Tres Comedias Modernas en un Acto y en Prosa by Mariano Barranco - HTML preview

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FRANCISCO.—Dos jóvenes: parecen matrimonio.

ATILANO.—¡Pobrecitos! Voy á amargarles la luna

de

miel.

FRANCISCO.—Venga usted acá. Le explicaré cuál

es

el elixir que se pone con el algodoncito. 15

ATILANO.—Sí, sí, explícamelo todo. ( Francisco, hablando muy bajito con don Atilano, de espaldas

al

público, figura irle instruyendo, mostrándole los instrumentos,

etc. )

LELIS.—Ya se mueven. Se conoce que va á salir el

20

que

está.

INOCENCIA.—¡Ay! ( Levantándose muy alegre. ) LELIS.—¿Qué?

INOCENCIA.—Que

ya

no

me

duele.

LELIS.—-

¿Cómo?

25

INOCENCIA.—¡Ay, qué gusto! La primera vez

desde

hace

cuatro

días.

LELIS.—¿De

veras?

INOCENCIA.—Nada,

no

siento

nada.

LELIS.—La impresión, el creer que ya ibas á 30

[Pg 17]entrar. Eso dicen que es muy frecuente; pero

estos

alivios son engañadores. Después el dolor repite más

fuerte.

INOCENCIA.—Sí; pero mientras no repita...

no

tengo

valor

para

sacármela.

LELIS.—¿Y

qué

hacemos?

5

INOCENCIA.—Irnos.

LELIS.—¿Y

si

te

vuelve?

INOCENCIA.—Vuelvo.

LELIS.—Como quieras; pero no iremos á casa,

¿eh?

INOCENCIA.—¿Pues

á

dónde?

10

LELIS.—Ya que estás mejor, entraremos en un café

retirado y tomaremos alguna cosita. ¡No me digas

que

no!

INOCENCIA.—Bueno. Así como así, hace cuatro

días

que

apenas

como.

15

LELIS.—Pues ahora comerás y estaremos allí

juntitos

y solos, como si ya hubiéramos realizado nuestras

esperanzas.

¿Cuándo será, Dios mío? ( Poniéndose el

sombrero. ) ¿Cuándo meteré yo la cabeza en alguna parte?

20

INOCENCIA.—Es que ya no me duele nada.

¡Vamos!

LELIS.—Vamos. (Quién sabe si podré ahorrarme

los dos duros.) ( Vanse. )

ESCENA IX

DON ATILANO y FRANCISCO

FRANCISCO.—¿Está

comprendido?

ATILANO.—Perfectamente.

25

FRANCISCO.—Les

diré

que

pasen.

[Pg

18]ATILANO.—Bueno;

ello ha de ser...

FRANCISCO ( Después de abrir la mampara).—

¡Calle!

¡Se

han

marchado!

ATILANO ( Saliendo también á la sala).—Me

alegro.

FRANCISCO.—¿Cómo?

ATILANO.—Digo, lo siento; pero ¿qué vamos á

hacer?

5

Ya

vendrán

otros.

FRANCISCO.—¿Pues no han de venir? Hoy nos

ganamos

lo

menos

veinte

duros.

ATILANO.—No me lo digas, Frasquito, no me lo

digas.

10

FRANCISCO.—Venga usted allá adentro y seguiré

enseñándole algunos detalles que le conviene

saber.

ATILANO.—Sí, sí, y tomaré otra copita. Ese vino es

riquísimo. Entre Pedro Jiménez y yo ( Como si descorchase

una botella. ) verás lo que hacemos. ( Vanse por el 15

foro. )

ESCENA X

ROCÍO, luego un CABALLERO

ROCÍO

( Siempre

con

marcadísimo

acento

andaluz).—Buenos

días. ¡No hay nadie! Mejor, así entraré más

pronto. ¡Ay, Jesús! ¡Qué cansada estoy! Y qué

aburrida

voy á estar aquí sola si tarda mucho el que está 20

dentro. ¡Parece mentira que haya personas

aficionadas

á la soleá!... Á mí no me gusta más soleá que la de mi

tierra, la que se canta. ¡Ay! ( Empezando á cantar y batiendo

palmas. )

CABALLERO ( Entra tapándose la boca con el

pañuelo

y

25

mugiendo

como

un

toro. )—¡Muú!

ROCÍO.—¡Qué barbaridad, cómo viene este

hombre!

[Pg 19]CABALLERO ( Sentándose, después de saludar

con

la

cabeza).—¡Gracias á que no hay más que ésta esperando!

Entraré pronto. Yo no puedo más. ¡Uf! ( Se levanta

y pasea de uno á otro lado de la escena. ) ROCÍO.—¡Pobrecito! Se conoce que está sufriendo

mucho.

5

CABALLERO.—Esto ya no se puede aguantar.

¡Berr!

ROCÍO.—Caballero, ¿le duele á usted mucho, eh?

CABALLERO.—¡Mucho!

ROCÍO.—¡Ay! Yo no puedo ver sufrir á nadie...

CABALLERO.—Pues, señora, lo siento tanto: pero

no

10

lo

puedo

remediar.

( Con

malos

modos. )

ROCÍO.—No, hijo mío, no, si no lo digo por eso.

Desahóguese usted todo lo que quiera. Al cabo y al

fin, el quejarse siempre es un consuelo. Los

suspiros

que se quedan dentro son los que hacen daño. 15

CABALLERO.—(Buenas ganas de conversación

tengo

yo

ahora.)

ROCÍO.—¿Y es fluxión ó caries lo que tiene usted?

CABALLERO.—No

lo

sé,

señora.

ROCÍO.—Será de los nervios, porque tiene usted

tipo

20

de

ser

muy

nervioso.

CABALLERO.—Muchísimo.

ROCÍO.—¡Pues ya es desgracia, ya! Á mí me

sucede

lo mismo. Y yo he padecido mucho de la boca,

mucho,

pero nervioso nada más; hasta que hace dos años me

25

dieron el gran remedio, y no he vuelto á tener novedad.

¿Sabe

usted

cómo

me

he

curado?

CABALLERO.—¡Qué

yo!

ROCÍO.—No lo va usted á creer cuando se lo diga.

Pues oiga usted. Me he curado cortándome las

uñas

30

[Pg

20]todos

los lunes. No se ría usted.

CABALLERO.—¡Qué me he de reir, señora, qué me

he

de

reir!

( Muy

incomodado. )

ROCÍO.—Parece brujería; pues no lo es. Me lo

aconsejó

una cigarrera de Sevilla, y desde entonces todos los

lunes... riqui riqui-riqui. ( Como si se cortara las 5

uñas. ) Se acabaron los dolores de muelas. No me retientan

ni

por

casualidad.

CABALLERO.—¿Entonces, á qué viene usted aquí?

( Muy

violento. )

ROCÍO.—¡Ay, Jesús! Hijo, me ha asustado usted.

10

CABALLERO.—Dispense usted, estoy rabioso.

ROCÍO.—Pues vengo á comprar un frasco de elixir,

lo

único que uso; pero vea usted... ( Enseñándole los dientes. )

CABALLERO.—Ya veo, ya. Dichosa usted. Tiene

una

dentadura

preciosa.

15

ROCÍO.—Gracias.

CABALLERO.—Preciosa;

parecen

perlas...

ROCÍO.—Perlas precisamente, no: porque si fueran

perlas no estarían ahí; pero, en fin, piñoncitos...

CABALLERO.—(¡Lástima que tenga yo dolor de 20

muelas!)

ROCÍO.—¿Está

usted

mejor?

CABALLERO.—Parece que se me va calmando

algo.

ROCÍO.—¡Cuánto me alegro! Usted dirá que le

estoy

mareando

con

la

conversación...

25

CABALLERO.—Señora,

yo

no

digo

nada.

ROCÍO.—Pero, hijo mío, yo soy así, no puedo

remediarlo.

Á mí, pídame usted lo que quiera, ¿comprende

usted? pero no me pida que no hable. Yo no

comprendo

esas personas calladas, mohinas, como buhos...

¡Ay!

30

[Pg 21]Á mí déme usted gente que hable mucho, que

diga

todo

lo que sienta, que no se guarde nada... ¡La

conversación!

¿Hay algo más agradable en este mundo?

Comunicar

una sus pensamientos, hasta los más hondos...

En eso nos diferenciamos de los animales... ¿Hay algún

animal

que

hable?

5

CABALLERO ( Con la mayor naturalidad).—Sí,

señora;

hay

uno.

ROCÍO.—¿Cuál?

CABALLERO.—La

cotorra.

ROCÍO.—Es verdad. ¡Ay qué gracioso! Está usted

10

mejor,

¿eh?

CABALLERO.—Sí, sí; me duele menos. La

conversación

con usted, por lo visto, me ha distraído y me he aliviado algo. Se conoce que el gusto de oirla...

¡Ay!

( De

pronto

dando

un

berrido.)

15

ROCÍO.—¿Qué?

¿Vuelve?

CABALLERO.—Son tirones. De pronto me dan y de

pronto

se

me

pasan.

ROCÍO.—¿Y la que le duele á usted es de arriba ó

de

abajo?

20

CABALLERO.—De

arriba.

ROCÍO.—Á ver, á ver, puede que esté dañada.

CABALLERO.—¡Ésa!

( Abriendo

la

boca

y

señalando

con

el

dedo. )

ROCÍO.—¡Ay, hijo mío; pero si tiene usted ahí la cueva

25

de Montesinos! Debe usted inmediatamente

orificársela.

CABALLERO.—¡Quiá!

¡Fuera

con

ella!

ROCÍO.—¿Sacarla?

Eso

es

lo

último.

CABALLERO.—¿Opina

usted?

ROCÍO.—Sí, señor. ( Se acerca al velador y

empieza

30

á

hojear

un

libro. )

[Pg 22]CABALLERO.—(Vaya si es graciosa la

mujer.)

( Pausa

corta. )

¿Es

usted

soltera?

ROCÍO.—Viuda,

para

servir

á

usted.

CABALLERO.—¡Qué

más

quisiera

yo!

ROCÍO.—¡Guasón! Para valiente cosa le serviría

yo

5

á

usted.

CABALLERO.—Y por lo visto hace ya mucho que

perdió

usted

á

su

esposo...

ROCÍO.—No

lo

perdí

yo;

se

perdió

él.

CABALLERO.—Quiero decir que, á juzgar por el

traje,

10

ya

ha

pasado

tiempo...

ROCÍO.—El luto lo llevo en el corazón.

CABALLERO.—Tiene usted el corazón negro, ¿eh?

( Animándose

cada

vez

más. )

ROCÍO.—Tengo aquí un plato de calamares. ¡Ay!

15

Si

usted

conociera

mi

historia...

CABALLERO.—¿Cómo

se

llama

usted?

ROCÍO.—¡Rocío!

CABALLERO.—¿Rocío? ¡Qué casualidad! Yo me

apellido

Flores.

20

ROCÍO.—¿Y

que?

CABALLERO.—Que las flores necesitan rocío.

ROCÍO.—¿Sí? Pues duerma usted al sereno.

( Siguen

hablando en voz baja, después de sentarse muy juntos

en el foro. ) 25

ESCENA XI

DICHOS, FRANCISCO y DON ATILANO, en el gabinete FRANCISCO.—Aquí tiene usted preparado el

enjuague.

Éste

sirve

para

todo.

[Pg

23]ATILANO.—Está

bien.

ROCÍO ( Riéndose).—¡Ay, pero qué malos son ustedes

los

hombres!

FRANCISCO ( Saliendo á la sala).—¿Quién de ustedes

es

el

primero?

ROCÍO.—Servidora...

5

FRANCISCO.—Puede usted pasar cuando guste.

( Abriendo

y

sosteniendo

la

mampara. )

ROCÍO.—Voy. Es decir, si no quiere usted pasar

antes...

CABALLERO.—Gracias, no me corre prisa, estoy

mejor.

10

ROCÍO.—Me alegro mucho. Con permiso. ( Entra

en el gabinete. Francisco por la puerta del foro de la sala. )

ESCENA XII

ROCIÓ y DON ATILANO, en el gabinete. EL CABALLERO, en la sala.

ROCÍO.—Servidora

de

usted.

ATILANO.—Muy señora mía. (Estoy temblando.)

ROCÍO.—¡Ay! ¿No está el señor Raigón? 15

ATILANO.—Está enfermo; pero es lo mismo, yo

estoy

en su lugar. Usted dirá lo que quiere que le haga.

ROCÍO.—¿Á mí? Nada, hijo mío. Por fortuna no

necesito

nada.

ATILANO.—¡Cuánto

lo

celebro!

20

ROCÍO.—Vengo á comprar un frasquito de elixir

¿sabe usted? De los más chiquirrititos. De

aquéllos,

de los de dos pesetas. ( Señalando á los que debe haber

sobre

el

lavabo. )

Soy

parroquiana.

CABALLERO ( Levantándose).—¡Caramba! ¡Qué

bien

25

[Pg

24]estoy

ahora!

ATILANO.—Tome usted. ( Dándole el frasquito. ) ROCÍO.—Hombre, bien podía usted envolverlo en

un

papelillo.

ATILANO.—Tiene usted razón. (Estoy aturdido.)

¿Dónde habrá papeles? ( Buscando en los cajones. ) 5

CABALLERO.—Me dan intenciones de marcharme.

No me duele absolutamente nada y ponerme ahora

á

que me den un par de tirones... Podía esperar en el

portal á la andaluza. ¡Qué mona es! Ella me lo agradecería,

de seguro, y... ¡quién sabe! Vaya, que me 10

largo. ( Vase. )

ESCENA XIII

DICHOS, menos el CABALLERO

ATILANO ( Dándole un frasco envuelto ya en un papel).—Tome

usted,

señora.

ROCÍO.—Ahí

van

las

dos

pesetas.

ATILANO.—Mil

gracias.

15

ROCÍO.—Quede usted enhorabuena. ( Dándole la

mano

y

sacudiéndola

dos

veces

acompasadamente. )

y

que

se alivie el señor de Raigón ( Como antes. ) y déle usted

expresiones...

( Como

antes. )

ATILANO.—De

parte

de

usted.

20

ROCÍO ( Saliendo del gabinete).—¡Ay! ¡Se ha marchado

aquel caballero! Vaya, como si lo viera: está

esperándome

en

la

calle...

Estos

viejos

camanduleros...

( Viendo á don Atilano al volverse. ) Servidora de usted. ( Le da la mano haciendo los sacudimientos

como

25

antes y vase. )[Pg 25]

ESCENA XIV

DON

ATILANO,

solo

Pues señor, todavía no he hecho nada y estoy

temblando

como un azogado. Necesito tomar otra copita.

¡Currito! ( Vase por el foro de la sala. )

ESCENA XV

ISIDRA y el GARLOPA. Ella trae el carrillo derecho muyinflamado y cubierto con un pañuelo negro.

GARLOPA.—Ande usted adelante. ( Empujándola

para