Don Quijote by Miguel de Cervantes Saavedra - HTML preview

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su

desgracia,

con

mejor

plectro

que

el

cantor

de

Tracia.

Y

aun

no

se

me

figura

que

me

toca

aqueste

oficio

solamente

en

vida;

mas,

con

la

lengua

muerta

y

fría

en

la

boca,

pienso

mover

la

voz

a

ti

debida.

Libre

mi

alma

de

su

estrecha

roca,

por

el

estigio

lago

conducida,

celebrándote

irá,

y

aquel

sonido

hará parar las aguas del olvido.

— No más —dijo a esta sazón uno de los dos que parecían reyes—: no más,cantor divino; que sería proceder en infinito representarnos ahora lamuerte y las gracias de la sin par Altisidora, no muerta, como el mundoignorante piensa, sino viva en las lenguas de la Fama, y en la pena quepara volverla a la perdida luz ha de pasar Sancho Panza, que está presente;y así, ¡oh tú, Radamanto, que conmigo juzgas en las cavernas lóbregas deLite!, pues sabes todo aquello que en los inescrutables hados estádeterminado acerca de volver en sí esta doncella, dilo y decláralo luego,porque no se nos dilate el bien que con su nueva vuelta esperamos.

Apenas hubo dicho esto Minos, juez y compañero de Radamanto, cuando,levantándose en pie Radamanto, dijo:

— ¡Ea, ministros de esta casa, altos y bajos, grandes y chicos, acudid unostras otros y sellad el rostro de Sancho con veinte y cuatro mamonas, y docepellizcos y seis alfilerazos en brazos y lomos, que en esta ceremoniaconsiste la salud de Altisidora!

Oyendo lo cual Sancho Panza, rompió el silencio, y dijo:

— ¡Voto a tal, así me deje yo sellar el rostro ni manosearme la cara comovolverme moro!

¡Cuerpo de mí! ¿Qué tiene que ver manosearme el rostro conla resurreción desta doncella?

Regostóse la vieja a los bledos. Encantan aDulcinea, y azótanme para que se desencante; muérese Altisidora de malesque Dios quiso darle, y hanla de resucitar hacerme a mí veinte y cuatromamonas, y acribarme el cuerpo a alfilerazos y acardenalarme los brazos apellizcos. ¡Esas burlas, a un cuñado, que yo soy perro viejo, y no hayconmigo tus, tus!

— ¡Morirás! —dijo en alta voz Radamanto—. Ablándate, tigre; humíllate,Nembrot soberbio, y sufre y calla, pues no te piden imposibles. Y no temetas en averiguar las dificultades deste negocio: mamonado has de ser,acrebillado te has de ver, pellizcado has de gemir. ¡Ea, digo, ministros,cumplid mi mandamiento; si no, por la fe de hombre de bien, que habéis dever para lo que nacistes!

Parecieron, en esto, que por el patio venían, hasta seis dueñas enprocesión, una tras otra, las cuatro con antojos, y todas levantadas lasmanos derechas en alto, con cuatro dedos de muñecas de fuera, para hacerlas manos más largas, como ahora se usa. No las hubo visto Sancho, cuando,bramando como un toro, dijo:

— Bien podré yo dejarme manosear de todo el mundo, pero consentir que metoquen dueñas,

¡eso no! Gatéenme el rostro, como hicieron a mi amo en estemesmo castillo; traspásenme el cuerpo con puntas de dagas buidas;atenácenme los brazos con tenazas de fuego, que yo lo llevaré en paciencia,o serviré a estos señores; pero que me toquen dueñas no lo consentiré, sime llevase el diablo.

Rompió también el silencio don Quijote, diciendo a Sancho:

— Ten paciencia, hijo, y da gusto a estos señores, y muchas gracias al cielopor haber puesto tal virtud en tu persona, que con el martirio delladesencantes los encantados y resucites los muertos.

Ya estaban las dueñas cerca de Sancho, cuando él, más blando y máspersuadido, poniéndose bien en la silla, dio rostro y barba a la primera,la cual la hizo una mamona muy bien sellada, y luego una gran reverencia.

— ¡Menos cortesía; menos mudas, señora dueña —dijo Sancho—; que por Dios quetraéis las manos oliendo a vinagrillo!

Finalmente, todas las dueñas le sellaron, y otra mucha gente de casa lepellizcaron; pero lo que él no pudo sufrir fue el punzamiento de losalfileres; y así, se levantó de la silla, al parecer mohíno, y, asiendo deuna hacha encendida que junto a él estaba, dio tras las dueñas, y trastodos su verdugos, diciendo:

— ¡Afuera, ministros infernales, que no soy yo de bronce, para no sentir tanextraordinarios martirios!

En esto, Altisidora, que debía de estar cansada por haber estado tantotiempo supina, se volvió de un lado; visto lo cual por los circunstantes,casi todos a una voz dijeron:

— ¡Viva es Altisidora! ¡Altisidora vive!

Mandó Radamanto a Sancho que depusiese la ira, pues ya se había alcanzadoel intento que se procuraba.

Así como don Quijote vio rebullir a Altisidora, se fue a poner de rodillasdelante de Sancho, diciéndole:

— Agora es tiempo, hijo de mis entrañas, no que escudero mío, que te desalgunos de los azotes que estás obligado a dar por el desencanto deDulcinea. Ahora, digo, que es el tiempo donde tienes sazonada la virtud, ycon eficacia de obrar el bien que de ti se espera.

A lo que respondió Sancho:

— Esto me parece argado sobre argado, y no miel sobre hojuelas. Bueno seríaque tras pellizcos, mamonas y alfilerazos viniesen ahora los azotes. Notienen más que hacer sino tomar una gran piedra, y atármela al cuello, ydar conmigo en un pozo, de lo que a mí no pesaría mucho, si es que paracurar los males ajenos tengo yo de ser la vaca de la boda. Déjenme; si no,por Dios que lo arroje y lo eche todo a trece, aunque no se venda.

Ya en esto, se había sentado en el túmulo Altisidora, y al mismo instantesonaron las chirimías, a quien acompañaron las flautas y las voces detodos, que aclamaban:

— ¡Viva Altisidora! ¡Altisidora viva!

Levantáronse los duques y los reyes Minos y Radamanto, y todos juntos, condon Quijote y Sancho, fueron a recebir a Altisidora y a bajarla del túmulo;la cual, haciendo de la desmayada, se inclinó a los duques y a los reyes,y, mirando de través a don Quijote, le dijo:

— Dios te lo perdone, desamorado caballero, pues por tu crueldad he estadoen el otro mundo, a mi parecer, más de mil años; y a ti, ¡oh el máscompasivo escudero que contiene el orbe!, te agradezco la vida que poseo.Dispón desde hoy más, amigo Sancho, de seis camisas mías que te mando paraque hagas otras seis para ti; y, si no son todas sanas, a lo menos sontodas limpias.

Besóle por ello las manos Sancho, con la coroza en la mano y las rodillasen el suelo. Mandó el duque que se la quitasen, y le volviesen su caperuza,y le pusiesen el sayo, y le quitasen la ropa de las llamas. Suplicó Sanchoal duque que le dejasen la ropa y mitra, que las quería llevar a su tierra,por señal y memoria de aquel nunca visto suceso. La duquesa respondió quesí dejarían, que ya sabía él cuán grande amiga suya era. Mandó el duquedespejar el patio, y que todos se recogiesen a sus estancias, y que a donQuijote y a Sancho los llevasen a las que ellos ya se sabían.

Capítulo LXX. Que sigue al de sesenta y nueve, y trata de cosas noescusadas para la claridad desta historia

Durmió Sancho aquella noche en una carriola, en el mesmo aposento de donQuijote, cosa que él quisiera escusarla, si pudiera, porque bien sabía quesu amo no le había de dejar dormir a preguntas y a respuestas, y no sehallaba en disposición de hablar mucho, porque los dolores de los martiriospasados los tenía presentes, y no le dejaban libre la lengua, y viniéralemás a cuento dormir en una choza solo, que no en aquella rica estanciaacompañado. Salióle su temor tan verdadero y su sospecha tan cierta, que,apenas hubo entrado su señor en el lecho, cuando dijo:

— ¿Qué te parece, Sancho, del suceso desta noche? Grande y poderosa es lafuerza del desdén desamorado, como por tus mismos ojos has visto muerta aAltisidora, no con otras saetas, ni con otra espada, ni con otroinstrumento bélico, ni con venenos mortíferos, sino con la consideracióndel rigor y el desdén con que yo siempre la he tratado.

— Muriérase ella en hora buena cuanto quisiera y como quisiera —respondióSancho—, y dejárame a mí en mi casa, pues ni yo la enamoré ni la desdeñé enmi vida. Yo no sé ni puedo pensar cómo sea que la salud de Altisidora,doncella más antojadiza que discreta, tenga que ver, como otra vez hedicho, con los martirios de Sancho Panza. Agora sí que vengo a conocerclara y distintamente que hay encantadores y encantos en el mundo, de quienDios me libre, pues yo no me sé librar; con todo esto, suplico a vuestramerced me deje dormir y no me pregunte más, si no quiere que me arroje poruna ventana abajo.

— Duerme, Sancho amigo —respondió don Quijote—, si es que te dan lugar losalfilerazos y pellizcos recebidos, y las mamonas hechas.

— Ningún dolor —replicó Sancho— llegó a la afrenta de las mamonas, no porotra cosa que por habérmelas hecho dueña, que confundidas sean; y torno asuplicar a vuesa merced me deje dormir, porque el sueño es alivio de lasmiserias de los que las tienen despiertas.

Sea así —dijo don Quijote—, y Dios te acompañe.

Durmiéronse los dos, y en este tiempo quiso escribir y dar cuenta CideHamete, autor desta grande historia, qué les movió a los duques a levantarel edificio de la máquina referida. Y dice que, no habiéndosele olvidado albachiller Sansón Carrasco cuando el Caballero de los Espejos fue vencido yderribado por don Quijote, cuyo vencimiento y caída borró y deshizo todossus designios, quiso volver a probar la mano, esperando mejor suceso que elpasado; y así, informándose del paje que llevó la carta y presente a TeresaPanza, mujer de Sancho, adónde don Quijote quedaba, buscó nuevas armas ycaballo, y puso en el escudo la blanca luna, llevándolo todo sobre unmacho, a quien guiaba un labrador, y no Tomé Cecial, su antiguo escudero,porque no fuese conocido de Sancho ni de don Quijote.

Llegó, pues, al castillo del duque, que le informó el camino y derrota quedon Quijote llevaba, con intento de hallarse en las justas de Zaragoza.Díjole asimismo las burlas que le había hecho con la traza del desencantode Dulcinea, que había de ser a costa de las posaderas de Sancho. En fin,dio cuenta de la burla que Sancho había hecho a su amo, dándole a entenderque Dulcinea estaba encantada y transformada en labradora, y cómo laduquesa su mujer había dado a entender a Sancho que él era el que seengañaba, porque verdaderamente estaba encantada Dulcinea; de que no pocose rió y admiró el bachiller, considerando la agudeza y simplicidad deSancho, como del estremo de la locura de don Quijote.

Pidióle el duque que si le hallase, y le venciese o no, se volviese porallí a darle cuenta del suceso. Hízolo así el bachiller; partióse en subusca, no le halló en Zaragoza, pasó adelante y sucedióle lo que quedareferido.

Volvióse por el castillo del duque y contóselo todo, con las condiciones dela batalla, y que ya don Quijote volvía a cumplir, como buen caballeroandante, la palabra de retirarse un año en su aldea, en el cual tiempopodía ser, dijo el bachiller, que sanase de su locura; que ésta era laintención que le había movido a hacer aquellas transformaciones, por sercosa de lástima que un hidalgo tan bien entendido como don Quijote fueseloco. Con esto, se despidió del duque, y se volvió a su lugar, esperando enél a don Quijote, que tras él venía.

De aquí tomó ocasión el duque de hacerle aquella burla: tanto era lo quegustaba de las cosas de Sancho y de don Quijote; y haciendo tomar loscaminos cerca y lejos del castillo por todas las partes que imaginó quepodría volver don Quijote, con muchos criados suyos de a pie y de acaballo, para que por fuerza o de grado le trujesen al castillo, si lehallasen. Halláronle, dieron aviso al duque, el cual, ya prevenido de todolo que había de hacer, así como tuvo noticia de su llegada, mandó encenderlas hachas y las luminarias del patio y poner a Altisidora sobre el túmulo,con todos los aparatos que se han contado, tan al vivo, y tan bien hechos,que de la verdad a ellos había bien poca diferencia.

Y dice más Cide Hamete: que tiene para sí ser tan locos los burladores comolos burlados, y que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, puestanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos.

Los cuales, el uno durmiendo a sueño suelto, y el otro velando apensamientos desatados, les tomó el día y la gana de levantarse; que lasociosas plumas, ni vencido ni vencedor, jamás dieron gusto a don Quijote.

Altisidora —en la opinión de don Quijote, vuelta de muerte a vida—,siguiendo el humor de sus señores, coronada con la misma guirnalda que enel túmulo tenía, y vestida una tunicela de tafetán blanco, sembrada deflores de oro, y sueltos los cabellos por las espaldas, arrimada a unbáculo de negro y finísimo ébano, entró en el aposento de don Quijote, concuya presencia turbado y confuso, se encogió y cubrió casi todo con lassábanas y colchas de la cama, muda la lengua, sin que acertase a hacerlecortesía ninguna. Sentóse Altisidora en una silla, junto a su cabecera, y,después de haber dado un gran suspiro, con voz tierna y debilitada le dijo:

— Cuando las mujeres principales y las recatadas doncellas atropellan por lahonra, y dan licencia a la lengua que rompa por todo inconveniente, dandonoticia en público de los secretos que su corazón encierra, en estrechotérmino se hallan. Yo, señor don Quijote de la Mancha, soy una déstas,apretada, vencida y enamorada; pero, con todo esto, sufrida y honesta;tanto que, por serlo tanto, reventó mi alma por mi silencio y perdí lavida. Dos días ha que con la consideración del rigor con que me hastratado,

¡Oh más duro que mármol a mis quejas,

empedernido caballero!, he estado muerta, o, a lo menos, juzgada por tal delos que me han visto; y si no fuera porque el Amor, condoliéndose de mí,depositó mi remedio en los martirios deste buen escudero, allá me quedaraen el otro mundo.

— Bien pudiera el Amor —dijo Sancho— depositarlos en los de mi asno, que yose lo agradeciera. Pero dígame, señora, así el cielo la acomode con otromás blando amante que mi amo: ¿qué es lo que vio en el otro mundo? ¿Qué hayen el infierno? Porque quien muere desesperado, por fuerza ha de teneraquel paradero.

— La verdad que os diga —respondió Altisidora—, yo no debí de morir deltodo, pues no entré en el infierno; que, si allá entrara, una por una nopudiera salir dél, aunque quisiera. La verdad es que llegué a la puerta,adonde estaban jugando hasta una docena de diablos a la pelota, todos encalzas y en jubón, con valonas guarnecidas con puntas de randas flamencas,y con unas vueltas de lo mismo, que les servían de puños, con cuatro dedosde brazo de fuera, porque pareciesen las manos más largas, en las cualestenían unas palas de fuego; y lo que más me admiró fue que les servían, enlugar de pelotas, libros, al parecer, llenos de viento y de borra, cosamaravillosa y nueva; pero esto no me admiró tanto como el ver que, siendonatural de los jugadores el alegrarse los gananciosos y entristecerse losque pierden, allí en aquel juego todos gruñían, todos regañaban y todos semaldecían.

— Eso no es maravilla —respondió Sancho—, porque los diablos, jueguen o nojueguen, nunca pueden estar contentos, ganen o no ganen.

— Así debe de ser —respondió Altisidora—; mas hay otra cosa que también meadmira, quiero decir me admiró entonces, y fue que al primer voleo noquedaba pelota en pie, ni de provecho para servir otra vez; y así,menudeaban libros nuevos y viejos, que era una maravilla. A uno dellos,nuevo, flamante y bien encuadernado, le dieron un papirotazo que le sacaronlas tripas y le esparcieron las hojas. Dijo un diablo a otro: ' Mirad quélibro es ése''. Y el diablo le respondió:

''Ésta es la Segunda parte de lahistoria de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, suprimer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural deTordesillas''.

''Quitádmele de ahí —respondió el otro diablo—, y metedle enlos abismos del infierno: no le vean más mis ojos''. ''¿Tan malo es?' ,respondió el otro. ''Tan malo —replicó el primero—, que si de propósito yomismo me pusiera a hacerle peor, no acertara''. Prosiguieron su juego,peloteando otros libros, y yo, por haber oído nombrar a don Quijote, aquien tanto adamo y quiero, procuré que se me quedase en la memoria estavisión.

— Visión debió de ser, sin duda —dijo don Quijote—, porque no hay otro yo enel mundo, y ya esa historia anda por acá de mano en mano, pero no para enninguna, porque todos la dan del pie.

Yo no me he alterado en oír que andocomo cuerpo fantástico por las tinieblas del abismo, ni por la claridad dela tierra, porque no soy aquel de quien esa historia trata. Si ella fuerebuena, fiel y verdadera, tendrá siglos de vida; pero si fuere mala, de suparto a la sepultura no será muy largo el camino.

Iba Altisidora a proseguir en quejarse de don Quijote, cuando le dijo donQuijote:

— Muchas veces os he dicho, señora, que a mí me pesa de que hayáis colocadoen mí vuestros pensamientos, pues de los míos antes pueden ser agradecidosque remediados; yo nací para ser de Dulcinea del Toboso, y los hados, silos hubiera, me dedicaron para ella; y pensar que otra alguna hermosura hade ocupar el lugar que en mi alma tiene es pensar lo imposible.

Suficientedesengaño es éste para que os retiréis en los límites de vuestrahonestidad, pues nadie se puede obligar a lo imposible.

Oyendo lo cual Altisidora, mostrando enojarse y alterarse, le dijo:

— ¡Vive el Señor, don bacallao, alma de almirez, cuesco de dátil, más tercoy duro que villano rogado cuando tiene la suya sobre el hito, que siarremeto a vos, que os tengo de sacar los ojos!

¿Pensáis por ventura, donvencido y don molido a palos, que yo me he muerto por vos? Todo lo quehabéis visto esta noche ha sido fingido; que no soy yo mujer que porsemejantes camellos había de dejar que me doliese un negro de la uña,cuanto más morirme.

— Eso creo yo muy bien —dijo Sancho—, que esto del morirse los enamorados escosa de risa: bien lo pueden ellos decir, pero hacer, créalo Judas.

Estando en estas pláticas, entró el músico, cantor y poeta que habíacantado las dos ya referidas estancias, el cual, haciendo una granreverencia a don Quijote, dijo:

— Vuestra merced, señor caballero, me cuente y tenga en el número de susmayores servidores, porque ha muchos días que le soy muy aficionado, asípor su fama como por sus hazañas.

Don Quijote le respondió:

— Vuestra merced me diga quién es, porque mi cortesía responda a susmerecimientos.

El mozo respondió que era el músico y panegírico de la noche antes.

— Por cierto —replicó don Quijote—, que vuestra merced tiene estremada voz,pero lo que cantó no me parece que fue muy a propósito; porque, ¿qué tienenque ver las estancias de Garcilaso con la muerte desta señora?

— No se maraville vuestra merced deso —respondió el músico—, que ya entrelos intonsos poetas de nuestra edad se usa que cada uno escriba comoquisiere, y hurte de quien quisiere, venga o no venga a pelo de su intento,y ya no hay necedad que canten o escriban que no se atribuya a licenciapoética.

Responder quisiera don Quijote, pero estorbáronlo el duque y la duquesa,que entraron a verle, entre los cuales pasaron una larga y dulce plática,en la cual dijo Sancho tantos donaires y tantas malicias, que dejaron denuevo admirados a los duques, así con su simplicidad como con su agudeza.Don Quijote les suplicó le diesen licencia para partirse aquel mismo día,pues a los vencidos caballeros, como él, más les convenía habitar unazahúrda que no reales palacios.

Diéronsela de muy buena gana, y la duquesale preguntó si quedaba en su gracia Altisidora. Él le respondió:

— Señora mía, sepa Vuestra Señoría que todo el mal desta doncella nace deociosidad, cuyo remedio es la ocupación honesta y continua. Ella me hadicho aquí que se usan randas en el infierno; y, pues ella las debe desaber hacer, no las deje de la mano, que, ocupada en menear los palillos,no se menearán en su imaginación la imagen o imágines de lo que bienquiere; y ésta es la verdad, éste mi parecer y éste es mi consejo.

— Y el mío —añadió Sancho—, pues no he visto en toda mi vida randera que poramor se haya muerto; que las doncellas ocupadas más ponen sus pensamientosen acabar sus tareas que en pensar en sus amores. Por mí lo digo, pues,mientras estoy cavando, no me acuerdo de mi oíslo; digo, de mi TeresaPanza, a quien quiero más que a las pestañas de mis ojos.

— Vos decís muy bien, Sancho —dijo la duquesa—, y yo haré que mi Altisidorase ocupe de aquí adelante en hacer alguna labor blanca, que la sabe hacerpor estremo.

— No hay para qué, señora —respondió Altisidora—, usar dese remedio, pues laconsideración de las crueldades que conmigo ha usado este malandrínmostrenco me le borrarán de la memoria sin otro artificio alguno. Y, conlicencia de vuestra grandeza, me quiero quitar de aquí, por no ver delantede mis ojos ya no su triste figura, sino su fea y abominable catadura.

— Eso me parece —dijo el duque— a lo que suele decirse:

Porque

aquel

que

dice

injurias,

cerca está de perdonar.

Hizo Altisidora muestra de limpiarse las lágrimas con un pañuelo, y,haciendo reverencia a sus señores, se salió del aposento.

— Mándote yo —dijo Sancho—, pobre doncella, mándote, digo, mala ventura,pues las has habido con una alma de esparto y con un corazón de encina. ¡Afee que si las hubieras conmigo, que otro gallo te cantara!

Acabóse la plática, vistióse don Quijote, comió con los duques, y partióseaquella tarde.

Capítulo LXXI. De lo que a don Quijote le sucedió con su escudero Sanchoyendo a su aldea

Iba el vencido y asendereado don Quijote pensativo además por una parte,y muy alegre por otra.

Causaba su tristeza el vencimiento; y la alegría, elconsiderar en la virtud de Sancho, como lo había mostrado en la resurreciónde Altisidora, aunque con algún escrúpulo se persuadía a que la enamoradadoncella fuese muerta de veras. No iba nada Sancho alegre, porque leentristecía ver que Altisidora no le había cumplido la palabra de darle lascamisas; y, yendo y viniendo en esto, dijo a su amo:

— En verdad, señor, que soy el más desgraciado médico que se debe de hallaren el mundo, en el cual hay físicos que, con matar al enfermo que curan,quieren ser pagados de su trabajo, que no es otro sino firmar una cedulillade algunas medicinas, que no las hace él, sino el boticario, y cátalocantusado; y a mí, que la salud ajena me cuesta gotas de sangre, mamonas,pellizcos, alfilerazos y azotes, no me dan un ardite. Pues yo les voto atal que si me traen a las manos otro algún enfermo, que, antes que le cure,me han de untar las mías; que el abad de donde canta yanta, y no quierocreer que me haya dado el cielo la virtud que tengo para que yo lacomunique con otros de bóbilis, bóbilis.

— Tú tienes razón, Sancho amigo —respondió don Quijote—, y halo hecho muymal Altisidora en no haberte dado las prometidas camisas; y, puesto que tuvirtud es gratis data, que no te ha costado estudio alguno, más que estudioes recebir martirios en tu persona. De mí te sé decir que si quisieras pagapor los azotes del desencanto de Dulcinea, ya te la hubiera dado tal comobuena; pero no sé si vendrá bien con la cura la paga, y no querría queimpidiese el premio a la medicina.

Con todo eso, me parece que no seperderá nada en probarlo: mira, Sancho, el que quieres, y azótate luego, ypágate de contado y de tu propia mano, pues tienes dineros míos.

A cuyos ofrecimientos abrió Sancho los ojos y las orejas de un palmo, y dioconsentimiento en su corazón a azotarse de buena gana; y dijo a su amo:

— Agora bien, señor, yo quiero disponerme a dar gusto a vuestra merced en loque desea, con provecho mío; que el amor de mis hijos y de mi mujer me haceque me muestre interesado.

Dígame vuestra merced: ¿cuánto me dará por cadaazote que me diere?

— Si yo te hubiera de pagar, Sancho —respondió don Quijote—, conforme lo quemerece la grandeza y calidad deste remedio, el tesoro de Venecia, las minasdel Potosí fueran poco para pagarte; toma tú el tiento a lo que llevas mío,y pon el precio a cada azote.

— Ellos —respondió Sancho— son tres mil y trecientos y tantos; de ellos mehe dado hasta cinco: quedan los demás; entren entre los tantos estos cinco,y vengamos a los tres mil y trecientos, que a cuartillo cada uno, que nollevaré menos si todo el mundo me lo mandase, montan tres mil y trecientoscuartillos, que son los tres mil, mil y quinientos medios reales, que hacensetecientos y cincuenta reales; y los trecientos hacen ciento y cincuentamedios reales, que vienen a hacer setenta y cinco reales, que, juntándose alos setecientos y cincuenta, son por todos ochocientos y veinte y cincoreales. Éstos desfalcaré yo de los que tengo de vuestra merced, y entraréen mi casa rico y contento, aunque bien azotado; porque no se tomantruchas..., y no digo más.

— ¡Oh Sancho bendito! ¡Oh Sancho amable —respondió don Quijote—, y cuánobligados hemos de quedar Dulcinea y yo a servirte todos los días que elcielo nos diere de vida! Si ella vuelve al ser perdido, que no es posiblesino que vuelva, su desdicha habrá sido dicha, y mi vencimiento, felicísimotriunfo. Y mira, Sancho, cuándo quieres comenzar la diciplina, que porquela abrevies te añado cien reales.

— ¿Cuándo? —replicó Sancho—. Esta noche, sin falta. Procure vuestra mercedque la tengamos en el campo, al cielo abierto, que yo me abriré mis carnes.

Llegó la noche, esperada de don Quijote con la mayor ansia d