El Pintor de Salzburgo by Carlos Nodier - HTML preview

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Hoy he querido ver todo eso, pero la magia de los hermosos días hadesaparecido. La casa ha sido abandonada a nuevos propietarios, y éstos,sin consideración alguna, han devastado sus parterres y arrancado susmadreselvas. No han respetado nada de lo que ella amaba; ¡lo que ellaamaba! ¿acaso lo saben esas gentes?

No obstante, he cedido al prestigio de mis recuerdos con tanta confianzay abandono, que antes de abandonar la explanada me he vueltomaquinalmente para saber si Eulalia no seguía mis pasos. Después,reflexionando sobre este error, me he echado a llorar; pero aun hellorado más amargamente cuando he advertido mis toldos destruidos por elviento, mis arbolitos abatidos por el hacha y la tierra sembrada con susramas. Ante esta última pena, por ligera que pueda parecer, me heacordado de todo lo que he perdido; me he contemplado con espanto en misoledad y en mi miseria; sin amigos, sin familia y sin patria, sin apoyoy sin esperanza, traicionado por el pasado, arruinado para el presente ydesheredado para el porvenir; ¡abandonado de Eulalia y del Cielo!

En aquel mismo lugar había también resuelto consagrar a mi queridoWerther una tumba cubierta de hierba ondulante, como él la deseaba; yhoy he sentido un secreto deseo de cavar la mía.

¡Es un destino tancruel el de morir lejos de lo que nos fue querido y el de dejar loscuidados de nuestra sepultura en manos de un extraño!

24 de septiembre.

¡Sí, al sentir el fuego que recorre mis venas, he comprendido que paramí no había otro bien en la tierra que en esta otra mitad de mí mismo,de la que la injusta suerte me ha separado! ¿Y

quién me devolverá esosdías de delicia y de gloria? ¿Quién será capaz de hacerme revivir esepasado que ha devorado mi porvenir? ¡Aquel tiempo ¡ay! en que mi corazónestaba inundado de afectos tan dichosos! ¡en que todas mis facultadesgozaban de una actividad tan poderosa, en que su sola proximidad, elrumor de su voz o el más ligero contacto me producían talestremecimiento que me parecía que la vida iba a abandonarme o que mialma se precipitaba en mis nervios!

¡Entonces lamentaba no poseerbastantes fuerzas para soportar mi felicidad, o bastante amor parasucumbir a él! ¿Por qué no debía de haber sucumbido de aquel modo,exhalar mi último suspiro en aquel estado de beatitud? ¿Por qué no meatreví a ceñirla entre mis brazos, a arrebatarla como una presa, aarrastrarla fuera de la vida de los hombres y a proclamarla mi esposaante el cielo? O si ese deseo es un crimen, ¿por qué se ha unido alpropio sentimiento de mi existencia de tal modo que no podríadesterrarlo sin morir? ¿He dicho un crimen? En los días de barbarie,cuyo recuerdo está ligado a todas las ideas de ignorancia y deesclavitud, el vulgo ha querido dar forma escrita a sus prejuicios y hadicho: ¡Estas son las leyes! ¡Extraña ceguera de la humanidad,espectáculo digno de desprecio el de tantas generaciones gobernadas poruna generación extinguida, y el de tantos siglos regidos por un siglooscuro!

Después de haber gemido largo tiempo bajo el peso de tan odiosasviolencias, ¿quién no querría abreviar la penosa carga de la vida, siesta alegría dependiese al menos de nosotros? Pero el Cielo y loshombres están conformes en prohibírnosla y no nos libertamos de nuestrosdías más que para volver a comenzar nuestro dolor. Vigila a la puerta delas tumbas, como esos monstruos que se nutren de cadáveres, nosdesencanta del sueño de la muerte y se apodera de nuestra eternidadcomo de una herencia. Cualquiera que sea el terrible porvenir, elporvenir de sangre y de lágrimas que reserváis a los réprobos, permitid,permitid ¡oh Dios! que Eulalia me sea devuelta un momento, ¡que un solomomento este pobre corazón palpite contra el suyo! ¡que mi débilexistencia pueda desvanecerse en la embriaguez de sus miradas y de susbesos! ¡que pueda morir en su amor! ¡Y a este precio, un infierno!

9 de octubre.

Es una cosa admirable y llena de encanto seguir a un gran genio en sucarrera, estar, en algún modo, asociado a sus descubrimientos y recorrercon él distancias que nunca se hubieran alcanzado sin guía, como elnavío acostumbrado a cortas travesías, al que un piloto hábil hacesurcar por entre mares inmensos y hacia puertos desconocidos. Así,nuestra imaginación arrastrada en el sublime vuelo de tu musa,

¡ohdivino Klopstock!, y recorriendo sobre sus huellas los espacios que túhas poblado, se extraña de los milagros que le rodean y se detienesobrecogido de espanto ¡Con qué magnificencia reúnes bajo nuestros ojostodo lo que la poesía tiene de maravilloso, lo mismo cuando nosintroduces en los consejos del Altísimo en que los ángeles celebran losmisterios del cielo y los querubines, penetrados de un religioso temor,agitan en su huida sus alas de oro, que cuando nos descubres las grutastenebrosas de los infiernos, evocas, con una autoridad increíble, esosángeles vencidos que una eterna venganza persigue con eternos tormentos,trémulos bajo sus cadenas ardientes y sus rocas calcinadas, o nostransportas al gran sacrificio del Gólgota en que el Creador del mundose abandona a las angustias de la agonía para redimir a sus verdugos!

Pero la lectura de la Biblia me ofrece aún más deliciosos goces. No haycircunstancia en la vida en que el hombre no pueda hallar consuelo enalguno de sus pasajes; ninguna desgracia que ella no solemnice, ningunaalegría que no embellezca: por eso es un libro emanado directamente delcielo.

Con frecuencia, cuando la naturaleza, en todo el esplendor de sus galasotoñales, y con todos sus bosques diademados de oro y de púrpura, sonríeal sol poniente, yo me siento en la pendiente de un ribazo, bajo algunaañosa encina, y releo los ingenuos bucólicos de los primeros tiempos, lacandorosa historia de Ruth y los cantos de amor de Salomón. Otras veces,bajo los arcos góticos de una iglesia arruinada que eleva sus torressolitarias en el valle, escucho; y, en el rumor del viento, que gime através de sus muros, como voces de bronce, creo percibir la palabraprofética de un Daniel o de un Jeremías. Otras veces sobre la fosa de mipadre y a la sombra melancólica de los árboles que yo he plantado, meacuerdo, con abundantes lágrimas, de la historia de José y de sushermanos, porque yo que veía hermanos en todos los hombres, también hesido vendido por ellos y ellos son los que me han desterrado. Pero conmás frecuencia, cuando la noche, velada de negros cendales, avanza porsu silencioso camino, yo repito con Job, en la efusión de mi dolor, estaprofunda exclamación del alma desengañada: ¿Por qué la luz ha sido dadaa un miserable y la vida a los que tienen la amargura en el corazón?

10 de octubre.

De buena gana rompería mis pinceles cuando comparo la naturaleza de estetriste Occidente, mezquina y desgraciada, con esos climas favorecidos,esos cielos puros y ese sol sin mancha del magnífico Oriente, cuandovago con el pensamiento, bajo las chozas nómadas y patriarcales de lospastorales oasis o entre los augustos monumentos del viejo Egipto ycuando el magnífico habitante de esas felices regiones se eleva ante misojos en toda la energía de su primitiva grandeza y de sus formasoriginarias, mientras aquí observo cómo se han comprimido todas lasfuerzas y restringido todas las facultades. Cuando me parece ver alárabe, solo con su corcel, que como él respira toda la libertad de sussoledades, cuando con la imaginación le veo franquear las arenastórridas o bien reposar bajo la sombra reparadora de las palmeras,entonces me quejo a la Providencia de que me haya desterrado a una zonafría, en medio de una naturaleza tímida y tan lejos de las soberbiasmiradas del sol inspirador, y me pregunto: ¿Por qué los hombres me hanhecho cautivo y por qué me han conducido prisionero a sus ciudades?¡Hubieseis visto como yo al león del desierto arrojarse sobre la tierraalterada, olvidando que ella arde, y saborearla largo tiempo entre susdientes!

He dicho en el desierto, porque entre los lazos de hierro de la sociedady bajo el peso de sus ignominiosas instituciones, vuestros órganosrelajados no podrían soportar largo tiempo el esplendor de tanexuberante naturaleza. Sus ricas prodigalidades no podrían pertenecer alhombre que se ha dejado degradar de la dignidad de su especie y que hatraficado cobardemente con su independencia. ¡Y cuán profundamente sesiente humillada el alma generosa que ha comprometido todas sus fuerzasen este contrato, cuando conoce el precio de su sacrificio, cuando seencuentra subyugada por el audaz ascendiente de esos insolentesdominadores, y cuando compara la presente con esas edades afortunadas dela juventud del mundo en que las sociedades circunscritas en losestrechos límites de las familias no reconocían otros poderes que losque le habían sido conferidos por la Divinidad, ni otro jefe que el querecibían de la naturaleza!

Es entonces cuando se siente la necesidad de elegir entre las armoníasde la tierra las que tienen una afinidad más particular con nuestramiserable condición; es entonces, y yo lo he experimentado confrecuencia, cuando se prefiere a la pompa radiante del sol las dudosasclaridades de la luna y los misterios de la noche, a los esplendores delestío, a las gracias de la primavera, a los opulentos dones del otoño,la triste desnudez del invierno, las brisas frías y las negrasescarchas.

Así, cuando mi alma se desprendió de sus juveniles ilusiones y cuandono encontró ya nada que la pudiera retener entre los hombres, espió lossecretos de las tinieblas y las alegrías silenciosas de la soledad,comenzó a vagar por las moradas de la muerte y bajo los gemidos delaquilón; por eso ella ama las ruinas, la oscuridad, los abismos, todo loque la naturaleza tiene de terrorífico, y por eso ha estudiado, sinnecesidad de buscar otro modelo, algunos de los caracteres delinfortunio.

Sí; lo repito, el invierno en toda su indigencia, el invierno con suspálidos astros y sus desolados fenómenos, me promete más goces que laorgullosa profusión de los hermosos días. Me place ver la tierradespojada de su fecunda vestidura y flotando en esos horizontes brumososcomo en un mar de nubes. En medio de esas grandezas desvanecidas y deesa vegetación ahogada, todo parece adquirir aspectos fúnebres, todo sevuelve terrible y severo. A través de los velos grisáceos y de las nubesformidables en que está envuelto, se tomaría al sol por un meteoro

quese

extingue.

Los

ríos

no

tienen

aquel

estremecimiento divino, lasselvas no murmuran ni dan sombra.

No se oye más que el crujido de larama muerta que se rompe y el zumbido del viento que se desliza silbandosobre la llanura desolada. La única verdura que se ve es la hiedra queextiende sus amplias alfombras por las paredes de las rocas, que se lasadosa a los muros rústicos o envuelve con ellas el tronco de las viejasencinas. Unicamente algunos abetos destacan aquí y allá, entre la nievede las montañas, sus obeliscos oscuros, como otros tantos monumentosdedicados a la memoria de los muertos... Y de cuando en cuando podéisver, en la lejanía, algunos viajeros que cruzan precipitadamente lallanura, o peregrinos que oran sobre una tumba.

17 de octubre.

Después de abundantes lluvias, un torrente amplio y rápido, alimentadocon todos los arroyos y barrancos, desciende desde lo alto de lasmontañas, cae con el ruido del trueno, se lanza furioso en la llanura,la llena de espanto y de desastre, destroza, invade, devora todo lo quese opone a su paso, y, arrastrando en su loca carrera árboles arrancadosde raíz, rocas y ruinas, rueda y se precipita rugiendo en el Salza.

Si sobre esos bordes veis un grupo de álamos que opone dulcemente sutranquila majestad a la agitación vehemente de la corriente, nuestroespíritu no puede por menos que entregarse a pensamientos graves yreligiosos, y meditáis tristemente sobre esas vanas grandezas del mundoque aparecen de pronto, como esos torrentes, sin que se conozca elorigen, que, como él, pasan entre estrépitos y devastaciones y como élse pierden en el abismo.

En cuanto a mí, sonrío con piedad ante los cuidados pueriles que elhombre siente, mientras que el tiempo arrastra en su porvenir siemprenaciente el corto presente de que gozan; y al considerar que la vida noes más que un momento que huye en medio de la inmensa eternidad, sientoque mis penas disminuyen.

19 de octubre.

Esta noche me encontraba en esa situación indefinible que no tiene casinada de la actividad de la vida, pero que tampoco es el sueño. Creí oíruna música muy melodiosa, de una expresión suave y conmovedora, y cuyossonidos eran modulados con tanta dulzura, que ni siquiera el arpa loshubiera podido producir más tiernos y más seductores. Se hubiera dichoque era un concierto angélico, pero su armonía inconstante y caprichosano multiplicaba mis alegrías más que para multiplicar mis pesares;apenas había conseguido retenerla, cuando me escapaba de nuevo. En fin,después de una cadencia sollozante que resonó largo tiempo en mi alma,cesó y no oí más que un ruido sordo parecido al de un río lejano. Luegouna mano fría se posó pesadamente sobre mi corazón; un fantasma seinclinó hacia mí y pronunció mi nombre con voz penetrante, y yo sentíque el aliento de su boca me había helado. Me volví y creí ver a mipadre, no como era antes, sino como una forma vaga y sombría, pálido,desfigurado, los ojos hundidos, las pupilas sangrientas y los cabellosen desorden; después se alejó, haciéndose cada vez menos distinto ydisminuyendo en la oscuridad, como una luz presta a extinguirse. Quiselanzarme en su seguimiento, pero, en el mismo instante, la luz, la voz,el fantasma, todo se desvaneció con mi desvarío y no abracé más que elvacío.

23 de octubre.

Puesto que es verdad que, desde el comienzo de este corto tránsito de lavida, todo lo que vemos a nuestro alrededor no nos deja más que pesares,dichoso el sabio que se envuelve en su manto, se abandona en su esquifey se aleja sin volver los ojos a la orilla. Pero carezco de este difícilvalor.

Yo mismo me extraño de las vacilaciones de mi corazón y de la ciegafacilidad con que acoge diariamente nuevas quimeras.

Todo lo que tieneuna apariencia de novedad le seduce, porque sabe que su estado actual esel peor y siempre saldrá ganando con el cambio. Quiere emocionesdesiguales y diferentes, una manera de ser diversa y fortuita, porque haobservado que el azar le daba mejor resultado que la previsión. Noobstante, es tal su inquietud, que en medio de las agitaciones quebusca, desea aún el reposo, únicamente, quizá, porque el reposo es unacosa distinta de lo que él experimenta diariamente, pero no tarda enfatigarse del mismo reposo. No ve la dicha más que lejos de él, y, desdeque cree haberla visto en alguna parte, rompe, para alcanzarla, losnudos que le atan al lugar donde se encuentra;

¡dichoso si pudieraromperlos todos! ¿Qué ocurre mientras tanto? Antes de haber recorrido lamitad del camino que nos conduce al sitio deseado, el prestigio cesa yel fantasma se desvanece, burlándose de nuestras esperanzas. ¡Dios mepreserve de vivir mucho tiempo así!

«¡Acercarme a Eulalia!—decía yo esta mañana—, ¡sí, vivir a su lado!¡habitar donde ella habita! ¡respirar el aire que respira!»

Y, desdeentonces, todo lo que veo aquí me importuna.

30 de octubre.

El otro día, casi sin darme cuenta, me encaminé hacia Salzburgo; pero,desde que vi la fortaleza de la montaña, las flechas de las iglesias,las cúpulas de los palacios, y desde que pude enlazar la sensación queexperimentaba con todos mis recuerdos, me encontré tan poderosamentearrastrado, que por nada del mundo hubiese cambiado de dirección.Mientras tanto la noche se aproximaba y las brumas espesas y lluviosashacían aún mayor la oscuridad. No tenía necesidad, además, derecogimiento y de libertad de espíritu y no quería entrar en la ciudadhasta después de haber acostumbrado mi alma a las agitaciones que laamenazaban. Me abandoné con voluptuosidad a aquella noche larga yrigurosa en la que nada limitaba la independencia de mi pensamiento.Todos esos cuadros que el día anima y colorea, todo lo que me recuerdala vida me enoja y me contraría. Si hay en mí alguna actividad poderosa,si siento algunas veces en mí una fuerza superior a la del hombre, es enel aislamiento de la noche y en la contemplación de las tumbas.

Todaslas ideas sublimes nacen del corazón, y el corazón del hombre está hechode dolor y de sombras.

Al pasar por la aldea donde vi enterrar a Cornelia, y donde conocí almarido de Eulalia, penetré en el cementerio por las brechas del muro. Laoscuridad era profunda. Los búhos de la vieja iglesia gemían o silbabanen las cornisas. La campana, lentamente movida por el aire, producíasonidos quejumbrosos y, de pronto, no sé qué acentos lúgubres seelevaron a mi lado.

Entonces un hombre se atravesó en mi camino, ydespués, inclinando la cabeza sobre el pecho, pronunció el nombre deCornelia. Era Guillermo, y el Cielo me permitió darle algunos consuelos;porque la voz de los desgraciados llega fácilmente al corazón de losdesgraciados y se dice que los que han sufrido mucho conocen palabraspara calmar el dolor. Conversamos largo rato.

«—Si yo hubiese querido—me dijo—, es fácil dejar la vida, y los díasdel hombre pueden abandonarse como un vestido. Pero,

¿me atreveré adecírselo? era media noche; yo estaba sentado sobre esas piedras ydispuesto a romper el frágil talismán de la existencia, ocupaba miimaginación en la contemplación de los tiempos pasados, uniéndolos todosen mi pensamiento. Ya todos los acontecimientos transcurridos sesucedían en mi memoria como las reminiscencias de un sueño, pero yoaspiraba aún al porvenir, y este porvenir incierto lo llenaba con misquimeras, cuando, de pronto, una idea horrible me sobrecogió.

¡Elporvenir!—exclamé—, ¿y con qué derecho, miserable suicida, te atrevesa hacer planes sobre el porvenir? Has querido dejar de ser antes de quellegase tu hora, ¿y quién sabe si tu castigo será el no ser jamás?Encuentras una salida para librarte de los dolores de la vida, pero,¿quien sabe si te cierras las puertas de la eternidad? Cornelia, la máspura de las hijas de la tierra, te espera mientras tanto entre losjustos, y, con una alegría inefable se prepara a iniciarte en lasdelicias del cielo... Pero el que ha destruido la imagen de Dios novivirá ya más; ha sembrado la muerte y recogerá la nada.

»Después he reflexionado mucho—añadió Guillermo tras un buensilencio—, y creo que el que se da la muerte frustra las intencionesde la Divinidad; y reflexionando sobre este gran número de relacionesque enlazan al hombre con todos los objetos terrestres, yo le heconsiderado como el centro de una multitud de armonías que nacen yperecen con él, de modo que no puede caer sin arrastrar toda unacreación en su caída, y el último suspiro que exhala lleva el luto atoda la naturaleza.

Meditando sobre esas cosas, he reconocido que lasuprema virtud consiste en amar a sus semejantes, y la suprema sabiduríaen soportar su destino.

»Ya sé, no obstante, que la razón del hombre es una caña que cede amuchos huracanes; yo mismo ¡ay! tengo la penosa experiencia de que esdifícil luchar con el dolor cuando no se le opone la ausencia y sobretodo la religión. Por eso he resuelto desterrarme de aquí y buscarme unatumba en otro sitio. Cerca de Donnawert hay un antiguo monasterio, cuyosmuros baña el Danubio, y al cual se llega después de atravesar un bosquede abetos de un aspecto triste y formidable. Aquel lugar está lleno demisterios y de solemnidad; y el alma se abandona a sentimientos de unorden tan sublime que, según se dice, hace olvidar, por un privilegiomilagroso, todas las antiguas emociones de la vida. Ese monasterio serámi asilo.»

El día nos sorprendió en esta conversación. El sol se levantaba pordetrás de la torre de la iglesia y la coronaba con sus rayos como unapálida aureola; el aire estaba cargado de vapores húmedos y, a través dela niebla que nos envolvía, se nos hubiera podido tomar por sombras queerraban entre las sepulturas.

Comprendí que era la hora de separarnos,besé tiernamente a Guillermo y abandoné el cementerio. Pero, al entraren Salzburgo—yo no sé qué presentimiento espantoso...—mi corazón se haoprimido, mi mirada se ha oscurecido y el sentimiento de la vida me haabandonado.

CONCLUSIÓN

Aquí acaba el diario de Carlos Munster. Parece que hubo de experimentaragitaciones tan violentas, que ni siquiera pudo darse cuenta de ellas;después no encontramos más que notas de poca importancia sobre susrelaciones con Guillermo, hasta la partida de aquél para el convento deDonnawert. Lo que vamos a transcribir aparece escrito por otra mano enel original.

Desde hacía algún tiempo la melancolía del señor Spronck aumentabacontinuamente; había oído hablar de Carlos Munster antes de la boda; lecreía muerto cuando se casó con Eulalia, y al saber su regreso,presintió todo lo que los infortunados amantes tendrían que sufrir. Elacontecimiento que le representó de una manera tan viva la pérdida quealgunos años antes experimentara, fue el golpe de gracia para sudolorido corazón, y, perseguido por sus propios dolores y por los quecausaba a los demás, su carácter contrajo algo de siniestro y deespantoso. Los cuidados de Eulalia contribuían a aumentar sus dolores, ycuando la joven se aproximaba a su marido con una mirada llena deternura y de dulzura, él volvía tristemente la cabeza y la rechazabagimiendo. Por aquel entonces la casualidad le hizo saber que Carlos, alque se había creído muy lejos, había vuelto a Salzburgo después de pasaralgunas semanas en su aldea natal.

Esta noticia pareció al principioconsolarle mucho, pero la misma noche su estado empeoró, de tal modo,que se temía verle expirar a cada instante. Carlos, a quien una cartadel desgraciado marido de Eulalia había enviado a llamar, acudiópresuroso. El señor Spronck estaba tendido, sin conocimiento y casi sinvida.

Eulalia, arrodillada ante su lecho, bañaba las manos del moribundocon sus lágrimas, y una lámpara, a punto de apagarse, arrojaba una tenueclaridad sobre aquella escena de dolor. Al ruido que hizo la puerta alabrirse, el moribundo hizo un movimiento; con la vista fija y lafisonomía inmóvil, estaba en la situación de un hombre que despierta deuna pesadilla y trata de reconciliar sus sentidos con los objetos que lerodean.

Finalmente, pareció que la luz se hacía en su cerebro ypronunció con voz fuerte y clara el nombre de Carlos Munster. Esteestaba a algunos pasos de distancia, y al verle Spronck, le saludó conuna sonrisa tan tierna y tan paternal, que Carlos se dejó caer derodillas ante él. Entonces el señor Spronck impuso sus manos sobre suesposa y sobre su amigo; y después de haber reunido todas las fuerzas desu alma, les describió con acento conmovedor las adversidades que habíanenvenenado su juventud, el dolor de las pruebas a que había sidosometido y, sobre todo, el encarnizamiento de la funesta fatalidad queles había envuelto a ellos en su propio destino. Les pidió perdón por elmal involuntario que les había causado, les habló de su próximo fin, y,enlazándoles con sus brazos, acabó así: «Sed felices ahora que mimiserable vida no puede ser un obstáculo; sed felices ahora que voy adevolver a la tierra este corazón destrozado por la desesperación; sedfelices y no tengáis remordimiento por los días que quizás aún la suerteme habría reservado, porque yo no podía esperar nada más agradable queesto que me es permitido legaros: un porvenir sin alarmas que podráresarciros de las penas que os haya causado.

Permitiendo que mi muertehaya sido un beneficio para los que yo amo, el Cielo había colocado enmi muerte la única alegría que yo podía gozar aquí abajo. El meperdonará, sin duda, el haber apresurado la hora y no me condenará, comolos hombres.

Amaos, al menos, y perdonadme.

Después de estas palabras, su pecho se levantó con gran esfuerzo, sucuerpo se estremeció y la voz expiró en sus labios.

Eulalia huyó de lahabitación lanzando gritos espantosos, y Carlos perdió el conocimiento.Cuando algún tiempo después volvió en sí, la lámpara ya no brillaba y nole quedaban, de lo que había pasado, más que ideas vagas e inciertas,como las ilusiones de la noche. Extendió los brazos a tientas y tropezócon un cuerpo inmóvil y frío. Los hombres que habían acudido paraconducir aquellos despojos a la tumba, le trasladaron a Salzburgo.

Las profundas impresiones que había recibido no eran de naturaleza quepudiesen borrarse prontamente. Pasó un mes antes de que su espíritu sehubiese repuesto de aquellas emociones violentas. Entonces recibió unacarta de Eulalia; a la sola presencia de aquella escritura tan querida,cambió de aspecto y de color; sus mejillas se inflamaron, toda su vidapareció asomar a sus ojos, y en la inquietud que le agitaba se hubierapodido ver que su espíritu estaba fluctuando entre el temor de saber susuerte y el tormento de ignorarla. Poco a poco recobró la calma y latranquilidad. Se había resignado a todo. Eulalia le declaraba, como élesperaba, que no podía concebir sin horror la idea de un nuevo enlacedespués de la muerte voluntaria de su primer marido; que estaba segurade que él tampoco querría una dicha que había costado tan cara, si esque podía llamarse dichosa una unión que dependiese de tal causa; queaprovecharse del generoso atentado del señor Spronck era hacerse casiautor de él y atraerse el castigo; que era conveniente, al contrario,dedicar la vida a expiarlo y colocarse como justos holocaustos entre lacólera de Dios y esa sombra abnegada que se había entregado a sucastigo. Acababa diciendo que cuando recibiese aquella carta, ella yaestaría separada del mundo por una barrera que no es posible franquearcuando se ha cerrado tras de sí y que iba a entrar en la vida religiosa.Carlos leyó muchas veces la carta con la misma resignación. Después ladobló, imprimió un ardiente beso sobre ella y la colocó sobre sucorazón, al lado de una cinta que había pertenecido a Eulalia.

Enseguida escribió a Guillermo comunicándole su proyecto de retirarse almonasterio de Donnawert; después distribuyó su patrimonio entre algunasfamilias pobres de Salzburgo, porque él ya no tenía a nadie.

Emprendió el viaje en uno de los primeros días de enero.

Cuando hubollegado cerca del convento de Eulalia, a una legua de la ciudad, sesentó ante los muros del claustro y allí permaneció muchas horas, perono vio ni oyó nada. Algunos conocidos suyos pasaron por delante de él,sin que él los viera.

Llevaba la cabeza despeinada, la barba larga, sucolor era lívido y su mirada extraviada; a pesar del rigor de laestación, sólo le cubría una especie de túnica grosera, pujada por elviento, caía en torbellinos sobre su cabeza y un aquilón helado silbabaentre los pliegues de su ropa. Finalmente, cuando el sol declinaba, selevantó de su asiento, y se alejó con paso precipitado. El cielo sehabía aclarado mucho, la luna se levantó sin nubes, la noche eratranquila.

Pocos días después, la temperatura volvió a cambiar y la lluvia cayó denuevo; las nieves y los hielos fundidos descendieron de las montañas yaumentaron el curso de los ríos. Todos los trabajos quedaronsuspendidos, todos los caminos desiertos. No obstante, por aquella épocase vio a Carlos en una aldea bastante próxima a Donnawert. Su rostroestaba cubierto en parte por su cabellera, sus pies, desnudos, y suropa caía en pedazos sobre su cuerpo. Tuvo ocasión de hablar conalguien; su voz, sus gestos, su mirada denotaban una profunda alienaciónmental. Es probable que la soledad hubiese dejado mayor actividad aldolor, y que su razón, mal curada de las fuertes pruebas a que habíasido sometida, hubiese acabado por ceder. Se añade que algunas almascompasivas se habían esforzado en retenerle haciéndole observar que loscaminos estaban impracticables y que era peligroso continuar el via