Don Quijote by Miguel de Cervantes Saavedra - HTML preview

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Parecióle a don Quijote que cualquiera cosa que replicase acerca de suseguridad sería poner en detrimento su valentía; y así, sin más altercar,subió sobre Clavileño y le tentó la clavija, que fácilmente se rodeaba; y,como no tenía estribos y le colgaban las piernas, no parecía sino figura detapiz flamenco pintada o tejida en algún romano triunfo. De mal talante ypoco a poco llegó a subir Sancho, y, acomodándose lo mejor que pudo en lasancas, las halló algo duras y no nada blandas, y pidió al duque que, sifuese posible, le acomodasen de algún cojín o de alguna almohada, aunquefuese del estrado de su señora la duquesa, o del lecho de algún paje,porque las ancas de aquel caballo más parecían de mármol que de leño.

A esto dijo la Trifaldi que ningún jaez ni ningún género de adorno sufríasobre sí Clavileño; que lo que podía hacer era ponerse a mujeriegas, y queasí no sentiría tanto la dureza. Hízolo así Sancho, y, diciendo ''a Dios'',se dejó vendar los ojos, y, ya después de vendados, se volvió a descubrir,y, mirando a todos los del jardín tiernamente y con lágrimas, dijo que leayudasen en aquel trance con sendos paternostres y sendas avemarías, porqueDios deparase quien por ellos los dijese cuando en semejantes trances seviesen. A lo que dijo don Quijote:

— Ladrón, ¿estás puesto en la horca por ventura, o en el último término dela vida, para usar de semejantes plegarias? ¿No estás, desalmada y cobardecriatura, en el mismo lugar que ocupó la linda Magalona, del cual decendió,no a la sepultura, sino a ser reina de Francia, si no mienten lashistorias? Y yo, que voy a tu lado, ¿no puedo ponerme al del valerosoPierres, que oprimió este mismo lugar que yo ahora oprimo? Cúbrete,cúbrete, animal descorazonado, y no te salga a la boca el temor que tienes,a lo menos en presencia mía.

— Tápenme —respondió Sancho—; y, pues no quieren que me encomiende a Dios nique sea encomendado, ¿qué mucho que tema no ande por aquí alguna región dediablos que den con nosotros en Peralvillo?

Cubriéronse, y, sintiendo don Quijote que estaba como había de estar, tentóla clavija, y, apenas hubo puesto los dedos en ella, cuando todas lasdueñas y cuantos estaban presentes levantaron las voces, diciendo:

— ¡Dios te guíe, valeroso caballero!

— ¡Dios sea contigo, escudero intrépido!

— ¡Ya, ya vais por esos aires, rompiéndolos con más velocidad que una saeta!

— ¡Ya comenzáis a suspender y admirar a cuantos desde la tierra os estánmirando!

— ¡Tente, valeroso Sancho, que te bamboleas! ¡Mira no cayas, que será peortu caída que la del atrevido mozo que quiso regir el carro del Sol, supadre!

Oyó Sancho las voces, y, apretándose con su amo y ciñiéndole con losbrazos, le dijo:

— Señor, ¿cómo dicen éstos que vamos tan altos, si alcanzan acá sus voces, yno parecen sino que están aquí hablando junto a nosotros?

— No repares en eso, Sancho, que, como estas cosas y estas volaterías vanfuera de los cursos ordinarios, de mil leguas verás y oirás lo quequisieres. Y no me aprietes tanto, que me derribas; y en verdad que no séde qué te turbas ni te espantas, que osaré jurar que en todos los días demi vida he subido en cabalgadura de paso más llano: no parece sino que nonos movemos de un lugar. Destierra, amigo, el miedo, que, en efecto, lacosa va como ha de ir y el viento llevamos en popa.

— Así es la verdad —respondió Sancho—, que por este lado me da un viento tanrecio, que parece que con mil fuelles me están soplando.

Y así era ello, que unos grandes fuelles le estaban haciendo aire: tan bientrazada estaba la tal aventura por el duque y la duquesa y su mayordomo,que no le faltó requisito que la dejase de hacer perfecta.

Sintiéndose, pues, soplar don Quijote, dijo:

— Sin duda alguna, Sancho, que ya debemos de llegar a la segunda región delaire, adonde se engendra el granizo, las nieves; los truenos, losrelámpagos y los rayos se engendran en la tercera región, y si es que destamanera vamos subiendo, presto daremos en la región del fuego, y no sé yocómo templar esta clavija para que no subamos donde nos abrasemos.

En esto, con unas estopas ligeras de encenderse y apagarse, desde lejos,pendientes de una caña, les calentaban los rostros. Sancho, que sintió elcalor, dijo:

— Que me maten si no estamos ya en el lugar del fuego, o bien cerca, porqueuna gran parte de mi barba se me ha chamuscado, y estoy, señor, pordescubrirme y ver en qué parte estamos.

— No hagas tal —respondió don Quijote—, y acuérdate del verdadero cuento dellicenciado Torralba, a quien llevaron los diablos en volandas por el aire,caballero en una caña, cerrados los ojos, y en doce horas llegó a Roma, yse apeó en Torre de Nona, que es una calle de la ciudad, y vio todo elfracaso y asalto y muerte de Borbón, y por la mañana ya estaba de vuelta enMadrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto; el cual asimismo dijoque cuando iba por el aire le mandó el diablo que abriese los ojos, y losabrió, y se vio tan cerca, a su parecer, del cuerpo de la luna, que lapudiera asir con la mano, y que no osó mirar a la tierra por nodesvanecerse. Así que, Sancho, no hay para qué descubrirnos; que, el quenos lleva a cargo, él dará cuenta de nosotros, y quizá vamos tomando puntasy subiendo en alto para dejarnos caer de una sobre el reino de Candaya,como hace el sacre o neblí sobre la garza para cogerla, por más que seremonte; y, aunque nos parece que no ha media hora que nos partimos deljardín, creéme que debemos de haber hecho gran camino.

— No sé lo que es —respondió Sancho Panza—, sólo sé decir que si la señoraMagallanes o Magalona se contentó destas ancas, que no debía de ser muytierna de carnes.

Todas estas pláticas de los dos valientes oían el duque y la duquesa y losdel jardín, de que recibían estraordinario contento; y, queriendo darremate a la estraña y bien fabricada aventura, por la cola de Clavileño lepegaron fuego con unas estopas, y al punto, por estar el caballo lleno decohetes tronadores, voló por los aires, con estraño ruido, y dio con donQuijote y con Sancho Panza en el suelo, medio chamuscados.

En este tiempo ya se habían desparecido del jardín todo el barbadoescuadrón de las dueñas y la Trifaldi y todo, y los del jardín quedaroncomo desmayados, tendidos por el suelo. Don Quijote y Sancho se levantaronmaltrechos, y, mirando a todas partes, quedaron atónitos de verse en elmesmo jardín de donde habían partido y de ver tendido por tierra tantonúmero de gente; y creció más su admiración cuando a un lado del jardínvieron hincada una gran lanza en el suelo y pendiente della y de doscordones de seda verde un pergamino liso y blanco, en el cual, con grandesletras de oro, estaba escrito lo siguiente:

El ínclito caballero don Quijote de la Mancha feneció y acabó la aventurade la condesa Trifaldi, por otro nombre llamada la dueña Dolorida, ycompañía, con sólo intentarla.

Malambruno se da por contento y satisfecho a toda su voluntad, y las barbasde las dueñas ya quedan lisas y mondas, y los reyes don Clavijo yAntonomasia en su prístino estado. Y, cuando se cumpliere el escuderilvápulo, la blanca paloma se verá libre de los pestíferos girifaltes que lapersiguen, y en brazos de su querido arrullador; que así está ordenado porel sabio Merlín, protoencantador de los encantadores.

Habiendo, pues, don Quijote leído las letras del pergamino, claro entendióque del desencanto de Dulcinea hablaban; y, dando muchas gracias al cielode que con tan poco peligro hubiese acabado tan gran fecho, reduciendo a supasada tez los rostros de las venerables dueñas, que ya no parecían, se fueadonde el duque y la duquesa aún no habían vuelto en sí, y, trabando de lamano al duque, le dijo:

— ¡Ea, buen señor, buen ánimo; buen ánimo, que todo es nada! La aventura esya acabada sin daño de barras, como lo muestra claro el escrito que enaquel padrón está puesto.

El duque, poco a poco, y como quien de un pesado sueño recuerda, fuevolviendo en sí, y por el mismo tenor la duquesa y todos los que por eljardín estaban caídos, con tales muestras de maravilla y espanto, que casise podían dar a entender haberles acontecido de veras lo que tan biensabían fingir de burlas. Leyó el duque el cartel con los ojos mediocerrados, y luego, con los brazos abiertos, fue a abrazar a don Quijote,diciéndole ser el más buen caballero que en ningún siglo se hubiese visto.

Sancho andaba mirando por la Dolorida, por ver qué rostro tenía sin lasbarbas, y si era tan hermosa sin ellas como su gallarda disposiciónprometía, pero dijéronle que, así como Clavileño bajó ardiendo por losaires y dio en el suelo, todo el escuadrón de las dueñas, con la Trifaldi,había desaparecido, y que ya iban rapadas y sin cañones. Preguntó laduquesa a Sancho que cómo le había ido en aquel largo viaje. A lo cualSancho respondió:

— Yo, señora, sentí que íbamos, según mi señor me dijo, volando por laregión del fuego, y quise descubrirme un poco los ojos, pero mi amo, aquien pedí licencia para descubrirme, no la consintió; mas yo, que tengo nosé qué briznas de curioso y de desear saber lo que se me estorba y impide,bonitamente y sin que nadie lo viese, por junto a las narices aparté tantocuanto el pañizuelo que me tapaba los ojos, y por allí miré hacia latierra, y parecióme que toda ella no era mayor que un grano de mostaza, ylos hombres que andaban sobre ella, poco mayores que avellanas; porque sevea cuán altos debíamos de ir entonces.

A esto dijo la duquesa:

— Sancho amigo, mirad lo que decís, que, a lo que parece, vos no vistes latierra, sino los hombres que andaban sobre ella; y está claro que si latierra os pareció como un grano de mostaza, y cada hombre como unaavellana, un hombre solo había de cubrir toda la tierra.

— Así es verdad —respondió Sancho—, pero, con todo eso, la descubrí por unladito, y la vi toda.

— Mirad, Sancho —dijo la duquesa—, que por un ladito no se vee el todo de loque se mira.

— Yo no sé esas miradas —replicó Sancho—: sólo sé que será bien que vuestraseñoría entienda que, pues volábamos por encantamento, por encantamentopodía yo ver toda la tierra y todos los hombres por doquiera que losmirara; y si esto no se me cree, tampoco creerá vuestra merced cómo,descubriéndome por junto a las cejas, me vi tan junto al cielo que no habíade mí a él palmo y medio, y por lo que puedo jurar, señora mía, que es muygrande además. Y sucedió que íbamos por parte donde están las sietecabrillas; y en Dios y en mi ánima que, como yo en mi niñez fui en mitierra cabrerizo, que así como las vi, ¡me dio una gana de entretenerme conellas un rato...! Y si no le cumpliera me parece que reventara. Vengo,pues, y tomo, y ¿qué hago? Sin decir nada a nadie, ni a mi señor tampoco,bonita y pasitamente me apeé de Clavileño, y me entretuve con lascabrillas, que son como unos alhelíes y como unas flores, casi tres cuartosde hora, y Clavileño no se movió de un lugar, ni pasó adelante.

— Y, en tanto que el buen Sancho se entretenía con las cabras —preguntó elduque—, ¿en qué se entretenía el señor don Quijote?

A lo que don Quijote respondió:

— Como todas estas cosas y estos tales sucesos van fuera del orden natural,no es mucho que Sancho diga lo que dice. De mí sé decir que ni me descubrípor alto ni por bajo, ni vi el cielo ni la tierra, ni la mar ni las arenas.Bien es verdad que sentí que pasaba por la región del aire, y aun quetocaba a la del fuego; pero que pasásemos de allí no lo puedo creer, pues,estando la región del fuego entre el cielo de la luna y la última regióndel aire, no podíamos llegar al cielo donde están las siete cabrillas queSancho dice, sin abrasarnos; y, pues no nos asuramos, o Sancho miente oSancho sueña.

— Ni miento ni sueño —respondió Sancho—: si no, pregúntenme las señas de lastales cabras, y por ellas verán si digo verdad o no.

— Dígalas, pues, Sancho —dijo la duquesa.

— Son —respondió Sancho— las dos verdes, las dos encarnadas, las dos azules,y la una de mezcla.

— Nueva manera de cabras es ésa —dijo el duque—, y por esta nuestra regióndel suelo no se usan tales colores; digo, cabras de tales colores.

— Bien claro está eso —dijo Sancho—; sí, que diferencia ha de haber de lascabras del cielo a las del suelo.

— Decidme, Sancho —preguntó el duque—: ¿vistes allá en entre esas cabrasalgún cabrón?

— No, señor —respondió Sancho—, pero oí decir que ninguno pasaba de loscuernos de la luna.

No quisieron preguntarle más de su viaje, porque les pareció que llevabaSancho hilo de pasearse por todos los cielos, y dar nuevas de cuanto allápasaba, sin haberse movido del jardín.

En resolución, éste fue el fin de la aventura de la dueña Dolorida, que dioque reír a los duques, no sólo aquel tiempo, sino el de toda su vida, y quecontar a Sancho siglos, si los viviera; y, llegándose don Quijote a Sancho,al oído le dijo:

— Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo,yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos; y noos digo más.

Capítulo XLII. De los consejos que dio don Quijote a Sancho Panza antes quefuese a gobernar la ínsula, con otras cosas bien consideradas Con el felice y gracioso suceso de la aventura de la Dolorida, quedaron tancontentos los duques, que determinaron pasar con las burlas adelante,viendo el acomodado sujeto que tenían para que se tuviesen por veras; yasí, habiendo dado la traza y órdenes que sus criados y sus vasallos habíande guardar con Sancho en el gobierno de la ínsula prometida, otro día, quefue el que sucedió al vuelo de Clavileño, dijo el duque a Sancho que seadeliñase y compusiese para ir a ser gobernador, que ya sus insulanos leestaban esperando como el agua de mayo. Sancho se le humilló y le dijo:

— Después que bajé del cielo, y después que desde su alta cumbre miré latierra y la vi tan pequeña, se templó en parte en mí la gana que tenía tangrande de ser gobernador; porque, ¿qué grandeza es mandar en un grano demostaza, o qué dignidad o imperio el gobernar a media docena de hombrestamaños como avellanas, que, a mi parecer, no había más en toda la tierra?Si vuestra señoría fuese servido de darme una tantica parte del cielo,aunque no fuese más de media legua, la tomaría de mejor gana que la mayorínsula del mundo.

— Mirad, amigo Sancho —respondió el duque—: yo no puedo dar parte del cieloa nadie, aunque no sea mayor que una uña, que a solo Dios están reservadasesas mercedes y gracias. Lo que puedo dar os doy, que es una ínsula hecha yderecha, redonda y bien proporcionada, y sobremanera fértil y abundosa,donde si vos os sabéis dar maña, podéis con las riquezas de la tierragranjear las del cielo.

— Ahora bien —respondió Sancho—, venga esa ínsula, que yo pugnaré por sertal gobernador que, a pesar de bellacos, me vaya al cielo; y esto no es porcodicia que yo tenga de salir de mis casillas ni de levantarme a mayores,sino por el deseo que tengo de probar a qué sabe el ser gobernador.

— Si una vez lo probáis, Sancho —dijo el duque—, comeros heis las manos trasel gobierno, por ser dulcísima cosa el mandar y ser obedecido. A buenseguro que cuando vuestro dueño llegue a ser emperador, que lo será sinduda, según van encaminadas sus cosas, que no se lo arranquen comoquiera, yque le duela y le pese en la mitad del alma del tiempo que hubiere dejadode serlo.

— Señor —replicó Sancho—, yo imagino que es bueno mandar, aunque sea a unhato de ganado.

— Con vos me entierren, Sancho, que sabéis de todo —respondió el duque—, yyo espero que seréis tal gobernador como vuestro juicio promete, y quédeseesto aquí y advertid que mañana en ese mesmo día habéis de ir al gobiernode la ínsula, y esta tarde os acomodarán del traje conveniente que habéisde llevar y de todas las cosas necesarias a vuestra partida.

— Vístanme —dijo Sancho— como quisieren, que de cualquier manera que vayavestido seré Sancho Panza.

— Así es verdad —dijo el duque—, pero los trajes se han de acomodar con eloficio o dignidad que se profesa, que no sería bien que un jurisperito sevistiese como soldado, ni un soldado como un sacerdote. Vos, Sancho, iréisvestido parte de letrado y parte de capitán, porque en la ínsula que os doytanto son menester las armas como las letras, y las letras como las armas.

— Letras —respondió Sancho—, pocas tengo, porque aún no sé el A, B, C; perobástame tener el Christus en la memoria para ser buen gobernador. De lasarmas manejaré las que me dieren, hasta caer, y Dios delante.

— Con tan buena memoria —dijo el duque—, no podrá Sancho errar en nada.

En esto llegó don Quijote, y, sabiendo lo que pasaba y la celeridad con queSancho se había de partir a su gobierno, con licencia del duque le tomó porla mano y se fue con él a su estancia, con intención de aconsejarle cómo sehabía de haber en su oficio.

Entrados, pues, en su aposento, cerró tras sí la puerta, y hizo casi porfuerza que Sancho se sentase junto a él, y con reposada voz le dijo:

— Infinitas gracias doy al cielo, Sancho amigo, de que, antes y primero queyo haya encontrado con alguna buena dicha, te haya salido a ti a recebir ya encontrar la buena ventura. Yo, que en mi buena suerte te tenía libradala paga de tus servicios, me veo en los principios de aventajarme, y tú,antes de tiempo, contra la ley del razonable discurso, te vees premiado detus deseos. Otros cohechan, importunan, solicitan, madrugan, ruegan,porfían, y no alcanzan lo que pretenden; y llega otro, y sin saber cómo nicómo no, se halla con el cargo y oficio que otros muchos pretendieron; yaquí entra y encaja bien el decir que hay buena y mala fortuna en laspretensiones.

Tú, que para mí, sin duda alguna, eres un porro, sin madrugarni trasnochar y sin hacer diligencia alguna, con solo el aliento que te hatocado de la andante caballería, sin más ni más te vees gobernador de unaínsula, como quien no dice nada. Todo esto digo, ¡oh Sancho!, para que noatribuyas a tus merecimientos la merced recebida, sino que des gracias alcielo, que dispone suavemente las cosas, y después las darás a la grandezaque en sí encierra la profesión de la caballería andante. Dispuesto, pues,el corazón a creer lo que te he dicho, está, ¡oh hijo!, atento a este tuCatón, que quiere aconsejarte y ser norte y guía que te encamine y saque aseguro puerto deste mar proceloso donde vas a engolfarte; que los oficios ygrandes cargos no son otra cosa sino un golfo profundo de confusiones.Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está lasabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada. Lo segundo, has de ponerlos ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el másdifícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el nohincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, que si esto haces,vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haberguardado puercos en tu tierra.

— Así es la verdad —respondió Sancho—, pero fue cuando muchacho; perodespués, algo hombrecillo, gansos fueron los que guardé, que no puercos;pero esto paréceme a mí que no hace al caso, que no todos los que gobiernanvienen de casta de reyes.

— Así es verdad —replicó don Quijote—, por lo cual los no de principiosnobles deben acompañar la gravedad del cargo que ejercitan con una blandasuavidad que, guiada por la prudencia, los libre de la murmuraciónmaliciosa, de quien no hay estado que se escape. Haz gala, Sancho, de lahumildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes delabradores; porque, viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte;y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Inumerablesson aquellos que, de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidadpontificia e imperatoria; y desta verdad te pudiera traer tantos ejemplos,que te cansaran.

Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud, y te preciasde hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que lostienen de príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud seaquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale. Siendo estoasí, como lo es, que si acaso viniere a verte cuando estés en tu ínsulaalguno de tus parientes, no le deseches ni le afrentes; antes le has deacoger, agasajar y regalar, que con esto satisfarás al cielo, que gusta quenadie se desprecie de lo que él hizo, y corresponderás a lo que debes a lanaturaleza bien concertada. Si trujeres a tu mujer contigo (porque no esbien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin laspropias), enséñala, doctrínala y desbástala de su natural rudeza, porquetodo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramaruna mujer rústica y tonta. Si acaso enviudares, cosa que puede suceder, ycon el cargo mejorares de consorte, no la tomes tal, que te sirva deanzuelo y de caña de pescar, y del no quiero de tu capilla, porque enverdad te digo que de todo aquello que la mujer del juez recibiere ha dedar cuenta el marido en la residencia universal, donde pagará con el cuatrotanto en la muerte las partidas de que no se hubiere hecho cargo en lavida. Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabidacon los ignorantes que presumen de agudos. Hallen en ti más compasión laslágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico.Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico, comopor entre los sollozos e importunidades del pobre. Cuando pudiere y debieretener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente,que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si acasodoblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino conel de la misericordia.

Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tuenemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso.No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ellahicieres, las más veces, serán sin remedio; y si le tuvieren, será a costade tu crédito, y aun de tu hacienda. Si alguna mujer hermosa veniere apedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de susgemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieresque se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros. Al que hasde castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta aldesdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones. Alculpado que cayere debajo de tu juridición considérale hombre miserable,sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todocuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratelepiadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios todos son iguales,más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de lajusticia. Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengostus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidadindecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tusnietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasosde la vida te alcanzará el de la muerte, en vejez suave y madura, ycerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos.Esto que hasta aquí te he dicho son documentos que han de adornar tu alma;escucha ahora los que han de servir para adorno del cuerpo.

Capítulo XLIII. De los consejos segundos que dio don Quijote a Sancho Panza

¿Quién oyera el pasado razonamiento de don Quijote que no le tuviera porpersona muy cuerda y mejor intencionada? Pero, como muchas veces en elprogreso desta grande historia queda dicho, solamente disparaba entocándole en la caballería, y en los demás discursos mostraba tener claro ydesenfadado entendimiento, de manera que a cada paso desacreditaban susobras su juicio, y su juicio sus obras; pero en ésta destos segundosdocumentos que dio a Sancho, mostró tener gran donaire, y puso sudiscreción y su locura en un levantado punto.

Atentísimamente le escuchaba Sancho, y procuraba conservar en la memoriasus consejos, como quien pensaba guardarlos y salir por ellos a buen partode la preñez de su gobierno. Prosiguió, pues, don Quijote, y dijo:

— En lo que toca a cómo has de gobernar tu persona y casa, Sancho, loprimero que te encargo es que seas limpio, y que te cortes las uñas, sindejarlas crecer, como algunos hacen, a quien su ignorancia les ha dado aentender que las uñas largas les hermosean las manos, como si aquelescremento y añadidura que se dejan de cortar fuese uña, siendo antesgarras de cernícalo lagartijero: puerco y extraordinario abuso. No andes,Sancho, desceñido y flojo, que el vestido descompuesto da indicios de ánimodesmazalado, si ya la descompostura y flojedad no cae debajo desocarronería, como se juzgó en la de Julio César. Toma con discreción elpulso a lo que pudiere valer tu oficio, y si sufriere que des librea a tuscriados, dásela honesta y provechosa más que vistosa y bizarra, y repártelaentre tus criados y los pobres: quiero decir que si has de vestir seispajes, viste tres y otros tres pobres, y así tendrás pajes para el cielo ypara el suelo; y este nuevo modo de dar librea no la alcanzan losvanagloriosos. No comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tuvillanería. Anda despacio; habla con reposo, pero no de manera que parezcaque te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala. Come poco y cenamás poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina delestómago. Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado niguarda secreto ni cumple palabra. Ten cuenta, Sancho, de no mascar a doscarrillos, ni de erutar delante de nadie.

— Eso de erutar no entiendo —dijo Sancho.

Y don Quijote le dijo:

— Erutar, Sancho, quiere decir regoldar, y éste es uno de los más torpesvocablos que tiene la lengua castellana, aunque es muy sinificativo; y así,la gente curiosa se ha acogido al latín, y al regoldar dice erutar, y a losregüeldos, erutaciones; y, cuando algunos no entienden estos términos,importa poco, que el uso los irá introduciendo con el tiempo, que confacilidad se entiendan; y esto es enriquecer la lengua, sobre quien tienepoder el vulgo y el uso.

— En verdad, señor —dijo Sancho—, que uno de los consejos y avisos quepienso llevar en la memoria ha de ser el de no regoldar, porque lo suelohacer muy a menudo.

— Erutar, Sancho, que no regoldar —dijo don Quijote.

— Erutar diré de aquí adelante —respondió Sancho—, y a fee que no se meolvide.

— También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre derefranes que sueles; que, puesto que los refranes son sentencias breves,muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates quesentencias.

— Eso Dios lo puede remediar —respondió Sancho—, porque sé más refranes queun libro, y viénenseme tantos juntos a la boca cuando hablo, que riñen porsalir unos con otros, pero la lengua va arrojando los primeros queencuentra, aunque no vengan a pelo. Mas yo tendré cuenta de aquí adelantede decir los que convengan a la gravedad de mi cargo, que en casa llenapresto se guisa la cena, y quien destaja no baraja, y a buen salvo está elque repica, y el dar y el tener seso ha menester.

— ¡Eso sí, Sancho! —dijo don Quijote—: ¡encaja, ensarta, enhila refranes,que nadie te va a la mano! ¡Castígame mi madre, y yo trómpogelas! Estoytediciendo que escuses refranes, y en un instante has echado aquí una letaníadellos, que así cuadran con lo que vamos tratando como por los cerros deÚbeda. Mira, Sancho, no te digo yo que parece mal un refrán traído apropósito, pero cargar y ensartar refranes a troche moche hace la pláticadesmayada y baja. Cuando subieres a caballo, no vayas echando el cuerposobre el arzón postrero, ni lleves las piernas tiesas y tiradas y desviadasde la barriga del caballo, ni tampoco vayas tan flojo que parezca que vassobre el rucio: que el andar a caballo a unos hace caballeros; a otros,caballerizos. Sea moderado tu sueño, que el que no madruga con el sol, nogoza del día; y advierte, ¡oh Sancho!, que la diligencia es madre de labuena ventura, y la pereza, su contraria, jamás llegó al término que pideun buen deseo. Este último consejo que ahora darte quiero, puesto que nosirva para adorno del cuerpo, quiero que le lleves muy en la memoria, quecreo que no te será de menos provecho que los que hasta aquí te he dado; yes que jamás te pongas a disputar de linajes, a lo menos, comparán