La Cuerda del Ahorcado-Últimas Aventuras de Rocambole: El Loco de Bedlam by Pierre Alexis Vizconde de Ponson du Terrail - HTML preview

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—Está bien: esperaremos, repuso Marmouset.

—Que el abate Samuel me diga que puedo tener confianza en vosotros, yen seguida os entregaré los papeles, dijo Betzy.

Marmouset contemplaba en tanto aquel miserable aposento que no tenía másmuebles que una mesa de pino y dos sillas rotas, además del jergón dondeBetzy estaba acostada.

La pobre vieja creyó comprender aquella mirada.

—¡Ah! exclamó, buscáis dónde he podido ocultar los papeles,

¿no esverdad?

Y soltando una carcajada nerviosa, que hacía daño oír, añadió:

—¡Oh! no están aquí; podéis creerme..... Se hallan muy lejos de estacasa.

—¡Ah! dijo Marmouset.

—Y si venís en efecto de parte del Hombre gris.....

—Muy pronto tendréis la prueba, Betzy, dijo Shoking.

Y tomó precipitadamente la puerta, mientras que Vanda y Marmouset sesentaban a la cabecera de aquella pobre mujer.

Shoking era hijo de Londres, y de consiguiente conocía aquella

vastaciudad

hasta

en

sus

menores

detalles.

Una vez fuera de Adam street, torció hacia Rothnite-Church, donde sabíaque encontraría en el fondo de un patio una estación de carruajes dealquiler.

Allí halló en efecto un cab, y subiendo en él, dijo al cochero:

—Saint-George-Church.

—¿En el Southwarck? preguntó el cabman.

—Sí. Y tendrás seis peniques de propina si me llevas a buen paso.

El cabman dio riendas a su trotón irlandés y salió a escape.

La carrera fue tan sostenida, que veinte minutos después el cab sedetenía delante de la verja del cementerio que rodea la iglesiacatólica.

Shoking se apeó y atravesó el cementerio.

Después, en vez de entrar en la iglesia por la puerta principal, sedirigió al postigo que daba acceso a la sacristía.

Nada había sufrido el menor cambio en Saint-George-Church.

Tal como lo hemos visto en otra ocasión, tal se encontraba ahora, y elmismo viejo sacristán que conocemos guardaba el santuario, y venía aabrir la puerta cuando llamaban de cierta manera.

Shoking llamó, y el buen anciano vino a abrir de seguida.

Al ver a Shoking, sus ojos medio apagados se animaron con una súbitaalegría.

—¡Ah! exclamó, ¡mucho tiempo hace que no os dejáis ver, querido amigo!

—He estado ausente, respondió Shoking.

—¿De veras?

—He estado en Francia.

—¡Ah! muy bien.

—Y quisiera ver al abate Samuel. ¿Está allá arriba?

Y diciendo esto, designaba con la vista la puerta del campanario.

—Si, dijo el anciano con un movimiento de cabeza.

Shoking subió en seguida a la torre y llamó a la puerta disimulada en elmuro, que daba al cuartito secreto donde el abate Samuel, el Hombre grisy todos los que el reverendo Patterson perseguía con su odio implacable,habían encontrado sucesivamente un asilo.

El abate Samuel se hallaba entregado a sus oraciones.

Al oír llamar en la forma convenida, vino a abrir la puerta y, al ver aShoking, soltó, como el sacristán, una exclamación de alegre sorpresa.

—Padre mío, le dijo Shoking, ya sabéis que yo era el fiel amigo delHombre gris, o mejor dicho, su servidor más adicto.

—Ya lo sé, repuso el abate.

—¿Tendríais inconveniente en atestiguarlo?

—Ninguno.

—En ese caso os suplico que vengáis conmigo.

—¿Adónde?

—A Rothnite, en Adam street.

—Bien, dijo el abate Samuel, ya sé lo que queréis.

—¡Ah!

—Habéis ido a pedir ciertos papeles a la viuda de un ajusticiado.

—Sí.

—Que llaman Betzy-Justice.

—Ese es en efecto su nombre.

—¿Y no ha querido creer que vais de parte del Hombre gris?

—No lo creerá si no venís a afirmarlo.

—Pues bien, dijo el sacerdote, vamos; estoy pronto a seguiros.

Shoking se quedó mirando al abate Samuel.

—¿Conocéis por ventura, padre mío, le dijo, la historia de esospapeles?

—Sí.

—¿Quién os la ha contado?

—El Hombre gris mismo.

Shoking lanzó una exclamación de alegría.

—¡Ah! si es así, dijo, bendigo mil veces al cielo, pues eso me pruebaque el Hombre gris, a quien creíamos muerto, vive todavía.

El abate Samuel bajó la cabeza y no respondió.

XIV

En el momento en que atravesaban el cementerio, Shoking cogió vivamentelas manos del abate Samuel.

—¡Ah! exclamó, decidme que lo habéis visto.

—¿A quién?

—Al Hombre gris.

—Sin duda que lo he visto.

—¿Cuándo? ayer..... hoy? preguntó Shoking con voz ahogada por laemoción.

—No, dijo el abate Samuel; lo he visto en Newgate hace unos quincedías.

Shoking dejó escapar un grito de sorpresa.

—¡Ah! exclamó; en ese caso, no sabéis nada.

El sacerdote se quedó mirándolo con extrañeza.

—¿No sabéis pues, prosiguió Shoking, que el Hombre gris no está ya enNewgate?

—Sí, ya lo sé.

—Entonces..... no ignoráis dónde se halla.....

Y al decir esto, Shoking empezó a recobrar la esperanza.

—Lo ignoro, respondió el abate Samuel.

—Nosotros creemos que ha muerto.

—¡Ah! dijo el sacerdote.

Y permaneció impasible.

—¡Oh! exclamó Shoking, vos sabéis muchos cosas que nosotros ignoramos.

—Es muy posible.

Shoking no dijo más, pero se hizo para sí esta reflexión:

—Ahora estoy seguro de que el Hombre gris no ha muerto. Si se oculta detodos, es que tiene poderosas razones para hacerlo.—Y esas razones, veoperfectamente que las conoce el abate Samuel y que no quiere revelarlas.

Partiendo de esta idea, Shoking guardó un silencio lleno de reserva.

Así salieron del cementerio, y montaron en el cab que esperaba a Shokingen el square.

—Rothnite-Church, dijo al cochero.

El cab partió con la misma velocidad.

Llegados a la iglesia de Rothnite, el abate y Shoking echaron pie atierra y despidieron el cab.

Después continuaron su camino a pie y llegaron a Adam street.

Marmouset los esperaba en el umbral de la puerta.

—¡Ah! venid pronto, dijo, venid pronto.

—¿Qué hay de nuevo? preguntó Shoking.

—Hay... que la pobre anciana se muere.

—¿Betzy?

—Después que nos dejaste, prosiguió Marmouset, ha tenido una crisisnerviosa, a la que se ha seguido una gran postración y debilidad; y eneste momento apenas respira. No hay que perder tiempo, si es que yapuede reconocer al padre.

Y Marmouset saludó al abate Samuel.

—Tranquilizaos, caballero, dijo este en francés. Conozco a Betzy y lahe visto muchas veces en ese estado, sobre todo después de la muerte desu marido.

Y hablando así, subieron a la miserable buhardilla.

Vanda continuaba a la cabecera de la pobre anciana, que yacía comoinerte en su miserable lecho.

Pero cuando Betzy-Justice vio aparecer al abate Samuel, su rostro setrasfiguró y un sentimiento de satisfacción inefable se pintó en sumirada.

—¡Ah! exclamó, he creído morir antes de vuestra llegada.

El abate Samuel la tomó afectuosamente la mano.

—Cobrad ánimo, Betzy, la dijo.

—¡Oh! no me falta, respondió la vieja: además, debo cumplir las últimasvoluntades de mi pobre Tom: es necesario que su muerte no haya sidoinútil.

Y mirando a Shoking añadió:

—¿Conocéis a este hombre?

—Sí, respondió el abate Samuel.

—¿Es un amigo del Hombre gris?

—Sí.

—¡Ah! ¿Y vienen todos estos de su parte?

—Así es, dijo el sacerdote católico.

—Entonces... ¿puedo decirles donde están los papeles?

—Ciertamente.

Betzy hizo un esfuerzo supremo, y logró con gran trabajo incorporarse denuevo en su lecho.

—Entonces, dijo, escuchadme..... escuchadme con atención.

Las cuatro personas que asistían a esta escena, rodearon el lecho de lapobre anciana, cuya voz se debilitaba por instantes.

—¿Conocéis la iglesia de Rothnite? dijo.

—Sí, respondió el abate Samuel.

—Está rodeada de un cementerio.

—Como todas las iglesias de Londres.

—Pues bien; en el cementerio de Rothnite hay una sepultura que tienepor epitafio un solo nombre: Robert.

—Acabad, dijo Shoking.

—Sobre esa sepultura hay una cruz de hierro, continuó Betzy-Justice.Las cruces de hierro son raras, ¡muy raras! en el pobre cementerio deRothnite: así encontraréis fácilmente la sepultura de que os hablo.

—¿Y los papeles se hallan en esa sepultura?

—Sí.

—Está bien, dijo Marmouset, vamos a buscarlos de seguida.

—No es posible, observó Betzy. No podréis hacerlo, pues la iglesia y elcementerio están cerrados de noche.

—Pasaremos por encima de la verja.

—No hay necesidad de eso, dijo Shoking.

—¿Qué quieres decir? preguntó Marmouset mirando a Shoking concuriosidad.

—Quiero decir, respondió este, que tengo un medio seguro de penetrar enel cementerio sin escalar rejas ni forzar ninguna puerta.

El abate Samuel hizo un signo afirmativo que quería decir:

—Yo también.

—En ese caso, vamos, dijo Marmouset.

—Pero, observó Vanda, no podemos dejar a esta pobre mujer sola. Entanto que volvéis, yo permaneceré a su lado.

—¡Oh! exclamó Betzy con voz doliente, ¡no permaneceréis por muchotiempo!..... Creo que por esta vez todo está concluido.

Sin embargo, noquisiera morir sin saber que tenéis esos papeles.......

—Descuidad: volveremos aquí tan pronto como estén en nuestro poder,respondió el abate Samuel.

Y salió el primero del aposento.

Marmouset y Shoking, le siguieron inmediatamente, y bajaron conprecipitación la escalera.

Tan luego como se hallaron en la calle, el sacerdote dijo a Marmouset:

—Hay una cosa que no sabéis, que no podéis saber, pero que el Hombregris conoce perfectamente.

—¡Ah!

—Y es que el cementerio de Rothnite ha servido muchas veces de lugar dereunión de los fenians.

—¿Es posible?

—Y de consiguiente vamos a tomar el mismo camino que ellos, parapenetrar en ese sitio.

—¡Ah! dijo Marmouset, ya que me habláis del Hombre gris.......

—¿Qué?

—¿Sabéis que ha sido de él?

—Se ha escapado de Newgate.

—Sí; pero ¿y después?

—Después..... ¡Toma!.....

Y el sacerdote pareció embarazado.

Marmouset movió tristemente la cabeza.

—Mucho temo, dijo, que haya muerto.

—¡Oh! no, dijo el abate Samuel.

—¡Ah! ¿creéis que no ha muerto?

—Sí.

—Pero..... ¿estáis seguro?

—Tal vez.....

—Y... en fin, ¿le habéis visto?

—No, pero puedo afirmaros que vive.

—Y yo lo creo firmemente, dijo Shoking.

Marmouset sentía latir su corazón con violencia.

—¡Oh! padre mío! exclamó, ¡por favor!..... Si tenéis alguna noticiareciente del que vos llamáis el Hombre gris y a quien nosotrosreconocemos como nuestro jefe.....

—No insistáis, caballero, respondió con embarazo el abate Samuel, noinsistáis, pues no me es posible responderos. Básteos saber que elHombre gris vive..... y que lo veréis un día.

Marmouset bajó la cabeza y no insistió más.

Rocambole vivía y esto le bastaba por el momento.

Además, Marmouset recordaba ahora otras circunstancias análogas quecontribuían a tranquilizarlo.

Recordaba que hacía tres o cuatro años, el capitán había desaparecidosúbitamente, y que después, cuando menos lo esperaban había vuelto delmismo modo.

Hablando así, el abate Samuel y sus dos compañeros llegaron a laplazuela de Rothnite-Church.

En ella había un public-house, que cerraba todas las noches muytemprano, pero donde debían velar hasta bien tarde, pues se veía filtrarun rayo de luz por los postigos de la tienda a hora muy avanzada.

Shoking llamó a la puerta de aquella taberna de un modo particular.

En seguida se oyó ruido en el interior, pero a pesar de ello la puertapermaneció cerrada.

Entonces Shoking se volvió al abate Samuel.

—El publican espera el santo y seña, dijo, y yo no sé cuál es.

—Esperad.....

Y el abate Samuel aproximó los labios a una hendedura de la puerta, ypronunció algunas palabras en dialecto irlandés.

Apenas pronunciadas, la puerta se abrió como por encanto.

El publican, un irlandés de pura raza, hizo un gesto de admiración alver al abate Samuel.

—¡Ah! exclamó, pero..... hoy no es día de reunión.

Esto aludía a las conferencias misteriosas de los fenians.

—Ya lo sé, dijo el abate, pero venimos para un negocio particular alcementerio.

—¡Ah! eso es otra cosa!

El tabernero conocía a Shoking, pero, en cuanto a Marmouset, era laprimera vez que lo veía.

Así se quedó mirándolo con extremada curiosidad, hasta que el abateSamuel le dijo:

—Este gentleman es un amigo del Hombre gris.

El publican lo saludó con respeto; y yendo en seguida a encender unalinterna en la lámpara que ardía sobre el mostrador, se volvió y dijo:

—¡Vaya! puesto que tenéis que hacer en el cementerio, venid.

Y levantó la trampa que se encontraba en medio del public-house, la cualcubría una escalera de mano por donde se bajaba a la bodega delestablecimiento.

XV

Llegados a la cueva, el abate Samuel tomó la linterna de manos delpublican.

—Ya no tenemos necesidad de ti, le dijo.

—¿Puedo volver a la tienda?

—Sí.

—¿Y no esperáis a nadie?

—A nadie absolutamente.

—Está bien, repuso el tabernero. Y se volvió por la escala, dejando aShoking, Marmouset y el abate Samuel en la cueva.

Entonces este último pasó la mano por el fondo de aquella pared húmeda,buscando sin duda un resorte oculto; y en efecto, no tardó en abrir unapuerta, tan hábilmente disimulada, que se confundía con el muro.

—He aquí nuestro camino, dijo el sacerdote.

La puerta descubría un estrecho corredor subterráneo, y todos tresentraron por él uno después de otro.

Marmouset iba el último, cerrando la marcha, y el abate Samuel caminabadelante, alumbrando con la linterna que había tomado al publican.

El pasadizo subterráneo, bajo y estrecho, tenía la forma de un conductode desagüe, y se prolongaba por un espacio de más de treinta metros,hasta llegar a una pequeña escalera de seis peldaños gastados ydesiguales.

Esta escalera iba a parar a una puerta que se hallaba solamenteentornada, pues cedió al empujarla el abate Samuel.

Entonces el sacerdote apagó la linterna.

—¿Qué hacéis? preguntó Marmouset.

—Soy prudente.

—¿Pues dónde estamos?

—En un panteón de familia.

—¡Ah!... ¿es posible?.....

—Mirad, añadió el abate Samuel, ahora que estamos sin luz, fijad lavista a vuestro frente.

—Bien.

—¿No descubrís nada?

—Me parece que veo el cielo a través de una ventana.

—No es una ventana, sino una puerta.

En efecto, la bóveda donde acababan de penetrar por tan singular camino,tenía naturalmente una pequeña puerta que daba al cementerio.

El abate Samuel descorrió un cerrojo, y abrió con precaución la puerta.

—Yo sé dónde está la sepultura, añadió el sacerdote irlandés.

Y hablando así, salió delante para guiar a sus compañeros.

La noche era oscura y la niebla extremadamente densa.

—Seguídme, dijo de nuevo el abate Samuel, y marchad con precaución: esnecesario evitar en lo posible el andar sobre las tumbas..... es unaprofanación.

A pesar de la oscuridad, el sacerdote se orientaba bastante bien.

—¡Ah! dijo Marmouset en voz baja, ¿sabéis en efecto cuál es lasepultura?

—Sí, me acuerdo haber notado la cruz de hierro y la breve inscripciónque forma el epitafio.

—¿Sabíais también que contenía esos papeles?

—No; y sin embargo.....

—Sin embargo... ¿qué? preguntó Marmouset.

—Sé vagamente lo que encierran esos papeles.

—¡Ah!

—Hace unos tres meses, prosiguió el abate Samuel, un día vino un hombrea la iglesia de Saint-George, y solicitó hablarme.

—¿Quién era ese hombre?

—Tom, el marido de Betzy-Justice.

—¡Ah! no lo habían preso aún.....

—No: tampoco había cometido el crímen que le ha costado la vida. Tom mecontó pues su historia, y me suplicó que me interesase por él.

El desgraciado me creía omnipotente, y me decía que si yo tomaba sucausa entre manos, la consideraba como ganada.

Desgraciadamente Tom era escocés y protestante, y de consiguiente nopertenecía al fenianismo.

Estaba pues seguro de antemano que nuestros hermanos se negarían aayudarle, y así se lo dije.

El infeliz no quiso oír más, y se fue haciéndome un gesto de a Diosdesesperado.

Dos días después, Tom asesinaba a lord Evandale.

—Pero decidme, preguntó Marmouset, ¿no le hablasteis entonces delHombre gris?

—De ningún modo.

—Entonces, ¿cómo el Hombre gris ha podido saber?.......

—Se han visto en Newgate.

—¡Ah! es verdad.

Y Marmouset añadió para sí:

—Reconozco en este rasgo al capitán y su carácter caballeresco:—paraque Rocambole haya aceptado la herencia de Tom el ajusticiado, esnecesario que esa causa sea justa.

El abate Samuel se detuvo en este momento.

—Aquí es, dijo.

La noche estaba demasiado oscura para que pudiesen leer el epitafio,pero se veía distintamente la cruz de hierro.

—Yo traigo fósforos en el bolsillo, dijo Shoking.

—¿Y para qué?

—¡Toma! para ver bien si el nombre que está escrito ahí es el que hadicho Betzy.

—Es inútil. Estoy seguro que esta sepultura es la que nos ha designado.

Aquel sepulcro consistía en una simple losa extendida por tierra.

—No tenemos instrumentos para levantar la piedra, dijo Marmouset.

—No hay necesidad de ellos, respondió el abate.

—¡Ah! ¿lo creéis así?

—Ved sino. Y el sacerdote cogió la losa por el borde, con ambas manos,y la levantó fácilmente, tanto era ligera.

Aquella losa, que parecía puesta allí, más como una puerta, que comopiedra sepulcral, cubría una fosa cuyas paredes eran de mampostería.

En el fondo de la fosa se entreveía un ataúd.

Shoking no pudo contener un movimiento de terror.

—¿Tienes miedo? le dijo Marmouset.

—Un poco, respondió Shoking.

—¿Por qué?

—Porque..... de seguro, los papeles están en el ataúd.

—Es probable.

—¡Oh! exclamó Shoking, yo no podré nunca poner mis manos sobre uncadáver..... ¡oh!... ¡no!

Marmouset no respondió una palabra y descendió a la fosa.

La oscuridad era allí tan profunda, que no veía nada absolutamente, perotrató de suplir la vista con el tacto.

Tocó en todos sentidos el féretro, y encontró en uno de sus costados untornillo, luego otro y en fin, cuatro.

En Londres no se clavan los féretros, sino que se cierran con tornillos.

Marmouset sacó inmediatamente un cortaplumas que contenía muchas hojas,y escogiendo una que era redonda por la punta, se sirvió de ella como deun destornillador.

Shoking se separó a un lado, apartándose de la sepultura.

El abate Samuel, por su parte, permaneció al borde de la fosa, prestandocuidosamente el oído, y con la vista fija en la verja del cementerio,escrutando también de vez en cuando todos los sitios que le avecinaban.

El cementerio no tenía guarda sin embargo, ni tampoco la iglesia queocupaba el centro; pero se hallaba dominado por muchas casas inmediatas,y además podía suceder que algún fenian tuviese el capricho de venirallí, penetrando por el mismo camino que ellos habían traído.

Afortunadamente la operación no fue larga.

En menos de diez minutos Marmouset logró sacar los cuatro tornillos.

—Está hecho, dijo.

Shoking retrocedió algunos pasos más y volvió a otro lado la cabeza.

Marmouset levantó entonces con cuidado la tapa del ataúd.

—¡Ah! exclamó, puedes venir, Shoking.

—¿Eh? dijo Shoking con voz temblorosa.

—El ataúd está vacío.

—¿Vacío?

El abate Samuel y Shoking se inclinaron al borde de la fosa.

—No hay ningún cadáver, añadió Marmouset.

—¿Ni papeles tampoco?

—¡Ah! sí..... creo que sí.

Y Marmouset encontró en efecto, en un rincón de aquel féretro vacío, unpaquete envuelto en un pedazo de hule, cerrado con cinco sellos de lacrenegro.

En seguida echó el paquete al abate Samuel, y cerrando el ataúd, sindetenerse en colocar de nuevo los tornillos, saltó vivamente fuera de lafosa, y ayudó al sacerdote a poner en su sitio la piedra sepulcral, demodo que no se conociera la aparente profanación que acababan de llevara cabo.

El abate Samuel se puso otra vez a guiar la marcha, y cinco minutosdespués llegaban al public-house, salían en seguida de él furtivamente,y se dirigían a toda prisa hacia Adam street.

Cuando llegaron a la casa de Betzy, la pobre mujer estaba agonizando.

Sin embargo, al ver aparecer al abate Samuel, un resto de vida, como elúltimo fulgor de una luz que va a apagarse, pareció animar su mirada.

—He aquí los papeles, dijo el sacerdote.

—Si, murmuró la anciana con voz apagada, eso es..... ¡Ah!...

Ahora...ya puedo morir.

Estas fueron sus últimas palabras.

Su respiración se hizo fatigosa, sus ojos se vidriaron, y se agitó conalgunos movimientos convulsivos.

Un instante después exhaló el último aliento.

Betzy-Justice acababa de morir, mientras que el sacerdote católico ladaba la absolución.

Vanda y sus tres compañeros pasaron la noche al lado del cadáver de lapobre Betzy.

Durante esta velada, Marmouset abrió el paquete tan cuidadosamenteenvuelto, y encontró en él un voluminoso manuscrito en inglés quellevaba este título extraño: Diario de un loco de Bedlam.

Y después de hojearlo, leyó en alta voz lo siguiente: XVI

DIARIO DE UN LOCO DE BEDLAM.

I

Los montes Cheviot separan el condado escocés de Roxburgh, del condadoinglés de Northumberland.

Su cima está coronada de nieves eternas.

Extensos y cerrados bosques cubren sus pendientes escarpadas, y en losestrechos valles, crecen abundosos pastos.

A tres leguas de la villa de Castleton, suspendido sobre un peñonaltísimo, como un nido de águilas, y dominando un paisaje melancólico,de un aspecto rudo y salvaje; se eleva el castillo señorial dePembleton.

Pembleton-Castle, como dicen en el país.

Este antiguo solar, coronado de ocho torres cuadradas y macizas, con susenormes garitas de piedra salientes y puntiagudas, está rodeado defuertes murallas, como una fortaleza.

Desde la altura donde se halla edificado, domina ocho leguas de país porel lado de Escocia, a pesar de que su asiento es sobre la tierrainglesa.

En la edad media, los señores de Pembleton eran escoceses y seguían labandera de los Roberto Bruce y de los Wallace.

Hoy, lord Pembleton ocupa un asiento en la cámara de los Pares, peroconserva a pesar de ello su título de barón escocés, título de que seenorgullece.

Lord Evandale Pembleton no tenía más que tres años cuando su padre murióen el combate de Navarino, donde la Francia y la Inglaterra reunidasderrotaron la