El Superhombre y Otras Novedades by Juan Valera - HTML preview

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El suceso que presta asunto a la novela o academia, es harto frecuenteen la vida real. Durante la mía, que ya no es corta, he visto yo docenasde casos parecidos: una mujer que, ya por una razón, ya por otra, casa ose propone casar con su hija, con su sobrina o con su hermana, al hombrede quien está o estuvo enamorada y con quien tiene o tuvo poco castasrelaciones. Esto, aunque frecuente, es bellaquería de marca mayor, quenunca debe disculparse: pero menos disculpa tiene el arrepentirse portan desmañada manera, que el galán a quien quiere casar su enamorada,mate a disgustos o poco menos, así a dicha enamorada como a la novia quele ha buscado. Y todo ello por exceso de amor, porque él está prendadode ambas y porque se encuentra, aunque sea innoble comparación, quesuplico se me perdone, como burro entre dos piensos.

En resolución, Julio Guzmán, a quien su querida Sara se allana a casarcon su hijastra Cora, se arregla de suerte que causa la infelicidad deCora y de Sara y se queda sin la una y sin la otra. No debiera, pues,llamarse Julio Guzmán, sino Pedro Urdemalas. Lo cierto es que en estaacademia de El Extraño todos son infelices. ¿Y cómo no ha de serlo elextraño, y cómo no ha de hacer infelices a cuantos le rodean y acuantos se interesan por él, cuando es víctima de una vanidad ridícula yde las más indigestas doctrinas pesimistas, materialistas y ateístas?

Y es lo singular que, después de todas mis censuras y después del malefecto que me produce la multitud de insufribles galicismos que hay en El Extraño, todavía persisto en ver en el autor muy notables prendasde novelista. Sólo las desluce la manera de escribir a la última moda yde imaginar que hay novedad y mejora en ello.

Hasta el desencanto, la desesperanza y el hastío que pueda tener JulioGuzmán, valen poquísimo, en comparación de los que tres mil años antestuvo Salomón, según el Eclesiastés.

Afortunadamente, en nada malo hay novedad, ni cabe progreso. Tal vezpueda haber novedad y tal vez quepa el progreso en lo bueno. Si laliteratura del porvenir así lo entendiese y así lo buscase, más razóntendría de ser y yo no me atrevería a censurarla. La censuro, porquehace lo contrario.

Aun en los tiempos en que la mente humana imaginaba divinidadestiránicas y crueles, los grandes poetas, sobreponiéndose a ladesconsoladora creencia, buscaban y hallaban un final desenlace,trascendente y dichoso, para sus tragedias más horribles, dejando a laProvidencia justificada y glorificada. Así Minerva ahuyenta a lasFurias y devuelve a Orestes la paz del alma, y así Prometeo es libertadoy salvado por el hijo mismo del dios que tan horriblemente lecastigaba.

SOBRE LA NOVELA DE NUESTROS DÍAS

Hace ya tiempo que escribí un artículo dando cuenta al público españolde las novelitas llamadas Academias, que ha escrito el literatouruguayo D. Carlos Reyles. Como yo no me complací nunca en tomar unlibro insignificante o tonto para objeto de mis burlas, para decirchistes fáciles y de baja ley y para hacer el papel de dómine empleandola disciplina o la palmeta, cualquiera que me conozca comprenderá que,si hablé de las novelitas mencionadas, fue por haber encontrado en ellasverdadero mérito y por juzgarlas digno asunto de la crítica.

Así loentendió también su autor D. Carlos Reyles, y, si ha contestado a miartículo, en El Liberal, ha sido de modo tan cortés y tan lisonjero,que me mueve a la réplica, aunque sólo sea por agradecimiento y porcortesía.

Voy, pues, a replicar al Sr. Reyles, aunque me parece harto dificultoso,porque dicho señor no defiende directamente sus obras, las cuales másbien han sido elogiadas que censuradas por mí. Lo que defiende es unadeterminada estética que yo en cierto modo y hasta cierto punto condeno.De aquí que para hacer los distingos indispensables y marcar bien loslímites hasta donde se extiende mi condenación y las razones en que éstase funda, necesite yo más espacio del que puede ofrecerme El Liberal yacaso más paciencia de la que presumo que han de tener sus lectores.Haré, no obstante, un esfuerzo para ser breve y para decirlo todo encifra y resumen, aunque sea con mengua de lo explícito y de lo claro queanhelo ser siempre en mis escritos.

En literatura no hay modas de París, como en trajes y adornos deseñoras, y tampoco hay progreso en literatura como en química, cirugía omecánica, aplicada a la industria. Por consiguiente, quien entiende quehay tales modas y tales progresos, escribe mucho peor que si entendieselo contrario, corta las alas de su ingenio en vez de alargarlas y darlesfuerzas, pierde parte de su originalidad, cuando no la pierde toda y seexpone a caer en lo falso, en lo amanerado y en lo extravagante.

Esto es lo que yo he dicho y esto lo que trata de impugnar el Sr.Reyles, aunque en mi sentir no lo impugna.

Lo que yo niego es que deba haber modas y que las modas tengan que venirde París; pero ¿cómo he de negar yo que el sentir, el pensar y elimaginar de cada período histórico sean diferentes y que se refleje enlas obras de imaginación esta diferencia? Sin querer imitar a nadie,espontáneamente, hasta contra nuestra voluntad, hasta cuando nosempeñamos en ser o en aparecer como de otro siglo o como de otra época,somos por virtud de leyes ineluctables, de nuestra época y de nuestrosiglo.

Supongamos por un instante que no hay esas novelas francesas y rusas queel Sr. Reyles pone por las nubes o que ni él ni yo las hemos leído, oque no hemos leído sino las novelas españolas de los siglos XVI y XVII yque nos empeñamos en imitarlas y hasta que reflexivamente las imitamos.El resultado será, si en el Sr.

Reyles y en mí hay personalidad y fondopropio, que escribiremos novelas muy diferentes por todos estilos de lasantiguas, muy de nuestro siglo y mucho más nuestras que imitando lasfrancesas o las rusas.

La imitación de lo antiguo es, por otra parte, mil veces más segura. Lotonto, lo disparatado, y lo vulgar, todo ha caído en olvido o endescrédito. Varias generaciones de críticos y el desdén de las genteshan barrido lo insignificante y lo malo, como quien barre basura. Lobueno, lo llamado clásico, queda solo en nuestra memoria, se nospresenta como ejemplo y como modelo, nos induce a la imitación y nosexcita a la competencia. En lo moderno, al contrario, las obras deliteratura están como la mies en la era, sin que nadie haya separado aúnel grano de la paja, ni lo que ha de ser alimento agradable y sano de lasemilla desabrida o de la cizaña, que, en vez de deleitar y de nutrir,embriaga y causa vahídos. De aquí que el que imita lo moderno correpeligro de engañarse, deslumbrado por el aplauso vulgar y por elprestigio de la moda, y en vez de imitar exquisiteces y bellezas, imitaestrafalarias novedades o insulsas tonterías.

Claro está que, a pesar detodo, si el imitador vale algo, por cima de esas novedades y de esastonterías, surgirá y descollará su propio talento. ¿Pero no sería mejorque no se entusiasmase tanto por lo moderno, que no se pasmase tanto delos primores franceses y rusos, a fin de no tener que ponerse en zancos,que empinarse y que estirar violentamente su ingenio para salir por cimade esas tonterías y de esas novedades, mostrándose tal como es?

El ciego y fervoroso imitador de lo moderno se asemeja a alguien metidoen enmarañado matorral, de donde le cuesta gran trabajo sacar la cabeza,así para orientarse como para que la gente le vea, mientras que elimitador de lo antiguo se asemeja a alguien que está en soto biencultivado, de donde se arrancaron ya las matas enanas y espinosas, sepodaron las ramas inútiles y se rozó la mala hierba. Útil o bello yelevado además, es cuanto allí queda.

Sin imitar a nadie pueden escribirse obras nuevas y buenas; perotambién, imitando lo antiguo, se puede escribir bien, y ser nuevo, hastasin pretenderlo y contra la voluntad y el propósito de quien escribe.Fray Luis de León, pongamos por caso, se propuso imitar, casi copiar aHoracio, en la vida del CAMPO; pero informado el poeta de muy diversoespíritu, produce algo, enteramente diverso también, y de tamañanovedad, que Horacio, resucitado y conociendo bien el habla castellana,no hubiera penetrado el peregrino y para él misterioso sentimiento quepalpita en la imitación de su oda. Toma Calderón la fábula de Prometeopara argumento de un drama, y toman Fenelón y Lope el asunto de la Odisea para el Telémaco y la Circe, y nada hay más característicode su época que las obras de estos tres ingenios, ni nada más extraño alsentir, al pensar y al imaginar de Esquilo y de Homero.

Literalmente,los versos de Andrés Chenier son un centón de trozos traducidos dellatín y del griego; pero, infundida el alma de Andrés Chenier, en elcentón susodicho y prestándole nueva y poderosa vida, le convierte enmanifestación lírica de las ideas, pasiones y creencias de fines delsiglo pasado y en base flamante de la gran poesía que ha florecido enFrancia en el presente siglo.

No se crea, por lo expuesto, que yo apruebe sólo la imitación de loantiguo y que repruebe en absoluto la de lo moderno y extranjero. Loúnico que repruebo es la carencia de discernimiento y la sobra deidolatría servil en esta imitación.

Convengo en que se puede y hasta sedebe enriquecer la literatura propia con lo mejor que se halle en losautores contemporáneos de otras naciones. No por eso se expatriamentalmente el que lo hace. ¿Quién más español que Lope? Y Lope, noobstante, era tan imitador y tan apasionado admirador de los italianos,que llegaba a exclamar: ¿Cómo he de competir con ellos, que son

...solos

y

soles,

yo con mis rudos versos españoles?

Evidente es asimismo que Boscán y Garcilaso, importando en España lamétrica y el modo de poetizar de los italianos, prestaron poderosoimpulso y nuevo aliento a la literatura de su patria sin hacerle perdersu originalidad castiza, sino suministrándole nuevos moldes de dondepudo salir y salió mejor ataviada y más limpia, refulgente y hermosa.

Yo mismo, por último, he celebrado, no poco de lo exótico e importado deFrancia que hay en Rubén Darío, sosteniendo que cuando este poeta atinaen la elección de lo que toma, lo reviste de la forma conveniente, loexpresa en su idioma castizo y lo adapta como importa adaptarlo, lejosde menoscabar, enriquece la lira castellana con cuerdas nuevas y contonos que tienen algo de inauditos. Pero desde esto hasta la exageradaadmiración del Sr. Reyles por las novelas francesas y rusas, hay todavíaenorme distancia, que yo no paso. Las comparaciones son odiosas, y notrataré yo de sostener contra el Sr. Reyles que la novela contemporáneaespañola no es inferior a las de los países citados. Iré modesta yhumildemente hasta conceder que es inferior; pero la inferioridadconsistirá en que los novelistas españoles del día somos menosdiscretos, menos instruidos, menos hábiles y menos inspirados que losfranceses y que los rusos. Consistirá en suma, en nuestra generaldecadencia; en que así como ahora no hay Grandes capitanes como Gonzalode Córdoba; ni pasmosos marinos, como el marqués de Santa Cruz; niegregios políticos, como el Cardenal Cisneros, tampoco hay novelistascomo Cervantes. Y no consistirá esto, en manera alguna, en losprogresos que ha habido en la novela, progresos realizados en tierraextraña y no aprovechados por nosotros. No consistirá en ese arte tanexquisito, de que habla el Sr. Reyles, que afina la sensibilidad conmúltiples y variadas sensaciones, y tan profundo, que dilata nuestroconcepto de la vida con una visión nueva y clara; arte, a lo que seinfiere de las palabras del Sr. Reyles, recién inventado, por cuyaestupenda virtud se hace sentir por medio del libro, lo que no puedesentirse en la vida sin grandes dolores, lo que no puede pensarse sinoviviendo, sufriendo, y quemándose las cejas sobre los áridos textos delos psicólogos. Esta afirmación del Sr. Reyles, raya a mi ver, enherejía literaria, casi monstruosa. ¿Qué novísimo arte exquisito yprofundo es ese que no se ha descubierto sino a fines del siglo XIX enFrancia, en Suecia o en Rusia? ¿De suerte que Bourget, Ibsen y Tolstoïemplean un arte más exquisito y profundo que los autores del Quijote yde La Celestina? ¿Con que Cervantes hacía sentir menos y ahondabamenos en la mente y en el corazón humanos que los modernos novelistasque cito? O la humanidad era más boba y simple en los pasados siglos quelo es en el día, o no hay tal superioridad en las novelas rusas yfrancesas de ahora. ¿Dónde está la novela de ahora, rusa o francesa, ala que pueda nadie prometer, no la perpetua juventud, no la vidainmortal que tiene el Quijote, sino la longevidad gloriosa y el favorpopular de que gozó durante dos o tres siglos el Amadís de Gaula?

Moda, afectación rebuscada y caprichoso artificio hubo, sin duda, en loslibros de caballerías. Pero ¿quién me demuestra la naturalidadespontánea y las honduras filosóficas de las novelas neuróticas,psicológicas, simbólicas y naturalistas que privan hoy? ¿No podrían sertambién artificiosas, falsas y no menos llenas de afectación y deamaneramiento, con la pícara circunstancia de poner de mal humor a loslectores y de divertir menos al público del siglo XIX, que Las Sergasde Esplandián o que Tirante el Blanco divirtieron al público delsiglo XVI? Al cabo, la burla, la parodia de los libros de caballeríasdio motivo y aun se puede decir que inspiró y produjo el más bello yprofundo libro de entretenimiento, en prosa, que hasta ahora en el mundose ha escrito. Me atrevo a dudar de que el ingenio del manco de Lepantose inspire en las novelas en moda hoy y haga de ellas una parodia queequivalga al Quijote. Acaso no merecen más que una sátira como la queescribió Boileau contra las novelas de su tiempo. Aquellas novelastambién estuvieron de moda, también entusiasmaron a un públicoilustradísimo, donde figuraban filósofos, ilustres pensadores yegregios personajes del gran siglo de Luis XIV, y sin embargo, pasaronde moda. No es de maravillar, por consiguiente, que pasen también demoda las novelas del día. Esto viene en apoyo de mi tesis, en la cual noafirmo que en literatura no haya modas, sino que no debe haber modas enliteratura y que los verdaderos literatos, cuando quieran escribir obrasdurables y no contentarse con un aplauso efímero, y cuando quieranemplear

el

verdadero

arte

exquisito

y

profundo,

no

descubiertorecientemente en Rusia, sino conocido ya en Grecia, desde los tiempos deHomero, deben prescindir de la moda y dejarse llevar de la propia ynatural inspiración de la que nace, sin buscarlo ni pretenderlo, cuantohay de original, de peregrino y de nuevo.

Para que no me tilden de prolijo, no toco aquí otro punto de tanaxiomática evidencia que apenas requiere demostración, a saber: que enciencias, en organización política y económica de la sociedad humana, encostumbres, en comercio, en industria, hay progreso; pero que enliteratura, en poesía, no le hay. Explicar esto con claridadconveniente, a fin de evitar confusiones y argumentos fundados en malainteligencia, sería tarea larguísima, y la dejo para otra ocasión en quevenga a propósito y pueda yo extenderme.

DEL PROGRESO EN EL ARTE DE LA PALABRA

I

La pesadísima cuestión de Cuba atrae de tal suerte la atención delpúblico, que parece inoportuno escribir de otra cosa que no sea de lapesadísima cuestión de Cuba o de algo que con ella se relacione.

No me atreveré yo a decir que sea todo torpeza de nuestra parte. Diré,sí, que en esto de guerras civiles es y fue siempre tenacísima nuestraraza. Bien mirado, no cayó sobre España aquel inmenso diluvio de morosde que nos habla Fray Luis de León en la Profecía del Tajo. Vinieron alo más la vigésima parte del número de soldados que hemos enviado a Cubaen estos últimos veinte o treinta meses, y, aunque sea triste decirlo,ellos bastaron para enseñorearse de toda España y para que el célebreMuza se pelase las barbas, apenas desembarcó, al notar que casi nada lequedaba que hacer, porque todo estaba ya hecho.

Si es desvarío de mi imaginación Dios me lo perdone, pero a menudo todoaquello de D. Rodrigo, D. Julián, D. Opas, la Cava y los hijos deVitiza, me parece un pronunciamiento como los de ahora, salvo que huboen él unos cuantos moritos, que vinieron como legión extranjera. De aquíque la batalla del Guadalete y la batalla de Alcolea sean a mi ver muysemejantes. Y así como recientemente, después de una de estas batallas,la mayoría de los españoles se hizo partidaria furiosa de los derechosindividuales, entonces se hizo partidaria del Alcorán de Mahoma.

Poco duró el dominio del extranjero en nuestra tierra. España se declaróindependiente de los califas de Damasco y eligió rey para sí. El primerAbderramán fue el D. Amadeo de entonces. Y si el califato duró más queel reinado de D. Amadeo, lo que ocurrió al terminar ambas cosas puedemuy bien asimilarse. Entre los reyezuelos de Taifas y el comunalismo, elcaciquismo, el regionalismo y el autonomismo, no se me negará que puedenotarse alguna semejanza.

En consecuencia de lo expuesto, considero yo la lucha entre moros ycristianos, que empezó en el Guadalete y acabó en Granada, con elepílogo de la rebelión de los moriscos alpujarreños, como unalarguísima guerra civil, que duró siete u ocho siglos. Y no impidió estasituación de guerra civil casi perpetua, el que los españoles se aunaseny peleasen gloriosamente contra los extranjeros, realizando portentosashazañas, digno y propio asunto de las más hermosas epopeyas. Asívencimos, sin distinción de moros y cristianos, en Roncesvalles a lasaguerridas huestes del emperador Carlo Magno; en no pocos puntos denuestro litoral, a los terribles piratas normandos, idólatras y feroces;y en cien reñidas y sangrientas batallas, como las Navas de Tolosa y elSalado, a todo el poder fanático de Africa; a la ingente muchedumbre dealmorávides, almohades y benimerines, que se volcó sobre España ensucesivas y devastadoras invasiones.

Independientemente de esto, yo me obstino en figurarme la prolijacontienda de siete u ocho siglos como una obstinadísima guerra civil,dentro de la cual cabía y había otra multitud de guerras civiles, ya demoros, contra moros, ya de cristianos contra cristianos, ya de los deuna religión contra los de la otra.

Cuando terminaron estas guerras civiles, merced al esfuerzo y tino delos Reyes Católicos, la audacia, la destreza en las artes de la guerra yde la política, y el ansia de imperio, de aventuras y de poder, fuerontales y tan grandes en los españoles unidos, que éstos impusieron suhegemonía a Europa entera, prevalecieron y descollaron entre los pueblostodos, y para dilatar su imperio y tener campo abierto a su ambición, asu codicia y a su empeño de gobernar las cosas humanas, como si fuerapor ministerio divino y ellos fueran nuevo Pueblo de Dios, fue menesterque la Providencia les permitiese, y tal vez los diputase y habilitasepara descubrir nuevos mundos.

Bien estamos pagando ahora todas aquellas lozanías y todos aquellosatrevimientos de las edades pasadas. Y todo ello por la afición almerodeo, a la vagancia y a la vida rota y sin freno, que las guerrasciviles traen consigo. Lo que sucede en Cuba carece de otra explicación.Los españoles que allí residen, y hasta los mulatos y negros, ya libresy españolizados, no tienen fundado motivo para rebelarse, como noaspiren a algo a modo de suicidio colectivo y como de casta, porque esevidente que con la protección y la cercanía de los Estados Unidos, alos veinte años o antes de la nominal independencia de Cuba, no quedaráen Cuba un palmo de tierra que no pertenezca a un yankee, ni pasearápor las calles de la Habana, decentemente vestido, alguien que no sea yankee o que no disimule mucho su procedencia española, chapurreandola lengua inglesa.

Quiero suponer que el suelo de Cuba llegará entonces a estar más pobladoy mejor cultivado; que producirá más tabaco y más café; que dará de sítanta azúcar, que si los bocoyes de una sola de sus cosechas searrojasen al Atlántico, el Atlántico se convertiría en descomunal tazónde almíbar; pero nada de esto gozaría la gente de raza española, que nohabía sabido crearlo, sino la raza superior de los yankees, que locrearía, con la actividad y con el acierto de que carecen los criollosde casta española, los cuales no es de presumir que con la independenciahabían de ser más industriosos y atinados en sus empresas que libres hoyy gobernándose con autonomía administrativa, bajo la bandera maternal deEspaña.

En suma; yo no veo motivo para que esta guerra de Cuba dure unos cuantossiglos como duró la guerra civil de que ya hemos hablado. La guerra esahora muy cara, y hasta por razones económicas debe terminar pronto laguerra.

Entre tanto, y para distraernos, si es posible, hablando de otrosasuntos, y para complacer a algunos amigos, quería yo hablar delprogreso, con relación a las artes de la palabra y explicar lo que dejépor explicar acerca de esto en mi artículo, réplica a otro de D. CarlosReyles, publicado en este periódico en el día 3 del corriente.

Por desgracia, la preocupación de la guerra de Cuba me ha llevado, comovulgarmente se dice, por esos trigos, y me ha movido a escribir sobremuy distinta materia. Reconozco que lo escrito poco o nada tiene que vercon el progreso, a no ser para negarle y para afirmar que, mutatismutandis, los casos se repiten y vienen a ser siempre los mismos.

Erit

altera

quæ

vehat

Argo

Delectes heroas: erunt etiam altera bella.

Para introducción hay también más que de sobra en la divagaciónprecedente.

Yo la hallo, no obstante, tan ajustada a la verdad y tancandorosa, que no me decido a suprimirla. Quede y valga, pues, comoprincipio de esta meditación mía sobre el progreso, la cual meditaciónno puede ya ser corta, a no incurrir en la monstruosa desproporción deun exordio mayor que el discurso a que precede. Para evitar ladesproporción, y además porque tengo mucho que decir, haré el discursomás largo que de costumbre, abusaré por esta vez sola, lo prometo y casilo juro, de la paciencia de los lectores, y dividiré el artículo en doso tres raciones o dosis. Sea esta la primera.

Lo que es por instinto y por afición, yo soy tan progresista como el quemás.

No fueron ni son más progresistas que yo los generales Riego yEspartero, ni el propio Sr. Reyles, que cree que ha podido inventarse,pocos años ha, un arte, desconocido antes, muy profundo y muy exquisito,por cuya virtud y con cuyos preceptos se escribirán los dramas y lasnovelas del porvenir y otros mil primores, sutilezas y honduras quedejarán tamañitas y harán que desdeñemos por superficiales yvulgarísimas, cuantas obras de entretenimiento hasta hoy se han escrito.Pero la reflexión acude luego. Me paro a reflexionar y voy limitando micreencia en el progreso, y cercenando tanto de ella, que no puedo menosde dejarla muy reducida.

En la totalidad de los seres, en el conjunto de las cosas creadas,empiezo yo por decirme, no cabe progreso alguno. Las incomprensibles yelevadas obras de Dios están hoy tan perfectas como en el primer día.Así lo afirman y lo cantan los tres arcángeles en el maravilloso prólogodel Fausto. Ello será, sólo Dios sabe de qué suerte. Lo único que yoafirmo, con el apoyo de los tres arcángeles, cuyo cantar aplaudo, es queno crece ni mengua, en su conjunto, la cumplida perfección de lo creado.Inteligencias superiores a las humanas, conciliarán acaso en comprensivasíntesis ciertas antitéticas proposiciones. Nuestra débil mente, no lopuede, ni lo podrá nunca. Vemos cuanto fue, es y será, desenvolviéndoseen sucesivas mudanzas, dentro de algo indefinido y vacío, a manera demolde, que llamamos, tiempo. Tal vez columbramos la eternidad inmutable;pero al menos en esta vida mortal no acertamos a comprenderla.

Pensando, pues, con sujeción a nuestros pobres recursos naturales, sinel auxilio de la fe o de una imaginación tan alta, que jamás hallará enninguna lengua humana términos para expresar lo imaginado, es seguro quelo bueno y lo hermoso del todo, no mengua ni crece, no se deteriora nise mejora. La gloria del Altísimo sería mayor o sería menor, según susobras fuesen mejorándose o deteriorándose, lo cual es absurdo. Laomnipotencia, la bondad y la sabiduría del Ser Supremo, no sufrenquebranto ni reciben aumento, porque son infinitas.

Cierto que las cosasno son ni valen nada, porque no son Dios; pero, sin duda, son algo porel ser que Dios les da, y este es otro misterio, cuya obscuridadtenebrosa no hay ni habrá nunca mente de hombre nacido que ponga enclaro.

Aunque el Universo no se considere sino como manifestación de laactividad divina, el poder creador, conservador y benéfico de esaactividad, nos parecerá mayor o menor, según el Universo gane o pierda.Es por consiguiente, lo más atinado y juicioso por nuestra parte, elcreer que las cosas, de acuerdo con el cantar de los tres arcángeles,están bien como en el primer día: ni más ni menos, porque no cabeaumento ni disminución en lo infinito del saber y de la bondad de quienlas ha creado.

Descendamos ya de tan elevadas esferas metafísicas. Si me he extraviadoal querer subir a ellas, válgame para disculpa mi intención recta ysana.

Acaso me hubiera estado mejor no pugnar por encumbrarme tanto, ylimitarme desde luego, como ya me limito, a este mundo sublunar y a loshombres que le habitan, en quienes cabe progreso, porque, sin duda,tuvieron principio y crecieron; pero será, a mi ver, progreso limitado,porque ni éste planeta ha de durar siempre, ni es probable tampoco quela humanidad contenga en sí, en germen, facultades que se desenvuelvanen ascensión perpetua, ya mejorándola con incesante e indefinidoprogreso, ya haciendo brotar de su seno lo que llaman ahora elsuperhombre, en cuyo advenimiento creen no pocos, como, por ejemplo, elSr. D. Pompeyo Gener, y para los cuales sospecho que se escribirán esasnovelas del porvenir de que nos habla el Sr. Reyles, empleándose enescribirlas el nuevo arte poético recién inventado y que es tanexquisito y tan profundo.

Sobre todo ello hablaremos en artículo aparte, por ser ya muy largo elpresente.

II

Desde la mona catarrinia hasta la elegante y hermosa Helena y desdelos antropiscos alalos que salieron de la Lemuria y se esparcieron enmanadas y aullando por todo el mundo, hasta el hombre que compuso la Iliada y los que la entendían y gozaban leyéndola, hay progreso tanpasmoso que, aun suponiendo millares de siglos para realizarle, todavíanos parece inverosímil y punto menos que imposible. Acaso sea todo elloensueño ingenioso de los sabios que se dedican a la Prehistoria.

Permítasenos

dudar

de

las

afirmaciones

de

esta

ciencia

flamante.Prescindamos de ella. Y afirmemos, con los datos que suministra lahistoria documentada y no soñada, que ni en hermosura, ni en fuerza yagilidad corporales, ni en valentía y entereza de ánimo, ni en claridady elevación de pensamientos, presenta hoy nuestro linaje tipos másnobles y perfectos que los que aparecen ya, como personajes reales, harámás de tres mil años. El hombre, por lo tanto, no ha realizado progresoalguno, en su propio ser, durante tan largo tiempo.

Lo contrario es lo que puede o parece que puede afirmarse cuando seconsideran la sublimidad de la misión de algunos individuos de nuestraespecie, la felicidad con que la cumplieron y la transcendencia benéficade sus obras, en cuya comparación nada hay equivalente en el día.

Lasempresas a