La Copa de Verlaine by Emilio Carrere - HTML preview

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—Chico, la verdad, no puedo darte una camisa... entera.

—¿Eh?

Villaespesa desenvolvió su lío. Las doce mudas se reducían a docecamisolines, o sea doce cuellos y doce pecheras. ¡Oh, prodigios de lafantasía!

La hermosa bailarina esperó en vano aquella noche a Julio Camba.

Su labor teatral en América le dará dinero y gloria. Empleará el magínen forjar versos y situaciones dramáticas en lugar de asaltar editores yprestamistas. Porque con este honorable gremio, Villaespesa ha sido unáguila. Una vez empeñó una calavera, asegurando que volvería a sacarla,porque era un recuerdo de familia.

Estos episodios pertenecen a la época heroica de mi generaciónliteraria. Cuando Camba era anarquista y sufrió un proceso por injuriasa San Judas Tadeo; cuando un poeta dormía en el ascensor de un prócertonto y tacaño, que era tío del vate sin albergue; cuando Barriobero nosinvitaba a comer las paellas que él mismo condimentaba y llamaba a loshorteras pinocentauros, o sea cuerpo de hombre y las patas de madera,el mostrador. Cuando Pueyo nos llevaba a los cafés con música y,emocionado por las arias de Marina o de La Bohême, nos confesaba queél también había escrito versos en la juventud...

Cuando vendíamostodos los libros y empeñábamos todas las prendas—¡oh, aquella levitasuntuosa de Bargiela!—, y Antonio Machado, el gran poeta, al recibir unlibro nuevo, exclamaba corriendo al tenducho del librero de viejo:

Sol de la tarde. ¡Muy bien! ¡Café de la noche!

Elegía de un hombre inverosímil

¿CONOCÉIS algo más triste, más desvencijado, más fracasado que untraductor? Es la forma más lamentable del desastre literario. PuesForondo era el traductor calamitoso, por antonomasia, entre todos sustraspillados cofrades. Forondo tocaba el violín; pero, según se decía,le expulsaban de todos los cafés porque al comenzar a tocar su violín secortaba la leche. Y

esto perjudicaba mucho al crédito de estosestablecimientos.

Poseía una bonita voz de canario flauta; pero no podíaser aplicable en los coliseos mas que entre el coro de señoras, yForondo tenía una espesa barba multicolor que le impedía interpolarseentre canoras hijas de Talía. Algunas mañanas cantaba los motetes enalgún templo, y por las noches acudía a un mitin societario, porqueForondo era un hombre terrible, enemigo personal del Papa. Forondo erael autor de esta frase demoledora: «De tejas arriba no hay más quemetafísica y gatos».

Nuestro amigo vino a Madrid a ser poeta lírico. Escribió un soneto y sededicó al café con media con verdadera intrepidez.

Envió su soneto atodas las revistas y le fué devuelto, «porque había mucho original encartera». Un periódico no se le admitió porque su soneto era demasiadocorto. Entonces escribió un poema en ciento catorce octavillasitalianas, titulado «Dios»; pero tampoco se publicó, porque el director opinó que «Dios» no era asunto de actualidad. Forondo carecía delsentido de la ponderación. Lo quiso ser todo y al fin no fué nada; estoes: finó siendo traductor. Elaboraba a brazo sus traducciones. «El pobrepequeño niño sacó su muestrecita. Eran once horas sonadas», o bien: «Eldesconocido llevaba un pantalón corto y una capa del mismo color».Estas son unas donosas pruebas de su estilo de traductor.

Jamás tuvo ideas propias ni se compró un traje nuevo. Por dentro y porfuera iba siempre adornado con prendas que le estaban anchas. Cuando yole conocí, Forondo vendía perros en la acera del Suizo. Él me vendió unlindo ratonero muy inteligente, que mordió al señor D. Pedro Luis delGálvez, suceso que repitieron las gacetas. Mi ratonero tuvo razón. Eraun perro consciente, como los ciudadanos de cualquier Comité de barrio.

Forondo dormía en casa de Han de Islandia, un espantable hospedero de lacalle de la Madera. El joven montaraz y notable poeta Javier Bóveda leconoció allí. Por cierto que se asustó mucho; moribundo de tuberculosis,con sus barbas rojas, negras, amarillas, y en calzoncillos, no eraprecisamente una Venus saliendo de las olas. Saliendo de entre lassábanas equívocas de su camastro, al fulgor luminoso del candilón,moribundo, famélico y derrotado, era más bien la alegoría espeluznantede la bohemia matritense. La historia de Forondo es una novela ejemplarpara aviso de los jóvenes portaliras que sueñan en su rincón provincianocon esa musa trágica de Verlaine, de Manuel Paso y de Alejandro Sawa,estos grandes mártires de la religión de la literatura.

Era el amante ideal de la Cari-Harta y demás princesas de la gallofa.Cuando no tuvo perros que vender se dedicó de lleno a la traducción.Trabajaba quince horas diarias, luchando con la doble dificultad de quesi bien no conocía el francés tampoco dominaba el castellano. Esta es laespecialidad de casi todos los traductores. Y ello es natural ycorresponde a la generosidad de los editores.

Hace pocas noches Forondo llegó al cafetín donde se reunía con otrospigres. Estaba más enfermo, más pálido, más roto que nunca.

—Vengo a despedirme de vosotros. Traigo media en las agujas...

Todos celebraron el símil taurómaco y le ofrecieron un café con mediade honor. Después Forondo se marchó... se marchó a la fosa común.

Hambres, fríos, humillaciones. Acoso de hospederos, de mozos de café,alguna picardía peligrosa para extraer un poquito de calderilla. Y eldesdén de los poderosos, de los burgueses; la soledad y el dolor. ¿Valela pena afrontar todas estas tremendas larvas de la desgracia por haberhecho un soneto corto, según la opinión de un director de revista? Elvicio de la literatura resulta demasiado caro.

Forondo se ha muerto. Yo le estimaba; estaba siempre triste, estabasiempre fracasado. Me inspiraba el afecto de la desventura. Pero algoqueda sobre mi conciencia como un peso muy grave. Forondo me confesó quehabía seguido el camino de las letras y había caído en la Puerta delSol, encantado por la lectura de mis narraciones de la bohemiapintoresca.

De todos modos, yo no tengo la culpa de que me hubiera leído mal. Labohemia es triste, desastrosa, absurda. Y más aún cuando no se tienetalento ni temperamento literario. No sé qué hechizo tendrá esa musatrágica del arroyo, que seguramente mañana volverá a verme Forondoredivivo diciéndome:

—Verá usted, yo he venido a Madrid a luchar con la gloria. Le voy aleer un soneto.

Y me leerá otro soneto corto, y después a dar saltos mortales paraconquistar el camastro de esos hostales de la bohemia, figones deSatanás con manjares embrujados, que sólo se pueden ingerir cuando seposeen las hambres de doscientos poetas juntos.

Nuestro amigo el alquimista

NUESTRO amigo Aclayar es alquimista. No posee un laboratorio misteriosocon retortas, ni usa túnica ni caperuza, como los nigromantes remotos.La alquimia se ha modernizado.

Ya no quiere fabricar el oro; másmodesta, se conforma con elaborar pesetas sevillanas, precioso metal eneste reino de la calderilla. En lugar de arrojar materias químicas alhornillo infernal, hace números en una tarjeta, invocando a Butatar, quees la deidad del cálculo.

Nuestro amigo ha escrito un libro para ganar infaliblemente a losjuegos de azar. Nosotros le decimos que todo martingala se reduce a unacombinación para perder con método. El alquimista sonríe:—El azar noes una cosa diabólica. El ingenio humano puede vencer a esa diosameretriz que se llama la Fortuna.

El alquimista tiene una llamita de ilusión en sus ojos, rojos de tejer ydestejer las cifras: siniestra tela de Penélope que ha servido desudario a tantos soñadores del número. Las matemáticas tienen tantapoesía como un bello soneto. Aclayar es un poeta del cálculo deprobabilidades, un estoico de la ruleta y de sus malas artes de hembracaprichosa, un apóstol del martingala.

Ahora que se alzan en España incontables capillas del Azar, no menegaréis que mi alquimista es un personaje de actualidad. Él cree poseerel secreto para hacer oro, y este rico metal piensa extraerlo de larueda diabólica, y como testimonio, ha escrito un curioso volumen. Yoprefiero esta lectura a otro volumen de rimas, chirles o a una novelitade Biblioteca Patria. Tiene ciertamente, más poesía y más palpitaciónespiritual, aunque nuestro alquimista se equivoque, lo mismo quefracasaron sus predecesores en la busca del oro.

Un hombre de pasiones y de imaginación no puede resignarse con lapobreza o con un pasar ramplón y cotidiano. Hay que ahuyentar al lívidoy desarrapado espectro de la necesidad. Hay que buscar la llave mágicaque abre los tesoros de la vida: la espada bruja que decapite al dragónde la miseria. Y este talismán impreciado es el oro.

Un hombre pasional e imaginativo ama a las bellas mujeres, los viajespor las tierras fabulosas y lejanas, las obras de arte, los librosinmortales. Y sueña con conquistar el oro, que es la palabra misteriosaque abre todos los paraísos y da la serenidad de espíritu necesaria parala contemplación de lo bello. La pobreza amarga el amor, el arte no esbuen camarada de la necesidad, a pesar de que se dice que el hambreaguza el ingenio.

Además, nuestro alquimista sueña con obtener ganancias fabulosas que lepermitan suprimir, en torno suyo, el dolor social.

Comprende que el dinero, en los contratos humanos, es el espíritu delmal. Un filántropo rico e inteligente como él sería un nivelador.Repartiría los billetes de los grandes casinos entre los pobres, losfracasados, los parias de la injusticia de esta sociedad farisea yanticristiana. Este ideal altruista merece nuestros plácemes. El dinerodel juego está amasado con dolor, con sangre, con toda la turbia gamadel delito. El alquimista lo trocaría en alegría, esperanza,tranquilidad. Arruinaría a todos los empresarios de juego, eso sí; peroel fin justifica los medios, según nos han enseñado los nietos deLoyola.

Nuestro amigo sabe que la Fortuna prefiere a los toreros, a los navieroscontrabandistas, a los profiteurs, buitres de la carnaza europea. Éles intelectual, es un poco soñador y desdeña estos menesteresantiestéticos. Tiene alma de luchador y prefiere luchar con el monstruodel azar. Es más noble y más heroico.

Como buen filósofo, sabe que es lomismo combatir en las encrucijadas de la vida que contra el capricho dela bolita saltarina, que puede ser la dicha o el desastre para tantosespíritus ilusionados. La vida no es más que una ruleta mucho másgrande, cuya bolita—fortuna o fracaso—rueda invisiblemente en tornonuestro. El alquimista aspira a ser un superhombre que domine lasfuerzas ciegas o, al menos, que las sujete entre las reglas de unmartingala, basado razonablemente en el cálculo de probabilidades.

Yo creo que su libro no les será útil a los lectores. En los lances delazar, como en la vida, cada uno es víctima de su temperamento. El que searruina en el juego, es por un torbellino de locura que hay en su alma;le pasaría igual con una querida vampiro, con la política o con losnegocios. Además del invisible factor de la suerte personal, es quetiene la voluntad enferma.

Para vencer a los duendes del azar hay quetener un espíritu fuerte y sereno, como para dirigir multitudes. Lavoluntad y el ingenio pueden vencer a la mala suerte.

El libro lo vende el editor Pueyo. Pero conste que no es réclame. Notengo el menor interés por éste ni por el otro editor.

El librero,comerciante del cerebro ajeno, realiza el milagro de comer de los librossin saber leer. Sentimos hacia el hermano librero la mayordesconsideración, y lo decimos de esta manera franciscana, comopudiéramos decir el hermano lobo o el hermano buitre. El librero es elenemigo del escritor. Debería inventarse un violento insecticida para ladestrucción del librero.

El galán de los "ouistitis"

AQUEL rincón de café era como un muestrario de personajes absurdos.Poetas, pintores, apaches, inventores... En los cristales amarillentosse reflejaban las chalinas y las pipas, y, a veces, como una apariciónde balada germana, la linda cabecita de paje rubio de Betina Jacometi,una genial pintora holandesa, a quien la policía metió en la cárcel sinmás razón que la de fumar cigarrillos por las calles y ser muy extraña.Esto, que es una cualidad de aristocracia, llevó a la pobre Betina a laprisión, de donde

salió

tuberculosa.

Esta

mujer

artista,

de

espírituextraordinario, dice que todo en España es idioto, menos los amigosdel café silencioso. Realmente, con bastante dificultad se podríahallar un cenáculo más pintoresco y más multiforme.

El amigo Montalbán, arqueólogo y cazador de leones, nos hablaba de susexploraciones en la India; Peñalba, el Tartarín de la cuarta plana,nos decía sus sueños de publicidad, a la americana, mientras tomaba cafécon media; el poeta Alberto Valero se dedicaba a cantar la romanza de Roberto, el diablo, con unas burguesitas sentimentales de la mesacontigua. Betina fumaba, fumaba, con los ojos azules e ingenuos, en unéxtasis de arte. ¿Qué pensaría aquella linda cabeza de paje provenzal,tan exquisita, tan femenina y al par tan rebelde y tan misteriosa?Después, llegaba Fantomas, el rey de los ladrones.

Nosotros no letomamos nunca completamente en serio. Nos parecía un folletín ambulante.Bien vestido, rasurado a la inglesa, con un acento también inglés(deslucido por su dejo catalán primitivo) y su monóculo, un bastón concorrea y una gabardina, Fantomas era un espectáculo.

—¡Mozo!: Whisky and soda... Miri, mejor es que me traiga un fiveo'clock tea.

Generalmente ya era noche bien cerrada... Pero Fantomas era un hombre chic, un Brummel de la Barceloneta, y los pobres poetillas no nosatrevíamos a contradecirle en asuntos de elegancia y de buen tono. ¡Oh,él había operado en los grandes hoteles mundiales!

De todos modos, Fantomas era un tipo interesante. Tenía ojos de gato ydientes agudos de animal de presa. Era en aquellos días en que lasautoridades le vigilaban celosamente—los periodistas hemos fabricado eltópico de que los policías son muy celosos—.

¡Le habían hallado unacalavera y un pijama negro! Esto indicaba que se trataba de un apache peligroso, de un terrible souris de hotel. Fantomas se pavoneaba enla apoteosis de su gloria y fumaba cigarrillos turcos como una cocota.Realmente tenía un alma enferma de cocota en un cuerpo delirante dehisterismo. Era un hombre marioneta, producto patológico de la vidaartificial que empieza en una cena montmartresa del Palace y terminacon una borrachera de éter en un burdel elegante. Valses vieneses,rameras viejas, pintadas y bien vestidas; artificio, morfina, pases de bacarrat... Todo esto formaba la careta de Fantomas la veladura desu fisonomía espiritual. En el fondo, yo creo que se trataba de un buenchico que tenía unos furiosos deseos de epatar y cogió un mal camino:el del hotel de la Moncloa. Pero él hubiera llegado a la escalerilla delpatíbulo con tal de que la gente le creyese un hombre terrible. Era unenamorado de lo extraordinario, de lo singular, un sugestionado por loslibros de andanzas policíacas.

Aquí no se conoce bien su tipo modelo.Él mismo se encargó de descubrírmelo. Hace dos meses recibí un librodesde Lisboa. Me lo enviaba un remitente misterioso, sin una carta, sinuna tarjeta.

Se titulaba La dame aux ouistitis. Memoires d'un sourisd'hótel.

—Esto es de Fantomas—exclamé.

Efectivamente, el protagonista de Claudio Lefaure es un ladrón dehoteles que se llama Fabricio Levrot. Fantomas sueña con emular lavida azarosa y fantástica de este personaje. Es el galán de los ouistitis.

Como todo hombre vanidoso, Fantomas se cree irresistible con lasdamas. Pone los ojos velados y coquetones, adopta un gesto de elegantefatiga y hace algunas conquistas entre las camareras, las cocotas delPalace y alguna gentil desequilibrada que, también enamorada de loextraordinario, de lo detonante, le entrega sus encantos y sus alhajas.

¿Realmente Fantomas es el rey de los ladrones? Oyéndole a él hay quecreer que sí. Una bella noche de luna paseábamos por las calles,fragantes de primavera. Fantomas exhaló un sollozo romántico:

—¡Qué noche tan hermosa para robar!

Lo del maillot y el gorro con borla es una invención de la fantasíafolletinesca de la policía.

—Yo no robo en traje de etiqueta y zapato de charol. Estoy de antemanouna hora encerrado en mi habitación, completamente a obscuras, hastaque mis ojos ven perfectamente en la sombra.

Mientras introduzco el ouistitis en la cerradura, estudio la respiración del durmiente. ¡Esuna emoción tan exquisita!...

Otro día, en el camerino de una cupletista, pedía a gritos—con rotosgritos de epiléptico—una jofaina de agua perfumada, porque quería morirabriéndome una vena. Esta dulce muerte romana la acababa de aprender en ¿Quovadis? , película de gran metraje que se estaba proyectando en unteatro. Quería ser Petronio, quería ser Fabricio Levrot, el gran cambrioleur, y hubiera querido ser el último personaje singular de laúltima lectura.

Este

espíritu

impresionable

paga

caro

su

diletanttismo morboso, haciendo lamentables estancias en las cárceles de Europa. Amael lujo como una cortesana y roba por amor al lujo y por amor a lo raroy a lo escalofriante, y por ese capricho de lo singular se enterró en unféretro de cristal, en el Palace, vestido de faquir, como aquel Papús dela larga perilla.

Lo malo es que la vida no se desenlaza tan a gusto como en losfolletines. La vida galante, de perfumes, de joyas, de elegantes yafrodisíacos venenos, de bacarrat, de música frívola y áureo tintinearde relucientes luises, tiene este amargo contraste del calabozo y delburiel del presidiario. El grillete disipa los sueños absurdos demorfina. Esta figura desquiciada y pintoresca confieso que me essimpática y que la vería con gusto otra vez en el rincón del café deartistas. Pero Fantomas es el hombre nube, el hombre pájaro, que novuelve a posarse en el mismo sitio. No me extrañaría recibir una cartasuya diciéndome que se ha hecho mago del Tíbet o que está dirigiendo unaacademia de baile flamenco entre los pieles rojas. Cualquier cosa quesea arbitraria y extravagante. Lleva en el alma un viento de locura y deaventuras este pintoresco enfermo de lo maravilloso.

Sindulfo, arqueólogo y cazador de alimañas

HA venido a verme el señor Sindulfo del Arco, arqueólogo y cazador dejirafas. Como comprenderéis es un personaje inquietador. Yo le conocíeste verano en una juerga en la Bombilla, porque Sindulfo es unarqueólogo flamenco.

Desea que yo llame la atención de las Academias acerca de la calavera deAtahualpa, el inca infeliz que Sindulfo ha descubierto y cuyaautenticidad prueba en un volumen de quinientos folios. Lo que creo esque intenta vender en buen precio la ilustre osamenta, y estaadquisición me parece inestimable para la colección del MuseoArqueológico. Un hallazgo tan importante haría la felicidad decualquier docta Corporación.

Sindulfo es un sabio y un valeroso cazador de jirafas, y, aunque parezcararo, es dulcemente enamoradizo. Como todos los hombres extraordinarios,anda por el mundo caballero en una nube, y se le antoja ver ángelesdomésticos en cada dama andariega y aficionada al acre aroma de varón.

—Mi querida Isabel, usted es la mujer que yo he soñado para formar unhogar...

Como veis, Sindulfo es un doncel romántico, digno de ser cantado porWalter Scott.

Y lo melancólico es que dice estas inflamadas palabras cuando ya tienemuchos hilos blancos en las barbas proféticas.

Este hombre extraño ha recorrido el mundo a pie y cuenta las cosas másdesconcertantes.

—Yo he comido carne de indio guarany; es muy dulzona...

Estaba perdidoen un bosque del Chaco central. Otra vez, los indígenas me condenaron amuerte y me salvé a lomos de un jaguar. Así llegué a una tribu deindios pirios, que me creyeron un ser sobrenatural. Hicieron fiestas enmi honor y me regalaron una doncella joven para mi holgorio; se llamabaAtarbelia, morenita ella, bien formada. Luego la quemaron viva para queno tuviese descendencia de blanco. Es una costumbre.

Yo no sé si Sindulfo dice la verdad o si es folletín ambulante.

Tengomotivos para creer que la imaginación es su facultad predominante. Undía que dábamos un paseo por la Moncloa se nos acabó el tabaco. Eraotoño. Sindulfo cogió un puñado de hojas secas de chopo, las estrujó ylas metió en su pipa. Después dejó errar su mirada por las lejanías deEl Pardo, añorando sin duda los bosques vírgenes del Arauco. De prontose detuvo y exclamó:

—Verdaderamente, el mejor tabaco para la pipa es este tabaco turco.Tiene un aroma muy delicado.

—¡Sindulfo, por Dios, que son hojas de chopo! ¿No recuerda que lashemos cogido cerca del caño gordo?

—Usted está soñando, amigo mío. Esto que fumamos es tabaco turco.Compré yo diez kilos en Constantinopla hace dos meses. Por cierto queaquella noche el Bósforo parecía un espejo. La luna rielaba sobre susuperficie, y a lo lejos...

Sus ojos se entornaron y el ánima se fué en pos de aquel recuerdo otománque él acababa de crear... Yo respeté su ensimismamiento y pensé que conesta fantasía Sindulfo era feliz.

Presenta certificados de los sitios por donde ha pasado.

Realmente harecorrido el mundo; pero ha viajado sin enterarse de lo que sucedía antesus ojos, como hundido en si mismo, mirando hacia adentro, inventandopaisajes, personas y episodios, sin tomarse el trabajo de mirar lo quele rodeaba. Lo mismo hubiese sido que no se moviese de la cama durantediez años.

—Otra vez, en África, me encontré a un cazador que llevaba sobre sucamello un magnífico león muerto.

—No diga usted más—le atajé, sonriendo—. Era el gran Tartarín deTarascón.

—Fuimos muy amigos. Juntos cazamos jirafas, caimanes... Y

figúrese quecierta noche...

En medio del desierto de Sahara... —interrumpí—.

Naturalmente,amigo Sindulfo. Usted es un grande hombre. Yo exigiré que las Academiasle compren su calavera de Atahualpa y nos gastaremos los cuartos en laBombilla, con aquellas dos chulonas modistillas que a usted le parecerándos sacerdotisas de Vesta.

Porque, como dije al principio, Sindulfo gusta de los gachones deliquiosdel baile. Yo le he visto marcarse un schotis, cosa que es compatiblecon la arqueología y con Atahualpa, mientras cantaba, con una vozcavernosa que parecía la del propio inca difunto, este estribilloflébil:

Con

mi

muñequita

sobre

el

corazón,

esta

hora

tan

dulce

me embriaga de amor.

Ahora voy a responder a una pregunta que está en la mente de loslectores. Sí, señor, el amigo Sindulfo existe, y no diré que es de carney hueso, porque más bien parece de nube. Va todos los días a verme alcafé, y espero que dentro de poco será académico de la Historia. Noolvidéis que ha descubierto la calavera de Atahualpa.

Clamaría a Dios y se hundirían las esferas si la docta Corporación lepretiriese. Sindulfo estaría muy bien exclamando en plena sesión:

—Señores académicos: Habéis de saber que el juego de carambolas, entrelos antiguos persas...

El poema del mal poeta

EL mal poeta escribe en un café solitario. Yo le profeso al poeta maloun aborrecimiento corso. Me ha apedreado los oídos con sus ripios, consus tópicos, con su retórica. Es hombre insensible a la emociónestética, que fabrica sus versos como un jornalero: un albañil, por elcascote; un picapedrero, por su ritmo monótono, que parece que agitaadoquines dentro de un cubo en vez de lapidar las piedras preciosas delas bellas rimas.

El mal poeta tiene un orgullo satánico. Es de los que hacen burlabellaca de Rubén y componen pueriles mixtificaciones de los

viejosmaestros

románticos—fáciles

becquerianas

y

humoradas sin el hondoespíritu campoamoriano—. El mal poeta escribe mucho. Sus versos sonuna infección de todos los periódicos. Su ramplonería es una bomba degases asfixiantes.

Yo os confieso que degollaría con mucho gusto alpoeta malo.

Es un sujeto más de cuarentón. Posee una calva sucia, los ojospitañosos, los dientes verdes de nicotina, y un bigote rubianco yabatido. Lleva un abominable hongo, representativo de su vulgaridadinterior. Suele parlarnos de Filomela cuando complica a los sencillosruiseñores en sus octavas reales, sin duda para despistar al ingenuolector. El pensil ameno y el rosicler de la aurora le son tanfamiliares como su terno de lanilla. Ama con ansia loca, pierde lacalma en cuanto tiene que rimar con alma, y todos los labios le causanagravios, sin saber por qué. El beso le parece un exceso—y a susaños, es natural—, y la luz de la luna siempre le sorprende en unalaguna, cosa muy perjudicial para sus achaques reumáticos.

El poeta malo se entretiene en colocar uno sobre otro sus endecasílabos,como los ladrillos en una construcción. Luego entrega las cuartillas auna niña rubia que aguardaba para llevarlas a un periódico.

El hijastro de Apolo charla después conmigo de literatura. Me lee unaoda Al Sol, un soneto A una ingrata y una elegía A la muerte de lavirgen de sus amores primeros. ¡Hace ya tantos años! Este poeta tieneuna memoria feliz.

El pobre hombre no acierta ni por casualidad. Tanto artificio, tantafalsificación poética, la lluvia de lugares comunes, me ponen muynervioso. Tal vez hubiera llegado a agredirle si no llega a volver laniña rubia que llevó los versos al periódico y que retorna con cincoduros. El mal poeta la besa en la frente con sinc