suyos, gasta susfuerzas, enferma del estómago o la cabeza y acorta su vida paraprocurarnos deleite y cultura. Después, se da por satisfecho con unestipendio parecido al de un albañil y con que le digamos: «¡Amigo, québonito libro ha escrito usted!»

El paseo de la Castellana, que sigue a la plaza de Colón, consiste enuna amplia carretera para los caballeros y dos caminos estrechos a loslados para los peones. Hace unos cuantos años estaba concurridísimo porlas tardes: la carretera se henchía de carruajes y los caminos de gentedistinguida y ordinaria. Hoy apenas va nadie hacia allí porque está ala moda el Retiro. Sin embargo, bien puede asegurarse sin temor aengaño, que llegará un día en que la Castellana recobre su antiguoesplendor: al cabo de los años mil, vuelven los coches por donde solíanir.

En los buenos tiempos de la Castellana observábase un fenómeno queatestigua bien claramente de la exquisita delicadeza de sentimientos quesuele existir en nuestra sociedad distinguida. Como no había gentebastante para llenar los dos caminos que ciñen la carretera, acaecía queel paseo se fijaba en uno de ellos. Pues bien, las jóvenes distinguidasno pudiendo soportar, como es natural, el contacto de otras jóvenesmenos distinguidas, empezaban a desertar del paseo acostumbrado yéndosepor pelotones al otro camino. Desde allí, irguiendo la noble cabeza,miraban, al través de la red de carruajes, desfilar a sus enemigasnaturales por el paseo de enfrente. Que en esta mirada se advertía unsoberano desdén no hay para qué decirlo, y que este desdén se hallabaperfectamente justificado, tampoco creo necesario demostrarlo. ¿Cómo hade sufrir con paciencia, verbigracia, la hija de un auxiliar de la clasede primeros, que la de uno de la clase de cuartos pasee y disfrute de lavista del mundo en el mismo paraje que ella? Claro está que todos somoshermanos, pero no hay más remedio que atender un poco a los escalafonesque de vez en cuando publica el ministerio de la Gobernación, pues paraalgo se publican. Además, este deseo de separarse de la muchedumbre ydel vulgo, señala en quien lo siente un espíritu fino y superior ytemperamento aristocrático.

Sucedía, no obstante, que este temperamento o abundaba en demasía o sefalsificaba, como todas las cosas buenas, pues es lo cierto que unastras otras, con más o menos disimulo, todas las niñas del caminodespreciado se iban pasando al camino despreciador, quedando aquél alcabo de algún tiempo totalmente desierto. Entonces las jóvenes delverdadero y genuino temperamento aristocrático se comunicaban, no sé enqué forma, sus impresiones dolorosas, y una tarde, cuando menos sepensaba, enderezaban el paso, arrastradas por altos sentimientos, alcamino abandonado, donde permanecían hasta que de nuevo se veíanmolestadas y tornaban a ejecutar graciosamente la idéntica maniobra.Cuando la Castellana vuelva a ser lo que antes, el paseo más concurridode Madrid, confiamos en que se repetirá este fenómeno consolador hijo deuna noble altivez, sin la cual no es posible el refinamiento de lascostumbres ni el progreso de los pueblos.

Aunque solitario, o porque lo esté quizá, el paseo no deja de ofreceratractivos, sobre todo para los melancólicos. No es frondoso y quebradocomo el Retiro, ni presenta variación de ninguna clase; es una línearecta que se prolonga indefinidamente con cierta severidad clásica ymunicipal convidando a los graves y tranquilos sentimientos. La línearecta tiene también sus encantos, por más que yo prefiera la curva, comoya he tenido el honor de decir en tres distintas ocasiones. De noche,las dos hileras de faroles colocadas a entrambos lados de la carretera,ofrecen una perspectiva muy bella: son dos cintas paralelas y luminosasque van a perderse en un fondo oscuro, donde una imaginación viva puedeforjar, selvas dilatadas, abismos inmensurables o un desierto poblado demonstruos. No sé hasta qué punto la comisión de alumbrado público hahecho bien en buscar este nuevo aliciente para excitar la fantasía delvecindario. Sin embargo, fuerza es confesar que en esta ocasión hasabido herirla de un modo delicado y útil, revelando lo infinito pormedio de una misteriosa e indefinida sucesión de faroles.

Adornando los flancos del paseo, álzanse un número considerable dehoteles y palacios de formas muy diversas, no siempre bellas, aunque sícaprichosas. Nuestros banqueros y contratistas de obras públicas noqueriendo, como es natural, pagar tributo a lo prosaico de lasconstrucciones modernas, han solicitado el concurso de las edades máspoéticas de la humanidad y de las comarcas más pintorescas para levantarsus viviendas suntuosas. Se encuentran allí, a poca distancia unos deotros, palacios egipcios, árabes, asirios, babilónicos, gallegos ycatalanes. Por regla general están rodeados de jardines que lanaturaleza, secundada eficazmente por las mangas de riego, ha poblado deflores y verdor. He pasado muchas veces por allí y jamás he visto anadie disfrutando de su amenidad, salvo los pájaros. Las ventanas de lospalacios tienen las persianas echadas y reina tal silencio en susinmediaciones, que cualquiera los creería deshabitados. Esto contribuyea despertar en la imaginación de los paseantes recuerdos o sueñosromancescos. Aquellos palacios deben de guardar seres bellos y felicesque se alejan del ruido de la corte a fin de paladear con mástranquilidad su dicha. El amor debe de ser el dios a quien se rindeculto en tales nidos tibios y suntuosos. Algunas veces al través de suspersianas he oído los dulces acordes de un piano. ¡Cuántas cosas bellascruzaron entonces por mi mente! ¡Cuántas novelas interesantes se mepresentaron de improviso!

Una mañana de primavera, impresionado por la reciente lectura de ciertanovela de Octavio Feuillet, iba paseando distraído por aquellossilenciosos lugares gozando de la frescura y aroma de los árboles y dela grata soledad que allí imperaba. De pronto, al pasar por delante deuno de los palacios, creí percibir rumor de voces en el jardín. Al finsorprendo a la enamorada pareja de este nido, me dije sonriendo; y conel corazón agitado y el paso cauteloso, me acerco a la verja revestidade una espesa cortina de madreselva y aplico el oído. Detrás del muro deverdura dos voces poco argentinas disputaban acaloradamente sobre elproyecto de conversión de la deuda.

Más allá de la Castellana se tropieza con el Hipódromo. Quisiera deciralgunas palabras acerca del Hipódromo, pero creo que aún no ha llegadola época de juzgar con verdadera imparcialidad esta nueva institución.Las grandes reformas necesitan algunos años para desenvolverse y dar elfruto que el legislador ha buscado. Juzgando hoy aquélla, temo incurriren errores y apasionamientos, de los cuales me arrepentiría ya tarde.