Manfredo-Drama en Tres Actos by Lord Byron - HTML preview

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MANFREDO

Cuando el sesto emperador deRoma vio llegar su ultima hora,victima de una herida que se habiahecho con su propia mano a fin deevitar la vergueenza del suplicio quele preparaba un senado que antesera su esclavo un soldado conmovidoen apariencia de una generosapiedad, quiso estancar con su vestidola sangre del emperador: elRomano espirando no lo permite yle dice con una mirada que manifestabatodavia su antiguo poder: iEsdemasiado tarde! ?es esta tu fidelidad?

EL ABAD.

?Que quereis decir con esto?

MANFREDO.

Respondo como el, es demasiadotarde.

EL ABAD.

Jamas puede serlo para reconciliaroscon vuestra alma, y para reconciliarlacon Dios. ?No teneis yaesperanza? Estoy admirado: aquellosque desesperan del cielo secrean sobre la tierra alguna fantasmaque es para ellos como la debilrama a la que se agarra un desgraciadoque se esta ahogando.

MANFREDO.

iAh! padre mio; iyo tambien enmi juventud he tenido ilusiones terrestresy nobles inspiraciones!

entonceshubiera querido conquistarlos corazones de los hombres e instruira todo un pueblo; hubieraquerido elevarme, pero no sabiahasta que altura … quizas para volvera caer; pero para caer como lacatarata de las montanas, que precipitadadesde la cumbre orgullosade las rocas, acumula una onda subterraneaen las profundidades de unabismo; pero temible todavia, vuelvea subir sin cesar hasta los cielosen columnas de vapores que se transformanen nubes lluviosas. Estetiempo paso; mis pensamientos sehan enganado a si mismos.

EL ABAD.

?Y porque?

MANFREDO.

No podia humillar mi orgullo,porque para poder mandar algundia, es necesario primero obedecer,lisonjear y pedir, espiar las ocasiones,multiplicarse a fin de encontrarseen todas partes, y hacerse una costumbrede ocultar la verdad; vedcomo se consigue el dominar los espirituscobardes y bajos, y asi son losde los hombres en general. Desprecieel hacer parte de una camadade lobos aunque hubiera sido paraguiarlos. El leon esta solo en el bosqueque habita; yo estoy solo comoel leon.

EL ABAD.

?Y porque no vivir y obrar comolos demas hombres?

MANFREDO.

Sin haber nacido cruel, mi corazonno amaba las criaturas vivientes,hubiera querido encontrar unahorrible soledad, pero no formarmelayo mismo; queria ser como elsalvage Simoun

que solo habita eldesierto, y cuyo soplo devoradorno trastorna sino una mar de aridasarenas en donde su furor no es funestoa ningun arbolillo: no busca lamorada de los hombres, pero es muyterrible para los que vienen a arrostrarlo.Tal ha sido el curso de mivida, y mientras he vivido he encontradoobjetos que ya no existen.

EL ABAD.

Empiezo a temer que mi piedady mi ministerio no pueden seros utiles.Tan joven todavia … me cuestamucho el….

MANFREDO.

Miradme, hay algunos mortalesen la tierra que se hacen viejos ensu juventud y que mueren antes dehaber llegado el verano de su vida,sin que hayan buscado la muerte enlos combates. Unos son victimas delos placeres, otros del estudio, estosa causa del trabajo y aquellos por elfastidio. Hay algunos que perecende enfermedad, de demencia, o enfin de penas del corazon, y esta ultimaenfermedad, ofreciendose bajotodas las formas y bajo todos losnombres, hace mas estragos que laguerra. Miradme; porque no hayninguno de estos males que yo nohaya sufrido, y uno solo basta paraterminar la vida de un hombre. Noos admireis ya de lo que soy, perosi sorprendeos de que haya existidoy de que este todavia sobre latierra.

EL ABAD.

Dignaos sin embargo escucharme….

MANFREDO [

con viveza

.]

Anciano, respeto tu ministerio yreverencio tus canas; creo que tusintenciones son piadosas; pero esen vano.

No me supongais una facilcredulidad, y solo por la consideracionque os tengo, evito una conversacionmas larga. A Dios.

[Manfredo se va.]

EL ABAD.

Este hombre hubiera podido seruna criatura admirable; y tal comoes, presenta un caos que sorprende.Una mezcla de luz y de tinieblas,de grandeza y de polvo, de pasionesy de pensamientos generosos, queen su confusion y en sus desordenes,quedan en la inaccion o amenazan eldestruirlo todo. La energia de sucorazon era digna de animar elementosmejor combinados: va a perecery quisiera salvarle. Hagamosuna segunda tentativa; un alma comola suya merece muy bien el ganarlapara el cielo. Mi deber meordena el atreverme a todo paraconseguir el bien; lo seguire, perosera con prudencia.

[El Abad se va.]

ESCENA II.

[Otra habitacion.]

MANFREDO Y HERMAN.

HERMAN.

Senor, vos me habeis ordenadoel venir a encontraros al ponerse elsol; vedle que va a eclipsarse detrasde la montana.

MANFREDO.

iBien! quiero contemplarle.

[Manfredo se adelanta hacia la ventana del cuarto.]

Astro glorioso, adorado en la infanciadel mundo por la raza dehombres robustos, por los gigantesnacidos de los angeles con un sexoque, mas hermoso que ellos mismos,hizo caer en el pecado a los espiritusescarriados, desterrados del cielopara siempre[4]; astro glorioso, tufuiste adorado como el dios delmundo, antes que el misterio de lacreacion fuese revelado; obra maestradel Todopoderoso, tu fuiste elprimero que regocijastes el corazonde los pastores caldeos sobre la cumbrede sus montanas, y el reconocimientoles inspiro bien pronto loshomenages que te dirigieron; divinidadmaterial, tu eres la imagendel gran desconocido que te ha escogidopara que seas su sombra; reyde los astros, y centro de mil constelaciones,a ti es a quien la tierradebe su conservacion; padre de lasestaciones, rey de los climas y de loshombres: las inspiraciones de nuestroscorazones, y las facciones denuestros rostros son la influencia detus rayos. No hay ninguna cosa queiguale la pompa de tu salida, de tucurso y de tu puesta… A Dios, ya note volvere a ver; mi primera miradade amor y de admiracion fue parati; recibe tambien la ultima: nuncaalumbraras a un mortal, a quien eldon de tu luz y tu calor suavehayan sido mas fatales que a mi…Se ha ocultado … quiero seguirle.

[Manfredo se va.]

ESCENA III.

[Por una parte se ven las montanas y por la otra el castillo de Manfredo y una torre con una azotea.

Empieza la noche.]

HERMAN, MANUEL

y otros criados de

Manfredo

.

HERMAN.

Es bien estrano que despues demuchos anos, el conde Manfredohaya pasado todas las noches en velarsin testigos dentro de esta torre.Yo he entrado en ella, no conocemostodo el interior, pero ningunacosa de las que encierra ha podidoinstruirnos de lo que hace nuestroamo. Es cierto que hay un cuartoen el que ninguno de nosotros haentrado; yo daria todo lo que tengopara sorprenderle cuando se encuentraocupado en sus misterios.

MANUEL.

Esto no podria ser sin peligro;contentate con lo que sabes.

HERMAN.

iAh! Manuel, tu eres sabio y discretocomo un viejo; pero tu podriasdecirnos muchas cosas. ?Cuantotiempo hace que habitas este castillo?

MANUEL.

He visto nacer al conde Manfredo;entonces ya servia a su padre, al quese parece muy poco.

HERMAN.

Lo mismo puede decirse de muchoshijos; ?pero en que se diferenciabadel suyo el conde Segismundo?

MANUEL.

No hablo de las facciones, perosi del corazon y del genero de vida.El conde Segismundo era arrogante,pero alegre y franco: gustaba de laguerra y de la mesa, y era poco aficionadoa los libros y a la soledad,no ocupaba las noches en sombriosdesvelos; las suyas estaban consagradasa los festines y a las diversiones.No se le veia ir errante porlas montanas o por los bosques, comouen lobo silvestre, no huia de loshombres ni de sus placeres.

HERMAN.

iPor vida mia! ivivan estos tiemposdichosos! iQuisiera ver a la alegriaque viniese a visitar de nuevoestas antiguas murallas! Parece quelas ha olvidado del todo.

MANUEL.

Era necesario primeramente queel castillo cambiase de senor. iOh!ihe visto aqui cosas tan estranas,Herman!

HERMAN.

iY bien! dignate de hacer confianzade mi; cuentame algunas cosaspara pasar el rato: te he oido hablarvagamente sobre lo que sucedioen otros tiempos en esta mismatorre.

MANUEL.

Me acuerdo que una tarde a lahora del crepusculo, una tarde semejantea esta, la nube rojiza quecorona la cima del monte Eigherestaba en el mismo parage, y quizasera la misma nube, el viento eraflojo y tempestuoso, la luna empezabaa lucir sobre el manto de nieveque cubre las montanas; el condeManfredo estaba como ahora en sutorre: ?que hacia alli? lo ignoramos;pero estaba con el la sola companerade sus paseos solitarios y de susdesvelos, el unico ser viviente aquien manifestaba amar; los lazosde la sangre se lo ordenaban, escierto; era su querida Astarte; erasu… ?Quien esta, ahi?

[Entra el Abad de San Mauricio.]

EL ABAD.

?En donde esta vuestro amo?

HERMAN.

Esta en la torre.