La Rana Viajera by Julio Camba - HTML preview

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En el caso concreto de la vacuna, la mayoría del vecindario parececonsiderarla como una tiranía, y si se considera que la vacuna es latiranía, no se está muy lejos de creer que la viruela sea la libertad.¿Lo es, en efecto? Desde el punto de vista de los microbios, no cabe lamenor duda; pero, desde nuestro punto de vista, la cosa es ya bastantemás discutible. Por mi parte, considero la viruela como una verdaderaimposición de que han venido haciéndonos víctimas nuestros gobiernos.

Laviruela tenía en España el mismo carácter obligatorio que ahora tiene lavacuna, y nadie protestaba contra ella. Las gentes se resignaban apadecerla como se resignaban a padecer el tifus y el caciquismo. Y, aligual de los caciques, los microbios, sin duda, pensaban también queEspaña era el país más liberal del mundo.

¡Qué lástima que la libertad práctica no pueda ser absoluta como lalibertad teórica!

¡Qué lástima que nuestros intereses no coincidan conlos de los microbios! ¡Qué lástima... para los microbios!...

IV

CROYDON Y MADRID

PARECE que en Croydon, cerca de Londres, la Liga antivacunista se haopuesto violentamente a la vacunación obligatoria del vecindario. Unperiódico español da cuenta del hecho poniéndole esta coletilla: «Entodas partes cuecen habas.» Y esta otra: «¡Y aún hablan de l'Espagne etle Maroc!»...

¿Quiénes hablan de l'Espagne et le Maroc? Los ingleses, en todo caso,hablarían de Spain and Marocco, y la verdad es que si nosotros notuviéramos con Europa más analogía que la de oponernos a la vacunaciónobligatoria, no tendríamos analogía ninguna y estaríamos completamenteunidos al África. Porque Europa puede combatir la vacunación obligatoriay nosotros no. Es el caso de dos personas que se opusieran al alumbradode petróleo, una en nombre de la luz eléctrica y otra en nombre delcandil.

Los vecinos de Croydon, con una urbanización excelente, creenque deben prescindir de la vacuna. «En vez de vacunarnos—dicen—dennosustedes más agua y más aire.»

Aquí, en cambio, la alternativa estrágica: o vacuna o viruela. Nosotros estamos todavía en el período dela vacuna, como estamos en el del reformismo y el republicanismo. Devivir en Croydon yo sería, muy probablemente, miembro de la Ligaantivacunista, y, no obstante, cuando el Sr. Romeo inició aquí sucampaña en pro de la vacunación obligatoria, hice un artículodefendiéndola. La vacuna, que en Inglaterra me parecería reaccionaria yanticientífica, aquí me parece liberal y cientificísima. Y si losespíritus revolucionarios ingleses pudieran traspasarnos con la vacunasu partido conservador, no habría un hombre verdaderamente progresivo enEspaña que se negara a acogerlo. El partido conservador inglés vendríaentonces a representar la tendencia más avanzada de la políticaespañola.

Indudablemente, el hecho de que en Londres se combata la vacuna, no debeservir para animar a los antivacunistas españoles. En un Estadonorteamericano se está haciendo ahora una campaña con cierto ferrocarrilen proyecto... pero con objeto de que se establezca un servicio decomunicaciones aéreas. El ferrocarril comienza ya a ser un atraso en elmundo. Aquí no se puede decir aún que tengamos ferrocarriles.

V

MICROBIOS A SUELDO

EL microbio de la gripe ha vuelto. A su llegada a Madrid, un microbiolocal fue a visitarlo con propósitos periodísticos.

—Parece que ha recorrido usted medio mundo—le dijo el microbio local.

—Sí... He estado en Francia, en Alemania, en Suiza, en Dinamarca, enInglaterra, en los Estados Unidos...

—Grandes países, ¿eh?

—¡Quite usted allá! Para un pobre microbio que quiera vivirtranquilamente, el mejor país es España. Aquí funda usted una pequeñafamilia—cuatrocientos o quinientos mil hijos—, y la saca ustedadelante sin el menor contratiempo. Lleva usted sus chicos a la escuela,al teatro y al cine, y es un gusto ver cómo se instruyen y sedivierten. La alimentación es magnífica. ¡Qué carnes tan podridas! ¡Quéleche tan adulterada!...

—La leche es muy buena, en efecto—respondió el microbio local—; pero¿y el ácido fénico?

—¿El ácido fénico?—exclamó el microbio de la gripe—. ¿Pero usted creeen el ácido fénico?

—¡Hombre! Los médicos aseguran...

—¿Pero es que cree usted en los médicos?... Que un hombre crea en losmédicos, pase. Lo inconcebible es que un microbio, que está en elsecreto de estas cosas, les haga caso ninguno. Por mi parte, le aseguroa usted que el ácido fénico me hace engordar y que su aroma me pareceexquisito. Desengáñese usted, querido colega. El ácido fénico sólo esdesagradable para los hombres...

—¿Y piensa usted quedarse mucho tiempo por aquí?

—Verá usted. Yo he venido a reponerme. He sufrido mucho en miscorrerías por el mundo. Fuera de España todo se vuelve hablar delibertad; pero si existe algún país donde un pobre microbio puede hacerlo que quiera, ese país es éste. Aquí se siente uno amparado por lasleyes y por las costumbres. Los naturales nos aman, y cuando algunaautoridad inicia una campaña contra nosotros no faltan amigos que nosdefiendan enérgicamente diciendo que tienen un perfecto derecho acultivarnos.

Esto es libertad, libertad para los microbios, y lo demáses cuento. ¿Sabe usted cuánto peso he perdido durante mi estancia enInglaterra? Pues muy cerca de una diezmillonésima de miligramo. ¡Paraque digan que Inglaterra es un país más libre que España!... Además, enEspaña uno puede cultivar el trato de toda clase de microbios, y estosiempre es instructivo. El microbio del tifus, por ejemplo, y el de laviruela, expulsados de todo el mundo, se han refugiado aquí, donde vivena las mil maravillas.

Yo los he visto el otro día en el pecho de unenfermo que es cliente mío y a quien se los había llevado su médico.

—¿De modo que se establece usted entre nosotros para siempre?

—¡Ah, no!... Llegará un día en que España será un país de microbiossolos, y entonces la lucha por la vida adquirirá aquí caractereshorribles.

—Antes de esa fecha—exclamó el microbio local—yo me agarraré alpresupuesto.

Buscaré un empleíllo en algún laboratorio, como microbio decultivo, y ¡a vivir!

VI

JUVENTUD, DIVINO TESORO...

HAN leído ustedes las experiencias del doctor Voronof? El doctorVoronof pretende haber descubierto, sencillamente, el secreto de laeterna juventud. «Nuestra vida—dice el doctor Voronof—no depende tantodel funcionamiento de los grandes órganos como de la secreción deciertas glándulas, minúsculas algunas veces...» Al leer esto, le entrana uno vivísimas sospechas de que el doctor Voronof llama glándulasminúsculas a los talones del Banco de España, al papel moneda y a losdistintos valores en curso, sospechas que se acentúan a medida que unosigue leyendo: «Un hombre—añade el sabio cirujano—puede vivir sinriñón o sin estómago; pero si le suprimimos, por ejemplo, las cápsulassubrenales, muere...»

Indudablemente—piensa uno—el doctor Voronof,llevado de su tecnicismo profesional, denomina cápsulas subrenales a laspiezas de cinco pesetas. El nombre parece extraño; pero quizás nocarezca de abolengo. Un filósofo podría, tal vez, descubrir ciertaanalogía entre ese término y la expresión popular de «costarle a uno unriñon», expresión demostrativa de que el pueblo considera también losduros como una especie de cápsulas subrenales...

Pero todo esto son fantasías. El doctor Voronof sabe muy bien lo que sedice y nos asegura que los médicos pueden rejuvenecer a la humanidad sinmás que injertar en los organismos decrépitos las glándulasintersticiales de organismos vigorosos. Por este procedimiento ya le hadevuelto el doctor Voronof la juventud a numerosos carneros. ¿No se lapodría devolver también a algunos de nuestros políticos?

Es posible que todos los problemas españoles se reduzcan a un soloproblema quirúrgico, y que lo único que necesitemos en este país seanglándulas intersticiales.

Nuestros carneros son más o menos viejos; peronuestros políticos son todos anteriores a la revolución francesa, y silos cirujanos no logran matarlos, que por lo menos procurenrejuvenecerlos. No creo que los políticos se diferencien tanto de loscarneros que no se pueda hacer con los unos lo que se ha hecho con losotros. Ensaye en ellos sus glándulas intersticiales el doctor Voronof yensaye también esas glándulas tiroideas con las cuales parece que, ya enel año de 1913, convirtió a un idiota en un ser sensato y razonable.

Ahora,

que

el

doctor

Voronof

debe

tomar

precauciones,

porque

aunquecientíficamente un político sea igual a un carnero, hay, sin embargo,entre ambos una diferencia esencial. El carnero no vive de su vejez, yel político sí. ¿Qué sería de un político español sin vientre, sinbarbas blancas, sin asma y sin calvicie?

Quitarle estas cosas a unpolítico es quitarle el prestigio y la respetabilidad. Por otra parte,¿es que los ex ministros seguirían cobrando sus cesantías cuandovolviesen a la edad en que eran simples diputados? Porque si seguíancobrándolas, el fracaso del doctor Voronof no podía ser más evidente.

Decididamente, no creo que sea nada fácil rejuvenecer a un políticoespañol. El doctor Voronof podrá rejuvenecer a un carnero de catorceaños, a un loro de ciento cincuenta y a una carpa de doscientos; pero noasí a uno de nuestros políticos. Y es que para devolverle la juventud aun animal cualquiera, se necesita una cosa que no depende ni del doctorVoronof ni tampoco del animal. Se necesita, sencillamente, que el animalen cuestión haya sido joven alguna vez.

E N T R E C A B A L L E R O S

I

LOS DESAFÍOS Y EL MÉDICO

SI la proposición que algunos médicos presentaron un día al Colegio deMadrid hubiese llegado a adoptarse, los «lances entre caballeros» notardarían en pasar a la historia. Se trata de una proposición para queningún médico asista como tal médico a ningún desafío. Claro está que enlos desafíos no suele ocurrir nada. A primera vista no hay, por lotanto, ninguna razón para que los caballeros se hagan acompañar de unmédico cuando van a batirse y no cuando van a tomar café, ya que elcafé, bien solo o bien con leche, es, en casi todos losestablecimientos, un brebaje engañoso que da lugar a seriascomplicaciones gástricas. Se puede demostrar que, prácticamente, losmédicos son del todo innecesarios en los desafíos; pero, al demostraresto, se demostraría también que los desafíos son prácticamenteinnecesarios en la vida. Ya se sabe que en los desafíos no muere nadie;pero es preciso mantener la creencia de que puede morir alguien, y paramantenerla es para lo que están los médicos. Las espadas, los sables,las pistolas todo esto tiene un carácter decorativo y de panoplia, yuno puede mirarlo alegremente; pero, ¿y el botiquín? ¿A quién no leasalta por un instante la idea de la muerte al ver a un médico con subotiquín debajo del brazo?

En Francia, los duelistas procuran presentarle al público de vez encuando un pequeño cadáver. Aquí no se ha cambiado de cadáver desde hacemuchísimos años, y el duelo está perdiendo prestigio. Vean ustedes lasestadísticas de accidentes del trabajo y observarán que la industriacorchotaponera produce más víctimas que el duelo. ¿Qué se discute enEspaña entre los partidarios del desafío y sus antipartidarios? Pues,sencillamente, un muerto de allá por el año 98, muerto que, al parecer,debió su muerte a un descuido del médico...

Si los médicos, pues, le hacen el boicot a los desafíos, si cuando uncaballero le haya producido a otro con un sable o con una espada unrasguño en la muñeca, no hay un médico que describa este rasguño comouna herida inciso-trinchante de tantos centímetros de extensión, en laregión tal, interesando la dermis y la epidermis y la paquidermis; siademás el médico no echa en este rasguño tintura de yodo y yodoformo yalguna otra porquería, y no arma allí una cantera y no cubre luego elbrazo de gasas malolientes, ¿qué va a ser de los desafíos?

Los desafíos quedarán entonces reducidos a un sport, así como lanatación, como el billar o como la pesca de caña, y no digo como el muso el poker, porque estos juegos es indudable que producen víctimas. Seconvertirán en un ejercicio vulgar y caro y no tardarán en desaparecer.Y esto sería grave porque, probablemente, daría origen a un aumento demortalidad.

II

LOS DESAFÍOS Y LA TÉCNICA

SI un señor me invitase un día a jugar una partida de ajedrez, por muyobligado que yo le estuviera, no le complacería. Le demostraría que nosé jugar al ajedrez, y el señor en cuestión tendría que renunciar a lapartida proyectada.

Si el mismo señor pretendiese otro día hacerme ejecutar al piano la Marcha fúnebre de Chopin, tampoco me sería fácil complacerle.

—No sé tocar el piano—le diría—. Y si, en vez del ajedrez o el piano,el señor en cuestión se orientase hacia la esgrima y quisiera batirseconmigo a espada o a sable, mi contestación sería igualmente lacónica.

—Lo siento mucho, pero no sé batirme a sable ni a espada...

En el primero y el segundo casos, todo el mundo encontraría mi negativaperfectamente natural. Se puede ser un gran aficionado al ajedrez, perose comprende que cuando un hombre no sabe jugarlo, no lo juegue. Sepuede ser muy entusiasta de la Marcha fúnebre, y no obstante, ante laimposibilidad técnica de ejecutarla al piano, la gente se explica, sindificultad, el que un hombre no quiera ejecutarla...

En el tercer caso, sin embargo, es seguro que yo quedaría muy mal.Cualquier razón sirve para no batirse, excepto la de que uno no se sabebatir. A nadie se le ocurre atribuir al miedo el motivo de que yo no déconciertos en la Sociedad Filarmónica; pero si yo me negara a batirme,se diría que el miedo me dominaba:

—En el terreno, la técnica significa muy poco. Lo decisivo es elvalor...

Y esto es posible; pero yo creo que se tiene tanto más valor cuanto setiene más técnica. Está demostrado que la técnica de la nataciónconsiste principalmente en perder el miedo. Nadie nada de primeraintención, porque el miedo le lleva a hacer una serie de movimientos conlos que, irremisiblemente, se ahoga. Pues yo cogería a D'Artagnan, dequien no es publico que supiese nadar, le pondría al borde de un marprofundo, y le diría:

—Láncese usted. Todo es cuestión de no tener miedo...

Y el intrépido mosquetero se iría a hacerle compañía a los pacíficosbesugos.

Es posible que yo no me batiese, aunque supiera batirme; como es posibleque no ejecutase la Marcha fúnebre, aunque supiera ejecutarla; pero sialguien me pide alguna vez que ejecute esta marcha, yo no me voy asalir diciéndole que prefiero otra marcha más jovial, o que no meinspira simpatías la autonomía de Polonia, tierra del autor, sino,sencillamente, que no sé tocar el piano.

Y cuando alguien me desafíe, yo le diré que no me sé batir, en vez deplantearle el problema de la moral del duelo. Por lo demás, acaso todala moral del duelo consista precisamente en esto. Cuando todo el mundollevaba una espada al cinto y sabía más o menos manejarla, batirse enduelo era una cosa así como lo que es hoy liarse a garrotazos. Hoy, encambio, el duelo es la equivalente de lo que será liarse a garrotazos enel año 2000, cuando, en vez de bastones, los hombres salgan a la callecon unos tubos de goma llenos de aire comprimido, de energíaradioactiva, de café con leche o de lo que sea.

III

LOS DESAFÍOS Y EL HONOR

SIGAMOS con esto del duelo. Un hombre hace una canallada; este hombre sebate y es un hombre de honor. A un hombre le hacen una canallada; estehombre no se bate y es un hombre sin honor. El honor o el deshonor noconsisten, pues, en conducirse honorable o deshonorablemente, sino enbatirse o no batirse. Yo me atrevería a decir del honor caballerescoexactamente lo mismo que he dicho del valor, esto es, que se tiene tantomás cuanto se tiene más técnica. El honor se puede aprender, si no endoce, en cien o en doscientas lecciones. Todo es cuestión de tener algúndinero para ir a una sala de esgrima. Por mil pesetas uno puede llegar ahacerse un caballero perfecto, a condición de que uno no esté demasiadoviejo ni demasiado gordo, ya que el honor también tiene edad, peso yestatura.

—Pero si esto es así—dirán ustedes—, ¿por qué hay tantos hombres sinhonor?

Sencillamente, porque no lo necesitan. Yo he observado que sólo tienenhonor aquellas personas a quienes les hace verdadera falta tenerlo. ¿Dequé le serviría el honor a un ebanista o a un comerciante? Cuando unjoven piensa dedicarse a la ebanistería o al comercio, no se preocupadel honor. En cambio, si quiere entrar en la política, o si esaristócrata, se compra unos floretes, unas zapatillas y una careta y seinscribe en una academia de esgrima. En Inglaterra no existe el honorcaballeresco, y en Barcelona, tampoco. Un barcelonés puede ser un hombremuy digno y hasta un hombre muy sinvergüenza sin necesidad ninguna detener honor; pero no así un madrileño. Hubo un tiempo en que paradedicarse al periodismo, el honor era también una cosa indispensable.Hoy creo que todavía se exige el honor en algunos periódicos; pero, enla mayoría, sólo procuran que el periodista sepa su oficio. Días atráshablaba yo con un periodista de la vieja escuela y le decía que,francamente, eso del honor me parecía absurdo.

—¡Ah!—me contestó—. Usted ha tenido mucha suerte y puede ustedprescindir del honor. Si yo hubiese podido hacerme una firma, tambiénprescindiría de él; pero a los cincuenta años de edad no he logradollegar aún a las doscientas pesetas, trabajando diez horas diarias. Yosoy un fracasado, y si no tuviese honor, me moriría de hambre...

Mi pobre compañero tiene honor porque le hace muchísima falta. Si el díade mañana heredase, dejaría inmediatamente de tenerlo.

L A P O L Í T I C A

En estos comentarios, que fueron escritos a fines del año 18 ycomienzos del 19, el lector verá algunos nombres propios: Maura, Cierva,Dato, Sánchez de Toca, Romanones... Lo probable es que semejantesnombres no varíen, o bien porque sus titulares vivan indefinidamente, obien porque, al morir, le dejen la herencia política a sus hijos. Y,aunque varíen los nombres, es indudable que las cosas no variarán.

Esdecir, que el lector del año 50 no tendrá que hacer, a lo sumo, nada másque la simple sustitución mental de unos apellidos por otros paraconvertir este pequeño trozo de historia en una página de actualidadpalpitante.

I

CEREBROS ARTIFICIALES PARA USO DE DIPUTADOS

EL otro día, al salir del Congreso, me fui a cenar con un amigodiputado. Nos sirvieron de postre unas chirimoyas, fruta tropical, y miamigo, con su chirimoya en la mano, comenzó a hablarme de la autonomíacatalana. Yo le miraba, a la vez que le oía, y tenía una sensación asícomo si fuese de la chirimoya de donde mi amigo sacaba las ideas. Decuando en cuando, y coincidiendo con los momentos en que laargumentación exigía mayor sutileza, mi amigo oprimía nerviosamente lachirimoya, como si quisiera extraerle todo el jugo. Y entonces se mevenía a la imaginación la imagen prodigiosa de Le Penseur, de Rodin.Hubo instantes en que yo temí que la chirimoya reventase en manos de miamigo, quien, cuando no podía terminar un razonamiento, la apretaba deun modo verdaderamente suicida. Por fin, mi amigo se comió la chirimoyay dejó de hablar de la autonomía catalana. Pedimos la cuenta.

Laschirimoyas costaban a cinco pesetas cada una. Y yo pensé que, paradecirme lo que me había dicho, mi amigo hubiera podido arreglarseperfectamente con una fruta del país, como, por ejemplo, la naranja, quees bastante jugosa y que se encuentra al alcance de las fortunas másmodestas.

Estamos ante problemas demasiado graves, y yo temo que nuestroscerebros, ociosos durante muchísimos años, no puedan ahora funcionar conla exactitud necesaria. Algunos diputados razonan con chirimoyas. Otros,vistos desde la tribuna de la Prensa, nos presentan unos cráneos largosy depilados, como melones. Y otros, en fin, más acres, cuando estrujansu pequeña masa encefálica, parece que estrujaran un limón. ¿Por qué nose harán máquinas de pensar, como se hacen máquinas de calcular? El Sr.Torres Quevedo, que ha hecho una máquina para jugar al ajedrez, podría,seguramente, con mucha más facilidad, hacer máquinas que estudiasen lacuestión catalana y vendérselas o alquilárselas a los señores diputados.

Podrían hacerse cerebros de celuloide, sólidos, prácticos y que, como sevenderían mucho, resultarían bastante baratos; cerebros a los que se lesdiese cuerda para veinticuatro horas, o bien que tuviesen una ranura,como ciertos aparatos de gas, para que, al querer iluminar algún puntoobscuro de nuestra política, bastase echar en ellos una moneda yaproximar un fósforo. La idea parecerá descabellada, pero yo meatrevería a apoyarla con un precedente: los cerebros alemanes.Minuciosamente preparados por el Estado y exactamente iguales unos aotros, los cerebros alemanes de la avant-guerre podrían considerarsecomo un producto industrial.

Claro que el día en que los españoles razonemos con unos cerebrosartificiales, confeccionados al por mayor, perderemos toda nuestravariedad, tan pintoresca. Pero acaso sea precisamente esto lo que nosesté haciendo falta.

II

LA INDUSTRIA ELECTORAL

LAS elecciones son nuestra única industria nacional, y si se hicierandos veces al año, España se depauperizaría. Hay pueblos en los que lacosecha representa unos diez mil duros anuales, la industria unos cincomil, y las elecciones ciento o ciento cincuenta mil. ¡Y aun hay quienecha pestes contra la ley del Sufragio!

—¿Para qué queremos el voto?—se preguntan algunas gentes.

Y estas gentes, no sólo carecen de sentido político, sino que carecentambién de todo instinto comercial. Queremos el voto para venderlo. Laley que nos ha proporcionado el derecho a votar nos ha asegurado con éluna renta vitalicia. Un voto puede valer cinco, diez, veinte, cien,hasta doscientos duros. Muchos hombres en España ganan con su trabajocincuenta duros al año, y con el voto obtienen el doble y el triple.Claro que es preciso votar a los candidatos conservadores. Lossocialistas, que se las echan de protectores del pueblo, en realidadquieren robarle al pretender que el pueblo los vote gratis. ¡Falsosapóstoles!, como dice un colega...

Cuando llegan las elecciones es como si llegara una cosecha milagrosa.Una cosecha de cereales, de salchichones, de chorizos y de cigarros de apeseta con áureas sortijillas. El vino circula abundantemente ennuestros pueblos más miserables. Las gallinas, animadas de un fuegosagrado, dijérase que ponen los huevos ya cocidos y todo. Los corderosnacen asados. España come y bebe a sus anchas.

¿Y son los socialistas quienes censuran al Sr. Maura por echar sobre elpueblo español esta bendición de unas elecciones generales? Pues que eldecreto de disolución se retrase unos meses más, y con lo cara que estála vida, España se morirá de hambre.

Es preciso acabar con esta leyendade que un candidato no es importante más que como un diputado enpotencia. Lo importante no es el diputado, sino el candidato.

Loimportante no es el Parlamento, sino el período electoral. Un hombre quese deja en un distrito de cincuenta mil duros para arriba es,indudablemente, un hombre que favorece al distrito, y el pueblo,agradecido, debe votarle...

A no ser que el candidato contrario se deje lo doble.

III

UNA CARTA

UN lector me envía la siguiente carta:

«Sr. D. Julio Camba.

Muy señor mío: Su artículo sobre las elecciones, publicado en El Sol del día 13, contiene varias inexactitudes que me apresuro a rectificar.Dice usted que los votos constituyen en España una gran industria. ¡Ay,señor Camba! Como tantas otras, esta industria ha venido aquíconsiderablemente a menos. La concurrencia es terrible. Hay quien vendesu voto por dos duros. Hay quien lo da a cambio de una comida, de unpaseo en automóvil o de un cigarro puro. Hay quien vota por amistad, yhay algo mucho peor aún: hay quien vota por convicciones políticas. Yasí se explica el que se presenten candidatos hombres que no tienendonde caerse muertos.

Yo creo que se debiera constituir una liga de electores imponiendo unatarifa mínima para los votos. Esta sería, a mi juicio, la única manerapráctica de que los ciudadanos hiciéramos valer nuestros derechos. Cincoduros por voto, y si los candidatos no aceptaban, iríamos a la huelga.Y no me hable usted de inmoralidad. El hecho de que usted cobre susartículos no quiere decir que usted venda sus ideas. En realidad, unescritor no tiene verdadera independencia de pensamiento mientras nopuede vivir de su pluma, y algo de esto ocurre también con el elector.¿Sabe usted lo que yo he tenido que hacer en las elecciones pasadas paravalorizar un tanto mi derecho de elector? Pues he tenido que votar dosveces: una por un candidato monárquico, y otra, por un republicano.

Porque eso de que los candidatos conservadores son quienes pagan mejorlos votos, tampoco es exacto, señor Camba. Cuando están en el Poder,¿qué necesidad tienen de pagarlos? Generalmente, ni siquiera se toman lamolestia de echarnos un discurso.

Desengáñese usted. Para levantar un poco la industria electoral no haymás procedimiento que la Liga. Recientemente se hablaba de señalarsueldo a los diputados. Muy bien; pero que los diputados comiencen porpagar a sus electores. Y

mientras haya gentes que voten de balde, yo nopodré creer que el derecho a votar represente para el pueblo conquistaninguna...»

Hasta aquí la carta de mi comunicante. Yo, en prueba de imparcialidad,la reproduzco íntegra.

IV

EL AUTOR NECESITA UN DISTRITO

EN estos hermosos días de mayo, para estar a tono con las costumbres yno hacer entre mis contemporáneos un papel despreciable, yo necesito doscosas: un distrito y un sombrero de paja.

Casi todo el mundo tiene un distrito y un sombrero de paja. Algunostienen sombrero de paja y carecen de distrito. Otros tienen el distritoúnicamente, pero podrán contarse con los dedos de una mano los españolesque se encuentren hoy, a la ve