Don Quijote by Miguel de Cervantes Saavedra - HTML preview

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la

parte

más

preciada,

por

quien

hace

amor

milagros,

y asimesmo los levanta.

Aquí llegaba don Quijote de su canto, a quien estaban escuchando el duque yla duquesa, Altisidora y casi toda la gente del castillo, cuando deimproviso, desde encima de un corredor que sobre la reja de don Quijote aplomo caía, descolgaron un cordel donde venían más de cien cencerrosasidos, y luego, tras ellos, derramaron un gran saco de gatos, que asimismotraían cencerros menores atados a las colas. Fue tan grande el ruido de loscencerros y el mayar de los gatos, que, aunque los duques habían sidoinventores de la burla, todavía les sobresaltó; y, temeroso, don Quijotequedó pasmado. Y quiso la suerte que dos o tres gatos se entraron por lareja de su estancia, y, dando de una parte a otra, parecía que una regiónde diablos andaba en ella. Apagaron las velas que en el aposento ardían, yandaban buscando por do escaparse. El descolgar y subir del cordel de losgrandes cencerros no cesaba; la mayor parte de la gente del castillo, queno sabía la verdad del caso, estaba suspensa y admirada.

Levantóse don Quijote en pie, y, poniendo mano a la espada, comenzó a tirarestocadas por la reja y a decir a grandes voces:

— ¡Afuera, malignos encantadores! ¡Afuera, canalla hechiceresca, que yo soydon Quijote de la Mancha, contra quien no valen ni tienen fuerza vuestrasmalas intenciones!

Y, volviéndose a los gatos que andaban por el aposento, les tiró muchascuchilladas; ellos acudieron a la reja, y por allí se salieron, aunque uno,viéndose tan acosado de las cuchilladas de don Quijote, le saltó al rostroy le asió de las narices con las uñas y los dientes, por cuyo dolor donQuijote comenzó a dar los mayores gritos que pudo. Oyendo lo cual el duquey la duquesa, y considerando lo que podía ser, con mucha presteza acudierona su estancia, y, abriendo con llave maestra, vieron al pobre caballeropugnando con todas sus fuerzas por arrancar el gato de su rostro. Entraroncon luces y vieron la desigual pelea; acudió el duque a despartirla, y donQuijote dijo a voces:

— ¡No me le quite nadie! ¡Déjenme mano a mano con este demonio, con estehechicero, con este encantador, que yo le daré a entender de mí a él quiénes don Quijote de la Mancha!

Pero el gato, no curándose destas amenazas, gruñía y apretaba. Mas, en fin,el duque se le desarraigó y le echó por la reja.

Quedó don Quijote acribado el rostro y no muy sanas las narices, aunque muydespechado porque no le habían dejado fenecer la batalla que tan trabadatenía con aquel malandrín encantador.

Hicieron traer aceite de Aparicio, yla misma Altisidora, con sus blanquísimas manos, le puso unas vendas portodo lo herido; y, al ponérselas, con voz baja le dijo:

— Todas estas malandanzas te suceden, empedernido caballero, por el pecadode tu dureza y pertinacia; y plega a Dios que se le olvide a Sancho tuescudero el azotarse, porque nunca salga de su encanto esta tan amada tuyaDulcinea, ni tú lo goces, ni llegues a tálamo con ella, a lo menos viviendoyo, que te adoro.

A todo esto no respondió don Quijote otra palabra si no fue dar un profundosuspiro, y luego se tendió en su lecho, agradeciendo a los duques lamerced, no porque él tenía temor de aquella canalla gatesca, encantadora ycencerruna, sino porque había conocido la buena intención con que habíanvenido a socorrerle. Los duques le dejaron sosegar, y se fueron, pesarososdel mal suceso de la burla; que no creyeron que tan pesada y costosa lesaliera a don Quijote aquella aventura, que le costó cinco días deencerramiento y de cama, donde le sucedió otra aventura más gustosa que lapasada, la cual no quiere su historiador contar ahora, por acudir a SanchoPanza, que andaba muy solícito y muy gracioso en su gobierno.

Capítulo XLVII. Donde se prosigue cómo se portaba Sancho Panza en sugobierno

Cuenta la historia que desde el juzgado llevaron a Sancho Panza a unsuntuoso palacio, adonde en una gran sala estaba puesta una real ylimpísima mesa; y, así como Sancho entró en la sala, sonaron chirimías, ysalieron cuatro pajes a darle aguamanos, que Sancho recibió con muchagravedad.

Cesó la música, sentóse Sancho a la cabecera de la mesa, porque no habíamás de aquel asiento, y no otro servicio en toda ella. Púsose a su lado enpie un personaje, que después mostró ser médico, con una varilla de ballenaen la mano. Levantaron una riquísima y blanca toalla con que estabancubiertas las frutas y mucha diversidad de platos de diversos manjares; unoque parecía estudiante echó la bendición, y un paje puso un babador randadoa Sancho; otro que hacía el oficio de maestresala, llegó un plato de frutadelante; pero, apenas hubo comido un bocado, cuando el de la varillatocando con ella en el plato, se le quitaron de delante con grandísimaceleridad; pero el maestresala le llegó otro de otro manjar. Iba a probarleSancho; pero, antes que llegase a él ni le gustase, ya la varilla habíatocado en él, y un paje alzádole con tanta presteza como el de la fruta.Visto lo cual por Sancho, quedó suspenso, y, mirando a todos, preguntó sise había de comer aquella comida como juego de maesecoral. A lo cualrespondió el de la vara:

— No se ha de comer, señor gobernador, sino como es uso y costumbre en lasotras ínsulas donde hay gobernadores. Yo, señor, soy médico, y estoyasalariado en esta ínsula para serlo de los gobernadores della, y miro porsu salud mucho más que por la mía, estudiando de noche y de día, ytanteando la complexión del gobernador, para acertar a curarle cuandocayere enfermo; y lo principal que hago es asistir a sus comidas y cenas, ya dejarle comer de lo que me parece que le conviene, y a quitarle lo queimagino que le ha de hacer daño y ser nocivo al estómago; y así, mandéquitar el plato de la fruta, por ser demasiadamente húmeda, y el plato delotro manjar también le mandé quitar, por ser demasiadamente caliente ytener muchas especies, que acrecientan la sed; y el que mucho bebe mata yconsume el húmedo radical, donde consiste la vida.

— Desa manera, aquel plato de perdices que están allí asadas, y, a miparecer, bien sazonadas, no me harán algún daño.

A lo que el médico respondió:

— Ésas no comerá el señor gobernador en tanto que yo tuviere vida.

— Pues, ¿por qué? —dijo Sancho.

Y el médico respondió:

— Porque nuestro maestro Hipócrates, norte y luz de la medicina, en unaforismo suyo, dice: Omnis saturatio mala, perdices autem pessima. Quieredecir: "Toda hartazga es mala; pero la de las perdices, malísima".

— Si eso es así —dijo Sancho—, vea el señor doctor de cuantos manjares hayen esta mesa cuál me hará más provecho y cuál menos daño, y déjeme comerdél sin que me le apalee; porque, por vida del gobernador, y así Dios me ledeje gozar, que me muero de hambre, y el negarme la comida, aunque le peseal señor doctor y él más me diga, antes será quitarme la vida queaumentármela.

— Vuestra merced tiene razón, señor gobernador —respondió el médico—; y así,es mi parecer que vuestra merced no coma de aquellos conejos guisados queallí están, porque es manjar peliagudo. De aquella ternera, si no fueraasada y en adobo, aún se pudiera probar, pero no hay para qué.

Y Sancho dijo:

— Aquel platonazo que está más adelante vahando me parece que es ollapodrida, que por la diversidad de cosas que en las tales ollas podridashay, no podré dejar de topar con alguna que me sea de gusto y de provecho.

— Absit! —dijo el médico—. Vaya lejos de nosotros tan mal pensamiento: nohay cosa en el mundo de peor mantenimiento que una olla podrida. Allá lasollas podridas para los canónigos, o para los retores de colegios, o paralas bodas labradorescas, y déjennos libres las mesas de los gobernadores,donde ha de asistir todo primor y toda atildadura; y la razón es porquesiempre y a doquiera y de quienquiera son más estimadas las medicinassimples que las compuestas, porque en las simples no se puede errar y enlas compuestas sí, alterando la cantidad de las cosas de que soncompuestas; mas lo que yo sé que ha de comer el señor gobernador ahora,para conservar su salud y corroborarla, es un ciento de cañutillos desuplicaciones y unas tajadicas subtiles de carne de membrillo, que leasienten el estómago y le ayuden a la digestión.

Oyendo esto Sancho, se arrimó sobre el espaldar de la silla y miró de hitoen hito al tal médico, y con voz grave le preguntó cómo se llamaba y dóndehabía estudiado. A lo que él respondió:

— Yo, señor gobernador, me llamo el doctor Pedro Recio de Agüero, y soynatural de un lugar llamado Tirteafuera, que está entre Caracuel yAlmodóvar del Campo, a la mano derecha, y tengo el grado de doctor por launiversidad de Osuna.

A lo que respondió Sancho, todo encendido en cólera:

— Pues, señor doctor Pedro Recio de Mal Agüero, natural de Tirteafuera,lugar que está a la derecha mano como vamos de Caracuel a Almodóvar delCampo, graduado en Osuna, quíteseme luego delante, si no, voto al sol quetome un garrote y que a garrotazos, comenzando por él, no me ha de quedarmédico en toda la ínsula, a lo menos de aquellos que yo entienda que sonignorantes; que a los médicos sabios, prudentes y discretos los pondrésobre mi cabeza y los honraré como a personas divinas. Y vuelvo a decir quese me vaya, Pedro Recio, de aquí; si no, tomaré esta silla donde estoysentado y se la estrellaré en la cabeza; y pídanmelo en residencia, que yome descargaré con decir que hice servicio a Dios en matar a un mal médico,verdugo de la república. Y denme de comer, o si no, tómense su gobierno,que oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas.

Alborotóse el doctor, viendo tan colérico al gobernador, y quiso hacertirteafuera de la sala, sino que en aquel instante sonó una corneta deposta en la calle, y, asomándose el maestresala a la ventana, volviódiciendo:

— Correo viene del duque mi señor; algún despacho debe de traer deimportancia.

Entró el correo sudando y asustado, y, sacando un pliego del seno, le pusoen las manos del gobernador, y Sancho le puso en las del mayordomo, a quienmandó leyese el sobreescrito, que decía así: A don Sancho Panza, gobernadorde la ínsula Barataria, en su propia mano o en las de su secretario. Oyendolo cual, Sancho dijo:

— ¿Quién es aquí mi secretario?

Y uno de los que presentes estaban respondió:

— Yo, señor, porque sé leer y escribir, y soy vizcaíno.

— Con esa añadidura —dijo Sancho—, bien podéis ser secretario del mismoemperador. Abrid ese pliego, y mirad lo que dice.

Hízolo así el recién nacido secretario, y, habiendo leído lo que decía,dijo que era negocio para tratarle a solas. Mandó Sancho despejar la sala,y que no quedasen en ella sino el mayordomo y el maestresala, y los demás yel médico se fueron; y luego el secretario leyó la carta, que así decía: A mi noticia ha llegado, señor don Sancho Panza, que unos enemigos míos ydesa ínsula la han de dar un asalto furioso, no sé qué noche; convienevelar y estar alerta, porque no le tomen desapercebido. Sé también, porespías verdaderas, que han entrado en ese lugar cuatro personas disfrazadaspara quitaros la vida, porque se temen de vuestro ingenio; abrid el ojo, ymirad quién llega a hablaros, y no comáis de cosa que os presentaren. Yotendré cuidado de socorreros si os viéredes en trabajo, y en todo haréiscomo se espera de vuestro entendimiento. Deste lugar, a 16

de agosto, a lascuatro de la mañana.

Vuestro amigo,

El Duque.

Quedó atónito Sancho, y mostraron quedarlo asimismo los circunstantes; y,volviéndose al mayordomo, le dijo:

— Lo que agora se ha de hacer, y ha de ser luego, es meter en un calabozo aldoctor Recio; porque si alguno me ha de matar, ha de ser él, y de muerteadminícula y pésima, como es la de la hambre.

— También —dijo el maestresala— me parece a mí que vuesa merced no coma detodo lo que está en esta mesa, porque lo han presentado unas monjas, y,como suele decirse, detrás de la cruz está el diablo.

— No lo niego —respondió Sancho—, y por ahora denme un pedazo de pan y obrade cuatro libras de uvas, que en ellas no podrá venir veneno; porque, enefecto, no puedo pasar sin comer, y si es que hemos de estar prontos paraestas batallas que nos amenazan, menester será estar bien mantenidos,porque tripas llevan corazón, que no corazón tripas. Y vos, secretario,responded al duque mi señor y decidle que se cumplirá lo que manda como lomanda, sin faltar punto; y daréis de mi parte un besamanos a mi señora laduquesa, y que le suplico no se le olvide de enviar con un propio mi cartay mi lío a mi mujer Teresa Panza, que en ello recibiré mucha merced, ytendré cuidado de servirla con todo lo que mis fuerzas alcanzaren; y decamino podéis encajar un besamanos a mi señor don Quijote de la Mancha,porque vea que soy pan agradecido; y vos, como buen secretario y como buenvizcaíno, podéis añadir todo lo que quisiéredes y más viniere a cuento. Yálcense estos manteles, y denme a mí de comer, que yo me avendré concuantas espías y matadores y encantadores vinieren sobre mí y sobre miínsula.

En esto entró un paje, y dijo:

— Aquí está un labrador negociante que quiere hablar a Vuestra Señoría en unnegocio, según él dice, de mucha importancia.

— Estraño caso es éste —dijo Sancho— destos negociantes. ¿Es posible quesean tan necios, que no echen de ver que semejantes horas como éstas no sonen las que han de venir a negociar? ¿Por ventura los que gobernamos, losque somos jueces, no somos hombres de carne y de hueso, y que es menesterque nos dejen descansar el tiempo que la necesidad pide, sino que quierenque seamos hechos de piedra marmol? Por Dios y en mi conciencia que si medura el gobierno (que no durará, según se me trasluce), que yo ponga enpretina a más de un negociante. Agora decid a ese buen hombre que entre;pero adviértase primero no sea alguno de los espías, o matador mío.

— No, señor —respondió el paje—, porque parece una alma de cántaro, y yo sépoco, o él es tan bueno como el buen pan.

— No hay que temer —dijo el mayordomo—, que aquí estamos todos.

— ¿Sería posible —dijo Sancho—, maestresala, que agora que no está aquí eldoctor Pedro Recio, que comiese yo alguna cosa de peso y de sustancia,aunque fuese un pedazo de pan y una cebolla?

— Esta noche, a la cena, se satisfará la falta de la comida, y quedaráVuestra Señoría satisfecho y pagado —dijo el maestresala.

— Dios lo haga —respondió Sancho.

Y, en esto, entró el labrador, que era de muy buena presencia, y de milleguas se le echaba de ver que era bueno y buena alma. Lo primero que dijofue:

— ¿Quién es aquí el señor gobernador?

— ¿Quién ha de ser —respondió el secretario—, sino el que está sentado en lasilla?

— Humíllome, pues, a su presencia —dijo el labrador.

Y, poniéndose de rodillas, le pidió la mano para besársela. NegóselaSancho, y mandó que se levantase y dijese lo que quisiese. Hízolo así ellabrador, y luego dijo:

— Yo, señor, soy labrador, natural de Miguel Turra, un lugar que está dosleguas de Ciudad Real.

— ¡Otro Tirteafuera tenemos! —dijo Sancho—. Decid, hermano, que lo que yo ossé decir es que sé muy bien a Miguel Turra, y que no está muy lejos de mipueblo.

— Es, pues, el caso, señor —prosiguió el labrador—, que yo, por lamisericordia de Dios, soy casado en paz y en haz de la Santa IglesiaCatólica Romana; tengo dos hijos estudiantes que el menor estudia parabachiller y el mayor para licenciado; soy viudo, porque se murió mi mujer,o, por mejor decir, me la mató un mal médico, que la purgó estando preñada,y si Dios fuera servido que saliera a luz el parto, y fuera hijo, yo lepusiere a estudiar para doctor, porque no tuviera invidia a sus hermanos elbachiller y el licenciado.

— De modo —dijo Sancho— que si vuestra mujer no se hubiera muerto, o lahubieran muerto, vos no fuérades agora viudo.

— No, señor, en ninguna manera —respondió el labrador.

— ¡Medrados estamos! —replicó Sancho—. Adelante, hermano, que es hora dedormir más que de negociar.

— Digo, pues —dijo el labrador—, que este mi hijo que ha de ser bachiller seenamoró en el mesmo pueblo de una doncella llamada Clara Perlerina, hija deAndrés Perlerino, labrador riquísimo; y este nombre de Perlerines no lesviene de abolengo ni otra alcurnia, sino porque todos los deste linaje sonperláticos, y por mejorar el nombre los llaman Perlerines; aunque, si vadecir la verdad, la doncella es como una perla oriental, y, mirada por ellado derecho, parece una flor del campo; por el izquierdo no tanto, porquele falta aquel ojo, que se le saltó de viruelas; y, aunque los hoyos delrostro son muchos y grandes, dicen los que la quieren bien que aquéllos noson hoyos, sino sepulturas donde se sepultan las almas de sus amantes. Estan limpia que, por no ensuciar la cara, trae las narices, como dicen,arremangadas, que no parece sino que van huyendo de la boca; y, con todoesto, parece bien por estremo, porque tiene la boca grande, y, a nofaltarle diez o doce dientes y muelas, pudiera pasar y echar raya entre lasmás bien formadas.

De los labios no tengo qué decir, porque son tan sutilesy delicados que, si se usaran aspar labios, pudieran hacer dellos unamadeja; pero, como tienen diferente color de la que en los labios se usacomúnmente, parecen milagrosos, porque son jaspeados de azul y verde yaberenjenado; y perdóneme el señor gobernador si por tan menudo voypintando las partes de la que al fin al fin ha de ser mi hija, que laquiero bien y no me parece mal.

— Pintad lo que quisiéredes —dijo Sancho—, que yo me voy recreando en lapintura, y si hubiera comido, no hubiera mejor postre para mí que vuestroretrato.

— Eso tengo yo por servir —respondió el labrador—, pero tiempo vendrá en queseamos, si ahora no somos. Y digo, señor, que si pudiera pintar sugentileza y la altura de su cuerpo, fuera cosa de admiración; pero no puedeser, a causa de que ella está agobiada y encogida, y tiene las rodillas conla boca, y, con todo eso, se echa bien de ver que si se pudiera levantar,diera con la cabeza en el techo; y ya ella hubiera dado la mano de esposa ami bachiller, sino que no la puede estender, que está añudada; y, con todo,en las uñas largas y acanaladas se muestra su bondad y buena hechura.

— Está bien —dijo Sancho—, y haced cuenta, hermano, que ya la habéis pintadode los pies a la cabeza. ¿Qué es lo que queréis ahora? Y venid al punto sinrodeos ni callejuelas, ni retazos ni añadiduras.

— Querría, señor —respondió el labrador—, que vuestra merced me hiciesemerced de darme una carta de favor para mi consuegro, suplicándole seaservido de que este casamiento se haga, pues no somos desiguales en losbienes de fortuna, ni en los de la naturaleza; porque, para decir laverdad, señor gobernador, mi hijo es endemoniado, y no hay día que tres ocuatro veces no le atormenten los malignos espíritus; y de haber caído unavez en el fuego, tiene el rostro arrugado como pergamino, y los ojos algollorosos y manantiales; pero tiene una condición de un ángel, y si no esque se aporrea y se da de puñadas él mesmo a sí mesmo, fuera un bendito.

— ¿Queréis otra cosa, buen hombre? —replicó Sancho.

— Otra cosa querría —dijo el labrador—, sino que no me atrevo a decirlo;pero vaya, que, en fin, no se me ha de podrir en el pecho, pegue o nopegue. Digo, señor, que querría que vuesa merced me diese trecientos oseiscientos ducados para ayuda a la dote de mi bachiller; digo para ayudade poner su casa, porque, en fin, han de vivir por sí, sin estar sujetos alas impertinencias de los suegros.

— Mirad si queréis otra cosa —dijo Sancho—, y no la dejéis de decir porempacho ni por vergüenza.

— No, por cierto —respondió el labrador.

Y, apenas dijo esto, cuando, levantándose en pie el gobernador, asió de lasilla en que estaba sentado y dijo:

— ¡Voto a tal, don patán rústico y mal mirado, que si no os apartáis yascondéis luego de mi presencia, que con esta silla os rompa y abra lacabeza! Hideputa bellaco, pintor del mesmo demonio, ¿y a estas horas tevienes a pedirme seiscientos ducados?; y ¿dónde los tengo yo, hediondo?; y¿por qué te los había de dar, aunque los tuviera, socarrón y mentecato?; y¿qué se me da a mí de Miguel Turra, ni de todo el linaje de los Perlerines?¡Va de mí, digo; si no, por vida del duque mi señor, que haga lo que tengodicho! Tú no debes de ser de Miguel Turra, sino algún socarrón que, paratentarme, te ha enviado aquí el infierno. Dime, desalmado, aún no ha día ymedio que tengo el gobierno, y ¿ya quieres que tenga seiscientos ducados?

Hizo de señas el maestresala al labrador que se saliese de la sala, el cuallo hizo cabizbajo y, al parecer, temeroso de que el gobernador no ejecutasesu cólera, que el bellacón supo hacer muy bien su oficio.

Pero dejemos con su cólera a Sancho, y ándese la paz en el corro, yvolvamos a don Quijote, que le dejamos vendado el rostro y curado de lasgatescas heridas, de las cuales no sanó en ocho días, en uno de los cualesle sucedió lo que Cide Hamete promete de contar con la puntualidad yverdad que suele contar las cosas desta historia, por mínimas que sean.

Capítulo XLVIII. De lo que le sucedió a don Quijote con doña Rodríguez, ladueña de la duquesa, con otros acontecimientos dignos de escritura y dememoria eterna

Además estaba mohíno y malencólico el mal ferido don Quijote, vendado elrostro y señalado, no por la mano de Dios, sino por las uñas de un gato,desdichas anejas a la andante caballería. Seis días estuvo sin salir enpúblico, en una noche de las cuales, estando despierto y desvelado,pensando en sus desgracias y en el perseguimiento de Altisidora, sintió quecon una llave abrían la puerta de su aposento, y luego imaginó que laenamorada doncella venía para sobresaltar su honestidad y ponerle encondición de faltar a la fee que guardar debía a su señora Dulcinea delToboso.

— No —dijo creyendo a su imaginación, y esto, con voz que pudiera ser oída—;no ha de ser parte la mayor hermosura de la tierra para que yo deje deadorar la que tengo grabada y estampada en la mitad de mi corazón y en lomás escondido de mis entrañas, ora estés, señora mía, transformada encebolluda labradora, ora en ninfa del dorado Tajo, tejiendo telas de oro ysirgo compuestas, ora te tenga Merlín, o Montesinos, donde ellos quisieren;que, adondequiera eres mía, y adoquiera he sido yo, y he de ser, tuyo.

El acabar estas razones y el abrir de la puerta fue todo uno. Púsose en piesobre la cama, envuelto de arriba abajo en una colcha de raso amarillo, unagalocha en la cabeza, y el rostro y los bigotes vendados: el rostro, porlos aruños; los bigotes, porque no se le desmayasen y cayesen; en el cualtraje parecía la más extraordinaria fantasma que se pudiera pensar.

Clavó los ojos en la puerta, y, cuando esperaba ver entrar por ella a larendida y lastimada Altisidora, vio entrar a una reverendísima dueña conunas tocas blancas repulgadas y luengas, tanto, que la cubrían y enmantabandesde los pies a la cabeza. Entre los dedos de la mano izquierda traía unamedia vela encendida, y con la derecha se hacía sombra, porque no le diesela luz en los ojos, a quien cubrían unos muy grandes antojos. Venía pisandoquedito, y movía los pies blandamente.

Miróla don Quijote desde su atalaya, y cuando vio su adeliño y notó susilencio, pensó que alguna bruja o maga venía en aquel traje a hacer en élalguna mala fechuría, y comenzó a santiguarse con mucha priesa. Fuesellegando la visión, y, cuando llegó a la mitad del aposento, alzó los ojosy vio la priesa con que se estaba haciendo cruces don Quijote; y si élquedó medroso en ver tal figura, ella quedó espantada en ver la suya,porque, así como le vio tan alto y tan amarillo, con la colcha y con lasvendas, que le desfiguraban, dio una gran voz, diciendo:

— ¡Jesús! ¿Qué es lo que veo?

Y con el sobresalto se le cayó la vela de las manos; y, viéndose a escuras,volvió las espaldas para irse, y con el miedo tropezó en sus faldas y dioconsigo una gran caída. Don Quijote, temeroso, comenzó a decir:

— Conjúrote, fantasma, o lo que eres, que me digas quién eres, y que medigas qué es lo que de mí quieres. Si eres alma en pena, dímelo, que yoharé por ti todo cuanto mis fuerzas alcanzaren, porque soy católicocristiano y amigo de hacer bien a todo el mundo; que para esto tomé laorden de la caballería andante que profeso, cuyo ejercicio aun hasta hacerbien a las ánimas de purgatorio se estiende.

La brumada dueña, que oyó conjurarse, por su temor coligió el de donQuijote, y con voz afligida y baja le respondió:

— Señor don Quijote, si es que acaso vuestra merced es don Quijote, yo nosoy fantasma, ni visión, ni alma de purgatorio, como vuestra merced debe dehaber pensado, sino doña Rodríguez, la dueña de honor de mi señora laduquesa, que, con una necesidad de aquellas que vuestra merced sueleremediar, a vuestra merced vengo.

— Dígame, señora doña Rodríguez —dijo don Quijote—: ¿por ventura vienevuestra merced a hacer alguna tercería? Porque le hago saber que no soy deprovecho para nadie, merced a la sin par belleza de mi señora Dulcinea delToboso. Digo, en fin, señora doña Rodríguez, que, como vuestra merced salvey deje a una parte todo recado amoroso, puede volver a encender su vela, yvuelva, y departiremos de todo lo que más mandare y más en gusto leviniere, salvando, como digo, todo incitativo melindre.

— ¿Yo recado de nadie, señor mío? —respondió la dueña—. Mal me conocevuestra merced; sí, que aún no estoy en edad tan prolongada que me acoja asemejantes niñerías, pues, Dios loado, mi alma me tengo en las carnes, ytodos mis dientes y muelas en la boca, amén de unos pocos que me hanusurpado unos catarros, que en esta tierra de Aragón son tan ordinarios.Pero espéreme vuestra merced un poco; saldré a encender mi vela, y volveréen un instante a contar mis cuitas, como a remediador de todas las delmundo.

Y, sin esperar respuesta, se salió del aposento, donde quedó don Quijotesosegado y pensativo esperándola; pero luego le sobrevinieron milpensamientos acerca de aquella nueva aventura, y parecíale ser mal hecho ypeor pensado ponerse en peligro de romper a su señora la fee prometida, ydecíase a sí mismo:

— ¿Quién sabe si el diablo, que es sutil y mañoso, querrá engañarme agoracon una dueña, lo que no ha podido con emperatrices, reinas, duquesas,marquesas ni condesas? Que yo he oído decir muchas veces y a muchosdiscretos que, si él puede, antes os la dará roma que aguileña. Y

¿quiénsabe si esta soledad, esta ocasión y este silencio despertará mis deseosque duermen, y harán que al cabo de mis años venga a caer donde nunca hetropezado? Y, en casos semejantes, mejor es huir que esperar la batalla.Pero yo no debo de estar en mi juicio, pues tales disparates digo y pienso;que no es posible que una dueña toquiblanca, larga y antojuna pueda moverni levantar pensamiento lascivo en el más desalmado pecho del mundo. ¿Porventura hay dueña en la tierra que tenga buenas carnes? ¿Por ventura haydueña en el orbe que deje de ser impertinente, fruncida y melindrosa?¡Afuera, pues, caterva dueñesca, inútil para ningún humano regalo!

¡Oh,cuán bien hacía aquella señora de quien se dice que tenía dos dueñas debulto con sus antojos y almohadillas al cabo de su estrado, como queestaban labrando, y tanto le servían para la autoridad de la sala aquellasestatuas como las dueñas verdaderas!

Y, diciendo esto, se arrojó del lecho, con intención de cerrar la puerta yno dejar entrar a la señora Rodríguez; mas, cuando la llegó a cerrar, ya laseñora Rodríguez volvía, encendida una vela de cera blanca, y cuando ellavio a don Quijote de más cerca, envuelto en la colcha, con las vendas,galocha o becoquín, temió de nuevo, y, retirándose atr