Poemas by Edgar Allan Poe - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.
index-1_1.png

EDGAR ALLAN POE

POEMAS

CON UN PRÓLOGO

DE

Rubén Darío

EDITOR:

CLAUDIO GARCIA

SARANDI, 441

1919

PEÑA Hnos.—Imp.

 INDICE

Prólogo de Rubén

Dario

POEMAS

Annabel Lee

A mi madre

Para Annie

Eldorado

Eulalia

Un ensueño

en un

ensueño

La ciudad en

el mar

La durmiente

Balada

nupcial

El coliseo

El gusano

vencedor

A Elena

A la ciencia

A la señorita

* * *

A la señorita

* * *

Al río

Canción

Los espíritus

de los

muertos

La romanza

El reino de

las hadas

El lago

La estrella de

la tarde

El día más

feliz

Imitación

Las

campanas

Ulalume

Estrellas fijas

Dreamland

El cuervo

PRÓLOGO

En una mañana fría y húmeda llegué por primera vez al inmenso país delos Estados Unidos. Iba el steamer despacio, y la sirena aullabaroncamente por temor de un choque.

Quedaba atrás Fire Island con suerecto faro; estábamos frente a Sandy Hook, de donde nos salió al pasoel barco de sanidad. El ladrante slang yanqui sonaba por todas partes,bajo el pabellón de bandas y estrellas.

El viento frío, los pitosarromadizados, el humo de las chimeneas, el movimiento de las máquinas,las mismas ondas ventrudas de aquel

mar

estañado,

el

vapor

que

caminabarumbo a la gran bahía, todo decía: all right. Entre las brumas sedivisaban islas y barcos. Long Island desarrollaba la inmensa cinta desus costas, y Staten Island, como en el marco de una viñeta, sepresentaba en su hermosura, tentando al lápiz, ya que no, por falta desol, a la máquina fotográfica. Sobre cubierta se agrupan los pasajeros:el comerciante de gruesa panza, congestionado como un pavo, conencorvadas

narices

israelitas;

el

clergyman huesoso, enfundado en sulargo levitón negro, cubierto con su ancho sombrero de fieltro, y en lamano una pequeña Biblia; la muchacha que usa gorra de jockey, y quedurante toda la travesía ha cantado con voz fonográfica, al són de unbanjo; el joven robusto, lampiño como un bebé, y que, aficionado al box,tiene los puños de tal modo, que bien pudiera desquijarrar unrinoceronte de un solo impulso... En los Narrows se alcanza a ver latierra pintoresca y florida, las fortalezas.

Luego, levantando sobre sucabeza la antorcha simbólica, queda a un lado la gigantesca Madona de laLibertad, que tiene por peana un islote. De mi alma brota entonces lasalutación:

«A ti, prolífica, enorme, dominadora. A ti, Nuestra Señora de laLibertad. A ti, cuyas mamas de bronce alimentan un sinnúmero de almas ycorazones. A ti, que te alzas solitaria y magnífica sobre tu isla,levantando la divina antorcha. Yo te saludo al paso de mi steamer,prosternándome delante de tu majestad. ¡Ave: Good morning! Yo sé, divinoicono, ¡oh, magna estatua!, que tu solo nombre, el de la excelsa beldadque encarnas, ha hecho brotar estrellas sobre el mundo, a la manera del fiat del Señor. Allí están entre todas, brillantes sobre las listas dela bandera, las que iluminan el vuelo del águila de América, de esta tuAmérica formidable, de ojos azules. Ave, Libertad, llena de fuerza; elSeñor es contigo: bendita tú eres. Pero, ¿sabes?, se te ha herido muchopor el mundo, divinidad, manchando tu esplendor. Anda en la tierra otraque ha usurpado tu nombre, y que, en vez de la antorcha, lleva la tea.Aquélla no es la Diana sagrada de las incomparables flechas: es Hécate.»

Hecha mi salutación, mi vista contempla la masa enorme que está alfrente, aquella tierra coronada de torres, aquella región de donde casisentís que viene un soplo subyugador y terrible: Manhattan, la isla dehierro, Nueva York, la sanguínea, la ciclópea, la monstruosa, latormentosa, la irresistible capital

del

cheque.

Rodeada

de

islasmenores, tiene cerca a Jersey; y agarrada a Brooklyn con la uña enormedel puente, Brooklyn, que tiene sobre el palpitante pecho de acero unramillete de campanarios.

Se cree oír la voz de Nueva York, el eco de un vasto soliloquio decifras. ¡Cuán distinta de la voz de París, cuando uno cree escucharla,al acercarse, halagadora como una canción de amor, de poesía y dejuventud! Sobre el suelo de Manhattan parece que va a verse surgir depronto un colosal Tío Samuel, que llama a los pueblos todos a uninaudito remate, y que el martillo del

rematador

cae

sobre

cúpulas

ytechumbres produciendo un ensordecedor trueno metálico. Antes de entraral corazón del monstruo, recuerdo la ciudad, que vio en el poema bárbaroel vidente Thogorma: Thogorma dans ses yeux vit monter des murailles de fer donts'enroulaient des spirales des tours et des palais cerclés d'arain surdes blocs lourds; ruche énorme, géhenne

aux

lúgubres

entrailles

oús'engouffraint les Forts, princes des anciens jours.

. . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . .. . . .

. . . . . . .. . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . .

Semejantes a los Fuertes de los días antiguos, viven en sus torres depiedra, de hierro y de cristal, los hombres de Manhattan.

En su fabulosa Babel, gritan, mugen, resuenan, braman, conmueven laBolsa, la locomotora, la fragua, el banco, la imprenta, el dock y laurna electoral. El edificio Produce Exchange, entre sus muros de hierroy granito, reúne tantas almas cuantas hacen un pueblo... He allíBroadway. Se experimenta casi una impresión dolorosa; sentís el dominiodel vértigo. Por un gran canal,

cuyos

lados

los

forman

casasmonumentales que ostentan sus cien ojos de vidrio y sus tatuajes derótulos, pasa un río caudaloso, confuso, de comerciantes, corredores,caballos,

tranvías,

ómnibus,

hombres-sandwichs vestidos de anuncios ymujeres bellísimas. Abarcando con la vista la inmensa arteria en suhervor continuo, llega a sentirse la angustia de ciertas pesadillas.Reina la vida del hormiguero: un hormiguero de percherones gigantescos,de carros monstruosos, de toda clase de vehículos. El vendedor deperiódicos, rosado y risueño, salta como un gorrión, de tranvía entranvía,

y

grita

al

pasajero

¡intanrsooonwoood! , lo que quiere decir,si gustáis comprar cualquiera de esos tres diarios, el EveningTelegram, el Sun o el World. El ruido es mareador y se siente en elaire

una

trepidación

incesante;

el

repiqueteo de los cascos, el vuelosonoro de las

ruedas,

parece

a

cada

instante

aumentarse. Temeríase acada momento un choque, un fracaso, si no se conociese que este inmensorío que corre con una fuerza de alud, lleva en sus ondas la exactitud deuna máquina. En lo más intrincado de la muchedumbre, en lo másconvulsivo y crespo de la ola en movimiento, sucede que una ladyanciana, bajo su capota negra, o una miss rubia, o una nodriza con subebé, quiere pasar de una acera a otra. Un corpulento policeman alza lamano; detiénese el torrente; pasa la dama; ¡all right!

«Esos cíclopes...», dice Groussac; «esos feroces calibanes...», escribePeladan. ¿Tuvo razón el raro Sar al llamar así a estos hombres de laAmérica del Norte? Calibán reina en la isla de Manhattan, en SanFrancisco, en Boston, en Washington, en todo el país. Ha conseguidoestablecer el imperio de la materia desde su estado misterioso conEdison, hasta la apoteosis del puerco,

en

esa

abrumadora

ciudad

deChicago. Calibán se satura de wishky, como en el drama de Shakespeare devino; se desarrolla y crece; y sin ser esclavo de ningún Próspero, nimartirizado por ningún genio del aire, engorda y se multiplica.

Sunombre es Legión. Por voluntad de Dios suele

brotar

de

entre

esospoderosos

monstruos algún sér de superior naturaleza, que tiende lasalas a la eterna Miranda de lo ideal. Entonces, Calibán mueve contra éla Sicorax, y se le destierra o se le mata. Esto vio el mundo con EdgarAllan Poe, el cisne desdichado que mejor ha conocido el ensueño y lamuerte...

¿Por qué vino tu imagen a mi memoria, Stella, alma, dulce reina mía, tanpresto ida para siempre, el día en que, después de recorrer el hirvienteBroadway, me puse a leer los versos de Poe, cuyo nombre de Edgar,harmonioso y legendario, encierra tan vaga y triste poesía, y he vistodesfilar la procesión de sus castas enamoradas a través del polvo deplata de un místico ensueño? Es porque

tu

eres

hermana

de

las

lilialesvírgenes, cantadas en brumosa lengua inglesa por el soñador infeliz,príncipe de los poetas malditos. Tú como ellas eres llama del infinitoamor. Frente al balcón, vestido de rosas blancas, por donde en elParaíso asoma tu faz de generosos y profundos ojos, pasan tus hermanas yte saludan con una sonrisa, en la maravilla de tu virtud, ¡oh, mi ángelconsolador; oh, mi esposa! La primera que pasa es Irene, la damabrillante de palidez extraña, venida de allá, de los marea lejanos; lasegunda es Eulalia, la dulce Eulalia, de cabellos de oro y ojos devioleta, que dirige al Cielo su mirada; la tercera es Leonora, llamadaasí por los ángeles, joven y radiosa en el Edén distante; la otra esFrancés, la amada que calma las penas con su recuerdo; la otra esUlalume, cuya sombra yerra en la nebulosa región de Weir, cerca delsombrío lago de Auber; la otra Helen, la que fué vista por la primeravez a la luz de perla de la Luna; la otra Annie, la de los ósculos y lascaricias y oraciones por el adorado; la otra Annabel Lee, que amó con unamor envidia de los serafines del Cielo; la otra Isabel, la de losamantes coloquios en la claridad

lunar;

Ligeia,

en

fin,

meditabunda,envuelta en un velo de extraterrestre

esplendor...

Ellas

son,

cándidocoro de ideales oceánidos, quienes consuelan y enjugan la frente allírico Prometeo amarrado a la montaña Yankee, cuyo cuervo, más cruel aunque el buitre esquiliano, sentado sobre el busto de Palas, tortura

elcorazón

del

desdichado,

apuñaleándole con la monótona palabra de ladesesperanza. Así tú para mí. En medio de los martirios de la vida, merefrescas y alientas con el aire de tus alas, porque si partiste en tuforma humana al viaje sin retorno, siento la venida de tu sér inmortal,cuando las fuerzas me faltan o cuando el dolor tiende hacia mí el negroarco. Entonces, Alma, Stella, oigo sonar cerca de mí el oro invisiblede tu escudo angélico. Tu nombre luminoso y simbólico surge en el cielode mis noches como un incomparable guía, y por claridad inefable llevoel incienso y la mirra a la cuna de la eterna Esperanza.

EL HOMBRE

La influencia de Poe en el arte universal ha

sido

suficientemente

honday

transcendente para que su nombre y su obra no sean a la continuarecordados. Desde su muerte acá, no hay año casi en que, ya en el libroo en la revista, no se ocupen del excelso poeta

americano,

críticos,ensayistas

y

poetas. La obra de Ingram iluminó la vida del hombre; nadapuede aumentar la gloria del soñador maravilloso. Por cierto que lapublicación

de

aquel

libro,

cuya

traducción

a

nuestra

lengua

hay

queagradecer al Sr. Mayer, estaba destinada al grueso público.

¿Es que en el número de los escogidos, de los aristócratas del espíritu,no estaba ya pesado en su propio valor, el odioso fárrago del caninoGriswold? La infame autopsia moral que se hizo del ilustre difunto debíatener esa bella protesta. Ha de ver ya el mundo libre de mancha al cisneinmaculado.

Poe, como un Ariel hecho hombre, diríase que ha pasado su vida bajo elflotante influjo de un extraño misterio. Nacido en un país de vidapráctica y material, la influencia del medio obra en él al contrario. Deun país de cálculo brota imaginación tan estupenda. El dón mitológicoparece nacer en él por lejano atavismo, y vese en su poesía un clarorayo del país del sol y azul en que nacieron sus antepasados.

Renace

enél

el

alma

caballeresca de los Le Poer alabados en las crónicas deGeneraldo Gambresio. Arnoldo Le Poer lanza en la Irlanda de 1327

esteterrible insulto al caballero Mauricio de Desmond: «Sois un rimador.»Por lo cual se empuñan las espadas y se traba una riña, que es elprólogo de guerra sangrienta.

Cinco siglos después, un descendiente del provocativo Arnoldo,glorificará a su raza, erigiendo sobre el rico pedestal de la lenguainglesa, y en un nuevo mundo, el palacio de oro de sus rimas.

El noble abolengo de Poe; ciertamente, no interesa sino a «aquellos quetienen gusto de averiguar los efectos producidos por el país y el linajeen las peculiaridades mentales y constitucionales de los hombres degenio»

según las palabras de la noble Sra.

Whitman. Por lo demás, es élquien hoy da valer y honra a todos los pastores protestantes,

tenderos,rentistas

o

mercachifles que llevan su apellido en la tierra delhonorable padre de su patria Jorge Washington.

Sábese que en el linaje del poeta hubo un bravo sir Rogerio, que batallóen compañía de Strongbow, un osado, sir Arnoldo, que defendió a una lady, acusada de bruja; una mujer heroica y viril, la célebre Condesa del tiempo de Cromwell; y pasado sobre enredos genealógicosantiguos, un General de los Estados Unidos, su abuelo. Después de todo,ese sér trágico, de historia tan extraña y romancesca, dio su primervagido entre las coronas marchitas de una comedianta, la cual le diovida bajo el imperio del más ardiente amor. La pobre artista habíaquedado huérfana desde muy tierna

edad.

Amaba

el

teatro,

era

inteligentey bella, y de esa dulce gracia nació el pálido y melancólico visionarioque dio al arte un mundo nuevo.

Poe nació con el envidiable dón de la belleza corporal. De todos losretratos que he visto suyos, ninguno da idea de aquella especialhermosura que en descripciones han dejado muchas de las personas que leconocieron. No hay duda que en toda la iconografía poeana, el retratoque debe representarle mejor es el que sirvió a Mr.

Clarke para publicarun grabado que copiaba al poeta en el tiempo en que éste trabajaba en laempresa de aquel caballero. El mismo Clarke protestó contra los falsosretratos de Poe, que después de su muerte publicaron.

Si no tanto comolos que calumniaron su hermosa alma poética, los que desfiguran labelleza de su rostro son dignos de la más justa censura. De todos losretratos que han llegado a mis manos, los que más me han llamado laatención son el de Chiffart, publicado en la edición ilustrada deQuantin, de los Cuentos extraordinarios, y el grabado por R. Loncup,para la traducción del libro de Ingram por Mayer. En ambos, Poe hallegado ya a la edad madura. No es, por cierto, aquel gallardo jovencitosensitivo que al conocer a Elena Stannard, quedó trémulo y sin voz comoel Dante de la Vita Nuova....

Es el hombre que ha sufrido ya, que conoce por sus propias desgarradascarnes cómo hieren las asperezas de la vida. En el primero, el artistaparece haber querido hacer una cabeza simbólica. En los ojos, casiornitomorfos, en el aire, en la expresión trágica del rostro, Chiffartha intentado pintar al autor del Cuervo, al visionario, al unhappyMaster, más que al hombre. En el segundo hay más realidad: esa miradatriste, de tristeza contagiosa, esa boca apretada, ese vago gesto dedolor y esa frente ancha y magnífica en donde se entronizó la palidezfatal del sufrimiento, pintan al desgraciado en sus días de mayorinfortunio, quizá en los que precedieron a su muerte.

Los otrosretratos, como el de Halpin para la edición de Amstrong, nos dan yatipos de lechuguinos de la época, ya caras que nada tienen que ver conla cabeza bella e inteligente de que habla Clark. Nada más cierto que laobservación de Gautier:

«Es raro que un poeta, dice, que un artista sea conocido bajo su primerencantador aspecto. La reputación no le viene, sino muy tarde, cuando yalas fatigas del estudio, la lucha por la vida y las torturas de laspasiones han alterado su fisonomía primitiva; apenas deja sino unamáscara usada, marchita, donde cada dolor ha puesto por estigma unamagulladura o una arruga.»

Desde niño, Poe «prometía una gran belleza.»

Sus compañeros de colegio hablan de su agilidad y robustez. Suimaginación y su temperamento

nervioso

estaban

contrapesados por lafuerza de sus músculos.

El amable y delicado ángel de poesía sabía darexcelentes puñetazos. Más tarde dirá de él una buena señora: «Era unmuchacho bonito.»

Cuando entra a West Point hace notar en él un colega, Mr. Gibson, su«mirada cansada, tediosa y hastiada.» Ya en su edad viril, recuérdale elbibliófilo Gowans: «Poe tenía un exterior notablemente agradable y quepredisponía en su favor: lo que las damas llamarían claramente bello.»Una persona que le oye recitar en Boston, dice:

«Era la mejorrealización de un poeta, en su fisonomía,

aire

y

manera.»

Un

preciosoretrato es hecho de mano femenina:

«Una

talla

algo

menos

que

de

alturamediana,

quizá,

pero

tan

perfectamente proporcionada y coronada por unacabeza tan noble, llevada tan regiamente, que, a mi juicio de muchacha,causaba la impresión de una estatura dominante. Esos claros ymelancólicos ojos parecían mirar desde

una

eminencia....».

Otra

damarecuerda la extraña impresión de sus ojos: «Los ojos de Poe, en verdad,eran el rasgo que más impresionaba, y era a ellos a los que su caradebía su atractivo peculiar.

Jamás he visto otros ojos que en algo se leparecieran. Eran grandes, con pestañas largas y un negro de azabache: eliris acero gris, poseía una cristalina claridad y transparencia, através de la cual la pupila negra

azabache

se

veía

expandirse

ycontraerse,

con

toda

sombra

de

pensamiento o de emoción. Observé que lospárpados jamás se contraían, como es tan usual en la mayor parte de laspersonas, principalmente cuando hablan; pero su mirada siempre erallena, abierta y sin encogimiento ni emoción. Su expresión habitual erasoñadora y triste: algunas veces tenía un modo de dirigir una miradaligera, de soslayo, sobre alguna persona que no le observaba a él, y,con una mirada tranquila y fija, parecía que mentalmente estaba midiendoel calibre de la persona que estaba ajena de ello.—¡Qué ojos tantremendos tiene el señor Poe!—me dijo una señora. Me hace helar lasangre el verle darse vuelta lentamente y fijarlos sobre mí cuando estoyhablando».

La misma agrega: «Usaba un bigote negro, esmeradamente cuidado, pero queno cubría completamente una expresión ligeramente contraída de la boca yuna tensión ocasional del labio superior, que se asemejaba a unaexpresión de mofa. Esta mofa era fácilmente excitada y se manifestabapor un movimiento del labio, apenas perceptible, y sin embargo,intensamente expresivo. No había en ella nada de malevolencia, pero símucho sarcasmo». Sábese, pues, que aquella

alma

potente

y

extraña

estabaencerrada en hermoso vaso. Parece que la distinción y dotes físicasdeberían ser nativas en todos los portadores de la lira.

¿Apolo, elcrinado numen lírico, no es el prototipo de la belleza viril? Mas notodos sus hijos nacen con dote tan espléndido. Los privilegiados sellaman Goethe, Byron, Lamartine, Poe.

Nuestro poeta, por su organización vigorosa y cultivada, pudo resistiresa terrible dolencia que un médico escritor llama con gran propiedad«la enfermedad del ensueño». Era un sublime apasionado, un nervioso, unode esos divinos semilocos necesarios

para

el

progreso

humano,lamentables cristos del arte, que por amor al eterno ideal tienen sucalle de la amargura, sus espinas y su cruz. Nació con la adorable llamade la poesía, y ella le alimentaba al propio tiempo que era su martirio.Desde niño quedó huérfano y le recogió un hombre que jamás podríaconocer el valor intelectual de su hijo adoptivo. El Sr. Allan—cuyonombre pasará al porvenir al brillo del nombre del poeta—jamás pudoimaginarse que el pobre muchacho recitador de versos que alegraba lasveladas de su home, fuese más tarde un egregio príncipe del Arte. EnPoe reina el ensueño desde la niñez. Cuando el viaje de su protectorle lleva a Londres, la escuela del dómine Brondeby es para él como unlugar fantástico que despierta en su sér extrañas reminiscencias;después, en la fuerza de su genio, el recuerdo de aquella morada y delviejo profesor han de hacerle producir una de sus subyugadoras páginas.Por una parte, posee en su fuerte cerebro la facultad musical; por otra,la fuerza matemática. Su ensueño está poblado de quimeras y de cifrascomo la carta de un astrólogo. Vuelto a América, vémosle en la escuelade Clarke,