La Navidad en las Montañas by Ignacio Manuel Altamirano - HTML preview

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La Nochebuena se va,

Y nosotros nos iremos

Y no volveremos más.

—Todos estos villancicos antiguos son de origen español,—dijo elcura,—y yo advierto que la tradición los conserva aquí constantementecomo en mi país. Respetables por su antigüedad y por ser hijos de laternura cristiana, tal vez de una madre, poetisa desconocida del pueblo,tal vez de un niño, tal vez de infelices ciegos, pero de seguro, de esostrovadores obscuros que se pierden en el torbellino de los desgraciados,yo los oigo siempre con cariño, porque me recuerdan mi infancia. Perodesearía de buena gana que los substituyeran con otros más filosóficos,más adecuados a nuestras ideas religiosas actuales, más propios parainspirar en las masas, en esta noche, sentimientos no de una alegría ode una ternura inútiles, sino de una caridad y una esperanza siemprefecundas en la conciencia de los pueblos. Pero no hay quien se consagrea esta hermosa poesía popular, tan sencilla como bella, y además seríapreciso que el pueblo la aceptase gustoso, para que se pudierageneralizar y perpetuar.

[Footnote 1: #mostrara# has here the force of a preterite indicativetense, as often in Old Spanish.]

[Footnote 2:#Hasta# here seems to have the force of

not until

ratherthan the positive form.]

[Footnote 3: #Cabrera#, a Mexican artist of Indian (Zapotec) parentage,sometimes called the "Raphael of Mexico."]

[Footnote 4: #Tasco#, a city about 100 miles southwest of Mexico City.José de la Borda, who made millions from the mines at Tasco, Zacatecas,and Halpujahua, gave a million to the big church at Tasco.]

[Footnote 5: #Teócrito#,

Theocritus

, a famous Greek idyllic poet wholived in the third century B.C.]

[Footnote 6: #Virgilio#,

Vergil

, a Latin poet who lived in the firstcentury B.C.]

[Footnote 7: #Garcilaso# de la Vega (1503-1536), a Spanish poet.]

[Footnote 8: #Todos … llevarle#,

All are taking something to thechild; I have nothing to take him

.]

[Footnote 9: #2#. Spanish meter depends upon the number of syllables inthe line and upon the rhythmical distribution of accents. The lines hereare of eight syllables. In some cases, as in line 1, they may appear tohave only seven, but as the last syllable is accented it counts for two.Spanish verse usually has: (1) rhyme, or consonance (the vowels and consonants of the rhymingsyllables are identical), as in stanza 1,

#visto … Cristo#, or

(2) assonance (only the vowels are identical), as in stanza 6, se vió… el Sol, and stanza 8, #llevarle …

pañales#.]

[Footnote 10: #Os … gente#,

It will go well with you amongmy people

.]

X

—Pero he ahí las once y media,—dijo el cura al oir el alegre repiqueque anunciaba la misa de gallo

.—Si Vd. gusta, nos dirigiremos a laiglesia, que no tardará en llenarse de gente.

Así lo hicimos: el cura se separó de mí para ir a la sacristía a ponersesus vestidos sacerdotales. Yo penetré en la pequeña nave por la puertaprincipal, y me acomodé en un rincón desde donde pude examinarlo todo.El templo, en efecto, era pequeño como me lo había anunciado el cura:era una verdadera capilla rústica, pero me agradó sobremanera. El techoera de paja, pero las delgadas vigas que lo sostenían, colocadassimétricamente, y el tejido de blancos juncos que adhería a ellas lapaja, estaba hecho con tal maestría por los montañeses, que presentabaun aspecto verdaderamente artístico. Las paredes eran blancas y lisas, yen las laterales, además de dos puertas de entrada, había una hilera degrandes ventanas, todo lo cual proporcionaba la necesariaventilación….

* * * * *

En la iglesia de aquel pueblecillo afortunado, y en presencia de aquelcura virtuoso y esclarecido, comprendí de súbito que lo que yo habíacreído difícil, largo y peligroso, no era sino fácil, breve y seguro,siempre que un clero ilustrado … viniese en ayuda del gobernante.

He ahí a un sacerdote que había realizado en tres años lo que laautoridad civil sola no podrá realizar en medio siglo pacíficamente.Allí veía yo una casa de oración …; allí el espíritu, inspirado por lapiedad, podía elevarse, sin distracciones,… hacia el Creador paradarle gracias y para tributarle un homenaje de adoración.

La pequeña iglesia no contenía más altares que el que estaba en elfondo, y que se hallaba a la sazón adornado con un Belén….

Las paredes, por todas partes, estaban lisas, y, entonces, los vecinoslas habían decorado profusamente con grandes ramas de pino y deencina, con guirnaldas de flores y con bellas cortinas de heno,salpicadas de escarcha.

Noté, además, que, contra el uso común de las iglesias mexicanas, enésta había bancos para los asistentes, bancos que entonces se habíanduplicado para que cupiese toda la concurrencia, de modo que ninguno delos fieles se veía obligado a sentarse en el suelo sobre el fríopavimento de ladrillo. Un órgano pequeño estaba colocado a la puerta deentrada de la nave, y pulsado por un vecino, iba a acompañar los corosde niños y de mancebos que allí se hallaban ya, esperando que comenzarael oficio.

El altar mayor era sencillo y bello. Un poco más elevado que elpavimento, lo dividía de éste un barandal de cantería pintado de blanco.Seguía el altar, en el que ardían cuatro hermosos cirios sobrecandeleros de madera, y en el fondo estaba el

Nacimiento

, es decir, unportalito rústico, con las imágenes, bastante bellas, de San José, de laVirgen y del Niño Jesús, con sus indispensables mula y toro, y pequeñoscorderos; todo rodeado de piedras llenas de musgo, de ramas de pino, deencina, de parásitas muy vistosas, de heno y de escarcha, que es, comose sabe, el adorno obligado de todo altar de Nochebuena.

Tanto este altar, como la iglesia toda, estaban bien iluminados concandelabros, repartidos de trecho en trecho, y con dos lámparasrústicas, pendientes de la techumbre.

A las doce, y al sonoro repique a vuelo de las campanas, y a los acentosmelodiosos del órgano, el oficio se comenzó. El cura, revestido con unaalba muy bella y una casulla modesta, y acompañado de dos acólitosvestidos de blanco, comenzó la misa. El incienso, que era compuesto degomas olorosísimas que se recogían en los bosques de la tierra caliente,comenzó a envolver con sus nubes el hermoso cuadro del altar; la voz delsacerdote se elevó suave y dulce en medio del concurso, y el órganocomenzó a acompañar las graves y melancólicas notas del canto llano, consu acento sonoro y conmovedor.

Yo no había asistido a una misa desde mi juventud, y había perdido conla costumbre de mi niñez la unción que inspiran los sentimientos de lainfancia, el ejemplo de piedad de los padres y la fe sencilla de losprimeros años.

Así es que había desdeñado después asistir a estas funciones, profesandoya otras ideas y no hallando en mi alma la disposición que me hacíaamarlas en otro tiempo.

Pero entonces, allí, en presencia de un cuadro que me recordaba toda miniñez, viendo en el altar a un sacerdote digno y virtuoso, aspirando elperfume de una religión pura y buena, juzgué digno aquel lugar de laDivinidad; el recuerdo de la infancia volvió a mi memoria con sudulcísimo prestigio, y con su cortejo de sentimientos inocentes; miespíritu desplegó sus alas en las regiones místicas de la oración, yoré, como cuando era niño.

Parecía que me había rejuvenecido; y es que cuando uno se figura quevuelven aquellos serenos días de la niñez, siente algo que hace revivirlas ilusiones perdidas, como sienten nueva vida las flores marchitas alrecibir de nuevo el rocío de la mañana.

* * * * *

La misa, por lo demás, nada tuvo de particular para mí. Los pastorescantaron nuevos villancicos, alternando con los coros de niños queacompañaba el órgano.

El cura, una vez concluido el oficio, vino a hacer en lengua vulgar[1],delante del concurso, la narración sencilla del Evangelio sobre elnacimiento de Jesús. Supo acompañarla de algunas reflexionesconsoladoras y elocuentes, sirviéndole siempre de tema la fraternidadhumana y la caridad, y se alejó del presbiterio, dejando conmovidos asus oyentes.

El pueblo salió de la iglesia, y un gran número de personas se dirigió ala casa del alcalde. Yo me dirigí también allá con el cura.

[Footnote 1: #lengua vulgar#, i.e., Spanish, since the Mass is sungin Latin.]

XI

La casa del alcalde era amplia, hermosa e indicaba el bienestar de sudueño. En el patio, rodeado de rústicos corredores, y plantado decastaños y nogales, se habían extendido numerosas esteras. Para losancianos y enfermos se había reservado el lugar que estaba al abrigo delfrío, y para los demás se había destinado la parte despejada del patio,en el centro del cual ardía una hermosa hoguera. Allí la gente robustade la montaña podía cenar alegremente, teniendo por toldo el bellísimocielo de invierno, que ostentaba a la sazón, en su fondo obscuro ysereno, su ejército infinito de estrellas.

La casa estaba coquetamente decorada con el adorno propio del día. Elheno colgaba de los árboles, entonces despojados de hojas, se enredabaen las columnas de madera de los corredores, formaba cortinas en laspuertas, se tendía como alfombra en el patio, y cubría casi enteramentelas rústicas mesas. Tal adorno es el favorito en estas fiestas delinvierno en todas partes. Parece que la poética imaginación popular loescoge de preferencia en semejantes días para representar con él lasúltimas pompas de la vegetación. El heno representa la vejez del año,como las rosas representan su juventud.

El alcalde, honrado y buen anciano, padre de una numerosa familia,labrador acomodado del pueblo, presidía la cena, como un patriarca delos antiguos tiempos. Junto a él nos sentábamos nosotros, es decir, elcura, el maestro de escuela y yo.

La cena fué abundante y sana. Algunos pescados, algunos pavos, latradicional ensalada de frutas, a las que da color el rojo betabel,algunos dulces, un

puding

hecho con harina de trigo, de maíz y pasas,y todo acompañado con el famoso y blanco pan del pueblo, he ahí lo queconstituyó ese banquete, tan variado en otras partes. Se repartió algúnvino; los pastores tomaron una copa de aguardiente a la salud delalcalde y del cura, y a mí me obsequiaron con una botella de Jerez seco,muy regular para aquellos rumbos.

Concluida que fué la cena, el maestro de escuela llamó por su nombre auno de los niños, sus alumnos, y le indicó que recitara el romance deNavidad que había aprendido ese año. El niño fué a tomar lugar en mediode la concurrencia, y con gran despejo y buena declamación, recitó elromance….

Todos aplaudieron al niño; el cura me preguntó:

—¿Conoce Vd. ese romance, capitán?

—Francamente, no; pero me agrada por su fluidez, por su corrección, ypor sus imágenes risueñas y deliciosas.

—Es del famoso Lope de Vega[1], capitán. Yo desde hace tres años hehecho que uno de los chicos de la escuela recite, después del banquetede esta noche, una de estas buenas composiciones poéticas españolas, enlugar de los malísimos versos que había costumbre de recitar y que setomaban de los cuadernitos que imprimen en México y que vienen a venderpor aquí los mercaderes ambulantes…. De este modo, los niños vanenriqueciendo su memoria con buenas piezas, que se hacen despuéspopulares, y se ejercitan en la declamación, dirigidos por mi amigo y sumaestro, que es muy hábil en ella.

—Señor,—respondió el maestro de escuela, dirigiéndose a mí,—ya hedicho a Vd. que todo lo que sé, lo debo al hermano cura; y ahoraañadiré, porque es para mí muy grato recordarlo esta noche, que hoy hacejustamente tres años…. Permítame Vd., hermano, que yo lo refiera; selo ruego a Vd.,—añadió, contestando al cura que le pedía secallase:—hoy hace tres años que iba yo a ser víctima del fanatismo.

Erayo un infeliz preceptor de un pueblo cercano, que habiendo recibido unaeducación imperfecta, me dediqué sin embargo, por necesidad, a laenseñanza primaria, recibiendo en cambio una mezquina retribución dedoce pesos. Servía yo, además, de notario al cura y de secretario alalcalde, y trabajaba mucho. Pero en las horas de descanso procuraba yoilustrar mi pobre espíritu con útiles lecturas que me proporcionabaencargando libros o adquiriéndolos de los viajeros que solían pasar, yque, mirando mi afición, me regalaban algunos que traían por casualidad.De este modo pasé catorce años; y como es natural, a fuerza deperseverancia, llegué a reunir algunos conocimientos, que porimperfectos que fuesen me hicieron superior a los vecinos del lugar, queme escuchaban siempre con atención y a veces con simpatía y participandode mis opiniones. Entonces acertó a llegar de cura a este pueblo unclérigo

… que desaprobó mi método de enseñanza; me ordenó suspenderlas clases … y acabó por querer también asesorar a la autoridadmunicipal en todos sus asuntos, … y tanto, que con motivo de lasnuevas leyes dadas por el gobierno liberal, predicó la desobediencia yaun se puso de acuerdo con las partidas de rebeldes que por ese rumboaparecieron luchando contra la Constitución.

Yo entonces creíconveniente advertir a la autoridad el peligro que había en escuchar lassugestiones del cura, y me manifesté opuesto a sujetarme a sus órdenesen cuanto a la enseñanza de mis niños… Hablé sobre ello a los vecinos,pero el cura había trabajado con habilidad en la conciencia de esosinfelices, y haciendo mérito de varias opiniones mías … me presentócomo un hereje, como un maldito de Dios y como un hombre abominable. Yonada pude hacer para contrarrestar aquella hostilidad; las autoridadesno me sostenían, … y me resigné a los peligros que me traía miindependencia de carácter.

No aguardé mucho tiempo. Al llegar laNochebuena de hace tres años, el pueblo, embriagado y excitado … sedirigió a mi casa, me sacó de ella y me llevó a una barranca cercana aesta población para matarme. ¡Figúrese Vd. la aflicción de mi mujer y demis hijos! Pero el más grandecito de ellos, iluminado por una ideafeliz, corrió a este pueblo, donde hacía poco había llegado el hermanocura aquí presente y que me había dado muestras de amistad las diversasveces que había ido a ver mi escuela. Mi hijo le avisó del peligro queyo corría, y no se necesitó más; vino a salvarme. En manos de aquellosfuriosos caminaba yo maniatado, y ya había llegado a la barranca con elcorazón presa de una angustia espantosa por mi familia; ya aquelloshombres, ebrios y engañados se precipitaban a darme la muerte por herejey maldito, cuando se detuvieron llenos de un terror y de un respeto sólocomparables a su ferocidad. Iba a amanecer, y la indecisa luz de lamadrugada alumbraba aquel cuadro de muerte, cuando de súbito se aparecióen lo alto de una pequeña colina cercana un sacerdote, vestido de negro,que hacía señas y que se acercaba al grupo apresuradamente. Seguíanleeste mismo señor alcalde, que entonces lo era también, y un gran grupode vecinos. El hermano cura llegó, se encaró con mis verdugos y lespreguntó porqué iban a matarme.

—Por hereje, señor cura, le respondieron: este hombre no cree en Dios,ni es cristiano, ni va a misa, ni respeta a nuestros santos, y esenemigo del

padrecito

de nuestro pueblo….

Ya supondrá Vd., capitán, lo que el hermano cura les diría. Su vozindignada, pero tranquila, resonaba en aquel momento como una voz delcielo. Les echó en cara su crimen; los humilló; los hizo temblar; losconvenció, y los obligó a ponerse de rodillas para pedir perdón por sudelito. Yo creo que temían que un rayo los redujera a cenizas. Seapresuraron a desatarme; me entregaron libre al cura, quien me abrazóllorando de emoción; vinieron a suplicarme que los perdonara y en esemomento apareció mi infeliz mujer, jadeando de fatiga, gritando ymostrando en sus brazos a mi hijo más pequeño, implorando piedad paramí. Al verme libre; al ver a un cura, a quien reconoció desde luego, locomprendió todo: corrió a mis brazos, y no pudiendo más, perdió elsentido. Aquella gente estaba atónita; el hermano cura que habíarecibido en sus brazos a mi pequeña criatura, lloraba en silencio, ytodo el mundo se había arrodillado.

En ese momento salió el sol, yparecía que Dios fijaba en nosotros su mirada inmensa.

¡Ah, señor capitán! ¡cómo olvidar semejante noche!! La tengo grabada enel alma de una manera constante; y si alguna vez he creído ver lasublime imagen de Jesucristo sobre la tierra, ha sido ésa, en que elhermano cura me salvó a mí de la muerte, a toda una familia infeliz dela orfandad, y a aquellos desgraciados fanáticos del infierno de losremordimientos.

—Y nosotros,—dijo el alcalde, llorando con una voz conmovida peroresuelta, y dirigiéndose al concurso que escuchaba enternecido;—nosotros allí mismo hemos jurado no permitir jamás, aun a costa denuestras vidas, que se mate a nadie: no digo a un inocente, pero ni aun criminal, ni a un salteador, ni a un asesino. El hermano cura nosconvenció para siempre de que los hombres no tenemos derecho de privarde la vida a ninguno de nuestros semejantes; de manera que si la leymanda ajusticiar a alguno de sus delitos, que ella lo haga, pero fuerade nuestro pueblo: aquí hemos de procurar que nunca se haga tal cosa,porque el pueblo se mancharía; y para no vernos en esa vergüenza y enese conflicto, lo que tenemos que hacer es ser honrados siempre.—¡Siempre! ¡siempre! resonó por todas partes, pronunciado hasta por lavoz de los niños.

El cura me apretaba la mano fuertemente, y yo besé la suya, que reguécon unas lágrimas que hacía años no había podido derramar.

Cuando hubo pasado aquel momento de profunda emoción, el cura seapresuró a presentarme a dos personas respetabilísimas, sentadas cercade nosotros y que no habían sido las que menos se conmovieran con elrelato del maestro de escuela. Estas dos personas eran un ancianovestido pobremente de estatura pequeña, pero en cuyo semblante, en quepodían descubrirse todos los signos de la raza indígena pura, había unno sé qué que inspiraba profundo respeto. La mirada era humilde yserena; estaba casi ciego, y la melancolía del indio parecía de talmanera característica a ese rostro, que se hubiera dicho que jamás unasonrisa había podido iluminarlo.

Los cabellos del anciano eran negros, largos y lustrosos, a pesar de laedad; la frente elevada y pensativa; la nariz aguileña; la barbapoquísima y la boca severa. El tipo, en fin, era el del habitanteantiguo de aquellos lugares, no mezclado para nada con la razaconquistadora. Llamábanle el tío Francisco. Era el modelo de los espososy de los padres de familia. Había sido acomodado en su juventud; yaunque ciego después y combatido por la más grande miseria, habíaopuesto a estas dos calamidades tal resignación, tal fuerza de espírituy tal constancia en el trabajo, que se había hecho notable entre losmontañeses, quienes le señalaban como el modelo del varón fuerte. Larectitud de su conciencia, y su instrucción no vulgar entre aquellasgentes, así como su piedad acrisolada, le habían hecho el consultor natodel pueblo, y a tal punto se llevaba el respeto por sus decisiones, quese tenía por inapelable el fallo que pronunciaba el tío Francisco en lascuestiones sometidas a su arbitraje patriarcal.

No pocas veces lasautoridades acudían a él en las graves dificultades que se les ofrecían;y su pobre cabaña en la que se abrigaba su numerosa familia, sujeta casisiempre a grandes privaciones, estaba enriquecida por la virtud ysantificada por el respeto popular. El anciano indígena era el único,antes de la llegada del cura, que dirimía las controversias sobretierras, a quien se llevaban las quejas de las familias, de consultassobre matrimonios y sobre asuntos de conciencia

, y jamás un vecinotuvo que lamentarse de su decisión, siempre basada en un rigurosoprincipio de justicia. Después de la llegada del cura, éste habíahallado en el tío Francisco su más eficaz auxiliar en las mejorasintroducidas en el pueblo, así como su más decidido y virtuoso amigo. Encambio, el patriarca montañés profesaba al cura un cariño y unaadmiración extraordinarios, gustaba mucho de oirle hablar sobrereligión, y se consolaba en las penas que le ocasionaban su ceguera y supobreza, escuchando las dulces y santas palabras del joven sacerdote.

La otra persona era la mujer del tío Francisco, una virtuosísimaanciana, indígena también y tan resignada, tan llena de piedad como sumarido, a cuyas virtudes añadía las de un corazón tan lleno de bondad,de una laboriosidad tan extremada, de una ternura maternal tan ejemplary de una caridad tan ardiente, que hacían de aquella singular matronauna santa, un ángel. El pueblo entero la reputaba como su joya máspreciada, y tiempo hacía que su nombre se pronunciaba en aquelloslugares como el nombre de un genio benéfico. Se llamaba la tía Juana, ytenía siete hijos.

El cura, que me daba todos estos informes, me decía:

—No conocí a mi virtuosa madre; pero tengo la ilusión de que debióparecerse a esta señora en el carácter, y de que si hubiera vividohabría tenido la misma serena y santa vejez que me hace ver en derredorde esa cabeza venerable una especie de aureola. Note Vd. ¡qué dulzura demirada, qué corazón tan puro revela esa sonrisa! ¡qué alegría yresignación en medio de la miseria y de las espantosas privaciones queparecen perseguir a estos dos ancianos! Y esta pobre mujer, envejecidamás por los trabajos y las enfermedades que por la edad, flaca y pálidaahora, fue una joven dotada de esa gracia sencilla y humilde de lasmontañesas de este rumbo, y que ellas conservan, como Vd. ha podido ver,cuando no la destruyen los trabajos, las penas y las lágrimas.

Sin embargo, el cielo, que ha querido afligir a estos desventurados yvirtuosos viejos con tantas pruebas, les reserva una esperanza. Su hijomayor está estudiando en un colegio, hace tiempo; y como el muchacho sehalla dotado de una energía de voluntad verdaderamente extraordinaria,a pesar de los obstáculos de la miseria y del desamparo en que comenzósus estudios, pronto podrá ver el resultado de sus afanes y traer alseno de su familia la ventura, tan largo tiempo esperada por suspadres. Tan dulce confianza alegra los días de esa familia infeliz,digna de mejor suerte.

Al acabar de decirme esto el cura, se acercó a él la misma señora deedad que lo había llamado aparte e iba hablándole cuando llegamos alpueblo. Iba seguida de una joven hermosísima, la más hermosa tal vez dela aldea. La examiné con tanta atención, cuanto que la suponía, como eracierto, la heroína de la historia de amor que iba a desenlazarse esanoche, según me anunció el cura.

Tenía como veinte años, y era alta, blanca, gallarda y esbelta como unjunco de sus montañas. Vestía una finísima camisa adornada con encajes,según el estilo del país, enaguas de seda de color obscuro; llevaba unapañoleta de seda encarnada sobre el pecho, y se envolvía en un rebozofino, de seda también, con larguísimos flecos morados. Llevaba, además,pendientes de oro; adornaba su cuello con una sarta de corales ycalzaba zapatos de seda muy bonitos. Revelaba, en fin, a la jovenlabradora, hija de padres acomodados. Este traje gracioso de la virgenmontañesa la hizo más bella a mis ojos, y me la representó por uninstante como la Ruth del idilio bíblico, o como la esposa del Cantarde los Cantares

[2].

La joven bajaba a la sazón los ojos, e inclinaba el semblante llena derubor; pero cuando lo alzó para saludarnos, pude admirar sus ojosnegros, aterciopelados y que velaban largas pestañas, así como susmejillas color de rosa, su nariz fina y sus labios rojos y frescos. ¡Eramuy linda!

¿Qué penas podría tener aquella encantadora montañesa? Pronto iba asaberlo, y a fe que estaba lleno de curiosidad.

La señora mayor se acercó al cura y le dijo:

—Hermano, Vd. nos había prometido que Pablo vendría… ¡y no havenido!—La señora concluyó esta frase con la más grande aflicción.

—Sí: ¡no ha venido!—repitió la joven, y dos gruesas lágrimas rodaronpor sus mejillas.

Pero el cura se apresuró a responderles.

—Hijas mías, yo he hecho lo posible, y tenía su palabra; pero ¿acaso noestá entre los muchachos?

—No, señor, no está,—replicó la joven;—ya lo he buscado con los ojosy no lo veo.

—Pero, Carmen, hija,—añadió el alcalde,—no te apesadumbres, si elhermano cura te responde, tu hablarás con Pablo.

—Sí, tío; pero me había dicho que sería hoy, y lo deseaba yo, porqueVd. recuerda que hoy hace tres años que se lo llevaron, y como me creeculpable, deseaba yo en este día pedirle perdón… ¡Harto ha padecido elpobrecito!

—Amigo mío,—dije yo al cura,—¿podría Vd. decirme qué pena aflige aesta hermosa niña y por qué desea ver a esa persona? Vd. me habíaprometido contarme esto, y mi curiosidad está impaciente.

—¡Oh! es muy fácil,—contestó el sacerdote,—y no creo que ellas seincomoden. Se trata de una historia muy sencilla, y que referiré a Vd.en dos palabras, porque la sé por esta muchacha y por el mancebo encuestión. Siéntense Vds., hijas mías, mientras refiero estas cosas alseñor capitán,—añadió el cura, dirigiéndose a la señora y a Carmen,quienes tomaron un asiento junto al alcalde.

—Pablo era un joven huérfano de este pueblo, y desde su niñez habíaquedado a cargo de una tía muy anciana, que murió hace cuatro años. Elmuchacho era trabajador, valiente, audaz y simpático, y por eso loquerían los muchachos del pueblo; pero él se enamoró perdidamente deesta niña Carmen, que es la sobrina del señor alcalde, y una de lasjóvenes mas virtuosas de toda la comarca.

Carmen no correspondió al afecto de Pablo, sea por que su educación,extremadamente recatada, la hiciese muy tímida todavía para los asuntosamorosos, sea, lo que yo creo más probable, que la asustaba la ligerezade carácter del joven, muy dado a galanteos, y que había ya tenidovarias novias a quienes había dejado por los más ligeros motivos.

Pero la esquivez de Carmen no hizo más que avivar el amor de Pablo, yabastante profundo, y que él ni podía ni trataba de dominar.

Seguía a la muchacha por todas partes, aunque sin asediarla conimportunas manifestaciones. Recogía las más exquisitas y bellas floresde la montaña, y venía a colocarlas todas las mañanas en la puerta de lacasa de Carmen, quien se encontraba al levantarse con estos hermososramilletes, adivinando por supuesto qué mano los había colocado allí.Pero todo era en vano: Carmen permanecía esquiva y aun aparentaba nocomprender que ella era el objeto de la pasión del joven. Éste, al cabode algún tiempo de inútil afán, se apesadumbró, y quizás para olvidar,tomó un mal camino, muy mal camino.

Abandonó el trabajo, contentóse con ganar lo suficiente para alimentarsey se entregó a la bebida y al desorden. Desde entonces aquel muchachotan juicioso antes, tan laborioso, y a quien no se le podía echar encara más que ser algo ligero, se convirtió en un perdido. Perezoso,afecto a la embriaguez, irascible, camorrista y valiente como era,comenzó a turbar con frecuencia la paz de este pueblo, tan tranquilosiempre, y no pocas veces, con sus escándalos y pendencias, puso enalarma a los habitantes y dió que hacer a sus autoridades. En fin, erainsufrible, y naturalmente se atrajo la malevolencia de los vecinos, ycon ella la frialdad, mayor todavía, de Carmen, que si compadecía susuerte, no daba muestras ningunas de interesarse por cambiarla,otorgándole su cariño.

Por aquellos días justamente llegué al pueblo, y como es de suponerse,procuré conocer a los vecinos todos.

El señor alcalde presente, que loera entonces también, me dió los más verídicos informes, y desde luegome alegré mucho de no encontrarme sino con buenas gentes, entre quienes,por sus buenas costumbres, no tendría trabajo en realizar mispensamientos. Pero el alcalde, aunque con el mayor pesar, me dijo que notenía más que un mal informe que añadir a los buenos que me habíacomunicado, y era sobre un muchacho huérfano, antes trabajador yjuicioso, pero entonces muy perdido, y que además estaba causando alpueblo el grave mal de arrastrar a otros muchachos de su edad por elcamino del vicio. Respondí al alcalde que ese pobre joven corría de micuenta, y que procuraría traerlo a la razón.

En efecto, lo hice llamar, lo traté con amistad, le dí excelentesconsejos; él se conmovió de verse tratado así; pero me contestó que sumal no tenía remedio, y que había resuelto mejor desterrarse para noseguir siendo el blanco de los odios del pueblo; pero que era difícilpara él cambiar de conducta.

La obstinación de Pablo, cuyo origen comprendía yo, me causó pena,porque me reveló un carácter apasionado y enérgico, en el que lacontrariedad, lejos de estimularle, le causaba desaliento, y en el queel desaliento producía la desesperación. Fueron, pues, vanos misesfuerzos.

Yo sabía muy bien lo que Pablo necesitaba para volver a ser lo que habíasido. La esperanza en su amor habría hecho lo que no podía hacer laexh