El Superhombre y Otras Novedades by Juan Valera - HTML preview

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París,

De cocineros Sorbona.

Realizado

todo

esto,

sobreviene

fatalmente

el

discurso

antes

indicado.Cuando aquí, discurrirá la dama, ni se teje con el primor que enFrancia, ni se hacen coches como los ingleses, ni se crían tan hermososcaballos, ni se confeccionan sombreretes y vestidos como en París, ni secondimentan siquiera los sabrosos guisos que deleitan mi paladar, esindudable que en otras tareas de mayor empeño y en otras produccionesmás altas no habremos de lucirnos. Me conviene, pues, desdeñar por quedeben tener poquísimo valor y ser muy latosas, como se dice ahora, lasnovelas, las poesías y hasta las filosofías de mi tierra. En virtud detal consideración, o la dama no tomará jamás un libro en sus blancas ylindas manos, o si despunta por lo literata o lo filósofa, traerátambién de París su pasto espiritual, como trae sus primores, adornos,elegancias y materiales regalos.

No se me tilde de delator. Yo no delataría ni acusaría a la dama, siella sola pecase. Cuál más, cuál menos, todos pecamos por el mismoestilo. Tire la primera piedra contra la culpada quien se considereinocente.

Profundas raíces tiene en nuestro suelo el árbol de nuestra antiquísimay castiza cultura. Las semillas exóticas, aunque sean alimenticias ygustosas, y la mala hierba también venida de fuera, no ahogan dichoárbol, ni cercándole y abrasándole le secan y le chupan el jugo todavía;pero ya empiezan a deteriorarle un poco. El galicismo de pensamientos vainvadiendo nuestras mentes más de lo que debiera. No repruebo yo enabsoluto la imitación; pero es menester que el recto juicio se adelantea desechar lo malo y a elegir lo bueno para que después se imite. Lolastimoso es que imitemos sin la mencionada previa selección, que todasimpleza o extravagancia transpirenaica nos seduzca, y que nos dejemosarrebatar por el entusiasmo sin que haya criterio razonable que nosrefrene.

Días ha que vive aislado quien escribe este artículo y sin prestaratención, por su vejez y sus enfermedades, a casi nada de lo que ocurrefuera de España, a las más flamantes doctrinas filosóficas, a ladirección que toma y sigue la mayoría de los espíritus y a la corrientede ideas y opiniones que informan la novísima literatura; pero lo vetodo, retratado como en fiel espejo, en las producciones literariasespañolas de ahora, sobre todo cuando presumen de contener o de serfilosofía. Siempre condeno yo o deploro este remedo, esta carencia oescasez de originalidad castiza; pero me parece difícil o imposible deevitar que así sea, y absuelvo al escritor o al pensador en quien notoesta falta. ¿Cómo no cometerla aceptando el concepto que de la filosofíageneralmente se forma hoy?

¿Y por qué digo se forma hoy, cuando debieradecir que se ha formado siempre? Ya desde muy antiguo sonaba en lasaulas cierto familiar proverbio que he de atreverme a citar aquí, porqueviene en apoyo de mi aserto, aunque se vale de palabras nada bonitas yade puro vulgares. El proverbio dice: La Gramática con babas y laFilosofía con barbas, lo cual significa que en el orden dialécticopodrá ser la filosofía el principio y el fundamento de todo saber; peroen el orden cronológico la filosofía es lo último que se aprende o puedeaprenderse: es el firme asiento, el trono solidísimo y seguro donde lareflexión pone o cree poner a la ciencia que experimentalmente y porlarga serie de observaciones y de análisis ha adquirido y ordenado.

Muéveme a decir esto la lectura de un libro reciente titulado Inducciones, debido al notable y cultivadísimo ingenio y al elocuenteentusiasmo del Sr. D.

Pompeyo Gener.

Mucho me complace coincidir con autor tan entendido en tener el mismoconcepto de la filosofía. Indiscutible es para mí que no se filosofabien sin previo conocimiento empírico de aquello sobre que se filosofa,y que cuando no filosofamos sobre algo, la filosofía tiene que ser vanay mero juego de palabras vacías de sentido. Ahora bien: como desde hacemucho tiempo, y sea por lo que sea, no nos hemos lucido los españoles enlas ciencias de observación y en el estudio de la naturaleza o deluniverso visible, bien se puede inferir que la corona de dichas cienciasy de dicho estudio, o sea la filosofía, o tiene que ser entre nosotrosanacrónica y fuera de moda, o hasta cierto punto tiene que serimportada, como el telégrafo eléctrico, la fotografía, el teléfono, elfonógrafo y no pocas otras invenciones sutiles y pasmosas.

No se extrañe, pues, que importemos en España filosofía como importamoslas invenciones mencionadas. Conviene, no obstante, hacer unadistinción. Tomemos para ejemplo cualquiera de los precitadosartificios: el teléfono, pongamos por caso. Su utilidad y su realidad sehallan tan probadas, que no hay medio de que nos engañemos. Podrá serque en la práctica seamos más torpes, lo hagamos mal y resulteninconvenientes; pero al fin y al cabo aprenderemos a telefonear. Yo creoque ya hemos aprendido, y que en España telefoneamos tan bien como encualquiera otro país del mundo. Pero la filosofía, y perdóneseme lorastrero y humilde de la expresión, es harina de otro costal: es asuntomil y mil veces más complicado y misterioso, y bien puede acontecer, ya mi ver acontece, que tomemos por verdad la mentira, por realidad elsueño y por razonamiento juicioso los mayores delirios.

Puede acontecer igualmente algo contrario a lo que acontece con losinventos de las ciencias naturales, que van todos de acuerdo y no seoponen unos a otros ni braman de verse juntos, como vulgarmente se dice.En las doctrinas filosóficas, si las tomamos de aquí y de allí, sinmucho criterio, y nos empeñamos en amalgamarlas, resulta o puederesultar una mezcla desatinada e informe, un conjunto de ideas que serechazan y se excluyen. Algo de esto entiendo yo que hay en el libro delseñor Don Pompeyo Gener, por más que me deleite leerle y aplauda elfervor propagandista y filantrópico que le ha dictado, y la elocuencia,el saber y el alto y claro entendimiento que en todas sus páginasresplandecen.

Antes de criticar este libro, mal o bien según mis fuerzas lo permitan,pero sin prevención adversa, debo y quiero hacer dos observaciones. Esla primera, que me valdré sólo de mi razón natural, colocando con muchorespeto las creencias, adquiridas por educación, tradición y revelación,en una a modo de arca santa, de donde tal vez necesite sacarlas mástarde, si yo mismo, imitando a Noe, no me introduzco y refugio tambiénen el arca para huir del diluvio de disparates que podrá salir de miestudio, como el famoso diluvio de las aguas salió de las rotas oabiertas cataratas del cielo.

Es la segunda observación, que aun suponiendo todo cuanto yo encuentreen el libro del Sr. Gener contradictorio y absurdo, no se amengua elvalor estético del libro ni se deshace el encanto que su lecturaproduce. No necesito yo creer que irritado Apolo por la ofensa hecha asu sacerdote, bajó furioso del Olimpo y mató a los aquivos a flechazos,ni que Ulises y Pirro se escondieron en el hueco vientre de un caballode madera, para deleitarme leyendo las hermosas epopeyas de Homero y deVirgilio.

Hechas tan convenientes observaciones, empezaré tratando de lo que en ellibro del señor Gener me parece más consolador y satisfactorio: laafirmación del progreso indefinido de nuestro linaje; el convencimientode que se vencerán y salvarán los obstáculos todos, y de que lahumanidad irá elevándose más cada día a las regiones serenas de la luz,del bien y de la belleza.

Recientemente, disipadas las dudas enojosas que solían atormentar sualma, el más enérgico, inspirado y elegante de nuestros líricos, DonGaspar Núñez de Arce, ha dado a la estampa un admirable poema, donde elreferido convencimiento se manifiesta y brilla en imágenes y símbolosmaravillosos, revestido con todas las galas y adornado con todos losdijes y primores de la poesía, y no por eso menos terminante ni menosclaro que si en prosa metódica y didáctica apareciese expuesto. Aunqueen la noche obscura, en el tortuoso y áspero camino y en la larga ycansada peregrinación, busquemos en balde reposo en las ruinas deltemplo, y pidamos inútilmente consolación y fe a los monjes difuntos,todavía una fe más radical y más íntima persiste en el ápice de lamente, surge del abismo del alma y no nos abandona. Todavía nos asisteDios, nos guía y nos conforta. Las ruinas no deben entristecernos niarredrarnos. No hay revolución ni cataclismo que baste a derribar eledificio erigido por esa nuestra fe superior e inmortal, ni que puedaconmover la base De

la

admirable

catedral

inmensa,

Como

el

espacio

transparente

y

clara,

Que

tiene

por

sostén

el

hondo

anhelo

De

las

conciencias,

la

piedad

por

ara

Y por nave la bóveda del cielo.

Impulsado por esa fe superior y por la esperanza que de ella nace,desecha el hombre temores y dudas, dice ¡Sursum corda! , prosigue convalentía su camino y logra al fin llegar a la cumbre, si no término,porque no le tiene su anhelo infinito, lugar excelso de descanso desdedonde percibe, bañado en la radiante luz de la verdad, el no soñadoobjeto de sus más altas aspiraciones.

Doctrina semejante por lo progresista a la que expone el poeta en susbellísimos versos, es la expuesta más ampliamente por el señor Gener enprosa llena de lirismo y en un libro o tratado cuyo título es Evangeliode la vida, no publicado aún por completo, pero del que su autor noscomunica por lo pronto el prefacio y algunos magníficos trozos comomuestra o anuncio.

Contra las afirmaciones en que conviene Gener con Núñez de Arce, nadatenemos que objetar; pero Gener complica dichas afirmaciones con nopocas otras de diverso carácter y procedencia, y éstas, o las negamos, oaplicando a su examen un circunspecto escepticismo, las ponemos encuarentena.

¿Quién ha de dudar ya de que el linaje humano progresa, apropiándose yacumulando la espléndida herencia de muchas generaciones, custodiando enlos libros cuanto ha averiguado y sabe y divulgándolo por medio de laimprenta, y valiéndose además de mil útiles o deleitables artificios conlos que se recrea, o de los que se aprovecha para hacer más cómoda, másamena y más grata la vida? En este punto capital todos estamos deacuerdo. Toquemos ahora aquellos otros puntos en que no puede menos dehaber discrepancia.

No hemos de discutir aquí el transformismo de Darwin. Aceptemos, como silo hubiésemos presenciado, como si hubiésemos sido testigos oculares desucesos tan felices, que, en determinado momento, de súbito o conlentitud, por evolución suave o como se quiera, el mono de cierta clasese transformó en antropoide o en antropisco, estúpido y alalo todavía, y que un poco más tarde, por procedimientos análogos, el antropisco o antropoide adquirió la palabra, se soltó a hablar y seconvirtió en hombre hecho y derecho. Humanado ya, bien podemos cifrartoda su ulterior historia en estos hermosos versos del ya mencionadopoeta:

Adán

caído

o

transformada

fiera

(¿Quién su origen conoce?) inventó el hacha, Derribó

el

árbol,

encendió

la

hoguera,

Arrancó

al

bosque

sazonados

frutos,

Hizo

la

choza,

desgarró

el

misterio,

Mató los monstruos y domó los brutos

Tras

prolongada

y

formidable

guerra,

Erigió

la

ciudad,

fundó

su

imperio,

Surcó la mar y dominó la tierra.

Y por último, ya que no debamos citar aquí más largo trozo de tanadmirable composición, el hombre, después de sorprender el rumbo de lasestrellas y de dar firmeza y duración a la palabra fugitiva,

Alas

resplandecientes

a

su

idea;

Valor al débil, libertad al siervo,

según expresa el poeta valiéndose de una atinada paráfrasis del famosoepitafio de Franklin, consiguió arrebatar

A

las

entrañas

de

la

nube

el

rayo

Y el cetro a la infecunda tiranía.

Todo esto está muy bien. ¿Quién no lo aprueba? ¿Quién no lo aplaude?

Loque yo no apruebo, lo que yo no aplaudo, aquello con que no me conformo,porque si llegase yo a ser de los favorecidos me daría muchísima lástimade los que no lo fuesen, y si no llegaba a ser de los favorecidos,tendría yo grandísima lástima de mí, lo cual casi es peor, es que se desdoble el género humano el día menos pensado, y elevándose unos a lacondición de superhombres, se conviertan los demás en sub-hombres yvuelvan a ser antropiscos, retrocediendo hasta el mono, o mereciendola calificación de superfluos con que el Sr. D. Pompeyo Gener ya losdesigna, calificación ominosa, anatema lanzado sobre ellos y que alsacrificio y a la desaparición los predestina.

Mi filantropía, mi piedad y la arraigada creencia de mi espíritu en unDios omnipotente y misericordioso, me llevan a repugnar en toda subrutal extensión y en sus crueles consecuencias eso que llaman la luchapor la vida. Ya se arreglarán las cosas de suerte que, por mucho que seaumente la población, quepamos todos con holgura en este planeta y nonos falten buenos bocados para alimentarnos, casas en que vivir y lindostrajes con que vestirnos, salir de paseo e ir a las tertulias, a losteatros y hasta a los toros, si este espectáculo no se suprime porbárbaro en las edades venideras. De poco o de nada valdría el progreso;el progreso sería espantoso sarcasmo si viniese a parar en ser sólo paraunos cuantos: para la glorificación y la bienaventuranza terrestre derazas privilegiadas, que necesitarían someter a las razas inferiores otal vez exterminarlas, no bien se multiplicasen demasiado y no cupiesenya sobre el haz de la tierra. Abominable, perversa y sin entrañas es latal doctrina, aunque la haya predicado Federico Nietzsche, apoyándose enideas y sentencias de aquel antiquísimo profeta del Irán, a quienllamaron los griegos Zoroastro. El Sr.

Gener adopta en parte la opiniónde Federico Nietzsche, y en parte la reprueba.

Vamos a ver si lo ponemos todo en claro.

Si en efecto llegase a aparecer el super-hombre, en lo que comoNietzsche cree a pies juntillas el Sr. Gener, todos cuantos noalcanzásemos la superhombría, según Nietzsche, que es pococaritativo, caeríamos en abyecta animalidad, seríamos como esclavosdel super-hombre, y nuestra raza se extinguiría al cabo por inútil opor nociva. Ocurriría con el hombre de ahora lo propio que, después dela aparición del tal hombre, ha ocurrido con el antropisco, de quienno se encuentran ya ni señales ni rastros, aunque los busquemos con uncandil o con la linterna de Diógenes. Más compasivo el Sr.

Gener, meparece o entreveo que se inclina a que el sub-hombre o el supérfluo se conserve y viva, bajo la tutela o protectorado del superhombre triunfante. Bien podrá éste echarse a cavilar y hasta repetir el antiguoproverbio: cuando las barbas de tu vecino vieres pelar, pon las tuyasen remojo. Las cosas no han de parar aquí: la evolución no puede darsepor terminada. El progreso es indefinido. Nadie columbra la meta o eltérmino: Amplius et volvens fatorum arcana movebo.

En pos del super-hombre, por evolución y selección surgirá de su senoel archisuper-hombre, el cual podrá tratar tan desapiadadamente al super hombre como éste al hombre haya tratado. Y así sucesivamente sinque se vea el fin de las mudanzas y de los ascensos, per omnia seculaseculorum.

Ora nos agrade o nos desagrade, ora nos tenga cuenta, ora no nos tengacuenta, si el super-hombre ha de venir, vendrá pese a quien pese.

Niconservadores ni retrógrados podrán impedirlo. Sobre este puntoNietzsche y Gener se hallan en perfecta consonancia. Veamos ahora en loque disienten y en lo que Gener, en mi opinión, con muchísimo juicio,enmienda a Nietzsche la plana. Digamos algo primero sobre este filósofo,el más original y el más estupendo que, según asegura Gener, haflorecido en la segunda mitad del siglo XIX. Era polaco de nación,súbdito alemán y profesor de Filología clásica, no nos importa saber enqué Universidad o Instituto. Sobrevino la guerra entre Alemania yFrancia, en la que Francia quedó vencida. Y Nietzsche entonces, encumplimiento de las leyes, se vio obligado a tomar las armas y a ir a laguerra. Antes de aquellos días Nietzsche apenas se había distinguido;pero, hallándose en el cerco de París, un casco de granada hirió yderribó su caballo, y Nietzsche mismo cayó por tierra maltrecho y conuna profunda conmoción cerebral. Afirman discípulos de Nietzsche queesta caída del maestro fue semejante en sus efectos a la que tuvo SanPablo en el camino de Damasco. Lo cierto es que al recobrarse de lacaída, Nietzsche se convirtió en otro hombre: apareció profeta, apóstoly, por último, loco.

Recuerdo yo, no haber leído, sino haber oído contar, en el aula delSeminario donde estudié Filosofía, sin averiguar más tarde en quéautoridad, documentos o testimonios se apoyaba la historia, que eldoctísimo Cornelio a Lápide fue en su niñez una criatura casi tonta oinsignificante por lo menos, pero que paseando un día por losalrededores de su lugar, tuvo la desgracia o la fortuna de encontrarseen medio de dos partidas o bandos de muchachos, que estabanapedreándose, y de recibir en la cabeza una tremenda pedrada. Este golpele trastornó y le modificó tan dichosamente el encéfalo, que, no biensanó de su grave y peligrosa herida, se convirtió en uno de los másagudos y sublimes sabios jesuitas que hubo en el siglo XVII: escribióluminosos comentarios del Pentateuco, y otras obras no menos útilesque forman juntas diez o doce tomos en folio; y, por último, murió enRoma en olor de santidad.

Sin duda a Nietzsche hubo de sucederle algoparecido. «Opinan algunos fisiólogos alemanes, dice Gener, que lacontusión que recibiera al caerse del caballo enfrente de la capital delmundo civilizado, fue, como la caída de San Pablo en el camino deDamasco, el origen de su inspiración y de su genio. Sea de ello lo quese quiera, lo cierto es que su visión filosófica especial del Universose le desarrolló tan sólo después de esta época.»

Si Nietzsche hubiera sido polaco puro, completamente ario, su visiónfilosófica del Universo, su sistema se ajustaría con exactitud al delSr.

Gener; pero el Sr. Gener sospecha que en el organismo o en la sangrede Nietzsche había no poco de mogol o de tártaro, producida tal vezdicha mezcla cuando invadieron el Oriente de Europa las hordas deGengis-Kan, de Timur o de otros fieros conquistadores turaníes. Laverdad es que en Nietzsche hay dos elementos o factores de su genio,procedentes ambos de atavismo: uno ario, y Gener acepta todo elproducto de este factor; otra turaní o mogol que mueve a Nietzsche aser despótico, cruel y sin entrañas.

Es menester que aparezca el super-hombre. Cuantos obstáculos seopongan a su aparición deben ser destruidos. Nada de piedad, nada deconmiseración.

Tales sentimientos son mera y vil flaqueza indigna delgrande hombre, del super-hombre en ciernes. Derríbense tronos yaltares, niéguense como absurdas todas las religiones reveladas, yanúlense o deróguense cuantas son las constituciones sociales ypolíticas, si sólo sobre las ruinas y escombros de todo ello ha defundar su imperio la superhumanidad futura. Nietzsche acepta el dolor,el padecimiento, la conquista, la tiranía más ruda, si por tales mediosse abre camino para el advenimiento del super-hombre. Nietzsche gustaen cierto modo de la libertad, pero detesta la igualdad y consideraridículo que los hombres pretendan ser iguales, ni siquiera ante laley, ni ante la justicia, ni en una vida futura y ultramundana en que nocree, ni ante un Dios cuya existencia niega. Y como niega también ladistinción entre lo bueno y lo malo, la moral que le parece unadisciplina sub-humana y atrasadísima, y el deber que en la moral sefunda, nadie acierta a comprender, y en este punto el Sr. Gener tienerazón que le sobra, por qué Nietzsche se somete con gusto a toda clasede padecimientos y de malos tratos con tal de que se consiga laaparición del super-hombre. ¿Qué le va ni qué le viene con dichaaparición, si él no ha de ser el super-humanado, si él no ha de pasarde un cualquiera, de un pobre diablo, de simple profesor, con poquísimodinero, con menos consideración y campanillas, y terminando al caboporque le encierren en un manicomio? Se comprende la abnegación delasceta que espera alcanzar la eterna bienaventuranza. ¿Pero qué esperaNietzsche para mostrarse y ser tan abnegado? El Sr. Gener y noNietzsche es quien está en lo firme. El super-hombre ha de venir detodos modos. No debemos, pues, atormentarnos, molestarnos, ni trabajarpara que venga. Según el Sr. Gener, debemos divertirnos, holgarnos,pasarlo lo mejor que se pueda en este mundo, y el super-hombre yavendrá sin que le traigamos nosotros.

Aceptando las opiniones en que Nietzsche y Gener concuerdan, Nietzschees ilógico, y es muy lógico Gener. Según asegura Nietzsche, Jehová hamuerto. Y

en cuanto a Gener, aunque a menudo se contradice y hasta llegaa mostrarnos al Padre Eterno, que se le aparece y le echa un largo ypomposo discurso, todavía este Padre Eterno es tan raro, que viene a sercomo si no fuera. ¿Y negado un Dios personal y providente, cuál será elfundamento de la moral, de la bondad y de la belleza absolutas, y hastade la verdad misma en lo que debiera tener de permanente e invariable?El Sr. Gener niega todo esto al negar a Dios. Y no soy yo quien saca laconsecuencia: el mismo señor Gener explícitamente la saca.

Lacontradicción está en que el Sr. Gener nos habla mucho del amor y semuestra fervorosamente enamorado. ¿Pero dónde está el objeto que detanto amor sea digno? A la verdad que no se descubre ni se comprende.

Toda criatura racional que cree en un Dios infinitamente bueno, sabio ytodopoderoso, sin duda le ama y debe amarle sobre las cosas todas. Y

porvirtud de este amor, que es caridad, ama también a los hombres, hechos aimagen y semejanza del Dios que ama. Sin ser por amor de Dios, sin estelazo supremo de comunión íntima, de hermandad y de unión amorosa de lascriaturas, ¿qué razón hay para que amemos a nadie? No digo yo queaborrezcamos; pero ¿por qué hemos de amar?

El Sr. Gener, sin embargo, por lo que ya se prevé que va a ser su Evangelio de la vida, nos anuncia el imperio del amor en el mundo,siguiendo y adoptando las ideas de algunos extraviados discípulos delentusiasta y seráfico Padre San Francisco de Asís.

Según éstos, ya interpretadas sus palabras con exactitud, yaheréticamente exageradas o torcidas, en el mundo de los espíritus hahabido, hay y habrá tres reinados: algo a modo de turno pacífico paralas tres personas de la Santísima Trinidad. Como la letra con sangreentra, el primero que reinó fue Jehová, Dios severísimo, vengador ytremendo, que destruye con un diluvio de agua a casi todo el linajehumano, que pisotea a los pueblos en su ira, que arrasa y quema ciudadesenteras con fuego del cielo, y que abre el seno de la tierra para que setrague a cuantos son rebeldes a su mandato. El segundo que reina esCristo, y con él la compasión y también el amor; pero un amor mezclado,con mortificaciones, penitencias, ayunos, lágrimas, vigilias y hastaazotes, de todo lo cual el Sr. Gener gusta poco o nada. Peroafortunadamente, y para que el Sr.

Gener quede complacido, el tercerreinado va pronto a empezar cuando menos nos percatemos de ello. Será elreinado del Espíritu Santo, o sea del amor puro, sin disciplinas ya,sin abstinencias, sin cilicios y sin duelos y quebrantos, sino tododeleite, holgorio e incesante gaudeamus.

El estilo del Sr. Gener, lleno de lirismo, aunque escribe en prosa,produce en el lector no pocas dudas. ¿Hasta qué punto quiere el Sr.Gener que mucho de lo que dice sea realidad o se limite a ser símbolo,alegoría, imagen o vana figura retórica? De todos modos, aun suponiendosímbolo y no realidad algo de lo que el Sr. Gener nos pinta en susmagníficos cuadros, todavía podemos y debemos nosotros escudriñar en elsímbolo la oculta realidad que en él se encierra. Ahora bien: si escierto, como el Sr. Gener afirma, haciendo hablar al mismo Padre Eterno,que éste no es providente y que la verdadera providencia es la delhombre, Nietzsche tiene razón, y no la tiene el Sr. Gener al aconsejaral hombre que se divierta y no se afane porque el super-hombre aparezca. ¿Cómo ha de aparecer, si nosotros que somos la providencia nole traemos?

El dios del Sr. Gener, dice en su largo discurso, que el bien y el malle son indiferentes; que él se limita a producir la vida, y que si creaflores, hermosura y salud, frutos sabrosos, palomas y tórtolasinocentes, mariposas y libélulas y lindos y pintados pajarillos quemelodiosamente trinan y gorjean, crea también tigres y hienas, arañasdeformes, ponzoñosos escorpiones, terremotos, huracanes y pestilencias yprolífica multitud de microbios, causa de las más asquerosas ymortíferas enfermedades. Tal es el Dios que habla con el Sr. Gener y quele declara que no es para nosotros ni salvador ni providente. Nuestraeficaz salvación y nuestra verdadera providencia está en nosotrosmismos. A nosotros nos incumbe, según asegura el Sr. Gener, por boca delPadre Eterno que imagina, convertir el veneno en bálsamo, el dolor enplacer, las espinas en rosas y los microbios patógenos en microbiosdeleitosos. Pero, si nos incumbe hacer todo esto, no está bien que noscrucemos de brazos y prescindamos de nuestra incumbencia. Nietzsche, poreste lado, tiene razón, y el señor Gener no la tiene; y, por último, sibien se mira, tampoco tiene razón el Sr. Gener en negar la providenciade Dios, ya que Dios, en virtud de un plan sapientísimo, se vale delhombre para vencer obstáculos, para destruir el mal o convertirle enbien, y para que nos mejoremos y perfeccionemos en lo posible.

Si no hay plan ninguno, no sé por dónde podrá afirmar el Sr. Gener quehay progreso,

mejora,

advenimiento

de

super-hombres

y

otras

futurasbienaventuranzas. Y si por dicha hay plan, y todo eso y más puedeafirmarse, el plan no es humano, sino divino. ¿Qué más alta providenciade Dios puede concebir el Sr. Gener? ¿Cómo imaginar que el plan eshumano? ¿Cómo el hombre que nace y muere y que vive tan corto tiemposobre la tierra ha de haber trazado ese plan? Concedamos que lecolumbra, que le descubre, pero