Plick y Plock by Eugène Sue - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

index-69_133.png

index-69_134.png

index-69_135.png

index-69_136.png

index-69_137.png

index-69_138.png

index-69_139.png

index-69_140.png

index-69_141.png

index-69_142.png

index-69_143.png

index-69_144.png

index-69_145.png

index-69_146.png

index-69_147.png

index-69_148.png

index-69_149.png

index-69_150.png

index-69_151.png

index-69_152.png

index-69_153.png

index-69_154.png

index-69_155.png

index-69_156.png

index-69_157.png

index-69_158.png

index-69_159.png

index-69_160.png

index-69_161.png

index-69_162.png

En el mismo instante, un niño pequeño se aproximó a la puerta y avanzósu linda cabeza rubia, después la retiró, la volvió a avanzar como sihubiese buscado a alguien, vio al desconocido y en dos saltos se plantóen sus rodillas.

Apenas le hubo hablado al oído, se levantó bruscamente, tomó su capa yarrojó un escudo a Flores, diciendo con aire singular:

—Forzosamente, señores, ese gitano tiene que ser Satanás en persona,puesto que está en tres lugares a la vez; porque yo os juro ¡porCristo!—añadió persignándose—, que bordea desde hace dos horas a lavista de Sanlúcar.

Terminadas estas palabras, saltó ágilmente sobre su caballo, querelinchaba a la puerta, puso al niño a la grupa, y desaparecióprontamente en un espeso torbellino de polvo que el galope de su caballohizo levantar en medio de la calle.

Los parroquianos de Flores que se habían precipitado a la puerta paraseguir con la vista a aquel personaje, hicieron, al volver a entrar enla tienda, las conjeturas más raras sobre la triplicidad verdaderamente fenomenal del contrabandista gitano, conjeturas queabandonaron sin agotarlas, como hubieran hecho en otra ocasión, parahablar de la corrida de toros que debía celebrarse al día siguiente.

II

L A C O R R I D A D E T O R O S

Madrid,

cuando

tus

toros

brincan,

Hay

manos

blancas

que

aplauden

Y mantillas que se agitan.

A. DE MUSSET.

¡España! ¡España! ¡cuán puro y brillante es tu cielo! Santa María estábañada en oleadas de luz; los mil balcones de sus blancas casascentellean y arden, y los naranjos perfumados de la Alameda parecencubiertos de hojas de oro. A lo lejos, Cádiz, envuelta en un vaporcálido y rojizo, que allá, sobre la arena resplandeciente de la playa,las olas azules y transparentes iban a deshacer como un largo listón dediamantes en espuma centelleante hecha de agua y de sol; después, en elpuerto, centenares de faluchos, de balandros, cuyas flámulas sedespliegan levantadas por una ligera brisa que circula silbando porentre las cuerdas. El fresco olor de las algas marinas, el canto de losmarineros que despliegan las amplias velas grises aun húmedas por elrelente de la noche, el toque de las campanas de las iglesias, elrelincho de los caballos que saltan lanzándose hacia las verdes praderasque se extienden detrás de la ciudad... todo, en fin, es música,perfume y luz.

Y el apresuramiento causado por el anuncio de una corrida de toros quedebía celebrarse el mismo día en Santa María, aumentaba aún el tumulto.Casi toda la población de las ciudades y aldeas vecinas llena loscaminos. Allá, las calesas rojas, cubiertas de ricos dorados, vuelanarrastradas por un caballo rápido, cuya cabeza está cargada de plumasabigarradas y de cascabeles que resuenan a lo lejos; aquí, el pavimentotiembla y gime bajo el peso de ocho mulas cuyos arneses resplandecen decifras y de escudos de armas de plata, y que arrastran un coche pesado ymacizo, rodeado de lacayos con las magníficas libreas de un grande deEspaña y precedido de picadores de trajes deslumbrantes.

Más lejos, el portante ágil y jacarandoso del campesino andaluz. ¡Portodos los santos de Aragón! ¡qué hermoso está con su amante a la grupa ysu airoso traje obscuro bordado en seda negra y encarnada! ¡Y esosmillares de botoncitos de oro que serpentean a lo largo del muslo y vana detenerse por encima de sus polainas de piel de camello! ¡Con quévigor su pie se apoya en el amplio estribo morisco! Pero no se puede versu cara, porque está casi oculta entre los pliegues de la mantilla de suandaluza.

¡Por Santiago! ¡Vaya la linda pareja! ¡cómo le aprieta ella con sus dosbrazos, y con qué gracia las mangas verdes de su jubón se destacan sobreel color sombrío de la chaqueta de su amante! ¡Qué fuego en esas pupilasque centellean bajo unas espesas cejas negras! ¡vive Dios! ¡quémiradas! ¡qué talle tan flexible!... ¡que la Virgen bendiga esacomplaciente basquiña con largas franjas de raso, que deja ver unapantorrilla fina y redonda y un pie de niña!... ¡Tres veces bendita sea,porque ha dejado ver un momento la liga azul, y su media de seda y elpequeño puñal de Toscana que una verdadera andaluza no abandona jamás!

¡Adelante! El brioso caballo galopa: sus crines negras trenzadas concintas encarnadas flotan sobre su cuello nervioso, y la espuma blanqueasu bocado y sus brillantes copas! ¡Adelante, muchacho! ¡que tu espuelase hunda en el flanco de tu montura, porque tu morena de las largaspestañas, trémula y asustada, te estrechará violentamente contra sucorazón y tú sentirás sus latidos! ¡y sus cabellos acariciarán tu frentey su respiración abrasará tus mejillas!

¡Por Santiago, adelante, joven pareja, y desapareced ante las miradasenvidiosas entre esa nube de polvo dorado!

Pero ya estamos a las puertas de Santa María. Todo son apreturas ygritos; gritos de dolor y de alegría confundidos; hombres, mujeres,viejos, niños, están allí inmóviles, esperando con angustia el momentode la corrida. Por fin, las barreras se abren, el pueblo se precipita ylas inmensas galerías que rodean la arena se llenan de espectadoresjadeantes de deseo y de impaciencia.

—¡Plaza! ¡plaza al alcalde, a la Junta y al señor gobernador!

Delante de ellos marchan los milicianos de la ciudad con sus largascarabinas; después los guardias, que tocan sus clarines, y llevan lospendones rojos y amarillos en los que se ven bordados los leones deCastilla y la corona real.

¡Plaza! ¡plaza a la monja! porque es la primera y la última fiesta a laque la pobre joven asistirá. Hoy, aun pertenece al mundo, mañana yapertenecerá a Dios; por eso hoy está deslumbrante de pedrería, su ropabrilla bajo las lentejuelas de plata, y cinco hileras de perlas rodeansu cuello de alabastro; también hay perlas sobre sus brazos blancos ymórbidos, perlas y flores sobre sus bellos cabellos negros que sombreansu pálida frente. ¡Ved, qué cosa más conmovedora! ¡con qué amor yrespeto mira a la superiora del convento de Santa María! Ni una miradapara ese espectáculo brillante y ruidoso, ni una sonrisa para esemurmullo de admiración que la sigue, para los homenajes que la rinde lamás alta nobleza de Sevilla y de Córdoba. Nada puede distraerla de sussantos pensamientos. Huérfana, rica, se entrega a Dios, y en surepresentación a la superiora de Santa María. Ese corazón puro eingenuo, teme al mundo sin conocerle, porque han querido hacerle ganarel cielo sin combatir. Mañana, según la costumbre, esa espesa cabelleracaerá bajo las tijeras; mañana, el paño y el sayal reemplazarán a esosbrillantes tejidos; mañana quedará sometida a un juramentoinquebrantable; pero hoy, la costumbre quiere que asista a las vanidadesy a las alegrías engañadoras de un mundo que ella no conoce, como paradarle un eterno y último adiós.

¡Plaza, pues! plaza a la monja que entra en su palco toda adornada ycubierta de tela blanca sembrada de flores.

¡Bravo! los clarines suenan, es la señal, y las puertas del toril seabren; ¡un toro se precipita a la arena! Es un bravo toro salvaje nacidoen las selvas de Sanlúcar; es pardo de color; solamente una estrechafaja blanca serpentea por su lomo. Sus cuernos son cortos, pero fuertesy afilados; no hay acero que se le pueda comparar. Su cuello musculososoporta sin esfuerzo una cabeza enorme, y sus patas secas y nervudas noflaquean bajo el peso de su pecho y de su grupa que son de una amplitudextraordinaria.

En cuanto a sus flancos, son huesudos, redondeados, y retiemblan bajolos golpes reiterados de su larga cola, que, al herirlos, zumba como unlátigo.

Cuando entró, hubo una formidable explosión de admiración, y los gritosde ¡bravo, toro! resonaron por todas partes. El animal se detuvo enseco, suspendió un momento los movimientos de su cola, y miró conextrañeza a su alrededor... Después, a pasos lentos, dio la vuelta a labarrera que separaba la arena de los espectadores, buscó una salida, yno encontrándola, volvió al centro del ruedo, y allí comenzó a afilarsus cuernos y a levantar con ellos torbellinos de arena.

En aquel momento se presentó un chulillo.

¡Que la Virgen te proteja, hijo mío! ¡y haga el Cielo que tu hermosotraje de raso azul bordado de plata no se tiña de rojo, como labanderola que haces flamear ante los ojos de ese compadre que muge y seirrita!

¡Bravo, chulillo, tu patrona vela por ti! porque apenas si has tenidotiempo de saltar la barrera para escapar del toro, cuyos ojos comienzana brillar como carbones ardientes.

Pero, paciencia, se ve venir al picador con su larga pica y montadosobre un valiente alazán; un ancho sombrero gris lleno de cintas cubresu cabeza, y lleva polainas y perneras para preservarse de los primerosataques.

¡Bravo, toro! ¡toma carrera con la cabeza baja y te precipitas sobre elpicador!...

Pero él te detiene en seco, hundiéndote su excelente hoja enel lomo. Tu sangre salta, tu muges y tu furor redobla. ¡Como hay Dios!¡será una hermosa corrida!

¡Por Santiago! ¡qué brincos! ¡qué mugidos! ¡bravo, toro! el picadorrueda derribado; su valiente caballo tiene el flanco abierto; susentrañas salen entre torrentes de sangre.

Da algunos pasos... cae... ymuere... ¡Bien, compadre de los cuernos agudos, bien! por eso oyesresonar los pataleos y los gritos de una alegría frenética. Yo le digoaún:

¡como hay Dios! ¡será una hermosa corrida!

¡Pero, silencio! aquí están las banderillas de fuego, ¡oh! ¡oh!...retrocedes hacia la barrera escarbando la tierra y lanzando aullidosterribles. ¿Qué será, pues, hijo mío, cuando ese bravo chulillo ¡que laVirgen proteja! te hunda en el pecho esas largas flechas adornadas deflores y cubiertas de cohetes y petardos que se encienden como porencantamiento? ¡Toma! ¿no lo decía yo?... ¡Por el alma de mi padre!...¡el chulillo está destripado! ¡Jesús! ¡magnífica cornada! La culpa essuya; no se ha apartado a tiempo. ¡Bravo, toro! ¡qué noble y magníficoestás saltando en medio de esas llamas que estallan y se cruzan! Tusangre se mezcla al fuego; tu piel se estremece y cruje bajo los cohetesque serpentean y forman guirnaldas cayendo en lluvia de oro; tu rabia hallegado al límite, y los espectadores han huido de la primera barrera,temiendo que la franquees, ¡y no obstante, tiene seis varas de alta!

¡Condenación! ¡el matador no llega! y sin embargo es la hora. ¿Podríaestar más a punto? Jamás; porque jamás la furia de ese compadrealcanzará un grado más elevado, y yo apostaría mi buena escopeta contraun fusil inglés a que él perecerá. ¡Santa Virgen! ¡cómo tarda! haced quellegue pronto.

Pero, ya está aquí, es él... es Pepe Ortiz.

¡Viva Pepe! ¡viva Ortiz!

¡Ah!... saluda al señor gobernador, a la junta y a la monja... Se haquitado el sombrero y ahora se pone su redecilla roja. ¡Bueno! Despuésapoya contra el suelo su ancha espada de dos filos... ¡Jesús! ¡Cuántooro en su traje color de naranja! ¡estoy deslumbrado! ¡oro por todaspartes!... oro hasta en sus medias y en sus zapatos... En fin, ya estáen la arena...

—Mata al toro por mí, amor mío—le grita una andaluza de tez morena yde dientes de esmalte—. ¡Por Cristo! ¡no sonrías así a tu amante!...¡Huye, José, huye, que el toro se te echa encima!...

Pero él lo espera a pie firme, con la espada entre los dientes; leagarra uno de los cuernos y salta ágilmente por encima de él. ¡Bravo, midigno matador, bravo! recoge la flor de almendro que tu amada te haechado mientras juntaba las manos para aplaudirte.

¡Pero he aquí que el toro se revuelve! ¡Virgen del Carmen! ¡mala señal!Se detiene, ya no muge; sus piernas tendidas, los ojos sangrientos y lacola enroscada.

Encomienda tu alma a Dios, José, porque la barrera estálejos y el toro cerca...

Adelante, demonio... ¡adelante la afilada,espada!... ¡Demasiado tarde! la espada se ha roto en pedazos, y José,atravesado por un cuerno del toro, ha quedado clavado en la balaustrada.Ya decía yo bien. ¡Como hay Dios! ¡será una hermosa corrida!

Entonces fueron los aullidos de alegría, los gritos de admiraciónconvulsiva, gritos que hubieran resucitado a un muerto.

—¡Bravo, toro! ¡bravo!—gritaron todas las voces de la multitud...¿Todas?... no, una sola faltó, la de la joven de la flor de almendro.

Desde hacía mucho tiempo, no se había visto semejante fiesta; el toro,aún excitado por su triunfo, daba saltos espantosos, se encarnizabacontra los restos sangrientos del matador y del chulillo, y los jironesde aquellos desgraciados caían sobre los espectadores. Se estaba, pues,en una cruel incertidumbre sobre la suerte de la corrida, porque el finde Pepe Ortiz había singularmente enfriado el celo de sus colegas,cuando un incidente extraño, inaudito, dejó a la multitud estupefacta ysilenciosa.

III

E L G I T A N O

¡Cómo

hacen

estremecer

sus

miradas

ardientes!...

¡qué

hermoso

es!

DELFINA GAY, « Magdeleine», cap. V.

Ya sabéis que el circo de Santa María está construido a orillas del mary que a él sólo dan acceso dos puertas. ¡Pues, bien! De pronto se abrióla barrera que daba frente al palco del gobernador y se presentó uncaballero.

No era un chulillo, porque no agitaba en el aire el ligero velo de sedaroja, y su mano no blandía ni la larga lanza del picador, ni la espadade dos filos del matador; no llevaba tampoco ni el sombrero adornado decintas, ni la redecilla, ni el traje bordado de plata. Vestidocompletamente de negro, a la moda de los acróbatas, llevaba polainas degamo que caían en numerosos pliegues sobre su pierna, y una gorra demarinero sobre la que flotaba una pluma blanca; montaba con una destrezay una elegancia poco comunes, un pequeño caballo blanco enjaezado a lamorisca, lleno de vigor y de fuego; en fin, largas pistolas ricamentedamasquinadas pendían de los arzones de su silla, y él no llevaba másque uno de esos sables cortos y estrechos que usan los marinos deguerra.

Apenas había aparecido, el toro se retiró al otro extremo de la arenapara aprestarse a combatir al nuevo adversario. Gracias a esto, elhombre negro tuvo tiempo de hacer ejecutar algunas cabriolas a sucaballo y de apostarse al pie del palco de la mujer. ¡¡¡Y

tuvo elatrevimiento de mirar fijamente a aquella prometida del Señor!!!

El rostro de la pobre joven se volvió rojo como la flor del granado, yocultó su cabeza en el seno de la superiora, indignada de la temeridaddel desconocido.

—¡ Ave María... qué atrevimiento!—dijeron las mujeres.

—¡Por la Virgen! ¿de dónde sale ese demonio?—se preguntaban loshombres, estupefactos de tanta audacia.

De repente, resonó un grito general, porque el toro tomaba impulso paralanzarse sobre el caballero de la pluma blanca, que se volvió, saludó ala monja y la dijo sonriendo:

—Por usted, señora, y en honor de esos hermosos ojos azules como elcielo.

Apenas acabó estas palabras, el toro embistió... El jinete, con unaprontitud maravillosamente servida por la agilidad de su caballo, dio unbote y se encontró a diez pasos del toro, que le perseguíaencarnizadamente. Pero, gracias a su velocidad, el caballo se leadelantaba siempre y tomó bastante ventaja sobre él para que su dueñopudiera detenerse un momento ante el palco de la monja, y decirle:

—Por usted también, señora; pero esta vez en honor de esa bocaencarnada, purpurina como el coral.

El toro llegó con furia; el hombre de la pluma blanca, arrancó unapistola del arzón, apuntó y disparó con tanta habilidad, que el torocayó mugiendo a los pies de su caballo. Viendo el peligro inminente quecorría aquel hombre singular, la monja había lanzado un grito penetrantey se había precipitado sobre la balaustrada de su palco, apoyando enella las dos manos; él se apoderó de una, imprimió sobre ella un besoardiente, y continuó dirigiéndola una mirada terrible y fija.

Había en aquella escena extraña tantos motivos de asombro para losespañoles, que permanecían como petrificados. Aquel traje singular,aquel toro muerto, contra la costumbre, de un pistoletazo; aquel hombreque besaba la mano de una semisanta, de una prometida de Cristo, todoaquello contrastaba tanto con las enseñanzas recibidas, que la junta, elalcalde, el gobernador, se quedaron boquiabiertos, mientras que el quetan vivamente excitaba la curiosidad general, continuaba con los ojosinflamados y fijos sobre la monja, que, trémula y confusa, no teníafuerzas para salir del palco. Era en vano que la superiora tratase deanonadarle con toda suerte de epítetos como:

¡impío, condenado,miserable, renegado! En vano le gritaba con el acento de la más santaindignación: «¡Tema la cólera del Cielo y de los hombres, usted que haosado hacer oír palabras mundanas a unos oídos castos, usted que no hatemblado al tocar la mano de una esposa de Dios!

El miserable miraba siempre a la monja, repitiendo con admiración: «¡Quéhermosa es! ¡qué hermosa es!»

Por fin, la voz chillona del alcalde vino a sacarle de su éxtasis, tantomás fácilmente cuanto que la monja había abandonado el palco apoyada delbrazo de la superiora, y que dos alguaciles habían sujetado la brida desu caballo, a lo que él no opuso resistencia alguna.

—Por quinta vez, usted, cualquiera quien sea, responda—decía elalcalde—. ¿Con qué derecho ha matado usted de un pistoletazo un torodestinado a divertir al público?

¿Con qué derecho ha dirigido usted lapalabra a una joven que mañana debe pronunciar sus votos santos eirrevocables? En una palabra, ¿quién es usted?

Y el munícipe volvió a su asiento, enjugándose la frente, miró algobernador con aire satisfecho y dijo a los dos alguaciles:

—Tenedle bien por la brida.

—¿Que quién soy?—dijo el extraño caballero levantando altivamente lacabeza, que hasta entonces no se había podido distinguir bien.

Y viéronse sus facciones de una regularidad perfecta; sus ojos eranatrevidos y penetrantes, un bigote negro y brillante sombreaba suslabios encarnados, y su poblada barba, que se dibujaba en dos arcos a lolargo de las mejillas, iba a detenerse en un mentón con un hoyuelo. Sucolor era pálido y mate.

—¿Que quién soy?—repitió con una voz llena y sonora—, va usted asaberlo, digno alcalde.

Y apoyó vigorosamente sus espuelas en los flancos del caballo que diouna violenta sacudida. Entonces el animal se enderezó bruscamente y dioun salto tan prodigioso, que los dos alguaciles rodaron por el suelo...

—¿Que quién soy?... ¡soy el gitano, el bohemio, el maldito, elcondenado, si usted lo prefiere, digno alcalde!

Y en dos saltos franqueó la puerta y la barrera, ganó la playa queestaba próxima y pudo verse cómo se arrojaba al mar con su caballo...

Entonces ocurrió un suceso bastante raro. El nombre del gitano hizo unefecto tal, que todos los espectadores quisieron salir a la vez y seprecipitaron hacia los vomitorios demasiado estrechos para dar paso aaquella masa de hombres que se agrupaban en la misma dirección. Por estacausa, las vigas de la plaza se resquebrajaron y crujieron, no pudiendosoportar una sacudida tan violenta y toda una parte del anfiteatro sehundió bajo los pies de los espectadores. El tumulto y el espantollegaron a su límite, una multitud de personas estaban amontonadas lasunas sobre las otras, y sobre todo aquellas que soportaban un peso tanenorme, lanzaban gritos lamentables y se encomendaban al santo de sunombre.

—¡Es ese maldito, ese condenado—decían—, que ha atraído la cólera delCielo osando profanar a la prometida de Cristo! su presencia es unazote... ¡Anatema, anatema sobre él!

Y luego venían unas maldiciones capaces de hacer estremecer a nuestrosanto padre.

En vano el alcalde y el gobernador que habían escapado al desastre,trataban de restablecer el orden: ni siquiera podían conseguir hacerseoír, ya que eran algunos millares de seres magullados o aplastados losque aullaban a la vez. Las autoridades estaban ya invocando a losúltimos santos del calendario, cuando aquel inmenso montón de hombres sedisipó como por encanto. De pronto todos se encontraron de pie, pero enmuchos, los acentos de un verdadero dolor habían reemplazado a losgritos de temor o de sorpresa.

He aquí por qué:

El desgraciado barbero Flores, situado en la parte más baja del circo,se encontró entre el número de los que soportaban todo el peso de lamultitud. Después de haber hecho con sus compañeros de infortunioincreíbles esfuerzos para escapar a la presión, y viendo que las sanas ybuenas razones no podían nada sobre la indolencia de los compadres delas capas superiores, sin pensar que con ello aumentaban el malestar delos de abajo, el barbero Flores magullado, aplastado, articuló con penaa algunos desgraciados que gemían como él.

—Compadres, estoy convencido de que jugando el cuchillo por encima denosotros, a derecha e izquierda, conseguiremos despertar la sensibilidady la piedad de nuestros opresores, gracias a algunos rasguños que yodespués me encargaré de curar, sea con diaquilón, el ungüento, o la...

Aquí se detuvo para tomar aliento, porque su desgraciado destino lehabía hecho caer inmediatamente bajo el cuerpo de dos frailes y de uncarnicero.

—O la balsamina—continuó respirando apenas—. Así, pues, padres míos,absolvedme por anticipado, porque es por la salvación de todos, sobretodo por los de abajo; y van ustedes a ver, mis reverendos, cómo lapunta de un cuchillo persuade mejor que las más elocuentes palabras.

Ave María, que Dios nos guarde—respondieron los dos frailes queoprimían al barbero con toda su rotundidad monacal y que comprendieron,por sus movimientos bruscos y agitados que aquél buscaba su cuchillo—.En nombre del Cielo, ¡no haga usted eso, hijo mío! ¿No comprende quesería un homicidio?

—Pero, padres míos, los homicidas son ustedes... ¿no comprenden que meestán ahogando?

—¡Por Cristo! A nosotros también nos ahogan.

—Es por ustedes, pues, por quien voy a trabajar. Pónganse de lado,padres míos, las heridas son así menos peligrosas, porque no seencuentran más que las falsas costillas.

En fin, yo la tengo—dijoabriendo con dificultad su navaja.

—¿Están dispuestos, compadre?

—¡Jesús! no lo estamos.

—¡Es igual, que Dios nos ayude!

Y se puso a herir de la manera que pudo por encima de su cabeza. Los querecibieron esta caritativa advertencia no encontraron nada más eficazpara hacerla cesar que imitarla, y este medio incisivo, propagándose deabajo arriba, con rapidez, tuvo bien pronto el resultado mássatisfactorio, salvo los rasguños que Flores se encargó de cicatrizar ycicatrizó probablemente con su habilidad acostumbrada.

Rehechos todos de esta violenta emoción, el primer grito fue el depreguntar dónde estaba el maldito, y correr a la orilla. Una tartana,con las velas rojas, empavesada como en un día de fiesta, se balanceabaa lo lejos... Era él, no podía dudarse—. ¡Al puerto! ¡al puerto!—y seprecipitaron hacia el embarcadero para volar en su persecución.

¡Pero allá, gran Dios, qué espectáculo! El pueblo español es talmenteávido de corridas de toros, que ni un hombre, ni una mujer, ni un niñohabían quedado en la población; todos estaban en la plaza, los marinosmismos habían abandonado sus embarcaciones, y cuando llegaronapresuradamente, se encontraron todas las amarras cortadas y vieron a lolejos faluchos y balandros que el mar se había llevado al retirarse.

Entonces cayó un nuevo aluvión de maldiciones sobre el gitano, y todo elpueblo, en un movimiento espontáneo, se dejó caer de rodillas para pedira Dios que hiciera hundir aquella tartana, que parecía burlarse de lallorosa multitud desplegando sus brillantes paveses de mil colores.

De pronto, el cielo pareció escuchar aquella demanda, ciertamente justa,porque dos velas aparecieron a lo lejos; las dos cortaban el vientocorriendo la una cerca de la otra, de modo que la embarcación del gitanodebía encontrarse encerrada entre las dos o bien arrojarse a la costa;¡y cuál no fue la alegría pública cuando reconocieron a dos escampavíasdel Gobierno que izaron el pabellón español, asegurándole con uncañonazo!

Entonces la tartana cambió ráp