El Manuscrito de Mi Madre Aumentado con los Comentarios, Prólogo y Epílogo by Alphonse de Lamartine - HTML preview

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Como las aristas se dispersan por el aire.—Así se han dispersado losseres de mi hogar querido.—Hasta las golondrinas dejan de fabricar elnido cabe las cornisas del tejado.—Y sube por puertas y ventanas, lahiedra trepadora.—Como queriendo cubrir de luto aquella mansiónquerida.

Tengo un presentimiento que me hace sufrir horriblemente.—

Undesconocido no tardará en llegar al pueblo, y a fuerza de oro, seposesionará de todo cuanto alberga la sombra de mis padres.—Donde estánmis recuerdos más santos, mis afecciones más íntimas.—Entonces, hastalos pajarillos huirán espantados ante la figura de seres extraños...¡Dios mío!... ahuyenta de mí semejantes ideas...

*

* *

Ruego a mis hermanos y sobrinos que me perdonen si he insertado losversos anteriores en el presente diario.

Yo entiendo que unos y otros no están en disonancia, puesto que son dosfrutos de la misma savia.

Continuemos el manuscrito de mi madre.

XXIV

16 de junio de 1801.

Ayer he ido a Saint-Point, y estoy muy fatigada, a pesar de haber hechoel viaje mitad a pie y mitad a caballo sobre un asno.

Los caminos estánimpracticables, y a no ser por el borriquillo, no me hubiera determinadoa hacer este viaje, que ha sido, sin embargo, muy agradable, pues hemospaseado mucho. He acompañado a mis hijas a la iglesia y he pedido a Diosque las haga felices. También le he dado gracias por habernos concedidoaquellas fincas, con las cuales ni mi marido ni yo contábamos. Dalástima ver los edificios: el castillo está casi arruinado, las paredesinteriores están desnudas, y los adornos, los escudos y las chimeneas,destrozados a fuerza de martillazos.

Durante los días de saqueo del año 1789, unos aldeanos, venidos de otrosdepartamentos lejanos, todo lo destrozaron; particularmente los escudosheráldicos, aparecen hechos trizas.

Nada puede lisonjear nuestro amorpropio. Yo me alegro de ello, porque algunas veces este amor propio lohe tenido con exageración. Todo me sonríe, el país, los parientes, losamigos, los vecinos, que vivían a mi puerta y me saludaban con unjubileo tal, como si hubiese llegado la Providencia. Soy muy feliz, yesto me causa espanto, porque en este mundo lo bueno dura poco. Esindispensable que me mortifique con las buenas obras, y que no me dejearrastrar sino por el reconocimiento hacia el divino Dispensador.

XXV

17 de junio de 1801.

La señorita de Lamartine, mi buena cuñada, a quien adoro en el alma, nosha convidado hoy a comer en su castillo de Monceau. Este castillo espropiedad de mi cuñada y del hermano mayor de mi marido, que es el jefede la familia. Los dos permanecen solteros.

M. de Lamartine era el que debía posesionarse de la inmensa fortuna demi familia: estaba enamorado de la señorita de Saint-Huruge, pero nosiendo ésta suficientemente rica, el matrimonio no se llevó a cabo, y élha preferido el celibato a casarse con otra mujer.

La señorita de Saint-Huruge es hoy demasiado vieja, y no piensa ya encasamientos: es hermana del célebre Saint-Huruge, aquel gran tribuno delos demagogos, que se hizo famoso en las revueltas de París. Fue un buenhombre que se entregó con entusiasmo a la causa de la Revolución. Ellaes buena, piadosa y simpática. Mi cuñado y ella se veían en Mâcón en lasreuniones de familia, y aun se conservan en amistad sincera y constante.Mi cuñado es un hombre de mucho mérito; puede decirse que es un sabio,porque escribe con talento, posee grandes conocimientos científicos, yes consultado por los principales políticos del departamento.

La nobleza intentó nombrarlo diputado en los Estados generales, pero sudelicada salud le impidió aceptar. Los republicanos también deseaban quefuese miembro de la Convención, pero tampoco aceptó.

Cuando salió de la prisión, donde estuvo algún tiempo encerrado por lasideas moderadas, volvió a sus posesiones del castillo de Monceau enunión de su hermana, bella criatura que se ha dedicado a cuidar a suhermano: parece que ha nacido para hacer la dicha de un esposo. Según sedice, esta joven sintió antes de la Revolución ciertas inclinaciones quefueron correspondidas por M. de Marigny, vecino y pariente próximo, buensujeto, poeta, músico distinguido, que hubo de emigrar el año 1791. Susbienes fueron vendidos en pública subasta, y murió el año 1799 en unhospital de Mâcón. Después de su muerte, la señorita de Lamartine noquiere ni oír hablar de matrimonio. Parece que una dulce tristeza invadesu ser y da a su fisonomía cierta gravedad.

Sus bienes de fortuna, que son bastante importantes, los ha tenidounidos a los de su hermano, empleándolos en buenas obras. La oración, lacaridad y el gobierno de la casa son sus ocupaciones. Hace el bien porhacerlo, sencillamente; no hay en sus actos ni un átomo de egoísmo: esuna santa mujer: es religiosa sin ser fanática ni supersticiosa. Pasamosel día juntas, me quiere y la quiero mucho.

XXVI

19 de junio de 1801.

Todo el día de hoy he estado reflexionando sobre lo peligroso de laslecturas fútiles. Estoy en la creencia de que si me privo de ellas, seráun sacrificio para mí ciertamente, pero evitaré un peligro. He notadoque cuando estoy distraída con estas frívolas lecturas, las útiles yserias me disgustan y cansan al momento.

Decididamente, si he deadquirir capacidad para educar a mis hijos, me conviene adquirirla y laadquiriré en los libros serios; a ellos me inclino, pues, desde hoy.

Ayer, día 18, he recibido carta de mi madre, en la que me dice que hallegado de Alemania, sin indicarme dónde se encuentra.

Yo creo, sinembargo, que estará con la señorita de Orleans, ocupada en el arreglodel matrimonio de esta princesa. ¡Quiera Dios que sean felices!...

*

* *

Para mejor comprensión del anterior capítulo, conviene hacer saber queMme. de Roys (mi abuela), estaba de sub-aya en casa de los duques deOrleans antes de que Mme. de Genlis fuese aya de los infantes.

Muerto el duque de Orleans, o mejor dicho, ejecutado Felipe Igualdad, lafamilia de éste huyó de Francia, y Mme. de Roys se consagró con el mayorcariño a la viuda duquesa de Orleans, hija del duque de Penthievre.Largo tiempo vivió esta desgraciada familia en España.

La duquesa tuvo alguna sospecha de Mme. de Genlis, y la despidió de suservicio, encargando al mismo tiempo a Mme. de Roys fuese a un conventode Suiza en busca de la señorita de Orleans, donde se encontrabarecogida.

Esta princesa, conocida después por el nombre de madame Adelaida, eramuy joven, hermosa y excelente de corazón.

Durante el reinado de suhermano Luis-Felipe, dícese que ejerció gran influencia política.

Creyó mi madre que se trataba de casar a esta princesa desde el momentoque la separaban del convento. Pero no era este el motivo. Tratábaseúnicamente de separar a la joven de la influencia directa de madame deGenlis y de la acción política del partido orleanista.

La duquesa viuda de Felipe Igualdad jamás quiso asociarse a los manejosrevolucionarios de los partidarios de su marido, así como tampoco a lasintrigas dinásticas que se desarrollaban en este partido, capitaneadopor Dumouriez, hacia donde madame de Genlis conducía poco a poco a sudiscípula. ¡Lástima grande que las intenciones de madame de Genlishubiesen triunfado! La virtud y la hermosura hubiéranse mezcladohorriblemente con las intrigas palaciegas.

La corte española honró en la viuda de Igualdad a la víctima de laRevolución y de los desaciertos de su marido.

XXVII

3 de julio de 1801.

Ayer quedamos definitivamente instalados aquí, en Saint-Point. El día lohe pasado arreglando mi pequeño ajuar. Estoy muy cansada. A la caída dela tarde he ido a la iglesia que está lindante con nuestro jardín, y hedado gracias a Dios. Para ir al templo, hay que atravesar el cementerio.He visto en él una fosa abierta, que me ha hecho pensar mucho en loefímero de nuestra existencia. Mientras yo estaba contemplando la fosase ha verificado el entierro. He presenciado una escena por demásconmovedora.

La hija del hombre muerto, linda joven de unos dieciséis años, se hadesmayado al ver caer la primera porción de tierra sobre el ataúd queencerraba el cadáver de su padre. Yo la he auxiliado con un frasquito desales y ha vuelto en sí; después me la he llevado a mi casa, donde se hareanimado un poco después de haber tomado unos bizcochos y algo de vino.Lo que más le ha consolado ha sido el ver que yo lloraba también, y quemis hijos, al verme llorar a mí, lloraban igualmente. Aquel padre hasido llorado por quien ni de nombre le conocía, mientras su hijabalbuceaba algunas palabras que partían el corazón. ¡Pobre hija!

Las gentes del campo se admiran cuando ven que comparten con ellos lossufrimientos personas que por su posición ellos creen de naturalezadiferente.

Ya era de noche cuando acompañamos a la joven hasta su casa. En lapuerta estaban sus hermanitos, que al verla le preguntaban si su padrevolvería más tarde. ¡Inocentes criaturas!...

Este suceso ha hecho que mis hijas comprendan lo que son estas eternasseparaciones de familia que la muerte produce, y que ellas habrán desufrir tarde o temprano. A los niños no se les debe ocultar estastristes escenas de la vida. Antes por el contrario, hay que hacer porque las vean. ¿Aprender a sufrir no es, pues, aprender a vivir?

XXVIII

3 de julio de 1801.

Hoy he subido a los altos del castillo con el objeto de hacer una visitaa una anciana soltera de ochenta años, que vive gracias a una cortapensión que le han dejado y a haberle cedido, sin pagar retribuciónalguna, una pequeña habitación bajo el tejado del edificio. Vive encompañía únicamente de una gallina dócil como un perro. Esta viejecitase llama la señorita Felicidad. Sus cabellos blancos como el copo de surueca y su blanca sonrisa, indican que debió ser en otro tiempo unamujer hermosa. A pesar de las incomodidades que su estancia en elcastillo nos pudiera causar, he podido con seguir de mi esposo quecontinúe en su vivienda, porque son muy peligrosos los traslados de lasplantas cuando llegan a ser viejas. A cierta edad, una habitación es unmundo, y el objeto más insignificante es un recuerdo querido que llega aformar parte de nuestro mismo ser. He encargado a Juanita, la esposa denuestro mayordomo, que la visite y la sirva siempre que se le ofrezca.Esta mujer, que ha servido muchos años en el castillo, sabe todas lashistorias referentes a él; es muy agradable saber quiénes han vivido yocupado nuestra casa antes que nosotros.

Algún día, seguramente se hablará de mí como hoy se habla de otros.¡Acaso este día no está lejano!

Después de comer, o sea a la una de la tarde, me pongo a leer y coser, ydespués doy lectura al Evangelio meditado, teniendo a mis criados poroyentes. Ya anochecido, voy a la iglesia; la oscuridad parece que ayudaal recogimiento y a la piedad. De esta manera paso la vida mientras mimarido se halla ausente.

Mis hijas y yo iremos pronto a tomar el fresco por las orillas delbosque. Esta vida es demasiado dulce y ahuyenta los dolores físicos ymorales. ¡Dios mío! os doy las gracias, pero yo no soy merecedora detanta felicidad.

¡Que las inquietudes de mi espíritu no me impidan reconocer los inmensosbeneficios que de Vos recibo!

Cuando era niña creía que no era posible la vida fuera de la corte, delPalacio Real o de los jardines de Saint-Cloud que habitábamos con mifamilia; pero, actualmente, pido a Dios que me agraden siempre loslugares que su voluntad designe.

Siempre que comparo la casadestrozada, pero sana y bien orientada, situada en un valle ameno comolos de Suiza, donde pasé los primeros años de mi casamiento, con esascasas ennegrecidas por el humo, con esas chozas cubiertas de heno yretama, siempre que veo esas mujeres más laboriosas y más resignadas queyo, a pesar de carecer de pan y abrigo para ellas y para sus hijos, meconsidero demasiado favorecida y privilegiada por la bondad de Dios.

XXIX

9 de julio.

Me encuentro triste y abatida, y no sé a qué atribuir esta situación.Acaso es producida por la ausencia de mi marido. En este miserablemundo, la cosa más insignificante hace cambiar la felicidad; nuestroscuerpos son en extremo impresionables...

Me he vestido de negro: parece que así me encuentro mejor y, sinembargo, no creo que pueda resistir muchos días esta excitación deespíritu.

He leído un libro de madame de Genlis y me ha causado su lectura unaimpresión de alegría y satisfacción como jamás hubiera creído. Hay eneste libro muchos y buenos consejos que aprovecharé para mis hijos. Esmuy peligroso dejarse dominar por las impresiones de los otros. Yo habíajuzgado mal y sin conocer la obra ni a su autor; pero confieso que meequivoqué y me arrepiento de ello.

XXX

10 de julio.

Ayer me dijeron que una pobre mujer carecía de pan y que tenía muchoshijos que alimentar. En seguida me fui a visitarla, pero había muchaspersonas en la casa y no me atreví a socorrerla por temor a que secreyera que ejercía la caridad con ostentación. Volví a casa con laintención de mandarle alguna cosa; se hizo tarde, y no me atreví amandar a los criados. ¡Acaso la pobre mujer habrá pasado la noche sinalimentarse ni alimentar a sus hijos! Confieso que he obrado mal, y alamanecer, he corrido a casa de la pobre mujer y la he socorrido. Nadiedebe avergonzarse de hacer el bien, cuando en el mundo se hace tantomal. He resuelto no caer jamás en esta debilidad.

XXXI

14 de julio.

Este día lo he pasado muy apaciblemente. ¡Quiera Dios que lo hayanpasado así todas las personas que conozco!

Continuamente pienso en mi marido: hoy debe estar con mi hijo Alfonso enLyón. ¡Cuánto me gustaría estar con ellos!

Seguramente que lo habrá sacado del colegio.

Por la mañana, he recibido carta de mi madre, que continúa en Alemania ysigue bien: esto me ha causado una alegría inmensa.

Esta mañana he leído en un libro de Mme. de Genlis: en él se hace unadescripción de la vida de los frailes de la Trapa, que me haimpresionado mucho. También me ha sorprendido el leer que estos hombresno encuentran en este mundo, donde viven en las mayores privaciones, unsolo punto de desgracia, y ven con gusto aproximarse la muerte. Esto meacaba de convencer de que la felicidad no se encuentra en los mundanalesplaceres, y sí en el cumplimiento del deber, por penoso que éste sea.Cuando se ha empleado el tiempo en terminar un trabajo cualquiera, seencuentra uno contento, y dentro de las leyes de actividad impuestaspor Dios mismo.

El que esté bien convencido de esta verdad, y se deje sin resistenciaconducir tranquilamente por las circunstancias y por las personas quetienen derecho a gobernarnos, será más feliz, como yo lo soy desde queme he amoldado a esta manera de ser.

En algún tiempo tuve yo la pretensión de subordinar todo a mi únicavoluntad, y siempre estaba inquieta: después he reconocido que si misdeseos se hubiesen cumplido, casi siempre eran en perjuicio mío. Hoyvivo completamente entregada a la infinita y soberana sabiduría, y mesiento mejor física y moralmente.

¡Bendito sea Dios! El es el únicosabio. El únicamente debe gobernar el mundo.

XXXII

19 de julio.

Ha llegado mi marido, y hemos salido con nuestros hijos a dar un paseopor las altas montañas, que parece como si crecieran impulsadas por lapoderosa mano de Dios; están pobladas de hayas, abetos y retama, cuyasamarillentas flores aseméjanse a láminas doradas sobre un fondo verde:de trecho en trecho hay grandes matorrales entre hierbas, sobre los quese distinguen algunos carneros; a cada momento se encuentran lindascascadas que se desprenden de lo alto de las rocas y serpentean susaguas por entre las hojas y los abetos más verdes que los otros por lacontinua humedad que reciben. Este grandioso espectáculo expresa elsentimiento y la grandeza del Creador. Nuestra alma es un espejoviviente donde se reflejan todas estas bellezas, y en cuyo centro estáDios siempre que no permítimos colocar nubes ni sombras sobre laNaturaleza y el espejo.

Desde lo más alto de la montaña pudimos ver el Mont-Blanc y lacordillera de los Alpes cubierta por la nieve: mi marido camina a pie encompañía del guarda, y detrás de nosotros mis hijas, montadas en asnosque unos muchachos conducen del diestro. El dueño de los asnos, nuestroantiguo mayordomo, dirige la expedición. Hemos necesitado más de treshoras para llegar a la cima más alta; yo me había figura que subiríamosen media hora, pero las distancias nos engañan como el tiempo en lavida: aunque el engaño es a la inversa: en la existencia, se nos figurael tiempo largo, y es corto: creemos cortas las distancias y resultanlargas.

Todo el día lo hemos pasado corriendo con los niños y sentándonos sobrela hierba. El panorama que se desarrolla a nuestra vista es magnífico:las colinas del Mâconnais, blanqueadas por pueblecitos, desde los cualesllegaba hasta nosotros el sonido lanzado desde sus campanarios. Laspraderas interminables del Bresse, parecidas a las de Holanda, que yoconocía por las vistas de ellas que mi hermano me mandaba cuando estuvoen aquel país de secretario de la embajada; y allá a lo lejos elMont-Blanc, que cambia de aspecto según reciben sus nieves los rayos delsol: blanco, violado, negruzco; imitando a un hierro que se colora derojo o se ennegrece al fuego de la fragua y según las operaciones queel obrero realiza con él.

Hemos tendido sobre la hierba nuestros manteles, y comido juntos, lospastores, nuestros criados y nosotros. Terminada la comida, hemos vueltoa montar en nuestros borriquillos y empezado el descenso de la montañapor diferente camino del que habíamos ascendido, el cual está rodeado deavellanos campestres.

La algazara de los niños, el ruido que hacen las cabalgaduras al caminarpor entre los guijarros de la sierra, el canto de los mirlos, lasdetonaciones que producen los escopetazos que mi marido y el guardatiran a las perdices, forman, en conjunto, un ruido semejante al de unacaravana a la llegada al oasis. Los pastorcillos debieron tener miedo alsentir aquel ruido, porque al llegar a un pequeño claro que forman losárboles en la falda del monte, encontramos una pequeña manada decorderos y cabras sin pastor y bajo la única vigilancia de dos grandesperros negros, que, al vernos, ladraban con fuerza.

Algo más lejos, observamos las cenizas humeantes de una hoguera entredos grandes piedras. Junto al fuego había unos zuecos de madera. Desdeluego comprendimos que los partorcillos guardianes de los corderosdebían de estar cerca de nosotros, y que al ruido de las voces y de lostiros se habrían escondido entre las matas cercanas sin tiempo pararecoger el calzado. Tuve entonces una idea que fue muy del agrado de misniños. Junto a las cenizas de la hoguera apagada, nos detuvimos unmomento, y mi marido colocó dentro de cada uno de los zuecos docesueldos, y mis hijas un puñado de confites que habían guardado paramerendar. Hecho esto, emprendimos de nuevo la marcha, gozando en laalegría que los pequeños pastores habían de experimentar, cuando despuésde haber pasado nosotros salieran de su escondite recelosos eignorantes de lo ocurrido, y se encontraran con la sorpresa que leshabíamos preparado. Seguramente que ellos creerían que las hadas de lamontaña les habrían hecho aquel regalo, escondiéndose después entre lassombras del bosque donde ellas viven.

Habíamos caminado un buen rato, cuando oímos el eco de repetidasrisotadas y alegres exclamaciones. Eran los pastorcillos que discutíanentre el estupor que el hallazgo les hubo causado y la natural alegríaque había producido en ellos tan inesperado acontecimiento.

Como habíamos previsto, atribuyeron el hecho a las hadas del bosque,pero al contar a sus padres lo ocurrido, éstos le indicaron la verdaddel suceso, que bien pronto adivinaron; tanto es así, que al díasiguiente nos pagaron la sorpresa con otra sorpresa, pero de un modo muydelicado, según acostumbran aquellos buenos campesinos.

Cuando un criado abrió la puerta de la casa que da a un patio abierto,se encontró cuatro cestitas de junco llenas de quesos, panecillos demanteca hechos en forma de zuecos y avellanas.

Los pastorcillos quehabían dejado allí aquellos regalos, se escondieron y pudieron oírtambién nuestras exclamaciones de asombro; misterio por misterio,ofrenda por ofrenda.

Esta delicadeza de los campesinos nos encantó; no hemos sabido jamás aqué choza pertenecían los autores del anónimo presente.

Aquellos cambios de atención entre los pobres campesinos y nosotros losricos, según ellos nos llaman, son muy convenientes y ayudan a formar elcorazón de nuestros pequeñuelos, enterneciéndolo de tal suerte, que nopuedan los años y las vicisitudes de la vida endurecerlo.

XXXIII

22 de julio.

Hemos vuelto de nuevo a Milly, nuestra morada antigua.

Estoy muy lejos de la iglesia y lo siento; pero rezaré con igual fervorque en el templo, dentro de mi casa; Dios acoge la oración que se ledirige con fervor, proceda de donde quiera que sea: rezaré también en elcampo. ¡Qué hermoso templo el de la Naturaleza!

*

* *

Aquí hay muchos detalles exclusivamente domésticos que continúan el diario hasta el día 30. Después sigue de este modo: 30 de julio.

A las diez de la mañana de ayer salimos de Milly para Changrenon, dondevamos a pasar el día con los señores Rambuteau, nuestros vecinos. Elseñor Rambuteau (hijo) es un joven muy simpático, noble, distinguido, deun trato social muy fino y franco a la vez. La señorita de Rambuteau eshermosísima, y bien quisiera yo que mis hijas se le pareciesen. Estajoven es aquella célebre Madame de Mesgrigny, tan admirada por subelleza en la corte de Napoleón.

Hemos sido obsequiados en casa de estos señores, entre otras cosas, conla ejecución de algunas piezas musicales cantadas al piano con unamaestría incomparable por la señorita y su maestro: este profesor tieneuna preciosa voz de bajo y se llama Brevaí, quien no desperdicia ocasiónpara educar a su discípula; ella, en cambio, hace honor a su maestro,pero la palidez de su rostro indica que debe fatigarse demasiado en elestudio.

*

* *

A la vuelta de Changrenon me encuentro con una carta de mi hermana en lacual me da noticias de mi hijo Alfonso, muy satisfactorias por cierto.Me participa también que uno de sus arrendatarios de Vaux, a quiendurante la Revolución le había arrendado las tierras, le ha entregadocuatro mil pesos, después de haber reconocido por sí propio que lo quepagaba no era justo: además, se ha comprometido a pagarle por espacio deveinte años una asignación en frutos de la cosecha. De estos rarosejemplos de honradez y probidad debemos conservar eterno recuerdo.

¡Si todos imitáramos al arrendatario de mi hermana, cuán felicesfuéramos en el mundo!

XXXIV

31 de julio.

El día de hoy ha sido funesto para nosotros; una tempestad de granizo hadestruido nuestros viñedos. Esto es más sensible, por cuanto las cepasestán cargadas de racimos que han sido destrozados por el furiosovendaval y el granizo que despedía a su paso. Estoy muy triste; pues queademás de haber perjudicado nuestro pequeño bienestar, los pobresviñadores de la comarca quedan en la miseria. El sentimiento que enestos momentos agobia mi alma, indica que aun a pesar mío, estoyadherida a las cosas

mundanas;

creía

que

las

cosas

terrenas

me

eranindiferentes, y observo que al menor contratiempo sucumbo. ¡Oh, Diosmío! Que llegue con vuestra ayuda a comprender lo pasajero einsignificante de este mundo y lo eterno de los bienes del cielo.

XXXV

10 de agosto de 1801.