Cádiz by Benito Pérez Galdós - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

—Adiós, Sr. Advíncula—dijo lord Gray.

—¡San Simeón bendito!-exclamó perplejo uno de los frailes—

. ¡Esmilord! ¡Quién le había de conocer en semejante traje!

Uno y otro carmelita rieron a carcajada tendida.

—Voy a soltar el manto real.

—Creíamos que milord se había marchado a Inglaterra.

—Y me alegré, sí señor me alegré—dijo el más joven—

porque

no

quierocompromisos,

y

milord

me

está

comprometiendo. Acabáronse lascondescendencias peligrosas.

—Bueno—dijo Gray con desdén.

El más anciano preguntó:

—¿Entró al fin milord en el seno de la iglesia católica?

—¿Para qué?

—Ese traje—dijo fray Pedro Advíncula con sorna—indica que milord seprepara a ello con dolorosas penitencias... Veo que ahora usted se lasarregla usted por sí mismo, y que no necesita amigos.

—Sr. Advíncula, ya no los necesito. ¿Sabe usted que mañana me marcho?

—¿Sí? ¿Para dónde?

—Para Malta. Nada tengo que hacer en Cádiz. Vayan al diablo losgaditanos.

—Me alegro. La señora se defiende bien. Su casa es una fortaleza aprueba de galanes. ¿Sabe usted que lo ha hecho por consejo mío?

—¡Picarón!...

—¿De veras que ya no hay nada?

—Nada.

—Es una determinación acertada. Hágase usted católico y le prometoarreglarlo todo.

—Ya es tarde.

Advíncula rió de muy buena gana, y apretando las manos al lord, ambosfrailes se despidieron de él con cariñosas demostraciones.

XXIII

Dos horas después, lord Gray estaba en el salón de su casa, vestido comode costumbre, después de haber borrado con abundantes abluciones lahuella de sus barrabasadas picarescas.

Vestido al fin con la elegancia y el lujo que le eran comunes, mandó quepusiesen la cena, y en tanto que venían dos personas a quienes dirigióverbal invitación por conducto de sus criados, paseábase muy agitado enla larga estancia. A ratos me dirigía algunas palabras, preguntasincongruentes y sin sentido; a ratos se sentaba junto a mí comointentando hablarme, pero sin decir nada.

Como el oro improvisa maravillas en la casa del rico, la mesa (sólohabía en ella cuatro cubiertos) ofrecía esplendidez portentosa.Centenares

de

luces

brillaban

en

dorados

candelabros, reflejándose enmil chispas de varios colores sobre los vasos tallados y los vistososjarros llenos de flores y frutas. El mismo desorden que allí había, comoen todo lo perteneciente a lord Gray, hacía más deslumbradora la extrañaperspectiva del preparado festín.

Al fin, mostrando impaciencia, dijo el inglés:

—Ya no pueden tardar.

—¿Los amigos?

—Son amigas. Dos muchachas.

—¿Las que dan quehacer a la señora Alacrana?

—Araceli—dijo con inquietud—¿usted oyó el coloquio que conmigo tuvoaquella mujer?... Es una indiscreción. Los buenos amigos cierran losoídos al susurro de lo que no les importa.

—Yo estaba tan cerca, y la señora Alacrana se cuidaba tan poco de lapresencia de un extraño, que no pude cerrar los oídos.

Milord, lo oítodo.

—Pues muy mal, muy mal—exclamó con acritud—. Todo aquel que se jactede conocer lo que yo quiero ocultar hasta de Dios, es mi enemigo. ¿No hedicho lo mismo otra vez?

—Entonces reñiremos, lord Gray.

—Reñiremos.

—¿Por tan poca cosa?—dije afectando buen humor, pues no me conveníachocar con él en ocasión tan inoportuna—. Yo soy el más discreto yprudente de los hombres. Usted mismo me ha puesto al corriente de susaventuras. Vamos, amigo mío, seamos francos. ¿No me dijo usted mismo quepensaba llevársela a Malta?

Lord Gray sonrió.

—Yo no he dicho eso—exclamó vacilando.

—Usted... usted mismo. Y yo prometí ayudarle en la empresa, a cambio desu auxilio para matar a mi aborrecido rival Currito Báez.

—Es verdad—dijo riendo—. Bien, amigo mío. Mataremos a Currito yrobaremos a la muchacha. En caso de que necesite ayuda ¿puedo contar conusted?

—Sin duda. Sólo me falta saber para cuándo se dispone el gran golpe.

—¿Qué golpe?

—El del rapto.

Lord Gray meditó largo rato. Sin duda vacilaba en fiarse de mí.

—Para el rapto no necesito de nadie—dijo al fin—. Necesitaré sí parahuir de Cádiz, lo cual no es cosa fácil.

—Yo sacaré a usted del apuro. Sepamos cuándo...

—¿Cuándo?

—Para ayudar a usted necesito pedir licencia con anticipación.

—Es verdad. Pues bien. Antes me arrancaré la lengua que revelarle austed todavía el lugar y la persona...

—Ni yo quiero saberlo: lo que me importa es la hora...

—Es cierto... Bien; repito que ni lugar ni persona los sabrá usted.Diré únicamente...

Sacó un papel que reconocí como el mismo que le entregara la Alacrana, yañadió:

—Este papel fija día y hora. Será mañana por la noche.

—Basta. Es todo lo que necesito saber. Mañana por la noche.

—Lo demás no lo diré ni a mi sombra. Temo traiciones y emboscadas ydesconfío hasta de mis mejores amigos.

—Ni yo quiero ser indiscreto preguntando... No me importa.

Me bastasaber que mañana a la noche tengo que venir a Cádiz para ponerme adisposición de un amigo a quien estimo mucho.

Yo pensé que lord Gray escondería de mis ojos el papel que tan extrañosavisos traía para él, pero con gran sorpresa mía, me lo mostró. Era unahoja de un libro, en cuyo margen había algunas rayas con lápiz.

—¿Esta es la carta? A fe que no puedo entender lo que dice, ni es fácilconocer el carácter de la escritura.

—Yo lo entiendo bien... Estas rayas se refieren a determinadas letrasde los renglones impresos y con un poco de paciencia se descifra. Perome parece que sabe usted bastante. Silencio, pues, y no se nombre máseste asunto. Me mortifica, me pone nervioso y colérico el ver que hayalguien que posee una parte de mi secreto. Ahora no pensemos más que enCurrito Báez. Amigo, siento deseo irresistible, anhelo profundo de matara un hombre.

—Yo también.

—¿Cuándo le despachamos?

—Mañana por la noche se lo diré a usted.

—¿Quiere usted que le ejercite un poco en la esgrima?

—Nada más oportuno. Vengan los floretes. Espero adquirir de aquí amañana tanta destreza como mi maestro.

Empezamos a tirar.

—¡Oh, qué fuerte está usted, amigo!—dijo al recibir una estocadamedianilla.

—No estoy mal, no.

—¡Pobre Currito Báez!

—Sí. ¡Pobre Currito Báez! Mañana veremos.

Sonó en la escalera gran estrépito, suspendimos al punto el juego,permaneciendo con los floretes en la mano en actitud observadora, y heaquí que entran metiendo ruido y cual brazos de mar que todo lo arrollane inundan delante de sí, dos mozas de lo mejor que puede criarAndalucía. ¿Las conocéis? Eran María Encarnación llamada la Churriana yPepilla la Poenca, a quien nombraban así por ser sobrina del Sr. Poenco.

—¡Endinote!-exclamó una corriendo ligerísima hacia mi amigo—. ¿Cómotanto tiempo sin verte? ¿No sabías que esta probe se estaba muriendo?

—Miloro está encalabrinao por aquí dentro, y ya no quiere nada con lagente de la Viña.

—Amable canalla—dijo el inglés—, sentaos. Sentaos y cenemos.

Los cuatro tomamos asiento y no pasó después nada digno de contarse, porlo cual me abstengo de quitar espacio y atención a asuntos de mayorimportancia.

XXIV

D. Diego de Rumblar fue a despertarme a mi alojamiento en la tarde delsiguiente día. No habiendo podido dormir en la noche, había pasado encalenturientos sueños parte del día, y me hallaba al despertar afectadode gran postración. Mi alma llena de tristeza se abatía, incapaz delmenor vuelo, y encontrándose inferior a sí misma, hasta parecía perderaquella antigua pena que le producían sus propias faltas, y se adormecíaen torpe indiferencia. Tolerante con los errores, con los extravíos, conel mismo vicio, iba degradándose de hora en hora. D. Diego me dijo:

—Te participo que el sábado de esta semana tendrán lugar en casa dosacontecimientos. Yo me caso y mi hermana entrará de novicia en lasCapuchinas de Cádiz.

—Lo celebro.

—Ya he perdido aquellos escrúpulos, hijos de una delicadeza excesiva yridícula. Mi mamá me dice que soy un asno si al punto no me decido.

—Tiene razón.

—Además, chico, has de saber que mi mamá me ha sitiado por hambre.

—¡Por hambre!

—Sí, hombre. Asegura que nuestra fortuna está por los suelos a causa dela guerra, y luego añade: «Como no te cases, hijo, ¡no sé cómo podremosvivir!». A todas estas ni un real para mis gastos. Eminente joven,gloria de la patria, si le prestaras cuatro duros al señor conde deRumblar, Europa entera te lo agradecería.

Le di los cuatro duros.

—Gracias, gracias, benemérito soldado. Te los pagaré cuando me case.Dime, ¿no te parece que hago bien en desechar vanos escrúpulos?

—¿Eso qué duda tiene?

—Lord Gray no ha vuelto por casa; nadie sabe dónde está, y es probable,que haya marchado a Inglaterra.

—Creo que en efecto se ha marchado a su país.

—Te advierto que mi novia no me puede ver ni pintado; pero eso no haceal caso. Mi madre me ha bloqueado por mar y tierra, y yo me rindo,chico, me rindo a discreción. Con mi señora mamá no hay burlas,amiguito. Si vieras qué coscorrones me da... He tenido que hacer llavesnuevas para poder salir de noche.

Pues ¿y mis hermanitas y mi novia?Hace lo menos dos meses que no saben de qué color es la calle. Nisiquiera salen a misa; en paseos no hay que pensar. Han sido clavadospor dentro los cristales de los balcones, y no se les permite que tengana la mano papel, tinta ni plumas. Las tres infelices están que dalástima verlas de marchitas y acongojadas, y de seguro preferirían lapeor vida del mundo a la que ahora llevan, aguantando con gusto palos demarido o rigores de abadesa, con tal de abandonar las sombrías mazmorrasde mi casa. No ven a otros hombres que a mí y a D. Paco. ¿Te parece queestarán divertidas?

—¿Usted sale por las noches de su casa?

—Sí; ¿no sabes que ahora voy todas las noches a una reunión de hombressolos donde se trata de política? ¡Encantadora, deliciosa es lapolítica! Pues te diré: nos juntamos en una casa de la calle de laSantísima Trinidad y allí estamos horas y más horas hablando de lademocracia y del servilismo, diciendo perrerías de los frailesescribiendo a trozos el graciosísimo papel satírico que se llama el Duende de los Cafés. Nos ocupamos de la vida y milagros de todo quisque, y criticamos sin piedad. Pero lo más salado es aquella parteen la cual con mucho donaire nos burlamos de los clérigos, de laInquisición, del Papa, de la santa Iglesia y del Concilio de Trento.Átame esa mosca...

—Por fuerza anda en ese lío el gran Gallardo.

—Si mi madre supiera esto, me colgaría del techo de la sala, ya que notenemos almenas en que hacer conmigo un escarmiento. Vamos ahora a latertulia. También nos reunimos de día. Hoy van a leer un folleto que haescrito uno en contestación al Diccionario manual para inteligencia deciertos escritores que por equivocación han nacido en España.

¿Conocesese librito? Es una sarta de necedades. Ostolaza lo ha llevado a casa, ypor las noches él, el Sr. Teneyro y mamá lo leen y celebran mucho sussandios chistes y groserías. Verás el que va a salir en contestación.

—Por pasar el rato iremos allá—dije disponiéndome a salir.

—Esta noche—añadió—iremos a casa de Poenco. Te convido a echar unascopas...

—Magnífica idea. Cuando la señora doña María duerma sale usted, se metela llave en el bolsillo, y a casa de Poenco...

Pasaremos una buenanoche. Sé que estarán allí María Encarnación y Pepilla y la Poenca.

—Me chupo los dedos, amigo Araceli, con la noticia. Allá voy de cabeza.Mi señora madre duerme como una piedra, y no advierte mis escapatorias.

—Pero lo advertirán las hermanitas.

—Ellas lo saben, y me impulsan a salir para que les cuente lo queocurre por ahí durante la noche. También voy al teatro. Las pobrecitasllevan una vida... Como duermen juntas las tres en una misma alcoba, seentretienen de noche contándose historias en voz baja.

Llegamos a la calle de la Santísima Trinidad y en un cuarto bajo, oscuroy humildísimo, había hasta dos docenas de personas de diferentes edades,aunque abundaban más que los viejos los jóvenes, todos alegres ybulliciosos, como grey estudiantil, vestidos de voluntarios los unos ycon sotana un par de ellos, si no estoy trascordado. Describir laconfusión y bulla que allí reinaba fuera imposible; pintar la variedadde sus fachas, la movilidad de sus gestos y la comezón de hablar y reírque les poseía, fuera prolijo. Unos se sentaban en desvencijadas sillas,otros de pie sobre las mesas haciendo de estas tribuna, se adiestrabanen el ejercicio parlamentario; algunos disputaban furiosamente en losrincones, y no faltaba quien en las rodillas o sobre el breve espacio demesa que dejaban libre los pies de los oradores, emborronaba cuartillas.Era aquello un nido, una hechura de políticos, de periodistas, detribunos, de agitadores, de ministros, y daba gusto ver con cuántodonaire rompían el cascarón los traviesos polluelos.

Aquello era club incipiente, redacción de periódico, academiaparlamentaria, todo esto, y algo más. ¡Qué hervidero!

¡Cuántas pasiones,cuántas crisis, cuántas revoluciones, cuánta historia, en fin, bullíandentro da aquel pastel que acababa de ponerse al fuego! Los huevecillosque deposita la mariposa para dar vida al gusano no se abren, no echanfuera la diminuta criatura, ni esta se desarrolla con más presteza alcalor de la primavera que aquellos inocentes embriones de gentepolítica. Su precocidad asombraba, y oyéndoles hablar, se les creíacapaces de dar guerra al universo entero.

Al punto D. Diego y yo fuimos tratados como antiguos amigos.

—Ahora va a venir ese insigne bibliotecario de las Cortes—

dijo uno—ynos acabará de leer su obra.

—Ya veo cómo tiemblan los frailes panzudos y los rollizos canónigos. Yohe dicho que debe grabarse letra por letra con oro y plata en lasesquinas de las calles.

—¡Aquí está, aquí está el insigne Gallardo!

Era altísimo, flaco, desgarbado, amarillento, siendo de notar en surostro la viveza de los ojos así como la regular longitud de lasabanicadas orejas. ¡Singular hombre! Cincuenta años después le habéisvisto en las calles de Madrid desfigurado por el medio siglo;

perosiempre

distinguiéndose

muy

bien

por

la

prolongación longitudinal de supersona; le habréis visto siempre flaco, siempre amarillo, pero antesatrabiliario que jovial, marchando aprisa con los bolsillos de un comoredingot gris llenos de libros viejos, con su sombrero de hule hecho alas injurias de aguas y soles; y si por acaso dirigisteis vuestros pasosa la Alberquilla, dehesa próxima a Toledo, le veríais allí sepultado enuna biblioteca, donde le devoraba, como a D.

Quijote la caballería, laestupenda locura de los apuntes; le veríais encerrado semanas enteras,sin tomar otro alimento que el modestísimo de una diaria ración de sopasde leche. Algo había en aquella cabeza, para ofrecer el fenómeno de quesabiendo cuanto había que saber en materia de libros, y siendo elalmacén de apuntes y datos y noticias más colosal que ha existido en elmundo, jamás hiciese cosa de provecho.

Pero ustedes no conocieron a Gallardo como yo le conocí, en la plenitudde su frenesí clerofóbico; ustedes no le oyeron leer como yo lascélebres páginas del Diccionario burlesco, el libro más atroz y másinsolente que contra la religión y los religiosos se había escrito enEspaña. Estaba poseído de un estro impío, y fue la primera musa de esagárrula poesía progresista que durante muchos años atontó a la juventud,persuadiéndola de que la libertad consiste en matar curas.

—¡A leer, a leer!-gritaron seis o siete voces.

—¿Has acabado el párrafo del cristianismo?

—Calma y no me vuelvan loco—dijo Gallardo sacando unos papelotes—. Nose puede ir tan aprisa.

—Si estás a la mitad, insigne bibliotecario, habrás llegado alparrafillo de la Inquisición que caerá en la I.

—No, porque pongo la Inquisición en la y griega.

Grandes y estrepitosas y retumbantes risas.

—Atended un poco. A ver qué os parece esto de la Constitución—dijosentándose, mientras se formaba corrillo en torno suyo—. Ya sabéis queel asno hilvanador del Diccionario manual decía que la Constituciónserá una taracea de párrafos de Condillac cosidos con hilo gordo... Pero mirad antes cómo defino el Cristianismo. Digo así: «Amor ardientea las rentas, honores y mandos de la Iglesia de Cristo. Los que poseeneste amor saben unir todos los extremos y atar todos los cabos, y sontan diestros que a fuerza de amor a la esposa de Jesucristo, han logradotener a su disposición dos tesorerías, que son las del arca-boba de lacorte de España y la de los tesoreros de las gracias de la corte deRoma». Ya veis que he parafraseado lo que dijo el Manual en elpárrafo del Patriotismo.

—Bartolillo—preguntó uno—, ¿y no le has contestado nada a aquello deque el alma es un huesecillo o ternilla que hay en el celebro, o segúnotros en el diafragma, colocado así como el palitroquillo que se ponedentro de los violines?

—Paciencia. Allá va lo que pongo a la voz Fanatismo...

«Enfermedadfísico-moral, cruel y desesperada, porque los que la padecen aborrecenmás la medicina que la enfermedad. Es una como rabia canina que abrasalas entrañas, especialmente a los que arrastran holapandas. Los síntomasson bascas, convulsión, delirio, frenesí; en su último período degeneraen licantropía y misantropía, en cuyo estado el enfermo se siente conarranques de hacer una gran hoguera para quemar a medio linaje humano».

—Eso está bien dicho; pero algo frío, Bartolo.

—Duro, más duro en ellos. Veamos cómo te desenvuelves en la voz Fraile.

Frailes... Atención—continuó el lector—. Una especie de animalesviles y despreciables que viven en la sociedad a costa de los sudoresdel vecino en una especie de café-fonda, donde se entregan a todogénero de placeres y deleites, sin más que hacer que rascarse labarriga.

Aquí no pudieron contener los mozalbetes su entusiasmo, y fue tal laalgazara y el jaleo de pies y manos, que los transeúntes se detenían enla calle sorprendidos por el estentóreo ruido.

—Vaya, señores, que no leo más—dijo Gallardo guardando sus papeles conorgullo—. Esto va a perder la novedad cuando se publique.

—Bartolo, echa el Obispo.

—Bartolo, léenos el Papa.

—Eso se quedará para mañana.

—Ya andan por ahí los Zampatortas con la cabeza inclinada como higomaduro desde que saben va a salir tu Diccionario.

—Bartolo, ¿escribes hoy algo contra Lardizábal?

Lardizábal, individuo de la Regencia que había dejado de funcionar elaño anterior, publicó en aquellos días un tremendo folleto contra lasCortes.

—¿Yo? Jamás le he echado paja ni cebada al señor Lardizábal.

—Hombre, defendamos la soberanía de la nación.

—Si no tiene más enemigos que Lardizábal... Sopla, y vivo te lo doy...

—Mañana saldrá bueno nuestro Duende.

—Cuando sea diputado—dijo uno que por lo enteco parecíasietemesino—pediré que todos los frailes que hay en España seandestinados a dar vueltas a las norias para sacar agua.

—De ese modo se regará muy bien la Mancha.

—Señores, no olvidarse de que mañana habla Ostolaza y quizás D. JoséPablo Valiente.

—Hay que ir a la tribuna.

—Yo esperaré en la calle para ver la función de salida.

—Eh... Antonio, échanos un discurso.

—Un discurso como el de anoche, y sobre el mismo tema de la democracia.

—Pero no digas, como el Diccionario manual, que la democracia «es unaespecie de guarda-ropa en donde se amontonan confusamente medias,polainas, botas, zapatos, calzones y chupas, con fraques, levitas ychaquetas, casacas, sortúes y capotes ridículos, sombreros redondos ytricornios, manteos y unos monstruos de la naturaleza que se llamanabates».

—De ese modo ha querido pintar a las Cortes.

—La democracia—dijo otro mozalbete con voz elocuente, aunquececeosa—es aquella forma de gobierno en que el pueblo, en uso de susoberanía, se rige por sí mismo, siendo todos los ciudadanos tan igualesante la ley que ellos se imponen, como lo somos los desterrados hijos deEva a los ojos de Dios.

—Hombre, repíteme eso que es muy bonito, y quiero aprenderlo de memoriapara decírselo a mi papá esta noche al tiempo de cenar. A mi papá, quees muy liberal, le gustan estas cosas.

Yo me aburría entre aquella gente, sin poder sacar sustancia de taninaguantable confusión de voces diversas, ni de aquel laberinto deopiniones, de insensateces, de puerilidades, manifestadas en coroinarmónico, cuyo susurro hubiera enloquecido la cabeza más fuerte. Dijea D. Diego, que me marchaba, y él se empeñó en que le acompañase hastael fin.

—Yo oigo atentamente todo lo que hablan—me dijo—para aprendérmelo dememoria y soltarlo después en los cafés y en los ventorrillos. De estemodo voy adquiriendo fama de gran político, y cuando me acerco a la mesadel café, todos me dicen:

«a ver, D. Diego, qué piensa usted de lasesión de hoy».

Nos detuvimos un poco más; pero al fin pude sacarle con grandesesfuerzos de allí, y nos marchamos a tomar el fresco a la muralla.

—¿Qué diría doña María—le pregunté—si ahora me presentase yo en lacasa?

—Hombre, se me figura que mi señora madre no te juzga del todo mal.Ostolaza dice de ti mil herejías; pero mamá se opone a que hablen mal denadie delante de ella... Sin embargo, tienes en casa fama de ser unterrible conquistador de hermosuras. Más vale que no vayas allá. ¡Ah,pícaro!, ya sé que te gusta mi hermanita Presentación. Todos los días mepregunta por ti... Por mi parte si la quieres... yo sé que eres unhombre honrado.

—En efecto, me agrada.

—Como que te la llevaste a las Cortes una tarde... Sí, cuando salierony cayó la bomba, y les dio auxilio el padre Pedro de Advíncula... Elpobre D. Paco estuvo enfermo cinco días...

volvió a casa lleno debizmas, porque el estallido de la bomba,

¡asómbrate, chico!, le moliócomo si le hubieran dado una paliza.

—¡Desgraciado preceptor!... No olvide usted, amiguito, que esta nochehemos de ir a casa de Poenco.

—Sí; a olvidarme iba. Las carnes me tiemblan ya del gusto.

¿Dices queva Pepilla la Poenca?

—Y toda la flor de la majeza.

—Me parece que no ha de llegar el momento en que mi señora mamá cierrelos ojos.

—Aguardo en Puerta de Tierra.

—Puerta del Cielo debía llamarse. ¿Irá también la Churriana?

—También.

—Pues aunque supiera que mi mamá estaba en vela toda la noche...adiós... me voy a cenar y a rezar el rosario. Dentro de hora y mediaestaré allá... Tunante, diré a Presentación que te he visto. ¡Quécontenta se va a poner!

Cuando nos separamos visité de nuevo a lord Gray, y como le encontraradispuesto a salir a la calle, le dije:

—Milord, la señora condesa (Amaranta) me encargó ayer que rogase austed pasase a verla.

—Ahora mismo marcharé allá... ¿Está usted libre esta noche?

—Libre, y a la orden de usted.

—Será algo tarde cuando yo necesite de su auxilio. ¿Dónde nosencontraremos?

—No es preciso fijar sitio—repuse—. Yo tengo la seguridad de que nosencontraremos. Una súplica tengo que hacer a usted.

Mi espada no esbuena. ¿Quiere usted prestarme esa magnífica hoja toledana que está enla panoplia?

—Con mil amores: ahí va.

Diómela, y cambié su arma por la mía.

—¡Pobre Currito Báez!—dijo riendo—. Han fijado ustedes el duelo paraesta noche. Pero, amigo mío, yo no puedo estar en todas partes. Estanoche no podré asistir a la muerte de ese hombre.

—¿Pues no ha de poder? Hay tiempo para todo.

—Fijemos horas.

—No es preciso. Ya nos encontraremos. Adiós.

—Pues adiós.

Era de noche y corrí al ventorrillo. Don Diego tardó mucho; pasó unahora, pasaron dos y yo no cabía en mí de ansiedad y afán. Por fin le viaparecer y calmose mi febril impaciencia con su llegada.

—Poenco—gritó dando manotadas sobre la mesa—trae manzanilla. ¿Hayalgo de pescado para hacer sed?... Querido Gabriel, hombre benévolo ycaritativo, pongo en tu conocimiento que ahora al pasar por la calle delBurro me dieron ganas de entrar en casa de Pepe Caifás, y allí perdí loscuatro duros que me diste esta tarde. ¿Llevarías tu longanimidad hastael extremo de darme otros cuatro? Ya sabes que me caso pronto.

Le di lo que me pedía.

—Señor Poenco, ¿dónde está Pepilla?

—Ha ido a confesar y está haciendo penitencia.

—¡A confesar! ¿Tu hija se confiesa? No la dejes acercarse a ningúnfraile. Ya sabes que los frailes son unos animales viles