A Vuela Pluma Colección de Artículos Literarios y Políticos by Juan Valera - HTML preview

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los

españoles

triunfaron

porque

fueron

allí

comolibertadores, y ganaron en muchas partes la voluntad y el auxilio de losindios mal contentos, los cuales lograron sacudir así la tiranía másespantosa. Es probable que en Otumba hubiese del lado de Hernán Cortéstantos indios como en el ejército contrario. Y no sin razón nosauxiliaron, porque salieron ganando en todo. «Antes, como dice Gomara,pechaban el tercio de lo que cogían y si no pagaban eran reducidos á laesclavitud ó sacrificados á los ídolos; servían como bestias de carga yno había año en que no muriesen sacrificados á millares por susfanáticos sacerdotes». Después de la conquista, añade Gomara, «sonseñores de lo que tienen con tanta libertad que les daña. Pagan tanpocos tributos que viven holgando. Venden bien y mucho las obras y lasmanos. Nadie los fuerza á llevar cargas ni á trabajar. Viven bajo lajurisdicción de sus antiguos señores, y si éstos faltan, los indios seeligen señor nuevo y el rey de España confirma la elección. Así que,nadie piense que les quitasen los señoríos, las haciendas y la libertad,sino que Dios les hizo merced en ser de españoles, que loscristianizaron, y que los tratan y que los tienen ni más ni menos quedigo. Diéronles bestias de carga para que no se carguen, y de lana paraque se vistan; y de carne para que coman, ca que les faltaba.Mostráronles el uso del hierro y del candil, con que mejoran la vida.Hanles dado moneda para que sepan lo que compran y venden, lo que debeny lo que tienen. Hanles enseñado latín y ciencias, que vale más quecuanta plata y oro les tomaron. Porque con letras son verdaderamentehombres, y de la plata no se aprovechan mucho ni todos. Así que libraronbien en ser conquistados».

Yo entiendo que la cándida y sencilla apología que acabo de citar, bastapara prueba de cuán benéfico fué para los indios el triunfo de Españasobre ellos. Dicha sencilla y cándida apología vale más que lasdeclamaciones pomposas. Los hechos posteriores la confirman plenamente.Desde el Norte de Méjico hasta el extremo Sur de Chile y de la RepúblicaArgentina, sería fácil demostrar que en el día de hoy hay más indiosque hubo nunca y son más felices, mejores y más civilizados que jamás lofueron; que bajo el dominio de España los indios que se distinguían ó lomerecían podían ser cuanto se podía ser entonces en España; generales,arzobispos, duques, marqueses, y presidentes de tribunales; y que ahorapueden ser, y son á veces, presidentes de las Repúblicas. En los EstadosUnidos tal vez habrán sido más humanos con los indios. Pero yo no hevisto indios muy en auge en los Estados Unidos, ni que alguno de ellosfigure entre los personajes importantes, que por su riqueza, por suposición ó por su saber, influyen ni remotamente en el gobierno de lanación. Tal vez los indios de los Estados Unidos estén acorralados comoen España solemos tener toros bravos en una dehesa ó jabalíes en uncoto, mientras que los indios de las tierras que España y Portugalocuparon, ya presiden las Repúblicas como jefes supremos, ya brillancomo oradores en las asambleas legislativas, ya mandan ejércitos, yarecorren como diplomáticos las cortes de Europa, ya ganan fama yaplausos escribiendo en la lengua del pueblo que los conquistó elegantesé inspiradas poesías é interesantes libros en prosa, cuyo valer y méritosomos los primeros en reconocer nosotros los españoles, noescatimándoles la alabanza, sino complaciéndonos en darla, acaso y áveces más allá de lo justo.

Las tremendas acusaciones de Draper contra España están puestas en sulibro con mero intento teórico, á fin de que en su ramplona filosofíade la historia figuremos nosotros como un pueblo precito, y á fin deque, en el drama cuya acción es el desenvolvimiento de la inteligenciahumana y el paso de la edad de la fe á la edad de la razón, haga Españael papel más odioso. Pero en el día se renuevan y se exacerban estasacusaciones, no ya para filosofar, mas ó menos burdamente, sino parasacar muy duras consecuencias prácticas contra nosotros. En los EstadosUnidos escriben hoy muchos para denigrarnos como Draper escribía, siendolo más gracioso que todo lo que dicen contra nosotros es con el fin deensalzar á los cubanos y de afirmar que deben ser independientes ylibres. Acaso el más feroz de estos escritores anti-españoles sea uncierto Sr. Clarence King, que ha publicado en la revista The Forum unarticulo titulado ¿Ha de ser Cuba libre? Un amigo mío anglo-americanome envió hace un mes dicho artículo, excitándome á que le contestase yhasta brindándome con que insertaría mi contestación en una revista desu tierra.

Las acusaciones del Sr. Clarence King, son menos razonables aún que lasde Draper; pero como llevan el propósito de excitar en los EstadosUnidos el odio y el desprecio contra España y de favorecer á losrebeldes de Cuba, auxiliándolos y declarándolos beligerantes, creo quealgo conviene decir contestando al Sr. Clarence King, aunque la defensaque haga yo de España sea ligera, desenfadada y de broma, ya que elarticulo del Sr. Clarence King no merece refutación más seria ydetenida. Lo que diga yo sobre él será como remate y complemento de laimpugnación que la salida de tono y los anatemas de Draper contra Españame han inspirado.

Empezando ahora por contestar á la acusación que nos dirige el Sr.Clarence King de haber exterminado la población india de Cuba, que llegaá suponer se elevaba á un millón de almas, diré que parece imposible quecon seriedad se insinúe, ya que no se afirme, semejante disparate. Si ánosotros, fundándose en él, se nos dice: ¿Qué habéis hecho de ese millónde almas? ¿Caín, que has hecho de tu hermano?, con la misma razónpodemos suponer nosotros que, en la inmensa extensión de territorioocupado hoy por la gran república, había lo menos cuarenta millones deindios, y preguntar luego con voz fatídica: ¡Caínes! ¿qué habéis hechode ellos?

De todos modos, á mí no parecería razonable dirigirme á los inglesespidiéndoles cuenta de esos indios que han desaparecido. Se la pediría entodo caso á los que se han apoderado de sus bienes después de matarlos yviven hoy en el territorio que ellos tranquilamente poseían. Porque esabsurdo é irracional, suponiendo que gente de casta española mató á unmillón de indios para apoderarse de Cuba, simpatizar con los herederos ycon los que se aprovechan aún de la matanza y del robo, y condenar porese robo y por esa matanza á los españoles de por acá, que desde eldescubrimiento y la conquista de América hasta hoy no han hecho más quepredicar y legislar en favor de los indios.

Es cosa de risa citar á Hatuei, que dijo que preferiría ir al infierno áir al cielo con los españoles, para aplaudir á los descendientes de esosespañoles porque se rebelan contra otros españoles, que no sacaron elmenor provecho de la muerte de Hatuei ni le hicieron el menor agravio.Todo lo que dice el Sr. Clarence King acerca de esto vendría muy ápropósito si hubiese aún en Cuba descendientes de Hatuei y de sus indiosque apellidasen libertad y que pugnasen por arrojar de Cuba á losespañoles intrusos, lo mismo á Weyler, que á Maceo ó que á Máximo Gómez.

Otra no menos chistosa acusación del Sr. Clarence King contra nosotrosse funda en la esclavitud de los negros; sosteniendo que, acostumbradosnosotros á mandar esclavos, no sabemos mandar hombres libres. No parece,al leer esto, sino que en los Estados Unidos no hubo esclavitud nunca.Dice también el articulista que España se vió forzada á dar libertad ásus negros ¿Y quién le hizo tal fuerza? España dió la libertad de gradoy con gusto. Y los propietarios de los negros no se opusieron con lasarmas á esta libertad, si bien en Cuba era el darla más difícil, másperjudicial económicamente y más peligroso que en los Estados Unidos,aunque no fuese más que porque en Cuba la población negra era tannumerosa como la blanca. No fué, pues, en España, fué en los EstadosUnidos, ó al menos en mucha parte de ellos, donde se vieron forzadosá dar dicha libertad; donde tuvieron que tragarla á regañadientes, ydonde al que la dió, al libertador glorioso, no faltó quien en premio lematase de un tiro.

Por lo demás, la compasión hacia los negros esclavos acaso se pudieseprobar que ha sido más tardía que en nuestra raza en la razaanglo-sajona, que bastante tiempo ha sido negrera, y donde aún, en elpresente siglo, se inventan teorías tan filantrópicas y consoladoras,como la de Malthus y la del Struggle for life.

No en el día en que los españoles estamos harto abatidos, sino en losmomentos ó en los siglos en que preponderábamos en el mundo, se leocurrió á ningún español, que tuviera séquito y que valiera algo, elconsiderarse de una raza superior á las demás razas humanas, y eldespreciarlas y humillarlas. Ni cuando el Gran Capitán se enseñoreó deItalia arrojando á los franceses; ni después de Lepanto, de San Quintíny de Pavía; ni cuando en Trento prevalecieron nuestros teólogos yreformando la iglesia oponían fuerte valladar al protestantismo ytrataban de conservar la virtud que informaba y que unía la civilizacióneuropea; ni cuando desde principios del siglo XV, con tenacidadadmirable y con fe constante, agrandábamos experimentalmente el conceptode las cosas creadas, circunnavegando el planeta, cruzando maresincógnitos y tenebrosos y descubriendo nuevos mundos y nuevos cielos,jamás hemos menospreciado á las otras naciones ni las hemos tratado coninsolente orgullo, ni las hemos insultado como en el día se nos insulta.

A la verdad, ni ahora ni nunca habrá un solo español que rebaje lagloria de Lincoln; todos ensalzaremos esa gloria, pero alguna, aunquesea menor, nos toca colectivamente, porque dimos de buena voluntad y nopor fuerza libertad á los esclavos negros de Cuba; y alguna gloriatambién, anterior y á mi ver más clara y con algo de divino, nos tocapor haber sido de nuestra raza santos varonescomo Alonso de Sandoval yPedro Claver, que hicieron por los negros, en un siglo en que aún seignoraba hasta el nombre de filantropía, movidos de caridad cristiana,obras maravillosas por amor de Dios y de los negros de Africa.

Supone el Sr. Clarence King que en el carácter español (ya se entiendeque en el de los españoles peninsulares, pues en el de los cubanos,sobre todo si son rebeldes, ha de haber habido una transformacióndichosa), supone, digo, que en nuestro carácter persiste, en combinacióndiabólica, la crueldad pagana de Roma, reforzada y sublimada con ferozintensidad por la Inquisición. De aquí resulta que el más blando yhumano de nosotros es un Calígula-Torquemada. Y que á fin de evitar quesigamos haciendo atrocidades contra los pobrecitos é inofensivosinsurrectos, los Estados Unidos tienen el deber moral de reconocer labeligerancia de dichos señores que no talan, ni incendian, ni saquean,ni cometen atrocidad alguna.

Lo de la Inquisición es una cantaleta que nos están dando losextranjeros desde hace mucho tiempo, y que nos tiene ya tan aburridos,que casi justifica que algunos españoles se pongan fuera de sí y enapariencia se vuelvan locos, aunque sean sujetos de mucha madurez yjuicio. Así es que, sin duda por chiste y para lucir la agudeza de suingenio, alguien defienda la Inquisición todavía, como por ejemplo, lohace con mucha gracia el catedrático D. Juan Manuel Orti y Lara, el cualllega á exclamar: «¡Oh dichosas cadenas del Santo Oficio, que tanfuertemente sujetaban al monstruo de la herejía, que no le dejabanlibertad alguna para impedir á los ingenios españoles el vuelo quetomaron desde las alturas de la fe por las regiones del saber y de lapoesía!»

Claro está que el monstruo de la herejía, que hoy anda suelto en Españasin que la Inquisición le encadene, no impide al Sr. Orti y Lara quevuele por donde se le antoje y hasta que haga la apología de laInquisición. Pero yo no quiero ni puedo hacerla, y convendré con elseñor Clarence King en que la Inquisición era una infernal maquinariamuy á propósito para atormentar y matar á la gente. En lo que noconvengo con el Sr. Clarence King, sacando una consecuencia opuesta á lasuya y muy favorable á los españoles, es en que nosotros, poseedores dela maquinaria susodicha, hayamos atormentado y asesinado jurídicamente ámás personas que las atormentadas y asesinadas jurídicamente en no pocasnaciones extranjeras, donde tal vez y sin tal vez no hubo Inquisiciónnunca. Jamás la Inquisición de España se regaló ajusticiando víctimastan ilustres como Servet, Vanini y Bruno. Jamás la Inquisición de Españacondenó, sino que aplaudió, defendió y ensalzó á Copérnico, á Galileo yá otros sabios, á quienes en tierra donde no había Inquisicióncondenaban. Y en lo tocante á la muchedumbre de gente menuda, quemada,ahorcada ó muerta por otros medios á manos del fanatismo religioso, nadatienen que envidiarnos los pueblos más cultos que en el día hay enEuropa. Sólo de brujos y brujas, si hemos de creer á Michelet, enTréveris quemaron siete mil; pocos menos en Tolosa de Francia; enGinebra quinientos en tres meses; en Wurtzburgo, ochocientos de una solahornada, y mil quinientos en Bamberg. Convengamos en que jamás hubo enEspaña tan espléndidas y colosales chamusquinas. Y es lo más chistoso,si yo no recuerdo mal (porque no doy ahora para comprobarlo con unaHistoria de los Estados Unidos que contenga el periodo colonial), que enesos Estados se quemaron y se ajusticiaron también brujos y brujas conprofusión pasmosa. Por donde yo me inclino á sospechar que en toda laAmérica, dominada por España durante los sigos XVI y XVII, no hizo laInquisición tantas víctimas, contando judíos, mahometanos, y herejesrelapsos y hechiceros de todo linaje, como las víctimas que por sólo eldelito de brujería fueron sacrificadas en los Estados Unidos cuando aúneran colonias.

Otra de las razones que tiene el Sr. Clarence King para desear que Cubano sea española, es que Cuba es un paraíso muy fecundo y que en otrasmanos más trabajadoras y hábiles produciría mucho más. Este argumento,no obstante, no vale nada en favor de los cubanos. Es probable, es casiseguro que si los dejásemos en libertad, Cuba no prosperaría más de loque hoy prospera. Si prevaleciesen los negros, Cuba sería como Haití, ysi prevaleciesen los blancos y mulatos, Cuba sería como es SantoDomingo. Los cubanos, que de buena fe y de corazón estén con losrebeldes, si quieren entrever y columbrar el porvenir que siga á sutriunfo, bien pueden mirarse en el citado espejo. Harto lo comprenderáel señor Clarence King, coincidiendo con mi parecer; pero por ciertapúdica delicadeza no deja ver el fondo de su pensamiento. El fondo de supensamiento es que Cuba llegue á ser una estrella más en la bandera desu patria. Adiós entonces idioma, casta, sangre y linaje españoles en laIsla. En ella, al cabo de veinte ó treinta años ó de menos, no sehablaría más que inglés. Todo hombre de origen español desaparecería dela Isla más pronto que desaparecieron los indios cuando se apoderaron dela Isla los españoles.

¿Pero qué mal, qué daño, qué terribles ofensas hemos hecho los españolesde la Península á los españoles de Cuba, para que á ser unos connosotros prefieran algo á modo de suicidio colectivo?

Nada prueba menos que el exceso de prueba. Figurémonos que el Sr.Clarence King tiene razón; que los españoles no sabemos gobernarnos;que nuestra administración es absurda y corrompida. Con esto no probarásino una cosa: que si los cubanos toman muy á pecho su desgobierno, nodeben separarse de España, sino separarse de ellos mismos y ser otros delos que son, y convertirse, por ejemplo, en yankees. ¿En una nacióntan democrática como es y ha sido siempre la nuestra, qué diferenciapuede haber ni hubo nunca entre un español de Cuba ó un español, v. gr.,de Málaga, de Loja ó de Logroño? ¿Los que alternan, en España, en elpoder, con turno más ó menos pacifico, los Narváez, los Cánovas y losSagastas, ¿no pudieron ser cubanos? ¿Qué inferioridad hemos supuestonunca, ni por ley ni por costumbre, que exista entre un español de poracá y un español de por allá? La igualdad más perfecta entre todos losespañoles de la Península y de Ultramar ha sido proclamada siempre enleyes, pragmáticas, ordenanzas y decretos. Felipe II la proclamósolemnemente con palabras citadas por el mismo Sr. Clarence King. Siesta unidad legal existió bajo un poder absoluto, lo mismo era para lospeninsulares que para los cubanos, y estos últimos no podían pretenderentonces ser más libres que nosotros. Pero no bien hubo en España unaConstitución liberal, en 1812, la Asamblea que formó esta Constitucióndeclaró, adoptando la elevada idea de Felipe II, que la nación españolaes el conjunto de todos los españoles de ambos hemisferios. Laslibertades de que desde entonces debieron gozar los peninsulares lasdebieron gozar también los cubanos. No fué culpa nuestra que FernandoVII, el Deseado, diese al traste con todas esas libertades, no bienvolvió á España en 1814. Renacieron dichas libertades en 1820, envirtud, por desgracia, de un motín militar, que puede considerarse comoel pronunciamiento inicial en la larga serie de pronunciamientos quedespués ha habido. Y menos culpa nuestra es aún que, en 1823, así lospeninsulares como los cubanos, perdiésemos de nuevo las mencionadaslibertades, por obra de los cien mil hijos de San Luis, sostenidosmoralmente por la Santa Alianza, ó sea por Rusia, Prusia y Austria, conel beneplácito sin duda de la libre Inglaterra.

De cuantas crueldades y tiranías y de cuantas muestras de grosero,torcido y falso celo religioso hizo y dió entonces un partido fanáticopor el afán de extinguir en España la civilización moderna y deretroceder á una edad de ignorancia y barbarie, que jamás existió y fuécompletamente soñada, más culpa que dicho partido fanático y serviltuvieron la Santa Alianza, los franceses que ejecutaron sus órdenes ycasi toda Europa, abrumando con su peso al pueblo español y desatandolas manos de Fernando VII para que, en premio de haber peleado por sutrono, cargase á este pueblo de cadenas. Pero aun así, justo es confesarque los cubanos fueron los que menos padecieron, si es que algopadecieron, de este último absolutismo de los diez años.

Una prueba más de que no son los españoles peninsulares tan culpablesde este absolutismo de los diez años, sino de que nos le impusieron lasmás poderosas naciones de Europa, es que desde que en 1834 hubo enEspaña un gobierno liberal, los gobiernos de esas naciones se negaron áreconocerle, le volvieron la espalda y favorecieron al pretendiente, reyde los fanáticos y serviles. El nuevo orden de cosas no fue reconocidoen España, por Prusia y Austria hasta después de la revolución de 1848,y por Rusia hasta 1857.

Y como yo no quiero condenar á nadie en más de lo justo, y menos ánaciones tan ilustres como Rusia, Prusia y Austria, ni quiero tampocoinjuriar al partido absolutista español, diré que alguna explicación yhasta disculpa tuvieron el odio y el terror de ellos á las modernaslibertades, ya que tanto glorificaban, como el Sr. Clarence King, laprimera Revolución francesa. Por pasmosos que hubiesen sido sus triunfosguerreros, no bastaban á atenuar las atrocidades de Dantón, Marat yRobespierre, y los espantos del Terror y de la guillotina; y fue lopeor que todo ello tuviese por resultado un gran genio militar sin duda,pero á la vez un déspota, que humilló y ensangrentó la Europa entera,sin que el más hábil y sutil profesor de filosofía de la historia puedadescubrir, fuera de la ambición personal, del prurito de elevar á lafamilia y á los amigos, y del afán del predominio de un pueblo sobre losotros, propósitos y fines altos y providenciales, parecidos á los quemás ó menos conscientemente tuvieron Alejandro y César.

Será pensamiento mío, que tal vez escandalice á muchas personas, peroque ahora se me ocurre y no puedo menos de expresarle: la primeraRevolución francesa, en vez de acelerar el advenimiento de la libertadverdadera y los progresos del linaje humano, vino á atajarlos,poniéndoles, como obstáculo que tienen que saltar en su curso, el miedoy la repugnancia que los desórdenes y crímenes de la Revolucióninspiraron.

Como quiera que ello sea, pues sería muy largo discutirlo aquí, vuelvo ála cuestión de Cuba. Hoy que tenemos libertad, los cubanos la tienentambién como nosotros. Sus senadores y sus diputados toman asiento ennuestras Cortes. Allí defienden sus intereses, allí piden reformas, allíconcurren á legislar con los demás representantes del pueblo, y aun sonmás considerados y atendidos. Nunca, pues, la rebelión ha sido menosjustificada que en el día por motivos políticos.

¿Lo será acaso por motivos económicos? Menos aún. Los cubanos no pagantanta contribución como nosotros. Apenas pagan contribución territorial.Pagan en las aduanas. Y si algún empleado de los que van de laPenínsula, se enriquece por allá, bien puede afirmarse que no es á costasino con beneficio de ellos, favoreciendo el contrabando.

En lo tocante á la solicitud con que el gobierno de la metrópoli procurael fomento de la producción agrícola, de la industria y del comercio deCuba, se llega á un extremo casi increíble. En prueba de ello, bastecitar el Tratado que los señores Foster y Albacete negociaron enMadrid, siendo Presidente de la República el Sr. Arthur, y que el Sr.Cleveland, no bien entró en la Casa Blanca, retiró sin consentir que seratificase. Si el Tratado hubiese sido ratificado, los azúcares de Cubahubieran ido á la gran República libres ó casi libres de derechos, y dela misma manera hubieran sido recibidas en Cuba las harinas, las carnesy muchos productos de la industria anglo-americana. Inútil es ponderarla prosperidad y el auge que esto hubiera traído á la perla de lasAntillas. Para lograr este fin, hubiéramos sacrificado nosotros con buenánimo la agricultura de Castilla, cuyas harinas no hubieran podidoresistir la competencia, el comercio de Santander, bastante de laindustria catalana y no cortos intereses de nuestra marina mercante.

Alguna queja tengan acaso los cubanos de que, á fin de proteger laindustria azucarera peninsular, se grave con demasiado derecho deintroducción la azúcar de Cuba; pero el fundamento de esta queja esaparente cuando se considera el corto consumo que España puede hacer yhace de azúcar, en comparación de lo que totalmente produce la Isla, quepor otra parte cuenta con más ricos, favorables y cercanos mercados.

Dice el Sr. Clarence King, que por codicia, por la riqueza que de laIsla sacamos, y por lo que esperamos sacar, nos resistimos á que seaindependiente y libre. A mi ver, nada hay más falso; y creo que de losdieciocho millones que hay de españoles, sólo no pensarán como yo mil ódos mil á lo más. Todos sabemos que en los cuatrocientos años que haceya que poseemos á Cuba, sólo durante quince ó veinte ha habido sobrantesen las Cajas de Ultramar. En los otros trescientos ochenta y tantosaños, Cuba no nos ha valido sino gastos, sacrificios y desazones. ¿Puesentonces—dirá el Sr.

Clarence King—por qué España no abandona á Cuba?La pregunta equivale á la que pudiera hacerse á una buena madre, cuyahija mimada no le trajese más que gastos, si se le aconsejara que ladejase en plena libertad para que ella se ingeniase y buscase quien conmás lujo la mantuviera. Conservar á Cuba no es para nosotros cosa deprovecho, sino punto de honra de que España no puede prescindir.

La nación que ha descubierto, colonizado, cristianizado y civilizado áAmérica, tiene más derecho que ninguna á ser y á llamarse americana, aundentro de las doctrinas de Monroe, y tiene el deber sagrado é ineludiblede sostener este derecho con razones y con armas, hasta donde susfuerzas alcancen y mientras su sangre, su dinero y su crédito no seagoten.

No se comprenden los argumentos que se puedan alegar en los EstadosUnidos para proclamar la beligerancia de los insurrectos cubanos y paraexcitar acaso á otras potencias á que también la declaren. No hubierahabido menos motivo para pedir ó declarar hace años la beligerancia delTempranillo, del Chato de Benamejí ó de los Botijas. No se conducenmejor Máximo Gómez y su cuadrilla ni atinan con más habilidad áescabullirse de sus perseguidores. Las diferencias que hay sonfavorables á aquellos antiguos bandidos de la Península, porque no eranincendiarios, y porque, cuando se acogían á indulto, cumplían comocaballeros y no volvían á las andadas, engañando y burlando á los quelos habían indultado.

En la pasada guerra civil cubana, el conde de Valmaseda, ofendido deestas villanías con que era burlada y pagada la generosidad española,dió un bando, no he de negar que harto violento; pero esto no basta parajustificar la nota dirigida por el Sr. Fish, secretario de Estado, alministro de España en la gran república.

Esta nota es una dura reprimenda hecha en nombre de la civilizacióncristiana y de la humanidad, por alguien que debió de creerse, sin elmenor interés, representante y Encargado de Negocios de dichacivilización y aun del linaje humano, y con autoridad para dirigirse ánosotros como á un subordinado suyo. Fueran las que fueran las faltascometidas por el conde de Valmaseda, el Sr. Fish cometió al dirigir lanota un atentado contra la soberanía, la autonomía y el decoro deEspaña, cuyo ministro, si su gobierno no hubiera sido tan débil y lehubiera prestado apoyo, lo menos que hubiera debido hacer es devolver lanota sin contestación, dándola por no recibida, como alguna otra nota,menos insolente y soberbia, se devolvió en Madrid á un ministroanglo-americano.

Ahora, por fortuna, si de algo han pecado el noble general MartínezCampos y los demás jefes y autoridades de España en Cuba, ha sido delenidad, de espíritu de conciliación y de generosa confianza. Repito,pues, que no se comprenden los argumentos que pueden alegarse en losEstados Unidos para declarar la beligerancia de los insurrectos cubanosy para excitar á otras potencias á que la declaren.

Ni el gobierno español ni sus agentes han cometido ni cometerán en Cubacrueldad alguna. Aunque los foragidos que están asolando el llamado, porel Sr. Clarence King, fecundo paraíso, no merecen que las potenciascultas de Europa los amparen ó los protejan, no contra nuestra saña,sino contra nuestra justicia, yo espero que ésta se temple y mitigue conla mayor misericordia; mas no por eso acierto á explicarme que á loscabecillas rebeldes, á los principales al menos y á los que no tienensiquiera la excusa de ser cubanos y de estar cegados por un malentendido amor á la patria, se les perdone si llegan á caer en poder denuestros soldados. Justo y necesario será algún saludable escarmiento.

Difícil es, cuando no imposible, descubrir el motivo de queja que, ennación tan grande y generosa como los Estados Unidos, pueda haber contraEspaña, bastante á mover á mucha parte de su ilustrada prensa periódica,al Sr. Clarence King y á una respetable comisión de senadores, á quepidan, valiéndose de mil injurias contra España, que el gobierno de lagran república declare beligerantes á los insurrectos, procure queotras potencias también los declaren, y garantice así la impunidad detodos ellos para el día en que depongan las armas, cansados de andar ásalto de mata y de perpetrar toda clase de delitos. Por el contrario,España es quien puede quejarse por no pocos motivos: porque la acogida yel favor que reciben en aquel país los ingratos y rebeldes hijos deEspaña excede sobremanera á la más franca hospitalidad, y porque bienpuede recelarse que excitado por ellos el gobierno anglo-americano hamostrado con frecuencia cierto prurito de vejarnos y lastimarnos.

Hay una, en mi sentir, detestable costumbre, fundada en torcidosprincipios de Derecho internacional, que prevalece en todas las nacionescultas, y no lo negamos, también en España. Hablo de la exageradaobligación en que se creen los gobiernos de proteger á sus súbditos enpaís extraño y de pedir, hasta con amenazas, que reciban indemnizaciónde perjuicios que se les causen ó pérdidas que tengan.

Los gobiernos, movidos por la opinión pública, extraviada ó violenta,reclaman, tal vez sin mucha gana y por cumplir, pero reclaman, y suelennacer de las reclamaciones, tirantez, enfriamiento de amistad y hastaconflictos. Y es lo más deplorable, que cuando la potencia que reclamaes fuerte, humilla á la débil, en ocasiones la atrepella y casi siemprele saca el dinero. Y en cambio, cuando es más débil la potenciareclamante, en vez de salir airosa, es desdeñada en su reclamación, ysu súbdito ofendido se queda burlado en vez de lograr ser indemnizado.

Cuando por cualquiera circunstancia se equilibran las fuerzas de laspotencias reclamante y reclamada, suelen originarse hasta guerras,aunque para declararlas se busque ó se invente otro fundamento. Así, porejemplo, si bien se rastrea y aun se escarba hasta llegar á la raíz dealgunas expediciones belicosas, se verá que nacen de reclamaciones pocoatendidas de particulares. Probabl