El Filibusterismo by Dr. José Rizal - HTML preview

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Leyendas

Ich weiss nicht was soll es bedeuten

Dass ich so traurig bin!

Cuando el P. Florentino saludó á la pequeñasociedad ya no reinaba el mal humor de las pasadas discusiones.Quizás influyeran en los ánimos las alegres casas delpueblo de Pasig, las copitas de Jerez que habían tomado paraprepararse ó acaso la perspectiva de un buen almuerzo; sea unacosa ú otra el caso es que reían y bromeaban incluso elfranciscano flaco, aunque sin hacer mucho ruido: sus risasparecían muecas de moribundo.

—¡Malos tiempos, malos tiempos! decía riendo elP. Sibyla.

—¡Vamos, no diga usted eso, Vice-Rector! contestaba elcanónigo Irene empujando la silla en que aquel se sentaba; enHong Kong hacen ustedes negocio redondo y construyen cada fincaque... ¡vaya!

—¡Tate, tate! contestaba; ustedes no ven nuestrosgastos, y los inquilinos de nuestras haciendas empiezan ádiscutir...

—¡Ea, basta de quejas, puñales, porquesi no mepondré á llorar! gritó alegremente el P.

Camorra.Nosotros no nos quejamos y no tenemos ni haciendas, ni bancos. ¡Ysepan que mis indios empiezan á regatear los derechos y me andancon tarifas! Miren que citarme á mí tarifas ahora, y nadamenos que del arzobispo don Basilio Sancho, ¡puñales! comosi de entonces acá no hubiesen subido los precios de losartículos. ¡Ja, ja, ja! ¿Por qué un bautizoha de ser menos que una gallina? Pero yo me hago el sueco, cobro lo quepuedo y no me quejo nunca. Nosotros no somos codiciosos,¿verdá usted, P. Salví?

En aquel momento apareció por la escotilla la cabeza deSimoun.

—Pero ¿dónde se ha metido usted? le gritódon Custodio [19]que se había olvidado ya por completo deldisgusto; ¡se perdió usted lo más bonito delviaje!

—¡Psh! contestó Simoun acabando de subir; hevisto ya tantos ríos y tantos paisajes que solo meinteresan los que recuerdan leyendas...

—Pues leyendas, algunas tiene el Pasig, contestó elCapitan que no le gustaba que le despreciasen el río por donde navegaba yganaba su vida; tiene usted la de Malapad-na-bató, rocasagrada antes de la llegada de los españoles como habitacion delos espíritus; despues, destruida la supersticion y profanada laroca, convirtiose en nido de tulisanes desde cuya cima apresabanfacilmente á las pobres bankas que tenían á la vezque luchar contra la corriente y contra los hombres. Más tarde,en nuestros tiempos, apesar del hombre que ha puesto en ella la mano,menciona tal ó cual historia de banka volcada y si yo aldoblarla no anduviese con mis seis sentidos, me estrellaríacontra sus costados. Tiene usted otra leyenda, la de la cueva dedoña Jerónima que el P. Florentino se lo podráá usted contar...

—¡Todo el mundo la sabe! observó el P. Sibyladesdeñoso.

Pero ni Simoun, ni Ben Zayb, ni el P. Irene, ni el P. Camorra lasabían y pidieron el cuento unos por guasa y otros por verdaderacuriosidad. El clérigo, adoptando el mismo tono guason con quealgunos se lo pedían, como un aya cuenta un cuento á losniños dijo:

—Pues érase un estudiante que había dado palabrade casamiento á una joven de su país, y de la que alparecer no se volvió á acordar. Ella, fiel, le estuvoesperando años y años; pasó su juventud, se hizojamona y un día tuvo noticia de que su antiguo novio eraarzobispo de Manila.

Difrazóse de hombre, se vino por el Cabo yse presentó á su Ilustrísima reclamándolela promesa.

Lo que pedía era imposible y el arzobispomandó entonces construir la cueva que ustedes habránvisto tapiada y adornada á su entrada por encajes deenredaderas. Allí vivió y murió y allífué enterrada y cuenta la tradicion que doñaJerónima era tan gruesa que para entrar tenía queperfilarse. Su fama de encantada le vino de su costumbre de arrojar alríola vajilla de plata de que se servía en los opíparosbanquetes á que acudían muchos señores. Una redestaba tendida debajo del agua y recibía las piezas queasí se lavaban. [20]No hace aun veinte años elríopasaba casi besando la entrada misma de la cueva, pero poco ápoco se va retirando de ella como se va olvidando su memoria entre losindios.

—¡Bonita leyenda! dijo Ben Zayb, voy á escribirun artículo. ¡Es sentimental!

Doña Victorina pensaba habitar otra cueva é ibaá decirlo cuando Simoun le quitó la palabra:

—Pero ¿qué opina usted de ello, P.Salví? preguntó al franciscano que estaba absortoen alguna meditacion; ¿no le parece á usted que suIlustrísima, en vez de darle una cueva, debía haberlapuesto en un beaterio, en santa Clara por ejemplo?

Movimiento de asombro en P. Sibyla quien vió al P.Salví estremecerse y mirar de reojo hácia Simoun.

—Porque no es nada galante, continuó Simoun con lamayor naturalidad, dar una peña por morada á la queburlamos en sus esperanzas; no es nada religioso esponerla asíá las tentaciones, en una cueva, á orillas de unrío; huele algo á ninfas y ádriadas. Habría sido más galante, más piadoso,más romántico más en conformidad con los usos deeste país encerrarla en santa Clara como una nueva Heloisa, paravisitarla y confortarla de cuando en cuando. ¿Qué diceusted?

—Yo no puedo ni debo juzgar la conducta de los arzobispos,contestó el franciscano de mala gana.

—Pero usted que es el gobernador eclesiástico, el queestá en lugar de nuestro arzobispo,

¿quéharía usted si tal caso le aconteciese?

El P. Salví se encogió de hombros, yañadió con calma:

—No vale la pena pensar en lo que no puede suceder... Pero puesto que sehabla de leyendas, no se olviden ustedes de la más bella por serla más verdadera, la del milagro de S. Nicolas, las ruinas decuyo templo habrán ustedes visto. Se la voy á contar alseñor Simoun que no debe saberla. Parece que antes, elríocomo el lago, estaban infestados de caimanes, tan enormes y voraces queatacaban á las bankas y las hacían zozobrar de uncoletazo. Cuentan nuestras crónicas que un día, un chinoinfiel que hasta entonces no había querido convertirse, pasabapor delante de la iglesia, cuando de repente el demonio se lepresentó en forma de caiman, le volcó la banka paradevorarle y llevarle al infierno. Inspirado por Dios, el chinoinvocó en el momento á S.

Nicolás y al instante elcaiman [21]se convirtió en piedra. Los antiguosrefieren que en su tiempo se podía reconocer muy bien almonstruo en los trozos de roca que de él quedaron; por mípuedo asegurar que todavía distinguí claramente la cabezay á juzgar por ella el monstruo debió haber sidoenorme.

—¡Maravillosa, maravillosa leyenda! exclamó BenZayb, y se presta para un artículo. La descripcion del monstruo,el terror del chino, las aguas del río, los cañaverales... Y sepresta para un estudio de religiones comparadas. Porque mire usted, unchino infiel invocar en medio del mayor peligro precisamente áun santo que solo debía conocer de oidas y en quien nocreía... Aquí no reza el refran de másvale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Yo si me encontraseen la China y me viese en semejante apuro, primero invocaba al santomás desconocido del calendario que á Confucio óá Budha. Si esto es superioridad manifiesta del catoliscismoó inconsistencia ilógica é inconsecuente de loscerebros de raza amarilla, el estudio profundo de laantropología lo podrá solamente dilucidar.

Y Ben Zayb había adoptado el tono de un catedrático ycon el índice trazaba círculos en el aireadmirándose de su imaginacion que sabía sacar de lascosas más insignificantes tantas alusiones y consecuencias. Ycomo viera á Simoun preocupado y creyese que meditaba sobre loque acababa de decir, le preguntó en qué estabapensando.

—En dos cosas muy importantes, respondió Simoun, dospreguntas que puede usted añadir á su artículo.Primera ¿qué habrá sido del diablo al verse derepente encerrado dentro de una piedra?

¿se escapó?¿se quedó allí? ¿quedóse aplastado?y segunda, ¿si los animales petrificados que he visto yo envarios museos de Europa no habrán sido víctimas de algunsanto antidiluviano?

El tono con que hablaba el joyero era tan serio, y apoyaba su frentecontra la punta del dedo índice como en señal de grancavilacion, que el P. Camorra contestó muy serio:

—¡Quién sabe, quién sabe!

—Y pues que de leyendas se trata, y entramos ahora en el lago,repuso el P. Sibyla, el Capitan debe conocer muchas...

En aquel momento el vapor entraba en la barra y el panorama que seestendía ante sus ojos era verdaderamente magnífico.Todos se sintieron impresionados. Delante se estendía el[22]hermoso lago rodeado de verdes orillas ymontañas azules como un espejo colosal con marco de esmeraldas y afiros para mirarse en su luna el cielo la derecha seestend a la orilla baja, formando senos con graciosas curvas, yallá á lo lejos, medio borrado, el gancho del ug ay: delante y en el fondo se levanta el Makiling magestuoso,imponente, coronado de ligeras nubes: y á la izquierda la islade Talim, el Susong-dalaga, con las mórbidas ondulaciones que lehan valido su nombre.

Una brisa fresca rizaba dulcemente la estensa superficie.

—A propósito, Capitan, dijo Ben Zaybvolviéndose; ¿sabe usted en qué parte del lagofué muerto un tal Guevara, Navarra, ó Ibarra?

Todos miraron al Capitan menos Simoun que volvió la cabezaá otra parte como para buscar algo en la orilla.

—¡Ay sí! dijo doña Victorina,¿dónde, Capitan? ¿habrá dejado huellas enel agua?

El buen señor guiñó varias veces, prueba de queestaba muy contrariado, pero, viendo la súplica en los ojos detodos, se adelantó algunos pasos á proa yescudriñó la orilla.

—Miren ustedes allá, dijo en voz apenas perceptibledespues de asegurarse de que no había personas estrañas;segun el cabo que organizó la persecucion, Ibarra, al versecercado, se arrojó de la banka allí cerca del Kinabutásan y, nadando y nadando entre dos aguas,atravesó toda esa distancia de más de dos millas,saludado por las balas cada vez que sacaba la cabeza para respirar.Más allá fué donde perdieron su traza y un pocomás lejos, cerca de la orilla, descubrieron algo como color desangre... Y¡precisamente! hoy hace trece años, día pordía, que esto ha sucedido.

—¿De manera que su cadáver?... preguntóBen Zayb.

—Se vino á reunir con el de su padre, contestóel P. Sibyla; ¿no era tambien otro filibustero, P.Salví?

—Esos sí que son entierros baratos, P. Camorra,¿éh? dijo Ben Zayb.

—Siempre he dicho yo que son filibusteros los que no paganentierros pomposos, contestó el aludido riendo con la mayoralegría.

—Pero ¿qué le pasa á usted, señorSimoun? preguntó Ben Zayb viendo al joyero, inmóvil ymeditabundo. ¿Está usted mareado, ¡usted, viajero!y en una gota de agua como esta? [23]

—Es que le diré á usted, contestó elCapitan que había concluido por profesar cariño átodos aquellos sitios; no llame usted á esto gota de agua: esmás grande que cualquier lago de Suiza y que todos los deEspaña juntos; marinos viejos he visto yo que se marearonaquí.

[Índice]

IV

Cabesang Tales

Los que han leido la primera parte de esta historia, seacordarán tal vez de un viejo leñador que vivíaallá en el fondo de un bosque.

Tandang Selo vive todavía y aunque sus cabellos se han vueltotodos canos, conserva no obstante su buena salud. Ya no va ácazar ni á cortar árboles; como ha mejorado de fortunasolo se dedica á hacer escobas.

Su hijo Tales (abreviacion de Telesforo) primero habíatrabajado como aparcero en los terrenos de un capitalista, pero,más tarde, dueño ya de dos karabaos y de algunoscentenares de pesos, quiso trabajar por su cuenta ayudado de su padre,su mujer y sus tres hijos.

Talaron pues y limpiaron unos espesos bosques que se encontraban enlos confines del pueblo y que creían no pertenecíaná nadie. Durante los trabajos de roturacion y saneamiento, todala familia, uno tras otro, enfermó de calenturas, sucumbiendo demarasmo la madre y la hija mayor, la Lucía, en la flor de laedad. Aquello que era consecuencia natural del suelo removido, fecundoen organismos varios, lo atribuyeron á la venganza delespíritu del bosque, y se resignaron y prosiguieron sus trabajoscreyéndole ya aplacado. Cuando iban á recoger los frutosde la primera cosecha, una corporacion religiosa que teníaterrenos en el pueblo vecino, reclamó la propiedad de aquelloscampos, alegando que se encontraban dentro de sus linderos, y paraprobarlo trató de plantar en el mismo momento sus jalones. Eladministrador de los religiosos, sin embargo, le dejaba por humanidadel usufructo [24]de los campos siempre que le pagase anualmente unapequeña cantidad, una bicoca veinte ó treinta pesos.

Tales, pacífico como el que más, enemigo de pleitoscomo muchos, y sumiso á los frailes como pocos, por no romper un palyok contra un kawalì como éldecía, (para él los frailes eran vasijas de hierro, yél, de barro) tuvo la debilidad de ceder á semejantepretension, pensando en que no sabía el castellano y notenía con que para pagar abogados. Por lo demás Tandang Selo ledecía:

—¡Paciencia! más has de gastar en un añopleiteando que si pagas en diez lo que exigen los Padres blancos.¡Hmh! Acaso te lo paguen ellos en misas. Haz como si esos treintapesos los hubieses perdido en el juego, ó se hubiesen caido enel agua tragándolos el caiman.

La cosecha fué buena, se vendió bien, y Talespensó en construirse una casa de tabla en el barrio de Sagpangdel pueblo de Tianì, vecino de San Diego.

Pasó otro año, vino otra cosecha buena y poréste y aquel motivo, los frailes le subieron el cánoná cincuenta pesos que Talespagó para no reñir y porque contaba vender bien suazúcar.

—¡Paciencia! Haz cuenta como si el caiman hubiesecrecido, decía consolándole el viejo Selo.

Aquel año pudieron al fin realizar su ensueño: viviren poblado, en su casa de tabla, en el barrio de Sagpang y el padre yel abuelo pensaron en dar alguna educacion á los dos hermanos,sobre todo á la niña, á Juliana óJulî como la llamaban, que prometía ser agraciada ybonita. Un muchacho amigo de la casa, Basilio, estudiaba ya entonces enManila y aquel joven era de tan humilde cuna como ellos.

Pero este sueño parecía destinado á norealizarse.

El primer cuidado que tuvo la sociedad al ver á la familiaprosperar poco á poco, fué nombrar cabeza de barangay almiembro que en ella más trabajaba; Tanò, el hijo mayorsolo contaba catorce años. Se llamó pues Cabesang Tales, tuvo que mandarse hacer chaqueta, comprarse un sombrero defieltro y prepararse á hacer gastos. Para no reñir con elcura ni con el gobierno abonaba de su bolsillo las bajas del padron,pagaba por los idos y los muertos, perdía muchas horas en lascobranzas y en los viajes á la cabecera. [25]

—¡Paciencia! Haz cuenta como si los parientes del caimanhubiesen acudido, decía Tandang Selo sonriendoplácidamente.

—¡El año que viene te vestirás de colaé irás á Manila para estudiar como lasseñoritas del pueblo! decía Cabesang Tales á suhija siempre que la oía hablar de los progresos de Basilio.

Pero el año que viene no venía y en su lugarhabía otro aumento de cánon; Cabesang Tales seponía serio y se rascaba la cabeza. El puchero de barrocedía su arroz al caldero.

Cuando el cánon ascendió á doscientos pesos,Cabesang Tales no se contentó con rascarse la cabeza nisuspirar: protestó y murmuró. El fraile administradordíjole entonces que si no los podía pagar, otro seencargaría de beneficiar aquellos terrenos. Muchos que lacodiciaban se ofrecían.

Cabesang Tales creyó que el fraile se chanceaba pero elfraile hablaba en serio y señalaba á uno de sus criadospara tomar posesion del terreno. El pobre hombre palideció, susoidos le zumbaron, una nube roja se interpuso delante de sus ojos¡y en ella vió á su mujer y á su hija,pálidas, demacradas, agonizando, víctimas de fiebresintermitentes! Y luego veía el bosque espeso, convertido encampo, veía arroyos de sudor regando los surcos, se veíaallí, á sí mismo,pobre Tales, arando en medio del sol, destrozándose lospiés contra las piedras y raices, mientras aquel lego se paseabaen su coche y aquel que lo iba á heredar, seguía como un esclavodetrás de su señor. ¡Ah no! ¡mil veces no!que se hundan antes aquellos campos en las profundidades de la tierra yque se sepulten ellos todos. ¿Quién era aquel estrangeropara tener derecho sobre sus tierras? ¿Había traido alvenir de su país un puñado solo de aquel polvo?¿se había doblado uno solo de sus dedos para arrancar unasola de las raices que los surcaban?

Exasperado ante las amenazas del fraile que pretendía hacerprevalecer su autoridad á toda costa delante de los otrosinquilinos, Cabesang Tales se rebeló, se negó ápagar un solo cuarto y teniendo siempre delante la nube roja, dijo quesolo cedería sus campos al que primero los regase con la sangrede sus venas.

El viejo Selo, al ver el rostro de su hijo, no se atrevióá mencionar su caiman pero intentó calmarlehablándole de [26]vasijas de barro y recordándole que enlos pleitos el que gana se queda sin camisa.

—¡En polvo nos hemos de convertir, padre, y sin camisahemos nacido! contestó.

Y se negó resueltamente á pagar ni á ceder unpalmo siquiera de sus tierras, si antes no probaban los frailes lalegitimidad de sus pretensiones con la exhibicion de un documentocualquiera. Y

como los frailes no lo tenían, hubo pleito, yCabesang Tales lo aceptó creyendo que, si no todos, algunos almenos amaban la justicia y respetaban las leyes.

—Sirvo y he estado sirviendo muchos años al rey con midinero y mis fatigas, decía á los que le desalentaban; yole pido ahora que me haga justicia y tiene que hacérmela.

Y arrastrado por una fatalidad y cual si jugase en el pleito todo suporvenir y el de sus hijos, fué gastando sus economias en pagarabogados, escribanos y procuradores, sin contar con los oficiales yescribientes que explotaban su ignorancia y su situacion. Iba yvenía á la cabecera, pasaba días sin comer y ynoches sin dormir, y su conversacion era toda escritos, presentaciones,apelaciones, etc. Vióse entonces una luchacomo jamás se ha visto bajo el cielo de Filipinas: la de unpobre indio, ignorante y sin amigos, fiado en su derecho y en la bondadde su causa, combatiendo contra una poderosísima corporacionante la cual la justicia doblaba el cuello, los jueces dejaban caer labalanza y rendían la espada. Combatía tenazmente como lahormiga que muerde sabiendo que va á ser aplastada, como lamosca que ve el espacio al través de un cristal. ¡Ah! lavasija de barro desafiando á los calderos y rompiéndoseen mil pedazos tenía algo de imponente: tenía lo sublimede la desesperacion. Los días que le dejaban libres los viajes,los empleaba en recorrer sus campos armado de una escopeta, diciendoque los tulisanes merodeaban y necesitaba defenderse para no caer ensus manos y perder el pleito. Y como si tratase de afinar supuntería, tiraba sobre las aves y las frutas, tiraba sobre lasmariposas con tanto tino que el lego administrador ya no seatrevió á ir á Sapgang sin acompañamientode guardias civiles, y el paniaguado que divisó de lejos laimponente estatura de Cabesang Tales recorriendo sus campos como uncentinela sobre las murallas, renunció lleno de miedo áarrebatarle su propiedad. [27]

Pero los jueces de paz y los de la cabecera no se atrevíaná darle la razon, temiendo la cesantía, escarmetados enla cabeza de uno que fué inmediatamente depuesto. Y no eranmalos por cierto aquellos jueces, eran hombres concienzudos, morales,buenos ciudadanos, excelentes padres de familia, buenos hijos... y sabían considerar lasituacion del pobre Tales mejor de lo que el mismo Tales podía.Muchos de ellos conocían los fundamentos científicosé históricos de la propiedad, sabían que losfrailes por sus estatutos no podían tener propiedades, perotambien sabían que venir de muy lejos, atravesar los mares conun destino ganado á duras penas, correr ádesempeñarlo con la mejor intencion y perderlo porque áun indio se le antoje que la justicia se ha de hacer en la tierra comoen el cielo, ¡vamos, que tambien es ocurrencia! Ellostenían sus familias y con más necesidades seguramente quela familia de aquel indio: el uno tenía una madre que pensionary ¿qué cosa hay más sagrada que alimentar áuna madre? el otro tenía hermanas todas casaderas, el demás allá numerosos hijos pequeñitos que esperan elpan como pajaritos en el nido y se morirían de seguro eldía en que su destino le faltase; y el que menos, el que menostenía allá lejos, muy lejos, una mujer que si no recibela pension mensual puede verse en apuros... Y todos aquellos jueces,hombres de conciencia los más y de la más sana moralidadcreían hacer todo lo que podían aconsejando latransaccion, que Cabesang Tales pagase el cánon exigido. PeroTales como todas las conciencias sencillas, una vez que veía lojusto, á ello iba derecho. Pedía pruebas, documentos,papeles, títulos, y los frailes no tenían ninguno y solose fundaban en las complacencias pasadas.

Pero Cabesang Tales replicaba:

—Si yo todos los días doy limosna á un pobre porevitar que me moleste ¿quién me obligará ámí despues que le siga dando si abusa de mi bondad?

Y de allí nadie le podía sacar y no habíaamenazas capaces de intimidarle. En vano el Gobernador M——hizo un viaje expresamente para hablarle y meterle miedo; élá todo respondía:

—Podeis hacer lo que querais, señor Gobernador, yo soyun ignorante y no tengo fuerzas. Pero he cultivado esos campos, mimujer y mi hija han muerto ayudándome á limpiarlos y nolos he de ceder sino á aquel que pueda hacer por ellosmás de [28]lo que he hecho yo. ¡Que los riegue primerocon su sangre y que entierre en ellos á su esposa y á suhija!

Resultas de esta terquedad los honrados jueces daban la razoná los frailes y todos se le reían diciendo que con larazon no se ganan los pleitos. Pero apelaba, cargaba su escopeta yrecorría pausadamente los linderos. Eneste intervalo su vida parecía un delirio. Su hijoTanò, un mozo alto como su padre y bueno como su hermana,cayó quinto; él le dejó partir en vez de comprarleun sustituto.

—Tengo que pagar abogados, decía á su hija quelloraba; si gano el pleito ya sabré hacerle volver y si lopierdo no tengo necesidad de hijos.

El hijo partió y nada más se supo sino que le raparonel pelo y que dormía debajo de una carreta.

Seis meses despuesse dijo que le habían visto embarcado para las Carolinas; otroscreyeron haberle visto con el uniforme de la Guardia civil.

—¡Guardia civil Tanò! ¡Susmariosep!exclamaban unos y otros juntando las manos; ¡Tanò tanbueno y tan honrado! ¡Requimiternam!

El abuelo estuvo muchos días sin dirigir la palabra al padre,Julî cayó enferma, pero Cabesang Tales no derramóuna sola lágrima; durante dos días no salió decasa como si temiese las miradas de reproche de todo el barrio;temía que le llamasen verdugo de su hijo. Al tercer día,sin embargo, volvió á salir con su escopeta.

Atribuyéronle propósitos asesinos y hubobienintencionado que susurró haberle oido amenazar con enterraral lego en los surcos de sus campos; el fraile entonces le cobróverdadero miedo. A consecuencia de esto, bajó un decreto delCapitan General prohibiendo á todos el uso de las armas de fuego ymandándolas recoger. Cabesang Tales tuvo que entregar suescopeta, pero armado de un largo bolo prosiguió sus rondas.

—¿Qué vas á hacer con ese bolo si lostulisanes tienen armas de fuego? le decía el viejo Selo.

—Necesito vigilar mis sembrados, respondía; cadacaña de azucar que allí crece es un hueso de miesposa.

Le recogieron el bolo por encontrarlo demasiado largo. El entoncescogió la vieja hacha de su padre y con ella al hombroproseguía sus tétricos paseos.

Cada vez que salía de casa, Tandang Selo y Julîtemblaban [29]por su vida. Esta se levantaba de su telar, se ibaá la ventana, oraba, hacía promesas á los santos,rezaba novenas. El abuelo no sabía á veces cómoterminar el aro de una escoba y hablaba de volver al bosque. La vida enaquella casa se hacía imposible.

Al fin sucedió lo que temían. Como los terrenosestaban muy lejos de poblado, Cabesang Tales apesar de su hachacayó en manos de los tulisanes, que tenían revolvers yfusiles. Los tulisanes le dijeron que, pues que tenía dineropara dar á los jueces y á los abogados, debe tenerlotambien para los abandonados y perseguidos. Por lo cual le exigieronquinientos pesos de rescate por medio de un campesino asegurando que sialgo le pasaba al mensajero, el prisionero lo pagaría con suvida. Daban dos días de tregua.

La noticia sumió á la pobre familia en el mayor terrory más aun cuando se supo que la Guardia civil iba á saliren persecucion de los bandidos. Si llegaba á haber un encuentro,el primer sacrificado sería el prisionero, eso lo sabíantodos. El viejo se quedó sin movimiento y la hija, páliday aterrada, intentó varias veces hablar y no pudo. Pero unpensamiento más terrible, una idea más cruel lessacó de su estupor. El campesino enviado de los tulisanes dijoque probablemente la banda tendría que alejarse, y si tardanmucho en entregarle el rescate, pasarían los dos días yCabesang Tales sería degollado.

Esto volvió locos á aquellos dos séres, ambosdébiles, ambos impotentes. Tandang Selo se levantaba, sesentaba, bajaba las escaleras, subía, no sabía ádónde ir, á dónde acudir. Julî acudíaá sus imágenes, contaba y recontaba el dinero, y losdoscientos pesos no se aumentaban, no querían multiplicarse; depronto se vestía, reunía todas sus alhajas, pedíaconsejos al abuelo, iría á ver al gobernadorcillo, aljuez, al escribiente, al teniente de la Guardia civil. El viejoá todo decía sí, y cuando ella decía no, nodecía tambien. Al fin vinieron algunas vecinas entre parientes yamigas, unas más pobres que otras, á cual mássencillas y aspaventeras. La más lista de todas era HermanaBalî, una gran panguinguera que había estado en Manilapara hacer ejercicios en el beaterio de la Compañía.

Julî vendería todas sus alhajas menos un relicario debrillantes y esmeraldas que le había regalado Basilio. Aquelrelicario tenía su historia: lo había dado una monja, lahija [30]de Capitan Tiago, á un lazarino; Basilio,habiéndole asistido á éste en su enfermedad, lorecibió como un regalo. Ella no podía venderlo sinavisárselo antes.

Se vendieron corriendo las peinetas, los aretes y el rosario deJulî á la vecina más rica, y se añadieroncincuenta pesos; faltaban aun doscientos cincuenta. Seempeñaría el relicario, pero Julî sacudió lacabeza. Una vecina propuso vender la casa y Tandang Selo aprobóla idea muy contento con volver al bosque á cortar otra vezleña como en los antiguos tiempos, pero Hma.

Balîobservó que aquello no podía ser por no estar eldueño presente.

—La mujer del juez me vendió una vez su tapis por unpeso, y el marido dijo que aquella venta no servía porque notenía su consentimiento. ¡Abá! me sacó eltapis y ella no me ha devuelto el peso hasta ahora, pero yo no la pagoen el panguingui, cuando gana, ¡abá! Así le hepodido cobrar doce cuartos, y por ella solamente voy á jugar. Yono puedo sufrir que no me paguen una deuda,

¡abá!

Una vecina iba á preguntarle á Hma. Balî porqué entonces no le pagaba un piquillo, pero la listapanguinguera lo olió, y añadió inmediatamente:

—¿Sabes, Julî, lo que se puede hacer? pedirprestado doscientos cincuenta pesos sobre la casa, pagaderos cuando elpleito se gane.

Esta fué la mejor opinion y decidieron ponerla enpráctica aquel mismo día. Hma. Balî seprestó á acompañarla y ambas recorrieron las casasde los ricos de Tianì, pero nadie aceptaba la condicion; elpleito decían estaba perdido y favorecer á un enemigo defrailes era esponerse á sus venganzas. Al fin una vieja devotase compadeció de su suerte prestó la cantidad ácondicion de que Julî se quedase con ella á servir hastatanto que no se pagase la deuda. Por lo demás Julî notenía mucho que hacer; coser, rezar, acompañarla ámisa, y ayunar de cuando en cuando por ella. La joven aceptó conlágrimas en los ojos, recibió el dinero prometiendoentrar al día siguiente, día de la Pascua, á suservicio.

Cuando el abuelo supo aquella especie de venta púsoseá llorar como un chiquillo. ¿Cómo?

aquella nietasuya que él no dejaba ir al sol para que su cutis no se quemase,Julî la de los dedos finos y talones de color de rosa,¿cómo? aquella joven, [31]la más hermosa del barrioy quizás del pueblo, delante de cuyas ventanas muchos vanamentehan pasado la noche tocando y cantando,

¿cómo? suúnica nieta, su única hija, la únicaalegría de sus cansados ojos, aquella que élsoñaba vestida de cola, hablando el español ydándose aire con un abanico pintado como las hijas de los ricos,¿aquella entrar á servir de criada para que lariñan y la reprendan, para echar á perder sus dedos, paraque duerma en cualquiera parte y se levante de cualquiera manera?