Morsamor Peregrinaciones Heroícas y Lances de Amor y Fortuna de Miguel de Zuheros y Tiburcio de Simahonda by Juan Valera - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

Cuando alguien por accidente muere antes, decimos que semalogra. Siete son los principios o elementos que en armonioso conjuntoconstituyen el ser humano. El número siete es simbólico y posee no pocasvirtudes. Según nuestra Constitución social y política, histórica yfilosófica, interna y externa, la vida de acción acaba en cada individuocuando este cumple siete docenas de años. El día en que los cumple, esel día de su jubilación y él se retira a este Cenobio y pasa de lavida activa a la vida contemplativa.

Así, el fámulo iba enterando de todo a Morsamor y a su tropa. Y graciasa la sugestión, no sólo les daba noticias, sino que también les inspirasanos, juiciosos y vehementes deseos. El de bañarse, fregarse yescamondarse, fue el primero que les inspiró, y para que le lograsen,como le lograron, los introdujo en unas maravillosas termas, dondebrochas y suaves cepillos automáticos los ungieron con aromático yespumoso jabón y les dieron gratas y purificantes fricciones.

Recibieronluego duchas de agua perfumada, se secaron con finísimas sábanas de linoy quedaron como nuevos de puro lustrosos. Todos parecían más guapos ymás jóvenes que antes. Al revestirse, notaron con agradable pasmo que laropa interior había sido lavada y planchada, (permítaseme lo familiar dela expresión) en un periquete, y que asimismo olía muy bien, gracias aun exquisito sahumerio. Los coletos, los gregüescos, las calzas y demásropilla exterior todo se había limpiado, quedando muy decente ydesapareciendo las manchas sin el empleo de la bencina ni de otrassustancias apestosas.

El fámulo les dijo que era muy conveniente que ellos se presentasen deun modo decoroso ante el señor Sankarachária.

Los llevó enseguida a un bonito y capaz refectorio, donde almorzaronsutiles extractos, que paladeaban y saboreaban con raro deleite y queeran tan nutritivos y tan poco groseros, que bastaba para alimentar ysatisfacer a un jayán, lo que cabe en una jícara de chocolate.

A todo esto, Morsamor y los suyos notaban con extrañeza que no aparecíanadie y que el Cenobio estaba como desierto. Adivinó el fámulo lo quepensaban y aclaró el caso de este modo:

—No quiero que andéis maravillados y suspensos al ver esta mansióndesierta. En ella no hay en este momento sino otros pocos fámulos comoyo, retirados sin duda, cada uno en su celda. Los señores han salidotodos. No volverán hasta tres horas después de mediodía, porque hoytienen Recordatorio galante.

Impaciente Morsamor por averiguar lo que aquello significaba,interrumpió al viejo preguntándole:

—¿Y qué recordatorio es ese?

—El Recordatorio galante—contestó el viejo—consiste en la costumbreque tienen los señores de ir una vez por semana al cercano Cenobio dela jubilación femenina, donde las señoras ancianas, dulces compañerasde su mocedad, los reciben de visita, los agasajan con un delicadobanquete, recuerdan con ellos los juveniles gozos y hasta cantan ybailan y huelgan y se entretienen, si bien con la majestad, el entono yel sereno juicio que importan en la edad madura.

Paseando por los alrededores del Cenobio y admirando los vergeles quele circundaban, estuvieron Morsamor y su gente hasta que pasaron lashoras del Recordatorio y volvieron al Cenobio los señores ancianos.

Cosa de encanto les pareció el verlos venir. Con pausa solemne venían endos hileras, como dos centenares de venerables viejos, vestidos delargas, flotantes y cándidas vestiduras. Todavía eran más cándidos yrelucientes sus cabellos levemente rizados y sus luengas y bien peinadasbarbas. Al andar, se apoyaban algunos en dorados báculos. Otros traían ytocaban arpas, violines y salterios. Guirnaldas de verdura y de floresceñían las sienes de todos aquellos ancianos.

El fámulo, que para verlos pasar se había echado a un lado con losforasteros, dijo a estos cuando llegó frente de donde estaban el viejotal vez de mayor estatura y de más gravedad y belleza de rostro.

—Ese es mi amo, el señor Sankarachária. Trae, como veis, una guirnaldade hiedra y de violetas, con que le ha coronado hoy su esposa, parasimbolizar el púdico, modesto y apretado lazo con que siempre la tuvoceñida y prendida.

Al son de los instrumentos músicos, venían todos cantando, con deliciosamelodía, un himno del Rig-Veda, del que Morsamor comprendiómilagrosamente y conservó en la memoria, no sabemos si con enterafidelidad, las siguientes estrofas:

«Áureo germen de luz apareciste al principio. Soberano del mundollenaste la tierra y el cielo.

¿Eres tú el Dios a quien debemosofrecer holocausto?».

«Tú das la vida y la fuerza. Los otros dioses anhelan que losbendigas. La inmortalidad y la muerte son tu sombra. ¿Eres tú elDios a quien debemos ofrecer holocausto?».

«Las montañas cubiertas de nieve y las agitadas olas del maranuncian tu poderío. Tus brazos abarcan la extensión de los cielos.¿Eres tú el Dios a quien debemos ofrecer holocausto?».

«Tú iluminas el éter. Tú afirmas la tierra y difundes la claridadpor entre las nubes. Cielo y tierra te miran temblando a ti que loscriaste. De tu radiante cabeza nace la aurora. Sobre las aguas queengendraron la luz primera y que se precipitan en el abismo,tiendes tú la serena mirada. Sobre todos los númenes te elevas cualDios único. ¡Oh custodia y faro de la verdad!

¿Eres tú el Dios aquien debemos ofrecer holocausto?».

-XXXI-

Como los sabios ancianos venían algo fatigados de la inocente huelga quehabían tenido, el fámulo dejó que reposasen y durmiesen la siesta un parde horas, y luego llevó a Morsamor y a los suyos a la presencia delseñor Sankarachária, quien los recibió con distinguida afabilidad yextremada finura.

Ya sabía Morsamor por el fámulo que el señor Sankarachária era elescritor más notable que había entonces en el Cenobio y en todaaquella República. Los libros que había compuesto y que componía, eranepítomes o brevísimos compendios, en estilo llano, para poner al alcancedel vulgo los más útiles conocimientos. Por el método, orden y nitidezde la exposición, ensalzaba el fámulo, entre dichos libros, los que setitulan Tattva Bodha, Conocimiento de la existencia; Atma Bodha,Conocimiento de yo (Dios); y Viveka Chudamani, El Paladión de lasabiduría.

—Aunque estos libros—añadía el fámulo—son sólo rudimentos ypreparativos para iniciación más alta, nadie consiente por acá que secomuniquen a los europeos, cuya inteligencia carece de la sólida madurezque para comprenderlos se requiere. Sólo dentro de tres siglos y pico,podrán ser y serán traducidos, leídos y semi-comprendidos en Europa poralgunas pocas almas excepcionalmente superiores.

Ya conjeturará el lector de la singular historia que vamos escribiendo,el mar de confusiones en que un espíritu tan escéptico y tan crítico,como el de Morsamor, hubo de engolfarse y hasta de anegarse al ver y aloír tan estupendas cosas.

—¿Qué diantres de personajes serán estos viejos?—se preguntaba élcavilando—. ¿Serán en realidad profundamente sabios, estarán de buenafe, llenos de vanidad y de soberbia por la comodidad y el regalo con queviven, gracias a sus envidiables inventos o habrá en ellos algo deembaucadores y de farsantes?

Así discurría Miguel de Zuheros, pero se callaba y ni al doncel sutilconfiaba su discurso. De todos modos, Miguel de Zuheros sentía muypicada su curiosidad y anhelaba investigar y averiguar más de lo que yasabía por el fámulo. Y como el señor Sankarachária era muy conversable ymuy fino, procuró charlar con él, lo consiguió fácilmente y le interrogósobre diversos puntos. De las contestaciones que obtuvo el sabio viejo,hemos podido recoger aquella parte que por ser menos profunda está más anuestro alcance y vamos a ver si acertamos a transcribirla clara yfielmente.

—El ocultismo—dijo Morsamor—no acaba de justificarse a mis ojos.¿Por qué escondéis avara y egoístamente vuestra ciencia, si vuestraciencia es buena y puede hacer a los hombres, mejores y más dichosos?

—No transmitimos nuestra ciencia—respondió el sabio viejo—porque loesencial de ella es intransmisible. Cada ser humano la crea en sí y parasí, sumergiéndose en el abismo de su propia alma, con intuición sóloeficaz cuando el alma está ya purificada y educada, exenta de egoísmo,libre de pasiones, apetitos y concupiscencias vulgares y apta paraentrar en el santuario íntimo de la conciencia suprema, donde todo esuno, el conocer, el que conoce y lo conocido.

Para adquirir estaindispensable previa aptitud, jamás basta una sola vida. Sólo puedeconseguirse después de muchas reincarnaciones.

—¿Sabes tú—preguntó Morsamor—por cuántas has pasado ya?

—Mi clarividencia, en este punto, no es completa todavía—replicó elanciano—; pero entreveo y percibo en la penumbra confusa de misrecuerdos ultranatales que he muerto y renacido ya treinta veces enesta mansión terrenal. Y todavía sé poco y todavía para seguirestudiando tendré que morir y que renacer dos o tres veces más antes dealcanzar el nirvana.

—¿Y qué es el nirvana?—dijo Morsamor.

Declárartelo bien—contestó el viejo—implicaría dos cosas tan difícilesque rayan en lo imposible. Es la primera que si lo supiese yo, yoestaría ya en el nirvana y sería omnicio o digase conocedor de cuantoha sido, es y será; del sujeto, del objeto y de la síntesis en que seenlazan e identifican, siendo todo y uno y disipándose las aparentesilusiones que distinguen, individualizan y separan. Y es la segunda que,aun poseyendo yo tan alta bienaventuranza, no hallaría para transmitirtesu concepto medio alguno de expresión en lenguaje humano, ni tampoco enla sugestión directa y pura. Por ahora, reprime tu curiosidad yaguántate sin saber lo que es el nirvana. Acaso, dentro de algunossiglos, cuando subas a vida más alta, trasluzcas o columbres lo que es.

Morsamor se resignó porque no había otro remedio; mas para consolarsehizo preguntas menos trascendentes.

—Aunque lo más substancial y elevado de vuestra ciencia seaintrasmisible, todavía no me explico y deploro que viváis tan aisladosen este esquivo rincón del mundo, sin influir en las andanzas del humanolinaje, y sin enseñar a alguien que no sea de los vuestros, ya que no lomás elemental de vuestra ciencia, el método o camino que a ella conduce.

—Tu suposición es infundada—dijo el anciano—. Nosotros distamos muchode vivir aislados.

Desde hace miles de años estamos en comunicación ytenemos trato con no pocos espíritus selectos, aun de los que han vividoy viven más lejos de aquí. Nosotros les hemos comunicado generosamentealgo de lo que sabemos y podemos comunicar. Sobre todo, hemos sidodadivosos, espléndidos, con aquellos que han logrado penetrar hasta aquíy hacernos una visita. Uno de los primeros que vino a vernos desdeEuropa fue Pitágoras de Samos, y a nosotros se nos debe no pequeña partede su sistema filosófico. A despecho de nuestra prudencia y de nuestraancianidad, he de confesarte que pecamos por un exceso de galantería, ysiempre que aparece en nuestra tierra alguna dama extranjera dedistinción y aficionada a saber, la recibimos con finísimas atenciones yhacemos cuanto está a nuestro alcance para ilustrarla. Valgan comoejemplo la famosa Sibila Eritrea y más aun la linda hija de un honrado lucumon etrusco que vino acompañándola. Ella cautivó de tal suerte consu gentil presencia y con su mucha discreción a nuestros antepasados,que consiguió la dotasen de pasmosa sabiduría. Cuando volvió a Italiacon su señor padre, se prendó de cierto reyezuelo de un pequeño Estado,tuvo con él frecuentes coloquios y le dio tan sanos consejos y leinspiró tan admirables leyes, que su ciudad, única en la historia, seenseñoreó de lo mejor del mundo y fundó hasta hoy el más persistente delos imperios.

Ya comprenderás que hablo de Egeria, la ninfa inspiradorade Numa. Otros peregrinos se han presentado por aquí, que se hanaprovechado muy mal de nuestras generosas lecciones, moviéndonos aarrepentirnos de habérselas dado. No se han servido de ellas con eldesinterés y la abnegación indispensables para que den buen fruto, sinocon malvado egoísmo, para engañar al prójimo y seducirle. Cuando estoocurre, la magia blanca o rajah yoga que nosotros aprendemos ytransmitimos, se malea y se tuerce, y convertida en hatha yoga o magianegra, suele hacer mil estragos como si fuese obra de los númenesinfernales. Entre estos peregrinos que nos han dado chasco, te citaré aSimón el Mago, a Apolonio de Tiana, a Máximo de Efeso, consejero deJuliano el Apóstata, y por último, al encantador Merlín, a quienconsideran en Europa como hijo del diablo, lo cual no hay para qué decirque es absurda mentira.

—¿Pero es menester—preguntó Morsamor—llegar a estos sitios paraparticipar de vuestra sabiduría?

—En manera alguna—dijo Sankarachária—. Los más aprovechados eiluminados de entre nosotros, poseemos la facultad de entendernos, siqueremos, con las personas que están más distantes. Nuestro cuerpomaterial y pesado es como la creación de nuestro cuerpo etéreo yplasmante, cuya ligereza raya casi en ubicuidad. Nosotros podemosdesprender del cuerpo material y pesado dicha forma etérea, mal llamadacuerpo, recorrer con ella inmensas distancias, filtrarnos o colarnos porcualquier resquicio en la más severa clausura y conversar a todo nuestrosabor con nuestros amigos y adeptos. Así nos comunicamos y entendimos,hace ya sobre poco más o menos veintidós siglos, con el príncipeSidarta, entrando en el hermoso palacio de Kapilavastu, donde su padreSudhodan, rey de los sakias, le tenían encerrado. Con nuestrasamonestaciones y consejos fomentamos su vocación e ilustramos sunobilísimo espíritu.

Bien podemos, pues, jactarnos de haber influido enque se fundase una religión que en el día profesan más de cuatrocientosmillones de seres humanos.

—¿Y habéis tratado y seguís tratando de la misma suerte a algunossabios europeos, yendo vosotros de visita donde ellos residen?

—¿Y cómo no?—contestó Sankarachária—. Yo tengo y visito así a variosamigos de Europa.

Uno de ellos, suizo de nación, médico excelente yfilósofo de raro y agudísimo ingenio, está avecindado en Basilea, y esgeneralmente conocido con el nombre de Paracelso; otro, no menossingular, se llama Cornelio Agripa, natural de Colonia, en las orillasdel Rhin; otro, que tiene más fama de brujo que los demás, y dicen queva siempre acompañado de un diablo en figura de paje, lo cual yacomprenderás que es una patraña, se llama el doctor Juan Fausto; y otro,por último, con quien estoy yo en más frecuentes y cordiales relaciones,vive ahora junto a Sevilla, en un convento en la margen delGuadalquivir, y se llama el Reverendo Padre Fray Ambrosio de Utrera.

Suspenso y como turulato se quedó Morsamor al oír en boca deSankarachária el nombre de su benéfico amigo.

—Entonces—exclamó—sabrás quién soy yo. El Padre Ambrosio te lo habrácontado todo.

—Y vaya si me lo ha contado. Yo sabía quién tú eras, he influido en quevengas por aquí; puedo asegurar que invisiblemente te he guiado parallegar adonde no llega nadie sin nuestra venia, y encargando a mi fámuloel disimulo, le ordené que te aguardase en el soto, como, en efecto, lohizo.

-XXXII-

No fue una sola vez, sino varias, las que tuvo Morsamor diálogos por elestilo con el sabio viejo. Así aclaró o creyó aclarar muchas dudas yformar idea, aproximada ya que no exacta, del país a que había llegado yde la gente que en él vivía.

Pondremos aquí, en resumen, el resultado de sus investigaciones o dígaselo que él acertó a comprender y lo que nosotros podemos expresar sintrabucarlo ni alterarlo.

Era aquel país el de los llamados mahatmas, rodeado de montañas tanintransitables, que los profanos no podían llegar a él. Era como unasBatuecas, no groseras y rústicas, sino cultas, elegantes y felices.Cuatro mil años, sobre poco más o menos, hacía ya que los habitantes deaquel país vivían apartados de la mayoría del humano linaje, formandouna República pacífica y próspera, cuyo único gobierno era el consejo delos señores del Cenobio o sea de los mahatmas.

Sankarachária explicaba de modo harto singular el origen de aquellaRepública. Lo que él contaba dista mucho de parecer verdadero; antesbien, lo consideramos como fábula impía y absurda, pero nos parece tancuriosa que no podemos resistir a la tentación de ponerla aquí, enbreves palabras, remitiendo a los lectores que quieran saber más sobreello a un libro escrito no hace mucho tiempo y cuyo título es Dios y sutocayo.

Prescindamos de la mayor o menor antigüedad de la especie humana.Dejemos a la prehistoria, ya fundada en la geología, ya valiéndose delestudio comparativo de los idiomas y de otros primitivos documentos,conceder muchos miles o pocos miles de años a la existencia del hombreen nuestro planeta. Tengamos sólo por cierto, para no disputar con elseñor Sankarachária, que, antes de que apareciese la raza blanca, hubootras razas que progresaron y se elevaron a no pocos grados decivilización. Así la raza negra, la amarilla y la raza de piel roja,cuyos individuos se llamaron atlantes y se esparcieron por el mundocuando la Atlántida se hundió. No hablemos aquí de los proto-scitas ohiperbóreos, colonia de los atlantes que se estableció más allá de lasMontañas Rifeas y que fue muy culta y floreciente. A nuestro propósitobasta saber que más de dos mil y cuatrocientos años antes de la eravulgar, había dos poderosos y civilizados imperios: uno en Egipto, deatlantes y de negros mezclados, y otro en China, no menos adelantado oquizá más adelantado que el de los egipcios. En China reinaba en aquellaépoca un Emperador llamado Iao, y hacía muy poco que, por evolución yselección, había aparecido sobre el haz de la tierra la raza blanca, quees la más perfecta de todas.

Ciertos espíritus, muy pulidos y desbastados ya, después de pasar porbastantes reincarnaciones, no se avinieron a reincarnarse en chino,ni en negro, ni en mulato. Con la fuerza plasmante que tenían en suforma etérea se condimentaron o confeccionaron cuerpos sólidos másperfectos, y de esta suerte creía el sabio viejo, cuyas ideasextractamos, que apareció la raza blanca en el mundo. En una fértil ybonita comarca del Tibet, vivió y se propagó, bajo la dependencia del yacitado Emperador de la China, a quien sus súbditos llamaban Iao y PadreCeleste. Este soberano empezó a temer que aquellos nuevos hombres seinstruyesen demasiado, se ensoberbeciesen y se rebelasen. Procuró, pues,conservarlos en la ignorancia, pero ellos desobedecieron sus mandatos yaprendieron muchas cosas buenas y malas. Iao entonces envió un ejércitocontra ellos, que los expulsó del paraíso en que vivían. Y ellos,expulsados ya, fueron poco a poco emigrando por diversas regiones ydominando y acogotando a las razas inferiores donde quiera que llegaban.Algo, no obstante, se pervirtieron, malearon y bastardearon con el tratoy convivencia de las tales razas, harto inferiores, como ya queda dicho.

Sólo una escasa minoría de la raza blanca se conservó pura y sin mezclay subió como la espuma en virtud y en saber. Para ello, en el momento dela expulsión ordenada por Iao, tuvo la cautela de escabullirse en aquelvalle recóndito, circundado de altísimos montes y de casi impenetrablesdesfiladeros. Tal fue el origen de la República de los mahatmas, segúnellos mismos lo entendían y declaraban.

—¿Y cuándo saldréis de vuestro retraimiento?—preguntó Morsamor aSankarachária.

Y Sankarachária contestó:

—Cuando la Humanidad sea capaz de comprendernos. Cuando nazca a la vidacolectiva.

—Pues qué, ¿no ha nacido aún?

—Aún dista mucho de nacer. Está en germen caótico: en incubación. Nonacerá a la vida colectiva hasta dentro de quince mil años.

—¿Y cómo no hacéis nada para que la incubación se apresure?

—Hacemos lo que se puede—dijo Sankarachária—. Ya te he citado a nopocas personas que recibieron antiguamente nuestra inspiración y aalgunas que la reciben hoy en Europa, ávida de saber y con la curiosidadcientífica muy despierta. Así los mencionados Paracelso, CornelioAgripa, Fausto y tu valedor, Fray Ambrosio de Utrera. Pero quien más hade influir en que la incubación siga preparándose sin que salga huero loque se incuba, ha de ser una mujer privilegiada, semi-tudesca,semi-moscovita, que el cielo no subcitará en Europa hasta dentro de unostres siglos. Pronosticado está que esta mujer vendrá a visitarnos, nosencantusará, se apoderará de muchos de nuestros secretos, los divulgaráen luminosos tratados y enseñará una ciencia que poco modestamenteapellidará teosofía. No será lo que enseñe sino los prolegómenos denuestra ciencia verdadera; pero, aun así, se pasmará el mundo de oírla yde leerla y se crearán escuelas teosóficas en todas las naciones.

Ya suponemos que el pío lector habrá adivinado que Sankarachária, aunqueno la nombra, alude a la señora Blavatski.

Todavía Morsamor, no satisfecho con las primeras nociones de aquellaciencia nueva, imitó proféticamente lo que hacen los periodistas del díaen las interviews y siguió preguntando. Para abreviar, sin que nada delo más importante quede obscuro, prescindiremos de consignar laspreguntas y sólo pondremos aquí tres o cuatro de las más notablescontestaciones que Morsamor obtuvo. Por ellas empezará a comprender lasdoctrinas teosóficas quien esto lea y a sentir el prurito de estudiarlasa fondo en la multitud de libros que sobre el particular han escrito ypublicado recientemente la citada señora Blavatski, el coronel Olcott,Annie Besant, Francisco Hartmann, Sinnett y otros autores, españolesalgunos de ellos. Entiéndase, con todo, que esta ciencia de la teosofíano debe con propiedad llamarse nueva en Europa. Debe llamarse renovada.Sus adeptos de hoy le dan ya antiquísimo origen entre nosotros o seafuera de la India.

Hermes Trimegisto fue teósofo, y, bastantes siglosdespués, cultivó y propagó la teosofía entre griegos y latinos elilustre Ammonio Sacas, fundador de la escuela de Alejandría.

Pero no divaguemos y vamos a las contestaciones que dio Sankarachária yque no conviene queden en el tintero.

El caudal de experiencias y de merecimientos con que el ser humano se vaafirmando en sus diferentes vidas y haciéndose digno de más altas reincarnaciones se llama Karma.

El principio que persiste, que no muere y que se reincarna, es eltercero de los siete que componen nuestro ser, se llama Manas, y escomo la raíz imperecedera de nuestro individuo. Por cima de Manas nohay más que Budhi y Atma. Atma es el más alto principio de vida,el alma del Universo, y Budhi el lazo que a Atma nos une. Por bajode Manas hay otros cuatro principios: el del amor, del odio y demásafectos, la fuerza vital, el cuerpo etéreo, y, por último, el cuerposólido, visible y tangible.

Sankarachária enseñó además a Morsamor que había dos métodoscientíficos: uno, por lo común empleado en Europa, que, valiéndose delos sentidos corporales e informándose de lo que se ve, se oye o sepalpa, investiga las leyes de todo y procura elevarse a la causaprimera; y otro, que es el indiano o teosófico, que se funda en laintroinspección y por medio de Budhi logra que Manas se encarame yse enlace con Atma, y entonces no hay cosa que el hombre no sepa, yapenas hay cosa que el hombre no pueda. De aquí la verdadera magiablanca, que, según queda dicho, se llama rajah-yoga, aunque alguien ladesigna también con el nombre de lokothra o ciencia y poder nacidos denuestro interior desenvolvimiento, en oposición a laukika, magiablanca también, pero vulgar y rastrera, que se funda en conocimientosexperimentales y exteriores y en el empleo de drogas, hierbas y otrosingredientes.

-XXXIII-

Morsamor hablaba a menudo con Tiburcio, que andaba retraído, y lecomunicaba cuanto iba aprendiendo. Tiburcio le oía, no daba crédito anada y se reía de todo.

—Pero no me negarás—le decía Morsamor—que Sankarachária sabe y puedemucho.

—Yo no te lo niego—contestó Tiburcio—. Lo que te niego, es que susaber y su poder se funden en lo que él dice.

Y Tiburcio no pasaba nunca más adelante, ni aclaraba mejor supensamiento. Por sus reticencias, con todo, presumía Morsamor queTiburcio atribula las artes y las ciencias de los mahatmas a laintervención del diablo.

—¿Crees tú—le decía Morsamor—que el diablo interviene en esto?

Tiburcio no contestaba sí, ni no. Se reía y se callaba.

Entretanto, ni Morsamor, ni Tiburcio, ninguno de la pequeña hueste,podía ir a la ciudad de los mahatmas jóvenes o no jubilados, ni muchomenos ver a las mujeres. Sin duda era ley inquebrantable aquelretraimiento, mil veces más severo que el que hubo más tarde en elParaguay, para evitar que las ciudadanas y los ciudadanos fuesenperturbados y contaminados por extrañas visitas.

Todos los forasteros, por consiguiente, aunque estaban muy agasajados enel Cenobio y tratados a qué quieres boca, se aburrían de muerte yansiaban salir de allí para gozar de plena libertad aunque tuviesen quesufrir trabajos.

El mismo Morsamor empezaba a cansarse. Dispuso su partida, pero antes dedespedirse de Sankarachária, le hizo una última pregunta y le pidió unfavor.

—Yo estoy harto—dijo Miguel de Zuheros—de guerras y de amores. Enextremo me afligen los estragos y las muertes que preceden o suceden acada victoria y a cada triunfo. Aún ansío laureles, pero han de serincruentos y pacíficos. ¿Y qué más pacíficos laureles que los que yoalcanzaría, si me embarcase de nuevo, y por mar, navegando siempre haciaoriente, volviese a mi patria? Dime si esto es posible.

—Ya sabes—contestó el anciano mahatma—que mi ciencia es más de lointerior que de lo exterior. Todo eso y más sabré yo cuando llegue aenlazarme con Atma. Por ahora, ni lo sé, ni me importa saberlo, ni telo diría aunque lo supiese. Y la razón es obvia. Si te dijera que esimposible, te quitaría la esperanza, te retraería de la empresa y tedespojaría del mérito de haberla acometido. Y si te dijera que esposible, aún te despojaría más del mérito y de la gloria, porque con laseguridad de alcanzar fin tan alto, ¿quién, a no ser muy cobarde no ponelos medios? No extrañes, pues, que me calle y dame gracias por misilencio.

En el favor que pidió Miguel de Zuheros fue más dichoso que en laconsulta. Sankarachária se le otorgó a medias. Morsamor quiso ver yhablar al Padre Ambrosio. Y el mahatma, si bien se excusó de ponerleal habla con el Padre para que el Padre no averiguase que él habíarevelado sus ocultas relaciones y tratos, todavía le prometió hacer quele viese, y en efecto, cumplió la promesa.

Para ello, exigiendo primero a Morsamor, que no había de chistar, nialborotar, ni moverse, viera lo que viera, le condujo a un obscurísimosótano y le sentó en una silla, donde había de quedar, y quedó comoclavado.

De repente brot?