Novelas Cortas by Pedro Antonio de Alarcón - HTML preview

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—Paciencia....

(murmuró

el

fraile.)

Todavía

es

muy

temprano.

—Dejémosles

emborracharse....

(expuso

una

vieja.)

Después entramos[34-7]... ¡y ni uno ha de quedar vivo!

25 —¡Pido que se haga cuartos[34-8] al boticario!

—¡Se

le

hará

ochavos,[34-9]

si

queréis!

Un

afrancesado

es

más

odioso

que

un

francés.

El

francés

atropella

a

un

pueblo

extraño:

el

afrancesado

vende

y

deshonra

a

su

patria.

El

francés

comete

un asesinato: el afrancesado ¡un parricidio!

II

30

Mientras

ocurría

la

anterior

escena

en

la

puerta

de

la

botica,

García

de

Paredes

y

sus

convidados

corrían

la

francachela[34-10]

más

alegre

y

desaforada

que

os

podáis

figurar.

(p35)

Veinte

eran,

en

efecto,

los

franceses

que

el

boticario

tenía

a

la mesa, todos ellos jefes y oficiales.

García

de

Paredes

contaría[35-1]

cuarenta

y

cinco

años;

era

alto

y

seco

y

más

amarillo

que

una

momia;

dijérase[35-2]

que

su

05

piel

estaba

muerta

hacía

mucho

tiempo;

llegábale

la

frente

a

la

nuca,

gracias

a

una

calva

limpia

y

reluciente,

cuyo

brillo

tenía

algo

de

fosfórico;

sus

ojos,

negros

y

apagados,

hundidos

en

las

descarnadas

cuencas,

se

parecían

a

esas

lagunas

encerradas

entre

montañas,

que

sólo

ofrecen

obscuridad,

vértigos

y

muerte

10

al

que

las

mira;

lagunas

que

nada

reflejan;

que

rugen

sordamente

alguna

vez,[35-3]

pero

sin

alterarse;

que

devoran

todo

lo

que

cae

en

su

superficie;

que

nada

devuelven;

que

nadie

ha

podido

sondear;

que

no

se

alimentan

de

ningún

río,

y

cuyo

fondo

busca la imaginación en los mares antípodas.

15

La

cena

era

abundante,

el

vino

bueno,

la

conversación

alegre y animada.

Los

franceses

reían,

juraban,

blasfemaban,

cantaban,

fumaban,

comían y bebían a un mismo tiempo.

Quién[35-4]

había

contado

los

amores

secretos

de

Napoleón;

20

quién

la

noche

del

2

de

Mayo[35-5]

en

Madrid;

cuál[35-6]

la

batalla

de

las Pirámides;[35-7] cuál otro la ejecución de Luis XVI.[35-8]

García

de

Paredes

bebía,

reía

y

charlaba

como

los

demás,

o

quizás

más

que

ninguno;[35-9]

y

tan

elocuente

había

estado

en

favor

de

la

causa

imperial,

que

los

soldados

del

César[35-10]

lo

habían

25 abrazado, lo habían vitoreado, le habían improvisado himnos.

—¡Señores!

(había

dicho

el

boticario):

la

guerra

que

os

hacemos

los

españoles

es

tan

necia

como

inmotivada.

Vosotros,

hijos

de

la

Revolución,

venís

a

sacar

a

España[35-11]

de

su

tradicional

abatimiento,

a

despreocuparla,

a

disipar

las

tinieblas

religiosas,

30

a

mejorar

sus

anticuadas

costumbres,

a

enseñarnos

esas

utilísimas

e

inconcusas

«verdades

de

que

no

hay

Dios,

de

que

no

hay

otra

vida,

de

que

la

penitencia,

el

ayuno,

la

castidad

y

demás

virtudes

católicas

son

quijotescas[35-12]

locuras,

impropias

de

un

pueblo

civilizado,

y

de

que

Napoleón

es

el

verdadero

Mesías,

el

(p36)

redentor

de

los

pueblos,

el

amigo

de

la

especie

humana....»

¡Señores! ¡Viva el Emperador cuanto yo deseo que viva!

—¡Bravo, vítor!—exclamaron los hombres del 2 de Mayo.

El boticario inclinó la frente con indecible angustia.

05 Pronto volvió a alzarla, tan firme y tan sereno como antes.

Bebióse un vaso de vino, y continuó:

—Un

abuelo

mío,

un

García

de

Paredes,

un

bárbaro,

un

Sansón,[36-1]

un

Hércules,

un

Milón

de

Crotona,[36-2]

mató

doscientos

franceses

en

un

día....

Creo

que

fué

en

Italia.

¡Ya

veis

que

10

no

era

tan

afrancesado

como

yo!

¡Adiestróse

en

las

lides

contra

los

moros

del

reino

de

Granada;

armóle

caballero

el

mismo

Rey

Católico,[36-3]

y

montó

más

de

una

vez

la

guardia

en

el

Quirinal,[36-4]

siendo

Papa

nuestro

tío

Alejandro

Borja![36-5]

¡Eh,

eh!

¡No

me

hacíais

tan

linajudo!—Pues

este

DIEGO

GARCÍA

DE

15

PAREDES,

este

ascendiente

mío...,

que

ha

tenido

un

descendiente

boticario,

tomó

a

Cosenza

y

Manfredonia;

entró

por

asalto

en

Cerinola,

y

peleó

como

bueno[36-6]

en

la

batalla

de

Pavía![36-7]

¡Allí

hicimos

prisionero

a

un

rey

de

Francia,

cuya

espada

ha

estado

en

Madrid

cerca

de

tres

siglos,

hasta

que

nos

la

robó

20

hace

tres

meses

ese

hijo

de

un

posadero

que

viene

a

vuestra

cabeza, y a quien llaman Murat![36-8]

Aquí

hizo

otra

pausa

el

boticario.

Algunos

franceses

demostraron

querer

contestarle;

pero

él,

levantándose,

e

imponiendo

a

todos

silencio

con

su

actitud,

empuñó

convulsivamente

un

25 vaso, y exclamó con voz atronadora:

—¡Brindo,

señores,

porque

maldito

sea

mi

abuelo,

que

era

un

animal,

y

porque

se

halle

ahora

mismo

en

los

profundos

infiernos!—¡Vivan

los

franceses

de

Francisco

I[36-9]

y

de

Napoleón

Bonaparte!

30

—¡Vivan!...—respondieron

los

invasores,

dándose

por

satisfechos.

Y todos apuraron su vaso.

Oyóse

en

esto[36-10]

rumor

en

la

calle,

o,

mejor

dicho,

a

la

puerta

de

la

botica.

(p37)

—¿Habéis oído?—preguntaron los franceses.

García de Paredes se sonrió.

—¡Vendrán[37-1] a matarme!—dijo.

—¿Quién?

05 —Los vecinos[37-2] del Padrón.

—¿Por qué?

—¡Por

afrancesado!—Hace

algunas

noches

que

rondan

mi

casa....—Pero

¿qué

nos

importa?—Continuemos

nuestra

fiesta.

10

—Sí

...

¡continuemos!

exclamaron

los

convidados.

¡Estamos aquí para defenderos!

Y

chocando

ya

botellas

contra

botellas,

que

no[37-3]

vasos

contra

vasos.

—¡Viva

Napoleón!

¡Muera

Fernando![37-4]

¡Muera

Galicia![37-5]—gritaron

15 a una voz.

García

de

Paredes

esperó

a

que[37-6]

se

acallase

el

brindis,

y

murmuró con acento lúgubre:

—¡Celedonio!

El

mancebo[37-7]

de

la

botica

asomó

por

una

puertecilla

su

cabeza

20 pálida y demudada, sin atreverse a penetrar en aquella caverna.

—Celedonio,

trae

papel

y

tintero—dijo

tranquilamente

el

boticario.

El mancebo volvió con recado de escribir.[37-8]

—¡Siéntate!

(continuó

su

amo.)—Ahora,

escribe

las

cantidades

25

que

yo

te

vaya

diciendo.

Divídelas

en

dos

columnas.

Encima

de

la

columna

de

la

derecha,

pon:

Deuda,[37-9]

y

encima

de la otra: Crédito.

—Señor

...

(balbuceó

el

mancebo.)—En

la

puerta

hay

una

especie

de

motín....

Gritan

¡muera

el

boticario! ...

30 Y ¡quieren entrar!

—¡Cállate y déjalos!—Escribe lo que te he dicho.

Los

franceses

se

rieron

de

admiración

al

ver

al

farmacéutico

ocupado

en

ajustar

cuentas

cuando

le

rodeaban

la

muerte

y

la

ruina.

(p38)

Celedonio

alzó

la

cabeza

y

enristró

la

pluma,

esperando

cantidades

que anotar.

—¡Vamos

a

ver,

señores!

(dijo

entonces

García

de

Paredes,

dirigiéndose

a

sus

comensales.)—Se

trata

de

resumir

nuestra

05 fiesta en un solo brindis. Empecemos por orden de colocación.

Vos,[38-1]

Capitán,

decidme:

¿cuántos

españoles

habréis

matado[38-2]

desde que pasasteis los Pirineos?[38-3]

—¡Bravo! ¡Magnífica idea!—exclamaron los franceses.

—Yo....

(dijo

el

interrogado,

trepándose

en

la

silla

y

10

retorciéndose

el

bigote

con

petulancia.)

Yo

...

habré

matado

...

personalmente

...

con

mi

espada

...

¡poned

unos diez o doce!

—¡Once

a

la

derecha![38-4]—gritó

el

boticario,

dirigiéndose

al

mancebo.

15 El mancebo repitió, después de escribir:

Deuda ... once.

—¡Corriente!

(prosiguió

el

anfitrión.)—¿Y

vos?...—Con

vos hablo, señor Julio....

—Yo ... seis.

20 —¿Y vos, mi Comandante?

—Yo ... veinte.

—Yo ... ocho.

—Yo catorce.

—Yo ... ninguno.

25

—¡Yo

no

sé!...;

he

tirado

a

ciegas....—respondía

cada cual, según le llegaba su turno.

Y el mancebo seguía anotando cantidades a la derecha.

—¡Veamos

ahora,

Capitán!

(continuó

García

de

Paredes.)—Volvamos

a

empezar[38-5]

por

vos.

¿Cuántos

españoles

esperáis