Facundo by Domingo Faustino Sarmiento - HTML preview

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Facundo Quiroga fué hijo de un sanjuanino de humilde condición, peroque, avecindado en los Llanos de La Rioja, había adquirido en elpastoreo una regular fortuna. El año 1799 fué enviado Facundo a lapatria de su padre a recibir la educación limitada que podía adquirirseen las escuelas: leer y escribir. Cuando un hombre llega a ocupar lascien trompetas de la fama con el ruido de sus hechos, la curiosidad o elespíritu de investigación van hasta rastrear la insignificante vida delniño, para anudarla a la biografía del héroe, y no pocas veces, entrefábulas inventadas por la adulación, se encuentran ya en germen en ellalos rasgos característicos del personaje histórico.

Cuéntase de Alcibíades que, jugando en la calle, se tendía a lo largodel pavimento para contrariar a un cochero que le prevenía que sequitase del paso a fin de no atropellarlo;{98} de Napoleón, que dominaba asus condiscípulos y se atrincheraba en su cuarto de estudiante pararesistir a un ultraje. De Facundo se refieren hoy varias anecdotas,muchas de las cuales lo revelan todo entero.

En la casa de sus huéspedes jamás se consiguió sentarlo a la mesa común;en la escuela era altivo, huraño y solitario; no se mezclaba con losdemás niños sino para encabezar actos de rebelión y para darles degolpes. El magister, cansado de luchar con este carácter indomable, seprovee una vez de un látigo nuevo y duro, y enseñándolo a los niños,aterrados, «éste es—les dice—para estrenarlo en Facundo».

Facundo, deedad de once años, oye esta amenaza y al día siguiente la pone a prueba.No sabe la lección, pero pide al maestro que se la tome en persona,porque el pasante lo quiere mal. El maestro condesciende; Facundo cometeun error, comete dos, tres, cuatro; entonces el maestro hace uso dellátigo, y Facundo, que todo lo ha calculado, hasta la debilidad de lasilla en que su maestro está sentado, dale una bofetada, vuélcalo deespaldas, y entre el alboroto que esta escena suscita, toma la calle yva a esconderse en ciertos parrones de una viña, de donde no se le sacasino después de tres días. ¿No es ya el caudillo que va a desafiar mástarde a la sociedad entera?

Cuando llega a la pubertad, su carácter toma un tinte más pronunciado.Cada vez más sombrío, más imperioso, más selvático, la pasión del juego,la pasión de las almas rudas que necesitan fuertes sacudimientos parasalir del sopor que las adormeciera, domínalo irresistiblemente a laedad de quince años. Por ella se hace una reputación en la ciudad; porella se hace intolerable en la casa en que se le hospeda; por ella, enfin, derrama por un balazo dado a un Jorge Peña el primer reguero desangre que debía entrar{99} en el ancho torrente que ha dejado marcado supasaje en la tierra.

Desde que llega a la edad adulta, el hilo de su vida se pierde en unintrincado laberinto de vueltas y revueltas por los diversos pueblosvecinos; oculto unas veces, perseguido siempre, jugando, trabajando enclase de peón, dominando todo lo que se le acerca y distribuyendopuñaladas. En San Juan muéstranse hoy en la esquina de los Godoyestapias pisadas por Quiroga. En La Rioja las hay de su mano en Fiambalá.Él enseñaba otras en Mendoza en el lugar mismo en que una tarde hacíatraer de sus casas a veintiséis oficiales de los que capitularon enChacón para hacerlos fusilar, en expiación de los manes de Villafañe; enla campaña de Buenos Aires también mostraba algunos momentos de su vidade peón errante. ¿Qué causas hacen a este hombre, criado en una casadecente, hijo de un hombre acomodado y virtuoso, descender a lacondición del gañán, y en ella escoger el trabajo más estúpido, másbrutal, en el que sólo entra la fuerza física y la tenacidad? ¿Será queel tapiador gana doble sueldo y que se da prisa para juntar un poco dedinero?

Lo más ordenado que de esta vida obscura y errante he podido recoger, eslo siguiente: Hacia el año 1806 vino a Chile con un cargamento de granade cuenta de sus padres. Jugólo con la tropa y los troperos, que eranesclavos de su casa. Solía llevar a San Juan y Mendoza arreos de ganadode la estancia paterna, que tenían siempre la misma suerte; porque enFacundo era el juego una pasión feroz, ardiente, que le resecaba lasentrañas. Estas adquisiciones y pérdidas sucesivas debieron cansar laslarguezas paternales, porque al fin interrumpió toda relación amigablecon su familia. Cuando era ya el terror de la República,{100} preguntábaleuno de sus cortesanos: «¿Cuál es, general, la parada más grande que hahecho en su vida?»

«Sesenta pesos»—contestó Quiroga con indiferencia;acababa de ganar, sin embargo, una de doscientas onzas. Era, según loexplicó después, que en su juventud, no teniendo sino sesenta pesos, loshabía perdido juntos a una sota.

Pero este hecho tiene su historia característica. Trabajaba de peón enMendoza en la hacienda de una señora, sita aquélla en el Plumerillo.Facundo se hacía notar hacía un año por su puntualidad en salir altrabajo y por la influencia y predominio que ejercía sobre los demáspeones. Cuando éstos querían hacer falla para dedicar el día a unaborrachera, se entendían con Facundo, quien lo avisaba a la señora,prometiéndole responder de la asistencia de todos al día siguiente, laque era siempre puntual. Por esta intercesión llamábanle los peones elpadre.

Facundo, al fin de un año de trabajo asiduo, pidió su salario, queascendía a sesenta pesos; montó en su caballo sin saber adónde iba, viógente en una pulpería, desmontóse y alargando la mano sobre el grupo querodeaba al tallador, puso sus sesenta pesos a una carta; perdiólos ymontó de nuevo marchando sin dirección fija, hasta que a poco andar, unjuez Toledo, que acertaba a pasar a la sazón, le detuvo para pedirle supapeleta de conchavo.

Facundo aproximó su caballo en ademán de entregársela, afectó buscaralgo en su bolsillo, y dejó tendido al juez de una puñalada. ¿Se vengabaen el juez de la reciente pérdida? ¿Quería sólo saciar el encono degaucho malo contra la autoridad civil y añadir este nuevo hecho albrillo de su naciente fama? Lo uno y lo otro. Estas venganzas sobre elprimer objeto que se presentaba, son frecuentes{101} en su vida.

Cuando seapellidaba general y tenía coroneles a sus órdenes, hacía dar en sucasa, en San Juan, doscientos azotes a uno de ellos por haberle ganadomal, decía; a un joven doscientos azotes, por haberse permitido unachanza en momentos en que él no estaba para chanzas; a una mujer enMendoza que le había dicho al paso, «adiós mi general», cuando él ibaenfurecido porque no había conseguido intimidar a un vecino tanpacífico, tan juicioso, como era valiente y gaucho, doscientos azotes.

Facundo reaparece después en Buenos Aires, donde en 1810 es enroladocomo recluta en el regimiento de Arribeños que manda el generalOcampo, su compatriota, después presidente de Charcas. La carreragloriosa de las armas se abría para él con los primeros rayos del sol deMayo; y no hay duda que con el temple de alma de que estaba dotado, consus instintos de destrucción y carnicería, Facundo, moralizado por ladisciplina y ennoblecido por la sublimidad del objeto de la lucha,habría vuelto un día del Perú, Chile o Bolivia, uno de los generales dela República Argentina, como tantos otros valientes gauchos queprincipiaron su carrera desde el humilde puesto del soldado. Pero elalma rebelde de Quiroga no podía sufrir el yugo de la disciplina, elorden del cuartel, ni la demora de los ascensos. Se sentía llamado amandar, a surgir de un golpe, a crearse él solo a despecho de lasociedad civilizada, en hostilidad con ella, una carrera a su modo,asociando el valor y el crimen, el gobierno y la desorganización. Mástarde fué reclutado para el ejército de los Andes, y enrolado en Granaderos a caballo; un teniente García lo tomó de asistente, y bienpronto la deserción dejó un vacío en aquellas gloriosas filas. DespuésQuiroga, como Rosas, como todas esas víboras que han medrado{102} a lasombra de los laureles de la patria, se ha hecho notar por su odio a losmilitares de la independencia, en los que uno y otro han hecho unahorrible matanza.

Facundo, desertando de Buenos Aires, se encamina a las provincias contres compañeros. Una partida le da alcance; hace frente, libra unaverdadera batalla, que permanece indecisa por algún tiempo, hasta que,dando muerte a cuatro o cinco, puede continuar su camino, abriéndosepaso todavía a puñaladas por entre otras partidas que hasta San Luis lesalen al paso. Más tarde debía recorrer este mismo camino con un puñadode hombres, disolver ejércitos en lugar de partidas, e ir hasta laCiudadela famosa de Tucumán a borrar los últimos restos de la Repúblicay del orden civil.

Facundo reaparece en los Llanos en la casa paterna. A esta época serefiere un suceso que está muy válido y del que nadie duda. Sin embargo,en uno de los manuscritos que consulto, interrogado su autor sobre estemismo hecho, contesta:

«Que no sabe que Quiroga haya tratado nunca dearrancar a sus padres dinero por la fuerza»; y contra la tradiciónconstante, contra el asentimiento general, quiero atenerme a este datocontradictorio. ¡Lo contrario es horrible! Cuéntase que habiéndosenegado su padre a darle una suma de dinero que le pedía, acechó elmomento en que padre y madre durmieran la siesta, para poner aldaba a lapieza donde estaban, y prender fuego el techo de paja con que estáncubiertas por lo general las habitaciones de los Llanos[25]. {103}

Pero lo que hay de averiguado es que su padre pidió una vez al Gobiernode La Rioja que lo prendieran para contener sus demasías, y que Facundo,antes de fugarse de los Llanos, fué a la ciudad de La Rioja, donde a lasazón se hallaba aquél, y cayendo de improviso sobre él, le dió unabofetada, diciéndole: «¿Usted me ha mandado prender? ¡Tome, mándemeprender ahora!», con lo cual montó en su caballo y partió a galope parael campo. Pasado un año, preséntase de nuevo en la casa paterna, échasea los pies del anciano ultrajado, confunden ambos sus sollozos, y entrelas protestas de enmienda del hijo y las reconvenciones del padre, lapaz queda restablecida, aunque sobre base tan deleznable y efímera.

Pero su carácter y hábitos desordenados no cambian, y las carreras y eljuego, las correrías del campo, son el teatro de nuevas violencias, denuevas puñaladas y agresiones, hasta llegar, al fin, a hacerseintolerable para todos e insegura su posición.

Entonces un granpensamiento viene a apoderarse de su espíritu, y lo anuncia sin empacho.El desertor de los Arribeños, el soldado de Granaderos a caballo,que no ha querido inmortalizarse en Chacabuco y en Maipú, resuelve ir areunirse a la montonera de Ramírez, vástago de la de Artigas, y cuyacelebridad en crímenes y en odio a las ciudades a que hace la guerra, hallegado hasta los Llanos y tiene lleno de espanto a los gobiernos.{104}Facundo parte a asociarse a aquellos filibusteros de la Pampa, y acasola conciencia que deja de su carácter e instintos, y de la importanciadel refuerzo que va a dar a aquellos destructores, alarma a suscompatriotas, que instruyen a las autoridades de San Luis, por dondedebía pasar, del designio infernal que lo guía.

Dupuy, gobernadorentonces (1818), lo hace aprehender, y por algún tiempo permanececonfundido entre los criminales vulgares que las cárceles encierran.Esta cárcel de San Luis, empero, debía ser el primer escalón que habíade conducirlo a la altura a que más tarde llegó. San Martín había hechoconducir a San Luis un gran número de oficiales españoles de todasgraduaciones de los que habían sido tomados prisioneros en Chile. Seahostigados por humillaciones y sufrimientos, sea que previesen laposibilidad de reunirse de nuevo a los ejércitos españoles, el depósitode prisioneros se sublevó un día, y abrió la puerta de los calabozos alos reos ordinarios, a fin de que le prestasen ayuda para la comúnevasión. Facundo era uno de estos reos; no bien se vió desembarazado delas prisiones, cuando enarbolando el macho de los grillos, abre elcráneo al español mismo que se los había quitado, hiende por entre elgrupo de los amotinados y deja una ancha calle sembrada de cadáveres enel espacio que ha querido recorrer. Dícese que el arma de que usó fuéuna bayoneta, y que los muertos no pasaron de tres; Quiroga, empero,hablaba siempre del macho de los grillos y de catorce muertos.

Acaso es ésta una de esas idealizaciones con que la imaginación poéticadel pueblo embellece los tipos de la fuerza brutal que tanto admira;acaso la historia de los grillos es una traducción argentina de laquijada de Sansón, el Hércules hebreo; pero Facundo lo aceptaba como untimbre{105} de gloria, según su bello ideal, y macho de grillos obayoneta, él, asociándose a otros soldados y presos a quienes su ejemploalentó, logró sofocar el alzamiento y reconciliarse por este acto devalor con la sociedad y ponerse bajo la protección de la patria,consiguiendo que su nombre volase por todas partes ennoblecido y lavado,aunque con sangre, de las manchas que lo afeaban. Facundo, cubierto degloria, mereciendo bien de la patria y con una credencial que acreditasu comportación, vuelve a La Rioja y ostenta en los Llanos entre losgauchos los nuevos títulos que justifican el terror que ya empieza ainspirar su nombre, porque hay algo de imponente, algo que subyuga ydomina en el premiado asesino de catorce hombres a la vez.

Aquí termina la vida privada de Quiroga, de la que he omitido una largaserie de hechos que sólo pintan el mal carácter, la mala educación y losinstintos feroces y sanguinarios de que estaba dotado. Sólo he hecho usode aquéllos que explican el carácter de la lucha, de aquéllos que entranen proporciones distintas, pero formados de elementos análogos, en eltipo de los caudillos de las campañas que han logrado al fin sofocar lacivilización de las ciudades, y que últimamente han venido a completarseen Rosas, el legislador de esta civilización tártara, que ha ostentadotoda su antipatía a la civilización europea en torpezas y atrocidadessin nombre aún en la historia.

Pero aún quédame algo por notar en el carácter y espíritu de estacolumna de la Federación. Un hombre literato, un compañero de infancia yde juventud de Quiroga que me ha suministrado muchos de los hechos quedejo referidos, me incluye en su manuscrito, hablando de los primerosaños de Quiroga, estos datos curiosos: «que no era ladrón antes defigurar como hombre público; que nunca{106} robó, aun en sus mayoresnecesidades; que no sólo gustaba de pelear, sino que pagaba por hacerloy por insultar al más pintado; que tenía mucha aversión a los hombresdecentes; que no solía tomar licor nunca; que de joven era muyreservado, y no sólo quería infundir miedo, sino aterrar, para lo quehacía entender a hombres de su confianza que tenía agoreros o eraadivino; que con los que tenía relación los trataba como esclavos; quejamás se ha confesado, rezado ni oído misa; que cuando estuvo degeneral lo vió una vez en misa; que él mismo le decía que no creía ennada». El candor con que estas palabras están escritas revela su verdad.

Toda la vida pública de Quiroga me parece resumida en estos datos. Veoen ellos el hombre grande, el hombre genio a su pesar, sin saberlo él,el César, el Tamerlán, el Mahoma. Ha nacido así y no es culpa suya; seabajará en las escalas sociales para mandar, para dominar, para combatirel poder de la ciudad, la partida de la policía. Si le ofrecen una plazaen los ejércitos la desdeñará, porque no tiene paciencia para aguardarlos ascensos, porque hay mucha sujeción, muchas trabas puestas a laindependencia individual, hay generales que pesan sobre él, hay unacasaca que oprime el cuerpo y una táctica que regla los pasos; ¡todoesto es insufrible! La vida de a caballo, la vida de peligros yemociones fuertes han acerado su espíritu y endurecido su corazón; tieneodio invencible, instintivo, contra las leyes que lo han perseguido,contra los jueces que lo han condenado, contra toda esa sociedad y esaorganización de que se ha sustraído desde la infancia y que lo mira conprevención y menosprecio. Aquí se eslabona insensiblemente el lema deeste capítulo: «Es el hombre de la naturaleza que no ha aprendido aún acontener o{107} a disfrazar sus pasiones, que las muestra en toda suenergía, entregándose a toda su impetuosidad.»

Ese es el carácter delgénero humano y así se muestra en las campañas pastoras de la RepúblicaArgentina. Facundo es un tipo de la barbarie primitiva; no conociósujeción de ningún género; su cólera era la de las fieras; la melena desus renegridos y ensortijados cabellos caía sobre su frente y sus ojosen guedejas, como las serpientes de la cabeza de Medusa; su voz seenronquecía y sus miradas se convertían en puñaladas.

Dominado por la cólera mataba a patadas estrellándole los sesos a N poruna disputa de juego; arrancaba ambas orejas a su querida porque lepedía una vez 30 pesos para celebrar un matrimonio consentido por él;abría a su hijo Juan la cabeza de un hachazo porque no había forma dehacerlo callar; daba de bofetadas en Tucumán a una linda señorita aquien ni seducir ni forzar podía. En todos sus actos mostrábase elhombre bestia aún, sin ser por eso estúpido y sin carecer de elevaciónde miras. Incapaz de hacerse admirar o estimar, gustaba de ser temido;pero este gusto era exclusivo, dominante, hasta el punto de arreglartodas las acciones de su vida a producir el terror en torno suyo, sobrelos pueblos como sobre los soldados, sobre la víctima que iba a serejecutada, como sobre su mujer y sus hijos. En la incapacidad de manejarlos resortes del gobierno civil, ponía el terror como expediente parasuplir el patriotismo y la abnegación; ignorante, rodeándose demisterios y haciéndose impenetrable, valiéndose de una sagacidadnatural, una capacidad de observación no común y de la credulidad delvulgo, fingía una presciencia de los acontecimientos que le dabaprestigio y reputación entre las gentes vulgares.{108}

Es inagotable el repertorio de anecdotas de que está llena la memoria delos pueblos con respecto a Quiroga; sus dichos, sus expedientes, tienenun sello de originalidad que le daban ciertos visos orientales, ciertatintura de sabiduría salomónica en el concepto de la plebe. ¿Quédiferencia hay, en efecto, entre aquel famoso expediente de mandarpartir en dos el niño disputado, a fin de descubrir la verdadera madre,y este otro para encontrar un ladrón? Entre los individuos que formabanuna compañía habíase robado un objeto, y todas las diligenciaspracticadas para descubrir el raptor habían sido infructuosas. Quirogaforma la tropa, hace cortar tantas varitas de igual tamaño cuantossoldados había, hace en seguida que se distribuyan a cada uno, y luegocon voz segura, dice: «Aquél cuya varita amanezca mañana más grande quelas demás, ése es el ladrón.» Al día siguiente fórmase de nuevo latropa, y Quiroga procede a la verificación y comparación de las varitas.Un soldado hay, empero, cuya vara aparece más corta que las otras.«¡Miserable!—le grita Facundo con voz aterrante—, ¡tú eres!...» Y enefecto, él era; su turbación lo dejaba conocer demasiado.

El expedientees sencillo: el crédulo gaucho, temiendo que, efectivamente, creciese suvarita, le había cortado un pedazo. Pero se necesita cierta superioridady cierto conocimiento de la naturaleza humana para valerse de estosmedios.

Habíanse robado algunas prendas de la montura de un soldado, y todas laspesquisas habían sido inútiles para descubrir al raptor. Facundo haceformar la tropa y que desfile por delante de él, que está con los brazoscruzados, la mirada fija, escudriñadora, terrible. Antes ha dicho: «Yosé quién es», con una seguridad que nada desmiente. Empiezan a desfilar,desfilan muchos, y Quiroga permanece{109} inmóvil; es la estatua de JúpiterTonante, es la imagen del Dios del Juicio Final. De repente se abalanzasobre uno, le agarra del brazo y le dice con voz breve y seca: «¿Dóndeestá la montura?» «Allí, señor»—contesta, señalando un bosquecillo.«Cuatro tiradores»—

grita entonces Quiroga. ¿Qué revelación era ésta? Ladel terror y la del crimen hecha ante un hombre sagaz. Estaba otra vezun gaucho respondiendo a los cargos que se le hacían por un robo;Facundo le interrumpe diciendo: «Ya este pícaro está mintiendo;

¡aver... cien azotes...!» Cuando el reo hubo salido, Quiroga dijo a algunoque se hallaba presente: «Vea, patrón; cuando un gaucho al hablar estéhaciendo marcas con el pie, es señal que está mintiendo.» Con losazotes, el gaucho contó la historia como debía de ser, esto es, que sehabía robado una yunta de bueyes.

Necesitaba otra vez y había pedido un hombre resuelto, audaz, paraconfiarle una misión peligrosa. Escribía Quiroga cuando le trajeron elhombre; levanta la cara después de habérselo anunciado varias veces, lomira y dice continuando de escribir:

«¡Eh!... ¡Ese es un miserable!¡Pido un hombre valiente y arrojado!» Averiguóse, en efecto, que era unpatán.

De estos hechos hay a centenares en la vida de Facundo, y que, al pasoque descubren un hombre superior, han servido eficazmente para labrarleuna reputación misteriosa

entre

hombres

groseros

que

llegaban

aatribuirle

poderes

sobrenaturales.{110}

CAPÍTULO II

LA RIOJA.—EL COMANDANTE DE CAMPAÑA

The sides of the mountains enlargeand assume an aspect atonce more grand and more barren.By little and little the scanty vegetationlanguishes and dies; andmosse disappear, and a red burninghue suceeds.

ROUSSEL. Palestine.

En un documento tan antiguo como el año de 1560 he visto consignado elnombre de Mendoza con este aditamento: Mendoza, del valle de La Rioja.Pero La Rioja actual es una provincia argentina que está al norte de SanJuan, del cual la separan varias travesías, aunque interrumpidas porvalles poblados. De los Andes se desprenden ramificaciones que cortan laparte occidental en líneas paralelas, en cuyos valles están Los Pueblosy Chilecito, así llamado por los mineros chilenos que acudieron a lafama de las ricas minas de Famatina. Más hacia el oriente se extiendeuna llanura arenisca, desierta y agostada por los ardores del sol, encuya extremidad norte, y a las inmediaciones de una montaña cubiertahasta su cima de lozana y alta vegetación, yace el esqueleto de LaRioja, ciudad solitaria, sin arrabales y marchita como Jerusalén al piedel Monte de los Olivos. Al sur y a larga distancia limitan esta llanuraarenisca los Colorados, montes de greda{111} petrificada, cuyos cortesregulares asumen las formas más pintorescas y fantásticas; a veces esuna muralla lisa con bastiones avanzados, a veces créese ver torreones ycastillos almenados en ruinas. Ultimamente, al sudeste y rodeados deextensas travesías, están los Llanos, país quebrado y montañoso, endespecho de su nombre, oasis de vegetación pastosa que alimentó en otrotiempo millares de rebaños.

El aspecto del país es, por lo general, desolado; el clima, abrasador;la tierra, seca y sin aguas corrientes. El campesino hace represas para recoger el agua de las lluvias y dar de beber a sus ganados. Hetenido siempre la preocupación de que el aspecto de la Palestina esparecido al de La Rioja, hasta en el color rojizo u ocre de la tierra,la sequedad de algunas partes y sus cisternas; hasta en sus naranjos,vides e higueras, de exquisitos y abultados frutos, que se crían dondecorre algún cenagoso y limitado Jordán; hay una extraña combinación demontañas y llanuras, de fertilidad y aridez, de montes adustos yerizados y colinas verdinegras tapizadas de vegetación tan colosal comolos cedros del Líbano. Lo que más me trae a la imaginación estasreminiscencias orientales es el aspecto verdaderamente patriarcal de loscampesinos de La Rioja. Hoy, gracias a los caprichos de la moda, nocausa novedad el ver hombres con la barba entera, a la manera inmemorialde los pueblos de Oriente; pero aún no dejaría de sorprender por eso lavista de un pueblo que habla español y lleva y ha llevado siempre labarba completa, cayendo muchas veces hasta el pecho; un pueblo deaspecto triste, taciturno, grave y taimado, árabe, que cabalga en burrosy viste a veces de cueros de cabra, como el ermitaño de Enggady. Lugareshay en que la población se alimenta{112} exclusivamente de miel silvestre yde algarroba, como de langostas San Juan en el desierto. El llanista es el único que ignora que es el ser más desgraciado, más miserable ymás bárbaro, y gracias a esto vive contento y feliz cuando el hambre nolo acosa.

Dije al principio que había montañas rojizas que tenían a lo lejos elaspecto de torreones y castillos feudales arruinados; pues para que losrecuerdos de la Edad Media vengan a mezclarse a aquellos maticesorientales, La Rioja ha presentado por más de un siglo la lucha de dosfamilias hostiles, señoriales, ilustres, ni más ni menos que en losfeudos italianos en que figuran los Ursinos, Colonnas y Médicis.

Lasquerellas de Ocampos y Dávilas forman toda la historia culta de LaRioja. Ambas familias, antiguas, ricas, tituladas, se disputan el poderlargo tiempo, dividen la población en bandos, como los güelfos ygibelinos, aun mucho antes de la revolución de la independencia. Deestas dos familias han salido una multitud de hombres notables en lasarmas, en el foro y en la industria, porque Dávilas y Ocampos trataronsiempre de sobreponerse por todos los medios de valer que tieneconsagrados la civilización. Apagar estos rencores hereditarios entró nopocas veces en la política de los patriotas de Buenos Aires. La Logia deLautaro llevó a las dos familias a enlazar un Ocampo con una señoritaDoria y Dávila, para reconciliarlas.

Todos saben que ésta era la práctica en Italia. Romeo y Julieta fueronaquí más felices. Hacia los años 1817 el Gobierno de Buenos Aires, a finde poner término también a los feudos de aquellas casas, mandó ungobernador de fuera de la provincia, un señor Barnachea, que no tardómucho en caer bajo la influencia del partido de los Dávilas,{113} quecontaban con el apoyo de don Prudencio Quiroga, residente en los Llanosy muy querido de los habitantes, y que a causa de esto fué llamado a la ciudad y hecho tesorero y alcalde. Nótese que, aunque de un modolegítimo y noble, con don Prudencio Quiroga, padre de Facundo, entra enlos partidos civiles a figurar ya la campaña pastora como elementopolítico. Los Llanos, como ya llevo dicho, son un oasis montañoso depastos, enclavado en el centro de una extensa travesía; sus habitantes,pastores exclusivamente, viven la vida patriarcal y primitiva que aquelaislamiento conserva en toda su pureza bárbara y hostil a las ciudades.La hospitalidad es allí un deber común, y entre los deberes del peónentra el de defender a su patrón en cualquier peligro o riesgo de suvida. Estas costumbres explicarán ya un poco los fenómenos que vamos apresenciar.

Después del suceso de San Luis, Facundo se presentó en los Llanosrevestido del prestigio de la reciente hazaña y premunido de unarecomendación del Gobierno. Los partidos que dividían a La Rioja notardaron mucho en solicitar la adhesión de un hombre que todos mirabancon el respeto y asombro que inspiran siempre las acciones arrojadas.Los Ocampos, que obtuvieron el gobierno en 1820, le dieron el título desargento mayor de las milicias de los Llanos, con la influencia yautoridad de comandante de campaña.

Desde este momento principia la vida pública de Facundo. El elementopastoril, bárbaro, de aquella provincia; aquella tercera entidad queaparece en el sitio de Montevideo con Artigas, va a presentarse en LaRioja con Quiroga, llamado en su apoyo por uno de los partidos de la ciudad. Este es un momento solemne y crítico en la historia{114} de todoslos pueblos pastores de la República Argentina; hay en todos ellos undía en que por necesidad de apoyo exterior, o por el temor que yainspira un hombre audaz, se le elige comandante de campaña. Es éste elcaballo de los griegos que los troyanos se apresuran a introducir en la ciudad.

Por este tiempo ocurría en San Juan la desgraciada sublevación delnúmero 1 de los Andes, que había vuelto de Chile a rehacerse. Frustradosen los objetos del motín, Francisco Aldao y Corro emprendieron unaretirada desastrosa al no