El Superhombre y Otras Novedades by Juan Valera - HTML preview

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EL SUPERHOMBRE Y OTRAS NOVEDADES

OBRAS DE DON JUAN VALERA

 Pepita Jiménez; un vol. en 8.º, Ptas. 3.

 Doña Luz; un vol. en 8.º, 3.

 El comendador Mendoza; un vol. en 8.º, 3.

 Algo de todo; un vol. en 12.º, 2,50.

 Las ilusiones del doctor Faustino; dos vols. en 8.º, 5.

 Pasarse de listo; un vol. en 12.º, 2,50.

 La buena fama; un vol. en 16.º con grabados, 2,50.

 El hechicero. El bermejino prehistórico. Las salamandras azules; un vol.en 16.º con grabados, 2,50.

 Dafnis y Cloe (traducción del griego); un vol. en 8.º, 3.

 Estudios críticos; tres vols. en 12.º, 9.

 Disertaciones y juicios literarios; dos vols. en 12.º, 6.

 Cuentos y diálogos; un vol. en 12.º, 2,50.

 Poesía y arte de los árabes en España y Sicilia; tres volúmenes en 12.º,9.

 Tentativas dramáticas; un vol. en 12.º, 2,50.

 Canciones, romances y poemas; un vol. en 12.º, 5.

 Cuentos, diálogos y fantasías; un vol. en 12.º, 5.

 Nuevos estudios críticos; un vol. en 12.º, 5.

 Cartas americanas (primera serie); un vol. en 12.º, 1.

 Nuevas cartas americanas (segunda serie); un vol. en 8.º, 3.

 Morsamor; un vol. en 8.º, 4.

 La Metafísica y la poesía. Polémica con D. Ramón de Campoamor, 3.

 Pequeñeces... Currita Albornoz al P. Luis Coloma; un folleto en 8.º, 1.

 Las mujeres y las Academias, cuestión social inocente; un folleto en8.º, 1.

 Ventura de la Vega, biografía y estudio crítico; un vol. en 8.º

con elretrato del biografiado, 1.

 A vuela pluma, artículos literarios y artísticos; un vol. en 8.º, 4.

 Genio y figura; un vol. en 8.º, 3.

 De varios colores; un vol. en 8.º, 3.

 Juanita la larga (3.ª edición); un vol. en 8.º mayor con grabados, 6.

 Ecos Argentinos; un vol. en 8.º, 3,50.

 Garuda o la cigüeña blanca (edición ilustrada); en 8.º, 2,50.

 Florilegio de poesías castellanas (en publicación).

JUAN VALERA

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El Superhombre

y otras

novedades

ARTÍCULOS CRITICOS

sobre producciones literarias de fines del siglo XIX

y principios del XX.

MADRID

LIBRERÍA DE FERNANDO FÉ

Carrera de San Jerónimo, 2

1903

Es propiedad del autor.

Queda hecho el depósito que marca la ley.

Imprenta de Ricardo Fé, calle del Olmo, núm. 4

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EL SUPERHOMBRE

Forcitan

et

majora

audens

producere

tellus

Corumque,

Enceladumqueferet,

magnumque

Tiphoea,

Ausuros

patrio

superos

detrudere

cœlo,

Convulsumque Ossam nemoroso imponere Olympo.

Fracastorii: DE MORBO GALLICO.

La vida intelectual me parece que en Francia, más que en nación alguna,está reconcentrada en su capital, París. En Alemania hay muchos centros,como Berlín, Leipzig y Stuttgard, que persisten, a pesar de la unidadpolítica creada por el Imperio. En los Estados Unidos, con no menoractividad, se escriben y se publican libros en Nueva York, en Boston, enFiladelfia o en Chicago. Y en nuestra España, aunque proporcionalmentese escribe menos y se lee mucho menos, la producción literaria no estáencerrada en Madrid, sino que se muestra en varias ciudades deprovincia, especialmente en Sevilla, Bilbao y Barcelona.

Mucho mefelicitaría yo de todo esto, aplaudiéndolo, si la manía del regionalismono lo echase un poquito a perder; pero hoy quiero prescindir delregionalismo y no decir de él una palabra. Diré, sí, que Barcelonacompite con Madrid, y aun se adelanta y supera a Madrid en muchospuntos. Y también diré que los madrileños y los que en Madridhabitualmente vivimos, no ignoramos ni desdeñamos, como tal vez hacetreinta o cuarenta años, lo que en Barcelona se escribe y se publica,aunque sea en catalán o en francés y no en el idioma castellano, queprevalece desde hace cuatro siglos como idioma nacional, español porexcelencia, que se extiende desde California al estrecho de Magallanes,y que se habla y se escribe, no sólo en esta Península y en las islasque son aún sus posesiones, sino también en dieciséis o diecisieteRepúblicas o Estados independientes. Cuando crezcan en todos ellos lapoblación, la prosperidad y la cultura, bien podrá lisonjearse cualquierliterato o sabio de mérito, si escribe en castellano, de que contará,naturalmente, con un público de los más numerosos y extendidos que haysobre la superficie de la tierra.

Entonces, como ahora, todo cuanto se produzca escrito en castellano,vendrá a enriquecer el tesoro literario español, y, si vale algo, serárecibido, no con celosa envidia, sino con satisfacción y con júbilo portodo el que se precie de español y sienta en el alma el amor de la patria grande, o sea de la casta.

Lo que es yo, y no me tengo por excepcional ni por raro, lo mismocelebraré la aparición de un buen libro, en verso o en prosa, enCaracas, en Bogotá o en Quito, que en Málaga o en Zaragoza. Niego, pues,ese desdén, esa rivalidad que entreveo que se nos supone, a los queescribimos en Madrid, contra los que escriben en español en otrasciudades, y singularmente en las de Cataluña.

¡Ojalá escribiesen allícosas tan buenas que, sin excitar nuestra envidia, despertasen ennosotros emulación noble y nos moviesen a escribir con mayor tino,primor e ingenio que en el día!

Como quiera que ello sea, yo de mí puedo decir que cuando sé de un autornuevo o leo un libro nuevo, en castellano, prescindo para elogiarle dela región en que está escrito o impreso, y le elogio cuanto merece y talvez proporcionalmente más, según la distancia desde donde el libroviene, causándome por ello impresión más grata y peregrina.

Largo es el anterior preámbulo, pero no está de sobra, para afirmar aquíque, si bien no he leído yo La Muerte y el Diablo y Herejías, de D.Pompeyo Gener, ha sido por descuido y no por malquerencia regional, yque ahora, después de haber leído el flamante libro del mismo autor,titulado Amigos y Maestros, hallo que su autor es digno deconsideración detenida y de extraordinario aplauso. Y

aunque sea encifra y resumen, por no tener lugar ni tiempo para más, voy a dar aquíalguna noticia de dicho libro, tratando de realzar las elevadas prendasde pensador ingenioso, de escritor elegante y fácil y de persona docta ydiscreta, que ha mostrado el autor al componerle.

Para gustar de un autor no es menester coincidir con él en opiniones ycreencias, ni mucho menos dejarse convencer por sus razonamientos.

Amenudo suele sucederme lo contrario, y así me sucede con el libro de D.Pompeyo Gener. Mucho tengo que aplaudir en dicho libro, y muy poco de loque dice me convence, aunque aplaudo el entusiasmo, el saber y élingenio con que lo dice. Ténganse por dados mis aplausos, y permítasemeque contradiga

yo

algunos

de

los

asertos

del

Sr.

Gener,

considerándoloscompletamente erróneos, o bien que ponga reparos y haga observacionessobre los que hallo conformes a medias con lo verdadero y lo justo.

Amigos y Maestros es una colección de semblanzas o retratos deescritores franceses todos, menos uno, Joaquín María Bartrina. Justosería el panegírico que hace Gener de este singular ingenio si noquisiera realzarle con odiosas comparaciones, tildando de palabreros,confusos y difusos a los demás poetas de España, y suponiendo que debenla fama de que gozan a que viven en Madrid, y sin duda forman parte deuna sociedad de elogios mutuos. Yo no puedo convenir con el Sr. Gener enque España es madrastra y no madre de sus mejores hijos, cuyo mérito noconfiesa hasta que los extranjeros le reconocen y proclaman; y que, encambio, pone por las nubes a medianías y hasta a nulidades intrigantes.No fueron ni son nulidades, ni medianías, Quintana, Gallego, Espronceda,Zorrilla, Hartzenbusch, García Gutiérrez, Tamayo, Querol, Núñez de Arce,Ferrari y no pocos otros, que viven aún, y que no deben su reputación,ni a las alabanzas de los periódicos de Madrid, ni al descubrimiento y ala declaración que hayan hecho de su valer críticos extranjeros.

Crea el Sr. Gener que Bartrina no vale más en el concepto que se formade él, después de leída su semblanza, que en el concepto que de Bartrinateníamos formado antes de dicha lectura. Tal vez sea más claro el primerconcepto. Yo, al menos, no puedo conciliar que Bartrina se parezca almismo tiempo al sencillo, elegante, sincero y clásico Leopardi y alafectadísimo, falso y extravagante Baudelaire. En el único predicamentoen que pueden entrar a la vez los tres poetas, es en el de ser los tresincrédulos, enfermizos, tristes y desesperados. En todo lo demás sediferencian muchísimo. Y, si hemos de hablar con franqueza, asíBaudelaire como Bartrina se quedan muy por bajo a infinita distancia deLeopardi, uno de los más admirables poetas líricos que ha habido enEuropa en el siglo presente, tan glorioso y fecundo en este género depoesía.

Las demás semblanzas, según dejé ya apuntado, son todas de escritoresfranceses, y yo no puedo menos de alegrarme de que la crítica juiciosase emplee en ellos y los dé a conocer en España. Celebro asimismo elapasionado afecto y la generosidad con que el Sr. Gener los colma dealabanzas. Yo convengo y he convenido siempre en que Francia posee amenay riquísima literatura, y en que es fecunda y dichosa madre deoriginales y elegantes escritores, cuyas obras son acaso las más leídasy celebradas en los países extraños, por donde el pensamiento y elidioma y hasta el sentir de los franceses se imponen y predominan entrelos otros pueblos. Pero esta hegemonía de Francia en letras y en artes,no sólo da a Francia entre los extranjeros fundadísimo crédito, sinotambién prestigio deslumbrador, que los solicita y estimula a laadmiración más ciega, a los encomios más hiperbólicos y muy a menudo ala desmañada imitación de lo peor, originando modas en lo que se escribey en lo que se piensa, como las hay en lo que se viste y en el menaje delas casas. Contra esto importa precaverse y estar sobre aviso. De aquíque tal vez los personajes que el Sr. Gener retrata en su libro quedentasados en su justo valer si rebajamos siquiera una tercera parte de lasalabanzas que el Sr. Gener les prodiga. Debe además decirse que todosellos están bien estudiados, tienen el conveniente parecido en elretrato y éste es una bella pintura que califica de atinado observador yde hábil artista a quien acertó a trazarla.

En general, todavía tengo yo que poner otro reparo a las semblanzas delSr.

Gener, o más bien aconsejar a los lectores que se aperciban contraellas de cierta cautela, más indispensable a los españoles que a loshombres de otros países.

En España, ya sea por nuestra natural condición, ya sea porqueescribiendo para el público o siendo artista se llama menos la atencióny se adquiere menos dinero y menos gloria que en otros países y, porconsiguiente, hay poco incentivo para dedicarse con constancia a lo quellaman en francés la pose, la verdad es que entre nosotros la pose apenas se estila o se usa, y cuando se usa o se estila es de un modosuperficial y efímero y no con la honda tenacidad y persistencia quesuelen tener en ella los escritores y los artistas franceses. Digo estoa fin de advertir que no debemos tomar con seriedad la pose mencionada, y a fin de censurar al Sr. Gener, aunque muy blanda yamistosamente, de que a veces toma dicha pose muy por lo serio.Válganos para muestra muchas cosas que refiere de Sarah Bernard, aunqueen este caso es disculpa y aun plena justificación la galantería. Lasimpática y encantadora actriz posee en toda su persona vencedor ymisterioso atractivo; con él y por él seduce y hechiza, como si fueramás hermosa que la Venus de Milo; se viste con lujo, esmero y graciaadmirables, y su voz es argentina y simpática y tiene matices,inflexiones y tonos propios para expresar toda pasión y todosentimiento: la ternura amorosa, los celos, la soberbia y la ira. Suandar, sus gestos, las posiciones que toma y los movimientos que hace,todo está magistralmente estudiado y ejecutado con inspiración ydestreza. En suma, para elogiar a Sarah Bernard, yo me conformo, o másbien me complazco, en ser eco del Sr. Gener o de quien más la elogie. Enlo único que no soy eco y en lo único que resulta la disonancia es en loque me parece afectada ponderación; algo que veo en mi espíritu comotrasladado a la vida real desde lo sofístico y aparente del teatro.¿Cómo he de creer yo con formalidad y sin risa que para representar biena la emperatriz Teodora, mujer de Justiniano, necesita Sarah Bernardleer a Procopio en griego, atracarse de Pandectas hasta el extremo dedesencuadernar el volumen que las contiene y hacer otros mil estudiosprofundos y enrevesados para enterarse de cosas que probablemente lamisma emperatriz jamás supo? Chistes, rarezas y exquisiteces por elestilo hay en los escritores y en los artistas de todas lasnacionalidades, pero en los franceses se notan más a menudo. El blanco,al que con esto dirigen la mira, es a pasmar y atolondrar a losburgueses, mostrándose en vida, costumbres y hábitos, muy apartados delo usual, muy inauditos y tan fuera del camino trillado, hasta en loscasos y accidentes más ordinarios y repetidos, que vienen a aparecer, nocomo seres humanos, sino como monstruos o criaturas de distinta ysuperior especie. Asimismo procuran inculcar en la mente del vulgo unconcepto fantástico de las enormes dificultades de su arte, suponiendoque para vencerlas son menester requisitos muy singulares, por donde, enocasiones, el escritor o el artista que así quiere señalarse, incurre enpueril pedantería o en charlatanismo a la Dulcamara. Si Sarah Bernardasegura que para hacer bien el papel de la emperatriz Teodora seatiborra de crónicas en griego, se traga el Digesto y hace de él unabuena digestión, y hasta interviene en el tejer de las telas con que hande hacerle los trajes procurando que sean tejidos según el estilo ymanera con que en la edad de Narsetes y de Belisario solía tejerse, yodoy por cierto que Sarah Bernard embroma a la gente a quienessemejantes cuidados y esmeradas faenas refiere.

Al hablar de todo ello,debería empezar su discurso como el gracioso doctor de la ópera,exclamando: ¡udite o rustici!

El título del libro del Sr. Gener lleva implícita la justificacióncontra todo lo que pudiera decirse acerca del mérito relativo de lospersonajes cuyos retratos literarios ha hecho. No los ha hecho porquedichos personajes sean los más egregios, sino porque han sido o porqueson amigos y maestros suyos. Aun así, yo debo convenir y convengo enque se da la dichosa coincidencia de que sean casi todos los unidos alSr. Gener por lazos de amistad, autores de primera nota en Francia,descollando en aquella nación tan rica en ingenios entre los más famososy aplaudidos. Tales son Bourget, Richepín, Taine, Renán, Littré, ClaudioBernard, Flaubert, Pablo de Saint-Víctor y Víctor Hugo.

Aunque yo no he leído ni estudiado detenidamente todo cuanto dichosautores han escrito, conozco de ellos lo bastante para tributarles elmás rendido homenaje de mi admiración, poniendo sobre todos a Renán comoprosista, y a Víctor Hugo como poeta.

A

veces

he

censurado

yo

en

Víctor

Hugo

no

pocas

extravagancias,pomposidades y relumbrones falsos y de mal gusto, pero, a pesar deestos defectos, que yo noto para que no se me acuse de idolatría,siempre me he complacido en reconocer y confesar que por lo fecundo eimpetuoso de su abundante vena, por su maravillosa fantasía y por sudestreza magistral en el manejo de la lengua, del metro y de la rima,Víctor Hugo es, si no el primero, uno de los mayores líricos y épicos denuestro siglo, rico en poetas más acaso que ningún otro de los siglospasados. Dentro del período que abarca la vida de Víctor Hugo convieneno olvidar que en las naciones cultas de Europa, en alguna de América yen la misma Francia, el autor de los Cantos del crepúsculo ha tenidorivales que, si por la fecundidad no le vencen, tal vez por la calidad yexcelencia, pureza y perfección de determinado número de obras, se leanteponen y le eclipsan. Así, por ejemplo, Manzoni y Leopardi en Italia,y aun en nuestra pobre y hoy desdeñada España el glorioso cantor de laimprenta y del levantamiento de las provincias españolas.

Como quiera que ello sea, y con el debido y más profundo respeto a lospersonajes literarios y científicos que el Sr. Gener retrata, declaroque no llego a advertir en ellos la estupenda magnitud y la superioridaddescomunal que me induzcan a presentir, a columbrar y hasta a profetizarel próximo advenimiento de una raza o casta de hombres muy por encimade los que en el día visten y calzan y andan por esas plazas, calles ycampos.

A mi ver, ha habido bastantes épocas en la Historia en que la profecíade ese advenimiento pudo estar más fundada. Tomemos, por ejemplo, loscien años que van de 1480 a 1580. En seguida se ofrecen a nuestramemoria Colón, Vasco de Gama, Magallanes, Vives, Suárez, Victoria yDomingo de Soto, Ignacio de Loyola y Lutero, Rafael y Miguel Ángel,Ariosto, Camoens y Shakespeare, Galileo, Baccon y Copérnico, y otrocentenar de varones extraordinarios, en toda clase de obras propias delingenio y del entendimiento humanos y para todos los gustos, creencias ydoctrinas. Comparados con los personajes que acabamos de citar, los delpresente siglo, yo al menos lo entiendo así, se quedan tamañitos.Admirable y rico es el fruto que han dado los segundos, pero vale más ytiene superior importancia el fruto que dieron los primeros. Losmodernos idiomas, balbucientes e imperfectos aún en la Edad Media, sedesenvuelven con pasmoso florecimiento y producen obras maestras envarias literaturas; se agranda y llega a ser casi cabal, en la mentehumana, el concepto del universo visible; se conocen por experiencia lascosas materiales de la tierra y del cielo; renace la antigüedad clásica,y al renacer, y al ser imitada, el prurito de la imitación engendranueva y original poesía, divinas creaciones artísticas, flamantessistemas filosóficos y hábiles métodos de observación y de estudio parainterrogar a la naturaleza y al espíritu humano y arrancarles sus máshondos secretos. En parangón de lo que hizo el siglo XVI, resultainferior la obra de nuestro siglo, aunque no olvidemos ni dejemos deincluir en ella ciencias que pueden llamarse nuevas, tan importantescomo la Química y la Filología comparativa, y descubrimientos taningeniosos y útiles como los del vapor para fuerza motriz, lafotografía, el telégrafo eléctrico, el teléfono y el fonógrafo.

Todoesto vale e importa muchísimo, pero importa y vale muy poco cuando secompara

al

transfigurado

renacimiento

del

mundo

antiguo

y

aldescubrimiento del nuevo mundo. Y si entonces no se creyó que iba asurgir de enmedio de la triunfante humanidad un ser exquisito y perfectoa quien llamásemos el superhombre, menos razón hay de creerlo ahoraporque Renán escriba la novela sentimental titulada Vida de Jesús,porque haya ferrocarriles y alumbrado eléctrico, y porque se inventenlas máquinas de coser y las bicicletas.

Si yo me dejase dominar por mi fervorosa filantropía y por mi amor atodo progreso, me dejaría convencer por los argumentos que el Sr. Generaduce, y creería, como él, que está próxima la aparición delsuperhombre; pero, aunque soy progresista, no lo soy tanto, y aunquequisiera creer lo que el Sr. Gener cree, acuden a mi espíritu multitudde dudas que me lo impiden, harto a pesar mío. Voy a poner aquí algunasde estas dudas según se me vayan ocurriendo. Y

voy, además, a presentarvarias enmiendas o modificaciones a la doctrina sobre la humanidadascendente, tal como el Sr. Gener la profesa, a fin de que, si al cabonos dejamos convencer y la aceptamos, sea modificada o enmendada, segúna mí me parece más razonable y equitativo.

En primer lugar, yo me alegraría de que el ascenso del género humano agénero

superhumano

fuese

general

o

total,

aunque

en

la

superhumanidadfutura hubiese también, como en la humanidad presente, y en la debidaproproporción, ineptos y aptos, torpes y hábiles, y tontos y discretos,etc.

En el día, Inglaterra, Francia y Alemania, y tal vez alguna otra nación,no ha de negarse que nos llevan la delantera en este correr disparatado,en que vamos todos, en el hipódromo de la Historia, aproximándonos ya ala meta; y sería caso lamentable y necio que por llegar antes a dichameta los pueblos del Norte, viniesen de súbito a convertirse ensuperhombres, teniendo nosotros, por ir ahora tan rezagados, no ya queadelantar, sino que retroceder hacia la animalidad o hacia la especieinferior de que hemos salido, acabando por ser, con relación al reciénaparecido superhombre, lo que hoy es el mono con relación a nosotros.Con esto no me conformo a pesar de todos los discursos del Sr. Gener y apesar de mi acendrado progresismo.

Se me dirá que el que yo me conforme o el que no me conforme no es delcaso. Lo que conviene dilucidar es que el caso sea o que no sea.

Meditemos sobre su posibilidad.

Empezaré por un distingo. Si por progreso se entiende el acumuladocapital de observaciones, estudios, sistemas y descubrimientos que lasgeneraciones pasadas nos han ido legando, que nosotros conservamos y quesin duda acrecentamos y mejoramos, yo creo en el progreso a piejuntillas. El más obscuro bachiller del día sabe más gramática queHomero; el más humilde catedrático de Instituto sabe más Historia queHerodoto; y de las cosas naturales, de sus afinidades, composiciones,descomposición y cambios, sabe más que Hipócrates cualquier adocenadofarmacéutico de aldea. Yo no niego esto. Lo que niego es que ese cúmulo,que esa ingente cantidad de doctrina, que ese esfuerzo y trabajo delespíritu de la humanidad, durante tres mil años, haya logrado infundirseen ese mismo espíritu por tal arte que se haya hecho consustancial conél, dándole valer y potencia superiores a los que antes tenía.

Ciertoque Homero, Herodoto e Hipócrates eran menos instruidos que Víctor Hugo,Taine, Renán y Claudio Bernard, pero, a mi ver, valían muchísimo más queellos. Por donde yo infiero que el tal progreso substancial y personal,por cuya virtud ha de aparecer pronto el superhombre sobre la faz denuestro planeta, no ha dado paso alguno desde hace por lo menos cerca detreinta siglos.

¿Cómo he de poner yo en duda que Hegel sabía másquímica, astronomía, zoología, mecánica, historia, etc., que el propioAristóteles? Y sin embargo, con ser Hegel tan original y poderosopensador, y con tener una tan fecunda y constructora fantasía y un vigortan sublime para sintetizarlo todo armónicamente, combinando lo real ylo ideal y encerrándolo dentro de su idea, que eternamente sedesenvuelve, todavía me parece Hegel pequeño cuando acerco la imagen quede él concibo a la imagen colosal con que se representa en mi mente elprodigioso maestro del magno Alejandro.

No iré yo hasta el contrario extremo del señor Gener, ni afirmaré quelos hombres han degenerado. Me limito a presentar aquí, sin intentarresolverla, una contradicción que asalta mi espíritu. Yo quiero creer, ycreo, que los hombres de hoy no valen, en el fondo, en lo esencial ypor naturaleza, ni más ni menos que los de cualquier otro siglo; que porla educación y por la cultura, por lo que han heredado de sus mayores,por el tesoro que han reunido durante siglos, y sobre el cual selevantan como sobre un pedestal, los pensadores y escritores modernosvalen más que los antiguos; que en determinado sentido, por ladivulgación de los conocimientos, hay en el día más gente que valga. Yque en el día, no ya Napoleón I, sino el más torpe de los generales,derrotaría al hijo de Filipo desbaratando sus falanges con dos o trescañones Krupp; el ateísta coronel Ingersol probaría a Moisés suignorancia en química, en astronomía y en geología, y que toda laciencia que había estudiado en los colegios sacerdotales de Egipto, novalía un pitoche al lado de la adquirida por él en las escuelas deBoston; y que el último maestro de escuela dejaría absortos y turulatosa Hesiodo, y tal vez al propio Píndaro, si se ponía a explicarles quelos nombres son masculinos, femeninos y neutros, que pueden estar oestán en nominativo, en acusativo, en dativo o en otro caso, y otras milverdades científicas por el estilo, de las que es casi evidente que niHesiodo ni Píndaro se habían percatado. Pero aquí surge lacontradicción. De esa misma ignorancia, de esa falta de educación,digámoslo así, y de ese cortísimo saber de los antiguos, nacen ennuestra mente el pasmo y la admiración que nos infunden sus obras. Masque fruto de la reflexión y del estudio, nos parecen inspiradas,reveladas y divinas. No vemos en ellas el esfuerzo laborioso, ni laciencia que de antemano se adquirió en el aula, o que se toma de repentey de prestado en un diccionario, o en cualquier otro librote, sino vemosla espontánea y fresca lozanía del propio ingenio, radiante de luzinterior, a par que maravillosamente ilustrado por el numen.

El Sr. Gener traza un breve compendio de filosofía de la Historia, a finde probar que s