A Vuela Pluma Colección de Artículos Literarios y Políticos by Juan Valera - HTML preview

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Vaya usted á ver, pues, en qué consiste nuestra decadencia. AverígüeloVargas. ¿Por qué pudo celebrar el antiguo poeta y hoy no puede celebrarel moderno A aquellos capitanes,

en la sublime rueda colocados

por quien los alemanes,

el fiero cuello atados,

y los franceses van domesticados?

Hoy no acertamos á atar el fiero cuello á Máximo Gómez ni á domesticaral mulato cimarrón Maceo. ¿En qué estriba la diferencia? Lo ignoro. Perode la ignorancia misma nace una esperanza consoladora. Hay en todo algode misterioso que induce á no tener por absurdos los cambios másradicales. Los españoles son los mismos de siempre. Dios lo puede todo.Sus designios son inexcrutables. Y ya que nada de transcendentalsaquemos en claro del último libro del Sr. Menéndez, sino unas cuantashoras agradabilísimas leyéndole, pongamos nuestra confianza en Dios, yen la justicia, y en el valer de España, y exclamemos para terminar: Causa jubet melior superos sperare secundos.

MÉRITO Y FORTUNA

——

HACE pocos días recibí carta de mi excelente amigo el doctor D. JuanFastenrath.

Entre otras cosas me dice que en Alemania van á celebrar elcentenario de D. Manuel Bretón de los Herreros y que el gran duque deSajonia Weimar hará que en el teatro de su corte se represente unacomedia, tal vez Muérete... y verás, de aquel fecundo y ameno poeta,el 19 de Diciembre próximo, al cumplirse el siglo de su nacimiento.

Lleno de patriótica satisfacción ví yo esta prueba del alto aprecio conque en algunos países de Europa miran á los ingenios españolescontemporáneos.

Aguó, no obstante, y hasta acibaró mi contento, la injusta severidad conque un autor inglés de mucha fama, que por acaso estaba yo entoncesleyendo, juzga y condena á la España del día. En su estudio sobre SantaTeresa dice el Sr. Froude: «Las revoluciones siguen á las revolucionesen la Península Ibérica, hunden al pueblo en la miseria y esterilizanel suelo; pero en estos últimos tiempos, no han producido un solopersonaje como aquéllos cuyos nombres forman parte de la historiaeuropea. Sólo han producido aventureros militares y oradores de elocuencia transcendente; pero ningún Cid, ningún Gran Capitán, ningúnAlba, ningún Cortés, ningún Pizarro. El progresista de nuestra edadnecesita subir mucho si ha de elevarse al nivel antiguo.»

La verdad es que acerca de la España actual hay en el mundo muydesfavorables opiniones. Todavía somos estimados y ensalzados pornuestros artistas. Nuestros poetas líricos, tan buenos, en lo que va desiglo, como los de cualquiera otro país, son desconocidos en los paísesextranjeros. Algunas de nuestras novelas, aunque pocas, han sidotraducidas en varias lenguas. Y algo de nuestro teatro moderno ha sidotraducido y aplaudido también, sobre todo en Alemania y en Inglaterra.Acaso á El drama nuevo, de Tamayo, sea á lo que debemos el mayortriunfo. Ha pasado el Atlántico, y puesto en inglés, ha embelesado alpúblico de los Estados Unidos.

En mi sentir, no obstante, el movimiento presente del ingenio español seestima fuera de España en muchísimo menos de lo que vale. Sin dudaconsiste esto en que Francia, que para todos los pueblos civilizadoshace el papel de divulgadora y que además se interpone entre nosotros ylos demás pueblos, dista mucho de sernos favorable. Y no lo es porque enFrancia nos quieran mal ni porque falten en Francia personas eruditasque conozcan tan bien ó mejor que nosotros nuestra historia, nuestralengua y nuestra cultura, sino porque la generalidad de los francesesestá tan engreída, y no sin razón, si cabe razón en el engreimiento, quecasi no puede concebir que, desde los principios del siglo XVIII hastaahora, se haya hecho en España más que remedarlos ó permanecer en labarbarie ó corrupción mental en que habíamos ó se supone que habíamoscaído.

En este error nos cabe gran parte de culpa. Nosotros mismos nos hemosempeñado en probar que murió el antiguo pensamiento español castizo, yque desde Luzán en adelante Francia nos ha inspirado y nos ha pulido.

Nada más falso si discurrimos sobre ello con tino y reposo. Elescepticismo del siglo pasado: su pobre filosofía sin metafísica; susideas y sentimientos, nobles aunque maleados por excesiva declamación,sobre filantropía, igualdad, libertad y progreso, todo esto fué elespíritu de una época en la historia de Europa, ó si se quiere, de todoel género humano; pero en Francia resonó con mayor estruendo yhermosura, primero en sus escritores, y en su revolución más tarde.¿Cómo había de sustraerse España al influjo de lo que aquellosescritores dijeron y de lo que la revolución hizo? Hasta podíaconsiderarlo como el eco de su propio pensar y sentir, escrito primero,y luego actuado. Aun así, yo entiendo que el influjo de Francia fuémenor en España que en las demás naciones. Y en lo tocante á las reglasdel arte, á la forma, á lo meramente literario, apenas merece tenerse encuenta. Así como Parini, Alfieri, Monti, Fóscolo y Pindemonte nada debená la imitación francesa, los poetas de las escuelas de Sevilla ySalamanca, ambos Moratines en lo lírico y épico, Quintana, Gallego y elduque de Frías nada le deben tampoco. Hasta en la poesía dramática, auncuando queríamos sujetarnos á las reglas venidas de Francia, éramosoriginales, castizos y, permítaseme la expresión, de pura sangreespañola. Tan original, tan inspirado y tan propio de su nación y de suépoca, es D. Ramón de la Cruz como Lope ó como Tirso.

Froude puede decir lo que se le antoje, pero, en literatura al menos, noveo yo por qué los nombres del mencionado sainetero, los de los grandespoetas líricos que hemos citado, y los de bastantes otros más recientesque pudiéramos citar, han de excluirse de la historia de Europa y no hande poder figurar al lado de los nombres de Byron, Moore, Shelley yBurns.

A menudo cavilo y hago examen de conciencia para ver si me ciega ó no elamor propio nacional y siempre resulta de mi examen que dicho amorpropio no me ciega.

La mayor parte de los españoles, y yo con ellos,pecamos en el día por todo lo contrario. Cada cual propende á figurarse,poniéndose él á un lado como excepción rara y punto menos que única, quepor acá, intelectual y moralmente, todo está muy rebajado. Lamaledicencia, la más acerba censura, y la sátira más cruel semanifiestan en nuestras conversaciones y escritos y son lo que másagrada y se aplaude.

Como yo soy y quiero seguir siendo optimista, contra viento y marea, nisiquiera censuro esta furia de descontento y de censura. Afirman los quehan navegado mucho que nunca, en medio de las más espantosastempestades, perdían la esperanza de salvación mientras oían á la gentede á bordo lanzar votos y reniegos, blasfemias y maldiciones; y que sóloempezaban á perder la esperanza cuando veían á la gente de á bordo,resignada y contrita, rezar y no jurar y decirse ternuras en vez deimproperios.

Por este lado, pues, y como prueba de que queremos luchar contra laborrasca y vencerla, estoy por decir que me parece bien y útil que nosdenostemos y nos humillemos unos á otros hasta no poder más; pero hoyquiero yo discurrir serenamente, como si no hubiera tempestad, sinocalma, sin resignación y sin furia, y ver si puedo fundar en algo unrazonable sursum corda.

Válganme para ello así lo que he aprendido por la lectura como lo que hevisto en los muchos años que he peregrinado y vivido en extraños países.No es mi intento ofender á nadie, pero he de hablar con enterafranqueza. La ironía con que elogia Froude la elocuencia transcendentede nuestros oradores es injusta á todas luces. De sobra hay encualquiera otro país oradores tan huecos, tan palabreros, tan difusos ytan ampulosos como los que en España puedan ser más tildados de tenerdichos defectos.

Lo que no hay de sobra en parte alguna es la facilidad,el primor, la elegancia y el arrebato poderoso de no pocos de nuestrosoradores. Y en cuanto á la capacidad política que da muestra de sí en laacción y no en la palabra, creo que debemos hacer un distingo.

Claro está, y cómo negarlo, que España está pobre; que materialmente sehalla más atrasada que Francia, Inglaterra, Bélgica, Holanda, Alemania,los Estados Unidos, y tal vez algunos otros países; que es menospoderosa que Rusia; que ha perdido inmensos territorios en el NuevoMundo; que ha sido trabajada desde hace casi cien años por incesantesdiscordias civiles, y que en los momentos solemnes en que vivimos ahorase halla abrumada de grandes calamidades y amenazada de otras acasomayores. ¿Pero la causa de esto, digámoslo sin rodeos ni disimulos, esque los españoles del día son más inhábiles, menos enérgicos, menosprobos y menos entusiastas que los de otras edades para nosotros másdichosas? Esto es lo que yo niego. Puedo ver y veo nuestra decadencia;puedo recelar y prever nuestra ruina; pero no creo llano y fácilexplicar la causa. Fuera de España, en América y en Europa, hasta dondeyo he podido experimentar, no he visto que la gente del pueblo sea menostorpe, ni menos floja, ni menos ruda que en España. Y en cuanto á lossujetos eminentes, directores y gobernadores de los Estados, ya meguardaré yo muy bien de decir lo que dijo cierto lord inglés cuandoenvió á viajar á su hijo: anda, hijo mío, y pásmate al ver qué casta dehombres gobiernan el mundo. Yo disto mucho de ser tan severo como elcitado lord (Chesterfield, si la memoria no me engaña); pero no hetropezado en ninguna de las capitales y cortes que he recorrido, y he dedeclararlo aquí aunque sean odiosas las comparaciones, con ministros,jefes de partido, gobernadores y hombres de Estado, cuya grandeza hayatransformado en mi imaginación á los de España en unos pobrecitospigmeos. Confieso que no he conocido á Cavour ni á Bismarck, que son losque, en estos últimos sesenta años, han hecho más grandes cosas; pero heconocido á muy ilustres varones, dirigiendo la política de florecientesImperios, Repúblicas y Monarquías, y, acaso por falta de sonda mental,no he sondeado el abismo que los separa de nuestros infortunadoscorifeos políticos, abismo en cuyas por mí inexplicadas honduras han deresidir la agudeza, el tino y la sabiduría que hacen que todo les salgabien, mientras que todo por aquí nos sale mal por carecer de esasprendas.

Me induce á sospechar cuanto dejo expuesto que no siempre la postraciónó el encumbramiento de las naciones depende del valor del conjunto desus ciudadanos y del mérito extraordinario de los hombres que lasdirigen. Por mucho entran el valor y el mérito; pero hay otro factorimportante, y es la fortuna. Bien sé que no hay fortuna para Dios: todoestá previsto y ordenado por Él; mas para los hombres, ¿cómo negar quehay fortuna? ¿Quién prevé todos los casos adversos y prósperos? Y aunquese prevean, aunque se señale en un cuadro del porvenir el curso que hande llevar los sucesos, ¿depende por completo de la voluntad humana elvariar ese curso?

Imaginemos el político más maravillosamente previsor,y todavía podrá ser como el astrónomo que anuncia la aparición de uncometa y no le detiene, que anuncia un eclipse y no le evita; ó como elmédico que pronostica los estragos de una tisis galopante y la próximamuerte del enfermo y no sabe curarle.

Yo doy, pues, por seguro que así en el encumbramiento y prosperidad delos pueblos como en su decadencia y ruina, si entra por algo el mérito yel valer, entra por algo ó por mucho también lo que llama acaso la genteirreflexiva, lo que atribuye la gente piadosa á la voluntad del Altísimoó lo que ciertos impíos y sutiles metafísicos sostienen que depende delorden inalterable en que los casos se suceden ó del encadenamiento yevolución de la idea en la historia humana.

Como quiera que ello sea, hay venturas y desventuras, triunfos yreveses, hundimientos y exaltaciones que no provienen del mérito de losindividuos ó de los pueblos, sino que están por cima de las voluntades yde los entendimientos humanos.

Y afirmándolo así, yo me pregunto: ¿qué es lo que conviene más, entenderque las causas de nuestros males no son sólo por nuestra culpa óentender que estamos mal porque somos incapaces y porque no valemos loque nuestros padres ó lo que nuestros abuelos valían? Lo que es yo,desde luego me inclino á que es más útil entender lo primero. En ningunode los dos casos, yo, como optimista, veo el mal sin remedio.

Unanación, lo mismo que un individuo, aunque esté decaída y degradada,puede corregirse, hacer penitencia, sufrir la dura disciplina delinfortunio, regenerarse al cabo y volver á ser grande; pero estatransformación dichosa será muy lenta y tardía. Habrá que cambiar paraello el ser de todos los ciudadanos y el de la República; pero, si elmal proviene de las circunstancias, las circunstancias pueden cambiarporque Dios ó el destino quiere que cambien, y la transformaciónentonces será rápida é inesperada.

Para mí, por ejemplo, es evidente quelos españoles de los últimos años del reinado de Enrique IV de Castillano eran peores, tal vez eran los mismos los que tenían disuelto yestragado todo el país, que los que en tiempos de los Reyes Católicosconquistaron el

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reino de Granada, descubrieron un Nuevo Mundo, arrojaronde Italia á los franceses y lograron dar á su patria el primado ó lahegemonía entre todas las naciones de Europa.

Lo importante, pues, es que no perdamos la confianza y el aprecio denosotros mismos. Bueno es renegar y rabiar y acusarnos unos á otros deincapaces, probando así que no estamos resignados ni echados en elsurco; pero mejor es no creer que la incapacidad y el rebajamiento songenerales y única causa de nuestra ruina. Si creyésemos esto estaríaperdido todo; pero si creemos, como yo creo y quiero creer, que losespañoles de ahora están forjados del mismo metal y tienen el mismotemple de que fueron forjados y que tuvieron el Cid, el Gran Capitán, elduque de Alba, Cortés y Pizarro, no hay nada perdido.

Y como para mí es evidente que nuestros poetas, artistas, oradores yescritores del día no desmerecen de los que tuvimos en otras edades nitampoco están por bajo del nivel de los que florecen hoy en las otrasnaciones del mundo; y como para mí también es evidente, diga lo que digael Sr. Froude, que, á pesar de tantas revoluciones estériles, la tierrade España no está más seca ni desolada que en tiempo de los ReyesCatólicos ó del emperador Carlos V; doy por seguro que ni los políticosni los adalides dichosos han de faltarnos, y que si no perdemos laconfianza y la esperanza, ha de pasar pronto la mala hora y ha de sernosal cabo propicia la fortuna, con tal de que no la neguemos echándonostoda la culpa, y con tal de que no se lo atribuyamos todo paradisculparnos ó para cruzarnos de brazos.

FE EN LA PATRIA

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MI padre y multitud de parientes mios por todos los cuatro costados hanservido desde muy antiguo en la Marina española. Renegaría yo de micasta si denigrase á los marinos. Pero con todo eso declaro que mesublevan y enojan los que pretenden poner á los marinos y á losmilitares de tierra por cima de toda censura de los paisanos, fundándoseen que ignoramos sus artes. Razón tuvo Apeles de desdeñar el juicio delmenestral, diciéndole: zapatero á tus zapatos; pero el zapatero nopodía en cambio recusar á Apeles como juez de su calzado, ya que Apeles,si no sabía hacerle, tenía que pagarle, gastarle y andar con élcómodamente. Quiero decir con esto que, en todo caso, el artista y elpoeta podrían rebelarse contra la censura. Con no mirar sus cuadros ócon no oir ó leer sus versos se remedia todo el mal que causan. Nosucede lo mismo con aquellas profesiones de las que depende la grandezaó la ruina de los Estados, la vida de muchos hombres y la hacienda detodos, desde el gran capitalista, al que tiene que vivir de un salariomezquino.

De aquí que la censura que cae sobre el militar y el marino sea lícita,natural é inevitable. Y como á veces estimula, hasta conviene, si no esmuy disparatada, dura y descompuesta. Arquímedes sabía mucho y era muyingenioso. Si le hubiesen dado palanca y punto de apoyo hubiera movidoal mundo. Y sin embargo, si cuando inventaba mil artificios pasmosospara defender á Siracusa se hubieran burlado de él los periodistas deentonces, diciéndole mil cuchufletas y poniéndole en caricatura, aquelvarón tan sabio se hubiera atolondrado, se hubiera hecho un lío y nohubiera dado pie con bola dudando él mismo del resultado de su ciencia;resultado que, por virtud de previas disposiciones y á pesar de temoresy dudas, hubiera al fin naturalmente sobrevenido. Así, el fruto delárbol que se cultiva con esmero, cuando llega á su madurez y no le cogela tímida diestra del hortelano, cae en la tierra por virtud de supropio peso. Así también se puede explicar que el crucero Princesa deAsturias se botase al agua no bien la ocasión fué propicia. Si nohubiese estado bien construído ó bien puesto sobre la grada ó sobre loque conviene que se ponga, de fijo que no se hubiera lanzado al mar, tangallarda y primorosamente.

Las comparaciones para ser exactas y luminosas, han de entenderse bien.Racionalmente considerado el asunto, la flauta no sonó por casualidad.Si no hubiera estado hábilmente hecha no hubieran logrado hacerla sonarlos resoplidos más poderosos.

La verdad es que por lo que más pecamos ahora los españoles todos, espor el menosprecio de nosotros mismos, por una humildad que nos deprime,y por una exagerada admiración de lo extranjero. Nos parecemos al queoyó decir á un inglés que en cierto salón algo obscuro de la Alhambraconvendría que hubiese una claraboya; y para imitar al inglés, pidiótambién una claraboya para el palacio de Carlos V, que nunca tuvo techo.O bien nos parecemos á aquel caballero de Nápoles que sostenía que si laGruta azul estuviese en Francia le habrían abierto grandísima entrada,sin pensar que con mayor abertura hubiera desaparecido todo elmaravilloso encanto de la gruta, casi únicamente iluminada por los rayosdel sol que surgen refractados del seno azul del mar diáfano.

Mucho depende de la aptitud de los hombres; pero mucho depende tambiénde la buena ó mala ventura. No atribuyamos todo lo próspero á lahabilidad. En las victorias de Alejandro y de César la ventura hubo deentrar por algo. Suponer que entró por todo sería ruín envidia. De ellapudiéramos acusar á Felipe II, si dijo como se cuenta al saber lavictoria de Lepanto, mucho ha aventurado D. Juan: pero la magnanimidaddel mismo monarca se manifiesta cuando atribuye á los elementosdesencadenados, y no al poder de sus enemigos ni á la torpeza de susgenerales, la pérdida de la Armada invencible. Los cartagineses solíanmaltratar y hasta crucificar á sus generales cuando no vencían.Preferible es el aliento generoso del Senado de Roma que da gracias alCónsul Varrón por que después de Cannas no desespera de la salud de lapatria.

Menester es tener confianza en nosotros mismos. Entonces vencerán entierra los militares y en el mar harán maravillas nuestros marinos. Desu arrojo siempre han dado y siguen dando pruebas, y no sería justocreer que por el entendimiento y la inspiración estén por bajo de loshombres de otros países. Creer esto equivaldría á creer que en nuestropaís ha degenerado la especie humana, porque no ha de suponerse quetengan los uniformes la deplorable virtud de entorpecer y de incapacitará quienes los visten.

Tengamos confianza y el cielo nos será propicio. Sin los rezos de Moisésy sin los milagros que por su intercesión hizo Dios, Josué no hubieravencido; la profetisa Débora no hubiera entonado su himno triunfal, silas inteligencias que mueven los astros no hubieran bajado á combatir enfavor de su pueblo; en mil batallas han tomado parte los dioses delOlimpo para favorecer á los hijos de Grecia; y los Dióscuros abandonandoel refulgente alcázar que tienen en el cielo, y donde hospedan al sol enlos más hermosos días de cada año, han peleado en solemnes ocasiones porla grandeza de Roma. Todo ello entendido á la letra, podrá ser ilusión ósueño vano; pero, como figura, expresa enérgicamente la virtudtaumatúrgica de la fe que tienen los hombres en el genio superior y enlos altos destinos del pueblo á que pertenecen: fe dominadora de losnúmenes, que los evoca, los atrae y se los gana para aliados y paraamigos. Así nosotros, en mejores días, cuando tuvimos mayor fe en lo quevalemos, trajimos del cielo á Santiago y, montado en un caballo blanco,le hicimos matar moros é indios, cosa harto ajena de su profesión yejercicio durante su vida mortal.

Si nos obstinamos y persistimos en nuestra humildad, en recelar quehemos degenerado y que no somos ya lo que fuimos, ni Santiago ni nadieacudirá á socorrernos y jamás conseguiremos la victoria. Desde que Tubalvino á España, desde que en España reinaron los Geriones hasta el día dehoy, no hemos tenido un general que haya reunido bajo su mando 200.000combatientes. Y todavía en nuestro siglo, á pesar de tanta prosperidad,industria y riqueza no ha habido nación alguna, por rica y grande quesea, que envíe por mar á regiones remotas ejército tan numeroso como elque hemos enviado á Cuba. Pero si nos empeñamos en creer punto menos queinvencibles á los mulatos y negros insurrectos y en que se acabó ya lasustancia de que en España se forjaron en otras edades los ilustresguerreros, ni el Gran Capitán que resucitase y fuese por allí atinaríacon una inspiración dichosa, ni haría algo de provecho, mientras que confe tal vez bastaría un clérigo como el licenciado Pedro Lagasca, ya queno se puede suponer que ni Maceo ni Máximo Gómez valgan más que GonzaloPizarro.

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De estas incoherentes cavilaciones infiero yo que si nuestro triunfo seretardase demasiado, así en el mar del Sur como en el golfo de Méjico,culpa sería de nuestra falta de fe, que seguiría enajenándonos laprotección del cielo: pero que si como es de esperar vencemos pronto,sin duda que al cielo, ó á la suerte para el que no crea en su influjo,deberemos el triunfo en primer lugar; pero también le deberemos al valorde nuestro ejército de mar y tierra y á la habilidad é inspiración desus jefes. Y aunque esto último, aunque la habilidad y la inspiración senegasen, siempre quedarían como factores de la victoria, sobre el valorde soldados y marinos, el sufrimiento y la constancia de la nación, queal enviarlos sacrifica heróicamente y murmurando harto poco su sangre ysu dinero.

LA PAZ DESEADA

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GRANDÍSIMO mi deseo de complacer á mi amigo D. Miguel Moya, escribiendoalgo sobre la Nochebuena y la guerra de Cuba para un númeroextraordinario de El Liberal; pero mientras más cavilo, menos cosas seme ocurren. Sólo acuden á mi memoria y pronuncian mis labios lashermosas palabras que en boca de los ángeles oyeron los pastores: Gloria á Dios en las alturas y paz en la tierra á los hombres de buenavoluntad. Paz anhelamos todos, y ahora que la Nochebuena se aproxima,debemos repetir la exclamación angélica, pidiendo paz al cielo. Y nosólo porque con la guerra exponemos á las enfermedades y á la muerte álo más lozano de la juventud española y nos exponemos nosotros á lamiseria, sino también porque con la duración de la guerra, á par de lavida de muchos de nuestros hermanos, y á par del dinero y hasta de laesperanza de ganarle que vamos perdiendo, es de recelar que perdamostambién la paciencia, el juicio y el corto ingenio que Dios haya tenidola bondad de darnos.

Aun prescindiendo de todos los enormes males que la guerra trae consigo,sólo porque no se volviese á hablar de tan trillado, sobado y fastidiosoasunto, debiéramos rezar para impetrar del Altísimo que la guerraterminase, aunque fuera por virtud de un milagro, como el de la botaduradel Princesa de Asturias.

En suma; yo no sé ya qué decir sobre la guerra, y lo que es sobre laNochebuena, con decir gloria á Dios en las alturas y paz en la tierra álos hombres de buena voluntad, está dicho todo. Pero esto no es cuento,ni artículo, ni composición poética inédita, y por consiguiente, si nodigo más, me quedaré con el disgusto de no complacer al Sr. D. MiguelMoya.

Sólo veo un medio de salir de mi apuro: referir aquí con brevedad ytino, si soy capaz de tanto, la discusión que acaban de tener en mi casados señores que han venido á visitarme, y por dicha se han halladojuntos en ella. Es el uno, D. Valentín León y Bravo, capitán decaballería retirado, y el otro, el hábil diplomático D.

PrudencioMedrano y Cordero, retirado también, ó dígase jubilado. Ambos desean lapaz con el mismo fervor que yo; pero la buscan por muy diverso camino.Suponen cada uno de ellos que, si se hubiera seguido el que él traza, yagozaríamos de la paz en esta Nochebuena, y así nosotros en la Península,como nuestro valiente ejército en Cuba, la celebraríamosregocijadamente, después de haber oído la Misa del Gallo, consuculentas cenas, en que consumiríamos multitud de pavos, que desde supatria de origen, y no menor, multitud de jamones, que desde Chicago ydesde otros lugares de la Unión, donde abundan los cerdos, nos enviaríande presente Cullon, Morgan, Sherman y algunos senadores más.

Baste de introducción y empiece el diálogo. El arrogante D. Valentínhabló primero y dijo:

—Vamos, hombre; confiese usted que no hemos debido sufrir tantasofensas y amenazas de intervenir con las armas en nuestras discordiasciviles; jactanciosa seguridad de acogotarnos en un dos por tres,derrotando nuestro ejército y echando á pique nuestra flota; y envíoincesante de aplausos á los insurrectos, de insultos feroces á losleales, y de armas, municiones, dinero, víveres y toda clase de auxiliosá los que devastan, incendian, saquean y destruyen la riqueza de Cuba,para pedirnos luego indemnización por los mismos estragos y ruinas, quesin el favor de los yankees jamás se hubieran causado. Crea usted, quelo que hubiera convenido y lo que todo esto hubiera merecido, es quenosotros hubiéramos imitado á Agatocles.

—¿Y quién fué ese caballero?—preguntó don Prudencio.

—Pues Agatocles—contestó D. Valentín—fué un célebre tirano deSiracusa, con quien se condujeron los cartagineses sobre poco más ómenos, como los yankees con nosotros. Pero Agatocles se hartó desufrirlos, embarcó 5.000 soldados en unas cuantas naves, cruzó el marcon ellos burlando la vigilancia de la poderosa escuadra enemiga, ydesembarcó en el territorio de la gran República: para verse obligado ávencer ó á morir, destruyó los barcos en que había venido, como hicieronmás tarde el renegado cordobés Abu Hafaz en Creta, los catalanes enGalípoli y Hernán Cortés en México; entró á saco en muchas ciudadespúnicas, y aun estuvo á punto de apoderarse de la capital. ¿Por qué nohabíamos de haber nosotros declarado la guerra á los yankees, pasadoen un periquete con más de 100.000 combatientes desde Cuba á la tierrade ellos y quizás llegado hasta el Capitolio de Washington, arrojando deallí á culatazos á los senadores y yendo luego, por la avenida dePensylvania, hasta donde está el Palacio del Tesoro todo lleno de dineroy apuntalado para que no se hunda, aliviarle de aquel peso, y plantarnospor último en la Casa Blanca, que está á tres pasos de allí, y hacer áCleveland cautivo?

—Todo eso—replicó D. Prudencio—me parecería muy bien si para dejarmefrío no acudiese á mi mente esta frase proverbial: tú que no puedes,llévame á cuestas. No bastan doscientos mil soldados para acorralar ydomar á los mulatos y negros cimarrones, y sueña usted con que bastencien mil para llegar al Capitolio de la Gran República. Créame usted: lodigo con gran dolor, pero es menester decirlo; consumatun est.Menester es que nos resignemos y nos achiquemos. Cuba no nos haproducido nunca una peseta. Cada una de las que ha podido traerse deallí algún empleado poco limpio, nos ha costado mil pesetas al conjuntode los demás peninsulares y