El Abate Constantín by Ludovic Halévy - HTML preview

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BIBLIOTECA DE «LA NACION»

LUDOVIC HALÉVY

EL ABATE CONSTANTIN

BUENOS AIRES

1909

 Capítulos:I, II,

III, IV, V, VI,

VII, VIII

Ludovic Halévy, hijo de León Halévy—literato y autor dramático—

sobrinodel célebre compositor Fromental Halévy, ambos del Instituto de Francia.Nació en París; estudió en el liceo Luis el Grande; entró a laadministración pública como redactor en la Secretaría del Ministerio deEstado (1852); fue nombrado jefe de sección del Ministerio de Argelia yde las Colonias (1858), puesto que desempeñó hasta 1861, pasandoentonces a ocupar el de secretario redactor del Cuerpo Legislativo. En1864 fue condecorado con la Legión de Honor. Y en 1868 se casó con laseñorita Luisa Bréguet. Hacia esta época abandonó la administración paradedicarse por completo a la literatura dramática, en la que ya habíaobtenido buenos triunfos.

Halévy principió por escribir libretos de operetas; fue el libretista deOffenbach. Después de haber dado a los Bufos Parisienses, con elseudónimo de Julio Servières, las operetas en un acto: Adelante,señores y señoras, prólogo de apertura, en colaboración con Méry; Lleno de agua; Madama Papillón; hizo representar otras obras con sunombre. Colaboró con León Battu, Héctor Cremieux y sobre todo conEnrique Meilhac.

«Dotado de un sentimiento exquisito de la calidad—dice Sarcey,—

hamantenido lo que hay de fanático y raro en el carácter de la imaginaciónde Meilhac. El trabajo en común ha producido obras que no han sidosuficientemente apreciadas.

»Se las ha tratado como a esas mujeres ligeras en cuya sociedad uno sedivierte mucho, pero que no se les estima; se les ha visto cientos deveces y se habla de ellas con desdén. Tales son: La bella Elena, Barba Azul, Los brigantes, La gran Duquesa, La vida parisiense, El castillo de Toto. Hay en estas parodias entretenidísimas de lavida ordinaria, mucha imaginación, alegría y buen sentido. Son sátirasen acción que resaltan sobre las simples bufonerías que ha producidoeste género en los últimos tiempos.»

He aquí las obras que ha escrito para el teatro: Bataclán (1855),opereta; El empresario (1856), opereta; Rosa y Rosita (1858),comedia; El marido sin saberlo (1860), opereta en colaboración con supadre y cuya música es del Duque de Morny; La canción de Fortunio; Elpuente de los suspiros; Orfeo en los infiernos (1861), operetas dadasen los Bufos, siendo la última de éstas su primer gran triunfo; Lasovejas de Panurgo (1862), en la que colaboró Meilhac, con quien no dejóde trabajar desde entonces; La llave de Metella (1862); Los molinosde viento (1862); El brasileño (1863); El tren de media noche(1864); Nemea, baile con representación (1864); La bella Helena(1865), parodia en tres actos de la Grecía antigua, representada en elteatro Variedades con éxito enorme; Barba Azul (1866), tres actos; Lavida parisiense (1866), cinco actos; La gran Duquesa de Gerolstein(1867), quizá es la pieza que haya alcanzado mayor fortuna; Lapericholle (1868), dos actos; Fanny Lear (1868), drama tremendodesarrollado en una ligera comedia de cinco actos; Frou-frou (1869),elegía parisiense en cinco actos; La diva (1869), tres actos; Losbrigantes (1869), tres actos; Tricoche y Cacolet (1871), comedia bufaen cinco actos; La señora espera al señor (1872); Velada (1872),comedia en tres actos; Dos mujeres o el cuarto condenado (1875),comedia en verso. Y en colaboración con V. Busnach: Manzanita, operetade Offenbach.

Con Meilhac ha producido: ¡Todo para las damas! (1868); El hombre conllave; Las campanillas (1872), piececita moderna que los grandesmaestros antiguos no hubieran desdeñado firmar; Toto en casa de tata(1873); El rey Candaule (1873); El verano de la San Martín (1873); La ingenua (1874); Media cuaresma (1874), todas piezas muy graciosasen un acto; La panadera a dos escudos (1875), ópera bufa en tresactos, música de Offenbach; La bola (1875), comedia en cuatro actos; Pasaje de Venus (1875); La viuda (1875), tres actos; Loulou(1876); El ramo (1876); El mono de Nicolás (1876), piezas en unacto; El príncipe (1876), en cuatro actos; La cigarra (1877), entres actos; Fandango (noviembre 26 de 1887), gran ópera, baile conrepresentación; El duquecito (1878), ópera cómica en tres actos; Elmarido de la debutante (1879), en cuatro actos; La casita (1879),Lolotte (1879); La pequeña señorita (1879),

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ópera cómica en tresactos; La madrecita (1880), tres actos; Janot (1881), ópera cómicaen tres actos; La Roussotte (1881), comedia en tres actos.

Además de sus producciones para el teatro, Halévy ha publicado Laseñora y el señor Cardinal (1872); La invasión, recuerdos ynarraciones, colección de artículos sobre la invasión prusiana, quevieron la luz pública en «Le Temps»; El sueño; El caballo deltrompa; El último capítulo (1873); Notas y recuerdos (1870-1872); Marcelo (1876); Las pequeñas Cardinal (1880); Un matrimonio poramor (1881); El abate Constantín (1882); Criquette (1883); Lafamilia Cardinal (1883); Princesa (1886); Tres centellas (1886); Karikari, Un vals, etc.

(1891), forman un volumen de preciosasnarraciones.

Aunque no haya escrito para el teatro sino en colaboración, y supersonalidad desaparezca en casi todas sus obras colectivas, Halévy hasabido desprenderla en sus novelas, obras individuales, como lo dicePailleron, concebidas en un sentimiento particular, expresadas en unaforma completamente moderna, selladas de parisianísmo; «en libros cortospara que los lea el parisiense; en su lengua de iniciados para que loscomprenda, con espíritu despreocupado aparentemente, burlón, alegre, ycon pretextos bastante hábiles para emocionar sin ser descubiertos.»

Ludovic Halévy fue elegido académico, y en la sesión pública del 4

defebrero de 1886, ocupó el sillón vacío por muerte del CondeD'Haussonville.

Del discurso pronunciado por Pailleron, director de laAcademia, sacamos el juicio sobre El Abate Constantín:

«...De este género fino hasta refinado, de esta literatura elegante ydiscreta, vuestro volumen Dos matrimonios es quizá el tipo másacabado, ejemplar más simpático, pero el tiempo me ha sido contado paraque pueda detenerme.

Prefiero ir directa, francamente, a aquellas obrasque señalan las fechas de vuestros más grandes triunfos: El AbateConstantín, La invasión, y desde luego, y sobre todo... miro si labóveda de esta cúpula austera va a desplomarse en mi cabeza... sobretodo El señor y la señora Cardinal.

»Pero habéis hecho obra de varón, señor, en otro de vuestros libros;habéis rehabilitado la virtud. Habéis emprendido la tarea de hacerlaamar por ella y para ella. Ahí hay audacia, algunos la llaman habilidadporque habéis triunfado; pero ¿quién hubiese sido bastante hábil paraprever, en los tiempos que corren, el éxito de semejante tentativa?Nadie... ni aun vos mismo.

»Porque al fin, por triste que sea es necesario confesarlo, por pocoacadémico que sea, es preciso decirlo: la virtud no figura ya en elmovimiento moderno.

»¡Pobre virtud! los vulgares la ridiculizan, los fisiólogos la niegan,la gente alegre la encuentra fastidiosa, y las personas prácticas laconsideran inútil.

Nuestros autores dramáticos, que desde tiempoinmemorial la recompensaban en el último acto, decididamente le hansuprimido las migajas del desenlace clásico y remunerador. Nuestrospoetas lanzan contra ella imprecaciones que no tienen de original sinola grosería. En cuanto a nuestras novelas, sabéis hasta dónde brilla porsu ausencia la virtud, cuando en ellas no es maltratada. Para verlarespetada hay que abrir la Biblioteca Rosa; para verla respetada, esnecesario venir a la Academia... ¡una vez por año! ¡Pobre virtud!

»¡Escuchad!

¿queréis

saber

dónde

está

literariamente?

Algunas

vecesespigamos fuera de los jardines académicos, bien puedo contaros estahistoria:

»Conozco a una señora joven que está al día, ya lo creo, muy al día, yque es muy golosa de las producciones intelectuales, por más que esmundana, y aunque virtuosa, adora la literatura que no lo es. Y no sólola adora sino que la defiende, la propaga, la proclama eminentementebuena y útil, y esto con un entusiasmo, con una pasión, peor aún, con ungusto que ha concluido por inspirarme ciertos temores por ella y aunhasta dudas sobre ella... ¡si tengo razón, juzgadlo!

»Un día—el de su santo—voy a saludarla y la encuentro sola, leyendo.Apenas me ve, oculta el libro con presteza y emprende una conversaciónrápida, con la evidente intención de desviarme. Visiblemente emocionaday hasta confusa, la mirada baja, distraída, preocupada; acababa de sersorprendida en una lectura que la turbaba notablemente; era claro.

¿Quépodía leer que la inmutara a tal extremo después de todo lo que habíaleído, y que no quería confesar después de todo lo que había confesado?Mis dudas se convirtieron en sospechas. En ese momento, el sirvienteanunció la visita de una señora, y como nuestra amiga se levantara arecibirla, pude ver el libro sospechado; leí el título... ¡Ah! señor,¿sabéis lo que leía esta honesta mujer, lo que leía así, a escondidas ycon el rubor en la frente?... era El Abate Constantín.

»¡Ahí está la virtud! Porque en cuanto a virtuoso, lo es vuestroromance, lo es absolutamente, con cinismo. Es la única crítica que se leha hecho. Allí, no podrían satirizar el encanto, el talento, el éxito.¡Pero demasiadas ovejitas, no bastantes lobos! ¡demasiada honestidad!¡demasiadas virtudes! ¡muchas flores, señor! Esa buena americana quetiene un buen marido y una buena hermana enamorada de un buen oficial,sobrino de un buen cura, toda esta buena novela que de buenas en buenasacciones, concluye por un buen matrimonio... ¡no está en la verdad ni enla naturaleza! He ahí lo que se le reprocha y es precisamente lo que nosencanta, a mí y a vuestros millares de lectores; he ahí lo que nosacomoda, nos alivia, nos templa y, sobre todo, nos cambia. Cuando sevive en una atmósfera irrespirable y malsana y se nos alcanza un frascode esencias, no nos quejamos si sentimos demasiado bien, se le respira yse renace. El público que se asfixiaba os debe esta fresca ráfaga deaire puro y vos veis cómo os lo ha agradecido.»

El Abate Constantín gozó desde su aparición de una boga inmensa, hoyva por la 174ª edición. En el mismo año que apareció, se publicó enla Biblioteca Popular de Buenos Aires, dirigida por el Dr. MiguelNavarro Viola, la traducción que ahora reproducimos.

En 1887 esta novela fue arreglada para el teatro por el mismo autor.

EL ABATE CONSTANTIN

I

Con paso firme y ligero aún, caminaba un anciano sacerdote por la víacubierta de polvo, bajo los rayos del sol de mediodía. Más de treintaaños habían transcurrido desde que el abate Constantín era cura de lapequeña aldea que dormía, allá en la llanura, a orillas de un débilcurso de agua llamado el Lizotte.

Un cuarto de hora hacía que el abate costeaba el muro del castillo deLongueval, cuando llegó a la puerta de entrada, que se apoyaba alta ymaciza sobre dos enormes pilares de viejas piedras ennegrecidas y roídaspor el tiempo.

El cura se detuvo y miró con tristeza los grandes avisosazules pegados a los pilares.

Los avisos anunciaban que el miércoles 18 de mayo de 1881, a la 1 p.

m.tendría lugar, en la sala de audiencia del Tribunal civil de Souvigny,la venta del dominio de Longueval, dividido en cuatro lotes: 1.º El castillo de Longueval y sus dependencias, lindos estanques,vastos canales, parque de ciento cincuenta hectáreas, todo cercado depared y atravesado por el río Lizotte. Base para la venta: seiscientosmil francos.

2.º La granja de Blanche-Couronne, trescientas hectáreas. Base:quinientos mil francos.

3.º La granja de la Rozeraie, doscientas cincuenta hectáreas.

Base:cuatrocientos mil francos.

4.º Los plantíos y los bosques de la Mionne, cuatrocientas cincuentahectáreas. Base para la venta: quinientos cincuenta mil francos.

Y estas cuatro cifras adicionadas al pie del aviso, daban la respetablesuma de dos millones cincuenta mil francos.

Así, pues, iba a dividirse la magnífica propiedad que desde dos siglosatrás siempre había escapado a la división, pasando intacta de padres ahijos, en la familia de Longueval. El aviso anunciaba también quedespués de la venta provisional de los cuatro lotes, habría derecho areunirlos para rematar toda la propiedad entera; pero era demasiadogrande, y según todas las apariencias, no se presentaría ningúncomprador.

La Marquesa de Longueval había muerto seis meses antes. En 1873, perdióa su hijo único, Roberto de Longueval; los herederos eran los tresnietos de la Marquesa: Pedro, Elena y Camila. Tuvieron que sacar aremate la propiedad, porque Elena y Camila eran menores. Pedro, jovende veintitrés años de edad, había hecho mil locuras, estabasemiarruinado y no podía pensar en rescatar a Longueval.

Eran las doce del día. Dentro de una hora el castillo de Longuevaltendría un nuevo dueño. Y ese dueño, ¿quién sería?

¿Qué mujer ocuparía, en el gran salón cubierto de tapices antiguos,junto a la chimenea, el lugar de la Marquesa, la vieja amiga del pobrecura de la aldea?

Ella fue quien reconstruyó la iglesia, ella quienmantenía la botica del presbiterio a cargo de Paulina, la sirvienta delcura, ella quien, dos veces por semana venía en su gran landó, cubiertode vestiditos de niños y gruesas enaguas de lana, a buscar el abateConstantín para salir a caza de pobres, como ella decía.

El anciano sacerdote continuó su camino pensando en todo esto. Además,los más grandes santos tienen sus pequeñas debilidades, pensaba tambiénen sus buenos hábitos de treinta años bruscamente interrumpidos. Todoslos jueves y domingos comía en el castillo. Cómo lo mimaban, loobsequiaban, lo traían en palmas... La pequeña Camila, tenía ocho años,venía a sentarse sobre sus rodillas y le decía:

—Mirad, señor cura, en vuestra iglesia es donde quiero casarme, y mimamá llenará toda, toda la iglesia de flores... más que para el mes deMaría. Será como un gran jardín, todo blanco, blanco, blanco.

¡El mes de María!... En ese momento era el mes de María. Antes el altardesaparecía bajo las flores traídas de los invernáculos del castillo, yeste año sólo se veían algunos ramos de lirios y lilas blancas, enfloreros de porcelana dorada. Antes, todos los domingos, en la misamayor, y todas las tardes, durante el mes de María, la señorita Hebert,la lectora de madama de Longueval, tocaba el pequeño armonium regaladopor la Marquesa. Hoy el pobre armonium no acompañaba ya la voz de loschantres, ni los cánticos de los niños. La señorita Marbeau, ladirectora de correos, era algo música, y con mucho gusto habría ocupadoel lugar de la señorita Hebert, pero no se atrevía, temía que laanotaran como clerical y verse denunciada por el alcalde, que eralibrepensador. Eso habría obstado quizá a su ascenso.

La pared del parque había terminado; de ese parque, cuyos rincones todoseran familiares al anciano cura. El camino seguía ahora las orillas delLizotte, y del otro lado del pequeño río, se extendían las praderas delas dos granjas; después, más allá, elevábanse los altos bosques de laMionne.

¡Dividida!... ¡la propiedad iba a ser dividida! Tal pensamientodesgarraba el corazón del p