Viaje al Río de la Plata y Paraguay by Ulrich Schmidel - HTML preview

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VIAGE

AL

RIO DE LA PLATA

Y

PARAGUAY,

POR

ULDERICO SCHMIDEL.

BUENOS-AIRES.

IMPRENTA DEL ESTADO.

1836.

CAPITULO: I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII,

XIII, XIV, XV, XVI, XVII, XVIII, XIX, XX, XXI, XXII,

XXIII, XXIV, XXV, XXVI, XXVII, XXVIII, XXIX, XXX,

XXXI, XXXII, XXXIII, XXXIV, XXXV, XXXVI, XXXVII,

XXXVIII, XXXIX, XL, XLI, XLII, XLIII, XLIV, XLV,

XLVI, XLVII, XLVIII, XLIX, L, LI, LII, LIII, LIV, LV.

EPILOGO.

INDICE DE LA MATERIAS CONTENIDAS EN EL

VIAGE DE ULDERICO SCHMIDEL AL RIO DE LA

PLATA.

INDICE DE LAS OBRAS CONTENIDAS EN EL TERCER

TOMO.

NOTICIAS BIOGRAFICAS DE ULDERICO SCHMIDEL.

El autor del diario que reproducimos en nuestra coleccion, era unnatural de Straubing, en Baviera, donde nació á principios del sigloXVI. Hallábase en Amberes, cuando se hacian en España los aprestos de unarmamento considerable, destinado á la colonizacion y conquista del Riode la Plata. Jóven y entusiasta, resolvió pasar á Cádiz, punto dereunion de los que debian tomar parto en esta hazaña.

Catorce buques de varias dimensiones, llevando á bordo una fuerza de2,500 Españoles, y de 150 Alemanes, estaban al punto de alzar el anclapara entregarse á los azares de una navegacion desconocida. Un rajo deesperanza, pintado en todos los rostros, alumbraba esta escena magníficade actividad y heroismo.

D. Pedro de Mendoza, que se habia distinguido en las guerras de Italia,peleando al lado del Condestable de Borbon, era el alma de esta empresa,en la que se alistó Schmidel como soldado, sin preveer que seria suhistoriador.

El 24 de Agosto del año de 1534 dejó la escuadra la rada de Cádiz, ypasó á la de San Lucar, de donde zarpó el 1.º de Setiembre. En pocosdias llegó á las Canarias, último eslabon del mundo antiguo, y colocadascomo una atalaya en las vastas soledades del Océano. Un furiosohuracan, que se formó á la vista de las islas, dispersó el convoy, sincausarle mas daño que el de detenerlo en su ruta. Volvió á juntarse enSantiago, la principal de las islas de Cabo Verde, y navegando con rumboal oeste, arribaron al Janeiro despues de una penosa travesía.

Los gefes de la expedicion dejaron en este puerto una huella sangrientade su aparicion, matando á puñaladas á Juan Osorio, recien elevado á ladignidad de lugar teniente del ejército. Este crímen, misterioso en suorígen, descubrió desde luego la índole feroz de los compañeros deMendoza, de la que dieron repetidas pruebas en adelante.

Del Janeiro pasaron al Rio de la Plata, que aun conservaba su antiguonombre de Paraná-guazú; y fondearon en la isla de San Gabriel, que erael puerto militar de los españoles en la primera época de la conquista.Ninguna resistencia le opusieron los Charrúas, que fueron tan osados éinhumanos con Solís: no porque hubiesen dejado de serlo, sino por elmiedo que les inspiró

la

vista

de

tantos

buques

y

de

sus

numerososcombatientes.

¡Cuan distinta fué la acogida que les hicieron los Querandís, moradoresy dueños de los fértiles campos en donde se fundó BUENOS AIRES! Sin masrecursos que sus bolas y dardos, que arrojaban con un acierto admirable,defendieron sus hogares contra los que habian triunfado de los ejércitosmas aguerridos de Europa, y que los atacaban con toda la superioridad desu disciplina militar y de sus armas. En uno de estos ataques, de quehabla Schmidel como testigo ocular, perecieron varios gefes, y el mismoAlmirante de la escuadra, D. Diego de Mendoza, hermano del Adelantado.

Entretanto el ejército, cercado y hostigado por todas partes, se hallóexpuesto á las mayores privaciones; y si no es exagerado el cuadro quehace Schmidel de los efectos del hambre, pocas veces fueron masterribles sus estragos. Baste decir que en una reseña que pasó D. Pedrode Mendoza en el fuerte recien edificado de Buenos Aires, halló apenas563 individuos, de los 2,650 que habia traido de España:—"los demashabian muerto (son palabras del historiador), y la mayor parte dehambre!"

Schmidel, que salvó de tantos amagos, acompañó á Oyolas en unaexpedicion al Paraná y Paraguay. El cómputo que hace de las fuerzas deaquellas tribus es asombroso, y se le podria creer exagerado, si el quelo hace no se hubiese mostrado tan cuerdo en sus demas detalles. Todosellos tienen el interes que inspira ese gran drama de la conquista delNuevo Mundo, bosquejado por uno de sus actores. ¿Quien no preferirá laingenua relacion del que concurrió á la fundacion de Buenos Aires y laAsumpcion, á las páginas mas elocuentes de los modernos historiadores?

Es de sentir que su ningun conocimiento de los idiomas que se hablabanen las colónias, le haya hecho corromper casi todos los nombres, hastahacerlos ininteligibles; sin ahorrar siquiera las palabras castellanas,que no siempre es posible descifrar, por mas que se procure indagar susentido. Este defecto no debe imputarse tan solo al autor, sino tambiená los que trabajaron sobre el texto aleman, latinizando á su modo losnombres propios, incluso el del autor, que transformaron en Faber, ó Fabro, traduccion literal de Schmidel. El primero que lo ejecutó fuéGotardo Arthus, cuya version insertó De Bry en la 7.ma part. de sugran Coleccion de viages: y tan imperfecta pareció á Levino Hulsiocuando la confrontó con el original, que se decidió á emprender otratraduccion, la que publicó en Nuremberg, en 1599; agregándole el retratodel autor, con varias láminas de frutas y animales del Paraguay, y dosmapas, una de la América del norte, y la otra del sud, que aunqueincorrectas, no dejan de tener algun mérito por la época en queaparecieron.

De estas versiones se valió D. Gabriel Cárdenas para el epítome quepublicó en 1731, y que reprodujo Barcia en el III tomo de sus Historiadores primitivos de las Indias Occidentales.

A pesar de las notas y del índice con que acompañó su publicacion, nologró ilustrarla, y solo podrá conseguirlo el que consulte el texto, loque hubieramos hecho si lo hubiésemos encontrado.Pero, de todas las obras que tratan de la conquista del Rio de la Plata, la de Schmidel esla mas rara, casi puede tenerse por irreperible.

Para sacar algun provecho de nuestra reimpresion, hemos emendado algunaspalabras, cuya equivocacion era evidente: como, p. e., Zechurvas porCharrúas; Carendies por Querandís; Aigais por Agaces; Salvascho por Salazar; Luchsan por Lujan; Richkel por Riquelme; Dabero porTabaré; Gratio Amiego por Garcia Vanegas; palmele por palometa; cardés y tardés, por cardos y dardos, etc.:—y hubiéramos multiplicadoestas correcciones si no nos hubiese detenido el temor de enredar mas eltexto de un escritor, cuyo diario es el primer monumento de nuestrahistoria, y la única fuente en que deben beber los que se proponenseguir los primeros pasos de los europeos en estas remotas regiones.

Los juicios de Schmidel se resienten á veces del espíritu que reinabaentonces en los conquistadores todos divididos en bandos yparcialidades; y el fallo que pronuncia sobre la conducta del AdelantadoCabeza de Vaca, nombre ilustre en los anales de la conquista, no está deacuerdo con los hechos que nos han transmitido otros historiadorescontemporaneos. Pero, prescindiendo de estos lunares, que todo lectorprudente puede discernir, merecen crédito los datos que ha recogido; ysolo la mencion que hace de tantos lugares, tribus, costumbres yacontecimientos, ha podido preservarlos del olvido, que ha devoradomuchas otras memorias.

Sea que fuese dotado de una imaginacion mas templada ó de un juicio masmaduro; sea que, desconfiando de lo que otros decian, se ciñeae áreferir lo que él mismo observaba, cierto es que se le debe considerarcomo el escritor mas circunspecto de su época.

El idioma aleman, de que se valió para redactar sus apuntes, y el latinen que fueron reproducidos, no eran los mas á propósito parageneralizarlos: así es que por cerca de dos siglos quedaron[Página 1] ignorados.Tambien contribuyó á este abandono el poco caso que hacian los españolesde sus establecimientos en paises desprovistos de minas: su explotacionfué por mucho tiempo el objeto exclusivo de la administracion de suscolónias; y tan general era el prestigio que egercian en el públicoestos ricos productos, que pervertió hasta el juicio de loshistoriadores, cuya admiracion se concentró en los conquistadores delPerú y de Méjico.

Sin embargo, ni fueron menores los riesgos, ni menos heróicos lossacrificios de los que invadieron los demas puntos de América: y paraponderar lo que costó la ocupacion del Paraguay, basta seguir á Schmidelen la rápida pero magistral ojeada que dá sobre los veinte años que pasóen el Nuevo Mundo,

rodeado

de

pueblos

indómitos

y

de

una

naturalezasalvage.

Cansado de tantos trabajos, solicitó y obtuvo licencia de volver á supatria; y escoltado por veinte indios Cários, ó Guaranís, único frutode su larga peregrinacion en América, atravesó el Guaira, para llegarmas pronto á San Vicente, donde esperaba hallar un buque para Europa.Este camino, que no conservaba mas huellas que las de Cabeza de Vaca,sobre ser impraticable por las asperezas del terreno, era defendido porenjambres de salvages que se anidaban en sus dilatados é impenetrablesbosques. Poblaciones enteras salieron á disputarle el paso, y á todasopuso una valerosa resistencia, segundado por sus fieles compañeros, queá pesar de ser indios, defendieron á un europeo. Por fin llegó altérmino suspirado de su viage, y tomó asiento en un buque portugues quelo llevó á Lisboa.

Encargado por el Gobernador Martinez de Irala de poner en manos del Reyun parte detallado de las principales ocurrencias de su administracion,pasó á Sevilla, en donde se hallaba á la sazon el Emperador Carlos V: yen la audiencia que le concedió aquel soberano, agregó verbalmente otrasnoticias á las que contenia el informe de Irala. Este documento, muyimportante para la história de nuestras provincias, si no se extravió[2]en poder del Rey, deberia hallarse en Sevilla ó Simancas, en el fárragode papeles hacinados en sus archivos.

Libre ya Schmidel de todos sus compromisos, se embarcó para Amberes, dedonde se restituyó al seno de su familia al cabo de veinte años deausencia.

PEDRO DE ANGELIS.

Buenos Aires, 16 de Setiembre de 1836. [3]

VIAGE AL RIO DE LA PLATA.

CAPITULO I.

De la navegacion de Amberes á España.

El año de 1534, salí de Amberes embarcado para España; llegué á Cádiz en14 dias, navegando 480 leguas, y ví en la costa una ballena de 35 pasos,de cuyo aceite se lleñaron 30 toneles.

Habia en el puerto 14 naviosgrandes prevenidos para ir al Rio de la Plata, 2,500 españoles y 150alemanes, flamencos y sajones, con su Capitan General, D. Pedro deMendoza, y 72 caballos é yeguas. Uno de estos navios era de SebastianNoarto y Jacobo Belzar, en que iba Enrique Peyne, su factor, conmercaderias al Rio de la Plata, en el cual me embarqué con cerca de 80alemanes y flamencos, bien armados. Salimos del puerto el dia de SanBartolomé, de 1534, con la armada, y llegamos á San Lucar, que dista 20leguas de Sevilla, donde nos detuvimos por lo tormentoso del mar.

CAPITULO II.

De la navegacion desde España á las Canarias.

A primero de Setiembre, sosegado el tiempo, salimos de San Lucar, yllegamos á tres islas no muy distantes entre sí, llamadas[4] Tenerife,Gomera y Palma, que distan de San Lucar 200 leguas[1]; muy abundantes deazucar: allí se dividió la armada.

Habitan estas islas españoles con susmugeres é hijos, y son del dominio del Rey. Estuvimos cuatro semanas contres naves en la Palma, proveyéndonos de vituallas, hasta que vino órdende D.

Pedro de Mendoza para proseguir viage. Estaba en nuestra nave unpariente de D. Pedro, llamado D. Jorge de Mendoza, que se habiaenamorado de la hija de un vecino de la Palma: pues habiendo el últimodia levado anclas, salió á tierra D. Jorge con doce compañeros, acercade las doce de la noche, y la robaron, trayéndola á la nave con unacriada, sus vestidos, joyas y dinero; y ocultamente la metieron ennuestro navio, sin que el capitan Enrique Peyne supiese nada. Solo loadvirtieron las centinelas, que lo habian visto.

Empezamos á navegar por la mañana, y á las dos ó tres leguas de viage,entró tan recio temporal que nos volvimos al puerto y echamos lasanclas. Enrique Peyne fué en el bote á tierra, y queriendo tomarla, vió30 hombres armados con escopetas y espadas, que querian prenderle: yconociéndolo sus marineros, le instaron á que no saliese á tierra.Procuró volverse á toda prisa, aunque menos de la que él quisiera,porque le seguian en navichuelos los de tierra, amenazándole. Al fin selibró de ellos en otra nave mas cercana á tierra.

Viendo los Canarios que no podian cogerle, hicieron tocar á rebato, ytrageron dos tiros, que dispararon cuatro veces contra el navio mascercano. El primero hizo pedazos una olla de agua, de cuatro ó cincoarrobas; el segundo quebró el último árbol de la nave; el tercero hizoun agujero grande en el costado, y mató á un hombre, y aunque erraron elcuarto, quedó muy maltratada la nave.

Estaba surto en el puerto otro capitan que iba á Méjico, y él en tierracon 150 hombres: el cual, habiendo sabido el robo de la muger, procurabala paz entre nosotros y los de la ciudad, con que se les entregasen D.Jorge de Mendoza, la hija y la criada; y habiendo entrado el capitanPeyne y el gobernador de la isla en nuestro navio para egecutar lopactado, D. Jorge les dijo, que aquella era su muger, y ella que sumarido; y al punto se desposaron con gran dolor y tristeza del padre dela muchacha.

[5]

CAPITULO III.

De la navegacion desde la Palma hácia las islas Verdes ó Hespérides, que llaman tambien de Cabo Verde.

Dejó el capitan á D. Jorge en tierra con su muger, y reparado el naviocomo se pudo, navegamos á la isla de Santiago, sugeta al Rey dePortugal, á quien obedecen los negros: y dista de la Palma 200 leguas.Allí estuvimos cinco dias, y proveimos nuevamente nuestro navio de pan,carne, agua y otras vituallas, y cosas necesarias á los navegantes.

CAPITULO IV.

De la navegacion desde las islas Verdes hácia el Brasil.

Volviéronse á juntar los 14 navios de toda la armada, y empezó ánavegar; y al cabo de dos meses llegó á una isla despoblada de seisleguas de ancho y largo, distante 500 leguas de Santiago,[2] en quesolamente habia pájaros, pero en tanta multitud, que los matabamos ápalos: estuvimos en ella tres dias.

Hay en este mar peces que vuelan,ballenas y otros que se llaman Schunbhut,[3] por un gran redondel quetiene cerca de la cabeza, con que dañan mucho á los pescados con quienespelean: es pez grande, de mucha fuerza, y que fácilmente se irrita.Tambien hay en este mar peces espadas, que tienen en el hocico unhueso á modo de cuchillo; peces sierras, que le tienen á modo desierra, y otros de varios géneros muy grandes.

CAPITULO V.

Del rio llamado Janero.

Llegamos despues á cierta isla llamada Rio Janero, donde los[6] francesespoblaron el año de 1555 (entonces y ahora, del Rey de Portugal). Distade la primera 200 leguas: llaman á sus indios Tupís. Aquí estuvimos 14dias, y entonces nuestro General, D. Pedro de Mendoza, por estarcontinuamente enfermo, encogido de nervios y muy débil, nombró por suteniente á Juan Osorio,[4] su hermano. Pero, poco despues de haberaceptado el cargo, fué acusado de rebelion contra Mendoza: por lo cual,mandó á cuatro capitanes, que fueron; Juan de Oyolas, Juan Salazar,Jorge Lujan y Lázaro Salazar, le matasen á puñaladas y le sacasen á laplaza, para que todos le viesen muerto por traidor: y publicó bando conpena de muerte, para que ninguno se alborotase por causa de Osorio,porque le sucederia lo mismo que á él. En lo cual se procedió sin motivojusto, porque Osorio era bueno, íntegro, fuerte soldado, oficioso,liberal y muy querido de sus compañeros.

CAPITULO VI.

Del Rio de la Plata ó Paraná; el puerto de San Gabriel y los Charrúas.

De aquí partimos á buscar el Rio de la Plata[5], y llegamos á otro riodulce, que llaman Paraná-guazú: está lejos este de la boca en que cae almar, y tiene 42 leguas de ancho. Desde el Rio Janero á él hay 215leguas. Aquí llegamos al puerto de San Gabriel: ancoraron los 14 naviosen el rio Paraná, y porque estaban distantes un tiro de bala, mandó elGeneral D. Pedro de Mendoza, que saliésemos los soldados y demas gente átierra, en los botes prevenidos para este efecto. Así llegamosfelizmente al Rio de la Plata el año de 1535, y hallamos allí un pueblode indios de los que habia 2,000, llamados Charrúas, que no tienen mascomida que pesca y caza, y andan todos desnudos. Las mugeres solo traenun paño delgado de algodon, desde la cintura á las rodillas. Todoshuyeron al vernos, con sus mugeres y sus hijos; y Mendoza mandóvolviésemos[7] á embarcarnos para pasar á la otra parte del rio, que notenia por allí mas anchura que ocho leguas.

CAPITULO VII.

De la ciudad de Buenos Aires y de los indios Querandíes.

En este sitio hicimos una ciudad, á la que llamamos Buenos Aires,[6] porlo saludables que eran los que allí corrian. Hallamos en esta tierraotro pueblo de casi 3,000 indios llamados Querandíes, con sus mugeres éhijos que andan como los Charrúas: nos trajeron carne y pescado. EstosQuerandíes no tienen morada fija; vagan por la tierra como gitanos.Cuando caminan en verano (que suele ser á mas de 30 leguas), sino hallanagua, ó la raiz de los cardos, que comida quita la sed, matan el ciervoó la fiera que encuentran, y beben la sangre; y sino lo hicieran, acasomurieran de sed. Catorce dias trajeron peces y carne al real, y porquefaltaron uno, envió Mendoza á Ruiz Galan, juez, y otros dos soldados áellos (que estaban á cuatro leguas). Pero los indios los maltrataron yvolvieron al real con tres heridos.

Viendo Mendoza esto, y que Galan se mantenia con la gente, envió á suhermano, D. Diego de Mendoza, con 300 soldados y 30 buenos caballos(entre los cuales iba yo): mandándole, que tomando el pueblo de losindios, los prendiese ó matase á todos.

Pero cuando llegamos ya tenian4,000 indios de sus amigos y familiares, de socorro.

CAPITULO VIII.

De la batalla con los indios Querandíes.

Queriendo atropellarlos, nos resistieron; peleando tan

[8]furiosamente,que dieron muerte á D. Diego de Mendoza, á 6

hidalgos, y á cerca de 20soldados, de á pié y á caballo. De los indios murieron cerca de 1,000.Pelearon fuerte y animosamente con sus arcos, y dardos, género delancilla, á modo de media lanza, con punta de pedernal aguzado, y trespuntas en forma de trisulco. Tienen unas bolas de piedra, atadas á uncordel largo, como las nuestras de artilleria[7]: échanlas á los pies delos caballos (ó de los ciervos cuando cazan), hasta hacerlos caer; y conestas bolas mataron á nuestro capitan y á los hidalgos referidos; y álos de á pié, con sus dardos: lo cual ví yo. Pero, no obstante suresistencia, los vencimos y entramos á su pueblo, aunque no podimoscoger vivo ninguno, ni aun mugeres y niños, porque antes de llegar loshabian llevado á otro lugar. En el pueblo hallamos pieles de nutrias,mucho pescado, harina y manteca de peces. Detuvímonos tres dias en él, yvolvimos al real, dejando allí cien hombres, que en el interin pescasencon las redes de los indios para abastecer la gente; porque aquellasaguas son maravillosamente abundantes de pescado. Repartíase paracomida, á cada uno, tres onzas de harina, y cada tres dias, un pez; y siqueria mas, habia de ir á pescarlo cuatro leguas de allí: duró estapesca dos meses.

CAPITULO IX.

De la poblacion de Buenos Aires, y hambre que se padecia.

Vueltos á nuestro real, fué dividida la gente para la obra de la ciudady la guerra, aplicando á cada uno á oficio conveniente.

Empezó áedificarse la ciudad, y á levantarse al rededor una cerca de tierra detres pies de ancho, y una lanza de alto; pero lo que se hacia hoy secaia mañana: y dentro de ella una casa fuerte para el Gobernador.Padecian todos tan gran miseria que muchos morian de hambre, ni eranbastantes á remediarla los caballos.

Aumentaba esta angustia haber yafaltado los gatos, ratones, culebras y otros animalejos inmundos con quesolian templarla, y se comieron hasta los zapatos y otros cueros.Entonces fué cuando tres españoles se comieron secretamente un caballoque habian

hurtado:

y

habiéndose

sabido,[9]

confesaron

atormentados elhurto, y fueron ahorcados; y por la noche fueron otros tres españoles, yles cortaron los muslos y otros pedazos de carne, por no morir dehambre. Otro español, habiendo fallecido un hermano suyo, se lecomió.[8]

CAPITULO X.

De la navegacion de algunos por el Rio la Plata arriba.

Viendo el Gobernador que la gente no podia mantenerse allí, mandó armarcuatro bergantines con 40 hombres cada uno, y tres botes ó embarcacionesmenores, y juntar el pueblo y á Jorge Lujan, que con 350 hombres subiesepor el rio arriba á reconocer los indios y buscar bastimento. Pero losindios habiéndonos sentido, quemaron con sus pueblos toda la comida ycuanto podia servirnos de alivio, y se huyeron: sin embargo tragimos áBuenos Aires alguna poca, que se nos repartia á onza y media de pan deracion; mas como era tan corta, murió de hambre la mitad de la gente eneste viage. Admiróse el General de ver tan poca gente, hasta que supolos motivos referidos que le contó Jorge Lujan.

CAPITULO XI.

Del sitio, toma y quema de la ciudad de Buenos Aires.

Estuvimos juntos un mes en Buenos Aires, con gran necesidad, esperandose previniesen las naves: en cuyo intermedio se pusieron sobre la ciudad23,000 indios valientes, cuyo número componian las cuatro nacionesQuerandíes, Bartenes, Charrúas y Timbúes, con intencion de acabarnos.Unos envistieron á la ciudad para entrarla, otros arrojaban flechas decañas encendidas sobre las casas, que cuyos techos estaban[10]

cubiertas depaja, excepto la del General que era de piedra, y lograron quemarenteramente toda la ciudad. Disparadas las flechas, empiecen áencenderse por la punta, y encendidas y arrojadas, no se apagan, antesqueman las casas en que pegan, y abrasan lo que tocan.

Tambien nos quemaron en esta funcion los indios cuatro navios grandes,que estaban en el mar á media legua del puerto; y la gente de ellos,viendo el gran tumulto de indios, se pasó á otros tres que no estabanlejos, y se hallaban abastecidos de bombardas. Previniéronse á ladefensa, y viendo quemarse las cuatro naves, dispararon tantas balascontra los indios que ib